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Apuntes sobre la Construcción de lo Nacional en Bolivia. Antecedentes e implicancias de la Revolución de 1952 (página 2)



Partes: 1, 2

El punto de partida del relato es la conformación del
Estado
Oligárquico hacía el último tercio del siglo
XIX, el cual se extenderá como tal hasta la Guerra del
Chaco, a comienzos de los "30, ubicándose en dicho
intervalo temporal dos notables acontecimientos, desde el punto
de vista de nuestro estudio: la Guerra del Pacífico y la
Revolución
Federal. No obstante, el relato estará obligado a moverse
hacia hechos previos para echar una luz adicional
sobre procesos de
larga data.

Esta configuración del Estado es fruto de la
reorganización de la casta dominante tras la victoria de
Mariano Melgarejo sobre Manuel Isidoro Belzú, nombres que
encaramaban dos proyectos de
país. El primero expresaba el bloque señorial de
tipo caudillista que, en lo económico, se define por el
librecambio, la búsqueda de los puertos y adeptos a la
vinculación con Chile e Inglaterra,
reunían en su seno a los sectores más
dinámicos, ligados al capital
comercial. Por su parte, Belzú, el carismático
líder
de masas, era la cabeza del proteccionismo de Santa Cruz,
principalmente, que logra granjearse el apoyo del artesanado
protocapitalista y las masas indias que defendían sus
comunidades.

Es sumamente interesante detenerse un poco aquí, porque
el sustrato "plebeyo" que apoyaba a Belzú, era una masa
tumultuosa y avasallante, una característica que no
perderán las masas bolivianas hasta hoy día. A su
vez, los artesanos –que, en algunos casos, provenían
de Europa-
poseían organizaciones
gremiales y eran un sector que revestía de tinte
progresista a la coalición belcista. Al igual que los
mitayos, el "forastero" y los ccajchas en el campo,
estaban despegados de la ligazón ancestral a la tierra y
también de las ideas que los sujetasen a ella. Juntos
conformarán el proletariado boliviano y sus experiencias
serán parte de la memoria
histórica de mineros y obreros, que mostrarán una
temprana organización y conciencia con
relación al desarrollo
capitalista del país.

Los restos del antiguo mercado interno
organizado en torno a
Potosí sucumbe paulatinamente y el resultado será
un nuevo y encogido mercado que se circunscribe a los distritos
mineros y algunos valles, sobre todo el de Cochabamba. Esta
reorganización implica el fin de los mercados
protegidos del azúcar
y el trigo, lo que trajo graves implicancias en la región
de Santa Cruz, que producía azúcar y alcohol,
productos que
pasaron a importarse desde Perú. Asimismo, desaparecieron
los telares y la industria del
vestido.

En 1866, Melgarejo comienza con las expropiaciones en el
campo, en desmedro de las comunidades y a favor de los blancos y
mestizos. Durante lo que queda del siglo (y aún entrado el
siglo XX) esta política
continuará constituyendo no sólo la
expropiación de una clase por
otra, sino de una raza por otra y derivando en la
feudalización del campo. Con la constitución de las haciendas, el campesino
comunario pasó a convertirse en pongo o siervo de
la tierra.

Los números que arroja la avanzada jurídico
militar sobre el campo son elocuentes: lo que antes ocupaban y
trabajaban 75 mil familias de comunarios, es apropiado por 700
propietarios. El argumento esgrimido es la reconversión de
las tierras a la producción capitalista, tarea para la cual
la raza blanca, superior a la aymará, estaba mejor dotada.
Pero antes que realizar una revolución burguesa en el
campo, con su correspondiente reforma intelectual, se produjo una
reafirmación en la cuestión simbólica de la
tenencia de la tierra y el avance y sometimiento sobre el indio,
cada vez más lejos del hombre libre.
Los siervos hacían del propietario un señor, quien
completaba el aspecto simbólico apropiando el producto
excedente del trabajo para
consumo
personal
suntuario, sin vincularse productivamente con la tierra.

Si bien imperaba el librecambio, no había exportación, lo que no permitió una
acumulación originaria que posibilitara sustentar un
desarrollo posterior. Esta situación evidencia la
inexistencia de un sentido de interdependencia entre los
productores y, mucho menos, de la conciencia sobre la necesidad
de un Estado escindido que garantice el interés
común de los mismos. En la hacienda, el Estado no
estaba separado aún de la figura del terrateniente (el
cual ejercía la violencia
directa sobre sus siervos), lo que imposibilita el surgimiento de
una consideración ideológica del territorio como
algo nacional, a favor del mantenimiento
de una concepción localista.

