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Usos de Weber en las transiciones intelectuales a la democracia. (página 2)



Partes: 1, 2

Sin esas condiciones de lectura
-abiertas por la derrota- la recepción de Weber en los
tempranos ochentas es ilegible.

Por supuesto que este descubrimiento de Weber por parte
de una amplia franja de intelectuales
de izquierda no es externo tampoco a las reflexiones
críticas que, desde mediados de los 70", estaba realizando
el eurocomunismo sobre los conceptos marxianos. Para esa
época, el mundo cultural de izquierda de los países
latinos de Europa (Francia,
Italia, España)
comienza a construir interrogantes críticos respecto a la
concepción política del cambio
implícita en la doctrina marxista-leninista -sobre todo a
la concepción del cambio social como golpe violento, a la
idea de la dictadura del
proletariado y la heteronomía de la política
(epifenómeno de las relaciones sociales)-.

El resultado de esta apertura crítica
fue la asunción de que en la tradición marxista no
había elementos de una teoría
consistente de la política y del Estado, sino
que toda la concepción de la política marxista se
encontraba absorbida por los análisis respecto del modo de producción capitalista.

Intelectuales de izquierda importantes como Cristine
Gluscmann, Giacomo Marramao o Lucio Colleti, comenzaron a
sostener que las referencias teóricas que podrían
alumbrar un nuevo pensamiento de
izquierda no eran las de la tradición marxista revisitada,
sino externa a esos ejes referenciales. Los teóricos del
pensamiento eurocomunista, buscando vías de acuerdo entre
la democracia
representativa y el socialismo,
abandonan -hacia mediados de los 70"- la construcción del socialismo como golpe
rupturante y abren el pensamiento de la política a una
vía reformista e institucional.

En el marco de esa bifurcación conceptual Max Weber se
erigió en un punto central de la reflexión
teórica e hizo posible el redescubrimiento de su obra
política. Fue Poggi quien en dos libros
Encuentro con Max Weber (2003) El desarrollo del
Estado Moderno
(1978) resumió ese encuentro entre el
socialismo eurocomunista europeo y el autor alemán. No
puede dejar de mencionarse, empero, que es también un
importante nombre de la tradición clásica del
marxismo el
que va a ser revisitado: Antonio
Gramsci. El pensador encarcelado, quién había
leído a Weber a principios de los
20" y elaborado buena parte de sus escritos a partir de esas
lecturas (Portantiero: 1981) también era entonces vector
de indagación renovadora. Fundamentalmente era
revalorizado su concepto de
hegemonía, pues este ayudaba, para los autores
renovadores, a repensar la articulación entre estado y
sociedad
civil, al tiempo que
superaba el dualismo estructura-superestructura -concepción en
la cual la política era subproducto o efecto de las
relaciones sociales-, dualismo que se visualizaba como idea
predominante de un marxismo ortodoxo, economicista y
perimido.

Seguiremos la declinación argentina de esas
recuperaciones weberianas en tres casos: Aricó,
Portantiero y Juan Carlos Torre.

Si con los Cuadernos de Pasado y Presente o con la
primeras traducciones al castellano
directa del alemán de El capital o los
Grundrisses de Marx,
Aricó ocupaba -en los tempranos 70"-el papel de un
verdadero organizador cultural de la agenda temática del
pensamiento de izquierda; a principios de los ochenta, el viraje
en sus preocupaciones va a ser todo un signo y
síntoma. 

En el intento de renovar el acerbo cultural de la izquierda,
en los intentos por dotarla de una perspectiva
democrática, Aricó supervisará la
publicación en dos volúmenes de los escritos
políticos de Weber en la editora Folios (Weber:1982),
poniendo a disposición a los lectores de habla hispana ese
material inédito del autor alemán.

En el mismo año -1982- Juan Carlos Portantiero
reseña en la revista
Desarrollo Económico la edición
de estos escritos de Weber dirigidos por Aricó, comentando
que se asistía a una apertura a los textos de Weber en el
debate
sociológico y que ese dato "se hace particularmente
notorio  si se examina la literatura

sociopolítica de filiación marxista, sobre todo
europeo. En Europa -particularmente en Italia- tiene lugar un
descubrimiento tardío de Weber que no puede ser disociado
de la crisis del
marxismo entendida en su sentido más hondo; como percepción, a menudo patética de que
existen preguntas sobre el mundo contemporáneo que ni Marx
ni los marxismos pueden responder…Lo que hay que agradecer
y potenciar de este actual relanzamiento de Weber, es que, desde
la mirada que hacia él está dirigiendo cierto
posmarxismo, se puede construir una de las lecturas más
productivas sobre la crisis contemporánea"
(Desarrollo
Económico N°y 87: 431: 1982).

