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Fascismo y capitalismo: la apoteosis del estado hegeliano en el liberalismo humanista de Ortega y Gasset (página 2)



Partes: 1, 2

«Entiendo por humanismo el
conjunto de los discursos a
través de los cuales se le ha dicho al hombre
occidental: Aunque no ejerzas el poder, puedes
no obstante ser soberano. Mejor aún: cuanto más
renuncies a ejercer el poder y más te sometas al que te
impongan, más soberano serás. El humanismo es el
que ha inventado sucesivamente todas éstas
soberanías sometidas, tales como el alma (soberana
del cuerpo, sometida a Dios), la conciencia
(soberana en el orden de los juicios, sometida al orden de la
verdad), la libertad
fundamental (soberana interiormente, pero que consiente y
está «de acuerdo» exteriormente), el individuo
(soberano titular de sus derechos, sometido a las
leyes de la
naturaleza o a
las reglas de la sociedad). En
resúmen,
el humanismo es todo aquello con lo que, en Occidente, 'se ha
suprimido el deseo de poder', se ha prohibido querer el poder y
se ha excluido la posibilidad de tomarlo».

Ya Althusser[ii], contra Erich Fromm, Jorge
Semprún, o Roger Garaudy[iii], había
revelado el carácter ideológico y encubridor del
humanismo marxista y propuesto una nueva lectura de
Marx,
separando al humanista ideólogo hasta 1848 del
científico posterior, bajo la idea de un corte
epistemológico en la obra marxiana. Según
Althusser, el diálogo
entre el socialismo
humanista y la socialdemocracia, supone la absorción y
anulación del comunismo por la
ideología burguesa
humanista[iv]:

«…Tengo muchas más dudas que tú acerca
de los «síntomas» de la existencia concreta de
la universalidad del género
humano actualmente. Los ejemplos que das (hambre en el mundo,
subdesarrollo,
sistema monetario
mundial, cooperación científica internacional,
contaminación de las aguas, año
hidrológico internacional) me parecen muy irrisorios y
sobre todo sospechosos. Sabemos perfectamente que las
campañas contra el hambre en el mundo, las campañas
por la cooperación imternacional contra el subdesarrollo,
contra el cáncer,
etc., son los «caballos de batalla», en el estado
actual de las cosas, de los representantes hábiles del
imperialismo y
del concilio religioso. Los que «hablan» hoy del
«hambre en el mundo» y del
«subdesarrollo» son exactamente aquellos que los
producen y los mantienen en ese estado. No son
sino «palabras», ya que el sistema imperialista que
produce «el hambre en el mundo» y el
«subdesarrollo» (concepto
anticientífico, por lo demás, ideológico),
es absolutamente incapaz no sólo de remediar estos males,
sino incluso de dejar de producirlos. Los discursos que se
procuncian acerca de estos asuntos dramáticos no
constituyen sino una cortina de humo para las buenas conciencias,
les permite acomodarse a la realidad existente de la
explotación y de la guerra,
dándoles la contrapartida verbal de los
«discursos» destinados a procurarles una «buena
conciencia». La necesidad de dar esta buena conciencia
prueba que existe cada vez más una «mala
conciencia». Pero no debemos confundir la «mala
conciencia», que pueda dar lugar a una toma de conciencia
más objetiva, con el discurso que
pretende adormecerla. No debemos unirnos al coro de los
hipnotizadores, ya que el coro de los hipnotizadores es
también el coro de los criminales (directos y
cómplices). Debemos pronunciar un discurso
diferente
, que sea antes que nada una denuncia
y que conduzca a la lucha, para no abusar de la gente en
las perspectivas actuales. Entre los imperialistas es donde se
reclutan estos constructores de ilusiones. Y no debemos disimular
que esta distinción tiene una gran importancia política. No, el
ecumenismo no está, objetivamente, a la orden del
día, sino la lucha de clase y la
lucha antiimperialista. Creer que el ecumenismo está a la
orden del día es adoptar las posiciones ideológicas
de la Iglesia
católica. El ecumenismo está a la orden del
día para la Iglesia, pero no para nosotros ni para los
pueblos. El ecumenismo es la interpretación
religiosa-reformista-idealista de nuestra tesis de la
coexistencia pacífica. No podemos aceptarla ni hacerla
nuestra sin traicionar nuestras posiciones. Para nosotros, la
coexistencia pacífica, actualmente, consiste en la lucha
antiimperialista por la paz. La lucha por la paz implica la lucha
antiimperialista, y no el ecumenismo…»[v].

El bárbaro del vulgo, hombre masa, es un producto
automático de la civilización moderna
,
reconocen los liberales como Ortega, pero creen que no son ellos
los productores, intentando ocultar que ellos sean la
superestructura del capitalismo y
no otra cosa. Creen como Ortega, no Nietzsche, que
pueden mantener limpia una idea pura de cultura
apartada de lo que es la civilización material. Aunque,
paradójicamente, también manifiestan lo contrario
al decir a menudo que han sido tanto el credo liberal en
los imprescriptibles derechos del hombre, como las reformas
democráticas consagrando el sufragio
universal y los derechos sociales, junto con el desarrollo de
la empresa
capitalista en el industrialismo, los factores que han
determinado la irrupción de las masas
.

Los liberales orteguianos pese a mantener el tono apocaliptico
de la decadencia conservadora spengleriana son al mismo
tiempo
progresistas, al mantener pese a todo la problemática
noción de progreso y considerar sus políticas
y su economía como avance. La decadencia
consiste en que se emancipó al vulgo lo suficiente como
para aumentar su capacidad productiva y consumidora y no para que
impusiese sus gustos contra los finos y cultos, esa es la
rebelión de las masas producto del
progreso en el desarrollo tecnológico es la que tanto
molesta a Ortega, Spengler o Nietzsche. Pero ¿qué
esperaban? ¿Rebajar la explotación y cualificar al
trabajador meramente en el aspecto productivo, arruinando su
desarrollo en todos los demás aspectos de la existencia, y
que tuviese finalmente los mismos gustos (opinión
pública) delicados del privilegiado?

