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Aborto: De la disputa al debate prudente (página 2)




Enviado por Claudio Altisen



Partes: 1, 2, 3

Sorano de éfeso "considerado el gran ginecólogo
de la antigüedad romana" escribió sobre
"¿Cómo reconocer al recién nacido digno
de ser criado?"
. Y, entre otras cosas, concluyó que al
niño que no se reconociese como "digno" se le debía
dar muerte.

Entre los pueblos antiguos los niños también
fueron utilizados como material para cultos religiosos. El
sacrificio ritual de los niños, por ejemplo, fue
costumbre entre los celtas de Irlanda, los galos, los
escandinavos, los egipcios, los fenicios, los moabitas y los
amonitas. Incluso en Roma se practicaba el sacrificio de
niños, aunque clandestinamente. El naturalista latino
Plinio el Viejo, durante el primer siglo de la era cristiana,
habla de hombres que trataban de conseguir "el tuétano
de la pierna y el cerebro de los niños
pequeños",
para ofrecerlo a los dioses. De hecho, los
griegos y los romanos fueron en realidad como una isla en medio
de un mar de naciones que sacrificaban niños a los dioses.
Es más, fueron precisamente los romanos quienes trataron
"aunque en vano" de poner fin a estas prácticas
rituales.

Ahora bien, en aquellos tiempos los niños que no
habían sido "merecedores" del infanticidio o de los
sacrificios rituales, tampoco estaban a salvo; pues el abuso
sexual de los niños y de los jóvenes (el inicio
precoz de las niñas y la sodomización de los
varoncitos) fue una práctica constante, refinada y muy
extendida. Pero ocuparnos aquí de ese tema sería
objeto de otro estudio.

Como hemos señalado, los Griegos y los Romanos,
así como los demás pueblos, practicaban
infanticidio. Mataban a los niños recién nacidos
como método de control de la población,
selección de sexo, y como un medio de privar a la sociedad
de aquellos miembros que potencialmente podrían resultarle
gravosos en razón de su deformidad o minusvalía. Un
bebé que parecía débil o enfermo en el
momento del nacimiento, o que tuviera un defecto mínimo de
nacimiento (paladar hundido o pie plano, por ejemplo) era
candidato firme a ser eliminado. Las acciones para sacarse de
encima al hijo indeseado eran perpetradas por un miembro
inmediato de la familia, particularmente la madre o el padre, y
en general la decisión se tomaba dentro de los tres
primeros días después del nacimiento. Pero
también existían prácticas abortivas para
desechar a la prole indeseada antes de que ésta
naciese.

Es grande el horror que causa a nuestra sensibilidad actual la
sola idea de un padre que sea capaz de matar a su hijo. Pero
más cruel nos resulta constatar el hecho de que a esa
sociedad no les importaran los niños en absoluto, a tal
punto de que hayan sido capaces de tirarlos sin piedad a lugares
en donde morirían lenta y dolorosamente, si es que no eran
antes devorados por las bestias, o en donde quizás
podían ser recogidos por alguien que los incorporara al
mercado de esclavos o a la práctica de la
prostitución infantil. Nos horrorizan las conductas de los
antiguos; pero, sin embargo, en cierto modo estas
prácticas continúan presente en nuestra
época. Pensemos por ejemplo en la situación de los
así denominados "niños de la calle", que deambulan
invisibles ante nuestros ojos por las ciudades.

Evidencias de estas prácticas han sido encontradas en
varias excavaciones arqueológicas. En la Agora Ateniense,
por ejemplo, se descubrió un pozo que contenía los
restos de 175 bebés tirados ahí para ser ahogados.
En la Biblia también se da cuenta de estas
prácticas: el autor del libro de la Sabiduría
(12,5-6) llama "asesinos" a los padres cananeos que se
deshacían de sus propios hijos.

Por otra parte, hay que decir que no podemos asumir que el
infanticidio fuera practicado en exclusiva por personas pobres e
ignorantes. En aquella época era un tema de
discusión entre intelectuales y políticos. Se
llegó a afirmar que matar niños era esencial para
el funcionamiento de la sociedad. Nótese el tono de esta
aseveración. No estamos diciendo que aquellos hombres
obraron emocionalmente, como si fueran presa de las premuras
impuestas por un estado de angustia y desesperación
suscitado en el ánimo de progenitores con serias
dificultades para mantener a su prole. Más bien estamos
diciendo que las élites responsables de la sociedad
estaban haciendo un cálculo muy serio y ajustado,
sustentado en frías razones de conveniencia y en orden al
control de la natalidad por parte del Estado.

Séneca mismo (filósofo y senador romano, e
incluso tutor del emperador), planteó la distinción
entre el enojo y la sabiduría usando el siguiente ejemplo:
"También a los niños, si son débiles o
deformes, los hundimos, no por enojo, sino por la
sabiduría de preferir lo útil y no lo
inútil".

Es más, cuando se consideraba apropiado, los romanos no
dudaban en mutilar a los niños no deseados para hacerlos
aunque sea útiles para limosnear. Séneca,
preocupado por lo útil y lo inútil, también
trajo una justificación para este tipo de prácticas
de exposición: "Mira a los ciegos caminando por las
calles, apoyados en sus palos, y a aquellos con pies triturados,
y sigue viendo a aquellos con órganos rotos.  Este no
tiene manos, el otro tenía su hombro pero se lo han
arrancado para que sus cosas grotescas inciten risa
(…)
Vamos al origen de esas enfermedades: un laboratorio de
manufactura de seres humanos, una caverna llena con los
órganos cortados de niños vivos
(…)
¿Qué mal se le ha hecho a la República?
Por el contrario, ¿acaso estos niños no han
brindado un servicio por cuanto que sus padres los han arrojado
afuera?"
.

Es evidente la actitud de la antigüedad con respecto al
derecho más básico de todo ser humano: el derecho a
la vida, no estaba garantizado. ¿Cómo iba a
estarlo, si incluso se mataba gente por mero
entretenimiento?  En este punto los romanos se ganaron un
destacado lugar en las páginas de la historia. Ninguna
civilización antes o después de ellos fue tan
sangrienta en este aspecto. A lo largo del Imperio, más de
doscientos estadios fueron construidos específicamente
para la exhibición de un deporte muy particular:
consistía en que personas y animales fueran encerrados y
expuestos de una forma en la que no pudieran escapar antes de ser
asesinados en frente de una audiencia silbando y aplaudiendo. La
práctica era extremadamente popular. Y se completaba con
luchas salvajes entre gladiadores. En las luchas de gladiadores
alguno siempre acababa muerto o mutilado.

En su afán de producir espectáculos cada vez
más impactantes, se organizaron incluso peleas con gente
lisiada. Ningún lisiado salía vivo de la arena;
pues si sobrevivía a la lucha con su contrincante,
igualmente se lo remataba en la arena, ya que en definitiva se
trataba de alguien "inútil" para la sociedad.

Los intelectuales de la época avalaban estas cosas.

De los filósofos romanos y grandes pensadores,
sólo Séneca "aunque justificaba el infanticidio"
vio algo malo (o relativamente inútil) en la muerte como
entretenimiento. Cicerón, por su parte, pensaba que los
concursos de gladiadores promovían coraje, aunque era de
la opinión de que a él no le resultaba un
espectáculo particularmente entretenido. Juvenal, amaba
los juegos. Y Plinio decía que observar cómo la
gente era masacrada en la arena, hacia al público
más fuerte y, consecuentemente, tenía un valor
educativo muy apreciable.

2.- En las épocas del cristianismo.

Las cosas empezaron a cambiar recién cuando el mundo
antiguo entró en contacto con la tradición hebrea a
través de la influencia social del cristianismo. El pueblo
de Israel no practicaba el infanticidio, y hay que imaginar la
resonancia que habrán tenido en los oídos de los
adultos paganos de aquel tiempo, las palabras de Jesucristo
cuando dijo: "Dejad que los niños vengan a mí y
no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el
Reino de los Cielos"
(Mt. 19,14), y también: "En
verdad os digo: quien no reciba el Reino de Dios como un
niño, no entrará en él"
(Mc. 10,15).

Roma alcanzó su apogeo entre los siglos II antes de
Cristo y II después de Cristo. Hasta el siglo III el
cristianismo estaba más o menos prohibido, dependiendo de
quien gobernase. En el siglo IV, alrededor del año 300,
Roma estaba doblemente jaqueada: desde fuera estaba amenazada por
las tribus que llegaban del norte, y desde dentro estaba
amenazada por la corrupción y la disolución
interna. En el año 313, con el emperador Constantino, el
cristianismo se convirtió en una religión
públicamente aceptada dentro de los territorios del
Imperio Romano, y se puso fin a las persecuciones. En el
año 330 Constantino trasladó la capital del Imperio
a Constantinopla, cerca del Mar Negro. El Papa, por su parte,
permaneció en Roma. Desde el año 380, el emperador
Teodosio declaró al cristianismo como la religión
oficial del Estado en todo el Imperio Romano. Ahora bien, si se
observa que en Roma el infanticidio no fue declarado punible con
pena capital hasta el año 374, puede entonces apreciarse
el profundo arraigo de este tipo de prácticas de control
de la natalidad, pues las autoridades no pudieron poner fin al
asesinato de niños ni siquiera contando con la influencia
del cristianismo en los poderes decisorios más elevados de
la sociedad.

A pesar de todo, desde sus comienzos la Iglesia
católica fue muy clara respecto de este asunto. Hay un
hecho muy elocuente: las primeras comunidades cristianas
bautizaban a los niños.
En tal sentido, como la
ceremonia del bautismo representaba también la
recepción del menor en la comunidad cristiana, este
sacramento tuvo el efecto de acabar gradualmente con el
infanticidio pagano. Por otra parte, la Iglesia de los primeros
siglos veneró como a santos a los niños
mártires. Tal es el caso, por ejemplo, de San Tarsicio,
muerto a los 12 años durante la persecución de
Valeriano (257-260) mientras ejercía el acolitado llevando
el Viático a los cristianos encarcelados. La
devoción de los primeros cristianos por los niños
mártires resultó muy significativa; pues de cara a
los paganos evidenciaba el reconocimiento de los menores de edad
como hijos de Dios y hombres verdaderos, a pleno derecho
ciudadanos de la Iglesia y herederos de las promesas divinas.