Con esta reseña de Portantiero y la publicación
de los textos de Weber supervisada por Aricó, los
pensadores argentinos adherían a las bifurcaciones
conceptuales de los intelectuales de izquierda europeos, que
versaban sobre la falta de una teoría política y de
Estado en el utillaje tradicional marxista y encontraban en el
autor alemán algunas de las llaves para virar los
prismáticos del pensamiento político. Weber era uno
de los pensadores que ayudaban a partir aguas respecto del
pasado.

Para los autores, la sociología del estado weberiana,
podría suturar la reconocida faltante de esta en la
tradición marxista. De alguna manera descubrían,
también, cierta empatía entre el pensamiento
político del autor alemán y las preocupaciones
conceptuales que abría la transición hacia la
democracia.

En 1980 Juan Carlos Torre realiza la introducción a la edición del Centro
Editor de América
Latina de las conferencias de Weber La ciencia como
profesión
y La política como
profesión
(Weber: 1980). Si la ciencia
social marxista era la que en el proceso de
radicalización política de los tempranos 70"
fundaba el sentido de las posibilidades del cambio societal, si
en la política setentista derrotada la ciencia marxista
era la que cobijaba el accionar y la semántica del hombre nuevo,
la introducción de Torre intenta salirse de ese
prismático. Así, para el autor, en los tempranos
80", la tarea del cientista social, siguiendo a Weber, no
sería donar sentido a la liberación socialista, por
el contrario, esta "debería hacer conciente a la gente
de sus propios valores y
confrontarla con los posibles conflictos
derivados de los medios
necesarios para realizarlos y de las probables repercusiones de
ello. Con lo que la elección entre diferentes valores o
cursos de acción
valorativos dejaría de ser una cuestión meramente
emocional para involucrar algún tipo de
deliberación racional. La decisión entre valores
alternativos queda en los individuos: la ciencia social,
esclarecida ella misma sobre sus propias limitaciones por
el trabajo de
esa autociencia que está en la base del debate
epistemológico, sólo puede ayudarlos y nunca
sustituirlos. Como conclusión digamos que, si bien los
fundamentos lógicos que llevaron a Weber a distinguir
entre juicios de valor y
juicios fácticos son controvertibles, su llamado a 
una ética de
la responsabilidad por parte de los
científicos sociales continúa vigente"
(Torre:
1980: Introducción a Weber: 18). Es decir, la lectura de
Weber es utilizada para salirse de una idea de ciencia social
como fundadora del sentido unívoco del hacer
político y completamente ligada a la ética de la
convicción; al contrario, la idea que prescribe la nueva
lectura es que la ciencia social no indica qué hacer, sino
que hace conciente a la gente de sus valores y las consecuencias
de su accionar, indicando para el cientista social no la
prescripción de un hacer ligado a la ética de la
convicción o de los fines últimos, sino la
ética de la responsabilidad, atenta a las consecuencias de
su accionar. De alguna manera, Torre leyendo a Weber,
problematiza la relación trasparente que antaño
encontraba entre ciencias
sociales y revolución. El viraje no es menor si se
tiene en cuenta que con esta asunción prescriptiva
respecto de la separación entre ciencia y política,
Torre empieza a despegarse de la idea del compromiso del hacer
intelectual -sartreano, gramsciano o guevarista- con el cambio
social. Hay, en la introducción de Torre, un
reconocimiento de raigambre weberiana de la autonomía
funcional de la ciencia social, una reflexión que empieza
a diferenciar la producción apegada a criterios
disciplinarios, de las apuestas políticas
y las elecciones ideológicas personales.

Ahora bien ¿Qué es lo que vieron en la obra de
Weber para asumir de esa manera su pensamiento?
¿Qué agenda de problemas les
imponía su obra? ¿Qué espejo encontraron en
el pensamiento de Weber para asumirse como reflejo?

Intentaremos seguir esta relación de espejo entre Weber
y algunos intelectuales de la transición
democrática desde algunos puntos problemáticos:
1-crítica al marxismo; 2 -ética de la
responsabilidad; 3-construcción de un estado
democrático y de nuevos valores.

Por supuesto, todos estos ítems están
relacionados, si los separamos es para que se nos entienda mejor.
Se comprenderá que en lo que sigue solo intentaremos
realizar la experiencia de una hipótesis, nos detendremos, no  en el
pensamiento de Aricó o Portantiero hacia el despertar
democrático, sino que situaremos nuestro énfasis en
indagar los modos en que la lectura de
Weber pudo haber influido en las bifurcaciones intelectuales
hacia el liberalismo de
un grupo
importantísimo de intelectuales argentinos.

1-Crítica al
marxismo:

El viraje conceptual mencionado lleva del marxismo al
liberalismo modernizador. Para los intelectuales que realizaron
ese itinerario, el marxismo comenzó a ser visto como el
armazón conceptual que brindaba el sentido de las
prácticas políticas radicalizadas derrotadas. La
crisis del marxismo es la crisis del sentido que este le otorgaba
al mundo y sus alrededores.