«La vieja democracia
vivía templada por una abundante dosis de liberalismo y
de entusiasmo por la ley. Al servir a
estos principios, el
individuo se obligaba a sostener en sí mismo una disciplina
difícil… Democracia y ley, convivencia legal, eran
sinónimos. Hoy asistimos al triunfo de una
hiperdemocracia, en que la masa actua directamente sin ley, por
medio de materiales
presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos… Ahora en
cambio, cree
la masa que tiene derecho a imponer y dar vigor de ley a sus
tópicos de café» (Ortega y Gasset OC, IV,
147-8).

¿Pensaban que los hombres que convertían en
masas iban a acabar consumiendo el libro
Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides
en lugar de la
televisión basura? Las
condiciones políticas y económicas para que un
pueblo de hombres se convirtiese en un pueblo de ciudadanos que
leyesen cosas como Tucídides sólo se produjo una
vez, en la democracia (política) de la Grecia
clásica, sustentada por la esclavitud
(económica). El camino para llegar a generalizar la
ciudadanía en el pueblo (eliminando la
explotación-esclavitud como base económica) y que
llegase, con el tiempo, a ser un
pueblo-filósofo-político solo se produjo una vez,
con la Revolución
rusa; enquistada en tiranía política (acertada
en lo económico) y hoy ya desmantelada por completo. Pero
hoy los Ortega y Gasset también gozan de ocio (que
invierten en consumo),
cierta riqueza, y, sin embargo, menos participación política que los
atenienses antiguos, viviendo a costa de los esclavos, pero se
quejan de que los esclavos se crean ciudadanos libres sin serlo,
cuando esa hipocresía es la que les ha hecho triunfar y
ese mito de la
libertad el que ellos mismos se creen. El fascismo
encubierto
venció al fascismo descarado y la
democracia ni ha existido plenamente ni existe en la actualidad.
Lo que no pudo mantener la Revolución
francesa (cuya continuación lógica
era la Revolución
bolchevique) y que generó el fascismo
encubierto en que vivimos, fue el mando directo (fascismo
descubierto), la obediencia y la servilidad de los esclavos, por
eso hoy les hay que manipular demagógica e indirectamente,
desde que se les mintió acerca de su libertad.

El temor a la desindividualización es otro de
los elementos convergentes del liberalismo y el fascismo. Toda
tendencia socializante es vista como disgregadora de un sujeto
metafísico que es al mismo tiempo sujeto de la competencia
concurrencial. La defensa del individuo esconde la defensa de la
propiedad
privada y legitima la desigualdad.

En el imperio de la propiedad privada de las condiciones de
existencia y de los bienes de
producción los liberales tienen la
desfachatez de declarar a los muchos
«herederos», como si la categoría de
herencia no
fuese la perpetuación del robo original. Se supone que los
hombres heredan todo lo espiritual mientras que se les escamotea
toda herencia material que no sea la que monopoliza la
institución familiar.

Resulta que el hombre
común, el vulgo, los oi polloi, los obreros y
trabajadores asalariados que son "libres" al poder elegir entre
vender su única posesión, su fuerza de
trabajo, en el
mercado, o
morirse de hambre; son unos parasitos desagradecidos dedicados al
consumismo de derechos y posibilidades.

Las críticas a la técnica, de Ortega a
Heidegger,
desplazan la responsabilidad de la deshumanización a la
máquina o a un concepto idealista que la representa a lo
que denominan lo técnico: la maligna máquina (lo
técnico) tiene vida propia y nos destruye. Semejante
postura cierra los ojos ante el hecho de que la tecnología es una
construcción humana pero además es
propiedad privada y ante el hecho de que en lugar de beneficiar
al trabajador que hace innecesario sólo beneficia al
propietario. Resulta que la odiosa máquina, al producir
con un solo operario lo que antes requería 500
trabajadores, expulsa al paro y a la
miseria a esos 499 sobrantes. Pero al decir esto hemos desplazado
a la máquina la responsabilidad o causa, cuando es por el
hecho de que la máquina tiene un propietario, que no son
precisamente los operarios, que la falta de necesidad de mano de
obra gracias al desarrollo científico-técnico no
revierte en la consecución de renta y ocio para los
trabajadores innecesarios, sino que para éstos constituye
una desgracia al sumirlos en la miseria.

El propio liberal kantiano-orteguiano reconoce que
Humanismo y ciencia
celebraban sus nupcias al comienzo de la modernidad. Estos
son los principios. Lo que representa el siglo XIX es la
concreción institucional de estos principios y su
realización práctica en la forma de la empresa
industrial capitalista y el Estado liberal, dos expresiones
burguesas de una misma conciencia de libertad, fundada en la
autonomía de la razón
. Pero insiste en el
proyecto de la
autonomía de la razón que, a su juicio, en
cuanto educación del espíritu (la
del cuerpo se consagra al capitalismo) es lo que ha fallado. El
problema es que su visión es idealista, en el
párrafo
citado se explican las cosas pero cabeza abajo. El orden correcto
sería el siguiente: la industria
capitalista (propiedad privada de los medios de
producción) acaba generando el Estado liberal
(Revolución francesa), que es causa de la
asociación en instituciones
entre humanismo jurídico-legalista y político
(ONU;
Constitucionalismo; Socialdemocracia) y producción
científico-técnica (Universidades, escuelas
educativas y centros de investigación / formación de
operarios y fabricación de tecnología). Y ese
humanismo institucionalizado de los derechos humanos
es el que genera una conciencia idealista de libertad y una idea
de autonomía de la razón.

