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A modo de apuntes para un lector interesado: Arquitectura Cubana Siglo XX. (página 2)



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El art-decó llegará a Cuba en la segunda mitad
de la década del veinte, dejando algunas importantes
obras, como el edificio de oficinas de la empresa Bacardí
en La Habana: revestido el exterior con mayólica, y un
interior decorado con mármoles y figuras de bronce,
característicos del discurso decorativo de esta tendencia.
El art-decó ejercerá como estética de cambio
entre las propuestas académicas y las de renovación
cultural que por entonces se estaban dando. Tal es el ejemplo del
hospital infantil Pedro Borrás (1930) -primera
construcción hospitalaria moderna, estructura de
hormigón armado y muros de ladrillos revestidos con
piedra- o del edificio López Serrano (1932) -una de las
primeras casas de apartamentos, con estructuras de acero y muros
de ladrillo cubiertos-, ambos en La Habana.

La variante "neocolonial", desarrollada desde los años
veinte, a veces produjo construcciones de un purismo constructivo
y un esquematismo de formas que lo acercaron a los códigos
modernos de la arquitectura. Ejemplo destacado de esta tendencia
lo constituye la casa Bonet, 1939, del arquitecto Eugenio Batista
(n.1900). La integración de los elementos de la
arquitectura colonial -entendidos como vernáculos- con un
enfoque moderno, será un importante logro sobre el cual
gravitará, en buena medida, la consolidación de una
arquitectura moderna de carácter regional hacia los
años cincuenta.

La incidencia del racionalismo alemán -Bauhaus- y de la
estética de Le Corbusier, se hace ver hacia finales de los
años treinta en muchos arquitectos de la isla. Destacan
las obras de Rafael Cárdenas, Mario Colli y Sergio
Martínez.

Década del
cuarenta.

Hacia los años cuarenta se inicia la segunda etapa. En
este período se fundan numerosas instituciones oficiales y
semioficiales, las cuales dotan al país de un importante
número de edificios públicos, semipúblicos y
de capital privado. Por esta época se desarrollará
una especie de art-decó muy moderado, representado en los
hospitales Oncológico, Ortopédico y Aballí
(1944-1945), construcciones igualmente de hormigón armado
y muros de ladrillos. Asumido popularmente, el art-decó se
tropicaliza en una infinidad de propuestas decorativas: las
formas geométricas y los colores pasteles dominan las
fachadas, matizando la luz del trópico.

Mario Romañach. Casa Noval, 1949 (Ciudad de La
Habana, Cuba).

Los años finales de la década del cuarenta van a
ser testigos de una modernidad avanzada en arquitectura.
Resumámoslo en dos variantes fundamentales: los primeros
conjuntos polifuncionales y las residencias. Entre las obras
destacan el edificio Radiocentro (1947), de los arquitectos
Emilio del Junco, Miguel Gastón y Martín
Domínguez, siendo este edificio un conjunto funcional de
oficinas, estudios y plantas de radiotransmisión,
cineteatro, comercios…, ejemplo al que siempre habrá
que acudir. Y la casa Noval, 1949, del arquitecto Mario
Romañach (1917-1984), donde se aplican las tesis
funcionalistas del racionalismo, adaptadas al nuevo entorno
tropical: uso de variados espacios sombreados y de la
incorporación de la vegetación al interior de la
residencia.

Como el racionalismo es una tendencia que en sus inicios no
todos asumen -cosa normal cuando se trata de formas que
revolucionan lo que tradicionalmente se ha hecho-, pues lo que
predomina es un comitente privado que paga la edificación
de su residencia. Son los estudios y las residencias de algunos
arquitectos, y la de seguidores y gustosos de esta corriente.

Década del
cincuenta.

Muy vinculada al proceso de industrialización, la
arquitectura moderna consolida su hegemonía hacia los
años cincuenta, pautando la tercera etapa de este
recuento. De este período de bonanza económica se
aprovechan las empresas privadas para la construcción de
torres y rascacielos para oficinas y viviendas. Destacan
también las obras de interés turístico
-cabaret Tropicana-, los edificios multifamiliares (edificio
Solimar), los barrios de residencias multifamiliares y las
residencias privadas.

