El tabaco, ese famoso y buscado engendro (suma de cuerpo y
aliento) que hoy conocemos, como todas las cosas de este mundo,
tiene un largo trayecto que se pierde en la vigilia de la
historia. No en balde el refranero popular cubano recoge la sabia
de que no hay algo tan largo como la historia del tabaco.
Cuentan los mitos de los aborígenes de América
del extendido y necesario uso de ésta, por ellos, preciada
hierba. Desde la América del norte, pasando por las islas
de Bahamas y Antillas, hasta el extremo sur de tierra firme
americana. Eran muchos los usos de la sagrada planta. De ella se
aprovechaba "las semillas, las raíces, el tallo, las hojas
y las flores. Pero las partes preferidas eran las hojas y
después el tallo, como ocurre hoy día. Por el
estado en que consumían el tabaco pueden reconocerse cinco
maneras principales: a) en rama, o sea en hojas al natural o
secas; b) en pan, masa o pasta de hojas; c) en liquido, en
cocimientos, tisanas y unturas; d) en polvos molidos; y e) en
humo de sus hojas. Digamos que lo usaban en rama, masa,
líquido, polvos y humo" (Ortiz:114).
No es hasta la llegada del almirante Cristóbal
Colón a las islas de Bahamas y Cuba que Europa se
encuentra con este antiquísimo vicio. Fueron los aruacos
antillanos -conocidos por Taínos- quienes dieron a conocer
al mundo cuatro cosas que son hoy de uso universal: la hamaca, la
canoa, el cultivo del maíz y, por supuesto, el del tabaco
(Azcárate Rosell, 1940). Según el diario de
Colón, transcrito por el padre Bartolomé de las
Casas, tuvieron los europeos el primer contacto con la planta
solanácea en la isla Guanahaní (luego San Salvador,
como la bautizara el propio Almirante). En esta isla los
aborígenes le ofrecieron a Colón y sus tripulantes,
a modo de caro presente, "unas hojas secas, que deben ser cosa
muy apreciada por ellos" igual a las que luego vieron los
conquistadores en la canoa de un indígena que navegaba
solo entre las islas de Santa María (Caicos) y Fernandina
(Cuba).
Pero si convenimos en que estas "hojas secas muy apreciadas
por ellos" eran realmente de tabaco, el Almirante entonces lo vio
pero no lo descubrió, pues y como anotadora Ortiz,
"descubrir no es sólo ver sino 'echar de ver'", de modo
que Cristóbal "no supo lo que era el tabaco, ni
conoció sus cualidades y uso principal de fumarlo, hasta
la noche del lunes, día 5 de noviembre de 1492, o en la
mañana del siguiente, cuando se lo mostraron Luis de
Torres y Rodrigo de Jerez, quienes por su parte ya lo
habían descubierto, del día 2 al 5 de dicho mes, al
ir a explorar tierra adentro de Cuba por encargo de Colón"
(Ortiz:109).
Refiriéndose a este suceso anota Bartolomé de
las Casas sobre el diario de Colón: "Hallaron estos dos
cristianos por el camino mucha gente que atravesaban a sus
pueblos mujeres y hombres siempre los hombres con un tizón
en las manos y ciertas yerbas secas metidas en una cierta hoja
seca también a manera de mosquete, hecho de papel de los
que hacen los muchachos la Pascua del Espíritu Santo; y
encendido por una parte de él, por la otra chupan ó
sorben ó reciben con el resuello para adentro aquel humo:
con el cual se adormecen las carnes y casi emborracha, y
así dice que no sienten el cansancio. Estos mosquetes,
ó como los llamáremos, llaman ellos tabacos
(Diario de Navegación:85).
De todo ello parece deducirse que Rodrigo de Jerez y Luis de
Torres descubrieron el tabaco un día, del 2 al 5, de
noviembre de 1492 en las tierras cercanas al Puerto de Mares en
la isla de Cuba. De modo que los europeos tuvieron el primer
contacto con el tabaco en la isla de San Salvador; pero el uso
del tabaco fue hallado en lo que aún es su principal
imperio, en Cuba (Ortiz citando a Alden Mazon:lll).
Pero… ¿es la planta del tabaco originaria de Cuba? A
esta pregunta responde, negativamente, Rivero Muñiz de
manera muy convincente. Para fumar las hojas del tabaco se
precisa de un número complejo de actividades. En primer
término hay que "someter esa planta a un cuidadoso
cultivo, puesto que la misma no crece silvestremente, y que
después no es menos indispensable ajustar el secado,
fermentación y preparación de sus hojas a
determinadas operaciones sin las que seria imposible fumarlas y
disfrutar de su peculiar aroma, fácilmente llegaremos a la
conclusión de que necesariamente tienen que haber
transcurrido siglos para que el aborigen americano halla podido
conocer todo lo dicho" (Muñiz:5).
El indocubano llegó a Cuba procedente de las diversas
islas que conforman el collar de ínsulas que decoran el
mar de las Antillas. Y encontramos su partida allá, en
tierra firme, en las riberas caribes de Colombia y Venezuela. La
etnología, la antropología, la
lingüística, y particularmente la arqueología,
ya lo han demostrado. Y en todos estos pueblos encontrados por el
conquistador europeo, pudo comprobarse el cultivo y uso de la
planta solanácea.
Sin embargo, se ha afirmado que el tabaco es oriundo de Cuba y
ello fundamentado por darse en esta tierra "el mejor del mundo".
Esta tesis carece de valor científico como antes se ha
apuntado. Que sea el cubano de tanta (o más) calidad, no
acusa que allí tenga su génesis. Lo sucedido es que
"la bondad de los terrenos cubanos influyó en forma
decisiva en la inigualada calidad del tabaco sembrado en los
mismos, acrecentando su buena combustibilidad, sabor y aroma, o
sea las cualidades esenciales del habano, reconocido hoy como muy
superior a todos los demás del mundo"
(Muñiz:6).
Todo parece indicar que el origen de la planta se encuentra en
las zonas continentales, en las tierras bañadas por los
caudalosos ríos Orinoco y Amazonas, en el
septentrión de Suramérica. Allí, de donde
proceden también los hombres y las culturas que
inicialmente poblaron las Antillas y Bahamas.
Página siguiente |