Unánimemente, a lo largo de la historia, los Padres de
la Iglesia, sus Pastores y sus Doctores, no dudaron en calificar
al aborto como homicidio. Los más antiguos documentos de
la Iglesia lo denunciaron con severísimas palabras, por
considerarlo contrario a la ley natural y a la ley divina. Pueden
consultarse al respecto: la "Didaché Apostolorum", el
"Apologeticum" de Tertuliano, o "De nupcias et concupiscentia" de
San Agustín, entre tantos otros escritos antiguos del
mismo tenor respecto del aborto.

El primer Concilio de Maguncia, en la Alemania del año
847, reafirmó las penas decretadas por concilios
anteriores contra quienes practicasen abortos, y determinó
que sea impuesta la penitencia más rigurosa "a las
mujeres que provoquen la eliminación del fruto concebido
en su seno".

Entre los siglos XI y XII, el Decreto de Graciano (pieza de
gran relevancia en la génesis del ordenamiento
jurídico occidental) recuperó diversos escritos y
colecciones del derecho antiguo, entre las que se encontraban
estas palabras del Papa Esteban V, de finales del siglo IX:
"Es homicida quien hace perecer, por medio del aborto, lo que
había sido concebido"
.

Ya en pleno Medioevo, en el siglo XIII, Santo Tomás de
Aquino enseñó que el aborto es un gravísimo
pecado, del todo contrario a la ley natural ("Comentario sobre
las Sentencias"; Libro IV) [2].

En la época del Renacimiento, el Papa Sixto V
condenó el aborto con la mayor severidad.

Incluso las Iglesias surgidas de la Reforma Protestante,
aunque mantuvieron históricamente una postura concesiva en
relación al control de nacimientos, en ningún caso
incluyeron la práctica del aborto, al cual
continúan todavía rechazándolo como medio
normal para limitar el número de nacimientos. Solo admiten
el aborto en casos graves y muy excepcionales, como por ejemplo
en casos de violación, de malformación del feto o
en situación de grave peligro de muerte de la madre. Pero
en ningún caso el protestantismo indica en este respecto
una norma de conducta con validez general. Escribió
Lutero: "Cuando es concebido un niño, el alma es
creada junto con el cuerpo"
.

Tanto los protestantes como los católicos se opusieron
fuertemente a la difusión de las prácticas
abortistas. Por ejemplo: las persecuciones organizadas contra
mujeres acusadas de brujería,
llevadas a cabo durante
los siglos XV y XVIII, fueron perpetradas por católicos y
por protestantes. Entre las principales acusaciones que se les
hacían a estas mujeres, caben destacar: la interferencia
en la concepción y la práctica de abortos. En su
mayoría las brujas eran mujeres pobres que se sustentaban
económicamente haciendo uso de sus conocimientos en la
administración de la medicina popular de la época,
sobre todo en lo relacionado con los partos, la
anticoncepción y el aborto. Ese tipo de conocimientos
"técnicos" se denominaban "hechicería". Las brujas
ocultaban sus actividades presentándose ante la sociedad
como tejedoras, vendedoras, viudas que ayudaban a otras mujeres
para así sustentar a sus propias familias, etc. Se las
denominaba "vagabundas", por su ir y venir de una casa a la otra.
No eran empero señoras de clase alta ni siervas, sino
principalmente mujeres de la clase media no muy acomodada:
parientes de comerciantes, artesanos y pequeños
funcionarios de la corona. En la época se pensaba que su
mal residía en su sangre, razón por la cual se
consideraba que el único modo de "purificarlas" era a
través del fuego. Asimismo, los protestantes de Inglaterra
y de Estados Unidos prefirieron también la horca.

Hasta el siglo XIV los Papas y los tribunales del Santo Oficio
no se ocuparon de las brujas, e incluso trataron de minimizar y
evitar involucrarse en las causas de brujería que las
autoridades civiles les presentaban [3]. La
cacería más bien comenzó por insistencia del
pueblo y de algunos monarcas, ya entrado el siglo XV en el sur de
Francia. Asimismo, de entre todas las causas por brujería
habidas durante los siglos XV y XVI, la Inquisición
católica aceptó ocuparse tan solo del 20% de ellas,
el resto fue tratado en los Tribunales civiles. Pero, en las
primeras décadas del siglo XVII los inquisidores
españoles decidieron esclarecer el tema de una buena vez,
e hicieron un denso y moderado estudio de campo basado en
entrevistas a más de 1800 brujas (españolas y
francesas) a las que se otorgó un tiempo de gracia, para
que pudieran hablar con los inquisidores sin temor. Las
entrevistas arrojaron como resultado un escrito de 11200
páginas de notas, a partir de las cuales se
concluyó que no existían pruebas valederas que
permitieran demostrar la brujería en un juicio. En
consecuencia, la caza y quema de brujas y embrujados fue abolida
por la Iglesia católica durante el transcurso del siglo
XVII.

Por otra parte, entre los protestantes la cacería de
brujas fue intensa. En Alemania, por ejemplo, la
Inquisición protestante llegó a condenar al
10% del total de la población, entre los siglos XVI y
XVII. Recién hacia finales del siglo XVIII, y a instancia
de las críticas lanzadas desde las universidades,
resultó abolida la caza de brujas en los países
protestantes.

El hecho de que la Iglesia haya estudiado y detenido la
persecución de brujas, no significó
modificación alguna en su posición oficial sobre el
aborto. En las últimas décadas del siglo XVII y ni
bien comenzando la Modernidad, el Papa Inocencio XI
reprobó las proposiciones de ciertos canonistas laxistas
que, basándose en la hipótesis medieval de la
recepción sucesiva de las almas en la generación de
la vida humana, pretendían disculpar el aborto provocado
antes del momento en el que el nuevo ser recibiera la
animación espiritual.

Hasta nuestros días, todos los Papas han proclamado de
manera unánime y con la máxima claridad esta
milenaria doctrina contraria a las prácticas abortistas,
rechazándolas desde el mismísimo momento de la
concepción.

Algunos abortistas actuales citan en contrario el Magisterio
del moderado Papa Gregorio XIV, cuando en 1591 en la Bula "Sedes
Apostólica" escribió sobre quienes practicaban
abortos: "Cuando no hay homicidio o cuando no está
involucrado un feto animado, no se debe castigar más
estrictamente que los cánones sagrados o la
legislación civil"
. Se ha de aclarar que la
expresión "feto animado" "por contraposición a
"feto inanimado"" no refiere a un ser que "todavía" no sea
humano, sino simplemente a un feto ya muerto en el vientre de su
madre.

3.- En la Modernidad y el siglo XX.

Aunque estaba moralmente prohibido como cosa inadmisible y
gravísima, a la cual le cabían severas penitencias
e incluso excomunión, el aborto no se considero una
acción ilegal sino hasta bien entrado el siglo
XVIII y, más propiamente, durante la constitución
de los ordenamientos jurídicos del siglo XIX. En esta
época la voz determinante ya no era la de los Papas, sino
la de los gobernantes y juristas de los recientes Estados
nacionales.

Según algunos autores, el aborto se prohibió
durante la Modernidad para proteger a las mujeres de
intervenciones quirúrgicas que, en aquellos tiempos, eran
muy riesgosas para ellas mismas. La única situación
en la que estaba permitido era en los casos donde peligrara la
vida de la madre; pero, siempre y cuando no se intentara
directamente el aborto, sino que el mismo tan solo se siguiera
como consecuencia indeseable de las intervenciones médicas
realizadas en la mujer embarazada.

Durante el siglo XX todo cambió
drásticamente.

La legalización del aborto liberalizó la
interrupción de embarazos no deseados en diversas
situaciones médicas, sociales o particulares. Los abortos
por voluntad expresa de la madre fueron legalizados primero en
Rusia (1920) bajo el gobierno de Lenin.

Durante la segunda guerra mundial, el nazismo impulsó
una decidida política abortista con intencionalidad
eugenésica ("buen engendramiento": selección
racial), lo cual incluía la esterilización de las
personas catalogadas como "asociales". Después de la
segunda guerra mundial, se permitió la práctica de
abortos en Japón y en algunos países de Europa del
este. Téngase en cuenta el perfil autoritario de los
gobernantes de esos países en aquellos años.

El aborto se practicó durante la primera mitad del
siglo XX, incluso hasta el sexto mes de embarazo, y siempre
contando con el consentimiento de la madre. Luego, conforme
avanzaron los estudios sobre el desarrollo prenatal, el tiempo
fue reduciéndose paulatinamente hasta los tres meses de
embarazo; tal es el caso de las disposiciones restrictivas de
Stalin en la Rusia de los años 30.

Llegando a los años 50 existían tan solo cuatro
países que permitían el aborto, aunque con
diferentes alcances: Argentina, Suiza, la URSS y Japón. Lo
permitían, respectivamente: en caso de conflicto con la
vida de la madre (Argentina y Suiza), por causas sentimentales
privadas (Suiza), con miras neomalthusianas (las naciones de la
Unión Soviética y Japón).

Hacia el final de los años 60, y en relación con
la revolución sexual y la actividad de los movimientos
feministas en Canadá, Estados Unidos y Europa, la
despenalización del aborto se extendió a muchos
países más.

En 1973, la sentencia judicial en el caso "Roe vs.
Wade"
condujo a la legalización del aborto en Estados
Unidos. Solo quedó sujeto a dos condiciones: que lo
practicara un médico, y que se realizara antes del cuarto
mes de embarazo. La legislación norteamericana fue un hito
muy importante en la historia reciente del aborto; pues
operó como modelo para otras Naciones que todavía
no se atrevían a dar el paso de legalizarlo.

En 1973 ya existían 44 países en los cuales el
aborto era legal. De entre esos países: diecinueve
sólo lo permitían por razones médicas, seis
incluían además razones morales, y los diecinueve
restantes incluían además otros tipos de razones.
Los países de fuerte tradición católica,
como Irlanda y los de la Europa mediterránea (Italia,
Portugal y España), no tenían liberalizado
ningún supuesto. Pero, durante la década de los
años 70, la mayoría de los países
desarrollados siguieron el ejemplo norteamericano: despenalizaron
el aborto y ampliaron las circunstancias en que éste era
permitido. En algunos de ellos "especialmente en los
escandinavos" se ofreció gratuitamente a la
población, formando parte del servicio de salud a cargo
del Estado.

A lo largo de la década muchos otros países
"incluso de tradición católica" fueron
despenalizando el aborto. Por ejemplo: Francia (1975), Nueva
Zelanda (1977), Italia (1978) y los Países Bajos
(1980).

