Si el estudio de la meteorología encierra una
complejidad tal que desafía el potencial de proceso de las
computadoras más potentes del mundo, en el caso del clima
a escala global podemos añadir sin disimulo que no es la
capacidad de procesamiento de los ordenadores lo que se
desafía sino la propia capacidad de comprensión del
ser humano.
En la segunda mitad del siglo XX, los científicos que
se aventuraron en el estudio del clima a escala global lo
hicieron en su mayoría de la mano de las denominadas
teorías sistémicas. Éstas fueron
desarrolladas considerando al clima global como un sistema
cerrado y excluyéndose, entre otras variables, la
influencia de la radiación solar en el sentido de que
debía entenderse como constante y estable y considerando
que, en el caso de que se produjeran alteraciones en dicho
factor, el propio sistema tendría capacidad propia para
amortiguarlas, al menos en periodos suficientemente largos. No en
vano, el profundo desconocimiento del astro rey que incluso hoy
siguen reconociendo los astrónomos solares, era entonces,
aún si cabe, mucho más profundo, no
teniéndose constancia por ejemplo de los ciclos de 11
años y los máximos solares (solarmax), los
devastadores efectos que pueden provocar las tormentas solares,
así como las posibles fluctuaciones en dicha
radiación que parecen confirmar que en la actualidad el
Sol se encuentra en un punto álgido. En este sentido,
ignorar al Sol en los cambios climáticos aludiendo a su
constancia puede constituir un error difícil de calibrar.
Incluso la cantidad de manchas solares parecen influir en el
calentamiento que el sol transmite a la Tierra. Y es que su
magnitud frente a nuestro planeta resulta descomunal. Nuestro Sol
fusiona 654 millones 600 mil toneladas de hidrógeno por
segundo convirtiéndolas en 650 millones de toneladas de
helio. La diferencia de masa entre ambas cantidades (4 millones
600 mil toneladas) son liberadas al espacio en forma de
radiación. De esta cantidad, la "ridícula" parte
que llega a la Tierra es suficiente para mantener toda la vida
existente en el planeta. La radiación solar en forma de
luz produce variaciones en la temperatura que afectan
directamente a la evaporación del agua, la lluvia, la
humedad y el viento. Esta diferencia de temperaturas que el Sol
provoca en nuestra atmósfera es considerada la principal
fuente de energía causante de los fenómenos
meteorológicos a escala global. Un ligerísimo
cambio en la intensidad de esta radiación podría
provocar cambios sustanciales en el clima terrestre, de hecho,
algunas teorías sobre calentamiento global ya atribuyen a
nuestra estrella madre en torno a un 25% de responsabilidad en
dicho fenómeno.
Pero el posible y determinante impacto del Sol en el cambio
climático no acaba aquí, la magnetosfera, el campo
de protección magnético formado por el hierro del
núcleo terrestre que se extiende hasta 59 mil kms. en el
espacio y constituye la principal protección de la Tierra
contra la radiación solar, ha descendido su intensidad en
un 10% en los últimos 150 años y algunos
físicos experimentales han determinado que es muy probable
que nos dirijamos hacia una de las más de 60 inversiones
magnéticas de los polos terrestres que nuestro planeta ha
sufrido a lo largo de su vida geológica en millones de
años y cuyas consecuencias para el clima resultan
absolutamente impredecibles.
Rafael Lomeña Varo