La orientación José-antoniana reclamante de
minorías dirigentes del falangismo clásico
reaparece en Ortega y sus seguidores: porque no fue
sólo un fracaso educativo sino orientativo o directivo. En
otros términos, un fracaso o dimisión de los que
tenían la capacidad de la dirección social
. Esto es, que son los
caudillos de la oligarquía dirigente los que fallan en el
proyecto del liberalismo, al no educar el espíritu
inoculándole la autonomía a la razón de los
súbditos. Los dirigentes, la clase rectora, ha dejado que
la masa se vuelva inmoral olvidando su «conciencia de
servicio y
obligación
»; es decir, que los señoritos
(hombres nobles) han olvidado que su nobleza incluye la
dirección de las masas, la dialéctica del
amo y el esclavo hegeliana en versión Ortega -según
la cual- el amo es esclavo del esclavo (los falangistas que
sirven, es decir, mandan al pueblo y cumplen con su
obligación para con Dios y la Patria), y las masas han
perdido la conciencia de que son esclavas. Porque aunque los
hombres-masa siguen siendo esclavos de hecho se les ha
convencido, en la conciencia, de que son libres, y ya no muestran
el debido respeto hacia sus
señores y amos. Lo que le preocupa a Ortega no es que las
masas sean dirigidas por su clase social, la de los que tienen la
capacidad rectora joseantoniana, sino que sean mal-dirigidas por
su clase burguesa.

Pero este liberalismo tan fascista se contradice en sus
principios porque decirles a las masas, entonces, que gozan de
autonomía de la razón, y al mismo tiempo
dirigirlas, resulta un contrasentido, puesto que quien realmente
(y no sólo en la conciencia) goza de autonomía, no
tiene que ser dirigido por nadie, sino que se dirige a sí
mismo. Los liberales se contradicen al querer dirigir a los
demás y, al mismo tiempo, afirmar la existencia de la
autonomía de la razón y de la libertad. Pues ellos
mismos no dirigen a los demás porque hayan logrado la
autonomía de la razón, sino porque están
presos en la clase capitalista, que les ordena ejercer la labor
de patrono, tanto económica como políticamente y
socialmente:

«La deserción de las minorías ha sido
doble. Durante el siglo XIX consistió en halagar a las
masas. Compárese la actuación política de
las generaciones que vivieron bajo esa centuria, más
concretamente: compárese la idea que tuvo de la democracia
cada una de ellas. Para la primera es democracia la
obligación que el hombre tiene de conquistar y ejercitar
los derechos inalienables del hombre. Los políticos de
entonces son puritanos. Su doctrina política es a la vez
una moral que
exige mucho al individuo. Se revuelven contra las masas, que por
definición son inmorales[vi]. La segunda
generación habla a las muchedumbres de sus derechos, pero
no de sus obligaciones.
El hombre público pacta con las masas. La tercera
generación no se contenta con ésto: hostiga las
pasiones y la propensión tiránica de las masas, les
asegura que tienen todos los derechos y ninguna
obligación. A esto llaman dirigir las masas» (Ortega
y Gasset OC, II, 720).

La definición que se da aquí de democracia es
humanista, de índole moral y se ajusta ceñidamente
al espíritu liberal: «la obligación que el
hombre tiene de conquistar y ejercitar los derechos inalienables
del hombre». Se diría que el liberalismo se
destiñe en democratismo, según Ortega, pero lo que
en realidad ocurre es que ha sido siempre demagogia,
según el diccionario
REALE 21ª edición: Dominación
tiránica de la plebe con aquiescencia de ésta

o, en otra acepción: Halago de la plebe para hacerla
instrumento de la propia ambición política
.

Cuando un filántropo liberal considera instaurada la
verdadera democracia y la igualdad de
oportunidades mediante su concurso ya no se da cuenta de que
él es el privilegiado que ha ocupado el lugar de la
aristocracia. Entoces, viendo a la muchedumbre alienada y
embrutecida, concluye que ésta se autoaliena, y que es
culpable por naturaleza de su miserable situación
espiritual y existencial. La condena orteguiana del vulgo
adquiere entonces tintes racistas: «Después de haber
metido en él todas estas potencias, el siglo XIX lo ha
abandonado a sí mismo, y entonces, siguiendo, el hombre
medio su índole natural, se ha cerrado dentro de
sí» (Ortega y Gasset OC, IV, 184). El hombre nace no
se hace, como decía el aristocratismo del antiguo
Régimen, tesis racista heredada por el liberal una vez que
ha asumido el poder. La índole natural de
José Ortega y Gasset es abierta e ilustrada, mientras que
la de la chusma es cerrada y reaccionaria. Para el liberal que se
autoconcibe como demócrata, todo lo que no sea su
ideología es fascismo, no sólo las acalladas
ideologías alternativas, como el satánico
comunismo, sino los propios ciudadanos que él considera
haber liberado otorgándoles el privilegio de producir los
bienes materiales de los que él, más que los
productores, se beneficia. Para el liberal, claro, fascismo y
bolchevismo son lo mismo:

«No tanto por el contenido particular de sus doctrinas,
que, aislado, tiene naturalmente una verdad parcial
-¿quién en el universo no
tiene una pociúncula de razón?-, como por la manera
anti-histórica, anacrónica, con que tratan su parte
de razón» (Ortega y Gasset, OC, IV, 204).

El intelectual liberal puede despreciar al vulgo porque
él se dedica a la cultura y, aunque se viste, come,
detenta una vivienda en propiedad y tiene una criada que le lava
la ropa, no se explica que el obrero obligado a consagrar su vida
a fabricar prendas de vestir, producir patatas y carne, construir
casas y fregar o recoger la basura de los
liberales, no se dedique a su crecimiento espiritual.

