Una palabra de
adultos
Han pasado décadas desde aquel momento en que mi padre
tomó la decisión de enviarme junto con hermana
mayor de regreso al interior para terminar el segundo grado de
escuela primaria.
Debido a la ocupación de mi padre, quien fue oficial naval
por cerca de treinta años, vivíamos temporalmente
en una pequeña ciudad en la frontera con
Brasil en el
Amazonas colombiano, una ciudad donde la educación no
tenía la calidad que mi
hermana y yo requeríamos.
Así, en 1982 me enviaron a estudiar a la ciudad natal
de mi padre. Antes de llegar a mi destino final visité
algunos días a mi abuela materna, una mujer de origen
humilde quien vivía en una casa modesta al sur de
Bogotá y quien me trataba con una dulzura que aún
hoy añoro.
Las semanas previas al inicio de clases fueron inolvidables
para mí. Aún recuerdo el aroma del chocolate
caliente con canela, a mi abuela escuchando con paciencia las
palabras de un niño, la armonía que su
compañía traía a mi vida en un momento de
cambio que
significaba alejarme de mis padres y mi hermano menor, a quienes
extrañaba de sobremanera.
Fue en ese viaje y contexto cuando escuché por primera
vez la palabra "crisis".
Tenía siete años de edad. Recuerdo aún estar
viendo el noticiero de las siete cuando escuché un
reportaje que hablaba sobre la crisis en la que el país se
encontraba. La economía nacional estaba en un momento
crítico, el conflicto
armado en mi país de crianza recrudecía y yo
empezaría a enterarme de esa y otras tantas crisis
venideras en los años consecuentes a través de
los medios de
comunicación.
– ¿Qué es crisis, abuela? – pregunté como
lo hace un niño de siete años quien realmente
está interesado en obtener una respuesta. Con una sonrisa
luminosa y mirándome fijamente con unos grandes ojos
verdes dijo:
– Algo que no debe preocuparte, una palabra de grandes –
Mi abuela, una mujer que había logrado la crianza de mi
madre y mi tío con un sueldo que apenas daba para comer y
quien seguramente había tenido que vivir en carne propia
varias crisis personales, me regaló una respuesta que
aún llevo grabada en mi mente. Confieso que hoy sigo sin
entender claramente lo qué significa la dichosa palabra.
Puedo ser testigo de situaciones que en algún momento
catalogué como crisis: mi separación, la quiebra de mi
antiguo negocio con las consecuencias que tuvo en mi economía, no tener
trabajo y ser
un padre joven con tres bocas que alimentar.
Una palabra de adultos, otra de tantas palabras como
estrés,
imposibilidad, límite, de aquellas que no ocupan a los
niños y
desdoblan el pensamiento de
los adultos, que sirven solamente para pavimentar la
imaginación y para explicarnos aquellas situaciones que
superan nuestro entendimiento y obligan a romper el
cascarón de la razón.
La crisis es una lente: "una forma de ver el mundo".
Una oportunidad
para observar
Dada la cantidad de viajes que
implica mi trabajo como consultor, constantemente conozco
personas en los aeropuertos o aviones. Algunas de las personas
más interesantes que he conocido han sido
compañeros en algún vuelo y recientemente
coincidí en un viaje con la directora de un reconocido
banco
mexicano. Dos mujeres empresarias iban en los asientos contiguos
al mío y conversaban sobre el tráfico en la Ciudad
de México,
ciudad donde viví cerca de 11 años y en donde tengo
grandes amigos y bellos recuerdos.
Comentaban y se reían de la forma de manejar en la
ciudad, las distancias, los embotellamientos y el constante
sonido del
claxon por todos lados. Yo entendía bien de lo que
hablaban y no pude evitar sonreír mientras me agachaba a
guardar mi computadora y
escuchaba la conversación. Sonreí al recordarme a
mí mismo desesperado en medio del tráfico cuando el
trayecto a la oficina, que
realmente debía llevarme unos quince minutos, se
convertía en ocasiones en una travesía de cerca de
dos horas.
Para mis adentros pensaba que vivir en una ciudad como es el
Distrito Federal y quejarse del tráfico es semejante a
estar en un restaurante y quejarse con el mesero por traer
exactamente lo que se le ordenó. Quien elija vivir
allí ha de saber que junto con las muchas maravillas y
ambientes que ofrece la ciudad, existe también una
situación complicada en cuanto a vialidad se refiere.
Me dí vuelta y me incluí en la
conversación. Por un rato continuamos hablando del
tráfico, la polución, la vitalidad y la actividad
incesante en el DF. Cuando empezamos a hablar sobre nuestras
actividades y supe de la ocupación de una de mis
compañeras de vuelo, no pude resistir la tentación
de preguntar la opinión de un banquero sobre el tema de
moda: la crisis
económica mundial.
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