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Arte y Arquitectura del Siglo XX. Las Antillas que hablan en español (página 2)



Partes: 1, 2

Se inician y desarrollan nuevas formas expresivas. Aparece un
"arte conceptual" que se interesa más por la idea que
prefigura a la obra de arte y menos por el objeto
artístico propiamente dicho. De aquí la
experimentación de vanguardia: el "arte de acción"
happening y
performance– que surge como
orientación fundamental, extravertida, como vía de
transformación social. Toma fuerza un lenguaje que
pretende fusionar el arte y la vida.

En ambos casos –cultura "oficial" o "alternativa", de
apología o de rescate-, el hecho de circunscribirse a sus
espacios nacionales hace que dichas obras se carguen de conceptos
y atributos identificadores de sus respectivas nacionalidades.
Finalmente, al cierre del período -al fin de siglo-, se
asiste a la total diversidad y hasta mixación de
tendencias estéticas y a la revalorización de todo
lo acontecido en materia de arte.

Por su parte, la arquitectura, favorecida principalmente por
el desarrollo de las industrias turísticas en el caso
antillano, transformará el ambiente urbanístico y
arquitectónico de la región, sobre todo en las
zonas urbanas donde abundarán las torres de cristal,
símbolos de modernidad y prosperidad económica. En
las zonas costeras proliferará el tipo de arquitectura
turística de línea de playa. No obstante esta
generalidad, también existe una arquitectura de vanguardia
que ofrece novedades.

Desde el punto de vista estilístico, la arquitectura en
este período abrirá con la cristalización de
los lenguajes modernos -principalmente el racionalismo
norteamericano en la versión de Mies Van der Rohe, y el
brutalismo a lo Le Corbusier-, y cerrará con la
implementación de las nuevas estéticas postmodernas
que, en muchos casos, sobrevalorarán lo vernáculo y
el historicismo.

A partir de un esquema -arbitrario como todos los esquemas-
que excluye las lógicas excepciones, algunas directrices
generales nos permiten conformar el panorama del arte y de la
arquitectura de Cuba, República Dominicana y Puerto
Rico.

El arte.

Las artes visuales acusan tres momentos fundamentales, que
corresponden a los períodos de finales del
veinte-década del treinta, finales del
treinta-década del cuarenta, y finales del
cuarenta-década del cincuenta. Este primer período
se caracteriza por la entrada de la modernidad bajo la influencia
de las corrientes postimpresionistas europeas. A través de
esos códigos formales -novedosos en América y por
lo tanto irreverentes para sus academias-, se busca la
representación de una identidad, el rescate y
afirmación de los valores nacionales.

Asimilado los lenguajes de la vanguardia europea, la primera
generación de pintores modernos busca la realidad nacional
en sus paisajes, costumbres y personajes. Comienza el estudio de
lo afroantillano, del folklore campesino, del legado
indígena y hasta de la incidencia de la luz solar sobre
las cosas. Elemento a destacar es el hecho de que los artistas,
como nunca antes, enfatizan el carácter mestizo, racial,
de sus culturas. Lo cotidiano y lo popular, por otro lado,
devienen en interés del pintor. La tarea recuperativa del
arte en aquel momento fijó su interés en motivos de
la realidad inmediata, fundamentando su carácter
testimonial (Wood). La Gitana
tropical del cubano Victor Manuel y los
desnudos de la dominicana Celeste Woss y Gil dan buena cuenta de
estas búsquedas.

En la segunda etapa -años finales del treinta y
década del cuarenta-, se asiste al nacimiento de una
segunda generación de artistas modernos que se avienen con
las estéticas vanguardistas y las soluciones nacionalistas
de la promoción anterior. De hecho, ambas generaciones
comparten en ocasiones los mismo salones expositivos. Este
trabajo continuo -con soluciones expresivas muy personales, que
hace bien distinguibles las obras de estos creadores-
permitió la consolidación del arte moderno, y hasta
determinó la creación de una pintura regional que,
en boca de la crítica de la época, adquirió
nombres como "pintura dominicana" o "escuela de La Habana".