Siendo igualmente aristocrático que Ortega, Nietzsche,
sin embargo, no era hipócrita, porque jamás fue por
la vida de liberal. Claudicó en el empeño de la
ilustración general y llegó a la
conclusión de que, dada la existencia de la propiedad
privada, los esclavos son la base de la cultura superior, en
lugar de declararse liberal y proclamar la meta, esto es,
la libertad de los seres humanos, como ya alcanzada:

«La cultura y la casta. No puede nacer una
cultura superior más que en aquellas sociedades en
donde existan dos castas claramente diferenciadas: la de los
trabajadores y la de los ociosos, capaces de verdadero ocio; o,
con palabras más fuertes, la casta del trabajo forzado y
la casta del trabajo libre. El reparto de la felicidad no es un
punto de vista fundamental cuando se trata de crear una cultura
superior; pero el hecho es que la casta de los ociosos tiene una
mayor capacidad de sufrimiento, que sufre más, que su
alegría de vivir es menor y que su tarea es más
pesada. Si se produce un intercambio entre las dos castas, de
forma que los individuos más obtusos y menos inteligentes
de la casta superior sean relegados a la casta inferior, y a su
vez los seres más libres de ésta tengan acceso a la
otra, se logra un estado más allá del cual no se ve
más que el mar abierto de las aspiraciones ilimitadas.
-Esto es lo que nos dice la voz agonizante del pasado: pero
¿habrá oídos que la oigan?». (Nietzche
Humano demasiado humano I, §439).

Nietzsche no era liberal e hipócrita, como Ortega,
porque reconocía que su posición era de privilegio
y que no se resolvía con meras apelaciones a la
ideología humanista, sino que eso era la forma moderna de
perpetuar de una manera mezquina e hipócrita el mismo
aristocratismo del antiguo Régimen, pero enormemente
degradado por la compra-venta. A su
juicio era mejor ser esclavo que obrero que se cree libre sin
serlo:

«Los esclavos y los obreros. Concedemos
más valor a la
satisfacción de nuestra vanidad que al resto de cosas que
constituyen nuestro bienestar (seguridad, puesto
de trabajo, placeres de todo tipo), como se evidencia hasta
extremos ridículos en el hecho de que todo el mundo (al
margen de razones políticas) desee la abolición de
la esclavitud y rechace con horror la idea de reducir a alguien a
ese estado: pero todo el mundo debiera reconocer que los esclavos
llevaban una vida más segura y feliz en todos los aspectos
que el obrero moderno, que el trabajo
servil era poca cosa en comparación con el del
"trabajador". Se protesta en nombre de la "dignidad
humana", pero lo que se encuentra debajo de este eufemismo es
nuestra querida vanidad que nos lleva a considerar que no hay
peor suerte que no ser tratado como igual, que ser considerado
públicamente inferior. -El cínico piensa de otro
modo en este aspecto, porque desprecia el honor -de ahí
que Diógenes fuera durante un tiempo esclavo y preceptor
doméstico». (Nietzsche Humano demasiado humano
I,
§457).

La meritocracia del liberalismo acabó con la
aristocracia, con seres como la familia Mediccis,
para extender la esclavitud, eso es, el trabajo asalariado, y
situar en la cúspide social, además de al
capitalista, al nuevo detentador del patrimonio y
el capital, ya no
un noble terrateniente rentista sino un banquero o un empresario
financiero, o los asalariados más productivos, que en la
sociedad del consumo de masas son los cantantes de rock, los
futbolistas, las modelos, los
actores cinematográficos, junto a los publicistas y los
directivos. La esclavitud se ha ampliado más que nunca
porque quien no dispone de las tres cuartas partes de su tiempo
para sí mismo es un esclavo, haga lo que haga:

«El grave defecto de los hombres activos. Lo que
les falta ordinariamente a los hombres activos es la
actividad superior, es decir, la actividad individual.
Actúan en calidad de
funcionarios, de hombres de negocios, de
expertos, es decir, como representantes de una categoría,
y no como seres únicos, dotados de una individualidad muy
definida; en este aspecto, son perezosos. La desgracia de los
hombres activos es que su actividad resulta siempre un tanto
irracional. No cabe preguntar al banquero, por ejemplo, el
objetivo de su
compulsiva actividad, porque está desprovista de
razón. Los hombres activos ruedan como lo hace una piedra,
según el absurdo de la mecánica. Todos los hombres, tanto de hoy
como de cualquier época, se dividen en libres y esclavos;
pues quien no dispone para sí de las tres cuartas partes
de su jornada, es un esclavo, sea lo que sea: político,
comerciante, funcionario o erudito». (Nietzsche Humano
demasiado humano I,
§283).

Ante Nietzsche, que es antiliberal y antimoderno, que critico
con saña tanto al Estado prusiano-hegeliano como al
socialismo marxista, cabe o bien la postura aristocrática
o bien la postura anarquista. Pero está claro que tener
tres cuartas partes del tiempo para uno mismo, condición
para no ser esclavo, es algo que está ligado a la
economía, individual o colectiva, y que no se consigue
más que individual y epicúreamente en el
liberalismo capitalista. No se le ocurrió a Nietzsche que
podía ser lo suficientemente radical como para exigir
universalmente la liberación de los esclavos, sino que
vió tan sólo una salida individual, logró su
libertad individual al renunciar a su trabajo de profesor
universitario y disponer de las tres cuartas partes de su tiempo
libre viviendo con suma austeridad de su pensión por
enfermedad.

La igualdad económica colectiva (no otra) es
conditio sine qua non de la libertad colectiva. Para
conseguir la libertad colectiva habría que reducir
la jornada laboral a tres
horas al día (15 semanales), o menos, dependiendo de la
función
a desempeñar, y proporcionar a todo ser humano la renta
que le corresponde por el mero hecho de nacer, el porcentaje que
le corresponde de la riqueza que produce la ciencia, la
tecnología o la tierra.
Así sería compatible el trabajo forzado y el
trabajo libre, no tendrían que inmolarse muchos para que
pudieran vivir unos pocos, y la verdadera democracia, la
participación directa de todos los ciudadanos en la
asamblea ejecutiva y en la asamblea judicial, como la hubo en la
Atenas de Pericles, podría realizarse también
generalizadamente.