Max Borges. Cabaret Tropicana -salón Arcos de
Cristal o Bajo las Estrellas, 1951 (Ciudad de La Habana,
Cuba).

Elemento fundamental de esta década es la
adaptación de la construcción racionalista al
ambiente tropical, con el uso de los quiebrasoles de Le
Corbusier. En esta búsqueda de una arquitectura regional,
se desarrolla en este período un diálogo
dialéctico entre las soluciones formales de la
arquitectura moderna, y las soluciones vernáculas que
ofrece la arquitectura colonial. En esta línea desarrollan
sus obras arquitectos como Mario Romañach y Frank
Martínez.

El inminente proceso de industrialización, y el
interés por crear un sistema de infraestructuras
turísticas, traerá aparejado -hacia los años
cincuenta- una fuerte expansión urbanística y
arquitectónica de La Habana. De este período data
el Plan Director (1956) de Sert y Wiener, y la erección de
las torres en el barrio Vedado, ambos en La Habana. Esta
década consolidará la hegemonía de la
estética racionalista que protagonizará la
construcción de un abanico de tipologías y
códigos constructivos en la capital de la isla.

Serán tres las tipologías fundamentales:
hoteles, edificios de residencias y viviendas privadas. Y
serán varios los códigos constructivos: desde el
uso del curtain wall de Mies van der Rohe por el grupo de
Arquitectos Unidos -edificio de oficinas rentables del Colegio de
Arquitectos (1953-1956)-, hasta el empleo de los "quiebrasoles"
de Le Corbusier por Aquiles Capablanca y Antonio Quintana en los
edificios Tribunal de Cuentas y Retiro Médico. Desde la
presencia mínima del espacio arquitectónico, con el
objetivo de integrar lo construido a la naturaleza -salones Arcos
de Cristal y Bajo las Estrellas (1951) del Cabaret Tropicana de
Max Borges-, hasta las búsquedas formales con predominio
de los volúmenes curvos del Palacio de los Deportes
(1957), de Nicolás Arroyo y Gabriela Menéndez, o
del edificio Solimar de Manuel Copado.

La década del cincuenta también va a marcar el
momento de una arquitectura moderna a la que se le incorporan los
aportes vernáculos de la arquitectura colonial.
Fusión que había abierto Eugenio Batista una
década atrás. La mejor arquitectura encuentra su
forma de hacer, regional, mixtizando los aportes
tecnológicos, diseñísticos y funcionales del
racionalismo, con una serie de valores vernáculos que se
recuperan. Se aboga entonces por una relectura de aquellos
aportes coloniales: patios interiores, galerías
perimetrales, transparencias cromáticas del vidrio,
divisiones móviles que recuerdan las mamparas. Se
revalorizan las cualidades texturales del ladrillo y la piedra,
de la madera, la cerámica y el cristal policromado.

La tipología de casa privada será la que mejor
refleje la evolución estilística de esta forma de
hacer la arquitectura cubana. Se estructuran planos que,
además de integrarse a patios cerrados o abiertos -en los
que se incorpora la vegetación del lugar-, se distribuyen
como pantallas y tramas que regulan el aire y tamizan la luz
solar. En esta línea destacan las obras de Mario
Romañach, Frank Martínez, Nicolás Quintana y
Emilio del Junco. La arquitectura apuntó, finalmente, a la
creación de un ambiente caribeño y moderno.

Últimos 40
años.

Con el triunfo de la Revolución cubana (1959), la
arquitectura de la isla se ve envuelta en profundos cambios
teóricos y funcionales. La implantación del sistema
socialista genera la estatalización del sector y la
consiguiente eliminación de la iniciativa privada.
Atrás quedan los proyectos de las residencias
individuales, de los grandes supermercados y de las altas torres
financiadas por el comitente privado.

Ricardo Porro, Victtorio Garatti y Roberto Gottardi.
Escuelas Nacionales de Arte, 1960-1963 (Ciudad de La
Habana, Cuba).