Lo que se comenzaba a rechazar, principalmente, era la
empatía entre conocimiento
disciplinario de lo social y las prácticas
políticas, la subsunción de la ciencia en la
política, la relación íntima entre el hacer
científico-crítico y el deber ser
político.

Weber va a ser el guía en el intento de
superación de esta empatía. Recordemos que para
Weber resultaba imposible el intento de fundamentar
científicamente cualquier valor último o supremo.
La lucha por el hombre nuevo,
la búsqueda de terminar con la opresión social,
pierde así su relación íntima, desde Weber,
con el discurso de
las ciencias
sociales.

En La ciencia como profesión presenta una
larga lista de lo que no es la vocación científica,
pero la recusación fundamental de Weber reside en el
ingenuo optimismo de aquellos que "alaban la ciencia como el
campo para la felicidad".

La labor intelectual del cientista social, leída desde
la derrota, pierde toda capacidad normativa para fundar un deber
ser de la política. El materialismo
histórico comienza a ser considerado, al contrario que la
sociología weberiana, como normativo, como fundando un
sentido último al hacer político. Lo que los
autores o las publicaciones arriba señaladas retoman de
Weber es que la actividad científica disciplinar no aporta
sentidos últimos al accionar político. Es la
disyunción entre actividad científica y
política lo que habrá interesado de Weber, pero eso
no significa, en el autor alemán, que el cientista
abandone la política, sino que entre en su fragor en el
ámbito público, no en la cátedra.
Cómo él mismo dice, "Cuando se habla de
democracia en una reunión política no se encubre la
posición personal;
justamente, el tomar partido de manera claramente reconocible es
un condenado deber y obligación. Las palabras que se
utilizan no son entonces los medios para un análisis
científico sino propaganda
política dirigida a obligar a los otros a tomar una
posición. No son las reglas del arado para ablandar el
terreno del pensamiento contemplativo, sino espadas contra el
adversario, instrumentos contra el adversario, instrumentos de
lucha. Pero sería un sacrilegio utilizar la palabra en
este sentido durante una lección en una sala de clase"

(Weber: 1980: 47). En fin, para Weber, el profeta y el demagogo
no tienen lugar en la elaboración científica, su
lugar, enteramente legítimo, es el ágora, la
discusión agonística del destino de la Polis en el
ámbito público. La prescripción disciplinar
autónoma weberiana, habrá implicado el rechazo,
para toda una franja intelectual, de la yuxtaposición
pretérita entre ciencia y política, entre demagogia
y elaboración disciplinar, entre el trabajo del
conductor de hombres y el maestro, prescripción que
habrá sido el fundamento de la constitución de una campo disciplinar
autónomo para las ciencias sociales argentinas a partir de
la vuelta a la democracia.

Si el marxismo es leído como aquel discurso que reduce
la ciencia al despliegue de la política revolucionaria, el
pluralismo metodológico weberiano les hace el campo, como
se dice, orégano, a las miradas renovadoras, pues les
viene a decir que ninguna interpretación puede pretender para
sí el carácter de última, dado que la
realidad sociocultural está siempre sujeta a ser
resignificada a la luz de los
mudables valores producidos por la dinámica histórico-social.
Cómo dice Weber "Todo "logro" científico
significa nuevos problemas y quiere ser superado y envejecer.
Quién pretenda dedicarse a la ciencia debe resignarse a
ello"
(Weber: 1980: 36).

Ningún valor supremo –igualdad,
hombre nuevo, socialismo, etc- puede pretender para sí el
carácter de más verdadero que otro y sobre
todo jamás si la defensa de un valor supremo se realiza
con el apoyo de la evidencia empírica -como lo
enfatizó el autor alemán hasta el cansancio en
La objetividad del conocimiento de la ciencia social y de la
política
social
y en La ciencia como profesión.

Weber también posibilita una salida de un marxismo
revisado como doctrina finalista de la historia y que construye
conceptos que son representaciones del desenvolvimiento real de
la sociedad. El
concepto de tipo ideal, que permiten dar sentido a la observación científica, no implica
una total identificación entre concepto y fenómeno
observado; los tipos ideales son construcciones intelectuales que
sirven para observar científicamente la realidad, pasibles
de modificación a través del tiempo y la evolución de la indagación, "el
concepto weberiano es un recipiente provisorio para contener,
temporariamente, ciertos aspectos de lo real que resultan
significativos bajo determinados puntos de vista -e
insignificantes desde otros-"
(Lazarte: 2005: 58). El tipo
ideal como constructo realizado por el científico social
no intenta copiar la realidad ni contenerla. El concepto ideal
tampoco pretende ser la realidad, es una construcción
mental relativa, provisoria y plural. Cómo dice Cohn
"el calificativo "ideal" tiene para Weber un significado
estrictamente metodológico y se refiere al carácter
constructivo y no objetivo (por
lo tanto no empírico) del tipo"
(Cohn: 1998: 114). El
trabajo intelectual del cientista no reside en descifrar
conceptualmente las leyes de una
realidad -externa a su propia elaboración- para así
donar sentido a las empresas
políticas emancipatorias, sino crear conceptos provisorios
de un conjunto de relaciones y procesos
empíricos que se nos presentan como significativos y que
nada dicen de los  fines últimos o éticos del
accionar de los hombres.