El liberal ve la libertad colectiva de la que hablamos como
utópica, la libertad individual de que gozó
Nietzsche aislándose ascéticamente, sí le
parece realizable, pero no la quiere por avaricia, ya que ama el
lujo, la propiedad y el mando. él mismo suele ser un
esclavo de los que se creen libres, se ha convertido en
víctima de su propia creación y actua como el gran
gúru de una secta que ha llegado a creer en los mitos que
había inventado para sojuzgar a los demás. Pero es
que no tiene ya tampoco ningún trabajo libre que realizar
y, como sus súbditos, sin dedicar la vida a la
producción y al consumo no sabe qué hacer y se
aburre. Los que Nietzsche llamaba hombres activos de la sociedad
moderna no tienen un para qué vivir que no les
esté dado por el capitalismo, porque para llegar a tenerlo
hace falta tiempo, mucho tiempo libre:

«pero, pregúntate para qué existes
tú, el individuo, y si nadie puede decírtelo trata
de justificar el sentido de tu existencia, en cierto modo, a
posteriori, fijando una finalidad, una meta, un "para esto", un
para esto elevado y noble. Sucúmbe realizándolo -yo
no sé que exista mejor finalidad de la vida que sucumbir a
lo grande e imposible». (Nietzsche De la utilidad e
inconvenientes de la historia para la vida
.
Segunda Consideración Intempestiva-, 9ª
parte).

A diferencia de Nietzsche, que se dirige en el párrafo
anterior a todo individuo (independizándolo del
rebaño, al que es inutil dirigirse), el liberal Ortega se
hace unas preguntas capciosas, ya que presuponen respuesta
negativa al partir del hombre-masa y cuestionarse si el
filántropo humanista podrá reformarlo y convertirlo
en individuo:

«¿Se puede reformar este tipo de hombre?…
¿pueden las masas, aunque quisieran, despertar a la vida
personal?» (Ortega y Gasset OC, IV,
131-2).

Fácil es ver cómo el humanista se erige en
cabeza y caudillo de la sociedad que pretende reformar. Su primer
y más eximio representante fue Otto von Bismarck, el
creador del I Reich, apoteosis del Estado
Hegeliano:

«La idea de que el individuo limite el poder del
Estado… es una idea germánica… Donde el germanismo no
ha llegado, no ha prendido el liberalismo… Por eso, el que es
verdaderamente liberal mira con recelo y cautela sus fervores
democráticos, y, por decirlo así, se limita a
sí mismo» (Ortega y Gasset, OC, II, 425).

Con Stuart Mill y Tocqueville esgrime Ortega su defensa del
individuo contra la estatalización a la que consideran
culpable los liberales del surgimiento de la masa, pero no se dan
cuenta de que no es el Estado sino el Capital quien proletariza y
aliena al individuo sumiéndole en una masa productiva. La
defensa de la individualidad de nuestros esclavos sólo
sirve para que éstos consuman los teléfonos
móviles que les vamos a vender, lo cual no les hace
libres, sino aún más esclavos de lo que ya
eran:

«La forma que en política ha representado la
más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal.
Ella lleva al extremo la resolución de contar con el
prójimo y es prototipo de la acción
indirecta» (Ortega y Gasset, OC, IV, 191).

Acción indirecta es quí sinónimo de
reformismo y se opone a la acción directa
revolucionaria anarquista, que ponía bombas en la
época en la Ortega escribía estas líneas,
acción directa que el liberalismo orteguiano rechaza y
repudia:

«El hombre europeo actual tiene que ser liberal… Eso
que ha intentado Europa en el
último siglo con el nombre de liberalismo es, en
última instancia, algo ineludible, inexorable, que el
hombre occidental de hoy es, quiera o no» (Ortega y Gasset,
OC, IV, 211-212).

Hay, por lo visto, para el liberal, que se revela como
hegeliano, un progreso lineal de la Historia, marcado por una ley
ineludible, que lleva hasta su concepción paradisiaca del
mundo, con lo cual no es necesario acudir al expediente de la
violencia
(revolución) sino que basta con el reformismo para ayudar
a que la Historia se autorealice pues ya hemos alcanzado el
núcleo primordial. Por eso es una concepción
liberal del mundo que, en lo esencial, debe permanecer inmutable,
cambiando y adaptándose en lo accidental, ya que cualquier
tiempo pasado fue peor y cualquier alternativa, fascismo:

«La democracia liberal fundada en la creación
técnica es el tipo superior de vida pública hasta
ahora conocido; segunda, que ese tipo de vida no será el
mejor imaginable, pero el que imaginemos mejor tendrá que
conservar  lo esencial de aquellos principios; tercera, que
es suicida todo retorno a formas de vida inferiores a las del
siglo XIX» (Ortega y Gasset, OC, IV, 173-4).

Los liberales identifican socialismo, comunismo y anarquismo
con desindividualización cuando la dimensión
cuantitativa, atomística de la sociedad de individuos
liberales es la que otorga valor numerico-mercantil a sus
ciudadanos; no han entendido o no han querido entender que lo
social y comunal es lo humano porque es lo orgánico:

«El siglo XIX -dice Simmel- ha creado una noción
cuantitativa, extensiva de la humanidad: según ella, lo
social, lo comunal, es lo humano. El individuo no existe
realmente: es el punto imaginario donde se cruzan los hilos
sociales» (Ortega y Gasset, OC, I, 93).

Al modelo
organicista, a la sociedad considerada  como un gran
organismo vivo, al modelo de la química, como en
Platón,
Rousseau o
Marx, se contrapone el modelo atomista, la sociedad considerada
como un agregado de individuos unidos por su egoísmo, el
modelo de la física
atómica, que, por el arte de la
paradója de las abejas-individuo de Mandeville y de la
mano invisible de Adam Smith, hacen de la apoteósis del
individualismo la esencia de la sociedad. Pero este liberalismo
orteguiano que se quiere político y no económico
nos asombra con sus anhelos de restricción de la ya escasa
participación política que supone la democracia
moderno-liberal:

«Si les decís que la salvación de la
democracia depende de que no se haga solidaria del sufragio
universal, del Parlamento, etc, os declararán
reaccionario. On est toujours le réactionnaire de
quelqu"un
» (Ortega y Gasset, OC, II,24).

