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Aborto: De la disputa al debate prudente (página 3)




Enviado por Claudio Altisen



Partes: 1, 2, 3

La gente necesita prójimo, necesita cercanía.
Necesita percibir que la verdad no solo está siendo bien
definida, sino que está actuando. Como el Dios cristiano,
que no es una idea, sino una persona; es decir, una presencia
viva y operante en la historia. El Logos con entrañas de
misericordia.

El mundo actual necesita que los católicos hagan lo
mismo que hizo el Dios en el que dicen creer: necesitan ver que
en cada creyente se hace carne la necesidad del otro.

De lo contrario, sin testimonio: ¿cómo
habría de resultar creíble el mensaje?

V. In dubio…
prudentia.

Los abortistas suelen acusar al discurso católico
no-abortista por utilizar sin escrúpulos argumentos de
éxito seguro, derivados de los descubrimientos
científicos que al mismo tiempo critica. En efecto, les
resulta muy incómodo oír que los no-abortistas
digan: "la ciencia genética moderna nos proporciona
valiosas confirmaciones; pues la ciencia ha demostrado que desde
el primer momento está ya fijado el programa de lo que
será este ser vivo"
. Pero que, a renglón
seguido, digan: "la ciencia no puede pronunciar la
última palabra en este asunto; pues nadie puede precisar,
basándose en la sola razón, en qué momento
un embrión se convierte en persona"
. Les resulta
paradójico observar que el catolicismo se autodefine como
religión del Logos y que por eso no tiene problemas en
celebrar las posibilidades abiertas por los avances
científicos; pero que, a la vez, ser ocupa todo el tiempo
de advertir al mundo sobre los peligros a los que puede conducir
el uso de esa misma razón científica que celebra
hasta en los Documentos Pontificios. Contradictorio, inadmisible
y autoritario les parece que el catolicismo crea que la
razón ha de volver a unirse a la fe para así poder
brindar respuestas de mayor calidad a las dificultades que
atraviesa la época contemporánea. En consecuencia:
dado que la Iglesia nunca dice que la racionalidad
científica sea falsa, sino solo incompleta; los abortistas
prefieren seguir confiándose a ciegas a las razones de una
humanidad falible, antes que plegarse a las exigencias morales de
un Dios de existencia opinable.

En relación al tema del aborto, se preguntan:
¿por qué habría de resultar confiable un
discurso acomodaticio que rechaza las razones científicas
cuando no le convienen, pero que luego las usa cuando le sirven
para defender su propia postura?
Monumental paradoja.
¿No es eso, acaso, la organización de un
embrollo por demás de irracional? ¿Qué mueve
a los católicos: el amor a la verdad o el horror al
desorden? ¿Por qué el aborto no podría
sostenerse mediante argumentos de conveniencia, si la Iglesia
también los usa sin escrúpulos?

Responder adecuadamente a estos interrogantes es completamente
posible y muy interesante, pero excedería en mucho las
pretensiones de este artículo. Hay que admitir, sin
embargo, que los abortistas están en lo cierto al plantear
que no se debe poner a la razón contra la razón.
Precisamente: no se puede usar la razón para probar que la
razón no puede probar sus afirmaciones. Pero lo que la
Iglesia hace no es eso que ellos piensan.

Lo que más bien subyace en la postura del discurso
no-abortista, es el reconocimiento de que los límites de
la razón (teórica) son la razón de nuestros
límites (prácticos). Ese reconocimiento se llama
prudencia.

Con lo poco que ya tenemos hay que ir afrontando lo que
todavía nos falta.

Pero, ¿qué hacer cuando no se sabe bien
qué es lo que se debe hacer? ¿Cómo
conducirnos?

Pues deteniendo la acción cuanto sea posible hasta
lograr un mayor esclarecimiento y, entretanto, avanzar
prudentemente por el camino más seguro.