Lo que fundamentalmente rechaza Weber es una concepción
objetivista del conocimiento. La elaboración conceptual es
para él una construcción provisoria, en ese
sentido, los tipos ideales son "un cuadro mental. No es la
realidad histórica y mucho menos la realidad
auténtica, como tampoco es en modo alguno una especie de
esquema en el cual se pudiera incluir la realidad de modo
ejemplar"
(Weber: 1985: 73).

Si no hay una realidad externa al conocimiento pasible de ser
descifrada en su devenir, esto quiere decir que tampoco hay una
finalidad hacia donde vaya la historia; lo que en el esquema
weberiano es impugnado es el determinismo economicista
marxiano.

Pues para Weber, como dice Aron "Una filosofía de tipo marxista es falsa porque
es incompatible con la naturaleza de
la ciencia y con la naturaleza de la existencia humana. Toda
ciencia histórica y sociológica es una
visión parcial. No puede anticiparnos la naturaleza del
futuro, pues éste no se encuentra predeterminado. En la
misma medida en que ciertos hechos del futuro están
predeterminados, el hombre
siempre tendrá libertad para
rechazar este determinismo parcial, o para adaptarse a él
de diferentes modos"
(Aron: 1987: 236).

La metodología weberiana no quiere decir al
hombre lo que debe querer o desear descifrando una ley de
desenvolvimiento de la realidad, apenas pretende ayudarle elegir,
tornando claras las opciones valorativas en juego y los
respectivos costos de cada
una de ellas. Por supuesto, la adopción
del esquema weberiano para los intelectuales arriba
señalados no es heterogenea al liberalismo político
abrazado. El contenido ético del pensamiento weberiano
torna al sujeto libre y responsable por lo que hace, pues intenta
fundamentalmente llamar la atención a los hombres hacia los valores
últimos reales que orientan sus acciones e
indica las consecuencias que esos valores implican. La
metodología weberiana hace uno con el prismático
liberal, pues respeta la libertad de elección de cada uno,
al mismo tiempo que responsabiliza por la decisión tomada
al agente, en el sentido de anudar esas decisiones a sus posibles
consecuencias. La sociología weberiana se propone auxiliar
a las personas en sus elecciones, pero sin ser prescriptiva, sin
decir a los sujetos qué hacer. Digamos que su reinado en
las ciencias sociales posdictadura es interno a la erección del liberalismo modernizador como
emblema de todo lo políticamente pensable y deseable.
Así, dice Weber, a los seres humanos "La ciencia puede
proporcionarle la conciencia de que
toda acción, y también, según las
circunstancias, la inacción política, en cuanto a
sus consecuencias, una toma de posición a favor de
determinados valores, y, de esa manera, por regla general contra
otros -cosa que actualmente se desconoce con particular
facilidad-. Pero practicar la selección
es asunto de él. A favor de su decisión
todavía podemos ofrecer el
conocimiento de la importancia de aquello que se propone.
Podemos mostrarle la conexión y la importancia de los
fines que esta persona se
propone y entre los cuales ha de elegir"
(Weber: 1985:
13).

 La lectura de Weber, la aprensión de su
método,
como se ve, lleva a romper con una versión del marxismo
leído en clave teleológica y con cualquier 
tipo de determinismo científicista de la acción
política. La infinitud de lo real coloca al conocimiento
de la sociedad  y su historia en una apertura siempre
abierta a la superación. Es el pluralismo cognoscitivo, el
relativismo perspectivista y la separación entre ciencia y
política lo que habrá interesado del autor
alemán a los intelectuales de la izquierda renovadora
argentina para integrarlo a sus marcos referenciales.

Por lo demás, la metodología weberiana, al
separarse de cualquier pretensión objetivista de la
actividad científica, es decir, al separar realidad de
concepto, y al hacer de éste último una
construcción contingente, no pretende descubrir la ley del
desenvolvimiento de la realidad, sino abrir la comprensión
del sentido de la acción social, los valores en juego de
los actores en la historia, pero no para incidir sobre ellos,
sino para desplegar sus latentes consecuencias, buscar la
razón de sus plurales racionalidades.