El caso de Alemania es muy singular y peculiarmente
interesante.

En 1938 un juzgado de Nuremberg autorizó que se
practicasen abortos a los judíos, y un Decreto de 1943
legalizó el aborto practicado a los trabajadores polacos.
En 1943 el Jefe de Salud del Tercer Reich, Heinrich Himmler,
dispuso ampliamente que "se podrá interrumpir el
embarazo si la mujer embarazada lo desea".
En tal sentido,
desde el punto de vista histórico el nazismo fue el primer
sistema político que instauró como política
de Estado dos cosas: el aborto a petición como derecho y
"a diferencia de Rusia" su despenalización como parte de
un programa sistemático de genocidio a través de la
Rasse und Siedlughshauptamt (Oficina Principal de Raza y
Colonización), que era una agencia de las SS. Esto quiere
decir que el aborto fue usado por los nazis como un instrumento
criminal para la reducción selectiva de
minorías.

Después de la derrota del Tercer Reich y a la vista de
las aberraciones del nazismo en lo referido a la
Rassenhygiene (higiene racial), nació en 1947 el
"Código de Nuremberg". Este fue el primer documento que
proveyó unas regulaciones éticas para las
investigaciones de la medicina sobre sujetos humanos, basadas en
el desarrollo del consentimiento libre e informado. Por su parte,
la denominada "Ley Fundamental de Bonn" (Grundgesetz)
promulgada en 1949 y enmendada en el año 2001, es la
Constitución de la República Federal de Alemania.
La Ley Fundamental es muy explícita en lo referido a la
protección de la vida y a la dignidad humana; en tal
sentido, la introducción de prácticas abortistas no
pudo realizarse más que en forma restrictiva y nunca como
un derecho, sino a lo sumo como una despenalización de
esta conducta en ciertas condiciones. En tal sentido, en 1975 la
Corte Suprema Alemana abolió todas las leyes estatales que
legalizaban el aborto, sosteniendo que contradecían los
derechos humanos.

En 1995, con el fin de reconciliar las leyes sobre aborto de
las antiguas repúblicas de Alemania del Este y del Oeste,
Alemania adoptó una ley que ampliaba las circunstancias
bajo las cuales el aborto estaba permitido en lo que era Alemania
Occidental, mientras que incrementaba las restricciones sobre
esta materia en la antigua Alemania Oriental. En concreto: se
estableció que el aborto no es punible, pero tampoco es
legal.

Bajo la nueva legislación, la persona que aborta no
puede ser procesada durante las primeras 12 semanas del embarazo
y el aborto es entonces posible, sin ninguna razón que lo
limite. Pero las mujeres que buscan el aborto deben cumplir
ciertos requisitos de procedimiento. Estos procedimientos
consisten en que quien busca que se le practique un aborto debe
pasar antes por dos centros de asesoría, en su
mayoría tutelados por miembros de las iglesias
católica y protestante, los cuales deben ejercer un papel
disuasorio.

De esta manera los alemanes mantuvieron la prohibición
de realizar abortos, pero despenalizaron aquellos casos en los
que la mujer pudiera acreditar que había sido asesorada
sobre la materia. Este asesoramiento debe intentar evitar el
aborto, y puede ser llevado a cabo tanto por entidades estatales
como eclesiásticas. Una vez que la consulta ha tenido
lugar, se extiende un "certificado de asesoramiento".
Después de tres días de haber obtenido el
certificado, y no habiendo superado las 12 semanas de embarazo,
la mujer puede solicitar que se le practique un aborto.

Como este asesoramiento tiene un carácter obligatorio,
el certificado que se emite como resultado de él es un
requisito indispensable para abortar. Además, de hecho,
acaba tratándose nada más que de un certificado
cuyo único fin es el de facilitar la práctica del
aborto de manera no punible.
Como se ve, la situación
plantea un problema bastante delicado para la conciencia de los
cristianos: la participación en este sistema ideado por el
legislador, ¿no representa acaso una cooperación
material al aborto? En consecuencia, algunas diócesis
crearon centros de asesoramiento en los que no se entregaran esos
certificados exigidos por el Estado. Ahora bien, la única
forma de hacer un aborto no punible es obteniendo el certificado
otorgado por un establecimiento reconocido oficialmente. Sin
embargo, los consultorios en donde no se expende el certificado
de asesoramiento, tienen dificultades para funcionar, pues no
reciben financiamiento del Estado (porque están obrando
fuera del circuito legal) y porque, en consecuencia, reciben
pocas consultas. Esto los coloca en situación de
desventaja respecto de los centros de asesoramiento estatales. No
es difícil darse cuenta que la tentación para los
cristianos es grande: si se integran al sistema oficial tienen
asegurada una clientela numerosa "aparte del financiamiento del
Estado" y, por tanto, la posibilidad de salvar muchas vidas. El
costo, sin embargo, consiste en que las mujeres que decidan
abortar podrán hacerlo gracias al certificado que
habrán recibido de la misma Iglesia que se opone al
aborto. Es la vieja discusión de si acaso el fin justifica
los medios. Sin embargo, varias entidades católicas
pasaron a formar parte del sistema oficial. Esta decisión
desató una gran polémica con el Vaticano, pues a
principios de 1998 el Papa Juan Pablo II envió una carta
al episcopado alemán, en la cual instaba a los obispos a
no extender más "licencias de muerte" o certificados
"oficiales" que atestiguaran que se había pasado por la
asesoría. El Papa manifestaba su preocupación de
"que las instituciones eclesiales no fueran corresponsables
del asesinato de niños inocentes".
Y afirmaba que
otorgando estos certificados, las consultoras católicas
"se ven implicadas en la aplicación de una
legislación que lleva al asesinato de personas
inocentes".
Respecto de cualesquiera otros tipos de
asesoramiento "no oficial" (es decir: sin entrega de
certificados), el Papa no solo no expresaba objeción
alguna, sino incluso aliento. Y añadía: "No
tiene que ser sólo la obligación de una
prescripción legislativa la que lleve a las mujeres a los
consultorios eclesiales; tiene que ser, sobre todo, la
competencia profesional, la atención humana y la
disponibilidad a la ayuda concreta que se encuentran en
ellos"
. En respuesta, los católicos alemanes hicieron
amagos de rebelión, pero al final obedecieron el pedido
del Papa. En la práctica, sin embargo, persisten grupos de
católicos que siguen al frente de algunas asesorías
oficiales.

La experiencia alemana y los debates que suscitó,
alentaron a diversos grupos pro-vida de todo el mundo.
Así, en diferentes países los católicos se
han organizado para instrumentar sistemas no estatales de
asesoramiento, a los que pueden acudir libremente las mujeres
enfrentadas a la alternativa del aborto. Aunque, naturalmente, la
diferencia radica en que, en Alemania, las mujeres que quieran
abortar están obligadas a pedir ese consejo.

En torno a la evolución del aborto durante los
años 70, no podemos dejar de mencionar a la
Organización de las Naciones Unidas (ONU), que ha sido y
es una de sus principales promotoras en todo el mundo. Lleva
adelante sus actividades de promoción mediante la
difusión de la así denominada Teoría de
Género, y muy especialmente a través de las
Conferencias Mundiales de la Mujer (Iº Conferencia en
Méjico, 1975; IIº en Copenhague, 1980; IIIº en
Nairobi, 1985; IVº en Beijing, 1995) y mediante otras
actividades menores a nivel regional o local, en donde se tratan
cuestiones relacionadas con los temas tratados en esas
conferencias (por ejemplo: las Sesiones Extraordinarias de
Beijing +5, en el año 2000).

También se incluyen temas relacionados con la
legalización del aborto en Conferencias de la ONU sobre
otros asuntos; por ejemplo: Cumbre sobre Medio Ambiente y
Desarrollo (Río de Janeiro, 1992); Conferencia
Internacional sobre Población y Desarrollo (El Cairo,
1994); Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social (Copenhague, 1995);
Cumbre Mundial sobre la Alimentación (Roma, 1996),
etc.

Finalmente, en lo que se refiere a la creación de
herramientas para la promoción de la condición de
la mujer (y también del aborto), la ONU ideó nuevos
instrumentos normativos y dio forma a organismos internacionales
específicos; como por ejemplo: UNIFEM (Fondo de Naciones
Unidas para las mujeres), INSTRAW (Instituto Internacional para
la Investigación y la Formación para el adelanto de
la mujer), y CEDAW (Comité para la eliminación de
la discriminación contra la mujer). 

La ONU no está sola en esta enorme campaña, sino
que también la circundan muchas ONG y Agencias
Internacionales, las cuales le ayudan a llevar adelante
campañas en pro de la legalización mundial del
aborto.

Las razones invocadas para estos cambios legales durante el
siglo XX, fueron básicamente de tres tipos:

1.- La mortalidad materna asociada a la práctica de
abortos ilegales.

2.- Los temores respecto de la sobrepoblación
mundial.

3.- La promoción de los derechos de la mujer,
según la visión de los movimientos feministas
más radicalizados y de los cultores de la Teoría de
Género.

El punto es que hacia 1980 el aborto ya se encontraba bien
extendido por el mundo, aunque con distintos alcances.
Aproximadamente el 20% de la población mundial habitaba en
países donde el aborto tan sólo se admitía
indirectamente en situaciones de riesgo para la vida de la madre.
El 40% residía en países en los que el aborto
podía llegar a ser permitido en algunos casos más:
situaciones de riesgo para la salud de la madre, violaciones o
incesto, así como en presencia de alteraciones
genéticas en el feto o en situaciones sociales especiales;
por ejemplo: madres con discapacidad mental, solteras o con bajos
ingresos. El 40% de la población restante habitaba en los
lugares donde el aborto estaba ampliamente liberalizado, teniendo
como única condición el realizarse dentro de los
plazos legales estipulados. Desde entonces, el movimiento de
despenalización sigue creciendo en todo el mundo, y
organizándose cada vez mejor para conseguir
aceptación en sectores cada vez más amplios de la
población mundial.

II. El remanido artículo
86.

En la legislación de nuestro país (Argentina),
la dignidad humana de las personas antes de su nacimiento
está contemplada desde el año 1871. Esta es,
según la Ley 340, la fecha de entrada en vigor del
Código Civil de la República Argentina redactado
por el doctor Dalmacio Vélez Sársfield.