En estos años, a la par de las corrientes
postimpresionistas que continúan influyendo -amén
de otras referencias como el expresionismo, el cubismo y el
surrealismo-, se hace sentir con mucha fuerza la estética
del muralismo mexicano y su vocación de proyecto social.
La creación del Estudio Libre de Pintura y Escultura en
Cuba -donde se enseña la técnica mural-, la
divulgación de las técnicas del grabado y su uso
como arma ideológica y de incidencia social en el arte de
Puerto Rico, testimonian esta influencia.

La composición pictórica del mural y el
esculturalismo de las figuras, es traducido a la pintura de
caballete por los cubanos Mariano Rodríguez y Jorge Arche,
por el dominicano Darío Suro y por el
puertorriqueño Rafael Palacios. Resultado de esta
influencia mexicana, destacan en estos años las obras de
los grabadores puertorriqueños Lorenzo Homar y Carlos
Raquel Rivero. Hay un interés por denunciar la violencia
política, y la precaria situación social y
económica de la mayoría de la gente. De aquí
deviene una pintura comprometida con causas que superan la simple
representación de los elementos autóctonos.

Es también la época de los paisajes urbanos y
barrocos de la pintura, donde los elementos tradicionales de la
arquitectura, las artes decorativas y el mobiliario, devienen en
protagónico: destacan en esta línea las obras de
los cubanos Amelia Peláez y René Portocarrero. Es
el período donde la herencia afroantillana ya no es
sólo la representación del negro como raza. Ahora
se legitiman, a través del arte, las creencias, los
elementos simbólicos de la cultura que funcionan a niveles
más complejos: personajes, sucesos y formas
oníricas del pensamiento mágico y religioso de la
gente, encuentran un reconocimiento definitivo con la pintura del
cubano Wifredo Lam y del dominicano Jaime Colson.

Si bien es la pintura -dentro de las artes plásticas-
la manifestación que mejor asume este ejercicio de
renovación, la escultura dará algunos destacados
ejemplos de estilización y síntesis: los cubanos
Teodoro Ramos Blanco y Florencio Gelabert, y los dominicanos
Antonio Prats y Martínez Luichy, Dentro de los lenguajes
abstractos del quehacer escultórico, sobresale
Agustín Cárdenas (Cuba).

A finales de la década del cuarenta, las formas
expresivas de la pintura figurativa van a evolucionar hacia la
síntesis de las formas -a veces geometrización de
las figuras y los espacios-, lo cual es concordante con el nuevo
estilo internacional que se va gestando: la abstracción.
La década del cincuenta ve aparecer una tercera
generación de artistas que desean integrarse a este
discurso más internacional. Estamos en presencia de la
tercera etapa, esa que marca la segunda gran renovación de
la plástica en estos países. Se sustantiva el deseo
-por parte de los artistas- de ponerse al día con lo
más novedoso que se está haciendo en Europa y los
Estados Unidos. Es el enfrentamiento a lo que muchos creen que es
el agotamiento de la figuración -colorista en algunas
zonas, nacionalista en todas- como forma expresiva.

Los códigos abstractos se van a desarrollar de muy
disímiles maneras. Desde el expresionismo abstracto
norteamericano que tanto influyó a un nutrido grupo de
jóvenes pintores cubanos -Hugo Consuegra, Fayad
Jamís, Raúl Martínez…-, hasta las
variantes geométricas de la pintura dominicana, muchas
veces ella también de un expresionismo grotesco, no
siempre totalmente abstracto; tales las obras de Eligio Pichardo
y de Paul Gaudicelli. Pasando por la abstracción concreta,
con sus juegos de geometrías y planos de colores:
Sandú Darié (Cuba).

A pesar del carácter internacional de los modos
expresivos abstractos, de las búsquedas formales y de la
liberación de sentimientos interiores que ofrece este
lenguaje, muchas veces se esconde detrás de las obras de
los artistas antillanos las geometrizaciones de referencia
precolombina (Gaudicelli), las estilizaciones y el esoterismo del
legado afroantillano (Cárdenas), y hasta el folklore rural
de estos países insulares (Pichardo).