La realidad en Weber no tiene ley ni sentido último a
ser descubierto, la realidad, en sí, es un eterno fluir
infinito carente de significado. Weber rechaza con sorna la
doctrina marxista de intentar descubrir los sentidos de
la historia a partir del descubrimiento, en última
instancia, de su ley económica oculta: "La llamada
concepción materialista de la historia en su viejo
sentido, genialmente primitivo, del Manifiesto
Comunista, por ejemplo, apenas continúa prevaleciendo
hoy en las mentes de  legos y diletantes. Entre estos
todavía se encuentra difundido ciertamente el curioso
fenómeno de no quedar satisfechos en su necesidad de
encontrar una explicación causal de un determinado hecho
histórico hasta que, de algún modo o en alguna
parte, no se muestren causas económicas co-actuantes (o
que parezcan serlo). Sin embargo, cuando ése es el caso,
en cambio, se conforman con las hipótesis
más gastadas y los lugares comunes más generales,
por haber así logrado satisfacer su necesidad
dogmática de creer que las "fuerzas impulsoras"
económicas son las "auténticas", las "decisivas en
última instancia"
(Weber: 1985: 36).

Un marxismo en crisis es revisado por una izquierda
intelectual renovadora desde el sesgo de los sentidos que
éste le había querido dar a la historia y a la
realidad. La amplia recepción de Weber es inseparable del
distanciamiento de estos autores respecto del referencial
anterior. El autor alemán, en síntesis,
no sólo otorgaba razones para considerar perimido lo que
se intentaba dejar atrás, sino también abría
las compuertas a la construcción alternativa de nuevas
razones.

El pensamiento de Weber hace de las causas no una taxonomía
donde una puede ser más importante que otra y determinar
el desenvolvimiento histórico, sino que el pensamiento
causal se expresa en términos de probabilidad.
Así, en Weber, según Aron "Las relaciones
causales son parciales y no globales, indican un carácter
de probabilidad y no de determinación necesaria. Esta
teoría de la causalidad, parcial y analítica, es y
quiere ser una refutación de la interpretación
vulgar del materialismo
histórico. Excluye la posibilidad de que se considere
a un elemento de la realidad como determinante de los restantes
aspectos de la misma, sin sufrir a su vez la influencia de estos
mismos"
(Aron: 1987: 245).

Las leyes que permiten comprender y así explicar la
acción social son para Weber probabilistas y
pluricausales. La historia, al no tener ningún sentido
teleológico prefijado, al igual que la construcción
política democrática, es una empresa sin
término, abierta.

En resumen, si la concepción materialista de la
historia era problematizada críticamente en los tempranos
80" como un relato finalista y unívoco del accionar de los
actores, que licuaba el hacer científico en las apuestas
de los compromisos, siendo la elaboración intelectual no
otra cosa que el desciframiento de las leyes de una realidad ya
establecida, la lectura de Weber, con su concepción no
determinista de la historia, su pluralismo metodológico,
su separación entre ciencia y política y su
liberalismo responsable de las consecuencias, otorgará, es
nuestra hipótesis, una vía alternativa a la crisis
de perspectivas propiciadas por la derrota setentista.

2-ética de la
responsabilidad:

Weber reconoce el peligro de la intersección entre el
mesianismo secularizado ligado a la idea de revolución en
una época que intenta normativizar sus instituciones;
descubre, en su presencia actualizada, una acción
disolvente que pone en riesgo los
alcances de la misma sociedad burguesa y que apunta a partir en
dos la historia. El autor alemán interpretó el
potencial actualizado del mesianismo como parte de la ofensiva
revolucionaria contra la racionalidad del sistema, como una
brutal interrupción del curso histórico que lejos
de prometer un tiempo de felicidad sólo iba a liberar
fuerzas destructivas e irracionales.

Para Weber el dilema al que se enfrentaba la sociedad moderna
-una vez definido el proceso de
racionalización[1]- no era otro que el de
la contradicción por él desarrollada entre la
ética de la responsabilidad y la ética de la
convicción o de los fines últimos. Sin duda que en
los años que siguieron al estallido de la gran guerra y
durante el caos posterior a la derrota alemana Weber
profundizó aún más su concepción de
la política asociada a la ética de la
responsabilidad, lo que lo llevó a rechazar sus antiguas
inclinaciones dostoievskianas que de la mano de los Karamazov
llevaban directamente hacia la ética de la
convicción. El autor alemán, en la famosa conferencia La
política como profesión
plantea los enormes
peligros que conllevaba la fusión
entre mesianismo y política: "En el mundo de las
realidades, por regla general, encontramos la experiencia siempre
renovada de que el partidario de una ética de los fines
últimos se convierte de pronto en un profeta milenarista.
Aquellos, por ejemplo, que acaban de predicar el amor contra
la violencia
reclama ahora el uso de la fuerza para la
última hazaña violenta, que conducirá
entonces a un estado de cosas en el que toda violencia
estará abolida"
(Weber: 1980: 133). Por supuesto,
Weber llega a la siguiente conclusión "Quién
busca la salvación del alma, de la
propia o de la de otros, no debería buscarla en los
caminos de la política"
(Weber: 1980: 139)

El pensador alemán piensa la política desde la
perspectiva de un realismo sin
esperanza, como un instrumento de negociación a partir del cual impedir que
la sociedad se convierta en un campo de batalla. Su
republicanismo y su contribución a la elaboración
de la constitución de la
República de Weimar deben ser leídos desde este
escepticismo y la asunción realista y constructiva de
quién se erige como guía político. Su
rechazo de cualquier forma de profetismo político o
mesianismo va asociado a su reivindicación de los valores
ilustrado-burgués. Reivindicación que, por
supuesto, en el caso de Weber, carece de entusiasmos desmedidos y
se encuentra profundamente surcada por los poco acogedores
vientos de la época.