Según el Código Civil se ha de considerar que
una persona existe desde su concepción en el seno materno.
Al respecto, el artículo 70 dice: "Desde la
concepción en el seno materno comienza la existencia de
las personas; y antes de su nacimiento pueden adquirir algunos
derechos, como si ya hubiesen nacido…"
. Queda claro
entonces que, para la legislación argentina, el ser humano
todavía por nacer debe ser considerado persona desde el
inicio mismo de su existencia en el seno materno. Luego, los
derechos que las personas por nacer pueden adquirir serán
definitivamente consolidados en el momento mismo de su
nacimiento. El artículo 63 del Código Civil
establece que "son personas por nacer las que no habiendo
nacido están concebidas en el seno materno"
.

Nuestro ordenamiento, en definitiva, les reconoce a las
personas por nacer todos los derechos inherentes al ser humano,
de los cuales no pueden ser bajo ningún punto de vista
privados sin ocasionarles un grave daño o perjuicio, que
traerá evidentemente una sanción penal para el que
los violase, más aún, considerando que la
víctima es una persona sin posibilidades reales de
defensa.

El Código Penal de la República Argentina, por
su parte, también reconoce la dignidad humana de la
persona por nacer al tratar con absoluta claridad el asunto del
aborto, al que coloca dentro de los delitos contra la vida. En
efecto, en Argentina el aborto es ilegal. La ley establece penas
tanto para la mujer que se lo practica como para quien realiza el
procedimiento (artículos 85, 86, 87 y 88 del Código
Penal).

Los elementos comunes a todas las figuras del aborto son: 1)
la existencia de un embarazo en la mujer; 2) que la persona por
nacer se encuentre con vida; 3) que la muerte se haya debido a la
acción realizada. Con respecto a este último punto:
el delito del aborto está constituido por las acciones de
las que se sigue una interrupción del embarazo, matando
así a la persona por nacer. El artículo 85 del
Código Penal establece: "El que causare un aborto
será reprimido: 1) con reclusión o prisión
de 3 a 10 años, si obrare sin consentimiento de la mujer.
Esta pena podrá elevarse hasta 15 años, si el hecho
fuere seguido de la muerte de la mujer. 2) Con reclusión o
prisión de 1 a 4 años si obrare con consentimiento
de la mujer. El máximum de la pena se elevará a 6
años, si el hecho fuere seguido de la muerte de la
mujer"
.

Ahora bien, la legislación argentina contempla
excepciones a la hora de castigar el aborto.

El artículo 86 del Código Penal dice: "El
aborto practicado por un médico diplomado con el
consentimiento de la mujer encinta, no es punible: 1) Si se ha
hecho con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud de
la madre, y si este peligro no puede ser evitado por otros
medios. 2) Si el embarazo proviene de una violación o de
un atentado al pudor cometido sobre una mujer idiota o demente.
En ese caso, el consentimiento de su representante legal
deberá ser requerido para el aborto".

Cabe señalar que el Código Penal argentino fue
promulgado en 1886 y comenzó a regir en 1887, y que desde
entonces siempre se condenó el aborto en Argentina, no
previendo formas de impunidad o excepciones a la regla. El
proyecto de reforma de 1917 tampoco las imaginó, y
recién el despacho final de la Comisión del Senado,
en 1919, introdujo formas de impunidad en la figura del aborto
tomándolas del artículo 112 del anteproyecto del
Código Penal suizo; aunque con errores de redacción
que dieron lugar hasta en la actualidad para la discusión
doctrinaria sobre su alcance. Finalmente fue sancionado por el
Congreso Nacional por Ley Nº 11.179 y su vigencia
comenzó el 29 de Abril de 1922. El texto actual del
articulado del delito de aborto es el original del Código
de 1922; excepto un solo artículo, el Nº 86, que tuvo
desde entonces cuatro reformas en su redacción, la
última de las cuales data de 1984. La primera reforma data
de 1968; la cual expresaba sobre el inciso 1: "Si se ha hecho
con el fin de evitar un grave peligro para la vida o la salud de
la madre, y si este peligro no puede ser evitado por otros
medios";
y sobre el inciso 2: "Si el embarazo proviene de
una violación por la cual la acción penal haya sido
iniciada. Cuando la víctima fuere una menor o una mujer
idiota o demente, será necesario el consentimiento de su
representante legal"
.

Estas reformas estuvieron en vigencia hasta 1973, fecha en la
que se volvió a retomar al texto original de 1922. En un
tercer momento, la reforma de 1968 volvió a ser
reincorporada en 1976. Pero, finalmente, volvió a ser
derogada por la Ley 23.077 del año 1984, que reimpuso la
redacción original del Código Penal de 1922.

Desde el año 1984 se presentaron ante el Congreso
Nacional más de una docena de proyectos de reformas a la
Ley actual, pero nunca pasaron de ser trámites
parlamentarios burocráticos, sin tratamiento legislativo.
Dichos proyectos, por ejemplo, pretendían derogar las
figuras del aborto no punible previstas en el artículo 86,
algunos apuntaban a mejorar su redacción, y otros
propusieron legalizar el aborto reglamentando su ejercicio.
Así llegamos al siglo XXI y debemos señalar que en
la actualidad existen varios proyectos de legalización del
aborto presentados a consideración de las cámaras
en el Congreso Nacional.

En el contexto de un mediático debate que propugna la
legalización del aborto en Argentina, este artículo
86 está dando mucho que hablar. Sin embargo, hay que
señalar algunas cosas: la expresión "no es
punible"
significa que se trata de una excusa absolutoria; es
decir: que en Argentina todo aborto es siempre un hecho
delictivo, pero que bajo determinadas condiciones puede no ser
penado. Al respecto, y aunque parezca una obviedad, conviene
subrayar lo siguiente: como sucede en todo sistema penal, primero
se debe realizar el acto, y recién luego de la
investigación penal se puede concluir si se han dado o no
los requisitos para que opere la excusa absolutoria. Esto quiere
decir que el juzgamiento es siempre posterior a la
realización del hecho tipificado como delito. Eso es
obvio. Y por eso mismo resultan absurdos los pedidos judiciales
de "autorización para realizar abortos". Mucho
más absurda todavía, es la concesión de
tales pedidos por parte de los jueces, o los fallos que sostienen
que en estos casos la decisión recae en el médico,
que podría hacerlo a su gusto y sin necesidad de
autorización judicial. Es entendible que, en consecuencia,
los médicos se nieguen a cometer delitos aunque, luego, no
se los vaya a penar por ello. De hecho, ambos supuestos de no
punibilidad del aborto, estuvieron en desuso en Argentina, al
menos en los últimos cuarenta años, donde no se
registra caso alguno en el que fueran aplicados. Los motivos de
la no aplicación de ambos supuestos de excusa absolutoria,
son evidentes y así lo expresó la pacífica
jurisprudencia:

1)     El segundo inciso es un supuesto de
aborto eugenésico, acorde con las teorías racistas
imperantes a comienzos del siglo XX. Esta hipótesis fue
descartada científicamente y, sobre todo, repudiada
universalmente, por ser la base de un régimen monstruoso
como el nacionalsocialismo alemán.

2)     El primer inciso también fue
dejado prontamente de lado, por dos motivos:

2.a) La profundización cultural del respeto a la
dignidad humana, lo cual implica idéntico derecho a la
vida de las personas por nacer, con relación a las ya
nacidas.

2.b) El avance constante de la medicina, hace ya bastante
tiempo que volvió prácticamente inexistentes los
supuestos en que debía optarse entre la vida del hijo o la
de la madre. Por otra parte, también se descartaron los
argumentos relacionados con los problemas psicológicos de
la madre a consecuencia del embarazo, pues estos siempre tienen
una terapia adecuada para su tratamiento. Por otra parte, existe
evidencia respecto del fuerte riesgo de lesión
psicológica que implica el aborto en sí mismo, la
cual es conocida entre los científicos como
"síndrome post aborto".

Por todos estos motivos, desde los años 60, los dos
incisos del artículo 86 del Código Penal Argentino
se dejaron de aplicar. Por otra parte, la reforma constitucional
de 1994 profundizó el giro humanista nada menos que en el
vértice mismo de nuestra legislación nacional, al
aceptar con rango constitucional diversos tratados
internacionales de derechos humanos. Acentuando todavía
más la postura, en el año 1998 el Estado argentino
decretó el 25 de Marzo de cada año como
"Celebración del Día del Niño por
Nacer"
.

III. La preparación del
terreno.

Conseguir que en un país como el nuestro exista una ley
de aborto, no puede lograrse sin una cuidadosa preparación
de las disposiciones más convenientes para ello en la
mentalidad de la población. Esto significa que se han de
confundir los conceptos y debilitar en las personas las barreras
emocionales y los sistemas de creencia contrarios al aborto.

Para eso, los abortistas suelen plantear el tema en los medios
de comunicación presentando casos límites, para
conseguir con ellos un efecto emocional más contundente
sobre el público; por ejemplo: crudísimos casos de
anancefalia o aberrantes casos esporádicos de
violación.

Es muy frecuente el uso de falacias; esto es, el decir unas
cosas con la pretensión de que justifiquen a otras que no
tienen nada que ver, o sacar conclusiones apresuradas desde
premisas con las cuales no guardan una relación de
necesidad lógica. Un error muy frecuente consiste en
confundir los juicios de existencia con los juicios de valor. En
efecto, una cosa es afirmar que algo sucede, y otra cosa es
afirmar que eso que sucede es un derecho o algo bueno y deseable.
La ley no se enuncia para organizar arbitrariamente lo que pasa,
sino para ordenar lo que está pasando hacia lo que tiene
de estable. La palabra "nomos", en griego, quiere decir
precisamente eso: la estancia del ser, la experiencia que el
hombre tiene de lo estable, de lo que es capaz de trascender los
contrastes. Así, la ley es apoyo y protección de la
vida humana. Apoyo para el sustento de una vida vivida
dignamente, y protección para que la vida no se convierta
en objeto de oscura manipulación.

No todo lo que sucede es admisible sólo porque sucede;
pues no todo lo que sucede es ordenable en pos de la dignidad
humana. En consecuencia, del mero hecho de que existan abortos no
se sigue necesariamente que deban legalizarse, por muy extendida
que sea su práctica.

