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Tres aristas de lo humano en la poesía de Goethe



Partes: 1, 2, 3, 4

    1. Fronteras de la
      humanidad
    2. Para
      siempre
    3. A la
      ausente
    4. Proximidad
      del amante
    5. Uno y
      todo

    "Ninguna cosa muere que en mí no viva"

    Salvatore Quasimodo

    A la memoria de
    Antonio Sánchez de
    Bustamante y Montoro

    Siempre una traducción es un pretexto para retornar
    sobre uno de los tantos "obreros de sueños", según
    les llamara Salvatore Quasimodo, que aún alimentan, y
    alimentarán por tiempo
    indefinido el ansia de belleza y de verdad del hombre. Es a
    la vez un guante lanzado al rostro, por propia voluntad para
    colmo, y un reto provocado se acepta riendo y con temor. Goethe,
    por su hermetismo esencial y su apariencia clara, con la
    engañosa sencillez de la materia
    prístina–la misma de los versos órficos o de los
    sûtras de Patanjâli–suele rematar todo duelo con una
    burla, un mentís no exento de dulzura a toda conjetura del
    lector, el traductor y el investigador. Lo dulce empero del
    diálogo
    compensa el riesgo y el
    posible sacrificio. Es así como, a través de seis
    poemas,
    intentaremos extraer conclusiones acerca de la concepción
    goetheana sobre el hombre,
    imagen
    generada por la Aufklärung, y que, tras
    recorrer un camino propio, adquiere validez perenne.
    Quizás como glosa más que como ensayo
    interpretativo, tómese este trabajo cuyo
    núcleo es la poesía.

    Definía J. Santayana a Goethe como "poeta
    filósofo"(2), opinión con la que coinciden la mayor
    parte de los estudiosos. Pero se trata además de una rara
    y preciosa dimensión: la del hombre que alcanza el
    dominio
    profundo y coherente del pensamiento
    sin perder la gracia y la frescura del verdadero poeta. La mano
    que trazó los diálogos entre Fausto y el
    "sorprendente hijo del caos", configuró también,
    con ese ritmo misterioso de las leyendas, "La
    copa del rey de Thule". En Goethe, lo poético y lo
    conceptual no pueden desligarse. De acuerdo con el ideal
    iluminista el hombre constituye una unidad de impulso creador y
    necesidades instintivas, emotivas, estéticas,
    cognoscitivas, inseparables por lo demás: cuerpo
    espiritualizado, alma
    corporeizada; nous que siente y piensa a través de su
    cuerpo, materia animada por el soplo inmortal de la inteligencia,
    órgano de su perpetuación.

    Si la naturaleza es
    una continua fuente de conocimiento,
    y como objeto de la actividad humana, también de
    renovación, hay que situar como fuente de tales
    propiedades su recóndito misterio. El misterio no
    constituía para Goethe una suerte de reino de lo
    inaccesible, antitético en relación con el hombre,
    al modo de la teología dogmática tradicional. Al
    igual que los esóteras griegos, persas e hindúes,
    concebía Goethe al misterio como parte de la vida;
    ejemplos elocuentes son el West-östlicher Diwan,
    inimitable homenaje a Hafez, el poema "La bayadera y el
    dios",

    que recoge las primeras impresiones decisivas de Europa en
    torno al
    hinduísmo–no se olvide que en el círculo de
    Wieland conoció el joven Schopenhauer
    al orientalista H. Mayer–, las enigmáticas
    "Metamorfosis", llenas de símbolos y alusiones reproductoras del
    lenguaje
    hermético de la alquimia, que se enlazan
    íntimamente con la encantadora simpleza de los poemas
    amorosos tempranos o la vital sabiduría de la
    "Elegía de Marienbad". Se cumple en su caso el viejo
    principio de las cosmologías antiguas, que Nicolás
    de Cusa formulara así: Todo está en
    todo
    .

    Cada objeto encierra entonces maravillosos secretos, prestos
    unas veces a desvelarse ante el estudioso. Escurridizos otras,
    como los propios sentimientos humanos, domeñables
    sólo a través de sutiles, complejos métodos de
    observación, experimentación,
    procesamiento teórico. La naturaleza como misterio
    equivalía en su caso a estar presto siempre a recibir una
    sorpresa, a dudar de toda evidencia, a seguir con pasión y
    rigor el hilo de su devenir. En el siglo XVII, Pascal
    había enfrentado el espíritu geométrico y el
    espíritu de sutilidad. En la segunda mitad del XVIII, en
    vías de demostrarse lo quimérico del poder absoluto
    de una razón "pura", Goethe, descollando entre sus
    contemporáneos, declara inaceptable tal desdoblamiento,
    pues racionalidad y sutilidad son modos de enfrentar una misma
    realidad por un mismo espíritu.

    Partes: 1, 2, 3, 4

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