Claro está que la diferenciación entre la
ética de la convicción y de la responsabilidad es
leída desde las transiciones intelectuales a la democracia
de forma casi transparente. Si las tentativas de cambiar el mundo
habían llegado a semejante derrota era por estar signadas
unilateralmente por la ética de la convicción.
Esta, en el esquema de Weber, incita a los actores a actuar de
acuerdo a los sentimientos, sin referencia explícita o
implícita a las consecuencias que ese accionar pude llegar
a desplegar. Las formaciones guerrilleras, el accionar
radicalizado de las bases fabriles del post-cordobazo, el
pensamiento intelectual que acompañó y formateo
esas secuencias, no habrán medido las consecuencias de sus
actos ni las fuerzas reactivas que habrán desencadenado,
de ahí su ineluctable ruina.

Sin embargo, la ética de la convicción, para
Weber, no está excluida totalmente del campo de la
acción política. Sin una idea del mundo es
imposible hacer política. Pero estas convicciones deben
siempre adecuarse a la realidad política del momento. Es
decir, la ética de la responsabilidad que está en
el núcleo del accionar político, no quiere decir
que ésta "sea igual a un oportunismo sin principios.
Naturalmente, nadie dice eso. No obstante, hay una
posición abismal entre la conducta que
sigue la máxima de una ética de los fines
últimos – estos es, en términos religiosos: "el
cristiano hace el bien y deja al Señor los resultados"- y
la conducta de quién actúa siguiendo una
ética de la responsabilidad que dice "Debemos responder
por las consecuencias previsibles de nuestros actos"
(Weber:
1980: 131).

Max Weber ofrece como ejemplos de la ética de la
convicción el caso del pacifista absoluto o el
sindicalista revolucionario.

El espejo de Weber construido por el pensamiento de la
transición, en este tema, es, como se dcecía, casi
transparente. Si los movimientos fabriles o guerrilleros fueron
derrotados, es por su perspectiva milenarista, por no realizar
acciones previendo sus consecuencias.

Por el contrario de ésta ética de los fines
últimos, heterogénea al orden existente,
completamente imputable a las intentonas de construir el hombre
nuevo, la ética de la responsabilidad es simplemente la
que se preocupa de la eficacia y por lo
tanto se define por la elección de los medios adaptados al
fin que se desea alcanzar. Es una ética del estadista
político, del constructor de nuevos valores estatales, no
del revolucionario.

Es una ética, en fin, homogenea a los intentos de
construir un pensamiento político democrático y
ligado al consenso estatal. Cómo dice Aron "la moral de la
convicción no puede ser la moral del
Estado. Aun
puede afirmarse que, en el sentido extremo del
término, la moral de la convicción no puede ser la
del hombre que entra, aunque sea en mínima medida, en el
juego político, aun si apela a la intermediación de
la palabra o de la pluma. Nadie dice o escribe lo que fuere,
indiferente a las consecuencias de sus manifestaciones o sus
actos, movido únicamente por la preocupación de
obedecer a su conciencia"
(Aron: 1987: 259). Plantear una
línea reformista para la política de izquierda
habrá implicado asumir un pensamiento que va a estar cada
vez más signado por la moral de la responsabilidad, es
decir, por asumir las consecuencias del accionar de los actores
políticos.

La recuperación de la distinción weberiana de la
ética de la responsabilidad y de la convicción
cumplirá un papel sustancial en el pensamiento de la
transición hacia la democracia. Estas éticas son
presentadas como dos alternativas con las cuales se traza una
frontera entre
la política revolucionaria y la democrática. La de
la convicción, sujetada a la trascendencia de las causas y
referida al deber ser de la política, no había
previsto las consecuencias que traerían ciertas acciones
-la contraofensiva militar-. Por lo tanto, no parece ser la buena
ética que debe donar sentido a las políticas
democráticas. En cambio la de la responsabilidad se gesta
como aquella ética que, al exigir la meditación
previa de las consecuencias que traerán las acciones
emprendidas, se torna racional con arreglo a fines. La
recuperación de las dos éticas weberianas tiene
como fin la crítica a las acciones instrumentales de las
izquierdas anteriores al golpe y señala el cuidado que
toda buena política debe tener con respecto a la brecha
que puede abrirse entre estructura de ideales y realidad.