La prudencia se ejerce para guiar con rectitud nuestras
acciones concretas; es decir, para obrar con dignidad. Y esa
guía nos viene de prestar oído al dictado de la
razón (hasta donde la razón teórica alcanza)
y a los "mores maiorum" o costumbres de nuestros mayores
(allí donde la razón no alcanza). Es más,
nuestra identidad se esclarece en esa memoria. En lo memorado
desde los "mores maiorum" de nuestra propia tradición
cultural. Solo viviendo cada instante a partir del origen
avanzamos con rectitud hacia el futuro. Lo que sucede es que
vamos de camino, y no lo sabemos todo de antemano, pero siempre
tenemos obligaciones morales para con aquello con lo que nos
vamos encontrando paso a paso. Aunque no podamos dar respuesta
racional a todo, debemos obrar en todo con prudencia. Incluso la
misma labor científica requiere rectitud de conducta, y no
solo precisión lógica y metodológica.
Contrariamente a lo que muchos creen, la comunidad
científica se rige por un riguroso código moral
[9] sin el cual no podría avanzar.

La prudencia es especialmente necesaria cuando mayor es la
incertidumbre y más delicado lo que está en juego
en nuestras conductas. No se requiere el mismo nivel de prudencia
para decidir en una cuestión banal, que para tomar
decisiones con las cuales se afectará irremediablemente la
vida de otras personas.

Hay que admitir, entonces, que la prudencia nos exige que
mientras nuestras interacciones dialógicas (o debates) no
alcancen a obtener un satisfactorio nivel de consenso
teórico, debemos al menos asumir compromisos morales
compartidos. En otras palabras: en un camino de búsqueda
de consenso, es más fácil ir logrando acuerdos
prácticos parciales antes que una convergencia
teórica plena. De ese modo, los acuerdos prácticos
basados en supuestos compartidos harán más sencillo
el diálogo que tal vez pueda llevarnos hacia acuerdos
teóricos de mayor alcance, que de momento no alcanzamos a
vislumbrar.

En el campo científico, hay todavía muchas dudas
sobre el origen y desarrollo inicial de la vida humana.

En el campo de la teología católica y en varias
corrientes filosóficas, hay mayores certezas. Pero hoy en
día hay una tendencia a aceptar nada más que el
veredicto de los científicos, de manera exclusiva y
prácticamente excluyente. Ahora bien, el juicio de
existencia que la ciencia hace sobre lo que está presente
en el vientre materno es todavía oscilante:
¿qué es?, ¿es un ser humano?,
¿desde cuándo lo es, y por qué?
Por otra
parte, la ciencia nada puede decirnos en relación a un
juicio de valor quizás todavía más decisivo:
¿quién será?  

Es cierto que los problemas de la gente son actuales y
acuciantes. En tal sentido, requieren soluciones urgentes que no
se pueden dilatar. Pero no podemos obrar imprudentemente, a
riesgo de lesionar irremediablemente la vida de un ser humano por
nacer. Esto quiere decir que no tenemos que perder de vista
quiénes son todas las partes que están realmente
implicadas en el asunto, qué es lo que realmente sabemos
sobre ellas, y qué es lo que está en juego en torno
al tema del aborto.

En los embarazos difíciles hay dos grandes grupos de
problemas:

1)     El de los problemas del ser ya
nacido; esto es: las madres, menores de edad, solteras, pobres,
violadas, o discapacitadas.

2)     El de los problemas en
relación a la condición del ser todavía por
nacer.

No podemos pretender solucionar los problemas de un ser ya
nacido (del que, obviamente, sabemos bastante), eliminando
simplemente a la otra parte del conflicto; esto es: al ser por
nacer (del que apenas sabemos tan poco). Ciertamente hay que
hacer todo lo posible para aliviar el dolor de los inocentes y
limitar su sufrimiento; pero hay que hacerlo de un modo maduro.
Es un engaño pensar que el único modo de afrontar
el dolor es desembarazándose de lo que duele. Más
bien hay que saber prestar atención al dolor, para que nos
lleve hasta la visualización de la causa que subyace. No
se curan las enfermedades con calmantes.

Ahora bien, la prudencia nos exige comprender algo más:
que los problemas en torno al ser todavía por nacer se
resuelven antes de su nacimiento no entorpeciendo ni
interrumpiendo su desarrollo, pero que tendrá problemas
para nacer y también una vez nacido si no se resuelven hoy
los problemas del ser ya nacido que lo porta. En efecto, hay que
resolver los problemas que dificultan a la madre asumir
responsabilidades para con el ser que lleva en el vientre,
porque:

1)     Ese ser por nacer podría no
haberse encontrado en la situación de riesgo en la que
está, si se hubiera ayudado a sus progenitores a conducir
con responsabilidad (antecedente y consecuente) su vida
sexual.