La otra columna sobre la que se asienta el Estado
Oligárquico es la minería,
la cual marcaría el regreso de Bolivia luego
de mucho tiempo al
mercado mundial, con la segunda economía de la plata y, posteriormente, con
el nuevo mineral excedentario para las necesidades reproductivas
del país: el estaño.

La relación de estas empresas con el
Estado puede verse claramente con un caso paradigmático.
Huanchaca puede marcarnos el decurso de la minería en el
país hasta el estallido de la revolución del "52 y
la nacionalización. En 1885, Huanchaca poseía
más dividendos que ingresos el
Estado, lo cual, no obstante y pese a beneficiar a sus
accionistas en el exterior con regalías del 40 % anual,
pagaba inexistentes 0.08 bolivianos por marco de plata. Cabe
destacar que producía 850 mil marcos de plata anuales.
Esta actitud de las
mineras para con el Estado será constante hasta la
nacionalización de 1952. Tal como en el caso de los
terratenientes, puede apreciarse en los dueños de las
mineras la misma avidez por la apropiación del excedente y
su total desapego por la circulación del plusvalor en el
país por vía de la captación de recursos
fiscales. Si bien la minería presentará un carácter capitalista más
desarrollado que el campo, con altos niveles de inversión en tecnología,
actualización de métodos
productivos y el surgimiento de un auténtico gigante
transnacional autóctono como fue Patiño, el sector
prefería repartir las ganancias entre los accionistas
extranjeros. Se consideraban burgueses del mundo y el territorio
nacional como un ámbito de explotación, para el
cual no tenían mayores obligaciones,
salvo que la coyuntura social lo requiriese.

Sangre y
Tierra

Ya en esta instancia, se hace necesaria una
recapitulación, porque nuestras primeras exposiciones
ponen de manifiesto toda una sedimentación y
estratificaciones de relaciones sociales de varios siglos.
Evidentemente, debemos bucear en los orígenes de la casta
señorial boliviana, porque sigue siendo, hasta nuestros
días, un sector dominante con una gran capacidad de
reacomodamiento permanente, aun ante masivos movimientos de la
tectónica social.

Quizá, lo más llamativo sea que han construido
un Estado de una minoría extremadamente racista -contra la
mayoría abrumadora de la población de origen indio y mestizo- por
medio de la más burda violencia, prescindiendo de los
consensos y mediaciones que caracterizan y dan seguridad a los
Estados modernos.

El origen de la casta está evidentemente ligado a la
llegada de los conquistadores y las relaciones de las que eran
portadores. El ennoblecimiento era una auténtica
obsesión ibérica, particularmente en Castilla,
donde el reconocimiento simbólico de caballero o noble
-aun teniendo nada más que un caballo y armas- estaba por
delante de todo lo demás. En el siguiente pasaje puede
observarse cómo la "experiencia del feudalismo"
que poseían los recién llegados, encontró un
terreno fértil donde mantenerse verde: "la segunda
oleada de conquistadores presenta un número extraordinario
de "segundones", de hijos menores de familias de la grande, media
y pequeña aristocracia (…) que conocieron el modo feudal
de vida, con sus mitos, sus
ideales y sus técnicas"1.
Este "excedente
nobiliario", por llamarlo de alguna manera, encontraba en
América
no sólo la posibilidad que no tenía en España,
sino también una población sometida que le es
racial y culturalmente diferente. Tierra y rango será la
premisa de status simbólico más importante del
mundo señorial en la colonia.

Desde el punto de vista productivo, se trata de una
clase/casta que apropia el excedente que producen los siervos. En
consecuencia, su función
está ligada a la circulación de mercancías
y, por ende, la preeminencia al capital mercantil por sobre el
productivo, cuestión no menor a futuro a la hora del
desarrollo capitalista. El siervo, en tanto productor real, se
representa para el señor como aquello que media la
transformación y apropiación. Por lo tanto, se les
hace imprescindible el control de la
circulación de la fuerza de
trabajo, los mercados y el circulante. La tierra es el dominio del
señor, buena en la medida en que provee poder
simbólico y un excedente. Esta situación no
predispone ideológicamente a asumir al espacio como
territorio nacional, sino como pecunio propio, dificultando a su
vez la noción de soberanía y la necesidad de
separación relativa del Estado de la sociedad
civil.