A partir de ese momento la arquitectura da prioridad a las
más urgentes necesidades sociales, edificando escuelas,
centros hospitalarios y viviendas multifamiliares a todo lo largo
del país, fundamentalmente en las zonas rurales. "No se
trata sólo de una divergencia de los códigos
formales, sino de la transformación radical del contenido
social que fundamenta las obras" (Segre).

Esta construcción masiva y de bajo costo -viviendas,
centros hospitalarios, escuelas, industrias, vaquerías,
hoteles…- sólo es posible gracias a la
utilización de elementos prefabricados -paneles, moldes
deslizantes, losa hueca…-, que sustituyen el anterior trabajo
artesanal de recuperación de valores vernáculos.
Ante la necesidad de repetir masivamente los prototipos, dicha
industrialización de la construcción genera un
carácter estándar, homogéneo, entre las
diferentes tipologías antes citadas.

Décadas sesenta y
setenta.

Paralelo a la mencionada uniformidad durante estos cuarenta
años, la arquitectura cubana muestra una serie de obras
que destacan, al decir de la crítica, por su
carácter experimental. Sobresalen en la década del
sesenta, tres conjuntos fundamentales -la Unidad Vecinal Habana
del Este (1959-1963), las Escuelas Nacionales de Arte (1960-1963)
y la Ciudad Universitaria José Antonio Echeverría
(1961-1969)- y un edificio multifamiliar -bloque experimental de
17 plantas (1968-1970). Todos en Ciudad de La Habana.

La unidad vecinal Habana del Este -de los arquitectos Roberto
Carrazana, Reynaldo Estévez, Hugo Dacota, Mario
González y Mercedes Álvarez- resulta la primera
propuesta urbanística de gran formato que desecha la
cuadrícula tradicional, articulando entre sí los
diferentes bloques a través de áreas verdes,
espacios peatonales y zonas de aparcamiento.

Las Escuelas Nacionales de Arte -de los arquitectos Ricardo
Porro, Victtorio Garatti y Roberto Gottardi- constituyen
polémicas respuestas de una arquitectura que tensiona
entre la estetización simbólica y la función
del espacio construido. Introduce un remoto recuerdo de
cabañas africanas en la forma circular de numerosos
locales. Locales que se articulan armónicamente a
través del uso de vías de circulación
ondulantes o zigzagueante. Con muros de ladrillos y techados con
bóvedas catalanas que parecen citar viejas técnicas
coloniales.

Por su parte, la Ciudad Universitaria -de los arquitectos
Humberto Alonso, Fernando Salinas, Manuel Rubio, José
Fernández y Josefina Montalván- constituyó
el más importante proyecto de estos años.
Caracteriza al conjunto la adecuación de los bloques a los
desniveles del terreno; la articulación de los mismos a
través de galerías continuas cubiertas o
aéreas; el cromatismo sobre los espacios construidos y la
exuberante vegetación de los espacios interiores. Para la
construcción de esta magna obra se utilizó el
sistema especial de prefabricado lift slab. Será esta
Ciudad punto de referencia técnica de los grandes
conjuntos escolares que se edificarán en la década
siguiente.

Manuel Copado. Edificio Solimar (Ciudad de La Habana,
Cuba).

Finalmente, de los años sesenta, vale mencionar el
edificio experimental de 17 plantas -de los arquitectos Antonio
Quintana y Alberto Rodríguez- que se erigió con un
lenguaje verdaderamente purista. El edificio consta de dos
bloques de viviendas que se unen a través de bandas
externas de circulación horizontal, y éstas a su
vez articuladas a dos torres igualmente externas de
circulación vertical.

La década del setenta se caracterizó por una
supuesta expansión periférica de la Ciudad de La
Habana a través de los conjuntos de bloques
multifamiliares. Conjuntos que se insertaron en el entramado de
inconclusas urbanizaciones de residencias individuales de los
años pre-revolucionarios: Alamar, Altahabana, San
Agustín… Edificios realizados con la
participación popular de los propios habitantes. Como bien
asegura la crítica, los conjuntos no logran estructurar un
entramado urbano. La solución de la vivienda, vista
ideológicamente como una dádiva del estado, deviene
en monótonos repartos dormitorios con escuelas y centros
hospitalarios donde los espacios de óseo, recreo y
servicio resultan prácticamente nulos.