Sin embargo, los juicios de existencia sobre la
extensión de las prácticas abortivas brindan un
gran servicio a los intereses de los propagandistas del aborto;
pues gracias a ellos ganan efecto sobre el acostumbrado
conformismo de las masas consumidoras de discursos
mass-mediáticos. Por otra parte, logran atraer la
atención de los políticos y legisladores que
"temerosos de los resultados de las encuestas de popularidad"
trabajan sobre los niveles de demanda agregada por aquellos
sectores de la población que saben ganar una amenazante
visibilidad en los medios masivos de comunicación.

1.- Medios de comunicación y democracia
débil.

Los medios de comunicación, por su parte, suelen estar
muy atentos al número de consumidores que puedan atraer
hacia su oferta. Con frecuencia, entonces, los responsables de
los medios están más atentos al montaje de
espectáculos atractivos que al cuidado de los contenidos.
Y en ese contexto las declamaciones de los abortistas ofrecen un
material muy apto para el espectáculo, pues no sostienen
su postura con enunciados sustantivos, sino más bien con
actitudes maniqueas cargadas de adjetivaciones descalificatorias
respecto de las posiciones que les son contrarias. Así es
como en los denominados "debates televisivos", por ejemplo, los
propagandistas del aborto resultan más atractivos para los
productores del espectáculo y para los espectadores
ávidos de emociones. Por este camino van dando forma a una
opinión pública que no va mucho más
allá de las apreciaciones sensibles, a la vez que evitan
entrar en el "aburrido" terreno de las argumentaciones que
pretenden ir al fondo y al fundamento de la problemática
en debate.

En un contexto de "democracia en sentido débil"
[4] la operación política que llevan a
cabo les resulta muy eficaz; pues en democracias de este tipo las
minorías han de inclinarse ante las decisiones que le
imponen quienes detentan la opinión mayoritaria en un
tiempo dado. Por otra parte, sabiendo que todo lo que hacen unos
hombres en una época puede ser anulado por otros
más adelante, porque todo lo que una mayoría decide
hoy puede ser abrogado por otra mayoría mañana,
renuncian a discutir ideales y se mantienen estrictamente en el
reducido nivel de lo factible y plausible. De esta manera, los
meros juicios de existencia les sirven para reducir todo el
debate al ámbito de lo empírico, encerrando la
discusión en las fronteras de lo cuantitativo y de lo
factible. Excluidos entonces del debate los juicios del valor,
los planteos éticos se quedan sin interlocutores capaces
de abrirles espacios de recepción de cara a la
opinión pública. Con frecuencia esta
situación genera en los espectadores la sensación
de que las personas contrarias al aborto dan la espalda a los
sufrimientos de las mujeres embarazadas (pobres, solteras,
menores de edad, víctimas de abusos sexuales, etc.), y que
tan sólo hablan para sí mismos. En consecuencia, se
va formando en la opinión pública la
percepción de que los no-abortistas pretenden imponer sus
ideas, penetrando en las esferas más íntimas de las
personas, para levantar pesadas barreras "idealizadas" que
obstaculizan su desarrollo individual concreto. Las discusiones
que sobre esto se plantean en los medios de comunicación,
hacen aparecer a la ética como un inflado muestrario de
opiniones y arbitrariedades autoritarias y opacas a la
razón. Las personas comunes sienten entonces amargura y
aversión hacia un tipo de discurso ético que se les
presenta como exigiéndoles decisiones que no podrán
tomar sin experimentar alguna cuota de dolor. Entretanto, los
otros les prometen soluciones prácticamente indoloras.

Sin embargo, la gente no se cree cualquier cosa. Hay que tener
en cuenta que la opinión pública no se identifica
tan simplemente con la opinión del público. Las
soluciones meramente técnicas no satisfacen
suficientemente, y es ineludible el enfrentarse con interrogantes
éticos. En la vida concreta, los problemas morales
(prácticos) a los que el público se ve enfrentado a
diario, les llevan a plantearse problemas éticos
(teóricos) en un intento por tratar de encontrar el modo
de esclarecer cuáles son las condiciones de posibilidad
para hacer efectiva una conducta recta; es decir, lo más
derechamente ordenada a un estado de felicidad pleno y duradero,
en medio de las peculiares circunstancias en las que a cada quien
le toca vivir. En el fondo la gente percibe que legalidad y
moralidad no se identifican tan simplemente.

Por eso, mirando las cosas con mayor profundidad, puede
observarse que la amargura y desilusión que muchas
personas experimentan frente a los planteos éticos, tiene
un motivo más específico: en el fondo esperan que
ese discurso (que en torno al aborto suele ser católico)
les señale el modo concreto de hacer posible un
tránsito menos traumático por la dura
situación existencial en la que se encuentran.

La gente quiere compromiso y transformación de
situaciones, en lugar de mera lucidez en las explicaciones.

Así las cosas, quizás tengamos que aprender a
conceder algún valor a los planteos de los abortistas:

1)     Desafían nuestras certezas y
nos dan mucho en que pensar.

2)     Tienen razón al afirmar que
el aborto existe de manera clandestina y que se realiza en
condiciones que pueden poner en serio riesgo la vida misma de las
mujeres que se someten a esas prácticas.

3)     Es legítimo su reclamo de
soluciones de orden práctico para afrontar las
problemáticas relacionadas con los embarazos más
difíciles; es decir: los producidos por violaciones, los
no planificados por los padres, los de las chicas menores de
edad, los de las personas con serias dificultades
económicas para educar y mantener dignamente a sus hijos,
etc.

4)     Es cierto que la mera
prohibición del aborto no alcanza para dar respuesta a los
problemas existenciales que subyacen a estas
problemáticas.

Ahora bien, también hay que señalar que los
propagandistas del aborto no siempre están tan abiertos al
diálogo como dicen. De hecho, no suelen dar lugar a las
siguientes constataciones de cosas que ya se han dicho y hecho, o
que se ha planteado que podrían hacerse:

1)     El aborto no es un tema nuevo en
Occidente, sino uno que ha sido profundamente estudiado a lo
largo de los siglos, y que actualmente debería verse
enriquecido con los aportes de los avances en los distintos
campos del saber. Esto significa que es insensato volver a
plantear casi las mismas soluciones con las que contaron los
paganos en la antigüedad; es decir: eliminar materialmente
el problema sin más miramiento.

2)     El hecho de que algo existe no
significa que debe ser aceptado. El homicidio existe, pero no se
hacen leyes para garantizar que el victimario no resulte
lesionado en el acto mismo de agresión a la
víctima. Lo que si se hace es brindar atención
médica al que ha cometido un delito "si acaso resulta
lesionado" pero sin eximirlo del juicio y de la pena que por ello
le cabe. Ahora bien, en relación al aborto, lo que
más bien podría hacerse es abrir espacios formales
de contención terapéutica para aquellas mujeres que
tengan intención de abortar; especialmente si ellas mismas
han sido víctimas de abusos sexuales. Para el caso, hay
que decir que también existen madres solteras, pobres e
incluso víctimas de abusos sexuales que han tenido a sus
hijos y que lograron superar las dificultades propias de la
situación en la que se encontraban cuando estaban
embarazadas.

3)     Del mismo modo, e incluso por fuera
del sistema de salud, el Estado debería alentar y sostener
(operativa y económicamente) el compromiso de las fuerzas
vivas de la sociedad que puedan organizarse para no dejar solas a
las personas con problemas, dando así cauce efectivo a
servicios concretos y diversificados de asesoramiento y
acompañamiento a mujeres con embarazos difíciles:
servicios psicoterapéuticos subvencionados por el Estado;
implementación de medios de formación para
jóvenes y adultos en orden al ejercicio de una paternidad
responsable (lo cual podría ser una condición
previa al matrimonio civil); actividades convocantes
(especialmente recreativas) en centros de asesoramiento y
acompañamiento a adolescentes y jóvenes en
situación de riesgo social; centros de atención
personalizada y discreta a la víctima de abusos sexuales;
residencias para madres solteras; hogares de tránsito para
los niños que habrán de ser dados en
adopción; etc. Todas estas actividades no tendrían
que cargar innecesariamente a la burocracia del aparato estatal,
sino que podrían estar gestionadas por personas
físicas o jurídicas debidamente acreditadas ante el
Estado, y a las cuales éste subvencione. Además, no
todo está por inventarse, pues de hecho hay actividades de
este tipo que ya se llevan a cabo en Argentina y en el resto del
mundo, gracias al compromiso humanitario de colegios, iglesias,
movimientos sociales, empresas, fundaciones, y otros tipos de
asociaciones civiles; claro que no sin dificultades de
manutención y, en la mayoría de los casos, sin
ningún apoyo estatal, ni difusión
mediática.

4)     Antes que pensar en abortar a los
hijos de los pobres, o en ligarle gratuitamente a las madres
pobres las trompas que luego no les desligarán si no
pagan, e incluso antes de gastar fortunas en repartir
píldoras, preservativos y DIUs para quedarse
después con la conciencia tranquila respecto de las
problemáticas en relación a la vida sexual de la
población; los responsables de los poderes del Estado
deberían pensar mecanismos legales y ejecutivos que
aseguren a las familias carenciadas y a las madres solteras, un
apoyo claro, decidido, sostenido y efectivo para ayudarlas a
alimentar, vestir, dar techo, educar y atender a la salud de sus
niños. Es sabido que hay políticos y otros actores
sociales que desde hace algunos años están
presentando a los poderes públicos de la Nación,
diversos proyectos al respecto: planes de subsidios para la
niñez y para las madres embarazadas; diseño de
redes de seguridad social para menores de edad; proyectos de
vivienda adecuados para familias numerosas; estrategias para
afrontar los desafíos planteados por la migración
del campo a las ciudades. Esto cabe señalarlo, para que no
se piense que los únicos preocupados por los problemas
existenciales relacionados con la procreación,
especialmente entre los sectores más empobrecidos de la
población, son quienes presentan proyectos para conseguir
la legalización del aborto.

Lo preocupante es que de estas cosas no se puede discutir
serena y sensatamente en los debates e informes que se presentan
en los medios de comunicación. Lo cual causa el efecto de
producir perplejidad en la masa de espectadores, y una gran
confusión en aquellos que adolecen de formación
suficiente para comprender todo lo implicado en los distintos
niveles de complejidad de estos temas. Cuando las masas perciben
que la razón y el corazón se oponen, y cuando
sienten que las soluciones prácticas les quedan más
a la mano y con menor esfuerzo que los fundamentos
teóricos, tienen al principio una sensación de
escepticismo, de la cual salen arrojándose en los brazos
del discurso más inmediatamente persuasivo; es decir: de
la prédica abortista.

