Vivir en la Sociedad de la Información. Orden global y dimensiones locales en el universo digital
- Diez
rasgos de la Sociedad de la Información - Globalización
que presiona hacia arriba y hacia abajo. La
Internet - Estado de la red de
redes al comenzar el siglo 21 - Políticas
publicas para que la tecnología conduzca al
progreso - Bibliografía
Publicado en Revista
Iberoamericana de Ciencia,
Tecnología, Sociedad e
Innovación
Vivimos en un mundo pletórico de datos, frases e
íconos. La percepción
que los seres humanos tenemos de nosotros mismos ha cambiado, en
vista de que se ha modificado la apreciación que tenemos
de nuestro entorno. Nuestra circunstancia no es más la del
barrio o la ciudad en donde vivimos, ni siquiera la del
país en donde radicamos. Nuestros horizontes son, al menos
en apariencia, de carácter planetario.
Eso no significa que estemos al tanto de todo lo que sucede en
todo el mundo. Lo que ocurre es que entre los numerosos mensajes
que recibimos todos los días, se encuentran muchos que
provienen de latitudes tan diversas y tan lejanas que, a menudo,
ni siquiera acertamos a identificar con claridad en dónde
se encuentran los sitios de donde provienen tales
informaciones.
Se habla mucho de la Sociedad de la Información. ¿Qué rasgos la
definen? ¿En qué aspectos resulta novedosa?
¿En qué medida puede cambiar la vida de nuestros
países? ¿Qué limitaciones tiene ese nuevo
contexto? En estas páginas queremos dar respuestas
iniciales a esas interrogantes.
Diez rasgos de la Sociedad
de la Información
A ese nuevo contexto lo definen características como
las siguientes.
- Exuberancia.. Disponemos de una apabullante y
diversa cantidad de datos. Se trata de un volumen de
información tan profuso que es por sí mismo parte
del escenario en donde nos desenvolvemos todos los
días. - Omnipresencia. Los nuevos instrumentos de
información, o al menos sus contenidos, los encontramos
por doquier, forman parte del escenario público
contemporáneo (son en buena medida dicho
escenario) y también de nuestra vida privada. Nuestros
abuelos (o bisabuelos, según el rango generacional en el
que estemos ubicados) fueron contemporáneos del
surgimiento de la radio, se
asombraron con las primeras transmisiones de acontecimientos
internacionales y tenían que esperar varios meses a que
les llegara una carta del
extranjero; para viajar de Barcelona a Nueva York lo más
apropiado era tomar un buque en una travesía de varias
semanas. La generación siguiente creció y
conformó su imaginario cultural al lado de la
televisión, que durante sus primeras décadas
era sólo en blanco y negro, se enteró con pasmo y
gusto de los primeros viajes
espaciales, conformó sus preferencias
cinematográficas en la asistencia a la sala de cine delante
de una pantalla que reflejaba la proyección de 35mm y ha
transitado no sin asombro de la telefonía alámbrica y convencional
a la de carácter celular o móvil. Los
jóvenes de hoy nacieron cuando la difusión de
señales televisivas por satélite
ya era una realidad, saben que se puede cruzar el
Atlántico en un vuelo de unas cuantas horas, han visto
más cine en televisión y en video que en
las salas tradicionales y no se asombran con la Internet porque
han crecido junto a ella durante la última
década: frecuentan espacios de chat, emplean el
correo
electrónico y manejan programas de
navegación en la red de redes con una habilidad
literalmente innata. Esa es la Sociedad de la
Información. Los medios de
comunicación se han convertido en el espacio de
interacción social por excelencia, lo
cual implica mayores facilidades para el intercambio de
preocupaciones e ideas pero, también, una riesgosa
supeditación a los consorcios que tienen mayor
influencia, particularmente en los medios de
difusión abierta (o generalista, como les llaman en
algunos sitios). - Irradiación. La Sociedad de la
Información también se distingue por la distancia
hoy prácticamente ilimitada que alcanza el intercambio
de mensajes. Las barreras geográficas se difuminan; las
distancias físicas se vuelven relativas al menos en
comparación con el pasado reciente. Ya no tenemos que
esperar varios meses para que una carta nuestra llegue de un
país a otro. Ni siquiera debemos padecer las
interrupciones de la telefonía convencional. Hoy en
día basta con enviar un correo electrónico, o
e-mail, para ponernos en contacto con alguien a quien incluso
posiblemente no conocemos y en un país cuyas coordenadas
tal vez tampoco identificamos del todo. - Velocidad. La comunicación, salvo fallas técnicas, se ha vuelto
instantánea. Ya no es preciso aguardar varios
días, o aún más, para recibir la respuesta
del destinatario de un mensaje nuestro e incluso existen
mecanismos para entablar comunicación simultánea
a precios
mucho más bajos que los de la telefonía
tradicional. - Multilateralidad / Centralidad. Las capacidades
técnicas de la
comunicación contemporánea permiten que