Define Ortega en 1918 el «verdadero e integral
liberalismo… su política se resume así: libertad,
justicia
social, competencia, modernidad» (Ortega y Gasset, OC, X,
456). Sin caer en la cuenta que mantener al mismo tiempo los
principios de competencia y de justicia social se cae en
contradicción.

«(Pregunta): "Ha dedicado usted mucho tiempo a Europa.
En el momento actual parece que existe una Europa financiera,
incluso eso que algunos llaman la Europa de los mercaderes…".
(Respuesta): No me gusta nada esa expresión… porque no
es verdad. Esa es una forma de expresión de tipo
anguitiano… ¿Quiénes son los mercaderes?
¿Los empresarios? Bueno, pues en una economía como
la europea o como la mundial, en la que el Estado se retira de la
producción directa de la riqueza y, por tanto, de un
factor clave de nuestro futuro. Ellos deben ser los protagonistas
de la creación de la riqueza, aunque no tienen que ser los
protagonistas del reparto de esa riqueza. Para hacer eso hay que
gobernar. Mientras más y mejores empresarios haya en
España
y en Europa, mejor nos irá a todos en una economía
abierta. ¿Eso no pega que lo diga la izquierda? Bueno,
pues que no pegue, pero es verdad. El que dice lo contrario no
pasa de decir una bobada… … La Unión
Europea y Estados Unidos
son la mitad de la economía
mundial. La
globalización es un hecho» (Revista
Tiempo
nº854, 14 de septiembre 1998: Entrevista a
Felipe Gonzalez
).

¿La izquierda dice ésto? ¿Qué
izquierda? ¿La izquierda liberal? ¿El liberalismo
que combina competencia y justicia social? ¿La llamada
Tercera Vía de Blair-Giddens? Pero eso del equilibrio
entre lo social y lo económico, el keynesianismo, es como
la cuadratura del círculo, un imposible.

Existe una tensión entre libertad e
igualdad, aparte de la olvidada fraternidad, que
hace inviable su coexistencia plena. No se puede lograr la
igualdad si no se está dispuesto a limitar la libertad,
sobre todo la libertad para la adquisición ilimitada de
riqueza; y viceversa, la desigualdad es consecuencia directa de
la falta de restricciones a la libertad de acaparamiento, que
adquiere unas proporciones descomunales, generando desigualdades
en un mundo de gran producción de riqueza, aunque
limitada. No se puede lograr un reparto equitativo de una riqueza
limitada en proporciones ilimitadas. Lo  que me temo es que
sin violencia, es decir, revolución, de forma reformista y
pacífica, los ricos nunca dejarán que se les
restrinjan sus beneficios individuales, su libertad de
acumulación ilimitada, en pro del bienestar colectivo;
dicha medida tendría que serle impuesta a esa
minoría por la mayoría.

José Saramago lo explicó muy bien en un
artículo titulado Alégrate izquierda (Diario
El Mundo, 9-10-98) contemporáneo de la noticia de
la concesión del Nobel:

«¿Piensa la izquierda que sus ideas (si
aún las tiene) de socialismo o de socialdemocracia son
compatibles con la libertad total de maniobra de las
multinacionales y de los mercados
financieros, reduciendo al Estado a meras funciones de
administración corriente y a los ciudadanos
a consumidores y clientes, tanto
más dignos de atención cuanto más consuman y
más docilmente se comporten? No tengo esperanzas de que
alguien responda a estas preguntas, pero cumplo mi deber
haciéndolas. Alégrate, izquierda, mañana
llorarás».

Pero el liberal siempre es ambiguo y no discute la competencia
ni el capital, que considera leyes de la naturaleza
humana y universal, pero proclama grandiosas intenciones
respecto a la justicia social que a la postre resultan
incomprensibles. De ahí que dijese Ortega y Gasset que
había que dirigirse hacia «los caminos acertados
para conseguir lo que de esa justicia social es posible y es
justo conseguir, caminos que no parecen pasar por una miserable
socialización, sino dirigirse en vía
recta hacia una magnánima solidaridad» (OC, IV, 133). Ortega, como
buen liberal, acepta el status quo y el evangelio de la
competencia capitalista como algo esencial, propio de la
naturaleza de las cosas, como una ley de la naturaleza,
declarando las consignas neoliberales como lo que es, y no
puede ser de otro modo
, pero lo adereza con declaraciones de
principios sociales sin decir nada respecto a cómo se
puede lograr concreta, social, económica y
políticamente esa magnánima solidaridad, que
se queda en simple caridad nacionalcatólica.
Incluso George Soros, el firme seguidor de la filosofía liberal de Karl Popper,
con la que se familiarizó mientras era estudiante en la
London School of Economics, antes de trasladarse, en 1956,
a los Estados Unidos, donde acumuló una gran fortuna a
través de un fondo de inversiones
internacional fundado y gestionado por él mismo; opina que
la economía no es una ciencia al no estar regida por
leyes:

«Existe la creencia generalizada de que los asuntos
económicos están sometidos a irresistibles leyes
naturales comparables a las leyes de la física. Esta
creencia es falsa. Y lo que es más importante, las
decisiones y las estructuras
que se basan en esta creencia son desestabilizadoras
económicamente y peligrosas desde el punto de vista
político»[vii].