No sucedió lo mismo en Puerto Rico durante estos
años cincuenta, donde la figuración -a
través de la gráfica- continuó muy viva y en
su línea de indagación social y de
sustantivación de valores nacionales. El estatuto
político de dependencia a Estados Unidos generó un
programa cultural de resistencia y de exaltación de los
valores puertorriqueños. Por lo que el discurso de
intención popular aseguró la hegemonía del
arte figurativo.

A la Revolución cubana (1959), en buena medida, se
debió el hervidero socio-político con que se
inició la segunda mitad de este siglo XX. El entusiasmo y
la propaganda de cambio social que emanaron desde la mayor de las
Antillas, fortalecieron las propuestas radicales de la izquierda:
desde el movimiento guerrillero hasta las violentas protestas
universitarias. Como es de esperar, estos avatares
sociopolíticos incidieron en el campo de la cultura.

Entonces las artes plásticas protagonizaron una
"revolución" materializada en la asunción de
lenguajes que se caracterizaron por la libertad de los
procedimientos: igual abstracción que figuración;
lo mismo expresionismo que informalismo; recurriendo a
técnicas experimentales como el ensamblaje y el collage.
No obstante la diversidad, predominó la línea
figurativa de carácter expresionista y muchas veces
experimental.

La violencia de la década es palpable en el
expresionismo grotesco, dramático, de la cubana Antonia
Eiriz y del dominicano Ramón Oviedo. Vale recordar que, en
su momento, muchas de estas propuestas artísticas fueron
censuradas por su agresividad y su incidencia en la esfera
política-social.

El interés por los temas sociales se aprecia igualmente
en la representación de las mutiladas imágenes de
la clase media puertorriqueña de Mirna Báez; o en
las obras pop del cubano Raúl Martínez, donde se
desmitifican a políticos y héroes nacionales.

Dentro de las estéticas fantásticas y surreales
de esta década, destacan las obras del cubano Ángel
Acosta y del dominicano Iván Tovar. Y se inscriben dentro
de esa línea de interés por los mitos e
imágenes de la religiosidad popular, las propuestas del
cubano Manuel Mendive y del dominicano Fernando Peña.
Entre mito y fantasía se coloca la obra de la dominicana
Ada Balcácer. Y no podemos obviar la siempre
polémica referencia erótica, presente en las obras
del puertorriqueño Rafael Ferrer y del cubano Servando
Cabrera.

Por su parte, en estos años sesenta -y también
en los setenta- el diseño gráfico será
expresión plástica muy destacada. Puerto Rico y
Cuba desarrollaron con fuerza este lenguaje. Artistas
gráficos como Mirna Báez y Antonio Martorell -ambos
puertorriqueños-, usaron la estampa para expresar sus
propuestas de contenido social. Dentro de la cartelística
de difusión cultural, sobresalen los afiches del boricua
Homar, y de los cubanos Azcuy, Beltrán, Muñoz y
Rosgaart.

Las artes plásticas de los últimos treinta
años del siglo se caracterizan por continuar esa tendencia
proclive a la multiplicidad de los lenguajes expresivos; siendo
la figuración el modo de expresión dominante.
Destaca el fotorrealismo de los años setenta que
desarrollaron los cubanos Flavio Garciandía, Tomás
Sánchez y el dominicano Alberto Bass.

A la par de la pintura y la escultura, las experimentaciones
de índole conceptual van ganando fuerza desde los
años setenta. Constituye un arte disidente que se expresa,
principalmente, a través de la creación de
instalaciones y de ambientes. En un principio, los artistas se
interesaron por llevar sus propuestas a la calle, pretendiendo
acercar el arte al público. Creaban situaciones donde
hacían participar al espectador en la obra. Ya en los
años ochenta y noventa las propuestas conceptuales
retornan a las galerías y a las salas de
exposición. A las típicas "acciones"
plásticas se suman ahora las experimentaciones
multimedias.

En líneas generales, los artistas conceptuales
reflexionan sobre el sentido del arte, su función y lugar
en la sociedad. También desarrollan discursos
críticos en torno a los valores de la sociedad
contemporánea, a la política, a la violencia, al
exilio involuntario y a la muerte. Dentro de estos discursos
destacan las instalaciones de la dominicana Belkis
Ramírez, las propuestas del puertorriqueño Rafael
Ferrer y de la cubana Ana Mendieta.