La reproducción de este sistema de
relaciones jerárquicas no hace más que naturalizar
la desigualdad entre los hombres, deseable por el sistema de
gratificaciones materiales y
simbólicas del "estar por encima de alguien", del
rango, que termina extendiéndose a todos los
ámbitos de la sociedad. Hay
algo sumamente perverso en ésto, ya que cualquier grado de
sangre blanca
que alguien posea, lo hace relativamente más digno y menos
oprimido -y lo pone en situación de opresor- sobre quien
se encuentre racialmente más cerca de lo indio. El
resultado es que el indio o mestizo se reconozca como más
o menos blanco o español,
en lugar de asumir su situación de oprimido, configurando
así uno de los rasgos más llamativos de la sociedad
boliviana en algunos momentos clave: su conservadurismo en todos
los niveles, aun aquellos cuya situación hace más
acuciante su emancipación. Como veremos posteriormente,
esto obrará de distintas maneras en los procesos
socio-históricos, conservando pero, a su vez, poniendo "en
barbecho" ciertas potencialidades.

La fusión
entre las dos estirpes no es deseable desde el punto de vista
señorial (aunque sí lo es desde el punto de vista
del mestizo), ya que sin indio, no hay señor,
situación agravada por lo que podríamos llamar "la
introyección del amo": el recuerdo de la violencia genera
un miedo al amo, situación que provoca que el siervo se
vea a sí mismo y a sus actos con los ojos del amo para
evitar la situación de violencia inmediata. La dependencia
es mutua, ninguno es realmente libre.

El otro aspecto que cabe resaltar y cierra la "tenaza"
ideológica oligárquica -y que constituye una
sorprendente paradoja- es el odio al indio y la
predisposición a su supresión.

La casta tiene un origen incierto ya que, si bien proviene de
España, no es española en lo absoluto y vive su
realidad como un destierro en las altas montañas.

Sin duda, la revuelta y el proyecto
político de Tupaj Amaru fue un hecho de una intensidad tal
en la sociedad del Alto y Bajo Perú que permaneció
presente, junto a Katari, en el imaginario de ambas estirpes. El
programa de
Amaru representaba un auténtico y terrorífico
-porque distaba de ser una utopía- reemplazo
hegemónico. Proclamado descendiente directo del Inca,
tenía un plan superador
que incluía a toda la sociedad colonial, interpelando a
los criollos españoles e indios, a degollar -literalmente-
al gobierno europeo
del Perú, pero reconociendo la situación productiva
del momento, aunque pasara por ciertos patrones de legitimación nuevos. Algunos de los puntos
del programa eran la abolición de la mita, de la esclavitud de los
negros y la posibilidad de los indios de ocupar cargos de poder.
Había un reconocimiento de la situación actual; no
se trataba pues un pretendido retorno a lo milenario anterior a
la conquista,
sino una nueva propuesta hegemónica.

Pero el levantamiento más significativo para nuestro
relato es el de Tupac Katari (Julián Apasa), milenarista
(prohibió el pan por no ser andino) y etnocéntrico
(hacia cortar las lenguas de
quienes hablaran español), a la vez que feroz y violento.
Fue Apasa el que llevó adelante el cerco de La Paz, en el
que murieron más de seis mil personas, con un programa tan
intransigente como impracticable. Los efectos del levantamiento
dejaron una marca indeleble
en ambas castas; la forma tumultuosa de la revuelta será
la práctica común a todos los grandes
levantamientos indios, donde la multitud se organiza en el
movimiento con
la táctica del ahogo y el asedio. El terror que impuso el
cerco indio alimentará el odio y la inclinación a
no economizar sangre aymará por parte de la elite
hispánica; los ecos de aquel temor antiguo resonaran entre
las piedras con Willka Zárate y aún en la Guerra
del Gas, en 2003.

La independencia
no hizo más que traer nuevas incertidumbres a la
minoría blanca. La debacle de Potosí y una
independencia no buscada, dada la indiferencia racista de
Buenos Aires y
la voluntad de Bolívar de
no anexar el Alto Perú a la realista Lima, dejaron a la
casta ante un desafío histórico que no había
buscado.