Hasta tal punto el pensamiento weberiano impregna el
pensamiento político de la transición que, cuando
se produzcan las leyes del perdón a los genocidas
(1986-87) propiciadas por un Alfonsín encerrado en su
laberinto, la revista La ciudad futura va a utilizarla
para defender las posiciones del presidente radical en su
editorial: la medida "es inaceptable desde el punto de vista
simple, implacable, maniqueo, irresponsable si se quiere de la
ética y del hecho de que su implementación no
cumpliría con los fines de fortalecer la frágil
democracia que transitamos",
no obstante, inmediatamente
preguntan  los autores de la editorial "pero, la verdad
de las cosas, ¿es la misma cuando se la mira desde el
vértice del poder que
cuando se lo mira desde una posición de gobierno?
".
La respuesta se formula desde una posición de gobierno:
"existen lógicas distintas. Y también
responsabilidades disímiles. Percepciones encontradas.
Exigencias no siempre aceptables por quienes estamos alejados de
las responsabilidades de gobierno. La necesidad de
fortalecimiento del sistema político haría
necesaria tan drástica determinación"
(La
ciudad futura N° 3: 1986: 4).

3-Construcción
de un estado democrático:

La democracia entendida como idea fuerza tiene en la
transición intelectual  el poder de impulsar otros
conceptos, otra concepción de la política; distante
al socialismo que hace del antagonismo y la revolución sus
principales vectores y
opuesta a la concepción de la política como guerra.
En ese sentido se construyen nuevos itinerarios: de la
política entendida como epifenómeno de las
relaciones sociales a considerar su autonomía, desde la
política concebida como guerra antagónica hasta la
política entendida como acuerdo, pacto, gradualualismo,
cooperación. En fin, de la revolución al
consenso.

El revival neocontratualista de la transición hace del
consenso, de las búsquedas pactadas de resolución
de conflictos su principal argumento. El orden erigido por la
ley se separa de los significados conservadores de antaño.
La cuestión a pensar no va a ser más desarticular
un orden capitalista opresivo, sino cómo construir un
orden democrático, en el cual impere el respeto a las
reglas por parte de los diferentes actores sociales.

El orden democrático entendido como un sistema de
reglas procedimentales hace de la búsqueda del consenso y
de la convivencia sus principales elementos. Lo que queda
sustraído a este modelo es la
política entendida como guerra, como antagonismo. La
oposición guerra-orden cumple una primera función
importante que es la delimitación de dos maneras
alternativas de entender y practicar la acción
política para la izquierda. La guerra reenvía al
pasado, a la idea de revolución y al antagonismo social,
el orden se esgrime como lo deseado, la búsqueda de
acuerdos y una vía reformista para el cambio.

Poniendo en primer plano el cómo sobre el quién
ejerce la soberanía, la democracia permite pensar en
un conjunto de reglas para la constitución del gobierno y
la formación de las decisiones colectivas. Aquí la
democracia como forma procedimental juega un papel importante
como ajuste de cuentas con la
anterior ética de la convicción (que había
llevado al guerrillerismo y militarismo) y con la
filosofía de la historia de cuño marxista (el
inexorable camino hacia el socialismo).

En la medida que este tránsito ocurre se deja de
satanizar la oportunidad de participar en el gobierno y en los
asuntos de Estado. La izquierda renovadora democrática
muestra su
renovación en la medida en que se gestan ideas
políticas orientadas por un espíritu estatal.

La ética de la responsabilidad no sólo es la
vara para evaluar las responsabilidades pasadas, sino que
también es el prismático para la
construcción de la democracia posible.

Ciertamente Weber era un liberal alemán, para
él, sin un mínimo de libertades liberales, la
construcción de un orden estable era siempre endeble.
Empero, no creía en la voluntad general ni en los derechos de los pueblos a
disponer de sí mismos. Si deseaba una
parlamentarización del régimen alemán era
para mejorar el desenvolvimiento de las jefaturas
carismáticas. En la biografía de Weber
realizada por su mujer -citada por
Aron- hay una escena que puede clarificar la concepción
weberiana de la democracia. Se trata de la conversación
entre Lundendorff y Weber respecto de las realidades
políticas de posguerra: "Weber- ¿Cree usted que
yo considero democracia la porquería que ahora tenemos?
Ludendorff -Si usted habla así, quizás podamos
llegar a un acuerdo. Weber- Pero la porquería de antes
tampoco era monarquía. Ludendorff- ¿Qué
entiende usted por democracia? Weber- En la democracia, el pueblo
elige un jefe en quién deposita su confianza. Luego el
elegido dice: "Ahora, ¡cierren la boca y obedezcan!". El
pueblo y los partidos ya no tienen derecho a seguir hablando"

(Aron: 1987: 300). . Sin embargo, Weber no traza el perfil
de un dictador irresponsable. Weber ofrece una teoría del
poder político centrado no en la figura del dictador
discrecional, sino en la labor dirigencial de la figura
carismática-plebiscitaria que, en tiempo de crisis y de
desencantamiento es capaz de configurar un nuevo orden y nuevos
valores. Cohn resume bien su concepción política
"Un liberal singular: elitista, competitivo, adepto del
más implacable realismo político en la
búsqueda de los objetivos del
poder con todos los medios que no atenten contra las libertades
individuales"
(Cohn: 1998: 251).

