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La Actitud frente a la Crisis


Partes: 1, 2

    1. Una
      palabra de adultos
    2. Una
      oportunidad para observar
    3. El
      gran mito
    4. La
      crisis económica

    Una palabra de
    adultos

    Han pasado décadas desde aquel momento en que mi padre
    tomó la decisión de enviarme junto con hermana
    mayor de regreso al interior para terminar el segundo grado de
    escuela primaria.
    Debido a la ocupación de mi padre, quien fue oficial naval
    por cerca de treinta años, vivíamos temporalmente
    en una pequeña ciudad en la frontera con
    Brasil en el
    Amazonas colombiano, una ciudad donde la educación no
    tenía la calidad que mi
    hermana y yo requeríamos.

    Así, en 1982 me enviaron a estudiar a la ciudad natal
    de mi padre. Antes de llegar a mi destino final visité
    algunos días a mi abuela materna, una mujer de origen
    humilde quien vivía en una casa modesta al sur de
    Bogotá y quien me trataba con una dulzura que aún
    hoy añoro.

    Las semanas previas al inicio de clases fueron inolvidables
    para mí. Aún recuerdo el aroma del chocolate
    caliente con canela, a mi abuela escuchando con paciencia las
    palabras de un niño, la armonía que su
    compañía traía a mi vida en un momento de
    cambio que
    significaba alejarme de mis padres y mi hermano menor, a quienes
    extrañaba de sobremanera.

    Fue en ese viaje y contexto cuando escuché por primera
    vez la palabra "crisis".
    Tenía siete años de edad. Recuerdo aún estar
    viendo el noticiero de las siete cuando escuché un
    reportaje que hablaba sobre la crisis en la que el país se
    encontraba. La economía nacional estaba en un momento
    crítico, el conflicto
    armado en mi país de crianza recrudecía y yo
    empezaría a enterarme de esa y otras tantas crisis
    venideras en los años consecuentes a través de
    los medios de
    comunicación.

    – ¿Qué es crisis, abuela? – pregunté como
    lo hace un niño de siete años quien realmente
    está interesado en obtener una respuesta. Con una sonrisa
    luminosa y mirándome fijamente con unos grandes ojos
    verdes dijo:

    – Algo que no debe preocuparte, una palabra de grandes –

    Mi abuela, una mujer que había logrado la crianza de mi
    madre y mi tío con un sueldo que apenas daba para comer y
    quien seguramente había tenido que vivir en carne propia
    varias crisis personales, me regaló una respuesta que
    aún llevo grabada en mi mente. Confieso que hoy sigo sin
    entender claramente lo qué significa la dichosa palabra.
    Puedo ser testigo de situaciones que en algún momento
    catalogué como crisis: mi separación, la quiebra de mi
    antiguo negocio con las consecuencias que tuvo en mi economía, no tener
    trabajo y ser
    un padre joven con tres bocas que alimentar.

    Una palabra de adultos, otra de tantas palabras como
    estrés,
    imposibilidad, límite, de aquellas que no ocupan a los
    niños y
    desdoblan el pensamiento de
    los adultos, que sirven solamente para pavimentar la
    imaginación y para explicarnos aquellas situaciones que
    superan nuestro entendimiento y obligan a romper el
    cascarón de la razón.

    La crisis es una lente: "una forma de ver el mundo".

    Una oportunidad
    para observar

    Dada la cantidad de viajes que
    implica mi trabajo como consultor, constantemente conozco
    personas en los aeropuertos o aviones. Algunas de las personas
    más interesantes que he conocido han sido
    compañeros en algún vuelo y recientemente
    coincidí en un viaje con la directora de un reconocido
    banco
    mexicano. Dos mujeres empresarias iban en los asientos contiguos
    al mío y conversaban sobre el tráfico en la Ciudad
    de México,
    ciudad donde viví cerca de 11 años y en donde tengo
    grandes amigos y bellos recuerdos.

    Comentaban y se reían de la forma de manejar en la
    ciudad, las distancias, los embotellamientos y el constante
    sonido del
    claxon por todos lados. Yo entendía bien de lo que
    hablaban y no pude evitar sonreír mientras me agachaba a
    guardar mi computadora y
    escuchaba la conversación. Sonreí al recordarme a
    mí mismo desesperado en medio del tráfico cuando el
    trayecto a la oficina, que
    realmente debía llevarme unos quince minutos, se
    convertía en ocasiones en una travesía de cerca de
    dos horas.

    Para mis adentros pensaba que vivir en una ciudad como es el
    Distrito Federal y quejarse del tráfico es semejante a
    estar en un restaurante y quejarse con el mesero por traer
    exactamente lo que se le ordenó. Quien elija vivir
    allí ha de saber que junto con las muchas maravillas y
    ambientes que ofrece la ciudad, existe también una
    situación complicada en cuanto a vialidad se refiere.

    Me dí vuelta y me incluí en la
    conversación. Por un rato continuamos hablando del
    tráfico, la polución, la vitalidad y la actividad
    incesante en el DF. Cuando empezamos a hablar sobre nuestras
    actividades y supe de la ocupación de una de mis
    compañeras de vuelo, no pude resistir la tentación
    de preguntar la opinión de un banquero sobre el tema de
    moda: la crisis
    económica mundial.

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