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La ¿de?-función del crítico después del fin del arte.


Partes: 1, 2

    1. Introducción
    2. Dos
      paradigmas críticos: objetivismo y subjetivismo en Hume
      y Kant
    3. Greenberg
      por Danto: la opción al formalismo
    4. Formalismos y
      cognitivismos
    5. Bibliografía

    Introducción:

    Analizar los alcances y límites de
    la práctica crítica
    en la teoría
    de Arthur Danto, en lo que se ha caracterizado como el momento
    post-histórico del arte, es el
    objetivo
    circunscrito de este trabajo. En la
    primera parte se expondrán las características
    principales del modelo
    objetivista tal como es representado por David Hume en contraste
    con la perspectiva subjetivista de Imanuel Kant. En la
    segunda, se pondrán en paralelo estas versiones de la
    crítica con las modelizadas por Clement Greenberg y Arthur
    Danto. En la tercera, nos referiremos a un contexto más
    amplio de esta misma discusión. Por último, se
    vincularán los paradigmas
    expuestos a las nociones dantianas de interpretación superficial y profunda.

    El plan del trabajo
    puede resumirse del siguiente modo: puesto que Danto en
    Después del fin del arte (1997) ha presentado su
    propia  posición en crítica de arte en
    contraste con la perspectiva kantiana y subjetivista de
    Greenberg, se busca evaluar si de esto se sigue algún tipo
    de defensa del objetivismo y de ser así, de qué
    clase y en
    qué ámbito epistemológico.

    I. Dos paradigmas
    críticos: objetivismo y subjetivismo en Hume y
    Kant.

    En La norma del gusto (1757), Hume se refiere a
    un episodio del Quijote en el que Sancho se jacta de su
    condición de catavinos. Justifica el escudero su fineza de
    paladar amparándose en una cuestión de linaje.
    Cuenta que una vez cierto vino fue sometido al juicio de dos
    tíos suyos; buscaban conocer su parecer acerca de la
    calidad de la
    bebida. El primero dijo que sabía a hierro, el
    segundo a cordobán. La incredulidad del bodeguero, que
    afirmaba no haberlo tratado con adobo alguno, perdió pie
    cuando, andado el tiempo, se
    halló en el fondo de la cuba
    vacía una llave pendiente de una correa de cuero.

    La anécdota (seguimos en lo principal el análisis de Gérard Genete (1997)), y
    puesto que en materia de
    gustos su diversidad -dice Hume- es una observación
    obvia
    ; muestra la manera
    de evitar las perspectivas escépticas y relativistas que
    suelen legislar en esta área de la experiencia. La
    variedad en las apreciaciones y los juicios se debe sólo a
    que existen unos jueces mejores que otros. Por lo demás,
    el caso da cuenta de la posibilidad de fijar normas, reglas o
    cánones, que establecen y distinguen lo mejor de lo peor
    de entre los objetos de fruición estética

    El conjunto de los veredictos de los expertos se vuelve
    entonces la norma del gusto o el criterio de lo
    bello
    . Sus arbitrios y pareceres son, en suma, el baremo de
    lo estético; las pautas con las cuales evaluar los
    méritos de los objetos de apreciación. Con esto se
    cierra aquel proverbial impedimento que censura la posibilidad de
    discutir en materia de gustos, consonante con la
    concepción filosófica que afirma que la belleza
    está en el ojo del observador.

    No obstante, es una verdad indiscutible para Hume que la
    belleza y la deformidad, entre otras propiedades
    estéticas
    , no son cualidades de los objetos más
    de lo que pueden serlo lo dulce y lo amargo. De allí que
    su perspectiva objetivista parezca en algún punto
    inconsistente, o que su apelación a los buenos jueces
    suene por momentos como una solución mágica, un
    recurso del tipo deux ex machina. En este caso, la
    plataforma impulsada con rodillos que entra a escena y que
    significa o evoca un acontecimiento que se da por fuera de la
    acción
    dramática propiamente dicha, no porta la imagen de un
    dios, sino su versión secular, la del crítico.

    Por su parte, Kant le asigna una función
    bastante menos destacada a la posibilidad del arbitraje en el
    juicio de gusto. Su firme creencia en la inviolabilidad y
    hermetismo del juicio estético subjetivo, le impide
    hacer demasiadas concesiones a la heteronomía humeana. Ser
    guiado por otros indica un estado de
    pasividad de la razón, característica de una
    situación de prejuicio y
    por ello, no ilustrada. Son tres los principios que
    orientan la crítica del gusto: i) pensar por sí
    mismo, ii) pensar poniéndose en el lugar del otro, y iii)
    pensar estando de acuerdo siempre consigo
    mismo.[1] Aun así, el relativismo queda
    excluido gracias a la existencia de un sujeto colectivo -no
    individual como en Hume-, el sensus communis aestheticus,
    que da cuenta de un estado ideal de comunicabilidad del juicio de
    gusto.

    El conflicto que
    Arthur Danto define como el dilema  central de la
    estética del siglo XVIII: la censura acerca de la
    posibilidad de discutir sobre gustos, pace la existencia
    del buen gusto; es resuelto por Hume de manera objetivista
    mientras que Kant lo hará con signo opuesto.

    En el parágrafo 34 afirma:

          A pesar de que, como dice
    Hume, todos los críticos pueden argumentar de modo
    más perfecto que los cocineros, su destino es el mismo que
    éstos: No pueden esperar que el fundamento determinante de
    su juicio sea la fuerza de sus
    razones demostrativas, sino sólo la reflexión del
    sujeto sobre su estado propio (de agrado o desagrado), con
    exclusión de todo precepto o
    regla
    .[2]

    Partes: 1, 2

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