Vinculado a los lenguajes conceptuales, vale destacar el
movimiento artístico de pretensiones sociales que se
desarrolló en Cuba en los años ochenta. Para la
crítica especializada, fue un "renacimiento" del arte
cubano después del "largo túnel oscuro" de los
años setenta, que despertó el interés del
mercado internacional del arte por lo que se hacía en la
mayor de las Antillas. El movimiento terminó con el exilio
de un altísimo número de artistas plásticos,
engrosando en buena medida lo que se ha calificado como la
"diáspora" de la cultura cubana.

La arquitectura.

Por su parte, la arquitectura tiene un comportamiento muy
diferente: industria al fin, responde a los requerimientos
tecnológicos, al desarrollo económico, y a la
riqueza del comitente, es decir, de quien paga la obra. De modo
que el arquitecto tiene una dependencia, muy directa, de los
resortes extracreativos.

El esquema sobre la entrada y comportamiento de la
arquitectura moderna en estos tres países puede resumirse
en cuatro grandes etapas:

Hacia la confluencia de las décadas veinte y treinta,
se inicia la primera etapa. En medio del neoclasicismo y del
eclecticismo en arquitectura, arriban los códigos del
movimiento moderno. Dichos códigos parten de los lenguajes
del funcionalismo de Wright -es la acción pionera de
Antonin Nechodoma en sus casas de Puerto Rico y República
Dominicana-, y del purismo constructivo que incide sobre la
variante neocolonial -Eugenio Batista (Cuba)-. En ambos casos, la
mixtización de elementos vernáculos con criterios
modernos, presagia el carácter de lo que será una
arquitectura regional y moderna hacia los años cincuenta.
La incidencia del racionalismo alemán -Bauhaus- y de la
estética de Le Corbusier, se hace ver hacia finales de los
años treinta en muchos arquitectos de la región:
Rafael Cárdenas (Cuba), Mario Colli (Cuba) Sergio
Martínez (Cuba) y Guillermo Gonzáles
(República Dominicana).

Hacia los años cuarenta se inicia la segunda etapa,
caracterizada por cierta modernidad avanzada en arquitectura: es
la etapa de florecimiento de los códigos modernos. Como el
racionalismo es una tendencia que en sus inicios no todos asumen
-cosa normal cuando se trata de formas que revolucionan lo que
tradicionalmente se ha hecho-, pues lo que predomina es un
comitente privado que paga la edificación de su
residencia. Son los estudios y las residencias de algunos
arquitectos, y la de seguidores y gustosos de esta corriente.
Comienza en estas ciudades la erección de conjuntos
funcionales –edificio Radiocentro (Cuba)-
y de residencias privadas –casa Noval
(Cuba).

A través de los viajes de estudios y de las revistas
especializadas, los arquitectos están muy al tanto de lo
que se está haciendo en el extranjero en materia de
arquitectura. Varían -en dependencia de los lenguajes
internacionales- sus criterios constructivos, que van desde lo
más puro del lenguaje lecorbusierano de sus inicios de
bloques blancos sobre pilotes, al brutalismo de la
exhibición del hormigón armado y demás
elementos estructurales de la construcción, que ahora
quedan a la vista. Vale destacar que el racionalismo
norteamericano -a través del funcionalismo de Wright y del
prestigio de los arquitecto europeos radicados en Estados Unidos-
mantiene una especial influencia sobre Cuba, República
Dominicana y Puerto Rico.

Muy vinculada al proceso de industrialización, la
arquitectura moderna en estos países consolida su
hegemonía hacia los años cincuenta, pautando la
tercera etapa de este recuento. De este período de bonanza
económica se aprovechan las empresas privadas para la
construcción de torres y rascacielos para oficinas y
viviendas. Destacan también las obras de interés
turístico –hotel Hispaniola
(República Dominicana) y cabaret
Tropicana
(Cuba)-, los edificios multifamiliares
(edificio Solimar -Cuba), los barrios de
residencias multifamiliares y las residencias privadas.

