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El arte y la arquitectura modernas en Venezuela (página 2)



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Muy a tono con la situación internacional, el arte
venezolano de los años sesenta se desarrollará
dentro de un clima de violencia socio-política.

Tres acontecimientos culturales pautan el cambio que trae esta
década: la exposición Los espacios vivientes
(1960); la fuerte asimilación de los lenguajes
informalistas (1957-1964); y la creación del grupo
Techo de la Ballena (1960-1964).

Con la exposición Los espacios vivientes, se
mostró la gran variedad de modalidades del arte abstracto
que se venían realizando en el país, y que
desbordaban los lenguajes geométricos y cinéticos
ya devenidos en histórica y "oficializada" vanguardia. La
muestra fundamentaba la necesidad de encontrar un lenguaje
abierto y liberador, frente a la hegemonía del trabajo
"cinético" que, durante las décadas sesenta y
setenta, gozará del apoyo incondicional -institucional y
económico- de los gobiernos democráticos. Apoyo que
al parecer se justifica, según la crítica, por el
apoliticismo del arte cinético y su evidente
relación con el progreso tecnológico. De
revolución visual en el campo del arte abstracto, el
cinetismo pareció derivar en muchas de sus obras, hacia la
parcela del diseño y la estetización
monumental.

En consonancia con la búsqueda de un lenguaje
liberador, en la primera mitad de los años sesenta, los
venezolanos hacen suyo el informalismo. Una tendencia
pictórica internacional que trabaja desde la
improvisación y la experimentación, que utiliza
gruesas capas de pintura, y que incorpora a la obra materiales
extrapictóricos, generalmente de desechos. De entre los
artistas que trabajaron bajo esta tendencia, destacaron Maruja
Rolando (1923-1979), Luisa Richter (n.1928), Humberto Jaime
Sánchez (n.1930), Teresa Casanova (n.1932), Gabriel Morera
(n.1933), Elsa Gramcko y Francisco Hung (n.1937). Sobresaliendo
la obra de Hung por su propuesta cromática y el uso de
grafismos.

En 1960 se crea el grupo Techo de la Ballena, que
reunió a escritores, intelectuales y artistas
plásticos -la mayoría de estos últimos eran
informalistas-. Caracterizó a este colectivo la
provocación en forma de crítica social y cultural.
También la agresividad de sus propuestas
artísticas. Es conocida la muestra que bajo el
título Homenaje a la necrofilia (1962),
presentó Carlos Contramaestre (n.1933). Homenaje
consistía en un grupo de obras hechas a manera de
collages, "con vísceras y huesos frescos de reses, con
basura, objetos de desecho y prendas íntimas de vestir. La
evidente alusión política implícita en las
obras hace que las autoridades del gobierno cierren la
exposición y confisquen el catálogo" (Carvajal). La
crítica de arte reconoce en este grupo tres elementos
fundamentales para el arte venezolano: el cuestionamiento a la
cultura oficial, su interés por la realidad urbana y el
iniciar propuestas propias del arte conceptual.

Importantes en estos años son las obras que, dentro del
campo plástico de la nueva figuración, realizan
Mario Abreu (1919-1993), Jacobo Borges (n.1931) y Alirio
Rodríguez (n.1934). Borges pretende reflejar las
contradicciones socio-políticas de su país, al
deformar cada una de sus figuras -militares, políticos,
curas, gente de la clase media y acomodada… -; su obra es
resultado de un expresionismo crudo, violento, de trazos
rápidos. Con una variante diferente pero igualmente
expresionista, Rodríguez pinta a seres no acabados, no
clasificables, dentro de un espacio igualmente indefinible; son
obras que generan un estado de desasosiego en el espectador. Por
su parte, Abreu construye sus "objetos mágicos" o
"santerías"; especie de ensamblajes realizados con objetos
que encuentra: materiales de desecho, espejos, muñecos,
caracoles, objetos domésticos… Con todos ellos recompone
una nueva realidad donde asocia lo popular, lo culto, y el
sentido mágico-religioso característico de su
cultura.

