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Antígona y Sócrates o el precio de la sabiduría


Partes: 1, 2

    Lo trágico puede asumir dos formas fundamentales; la
    primera y más reconocida proviene del enfrentamiento de
    los esfuerzos humanos con fuerzas que frustran intentos y
    aspiraciones por incompatibilidad, antagonismo o simple
    incongruencia. A este género de
    conflicto
    pertenecen las situaciones de anagnórisis para el
    héroe, los "descubrimientos" de ocultas claves que, de
    seguirse, hubieran "evitado" o al menos aliviado la tragicidad de
    las situaciones. En tal caso, es posible para el héroe la
    re-conciliación con el poder
    desafiado conscientemente o no, pues en el fondo de los males
    sobrevenidos al héroe, yace la ignorancia en alguna de sus
    formas, ya sea como desconocimiento o como falso saber, no
    encaminado a lo recóndito sino a lo evidente y/o
    aparencial.

    Se producen así estados de "ceguera" que conducen al
    choque con el poder representativo de la fatalidad. Esta ceguera
    espiritual puede manifestarse como inocencia, desconocedora de
    toda maquinación –tal es el caso de la Desdémona
    de Shakespeare–o
    como culpa ajena que se arrastra por herencia–la
    estirpe de Edipo en su conjunto–, como hybris–el caso de Medea
    o, en otro sentido, el de Macbeth–, como formas de justicia
    conflictivas, en cuyo trasfondo pugnan fuerzas suprahumanas,
    sobrenaturales o no–en Las Euménides–, como
    pretensión de modificar la realidad a través del
    solo poder individual humano–Hamlet o
    Edipo.

    El héroe trágico sucumbe o se doblega bajo el
    peso de lo fatal y desconocido, y la única vía de
    salvación sería el Deus ex machina, que convierte
    al victimario en irremisible víctima

    –así ocurre a Jasón en Medea–o torna la
    tragedia en ciernes en comedia, como en Tartufo. El "percatarse a
    tiempo"
    salvaría del golpe de lo fatal, aunque éste
    último suele emplear la ceguera como una de sus armas. En tal
    caso sería posible al menos producir al cabo algún
    bien a través de los males sobrevenidos, según se
    observa en Edipo en Colono. El protagonista vive lo suficiente
    para llegar a saber y comunicar a los demás el saber
    adquirido mediante su palabra o su ejemplo, aunque haya de morir
    o de purgar indefinidamente sus errores o los de su estirpe.
    Puede argüirse lo problemático de la propia comunicación del saber, pero al menos se
    lleva a cabo el intento, y el coro o algún testigo
    importante en la tragedia griega–otros personajes lo sustituyen
    en etapas posteriores–, que reciben una perdurable
    lección mediante el sufrimiento de los héroes,
    muestran que, pese a todo, algún bien se desprende del
    intento.

    La tragedia absoluta sobrevendría si la muerte o el
    extremo sufrimiento de los héroes no dejaran huellas por
    no llegar a ser conocidos ni apreciados por nadie. Tal hubiera
    podido ser, fuera de los marcos del teatro, el caso
    de Job, de no intervenir el propio Dios.

    El héroe hubiera vivido en este caso para rumiar
    calladamente su dolor, el cual no provocó espanto ni una
    lección real a quienes lo conocieron, sino burlas y
    reproches por pecados no cometidos, incluso exhortaciones a un
    arrepentimiento improcedente.

    Pero el libro
    bíblico no fue escrito con propósitos "literarios".
    En suma, en esta forma de lo trágico, un poder se enfrenta
    con lo desconocido o mal conocido, y el re-conocimiento
    constituye de por sí una suerte de re-conciliación
    a través de la sabiduría adquirida, plena o
    incipiente.

    Hay otro tipo de conflicto trágico en el cual la
    relación se invierte: hay en el héroe una serena
    sabiduría que conduce a los actos por los cuales él
    mismo habrá de sucumbir. Está a solas con su deber.
    Se le ama o se le odia pero no se le comprende. Aun quienes
    parecen hacerlo revelan en algún momento su saber a
    medias–un modo del no-saber–y se retiran desconcertados, o
    cometen errores que agudizan el conflicto.

    La tragedia en este caso proviene de lo incomunicable del
    saber y de la consiguiente soledad, en sufrir sin opción
    las consecuencias de actuar en un mundo o medio dominado por la
    "ceguera"(1).

    En su aspecto humano–el confesional no afecta a todos los
    hombres–, el sacrificio de Jesús nos sobrecoge por
    el estado de
    irremisible soledad en el que el intransferible cáliz lo
    sume, por la absurda ceguera de sus verdugos. De nada sirve que
    advierta a los discípulos que serán dispersados, a
    Pedro que lo negará tres veces, ni las prédicas
    donde describe su suplicio con antelación. El lo sabe y
    por eso ruega al Padre el perdón para quienes, en cambio, no
    saben lo que hacen. Es la doble condición de este supremo
    héroe la que transforma en glorioso misterio la tragedia
    por excelencia. Pero en el plano puramente humano, no existe
    variación en el conflicto que afecta al héroe
    trágico. Este podrá, como Sócrates,
    asumir con inalterable ánimo los hechos o padecer al
    apurar la copa como Antígona, pero siempre experimentará
    en sí mismo y en su relación con el mundo
    circundante las terribles consecuencias de un mal que no le
    afecta: la ignorancia.

    Ver claro donde otros no pueden constituye en este caso
    quizás el elemento fundamental que acrecienta el dolor del
    héroe. Job debe incluirse en este tipo de tragicidad. Su
    sabiduría reside en este caso en su fe sin límites,
    en la espera de la redención, enfrentada con la
    visión superficial de su mujer y sus
    amigos, que lo acusan de ocultar sus faltas.
    Sócrates queda a solas con su daemon; Antígona con
    sus ancestros; Job con Dios, pero los tres son "excluídos"
    por igual del género humano, en una soledad esencial que
    para los dos primeros es definitiva.

    La actitud
    socrática muestra la
    "dimensión interior de la areté(2)", lo cual
    creemos aplicable a Antígona. Uno y otra son condenados y
    abandonados a la soledad absoluta que proviene de una misión
    incompartible, por un medio ajeno a esta "virtud interior",
    ignorante de la esencia de la virtud, la cual reduce a leyes y
    fórmulas inventadas por los hombres. En este tipo de
    tragedia se apela a los cimientos de la condición humana,
    lo cual impide que el sufrimiento del héroe resulte
    posible de detener o de aliviar siquiera. Sólo cabe
    vivirlo.

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