La figura del líder
carismático es sustancial en el pensamiento
político weberiano, pues ante la crisis y
radicalización política de posguerra este no opta
por una política tradicionalista o restauradora de los
viejos valores ligados al antiguo régimen. La
posición de Weber es favorable al ejercicio irrestricto de
los mecanismos democráticos de representación y
competencia
electoral. Pero este ejercicio democrático se resume en la
elección del líder carismático, el cual es
disruptivo, enteramente antiinmovilista, pues su labor, ya
plebiscitado, será movilizar las fuerzas partidarias para
construir nuevos valores.

Lo que fascina del pensamiento de Weber en la
transición intelectual a la democracia es su costado
realista. La cuestión de la creación de un liderazgo
político carismático capaz de crear nuevos valores
democráticos, responsable de sus actos y capaz de
concretar la institucionalidad estatal del país fue el
espejo con el cual se identificaron los pensadores de la
transición a la democracia. Para la intelectualidad que
realiza el traspaso de la revolución a la reforma,
Alfonsín ocupará el lugar de la figura
carismática creadora de nuevos valores propugnada por
Weber.

Es decir, si Weber sostenía que sin nuevos valores
democráticos donados por la figura carismática que
confieran legitimidad al orden, la República de Weimar era
sólo una ilusión, para Aricó o Portantiero
si los actores de la transición no adoptaban los valores
de la democracia consensual ligados a la figura de
Alfonsín, el regreso del desgarramiento social era
ineluctable. La lectura weberiana es la que habrá abierto
las condiciones para la participación de Portantiero y De
Ípola como intelectuales orgánicos del proyecto de
refundación nacional alfonsinista.

Entablando una especie de comparación con el momento
incierto de la transición hacia la democracia, el
pensamiento weberiano les servía como espejo, pues
éste apunta a la construcción de nuevos valores, la
construcción institucional -partido político,
parlamento, rol de sindicatos
como sistema de contrapesos frente al corporativismo y la
presencia organizada de las masas.

Pero sobre todo el pensamiento de Weber era utilizado porque
este llama a hacer política entendiéndola como una
actividad responsable, equidistante de cualquier mesianismo,
separando el hacer político de la labor del cientista
social, recuperando el valor de algunas instituciones
antaño despreciadas -como el Parlamento o las
elecciones-.

Sin embargo, fundamentalmente son las advertencias sobre las
consecuencias de la política revolucionaria que Weber
realiza en la conferencia La política como
profesión,
las que para toda una generación de
intelectuales argentinos habrán servido de verdadera
profecía retroactiva respecto de la derrota
setentista.

Referencias
bibliográficas:

Aron, Raymon. Las etapas del pensamiento
sociológico
, Tomo II, Buenos Aires,
Ediciones Siglo XX, 1987.

Cohn, Gabriel. Crítica y Resignación,
Buenos Aires, Universidad de
Quilmes, 1998.

Lazarte, Rolando. Max Weber. Ciencia y valores,
Rosario, Homo Sapiens, 2005.

Lesgart, Cecilia. Usos de la transición a la
democracia
, Rosario, Homo Sapiens, 2003.

Pinto, Julio. Max Weber actual. Liberalismo
ético y democracia
, Buenos Aires, EUDEBA, 1998.

Portantiero, Juan Carlos. Usos de Gramsci, México,
Puntosur, 1981.

Weber, Max. Ciencia y política, Buenos Aires,
Centro editor de América
Latina, 1980.

Weber, Max. Sobre la teoría de las ciencias
sociales
, Buenos Aires, Planeta, 1985.

 

 

Autor:

Prof. Lic. Juan Manuel Nuñez

Maestría en Ciencias Sociales-Flacso

Materia: Teoría Sociológica

Profesor: Forte

[1]             
Según Pinto "Weber percibe lúcidamente que
el fenómeno de la racionalización no se da
sólo en el campo de lo estrictamente económico,
del mercado.
Lo detecta asimismo tanto en aquel que es el ámbito
del Estado como en el espacio de la ciencia. El Estado
moderno, estructurado sobre la base del racionalismo jurídico, constituye para
Weber otro resultado del creciente proceso de
racionalización occidental, en el que su exitoso
desarrollo ya no requiere justificaciones religiosas. Es por
eso que ahora la conducta
humana es encauzada por las instituciones estatales, que
han pasado a adquirir una muy distinta característica.
El incremento y la despersonalización del poder,
llevan al gobierno de funcionarios, el que produce una
creciente burocratización de la vida
política"
(Pinto: 1998: 47).

Partes: 1, 2
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