Entre la dominación de la tradicional vanguardia
cinético-constructiva, y la politización de la
nueva figuración, los años setenta venezolanos
irrumpen con una manera diferente de hacer el arte: las
representaciones de índole conceptual. Muchos artistas se
desinteresan por las galerías y los centros de arte, y
llevan sus propuestas a la calle. Establecen un diálogo
directo con el espectador, sin que medie el espacio físico
de la tradicional sala de exposición. Se aspira a lograr
una verdadera comunicación entre el arte y el
público.

Dentro de esta nueva tendencia se abordarán
estéticas que van desde la renovación de las
propuestas tradicionales, hasta las experimentaciones de
índole conceptual -Claudio Perna (n.1938), Valerie
Brathwaite (n.1940), Pedro Terán (n.1943), María
Zabala (1945-1992), Diego Barboza (n.1945), William Stone (1945),
Víctor Lucena (n.1948), Héctor Fuenmayor (n.1949) y
Eugenio Espinoza (n.1950)-. Estos creadores desarrollarán
experiencias participativas al aire libre, con propuestas
escultóricas e instalaciones que implican la
participación del público.

Durante los años ochenta tomará fuerza el
dibujo, y habrá una vuelta a la labor propiamente
pictórica – Oscar Pellegrini (1947-1991), Jorge Pizzani
(n.1949), Carlos Zerpa (n.1950), Carlos Sosa (n.1951),
María E. Arria (n.1951), Julio Pacheco (n.1953), Francisco
Quilici (n.1954), Ernesto León (n.1956), Edgar
Sánchez, Margot Römer (n.1938)…- La
figuración, el virtuosismo técnico y los grandes
formatos, serán las características de este
período. Muchos de estos pintores vinculan sus propuestas
plásticas a los lenguajes neoexpresionistas en boga en la
segunda mitad de los años ochenta.

A la par de la pintura y el dibujo, las experimentaciones
conceptuales continuarán desarrollándose durante
las dos últimas décadas. Pero a diferencia de los
setenta, y en la medida que se acerca a los noventa, el
conceptualismo cambiará sus espacios públicos de
exposición, por las salas de exposición y las
galerías de arte. Además de las típicas
"acciones" e instalaciones que caracterizan al arte conceptual,
los años noventa traerán aparejado la
experimentación multimedia.

Un amplio grupo de creadores se mueve dentro de esta variante
del arte no convencional. En los años ochenta se
destacaron, entre otros, Roberto Obregón (n.1946),
Antonieta Sosa (n.1949), Alfred Wenemoser (n.1954), Marco Antonio
Ettedgui (1958-1981) y Pedro Terán. En los noventa,
Wenemoser (n.1954), Meyer Vaisman (n.1960) y José A.
Hernández (n.1964).

Vale destacar la obra de Vaisman Verde por dentro, rojo por
fuera
(1993); obra que hace reflexionar sobre la sociedad
contemporánea, al mostrar una chabola que en su interior
contiene la típica vivienda confortable de la clase
media.

El modernismo en
arquitectura.

En materia de arquitectura, el racionalismo entra en Venezuela
hacia los años treinta, como en toda latinoamérica,
como un estilo más que le llegó "de fuera". En
medio de un panorama arquitectónico dominado por el
eclecticismo, destacaron algunos edificios, de carácter
escolar, donde se hacía ver la asunción del "estilo
internacional". Tal es el caso del Liceo de Caracas (1936)
de Cipriano Domínguez, el Ministerio de
Educación
(1938) de Guillermo Salas, o la escuela
Gran Colombia
(1939) de Carlos Raúl Villanueva.

El desarrollo de la industria petrolera en este período
provoca un crecimiento acelerado de la población urbana y,
con ella, del entramado arquitectónico sobre el viejo
trazado urbano de las ciudades.

Al caos de este crecimiento se le pretende dar solución
a finales de los años treinta, con la proyección de
un plano regulador que se aprueba en 1939, y que busca modernizar
a Caracas: conservación y fomento de los organismos
urbanos vitales, zonificación de unidades vecinales,
redistribución de los espacios verdes con una
concepción de área de recreo, y conexión de
todos ellos entre sí a través de un moderno trazado
vial.