2)     En su situación actual, ese
ser por nacer podría ser abortado y, en consecuencia, no
nacer.

3)     Ese ser por nacer, una vez nacido,
podría vivir en condiciones tan indignas, que incluso
harían peligrar su vida fuera del útero
quizás todavía más que dentro de
él.

La prudencia, entonces, exige atender a las madres: antes,
durante y después del embarazo.

No podemos resignarnos a mirar desencantados los problemas y
permanecer sin capacidad de reacción.

Los abortistas y los no-abortistas, juntos, deben pensar
soluciones y lograr acuerdos prácticos recuperando los
valores culturales que dignifican nuestra condición de
seres humanos.

Julio de 2007

 

 

Autor:

Claudio Altisen

  

Mg. en Educación e Informática,

Lic. en Cs. Sociales y Humanidades,

Prof. en Filosofía y Cs. de la Educación.

[1]      Es cierto que
según el Derecho romano, al nasciturus no se lo
consideraba persona, razón por la cual en la Antigua
Roma el aborto estaba permitido; pero, sin embargo, hay que
señalar que se le reconocían cuanto menos
algunos derechos. Por ejemplo: si la mujer embarazada estaba
condenada a muerte, la ejecución debía
posponerse hasta el nacimiento. También si el padre
del nonato era miembro del Senado romano al momento de su
concepción, el niño nacía con los
privilegios de un hijo de senador. Por otra parte, aunque el
hijo era considerado una porción de las
vísceras de la madre, no se le permitía
a ella disponer de él de cualquier manera, y se
castigaba el uso indiscriminado de substancias abortivas. En
todo caso los padres podrían deshacerse del hijo una
vez nacido, pero no antes de saber cómo viene el
niño que la madre porta en su vientre. Tan solo se
permitía abortar en el inicio del embarazo, pues no se
consideraba homicidio el deshacerse de algo que, según
se creía en la época, todavía no era un
ser humano formado. Esta última idea perduraría
incluso durante el Medioevo, en la distinción entre
cuerpo formado (sin alma humana todavía) y
cuerpo informado (con alma humana). 

[2]      
Extrañamente, algunos defensores actuales del aborto
suelen citar al Aquinate, creando con ello no poca
confusión en las conciencias de muchos creyentes. En
efecto, traen a colación la hipótesis
escolástica de "la recepción sucesiva de
almas en la generación del hombre"
. Sin
discutirla, Santo Tomás, aceptaba la opinión de
la época, según la cual: "El embrión
tiene, al principio, un alma exclusivamente sensitiva,
sustituida después por otra más perfecta, a la
vez sensitiva e intelectiva"
(Suma Teológica I q76
a3 s3). "En la generación del hombre, lo primero es
lo vivo, luego el animal, y por último el hombre"

(Suma Teológica II-2 q64 a1).

         Incluso
el Derecho de la Iglesia no hablaba de tiempos, pero daba por
sentada la opinión de Hipócrates según
la cual había que considerar unos treinta días
para el feto animado, aunque admitiendo también otras
opiniones de hasta tres o cuatro meses.

         Sin
embargo, lo que no hay que perder de vista es que ni Santo
Tomás ni los demás teólogos y canonistas
medievales poseían los siguientes datos
científicos:

         a) Que el
código genético de los cromosomas de todas las
células de un individuo es el mismo.

         b) Que
ese código coincide con el de la que fue su primera
célula, es decir, el óvulo fecundado.

         c) Que
ese código del nuevo ser engendrado es distinto del
correspondiente a las células de sus padres.

         d) Que
ese código no sólo es propio de la especie,
sino incluso del individuo dentro de la especie.