Todos, los abortistas y los no-abortistas necesitamos escuchar
más lo que este tiempo tiene para decirnos, que no es
poco. Pero necesitamos escuchar con la actitud adecuada, pues el
panorama es duro y no cabe dejarnos aturdir ni desalentar, sino
más bien motivarnos a prestar una mayor y más
detenida atención.

En temas como éste no podemos dejarnos aturdir por el
ruido que meten los medios de comunicación en connivencia
con intereses ideológicos que no siempre están
claros.

No es en medio del vértigo verborrágico el
ambiente en donde podamos dar a luz una palabra esclarecedora
sobre estos temas. Es cierto que vivimos un tiempo sin serenidad.
Es cierto que estamos inmersos en el girar de una danza de
fragmentos yuxtapuestos que suple el avanzar hacia la unidad.
Vivimos un tiempo sin raíz, una rueda sin destino, una
totalidad despojada de unidad, en la cual todo se apila, se suma,
se adjunta, pero nada se integra, nada se unifica. Al respecto,
los responsables de los medios de comunicación
tendrían que tener muy en cuenta el importante rol social
que les toca en la cultura contemporánea. Si con su
trabajo quieren servir a la dignidad humana del público,
deben saber evitar: las habladurías, la avidez de
novedades y la ambigüedad.
En efecto:

1) Las habladurías o charlatanería, pierden la
relación originaria con aquello de lo que se habla, de tal
manera que obstruyen la comprensión genuina de las cosas.
Charlatanes son aquellos a quienes solo les interesa lo hablado,
lo que se dice, lo que todos a una dicen conformes. Las
habladurías surgen cada vez que alguien pretende hablar de
aquellos asuntos de los que no se ha apropiado. Los charlatanes,
entonces, se creen con derecho a poder opinan de todo, pero solo
consiguen  reprimir o retardar las genuinas discusiones que
mantienen vivo el saber.

2) La avidez de novedades es un tipo de curiosidad que, en
realidad, no busca comprender. No es la curiosidad que, asumida
en la estudiosidad, lleva al auténtico saber. Más
bien es una simple distracción, un mero afán de
obtener sensaciones impactantes para entretenerse. Es pura
inquietud y excitación. Es, en definitiva, la
manifestación de una disipación que desconoce la
serenidad que es capaz de calar hasta el fondo de las cosas.
Entreteniéndose en lo original, descuida lo
originario.

3) La ambigüedad, finalmente, es consecuencia directa del
parloteo sensacionalista. Ambigüedad equivale a
equívoco; es decir, a una situación en la que ya no
es posible distinguir entre lo que se sabe y lo que se ignora.
Perdidos entonces en el vértigo de una multitud de
palabras articuladas nada más que para producir un negocio
y no para saber o brindar un genuino servicio social, se acaba
impidiendo cualquier seriedad que permita a las personas
comprender cómo están verdaderamente las cosas.
Esto equivale a hacer de la audiencia, víctima de un
engaño.

Así sucede con muchos de los llamados comunicadores
sociales: como hablan de todo (habladurías) y se
interesan por todo
(avidez de novedades) se creen que lo
saben todo
(ambigüedad), pero, en verdad, resulta que
entienden muy poco y lo enredan todo.
Entonces, aunque todo
es comunicado a las masas con el aspecto de lo que ha sido
genuinamente comprendido, captado y dicho; en el fondo no
está ni comprendido, ni captado, ni bien dicho. Falta
flagrantemente en esos discursos la presencia de una unidad
sustentadora que permita reunir y comprender el sentido genuino
de las variadas manifestaciones de las cosas de las que
tratan.

Es una pena, porque medios de comunicación como la
radio, la televisión, Internet, los periódicos y
las revistas, son instrumentos poderosísimos como nunca
antes la humanidad ha tenido. Resulta lamentable observar que
"salvando honrosas excepciones" muchos productos
mediáticos parecen empeñarse en convertirse ellos a
sí mismos en monumentos a la superficialidad, a la
exaltación del momento, a la apoteosis de lo
efímero, a la supresión de la temporalidad en el
goce instantáneo de lo dado a-la-mano; monumentos, en
suma, a la disolución. Estos espléndidos
instrumentos por momentos parecen haberse convertido en una
vulgar feria manejada por adultos codiciosos y jóvenes
charlatanes. En efecto, son estupendos, son útiles y
ofrecen incalculables oportunidades de hacer cosas muy buenas con
ellos, pero han venido a ser utilizados de un modo que logra
mantenernos incesantemente aturdidos con un persistente
chaparrón de fragmentos visuales inconcluyentes,
destinados a la mera excitación escópica. Atraen
por su formato, pero carecen de un contenido digno y valedero.
Meten bochinche, pero no dan que pensar ni tampoco entusiasman
con ideales nobles y elevados. Es más, puede decirse que
una grandísima parte de las producciones mediáticas
de mayor difusión evitan el pensar y menosprecian los
ideales de bondad y de belleza. Esto lo hacen precisamente cuando
nos meten en un ritmo discursivo que no deja tiempo para
contemplar detenidamente las cosas. La reflexividad se ahoga en
la prisa de las imágenes en boga. Al espectador no se le
concede arraigar: el detenerse y tomar posición se tilda
de intolerancia, y el criterio de dogmatismo. El ritmo
mediático parece exigir a todos el estarse ligeros y
adelgazados, entregados al consumo de lo insustancial, de lo que
es "light". De esta manera, la vertiginosidad de voces sin
palabras compone el caudal de una ruidosa y ruinosa catarata de
golpes de efecto que no conducen a nada.

Los comunicadores sociales podrán seguir haciendo su
agosto mientras negocian y bailan distraídos en el
país de Jauja; pero las personas que viven en el mundo
real; es decir, los padres de familia, los educadores, los
religiosos, los políticos y todos los que asumen
compromisos sociales, están ocupados en otras cosas
más sustanciales.

Los comunicadores comunican; esto quiere decir que su trabajo
profesional consiste en instrumentar técnicas para
acortar distancias entre puntos dispersos. Pero los
demás están vitalmente exigidos de ocuparse en
operar la transmisión cultural, que más bien se
destaca por prolongar en el tiempo una cadena de
significados. En términos de la cultura ellos comunican;
mientras que los otros, además, transmiten. En otras
palabras: la transmisión cultural necesita de la
comunicación, pero no toda comunicación es
transmisión cultural. El punto es que la cultura dignifica
al ser humano, pero ese cultivo no surge de las
habladurías, ni de la avidez de novedades, ni de las
ambigüedades.

Los abortistas y los no-abortistas, si en verdad están
animados por un espíritu democrático e interesados
en los problemas de la gente, deben entonces trascender los
contrastes y congregarse en torno a un diálogo sereno y
pacífico. Mientras la voluntad partidaria y los deseos
personales sigan siendo decisivos en debates sobre temas tan
delicados como el aborto, allí seguirá estando
presente la ruptura, pues los gustos son siempre muchos y
contrapuestos. Mediante el tozudo encierro en la
inclinación particular de cada quien, no es posible
desocultar el núcleo central de los problemas que hoy es
necesario afrontar entre todos.

Resulta difícil pensar que un modelo de
autogestión social pueda darse forma de una manera
aceptable para todos sus miembros, si entre ellos no dialogan y
si sus interacciones tan sólo se basan en mecanismos de
imposición alternativa de una mayoría de turno
sobre las minorías del momento.

2.- Función mayéutica.

No hay que perder de vista que el significado auténtico
de la autoridad gubernamental consiste en ser el garante de la
memoria en una tradición cultural determinada.
Esto
supone una labor continua de cultivo de esa tradición
mediante la purificación de sus extravíos, la
ampliación de sus potencialidades y la defensa contra las
formas de destrucción de la memoria, la cual se ve
amenazada tanto por una subjetividad que olvida su propio
fundamento, como por las presiones del conformismo.

Tal es el sentido que los sabios dieron al concepto de
"anámnesis" o "reminiscencia"; es decir:
evitar el olvido del ser manteniendo la atención puesta en
el lugar a la vez más profundo y elevado de
superación del ser humano: en lo que es digno, esenciante,
honorable, a la vez propio y común. En otras palabras:
estarse atento, en medio de las vueltas de la vida, al contacto
con aquello en torno a lo cual todo gira; esto es: a aquello de
lo que provenimos y hacia lo cual estamos referidos. En
consecuencia, esta atención es la que ha de regir la
formulación de juicios de valor y la expresión
legal de las decisiones tomadas en consecuencia, respecto de
aquellas cosas que expresamos en nuestros juicios de
existencia.

De lo contrario, si perdemos la memoria, vaciamos nuestras
palabras. Esta pérdida de contenido hace imposible el
diálogo y nos lleva a un mero formalismo de los juicios, a
la catalogación, al etiquetamiento: conservador,
reaccionario, fundamentalista, progresista, revolucionario. En
esta situación el contenido; es decir, lo que un juicio
expresa, se vuelve del todo indiferente. El único criterio
para la aceptación de unas aseveraciones con preferencia a
otras, reside en las posibilidades de su ejecución
técnico-formal. De este modo, los contenidos ya no
cuentan, y la técnica se convierte en el criterio supremo.
Esto significa que el poder "y no el logos" se
convierte en la categoría que lo domina todo, ya sea que
se trate de un poder revolucionario o reaccionario. Pero, el
camino de la mera capacidad técnica es el camino del puro
poder y el abuso de los ídolos. Los interrogantes sobre el
deber ya no tienen lugar en ese escenario. Ahí todo se
reduce a pujas de poder, sin puntos de referencia y, en
consecuencia, sin dirección. Luego, una vez que desaparece
el deber amplio y compartido de buscar lo que es verdadero, bueno
y hermoso, cada quien se queda encerrado en el reducto de sus
convicciones superficiales. Y así es como la vida de cada
persona acaba abandonada y sola en un desierto sin caminos.

¿Podrán dialogar los abortistas y los
no-abortistas?

Semejante diálogo no parece fácil. Y creemos que
no lo es.

Pero, aunque el diálogo es un camino arduo, y no es
cómodo, puede ser posible.

Quizás no puedan llegar a acuerdos teóricos en
cuestiones de fondo, pero podrían cuanto menos llegar a
acuerdos de orden práctico. Acuerdos que efectivamente
sirvan para atender a las necesidades y angustias de las mujeres
con embarazos difíciles.