La gran figura de todo este período fue el arquitecto
venezolano Carlos Raúl Villanueva (1900-1978). De su
abundante obra sobresalen la urbanización El
Silencio
(1943), y las torres gemelas del Centro
Simón Bolívar
, ambos en Caracas. Si en la
primera recupera algo del ambiente colonial, creando una plaza
rodeada de pórticos de arcos apoyados en columnas, en la
segunda se hace sentir más la geometría de los
códigos modernos.

Pero lo más representativo de la obra de Villanueva es
la Ciudad Universitaria de Caracas (1944-1966).
Allí desarrolló una arquitectura que se
aprovechó de los avances tecnológicos de la
época, del diseño de la nueva arquitectura, y de
las artes plásticas para la creación de ambientes
adecuados al entorno natural de Caracas.

La universidad cuenta con un gran número de edificios
docentes y de carácter deportivo. Entre ellos sobresalen
la Escuela Técnica Industrial de 1947 -donde
utiliza los pilotes a la manera del racionalismo lecorbusieriano,
si bien recupera el nivel del suelo para construir-, el Aula
Magna
-en colaboración con el escultor norteamericano
Alexander Calder, autor de los plafonds o perfiles curvos
que penden del cielorraso y funcionan como pantallas
acústicas-, la Plaza Cubierta -de suaves rampas bajo un
techo de diversas alturas, y muros calados que tamizan la luz y
permiten una ventilación adecuada- y la Piscina
Olímpica
(1958) -con un techo curvo de hormigón
armado-.

En esta monumental construcción Villanueva
desarrolló dos concepciones fundamentales: vincular los
espacios construidos a través del uso de aceras peatonales
cubiertas, y convertir dichos espacios en un inmenso taller de
integración de las artes al reunir en un ambiente de
colaboración único al arquitecto y al artista
plástico. De aquí se hará extensivo ese
diálogo entre la pintura, la escultura y los espacios
urbanos y arquitectónicos, materializados en
policromías para fachadas y otras variantes de
integración entre artistas y arquitectos.

A partir de los años cincuenta, las empresas privadas
-inmersas en este proceso modernizador y de bonanza
económica generada por la exportación petrolera-,
patrocinarán la construcción de edificios, torres y
rascacielos para oficinas y viviendas privadas. De aquí
los importantes edificios Monserrat (1950) -de los
arquitectos Guinand y Benacerraf- y Polar (1952-1954) -de
los arquitectos Martín Vegas Pacheco y el uruguayo
José Miguel Galia.

Por otra parte, el continuo crecimiento demográfico de
las ciudades, en particular de Caracas, fundamenta la
proliferación de las viviendas multifamiliares. El Banco
Obrero de Venezuela fue una entidad pionera en la
construcción y financiación de este tipo de
unidades vecinales. Entre las tantas urbanizaciones que se
realizaron en este período se destacan El Silencio,
Paraíso, 23 de enero y Cerro
Pilato
.

Durante los últimos años, en Venezuela, la
industria del petróleo y sus derivados constituye una
importante fuente de riqueza. Crecimiento económico que
repercute favorablemente en la labor arquitectónica y
urbanística que se llevará a cabo en las
principales ciudades del país, sobre todo en Caracas.

Si bien es cierto que abunda esa arquitectura de bloques,
sólo caracterizada por la transferencia de
tecnología y modalidad "norteamericana", también
existe una arquitectura de vanguardia que ofrece novedades.

Dentro de este segundo grupo merecen destacarse una serie de
obras. Por ejemplo, dentro de la tipología docente, la
Facultad de Arquitectura de la Ciudad Universitaria de
Caracas (1961), del arquitecto Carlos Raúl Villanueva; la
Escuela de Medicina del Hospital Vargas (1961), del
arquitecto Nelson Donaihi, también en Caracas; la
Escuela Artesanal El Llanito (1962) en Petare y la
Escuela Industrial en Maturín, ambas de Ignacio M.
Zubizarreta; y la Universidad Andrés Bello, en
Caracas, del arquitecto Julio César Volante.

