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Mis camelias


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

    1. Pequeña nota de
      Introducción.
    2. Entre
      extraños
    3. La primera
      enfermedad
    4. Necesidad de
      agua
    5. El
      crecimiento
    6. Una
      reivindicativa
    7. La flor
      crece y brota
    8. Los botones
      de nuestras flores.

    MEMÓRIAS DE PADRES INTERESADOS

    ENSAIO DE ETNOPSICOLOGIA DE LA INFANCIA

    Pequeña nota
    de
    Introducción.

    Comencé a escribir este libro cuando
    supe que mi hija adorada, Camila y Felix, nuestro yerno, iban a
    ser papás. La pasión no resultó. Ben
    nació el 10 de Mayo de 2008, vivió una hora y se
    durmió para siempre. Otros vendrán, como sabemos,
    pero Ben Iturra Ilsley será solo uno. Es la razón
    por la cual hablo solo de la familia.
    Todos los otros acontecimientos, están en otro libro
    mío, Para Sempre, tricinco. Allende e Eu. El
    amor a mi hija
    y a mi yerno, el gran respeto que me
    inspiran, me han llevado al silencio de la escrita, una vez
    más. Es mi regalo y mi dádiva para Ben, que nos ve
    desde la eternidad, libro que sus padres leerán
    cuándo puedan o quieran. Lo escribí en Castellano, mi
    tercera lengua, porque
    siempre quise ser llamado por Ben y sus futuros hermanos, El
    Abuelo.

    Con todo amor y cariño para mi Camila, Felix y Ben, por
    esa alegría de vivir en el medio de las más
    desastrosas tristezas. Ben vive en las emociones de
    ellos y de toda su familia. El hijo
    no se ha ido, entró dentro de nosotros, como ya
    habían entrado nuestras hijas Camila y Paula, nuestros
    yernos Felix y Cristan y nuestros nietos Tomas Mauro, Maira Rose
    y Ben.

    1. -Día de
    sol

    Raramente hay sol en la Gran Bretaña. Raramente, porque
    la isla tiene un permanente nublado que nos hace tiritar de
    frío. El verano, es siempre con lluvia.Ese día de
    Abril de 1975, era un día especial. Comenzaba la
    primavera, o, talvez, la primavera estaba comenzada. La primavera
    inglesa es siempre húmeda. Buscamos el sol al que los
    latinos estamos habituados, para quedarnos sentados, calmamente,
    bajo el primer rayo de luz que aparece.
    Rayos de luz que podían ser de diversas maneras: los del
    sol, y los del alma. Ese
    Abril 4 de 1975, era el día de las dos luces. Mi alma
    brillaba. Brillaba en el aeropuerto donde esperaba a mi familia,
    la llegada de mi familia, después de una larga
    separación. Cuando esperaba la llegada del avión
    trasatlántico,  esos que aterrizan siempre fuera de
    Londres, en Gatwick, iba recordando. Recordaba el nacimiento de
    nuestra primera hija. Esa heredera que siempre pensé
    sería el hijo que siempre esperaba tener y que perdimos,
    Diego. Recordaba como había prohibido a las mujeres de la
    familia, que en los años 60 del Siglo XX, habitualmente
    tejían las ropas que el bebé esperado iría a
    usar para su nacimiento y sus primeros meses de vida. Era
    también el tiempo en que
    la distinción no era de género,
    era sexual: había niños y
    niñas. Hoy no es así. Todos los seres humanos somos
    apenas personas. Sea el que fuera el deseo de sus afectos, y en
    cualquier edad. Personas pequeñas, personas adultas,
    personas que lloran, personas que, por causa de su edad, no
    muestran su dolor en público. Y, en cuanto esperaba, iba
    recordando.