Elemento fundamental de esta década es la
adaptación de la construcción racionalista al
ambiente tropical, con el uso de los quiebrasoles de Le
Corbusier. En esta búsqueda de una arquitectura regional,
se desarrolla en este período un diálogo
dialéctico entre las soluciones formales de la
arquitectura moderna, y las soluciones vernáculas que
ofrece la arquitectura colonial. En esta línea desarrollan
sus obras arquitectos como Mario Romañach (Cuba), Frank
Martínez (Cuba), Guillermo González
(República Dominicana), Henry Klumb (Puerto Rico), Osvaldo
Toro (Puerto Rico) y Miguel Ferrer (Puerto Rico).

En los últimos cuarenta años del siglo XX
(cuarta etapa), la esfera de la construcción de estos tres
países iberoamericanos ofrece -además de las
estereotipadas torres de cristal citadinas y las reiteradas
soluciones de función turística, amén de
otras referencias sociológicas para el caso cubano- una
arquitectura de vanguardia.

Arquitectura que aboga por la articulación de los
lenguajes internacionales (racionalismo, brutalismo,
postmodernismo…) con aquellas referencias vernáculas
caracterizadas por los materiales constructivos autóctonos
y su adecuación a la ecología del lugar. Desde la
articulación espacio interior-exterior (sucesión de
espacios articulados y cierre con muros transparentes que tamizan
la luz solar y que permiten la debida iluminación y
circulación del aire), hasta la exuberante
vegetación de los espacios interiores, buscando la
integración con la naturaleza. Desde el uso de espacios
porticados que a veces continúan hacia el interior de los
bloques, hasta la articulación de los espacios construidos
a través de áreas verdes y galerías
cubiertas o no, continuas, ondulantes, e incluso zigzagueante, a
ratos aéreas. Desde la adecuación de los bloques a
los desniveles del terreno, hasta la composición
plástica de los volúmenes. Caracterizándose
este último por el cromatismo, los juegos de planos
verticales, horizontales y curvos, y los ambientes recreados
gracias al trabajo conjunto de artistas y arquitectos. Desde el
uso de materiales locales como el ladrillo, hasta la
utilización de elementos prefabricados -tanto ligeros como
de grande paneles- que buscan abaratar la construcción e
intentar aliviar a corto plazo la siempre insatisfecha necesidad
de la vivienda.

Si tenemos que proponer al lector un recorrido visual por esta
arquitectura de vanguardia, elaborada en la segunda mitad del
siglo XX, lo haríamos desde la clasificación
tipológica y a través de las siguientes obras:
dentro de la tipología de función docente,
destacaríamos, en La Habana, las Escuelas
Nacionales de Arte
y la Ciudad
Universitaria
José Antonio
Echeverría
. En Puerto Rico, la
Biblioteca de la Universidad
Interamericana
de San German y la Escuela
Elemental
María Libertad
Gómez
, en Cataño. Dentro de la
tipología de función cultural, para continuar en
similar cuerda, se distingue el Centro Cultural Juan
Pablo Duarte
, en Santo Domingo.

Como modelos de viviendas destacaríamos, en Santo
Domingo, las unidades Anabella I y
Anacaona I, los apartamentos de
Plaza Galván
y las residencias
Costatlántica
en Puerto Plata. En Puerto
Rico, el conjunto residencial El Monte en
San Juan. También anotaríamos, de La Habana, la
Unidad Vecinal Habana del
Este
y el Bloque Experimental de 17
plantas
que se alza a los pies del malecón de
esta ciudad.

Dentro de la tipología de función
turística y de recreo, sobresale, en La Habana, el
restaurante Las Ruinas del Parque Lenin, y
el Hotel Santiago de Cuba. En Santo
Domingo, el Pabellón del Santo
Domingo Country Club, y la muy citada Casa de Campo La
Romana. En Puerto Rico, el nuevo Parque Municipal de San
Juan
, y el centro de recreo El
Tuque
, en Ponce.

Dentro de una tipología polifuncional si se quiere, de
proyección gubernamental, vale destacar el elaborado
Palacio de las Convenciones de La
Habana.

Madrid, 2006.

 

 

Autor:

José Ramón Alonso Lorea

Creador del sitio web

Partes: 1, 2
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