         Se puede
disculpar a los pensadores medievales por no conocer todos
esos datos, pero hoy en día todo esto está ya
hasta en los textos elementales de enseñanza media y
no son elucubraciones de especialistas aislados. Hay que
observar también que, aun sin disponer de la valiosa
información científica actual, Santo
Tomás la barruntaba: "Las operaciones vitales, como
el sentir, nutrirse y desarrollarse, no pueden proceder de un
principio extrínseco"
(Suma Teológica I
q118 a2 s2), y lo sostenía aún sabiendo que el
embrión no se da el ser a sí mismo en el
origen, sino que se forma a partir de la unión de
elementos procedentes de dos seres distintos: "En la
generación humana, la madre presta la materia informe
al cuerpo, que se forma por la virtud activa del semen
paterno"
(Suma Teológica II-2 q26 a10 s1). Resulta
claro observar que, conociendo los datos de la ciencia
moderna, Santo Tomás tendría muchos más
elementos para sostener su afirmación de que el aborto
es un pecado gravísimo; pues desde el primer momento
de la concepción nos encontramos con un alma racional,
infundida por Dios, y con una persona humana con todos sus
derechos a la vida extrauterina, lo cual hace del aborto un
auténtico homicidio.

         En
términos tomistas, entonces:
Las funciones propias
del embrión están ya dirigidas y determinadas a
las futuras funciones sensitivas, de manera que la impronta
de lo sensitivo está ya en un código
genético materializado en una disposición
espacial; en otras palabras, las funciones están
colocadas en una situación de partes que sólo
pueden provenir de una forma ya sensitiva, y no sólo
vegetativa. Esta forma sensitiva en el caso del hombre es
también intelectiva, porque lo mismo que ocurre en la
relación entre los órdenes vegetativo y
sensitivo, debe ocurrir, congruentemente, entre el sensitivo
y el intelectivo. Además, las disposiciones sensitivas
en el hombre están ordenadas a las operaciones
intelectivas y, por tanto, todo lo sensitivo en él se
determina de acuerdo con lo intelectivo desde el comienzo.
Entonces: aunque el embrión, al principio, sólo
efectúe operaciones vegetativas, éstas
están ordenadas a las sensitivas por la
determinación del código genético. En
conclusión: del mismo modo que no se puede aceptar que
el alma sea al principio sólo vegetativa, tampoco
puede decirse con verdad que el alma es sólo sensitiva
en algún momento. Esto hace del aborto una
práctica indigna de ser aplicada al ser humano
todavía no nacido.

[3]      En el
año 1080 el Papa Gregorio VII escribió al rey
Harald de Dinamarca, quejándose de que los daneses
tuviesen la costumbre de hacer a ciertas mujeres responsables
de las tempestades, epidemias y toda clase de males, y de
matarlas luego del modo más bárbaro. En su
carta el Papa conminaba al rey dano para que enseñase
al pueblo que aquellas desgracias eran voluntad de Dios, por
lo cual no había razón alguna para castigar a
presuntas "autoras".

         La
sabiduría de esta postura se refleja también en
una crónica eclesiástica, al referir el caso de
tres mujeres cerca de Munich, acusadas de hechicería
en el año 1090; las cuales fueron culpadas de
envenenar personas y estropear cosechas, siendo finalmente
condenadas a la hoguera por las autoridades civiles. El Papa
no dudó en decir de ellas, que murieron
mártires.

[4]       
Llamamos democracia "en sentido débil" a
aquella que reduce la madura interacción
dialógica que ha de distinguir al sistema
democrático, suplantándola por una superficial
pulseada entre meras colecciones de opiniones signadas por el
más craso relativismo, las cuales pujan por imponerse
las unas a las otras en una suerte de "vale todo"
(campañas sucias de desprestigio, chicanas
políticas, palabrerío desorientador,
compra-venta de voluntades, clientelismo, etc.).

         Para
entender la democracia "en sentido fuerte" hay que
tener en cuenta que ella se mantiene o decae con los valores
que encarna o promueve. Estas valoraciones han de surgir de
debates profundos en los foros donde compete darlos, y
consultando a las personas más probas con las que
cuenta esa sociedad. Esto significa que las democracias se
juegan mucho en aceptar y respetar unos valores superiores
que las sustenten y les den legitimidad.

         Una
democracia sin valores se convierte con facilidad en un
totalitarismo, visible o encubierto. Y en una democracia las
mayorías son totalitarias cuando no comprenden que
deben gobernar respetando y acogiendo a las minorías.
Al respecto, no hay que perder de vista que la democracia
moderna surgió como reacción a los abusos
absolutistas de los monarcas, y en defensa de los derechos
del hombre y del ciudadano; lo cual, en definitiva, significa
que la democracia surgió gracias a la
proclamación de unos valores superiores a la voluntad
arbitraria de unos hombres sobre otros.