Los abortistas y los no-abortistas lo comprenderán, si
recuerdan…

3.- Estrategias y dificultades.

Algunos proponen como solución al debate que el
aborto no sea punible, pero que tampoco sea legal. Esto
significa que a quien comete un aborto no se lo puede penar, a
pesar de que lo que hizo no es legal. Y también significa
que, a pesar de no ser punible, no se está reconociendo el
aborto como un derecho. Ahora bien: si el aborto no es legal,
permanece siendo un delito. Entonces, ¿podría acaso
no ser punible?

Repasemos someramente algunos conceptos:

La palabra delito deriva del latín
delictum (de-linquere), y puede traducirse como:
dejar o abandonar el buen camino; es decir, el camino del
ordenamiento jurídico. El delito, entonces, es un
comportamiento que, a causa de su efecto antisocial, está
jurídicamente prohibido y sancionado con una pena
determinada por la ley. Un delito es un acto humano
típicamente antijurídico y culpable.

Que sea culpable quiere decir que existe un nexo que
une a la persona con la acción que realizó. La
culpabilidad es, por lo tanto, responsabilidad; esto es:
conciencia de causalidad propia, capacidad para responder
por los propios actos.

La conducta delictiva y culpable es también
punible; pues si cometió un delito y es capaz de
responder por ello, merece y puede recibir una pena. Y
será inimputable si no es capaz de responder por lo
que ha hecho. La punibilidad, por su parte, puede
definirse como la posibilidad de aplicar la pena correspondiente
al delito que se ha cometido.

Ahora bien, entre los teóricos del Derecho hay cuanto
menos dos posturas sobre este asunto: para unos la punibilidad es
una cualidad del delito en sí mismo, y para otros es
más bien una cualidad del delincuente.

Los alemanes, por ejemplo, niegan que la punibilidad sea una
cualidad del delito, y por eso pueden pensar el aborto como no
punible e ilegal al mismo tiempo.

Si, por el contrario, se considera la punibilidad como
elemento del delito, entonces la posibilidad de no aplicar la
pena correspondiente a un delito estará condicionada por
la regulación legal de las llamadas excusas
absolutorias
. Precisamente, el aspecto negativo de la
punibilidad
es lo que se llama excusa absolutoria. Estas
excusas hacen que habiendo un delito imputable a un autor
culpable, no se le aplique a éste pena alguna. Sin
embargo, no cualquier cosa puede ser una excusa. Las excusas
absolutorias sólo son aquellas que se encuentran
específicamente señaladas en la ley, y por las
cuales no se sanciona al delincuente.

Con sus campañas propagandísticas los abortistas
argentinos aspiran a conseguir alguna de las siguientes
alternativas:

1)     La ampliación de las excusas
absolutorias contempladas en el artículo 86 del
Código Penal.

2)     El reconocimiento pleno del aborto
como un derecho de las mujeres.

En el primer caso pretenden que el aborto sea todavía
menos punible de lo que actualmente lo es, y por eso
hablan de "despenalización".

En el segundo caso pretenden que el aborto sea legal;
es decir, que no se lo considere delito, y por eso sus
propagandistas hablan de "legalización".

Sabiendo que no es fácil conseguir de buenas a primeras
la legalización, presionan entonces por su
despenalización, con el objetivo de aflojar así la
cuestión abriendo un camino más ancho hacia la
completa legalización.

De ahí el interés periodístico por:

1)     Sensibilizar al público
presentándole casos impactantes y encuadrables dentro de
las excusas absolutorias contempladas en el artículo 86
del Código Penal.

2)     Exponer a los médicos frente
a la opinión pública, presionándolos para
que practiquen abortos a las mujeres excusadas por el
Código Penal, y acusándolos de obrar fuera de la
ley si acaso se niegan a practicarlos.

3)     Desprestigiar a la Iglesia
Católica, afirmando que esos médicos se niegan a
practicar esos abortos amparándose en convicciones
religiosas que los colocan fuera del cumplimiento de la ley, y
que los hacen insensibles para con las mujeres más
necesitadas.

Pero, al respecto, hay varias cosas que los periodistas no le
dicen a la población:

1)     Que el único actor
que debe llamarnos la atención no es sólo la mujer
embarazada, pobre, violada, discapacitada mental, o todo eso
junto; sino que también deberíamos prestar
atención a la presencia de otro actor: el ser humano que
esa mujer lleva en sus entrañas. Pero, como dice el
adagio: "¡ojos que no ven, corazón que no
siente!"

2)     Que nadie está obligado a
cometer un delito, sólo porque no lo vayan a penar por
eso. Además, no deberían perder de vista que las
excusas absolutorias contempladas en el artículo 86 del
Código Penal, son precisamente absoluciones y no
permisos.

3)     Que el aborto no es un derecho en
nuestro ordenamiento jurídico, pero que la objeción
de conciencia sí lo es, y que nadie está obligado a
obrar contra su conciencia ni fuera de la ley. Además,
sería honesto de su parte que pusieran el mismo
énfasis en comunicar a la población todo lo que las
organizaciones católicas hacen a diario y en silencio,
para acoger y acompañar a las mujeres con embarazos
difíciles.

Frente a las campañas a favor de la
despenalización y legalización del aborto, los
no-abortistas se encuentran igualmente imposibilitados de admitir
una cosa o la otra.

No pueden admitir la legalización, porque hay una
jerarquía en los derechos, y no se puede admitir como un
derecho de la madre la comisión de un acto que
atentaría directamente contra el derecho a la vida de su
hijo.

Tampoco pueden admitir la despenalización, pues el acto
despenalizado igualmente realiza un atentado directo contra la
vida de la persona por nacer.

Este contraste de posiciones permite apreciar que mientras los
no-abortistas argumentan fundando sus afirmaciones en principios
muy profundos, los abortistas argumentan presentando conclusiones
muy inmediatas. Esto logra que la opinión pública
sienta como muy cercanas las soluciones de los abortistas, y muy
lejanos los principios invocados por los otros. Ese es
precisamente el atractivo de los argumentos abortistas: que le
resuelven el problema concreto a la gente; pues eliminan a sus
bebés.

Mientras los no-abortistas le explican a la gente la
indignidad del aborto, los abortistas (aunque suene duro decirlo)
les resuelven el problema.

Hay que comprender que el ser humano no es sólo una
cosa que razona y, en tal sentido, no se satisface con meras
explicaciones. La persuasión y el convencimiento no
dependen solo de la razón. El hombre es mucho más
que una mente. La gente tiene "motivos" (antes que razones) para
convencerse de unas cosas o de otras. Por ejemplo: aquellos que
perciban un embarazo como un problema que no aciertan a resolver,
se sentirán motivados a escuchar nada más que lo
que quieren oír; es decir: aquellas propuestas que les
resuelvan el problema, y no las que los aleccionen.

Por eso, para poder entrar verdaderamente en diálogo y
dar a luz acuerdos prácticos con los abortistas, los
no-abortistas "sin renunciar a sus principios, que son por
definición innegociables" han de concentrar sus argumentos
en los intereses compartidos y en lo que puedan tener de
compatibles; básicamente, en todo lo relacionado con la
resolución concreta y eficaz de las dificultades en las
que se encuentran las mujeres con embarazos difíciles.

La gente quiere soluciones.

Si los no-abortistas se concentran en mostrarles que pueden
brindárselas, lograrán remover los "motivos". Pues
la masa conformista más se satisface con atractivas
motivaciones que con drásticos razonamientos, y lo que
busca no son explicaciones, sino soluciones prácticas. De
nada le sirve a la gente que le hagan entender que es malo
abortar, si siente que después, al fin y al cabo,
habrá de seguir sola con su problema.

La gente necesita sentirse comprendida, socorrida y
acompañada.

Esa sensación de comprensión y cercanía
es la que logran transmitir los discursos abortistas.

IV. Realidad vs.
Idea. 

Una amarga sensación de alejamiento surge en la
percepción de la gente que presencia los debates en los
que los abortistas y los no-abortistas confrontan sus respectivos
argumentos. En efecto, los abortistas logran que mucha gente
sienta que la postura de los no-abortistas es idealmente
comprensible; pero que, en la realidad, resulta inhumana. Luego,
los abortistas rematan este golpe de efecto calificando de
"ideologizada y fundamentalista" la postura de los no-abortistas.
El mote de "fundamentalista" lo endilgan en relación al
liderazgo católico de las campañas denominadas
"Pro-vida".

El esquema básico suele ser el siguiente: "los
católicos sacrifican la realidad en aras de un ideal".

[5]

Cabe aclarar que, por "realidad", los abortistas entienden la
salud de la mujer y el derecho a decidir sobre su propia facultad
de engendrar, mientras que por "ideal" entienden el posible
alumbramiento de un ser humano que "según ellos creen"
todavía no existe en el vientre de la mujer
embarazada.

En otras palabras, dicen: "a los católicos no les
importa que las mujeres pobres mueran, con tal de dejar a salvo
las creencias que el Papa les impone"
.

Para los propagandistas del aborto, el catolicismo ejerce una
suerte de "dictadura del ideal". Una dictadura férrea y
abstracta que, en definitiva, impone el concepto "vida" por sobre
la existencia real y concreta de los seres humanos. Según
su interpretación de la postura de la Iglesia, lo
importante para el catolicismo sería que el ideal sea
reafirmado, aun a costa de sacrificar la existencia de las
personas. Así: las vidas concretas han de rendirse a "La
Vida", tal y como es enseñada por la Iglesia. Para
defender la dignidad del que va a nacer, los católicos
parecen estar dispuestos a ofender la dignidad del que ya ha
nacido.

Según los abortistas, posturas de este tipo impiden
cualquier diálogo; porque la verdad afirmada a priori y
expulsada a lo divino, se sustrae a cualquier
confrontación. En consecuencia: el trabajo por lograr un
consenso entre el pensamiento religioso y los planteos laicistas
se torna un imposible; pues el derecho se diluye aquí por
impulso a la utopía. A una utopía tan feroz que
pareciera hacer que los católicos pro-vida sitúen
sus ideales por encima de la dignidad de los seres humanos reales
que no piensan como ellos. Ante la opinión pública,
esto da a entender que, en nombre de grandes objetivos, los
militantes católicos pro-vida son capaces de llegar a
despreciar a las mujeres que se encuentran embarazadas sin
haberlo deseado.