Estos son los elementos más significativos para nuestra
indagación, los que permiten dar una aproximación a
las características particulares de la élite que se
siente extranjera en su propia tierra y que será parte del
proceso que
constituirá –como señala Fernando Mires-
"Una nación
sin Estado. Un Estado sin nación"2
.

Guerra,
Rebelión y Estaño

La acuciante crisis
económica que presentaba Chile hacia 1878, fue lo
suficientemente preocupante para que este país arriesgara
una guerra contra Bolivia y Perú por los yacimientos
naturales de salitre. Este acontecimiento permite observar la
reacción de la oligarquía boliviana ante una
agresión, sus posturas ante el territorio y el manejo del
Estado. A su vez, significará la primera crisis de
legitimidad importante que va a redundar en la Revolución
Federal y la rebelión del cacique Willka, hechos que
preceden al recambio hegemónico del bloque dominante.

En 1873, se construye la primera línea férrea en
territorio boliviano, cuyo fin era el transporte de
salitre desde Salar del Carmen al Puerto de Antofagasta. Lleva
adelante el empréstito la Compañía de
Salitres de Antofagasta, de capitales británicos y
chilenos.

En 1879, el Gobierno boliviano impone a la explotación
salitrera un gravamen de diez centavos por quintal, cifra en
primera instancia insignificante, pero suficiente para detonar la
Guerra del Pacífico. En los meses subsiguientes, las
fuerzas chilenas ocupan el Litoral boliviano. El 22 de mayo de
1882, el Gobierno chileno ordena un estudio secreto sobre las
condiciones mineras del interior de Bolivia.

En 1884, se aprueba el Pacto de tregua con Chile, que
establecía, entre otras cuestiones, el libre comercio
entre ambos países, medida que favorecía
notablemente a Chile ya que las exportaciones
bolivianas evidentemente sólo podían referirse a
minerales,
originando la conquista chilena de los mercados bolivianos. El
carácter pro-chileno de un sector de la oligarquía
boliviana quedará reforzado por un gravamen del 30 por
ciento a las importaciones de
productos del Perú, destruyendo no sólo la alianza
de la Guerra del "70, sino también el comercio de
los distritos del norte del país.

La guerra no fue vivida por la sociedad, sino hasta el momento
posterior en que se produce la pérdida de Atacama (cedida
por una indemnización que incluía un tendido de
ferrocarril), lo que significó el cercenamiento del
espacio tradicional andino con consecuencias que luego se
harían notar. La guerra, entonces, fue responsabilidad del Estado, el cual como
afirmáramos, era ocupado circunstancial y fugazmente por
elementos de la oligarquía.

El sector minero platero agrupado en el partido Conservador
mantiene el nexo con el vencedor, refrenando constantemente a los
sectores revanchistas surgidos tras la guerra.
Básicamente, las buenas relaciones con Chile significaban
para ellos el acceso a las líneas de créditos inglesas y, para nuestro análisis, la confirmación de la poca
autonomía relativa del Estado frente a las clases
dirigentes, la difusa idea de soberanía, a la vez que la
noción patrimonial del territorio. Sin embargo, hacia
fines de siglo se perfila un nuevo y desafiante grupo,
concentrado en el partido Liberal (que pese al nombre es
más conservador que el homónimo) y que llevaba en
su seno –además de un profundo antichilenismo- a los
"barones del estaño", llamados a reemplazar a la
alicaída minería de la plata. Se perfila un
recambio de poder en el seno de la oligarquía, que se va a
dirimir de manera violenta y con una nueva avanzada represiva
sobre el indio.

Afincados en La Paz, los liberales discuten el eje territorial
de poder del país reclamando la hegemonía de su
ciudad en desmedro de los bastiones de los conservadores en Oruro
y Potosí y valiéndose de recursos populistas que
buscaban atraer a las masas indias y clases medias lanzando
proclamas antilatifundistas y antieclesiásticas.

El 6 de mayo de 1896, las siluetas de los aymaras se asoman a
la Paz desde El Alto y otras cimas para saludar al liberal Pando,
derrotado por el conservador Fernández Alonso, asistido
por el fraude electoral,
práctica sumamente arraigada. La población tiembla
y el Ejército dispersa a la indiada, tomando prisioneros.
Rápidamente, se instala el tema de la capitalía del
país, que debería coincidir con el nuevo eje
hegemónico trazado por el estaño que, tras la falta
de legitimidad del gobierno, echa más leña al
fuego.