recibamos información de todas partes, aunque lo
más frecuente es que la mayor parte de la
información que circula por el mundo surja de unos
cuantos sitios. En todos los países hay estaciones de
televisión y radio y en
muchos de ellos, producción cinematográfica.. Sin
embargo el contenido de las series y los filmes más
conocidos en todo el mundo suele ser elaborado en las
metrópolis culturales. Esa tendencia se mantiene en la
Internet, en donde las páginas más visitadas son
de origen estadounidense y, todavía, el país con
más usuarios de la red de redes sigue siendo Estados
Unidos. - Interactividad / Unilateralidad. A diferencia de la
comunicación convencional (como la que ofrecen la
televisión y la radio tradicionales) los nuevos
instrumentos para propagar información permiten que sus
usuarios sean no sólo consumidores, sino además
productores de sus propios mensajes. En la Internet podemos
conocer contenidos de toda índole y, junto con ello,
contribuir nosotros mismos a incrementar el caudal de datos
disponible en la red de redes. Sin embargo esa capacidad de la
Internet sigue siendo poco utilizada. La gran mayoría de
sus usuarios son consumidores pasivos de los contenidos que ya
existen en la Internet. - Desigualdad. La Sociedad de la Información
ofrece tal abundancia de contenidos y tantas posibilidades para
la
educación y el intercambio entre la gente de todo el
mundo, que casi siempre es vista como remedio a las muchas
carencias que padece la humanidad. Numerosos autores,
especialmente los más conocidos promotores de la
Internet, suelen tener visiones fundamentalmente optimistas
acerca de las capacidades igualitarias y liberadoras de la red
de redes (por ejemplo Gates: 1995 y 1999 y Negroponte, 1995).
Sin embargo la Internet, igual que cualquier otro instrumento
para la propagación y el intercambio de
información, no resuelve por sí sola los problemas
del mundo. De hecho, ha sido casi inevitable que reproduzca
algunas de las desigualdades más notables que hay en
nuestros países. Mientras las naciones más
industrializadas extienden el acceso a la red de redes entre
porcentajes cada vez más altos de sus ciudadanos, la
Internet sigue siendo ajena a casi la totalidad de la gente en
los países más pobres o incluso en zonas o entre
segmentos de la población marginados aún en los
países más desarrollados. - Heterogeneidad. En los medios contemporáneos
y particularmente en la Internet se duplican -y multiplican-
actitudes,
opiniones, pensamientos y circunstancias que están
presentes en nuestras sociedades.
Si en estas sociedades hay creatividad,
inteligencia
y arte, sin duda
algo de eso se reflejará en los nuevos espacios de la
Sociedad de la Información. Pero de la misma manera,
puesto que en nuestras sociedades también tenemos
prejuicios, abusos, insolencias y crímenes,
también esas actitudes y posiciones estarán
expresadas en estos medios. Particularmente, la Internet se ha
convertido en foro para
manifestaciones de toda índole aunque con frecuencia
otros medios exageran la existencia de contenidos de
carácter agresivo o incómodo, según el
punto de vista de quien los aprecie. - Desorientación. La enorme y creciente
cantidad de información a la que podemos tener acceso no
sólo es oportunidad de desarrollo
social y personal.
También y antes que nada, se ha convertido en
desafío cotidiano y en motivo de agobio para quienes
recibimos o podemos encontrar millares de noticias,
símbolos, declaraciones, imágenes
e incitaciones de casi cualquier índole a través
de los medios y especialmente en la red de redes. Esa
plétora de datos no es necesariamente fuente de
enriquecimiento cultural, sino a veces de aturdimiento personal
y colectivo. El empleo de
los nuevos medios requiere destrezas que van más
allá de la habilidad para abrir un programa o
poner en marcha un equipo de cómputo. Se necesitan
aprendizajes específicos para elegir entre aquello que
nos resulta útil, y lo mucho de lo que podemos
prescindir. - Ciudadanía pasiva. La dispersión y
abundancia de mensajes, la preponderancia de los contenidos de
carácter comercial y particularmente propagados por
grandes consorcios mediáticos y la ausencia de capacitación y reflexión
suficientes sobre estos temas, suelen aunarse para que en la
Sociedad de la Información el consumo
prevalezca sobre la creatividad y el intercambio mercantil sea
más frecuente que el intercambio de conocimientos. No
pretendemos que no haya intereses comerciales en los nuevos
medios -al contrario, ellos suelen ser el motor principal
para la expansión de la tecnología y de los
contenidos-. Pero sí es pertinente señalar esa
tendencia, que se ha sobrepuesto a los proyectos
más altruistas que han pretendido que la Sociedad de la
Información sea un nuevo estadio en el desarrollo
cultural y en la humanización misma de nuestras
sociedades.
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