Es también la década de la construcción
de centenares de escuelas distribuidas en áreas
agrícolas donde se internan a cientos de miles de
adolescentes. Siendo la Escuela Secundaria Básica en el
Campo para 500 alumnos (1968-1970) -de los arquitectos Josefina
Rebellón, Ludy Abrahantes y Aníbal Hoffman- el
prototipo más difundido.

No obstante, dentro de la línea de
experimentación arquitectónica de estos años
setenta, destacan tres obras: el restaurante Las Ruinas (1970)
del Parque Lenin -del arquitecto Joaquín Galván-,
el Palacio de las Convenciones (1979) -de Antonio Quintana-
(ambas en Ciudad de La Habana), y de Fernando Salinas, la
Embajada de Cuba en México (1977). Además del tema,
estas tres obras añaden a los elementos constructivos
prefabricados referencias vernáculas: muros que fungen
como transparentes o tamices que desdibujan la frontera entre
espacio interior y exterior, y que dejan circular el aire y la
luz; cromatismo e interés por una vegetación
exuberante que juegue con los espacios construidos; y proyectos
de trabajo conjunto entre arquitectos y artistas.

Antonio Quintana. Palacio de las Convenciones, 1979
(Ciudad de La Habana, Cuba).

Décadas
ochenta-noventa.

En 1982 la UNESCO declara a La Habana Vieja y al sistema de
fortificaciones militares que la circundan, Patrimonio de la
Humanidad. Este reconocimiento significó un apoyo
técnico y económico dirigido a la
restauración de monumentos. De modo que la arquitectura
cubana de los años ochenta fija su atención en la
remodelación de la capital. Desde la restauración
del centro histórico, interviniendo en las plazas y
cuadrículas que las circundan, hasta la actuación
puntual en zonas periféricas. Se apuntaba entonces a un
incipiente mercado turístico internacional que
recién se estrenaba.

José A. Choy y Julia León. Hotel Santiago de
Cuba
, 1991 (Santiago de Cuba, Cuba).

Sin embargo, la caída del bloque socialista, la
supresión de la subvención soviética, la
entrada de capital extranjero y la dolarización
generalizada en el modo de vida cubano, genera un brusco cambio
en el quehacer arquitectónico de la isla en los
años noventa. Se cierra el ciclo de una arquitectura
socialista que pretende solucionar las necesidades de las grandes
masas (viviendas, escuelas, hospitales), y se vuelve a
privilegiar esa tipología de función
turística (hoteles, grandes centros comerciales y
residencias individuales, sólo para turismo extranjero),
ahora agravada con el sello de "área-dólar" para
esos espacios construidos, donde sólo se puede consumir
con esta moneda muy poco asequible a la mayoría de la
población de la isla.

Esta arquitectura turística, a veces historicista en su
lenguaje postmoderno, idealiza símbolos provenientes de
soluciones constructivas precolombinas antillanas (tabique de
madera y cubierta de paja), o de la arquitectura colonial
(galería continua y cubierta de teja), o bien recurren a
repertorios clásicos de la antigua tradición
greco-latina (columna, frontón y arcada que estructura un
puente sobre el agua). Más interesantes resultan aquellas
soluciones que buscan lo vernáculo local en el propio
ambiente donde erigirán su espacio construido. Es el caso
del Hotel Santiago de Cuba (1991) -de los arquitectos José
A. Choy y Julia León-. Aquí los autores parten de
una reflexión que toma en cuenta la arquitectura de techos
metálicos de la ciudad, las estructuras de los centrales
azucareros y de los almacenes del puerto.

Madrid, octubre de 2003.

 

 

Autor:

José Ramón Alonso Lorea

Creador del sitio web

Partes: 1, 2
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