La situación se agrava cuando Alonso se levanta en
armas en favor de Chuquisaca y Sucre. Pando aprovechará el
malestar de las masas indias desde Melgarejo para adjuntarse la
alianza del Willka3 Pablo Zárate y cargar contra la
hegemonía del sur.

El insoportable asedio que imponen los aymaras sobre las
fuerzas conservadoras inclinan decisivamente la balanza hacia La
Paz. No obstante, para ésta última nunca
quedó muy en claro si el cerco indio (que rodeaba a ambos
Ejércitos, cabe aclarar) cuidaba o era una amenaza real
(en este momento pesa la memoria de
Katari), por lo que la victoria acarreó nuevos miedos.
Dado que los indios tenían sus propias reivindicaciones y
el impulso propio que había tomado su revuelta, Pando
comienza a hablar de guerra de razas, lo que remata en la entrega
de la capital a los vencidos, con los que se alía y
comienza la represión de la revuelta indígena, que
incluye la traición, captura y muerte de
Willka.

Belzú y luego Willka muestran una característica
de la forma en que se reorganiza la clase señorial en
Bolivia, que consiste en la exclusión antes que en la
asimilación subordinada bajo la égida del vencedor,
es decir, construcción de hegemonía. El terror
del cerco indio fue correspondido con la magnificación de
la victoria y la emisión de un discurso
ideológico cargado de darwinismo social. Si bien el
discurso buscaba construir una unanimidad tras el conflicto,
ésta no era más que la del bando triunfante y, por
lo tanto, hacía general el discurso identitario de los
sectores blancos, excluyendo al diferente y convirtiendo al indio
en chivo expiatorio. Para la oligarquía, el otro era el
indio antes que el extranjero. Por lo tanto, su proyecto era
cultural-racial antes que nacional.

Huelga decir que los puntos que planteaba Willka fueron
desestimados totalmente, cerrando una oportunidad para disminuir
el conflicto. Surgirán algunas opiniones lúcidas,
aunque no exentas de contradicciones, como las de Tamayo:
" Así, entre nosotros, nuestro blanco se imagina,
tácita o expresamente, estar en una distancia inmensa de
nuestro indio; y no solamente se imagina esto, sino que, en este
falso criterio, va hasta no abrigar para el indio otro
sentimiento que el desprecio, o mejor caso, la indiferencia.
Ignora que entre él y el indio hay mucha menos distancia
que entre él y el blanco de Europa… En América no
existe el blanco, al menos en un sentido estrictamente
europeo."4,
a lo que hay que agregar otro pasaje, como
el siguiente: "Los dos rasgos de nuestro carácter
nacional son la persistencia y la resistencia…
Por la fuerza de las cosas el fondo principal de nuestra nacionalidad
está formado en todo concepto por la
sangre autóctona, la cual, como hemos visto, es la
verdadera posesora de la energía nacional."5
Sin
duda, se trata de interesantes líneas, en una época
con poca predisposición a las posturas superadoras, a la
vez que trazan un horizonte común y un reconocimiento del
otro, fundamentales para el desarrollo de una ideología con pretensiones
hegemónicas desde el punto de vista estatal. Por otra
parte, las referencias a la fuerza de la sangre autóctona
son de una clarividencia pasmosa. Más allá de este
antecedente, la opinión distará de ser la
preponderante en la época, y aún deberemos esperar
un largo tiempo para que se formulen expresiones de mayor alcance
que éstas.

El "Super Estado"
Minero

Cabe la presentación aquí de un actor
importante: "la Rosca", que tendrá una profunda
importancia fáctica y simbólica en este
período y aun con posterioridad a 1952. Se trata del grupo
que ocupa las funciones
estatales y que se compone por la oligarquía minera y
terrateniente y su zona de reclutamiento
entre las clases medias y los pobres blancos y blancoides. Es un
grupo que se reproduce entre sí; por lo tanto, es
común detectar vinculaciones personales y familiares entre
los actores estatales más importantes. Nos encontramos en
la época de mayor supeditación del Estado a la
oligarquía que se reorganizó tras las grandes
empresas mineras y sus "empleados" de la Rosca.