Parece que para hablar de esperanza los católicos
necesitan meter miedo. Parece que para predicar el amor necesitan
dejar de ser amables.

Es cierto que hay católicos impresentables, que parecen
mandados a hacer para suscitar malentendidos desafortunados.
Pero, en sí mismas y generalizadas, las apreciaciones
precedentes son un error garrafal y una gran infamia. Son un
error, un insulto y un olvido muy ingrato. Además,
quizás hasta podría decirse que son
hipócritas; pues la propaganda del aborto está
plagada de contenidos ideológicos y utopías que no
admiten ser sometidas a discusión.

Pero bueno, como quiera que sea, poner de manifiesto las
debilidades de uno no significa que el otro tenga razón.
Es tan ingenuo sostener que la impopularidad es sinónimo
de error, como creer que la popularidad es sinónimo de
verdad. No podemos anteponer el gesto al desafío de las
buenas razones y de las acciones consecuentes. La validez de una
idea o de una acción no está en función de
su amplia aceptación ni de su vasta retractación,
sino de su grado de obediencia a las exigencias lógicas
del recto razonar y a los hábitos del pensamiento
riguroso.

En tal sentido, lo más honorable es no dejarse
arrastrar hacia este tipo de confrontaciones.

Hay que saber disculpar a quienes con frecuencia se dejan
llevar por "motivaciones" particulares, y hablan del pensamiento
católico de un modo superficial, haciendo gala de no
conocer suficientemente la complejidad de aquello de lo que
hablan.

En la unidad católica no hay unicidad. En lo referido a
cuestiones sociales, en el catolicismo existen diversos conjuntos
de fieles que se articulan e interactúan entre sí
"muchas veces no sin tensión" según el orden de
prioridades definidas en cada época y lugar; a saber:

1)     Están aquellos constituidos
por la doctrina y la práctica de la opción
preferencial por los pobres y la atención a los más
necesitados.

2)     Están los que se encauzan a
la puesta en práctica de acciones sociales
liberadoras.

3)     Están los que se constituyen
en torno a cuestiones tales como el divorcio, el aborto, la moral
sexual, la investigación con células madres, la
eutanasia y toda otra cuestión correspondiente al campo de
las normas morales y disciplinar. Se caracterizan por la
proclamación pública de estas normas.

Estos tres casos también suelen ser categorizados en
términos de centro, izquierda y derecha, respectivamente.
Sin embargo, en el fondo, los tres se basan en los mismos
principios, pero por lo general se los polariza
reduciéndolos a un binomio esterotipado en términos
de derecha e izquierda católicas.

1)     La derecha insiste en la
afirmación de lo particular y familiar, lo tradicional y
lo privado. Prefiere ocuparse en definir y organizar la sociedad
mediante la definición y el ordenamiento público de
la sexualidad. En otras palabras: la derecha católica se
interesa por las supremas cuestiones de la vida y de la muerte,
concediendo un peculiar y primordial valor a lo concreto y
material. En tal sentido, la derecha prefiere la
negociación sobre lo posible, antes que hacer la
revolución en pro de una utopía.

2)     La izquierda insiste en la
afirmación de lo general y lo social, lo innovador y lo
público. Prefiere ocuparse en definir y organizar la
sociedad mediante la definición y el ordenamiento
público de la propiedad. En otras palabras: la izquierda
católica se interesa por las condiciones de vida de las
personas, concediendo un peculiar y primordial valor a lo
abstracto y espiritual. La izquierda prefiere hacer la
revolución y marchar hacia la utopía, antes que
sentarse a negociar.

A pesar de los marcados contrastes entre un conjunto y otro de
católicos, ambos se ocupan en la proclamación y
realización de esperanzas y metas cristianas. Sin embargo,
lo hacen desde sensibilidades distintas: la derecha reacciona
más prontamente frente a todo lo que afecte a la familia y
a la vida sexual de las personas; mientras que la izquierda
considera de máxima gravedad las transgresiones
económicas que afectan a la vida de comunidades
enteras.

No hay nada de malo en la adhesión a estilos; pero
siempre y cuando ninguno pretenda la exclusiva.

En efecto, ni la derecha ni la izquierda están exentas
de los riesgos de ideologización de la fe o de
fusión con ideologías extrañas al
cristianismo. Cuando eso sucede, desaparece la fe como
relación personal con Dios y se la reduce a una mera
adhesión a un partido político, a una escuela
intelectual o a un código moral con el cual se pretende
identificar al cristianismo en su conjunto. En ese tipo de
identificaciones se pierde de vista que la religión es
ante todo una relación existencial "íntima y
profunda" con Dios, y la fe pasa así a ser entendida como
un mero conjunto de formulaciones teóricas y de
prácticas consecuentes sobre la realidad. Se olvida
entonces que la fe no está constituida por lo que nosotros
hacemos, sino por lo que a todos se nos da y que no procede de
nuestro querer o ingenio, sino de algo que nos precede; es decir,
de algo que es más grande que nosotros y que viene a
nosotros. Algo que podemos sacar a luz, pero que no podemos
hacer. En efecto, la luz de la fe no brilla por lo que ponemos,
sino por las opacidades que quitamos. El acto de fe supone
reconocer que Dios mismo habla y actúa; es decir, que no
solo hay lo que es nuestro, sino principalmente lo que es suyo.
Cuando este reconocimiento falta, estamos en presencia de
actitudes mentales y de conductas de carácter
fundamentalista, ya sean de derecha o de izquierda; pero que, de
cualquier modo que sea, ya no son católicas.

Desde el punto de vista de las actitudes, los fundamentalistas
se caracterizan, entre otras cosas, por un modo de hablar y de
actuar poco asertivo, signado por la ferocidad, la falta de
serenidad y la desconsideración. El fundamentalista no
busca convencer al otro, sino nada más vencerlo a como de
lugar.

El genuino hombre de fe es de un talante bien diferente.

No se encierra en su pequeño manojo de certezas
actuales, sino que permanece siempre abierto, siempre memorante.
Sabe rememorar la presencia que nos precede a todos. Mediante sus
actitudes, traduce en él mismo lo memorado. Crea un
espectáculo que lo ennoblece a él y a quienes lo
contemplan. En esa creación manifiesta la serenidad que le
proporciona el pertenecer a la esfera de lo memorado. En tal
sentido, no busca choques, sino colaboración. Busca el
diálogo. No se encierra, busca. Pero esa actitud no hace
de él un relativista, sino un pluralista.

De hecho, la Iglesia misma es expresión de esa
búsqueda. Siempre en toda su larga historia ha sabido
cultivar un amplio pluralismo docente, expresado a través
de escuelas teológicas, corrientes de espiritualidad,
iglesias locales, etc. El Magisterio, por su parte, tampoco es
uniformante, sino el garante de que los muchos nombres y rostros
de Dios no sean excluyentes entre sí ni extraños a
la Revelación.

Hay dos cosas que la Iglesia sabe bien y tiene muy
experimentadas:

1)     Que las cosas no se pueden entender
en un solo sentido, porque nuestro conocimiento siempre es
relativo al campo en el que lo desarrollamos y a lo que en ese
campo tomamos como punto de referencia.

2)     Que las cosas, empero, no adolecen
completamente de sentido; es decir, que no vale cualquier cosa,
que no todo vale lo mismo, y que no es cierto que nada vale
nada.

¿Por qué se puede decir esto desde una
religión? Pues porque desde hace decenas de miles de
años, antes del surgimiento de los otros tipos de saberes
[6], en las religiones se experimenta la fuerza y la
indisponibilidad de lo originario. La religión vive de la
contemplación del misterio. Vivencia la presencia tremenda
y fascinante de lo sagrado [7]. La religión
Católica, por ejemplo, asumió el papel de heredero
y mensajero del acto fundacional de Occidente: la
contemplación del Logos; es decir, de la Palabra inicial
que envuelve y gobierna todas nuestras posibilidades de decir
alguna palabra sobre las cosas [8].

Por eso, en el caso del aborto, el hombre prudente se detiene
ante el misterio que envuelve el origen de la vida humana y dice:
"no podemos disponer de ello"; esto es: "la vida de
otro ser humano no es manipulable a voluntad, no es una cosa que
tengamos a-la-mano; no le podemos echar mano, sino que en todo
caso más bien le tendremos que dar una mano"
.

¿Qué decir, en realidad, sobre el origen de la
vida humana y la posibilidad de abortarla? Pues lo real es que de
esto no tenemos mucha idea. Nuestras palabras pueden sonar muy
atractivas, pero develan muy poco. Lo que ideamos para darnos
permiso de abortar, son apenas balbuceos surgidos en el reducido
campo de las ciencias naturales. Y lo poco que paso a paso vamos
sabiendo en ese campo, más bien confirma la presencia de
un ser humano en el vientre materno desde el instante de su
concepción. Ni qué decir de lo que vamos sabiendo
desde otros campos del saber. No podemos, entonces, dado que
sabemos tanto pero todavía tan poco, darnos venia para
decir que es legítimo intervenir de manera tan
drástica sobre la vida de una persona en el inicio mismo
de su existencia. Eso si que sería una forma apresurada e
insensata de sacrificar la amplia y misteriosa realidad, en aras
de un estrechísimo haz de ideas opinables, quizás
más o menos certeras. ¿No es acaso ese sacrificio
el que los abortistas dicen querer evitar?

Lo que si sabemos es que es del todo real que las madres con
embarazos difíciles sufren. La vida de muchas
jóvenes encintas es atroz. En ese respecto, entonces, no
debemos ahorrar esfuerzos para "entre todos: abortistas y
no-abortistas, católicos o no" idear soluciones y
mancomunar acciones que sirvan para instrumentar mecanismos que
las ayuden a superar el terrible trance en el que, por lo
general, se encuentran solas y desesperadas.

La forma más concreta de ayudar a los bebés con
riesgo de ser abortados por sus progenitores, es precisamente
ayudando a sus madres. Hay que comprender el drama profundo de
tantas mujeres que no la llevan nada fácil.

Eso es lo que las mujeres quieren: no quieren estar teniendo
que hacerse abortos, quieren que las ayuden a resolver sus
problemas. Y la primera forma de comenzar a resolverlos es no
dejándolas solas con problemas que las superan por todos
lados. Es necesario acercarse a ellas para comprender, abordar,
gestionar y reglamentar el modo más honesto y eficaz de
resolver sus problemáticas.

Partes: 1, 2, 3
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