En unas Notas sobre el pacifismo europeo, editadas en
versión inglesa, en 1938, en la Revista The
Nineteenth Century
, y rescatadas recientemente en español
por Thomas Mermall, como apéndice a su edición de
La rebelión de las masas, escribe Ortega:
«Esto salvará Europa. Una vez más
resultará patente que toda forma de vida ha menester de su
antagonista. El totalitarismo salvará al liberalismo,
destiñendo sobre él, depurándolo, y gracias
a ello veremos pronto un nuevo liberalismo templar los
regímenes autoritarios». Familiarizándonos
con la relación entre fascismo y liberalismo, entre
Pinochet, Margaret Tatcher y la Escuela de
Chicago. Cuando el Estado se vuelve portavoz real de los
ciudadanos e intenta el cambio de las reglas económicas,
como en el Chile de Salvador Allende,
casualmente se produce un golpe de Estado
más que aplaudido por los Estados Unidos y una etapa
dictatorial que dura hasta que se normaliza el liberalismo
capitalista. Ortega, el intelectual liberal, minoría
consciente que llama a tomar el mando moral europeo a los de su
casta, quiere formar políticamente al rebaño, al
hombre-masa.

La formación
política y humana de los ciudadanos no es necesaria en
unas sociedades gobernadas por la demagogia del
espectáculo y la hipocresia. Cuando un futbolista, una
cantante o un presentador de televisión son los personajes más
emblemáticos de una sociedad en la que los grandes poetas,
ignorados por la mayoría, acaban tirándose por la
ventana. Cuando las declaraciones de principios meramente
formales se esgrimen como coartadas de los hechos más
viles e inconfesables, por ejemplo, cuando vemos que los
intereses de la deuda externa de los países pobres superan
con creces las ayudas caritativas que reciben. Cuando los seres
humanos son mercancía homogeneizada, los ideales de
la
ilustración mueven a risa a los jóvenes, o a
sonrisas cínicas y estúpidas de
incomprensión absoluta, pero mejor si se sonrie, porque de
lo contrario se corre el riesgo de
volverse un hipócrita o de ser muy obtuso. Libertad,
Igualdad y Fraternidad, hay que ser ingenuo o hipócrita
para seguir sosteniendo que esos son los pilares de nuestra
sociedad Occidental. Los políticos demagógicos de
la sociedad de masas lo hacen a diario. Pero los jovencitos que
son todavía sinceros consigo mismos saben que el dinero es
el único pilar de la sociedad Occidental y todo lo
demás les parece, con razón, un rollo intragable.
Entonces podríamos pasar a decir que los principios de la
ilustración no son nuestros pilares sino nuestros ideales
a alcanzar, pero de nuevo la realidad (los jóvenes viven
todavía en la realidad aunque sea la espantosa realidad
del imperio del Capital) les desmiente a los interpelados
semejante aserción con rotundidad. La realidad se les
aparece todos los días durante unas cuatro horas a
través de la televisión, porque hoy por hoy la realidad
es la imagen y la
especulación financiera vía internet. Sólo el
telediario se dedica en ocasiones a proclamar bien  los
pilares o bien los  ideales programáticos de la
ilustración, pero los jóvenes no ven el telediario
ni leen el
periódico. Hacen bien, porque para observar como el
ministro de economía responsabiliza del paro a la
inflación, en lugar de a los empresarios y a sí
mismo, ya que para él es tanto como decir que la culpa del
paro la tiene la ley de la gravedad, porque considera que la
economía es una ley de la naturaleza en lugar de una
convención humana, sobran los telediarios, ya que de tal
falacia está ya convencida la gran mayoría de la
opinión pública. El paro es una calamidad natural,
como el trabajo esclavo, un accidente, algo que sucede porque
sí, fortuito, azaroso, pero al mismo tiempo tan
rígido e inexorable como una ley de la física,
determinado por una férrea ley de causalidad, la de la
oferta y la
demanda. No
importa que sea contradictorio, al contrario, mejor que
así sea, no vayan a aprender las huestes un poco de
lógica, no sea que les vaya a dar por pensar y descubran
que el paro no es una calamidad sino una necesidad del sistema de
relaciones económicas arbitrario y convencional en el que
vivimos, que produce cuantiosos beneficios a los que
además de muchas otras propiedades poseen en propiedad
incluso las condiciones del trabajo en general y los medios de
difusión de la ideología dominante (el sistema de
creencias generadas por el propio sistema económico en
cuanto que posee mecanismos de retroalimentación). De manera que el paro
es a la vez fortuito y necesario, un azar y una ley. Si se acepta
que la responsabilidad es de la inflación se está
aceptando como ley natural todo el sistema económico
vigente, y lo cierto es que sí que se siguen ciertas
regularidades en la economía vigente, como se
seguirían de cualquier otra economía alternativa,
pero el detalle es que las leyes de la economía no son
leyes de la naturaleza como la gravitación universal
sinoconvenciones humanas, leyes coyunturales que se
podrían modificar, pero cuya modificación no
interesa a las clases dominantes. La famosa intervención
estatal se reduce al  plegamiento de la demagogia
política a las necesidades de la economía vigente.
El Estado interviene para forzar que se bajen los tipos de
interés, interviene conforme a las reglas
del mercado capitalista y pocas veces triunfa si por voluntad
ciudadana llega a querer otras reglas, cuando el Estado se vuelve
portavoz real de los ciudadanos e intenta el cambio de reglas,
como en el Chile de Salvador Allende, casualmente, se produce un
golpe de Estado y una etapa fascista-dictatorial que dura hasta
que se normaliza la demagogia capitalista. Medidas como la
supresión del interés que al fin y al cabo no es
más que lo que antes se denominaba usura y la
nacionalización de la banca,
¿realmente una mayoría de los ciudadanos
estaría en contra? No lo creo, pero desde luego nunca
habrá un referendum sobre la cuestión. ¿Por
qué no se suprime el interés y se nacionaliza la
banca? ¿Por qué no se legisla un salario
máximo o ley de hierro de los
beneficios? ¿Por qué no se reduce
drásticamente la jornada laboral dado el enorme desarrollo
tecnológico alcanzado? Pues porque las opciones de cambiar
las reglas del juego son
implanteables por los creyentes fanáticos en las reglas
vigentes, ya neoliberales, ya socialdemócratas: la
socialdemocracia capitalista Occidental es la Verdad y cualquier
alternativa no puede ser sino fascismo. Curioso integrismo el de
la sociedad abierta para la que todo lo que no sea ella misma es
totalitarismo.