Tal como observa contundentemente Zavaleta Mercado,

"en el acto mismo de la excomulgación
política de los indios y de la plebe rotunda, el estado
oligárquico renuncia ab ovo a la producción de voluntad general, pero la
generalidad de la voluntad es la fuerza específica del
Estado y por eso era un poder que construyó su propia
imposibilidad"6.

Esta reorganización implica el fin de los mercados
protegidos del azúcar y el trigo, lo que trajo graves
implicancias en la región de Santa Cruz, que
producía azúcar y alcohol que pasaron a importarse
desde Perú. Asimismo, desaparecieron los telares y la
industria del tejido.

Las inversiones en
ferrocarriles tuvieron como contraprestación la
cesión de territorios a Chile (la costa del
Pacífico con sus reservas de cobre y
salitre) y Brasil. Se
creó la red ferroviaria
Speyer-Montes, cuya única razón de ser era la
minería y que quedaría en manos anglo-chilenas. La
precondición del ingreso de capitales era, entonces, el
saqueo.

Cabe destacar, a su vez, la pérdida de soberanía
estatal sobre los territorios administrados enteramente por las
mineras, que adquirieron todas las características del
enclave. Dentro de estos espacios cerrados, los mineros
administraban poblaciones enteras y dejaban fuera de toda
injerencia al Estado. En 1900 un informe
parlamentario advertía acerca de estas prácticas.
Nuevamente, la implicada era Huanchaca, la cual tenía su
propio dinero y
restringía el tránsito de mercancías y
personas. Los gerentes de la empresa
designaban las autoridades que gobernaban las poblaciones; es
decir, tenían subordinadas a las autoridades, por lo que
las peticiones de regularización por parte de los
diputados fueron impracticables, situación que se
prolongaría hasta mediados de los años "40.

Sin duda, el estaño es el más significativo de
los minerales exportados y los números hablan por
sí solos: de un producido de 1.023.329.090 de bolivianos
entre los años 1900-1920, sólo el 5 %
ingresó al Estado. Durante la
administración de los liberales ingresaron en
conceptos fiscales 31 millones de bolivianos, mientras que en
1920 la principal mina de Patiño, "La Salvadora",
acumulaba un capital estimado en 2.000 millones.

Hubo distintos intentos estatales por gravar la
exportación, entre los que podemos citar el impuesto de 3 %
sobre las utilidades líquidas promulgado por Pando en
1902, al que sólo se ajustaron dos mineras y que pronto
sería letra muerta a partir de 1905. Hacia 1914, el
presupuesto anual
del Estado era de 16 millones de bolivianos, cifra levemente
inferior a las exportaciones de antimonio (por valor de 17
millones) que no tributaban absolutamente nada, al igual que el
plomo y el zinc. Tal vez, el más "castigado" de los
minerales era el wolframio, en cuya producción Bolivia
llevaba la delantera, excepción que confirma la regla del
saqueo generalizado del excedente, cuyos beneficiarios se
encontraban en el exterior del país. Es significativo que
la era liberal se cierre con un nuevo intento estatal por gravar
la explotación minera, cuyo responsable fuera el
presidente José Gutiérrez Guerra. Durante los
primeros 20 años del siglo XX, el arancel aduanero
promedio rondó el 3.3 % con minerales eximidos totalmente
como el oro, la plata
y el cobre, por expresas disposiciones ministeriales.

La debilidad de este Estado entreguista se refleja en la
atomización que empieza a avizorarse hacia los años
"20, con la división de los liberales (Partido Republicano
en 1916) y la aparición de los partidos socialistas, los
cuales, al no existir una clase obrera industrial desarrollada
(apenas el 4 % de la población activa), se desarrollaron
desde las élites. Las primeras huelgas comienzan a
gestarse y en 1919 se produce la primera matanza de mineros de
Catavi. El gremio minero va a presentar una gran solidaridad,
cuestión atribuida por Mires a la identidad
racial común, lo que significa también una memoria
histórica común.

Luego de que el republicano Saavedra hiciera concesiones en la
explotación de petróleo a
la Standart-Oil, la prensa opositora
crea una campaña nacionalista y antigubernamental que
deriva en la renuncia a favor de Hernando Siles. Este
último va a fundar el Partido Nacionalista, que
buscará conseguir el apoyo de los estudiantes
universitarios que a la postre fundan la FUB (1928),
federación que se vinculará a la lucha social y de
la que surgirán muchos de los líderes del "52. Los
sectores medios
presionaban por salarios y el
acceso al Estado, que empleaba más gente que la industria
(8 %), eran una clase disconforme y crítica
del gobierno.