    El primer recuerdo, en esa mañana de sol de mi alma,
    era que había prohibido en casa tejer ropas de color de rosa,
    una de las variadas colores de las
    camelias. Y reí sólo, porque había tres
    personas, tres señoras a tejer todos los días: mi
    suegra, mi cuñada y la madre de mis hijos, nueva y linda
    en los años de nuestra juventud. Tan
    linda, como en el día que me enamoré de ella. El
    bebé que esperábamos era resultado de esa
    unión apasionada. De esa unión que
    transcurría en la intimidad de nuestra habitación,
    en cualquier sitio. Sonreí al recordar esa pasión.
    En la espera, me enamoré más, quedé
    más apasionado y más desesperado porque el
    avión nunca llegaba. El amor y la
    pasión demoraban.

    Mi pensamiento
    voló para otro rincón de nuestro salón.
    Todos sabían las horas en que el señor de la casa
    aparecía. De mañana, temprano, me iba a la Universidad a
    enseñar y pasaba el resto del día en mi oficina de
    Abogado. Un día, aparecí antes, subí las
    escalas hasta nuestro departamento, nuestra casa, en la calle que
    lleva al mar, y observé que mi suegra rápidamente
    escondía un bulto dentro de un paño blanco. Antes
    de saludar, me aproximé a esa querida señora y
    pregunté qué escondía. La respuesta fue, con
    una sonrisa simpática: "nada, pues hombre, como
    voy esconder cosas en tu casa", pero, curioso y casi como a
    adivinar lo que ahí estaba, me apresuré a pegar en
    el famoso bulto: un traje color de rosa. ¡Quedé
    humillado!. Rápidamente dije, ¿no se recuerdan que
    en esta casa no hay trajes color de rosa?, Si fuera azul o
    blanco, otro gallo cantaría… Pero… rosado… mi 
    nuevo hijo, ¡ni piensen!. Estoy seguro que
    nacerá un niño y se debe llamar Raúl, por
    mí, por mi padre y por mi suegro. Sonreí en cuanto
    recordaba. Eran los tiempos en que era imposible saber el
    sexo del
    bebé antes de verlo materialmente.  Sonreí
    aún más, al recordar el nacimiento de ese, para
    mí, nuestro nuevo hijo. Mi mujer y yo
    éramos muy modernos e hicimos juntos un curso para
    preparar el parto y saber
    relajar el cuerpo de mi mujer, que debe estar elástico
    para dilatarse. El mío también. Debo confesar que
    yo estaba lleno de miedo. Adoraba a mi mujer. No quería
    que nada pudiera herirla, lo supiera o creyera ella o no. Era
    más bien por eso que iba a los cursos, para
    acompañarla. La mimé, fui más
    cariñoso que nunca, la acariciaba, la besaba, besaba su
    estómago, como quién besa al bebé, ese
    secreto del Siglo XX… Hasta descuidé mis trabajos para
    estar siempre con ella. Comenzaron los tormentos, sin embargo. El
    de ella, que solo quería comer almendras y allá iba
    yo a comprar las famosas almendras que hasta el día de
    hoy, yo como. En nuestro país real, estos actos se llaman
    antojos, es decir, yo quiero que, no me gusta tanto, me carga, y
    otras ideas que aparecían en la cabeza de la mujer
    embarazada que no tiene otra cosa para hacer que cuidar de
    sí misma. Mi mujer, antes de nuestro matrimonio,
    trabajaba y ganaba buen dinero,
    más de lo que yo. Mi hábito era nunca cobrar a los
    más pobres en mi buffet de Abogado, pero cargaba la mano
    pesada cuando una persona de la
    familia aparecía con un caso para investigar  y
    llevar a tribunal. Especialmente al hermano de mi abuela, la
    madre de mi madre, que tenía más dinero que pelos
    en la cabeza, y era muy… cabelludo. Ese Casto Carretero
    Grajera-Molano. Ese amigo de su vecina Eugenia de Montijo,
    Condesa de Teba en Badajoz, ese amigo de Isabel Wittelsbach, de
    Austria o Hasburgo. Cada vez que aparecía, lo que yo le
    cobraba, me ayudaba a pagar la renta del bufete. Y
    aparecía mucho. Era el protector de la familia.
    Quería que todos sus nietos, sobrinos nietos e hijos,
    hicieran tanto dinero como él había hecho.

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