El liberalismo procede como si los derechos humanos fueran
algo más que una declaración formal de principios y
se hubiesen materializado ya en la realidad, procede como si de
hecho hubiese igualdad de oportunidades, por eso dice Ortega que
para ser sí mismo y vivir con autenticidad, es
preciso ser un héroe y que la fe liberal
estriba precisamente en que uno cualquiera puede llegar a ser y
debe llegar a ser un «sí mismo», un
héroe. No hay mucha distancia entre tal formulación
del liberalismo político y el evangelio de la competencia
del liberalismo económico según el cual, de acuerdo
con el absurdo mito americano, todos podemos llegar a ser
Rockefeller o Gates, los héroes del capitalismo; pues
sólo nuestro plebeyismo nos lo impide. Como había
proclamado en las Meditaciones del Quijote, todo hombre
lleva dentro de sí «un héroe
muñón», expectante, que «se agita en
medio de una caterva de instintos plebeyos» (Ortega y
Gasset, OC, I, 394-5), esperando su renacimiento. Lo
cual nos recuerda una de las múltiples películas
sobre la guerra de Vietnam
en la que se decía: «en cada chino hay un
américano que pugna por salir a la superficie y nosotros
le ayudamos a que alcance el renacimiento
llenándole el cuerpo de balas».

[i] Las citas de Ortega y Gasset, precedidas de la
abreviatura OC, se hacen por la edición de sus Obras
Completas
, en: «Revista de Occidente», Madrid 1966,
indicando el número del tomo y la página.

 (II) Cfr. Althusser/Balibar Para leer el
Capital
, ed.siglo XXI (1ªed.1965-68)

[iii] A través de sus obras, se aprecia que el
pensamiento de
Garaudy ha evolucionado, coherentemente, desde un comunismo
pro-soviético
y un humanismo marxista que
defendía en los años cincuenta y sesenta, pasando
por un humanismo marxista-cristiano defendido desde
mediados de los sesenta hasta mediados de los ochenta, hasta
arribar a un ecumenismo de raíz 
islámica
con el que se refundieron los anteriores,
(con conversión incluida al islamismo), desde la segunda
mitad de los ochenta hasta los años noventa. Cfr.Roger
Garaudy: Humanismo marxista (1957); Perspectivas del
hombre
(1961); Del anatema al diálogo (1965);
Por un diálogo entre civilizaciones (1977); Como
el hombre se hace humano
(1978); Palestina, tierra de
mensajes divinos
(1986). Hacia una guerra de
religión
, con prefacio de Leonardo Boff (1995);
Grandeza y decadencia del Islam (1996).

[iv] Exactamente la misma contestación que da
Francisco Fernández Buey a Diego López Garrido ya
en el año 1999, cuando el segundo, lider de Nueva
Izquierda
, escisión del Partido Comunista que
pretende la fusión con la socialdemocracia, pide a
los últimos de Filipinas, que se transformen, esto es, que
de revolucionarios antihumanistas se vuelvan reformistas
humanistas: "Los partidos comunistas (PC) de Europa del Este se
han convertido -salvo en Rusia– en
socialdemócratas y han pedido el ingreso en la
Internacional Socialista. Sin embargo, en la Unión Europea
aún subsisten partidos comunistas que atraviesan su
particular travesía del desierto, con un peso
parlamentario decreciente y una seria indefinición y
crisis
cultural y estratégica. En la Europa del Sur
-España, Francia,
Portugal, Italia, Grecia-
están los bastiones de los PC". Ante los cual, contesta
Fernández Buey, que lo que se está pidiendo es la
desaparición de todo un espectro político: "El
futuro próximo del comunismo depende de la capacidad de
resistencia que
tengan los partidos comunistas actuales frente al aluvión
de sugerencias externas diciendo que se disuelvan o que renuncien
a su identidad. Si
lo hicieran, y esto es lo que les está pidiendo la
mayoría de los comentaristas externos, la
consideración sobre su futuro saldría sobrando.
Decir que los partidos comunistas existentes deben disolverse o
cambiar de nombre o de naturaleza no es un argumento sobre el
futuro de los partidos comunistas. Pues si lo que se pide es su
desaparición como tales, no hay futuro". Diario El
País
del 27 de junio de 1999. Diego López
Garrido «El comunismo no es reformable, los PC,
». Francisco Fernández Buey
«El mañana, el mañana, el
mañana
…».

[v] Louis Althusser «Acerca de los
síntomas de la existencia concreta de la universalidad del
género humano
». Carta a Michel Simon del
14 de mayo de 1965. En: Louis Althusser, Jorge Semprún,
Michel Simon, Michel Verret Polémica sobre marxismo y
humanismo
, ed.s.XXI, (1ª edición,1968), 6ª
edición 1974, págs.195-196.

[vi] Inmorales en cuanto que les falta «la
conciencia de servicio y obligación» (Ortega y
Gasset, OC, IV, 277).

[vii]  George Soros La Crisis del Capitalismo
Global
. (La sociedad abierta en peligro). Editorial
Debate. Madrid
1998. Cap.2: Una crítica
de la economía
, pág.61.

Madrid. Mayo de 2000 

 

 

Autor:

Simón Royo Hernández

Doctor en Filosofía por la Universidad
Nacional de Educación a
Distancia. Miembro de los Grupos de
investigación "Pólemos" y "Palimpsestos" de la
citada universidad.

Imparte un módulo como profesor en el MASTER
"Europa Fin de siglo" de la UCM y desarrolla en la actualidad una
investigación Postdoctoral en la UNED sobre el pensamiento
de Platón.

Partes: 1, 2
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