         Por
último hay que señalar que una mayoría
ocasional que surge aquí o allá en un momento o
en otro, no pueden tomar decisiones sobre el camino y el
destino de un pueblo dando la espalda a los valores
más destacados que se encuentran presentes en la
tradición cultural de la que ese mismo pueblo ha
nacido. En efecto, la mayoría no puede entenderse
nunca sólo en un sentido sincrónico,
sino siempre y esencialmente en sentido
diacrónico. Esto significa que la
mayoría del tiempo actual, es siempre una
minoría a la que le toca el turno de gobernar la casa
grande que habita un pueblo desde hace tiempo.

[5]       Por
contraposición, el eslogan pro-aborto que suele
presentarse a modo de canto y pintado en carteles durante las
marchas y en las apariciones mediáticas de los
abortistas; dice así: "educación sexual para
decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para
no morir".
Este eslogan por lo general se acompaña
con otras expresiones de fácil y pegadiza musicalidad:
"Qué destino, qué destino: / muere una mujer
por día / por aborto clandestino"; "¡Que ni una
sola mujer muera por aborto clandestino!"; "¡Nosotras
parimos! / ¡Nosotras decidimos!"; "¡Aborto libre
y gratuito en todos los centros de salud!";
"Borombombón, borombombón, / mi cuerpo es
mío: ¡mi decisión!"; "Siga, siga, siga el
baile, / al compás del tamboril, / que tenemos las
mujeres / el derecho a decidir"; "Si el Papa fuera mujer / el
aborto sería ley / ¡Basta de patriarcado/ y de
que nos digan lo que hay que hacer!"
(cantado con
melodía de carnavalito humahuaqueño). 
"Sí, sí, señores, / prohíben
el aborto / los curas abusadores"
; "De nuestros
ovarios / saquen sus rosarios"
(burlándose
así de las campañas de oración de los
activistas pro-vida).

         Estos
cánticos fueron publicados en el diario Página
12 del 26/11/2005; con ocasión de un artículo
de Pedro Lipcovich sobre una multitudinaria marcha de reclamo
por la despenalización y legalización del
aborto en Argentina, la cual fue realizada en Buenos Aires
para presentar un petitorio al Congreso de la Nación.
En esa marcha participaron organizaciones de izquierda de
varias provincias argentinas e incluso algunos legisladores
nacionales (que fueron quienes recibieron el petitorio).

[6]       
La religión existe desde el inicio mismo de la
humanidad. La filosofía surgió hace unos 2700
años, en Grecia. Las ciencias, surgieron en Europa
hace casi medio milenio.

[7]       
Escribió Paul Ricoeur: "Podemos decir que la
lógica del sentido se manifiesta a
través del mito: si ningún mito cantara
cómo las cosas han advenido, lo sagrado
permanecería sin manifestación… El mito
es una expresión de esta convicción del hombre
de que el origen y el propósito del mundo en el cual
él vive hay que buscarlos, no en él, sino
más allá del hombre. El mito es la
expresión de la conciencia que el hombre tiene de no
ser el señor de su propio ser".

         Citado en
"La palabra inicial"; Hugo Mujica, Ed. Trotta, Valladolid
19962; pág. 7.

[8]       
La apuesta intelectual de Occidente consiste precisamente en
resolver sensatamente la encrucijada entre absurdo y
misterio. Busca pasar del absurdo de una vida sin sentido ni
esperanza que con inútil pasión se debate entre
dos nadas (el nacer y el morir), a la recreación
mediante el pensamiento, de la misteriosa presencia que no
podemos contener en palabras, pero que sostiene la inmensa
amplitud de nuestros anhelos más profundos. La
religión y la filosofía occidentales
manifiestan la conciencia que el hombre tiene de que las
cosas no están sujetas a un devenir sin sustancia, en
el que no pasa nada porque todo pasa. En efecto, Occidente
vive la convicción de que la vida no es un llamado
absurdo, sino una responsabilidad que nos cuestiona y
dignifica.

[9]       
Cfr. Altisen, Claudio. "Bioética: un puente";
en revista "Bioética", UCALP-Fraternitas, Rosario
2006.

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