Es bien conocida la importancia que, dentro de la arquitectura
latinoamericana, tiene la obra del arquitecto Villanueva. En esta
Facultad de Arquitectura, Villanueva retoma la idea de
hacer dialogar la arquitectura y las artes plásticas.
Destaca del edificio las diferentes texturas utilizadas, los
juegos de espacios horizontales y verticales, y el cierre con
muros transparentes que, como gigantescas celosías,
tamizan la luz solar y crean efectos ópticos de juegos
lumínicos, propios del arte cinético del
momento.

Dentro de la tipología de edificios multifamiliares,
destacan las obras promovidas por el Banco Obrero y la Empresa
Viviendas Venezolanas. Ellos han procurado un tipo diferente de
bloques multifamiliares, basado en los sistemas de
prefabricación: medio para abaratar la
construcción, y forma de intentar paliar a corto plazo el
tema del hábitat en relación con la siempre
creciente demografía urbana.

De los multifamiliares, sobresalen las propuestas de los
arquitectos C. Becerra y M. Poler; la extensión de
Caricuao
(1973), del arquitecto E. Fernández; y las
soluciones de Máximo Rojas. Becerra y Poler han utilizado
la técnica de erigir estructuras metálicas que
luego cubren con ladrillos, creando una imagen de efecto
vernáculo por el uso de este último material. Por
su parte, Rojas utiliza grandes paneles prefabricados que
articula a pie de obra.

Por otro lado, vale destacar las soluciones estéticas
que consigue el arquitecto Volante -antes mencionado- en el
edificio Tamanaco, así como en los apartamentos
de Tanaguarena
que diseña junto a Marcel Breuer.

En general, otras dos obras de carácter residencial
merecen citarse: en Caracas, la casa Pérez Olivares
(1962), del arquitecto Américo Faillace, y el conjunto
residencial Ahoma
(1970), del arquitecto Gorka
Dorronsoro.

Dentro de la tipología de torres de oficinas son muchos
los ejemplos que se pueden aportar. Del arquitecto José
Miguel Galia, el Banco de Caracas, el edificio de
Seguros Orinoco
(1971) -en colaboración con el
arquitecto Adolfo Maslach- y el Banco Metropolitano
(1976), todos en Caracas. Seguros Orinoco destaca por su
vestidura roja de ladrillo aparente, y los juegos de planos
rectos y verticales de diferentes alturas que establecen los
bloques que estructuran el edificio. Igualmente interesante
resulta el Banco Metropolitano, con su juego de cubos que
se proyectan sobre la fachada. "Movilidad y gracia no
acostumbradas en este tipo de edificios utilitarios (…) Nadie
que haya visto el Banco Metropolitano lo olvida: ese es su
mejor elogio" (Bayón).

También en Caracas se distinguen las obras del
arquitecto Tomás José Sanabria. De este
período mencionemos el edificio del INCE (1971), el
Banco Central (1973) y el edificio de Electricidad de
Caracas
(1983). Siendo lo más característico de
este autor, el uso de quiebrasoles en las fachadas. Con ello
busca adecuar al clima tropical la propuesta
arquitectónica, matizando la agresividad de una luz
natural a veces insoportable.

Finalmente citemos una obra monumental que a hecho
época en la arquitectura de Venezuela: el teatro Teresa
Carreño
(1972-1981), de los arquitectos Jesús
Sandoval, Tomás Lugo y Dietrich Kunckel. El Teatro
Carreño
resulta un impresionante conjunto de aspecto
brutalista. Se caracteriza por sus elevados muros lisos, por su
purismo geométrico y, a un tiempo, por el dinamismo
escalonado de sus plantas y terrazas hexagonales y voladas. Llama
la atención el insistente juego que se busca con esta
figura de seis lados.

Madrid, 2005.

 

 

Autor:

José Ramón Alonso Lorea

Creador del sitio web

Partes: 1, 2
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