La crisis del "30 es el tobogán por el cual el
país se precipita a la tragedia. Acuciado por la
caída del precio del
estaño y ante movilizaciones populares de envergadura,
Siles declara el estado de sitio, pero renuncia a favor de
Salamanca, quien recibe el gobierno con el precio del
estaño en picada. Ante las protestas de los mineros
sobre-explotados de Patiño -que se encuentran en la calle
con los estudiantes universitarios-, elige entre dos opciones
para deflectar el embate del conflicto: o los comunistas o los
paraguayos. Como los rojos eran prácticamente
inexistentes, la opción fue marchar al Chaco.

El Chaco y los
Ensayos Nacionalistas en la Alborada

La jugada de Saavedra parece funcionar, ya que las
élites se unen en una auténtica ola de nacionalismo
movilizante; el 18 de Julio de 1932 se declara la guerra. La
algarabía, sin embargo, dura poco, Boquerón marca
el primer gran revés boliviano. Los hechos se precipitan y
rápidamente la ofensiva boliviana, por cuenta gotas, se
transformó en estrepitosa retirada, aún en el
propio territorio. El 25 de noviembre de 1934, los oficiales Toro
y Peñaranda deponen a Salamanca y entregan el gobierno al
vice Tejada Sorzano, el cual se intenta organizar en la debacle y
recuperar los territorios ocupados por Paraguay. En
junio de 1935, se firma la paz.

La guerra fue un total error de cálculo y
planificación (la cual,
paradigmáticamente, estuvo en manos de un general
alemán), además de una masacre donde no se
escatimó sangre india en
genocidas ataques frontales a fortines con ametralladoras y en
horribles agonías impuestas por la falta de agua y
logística de todo tipo.

No sólo la oposición política pasa de la
excitación a la rabia, sino que las 50 mil muertes que
acontecen sólo en el territorio mismo del Chaco generan un
acontecimiento traumático pero a su vez constituyente:
entre todos los excombatientes surge un verdadero
descrédito hegemónico, que marca el final del
Estado Oligárquico, tal como lo describimos, y la recta
final a los sucesos revolucionarios.

No sólo se generó una corriente de nacionalismo
frustrado entre los intelectuales,
sino que se crearon nuevas corrientes políticas
que canalizarán de diversas maneras dicho sentimiento.

Una de estas ramas fue el Nacionalismo Popular, que
contenía algunos rasgos fascistoides y era portador de los
sectores medios radicalizados. Planteaba la
nacionalización de las empresas extranjeras, el
petróleo y el corporativismo como modelo
estatal. Si bien proclamaba el reconocimiento y la
consideración por el indio, al referirse a la
cuestión agraria, sus proclamas discursivas perdían
toda consistencia. Su centro de irradiación era el Partido Socialista, con
un grado de inserción notable, sobre todo en los cuarteles
y excombatientes.

La izquierda, que estaba ahora liberada de las persecuciones
del viejo régimen, enarbolarán la cuestión
indígena y su injusticia. Uno de sus exponentes era
Tristán Maroff (uno de los fundadores del Partido
Obrero Revolucionario – POR
), un nacionalista de izquierda
que resaltaba la imposibilidad de la burguesía feudal para
llevar adelante una democracia
liberal, así como también ponía el ideal en
la sociedad incaica.

La Falange Socialista Boliviana ve la luz en 1937.
Inspirada, como es manifiesto, en la experiencia española,
y fogoneada por un fervor nacionalista violento, propone una
alianza de clases contra la izquierda.

El desmoronamiento irrefrenable de los partidos tradicionales
induce a éstos a recurrir a las fuerzas armadas en 1936.
Los militares, como ya observáramos, eran permeables a las
nociones fascistas, pero la situación hacía que
incorporaran a la sopa un nacionalismo antiimperialista, al que
David Toro llamó Socialismo Militar. Las palabras
y las cosas tienen una particular e inédita
combinación en la realidad boliviana, que desconoce la
historia europea
y las anteojeras teóricas que heredamos de ella.

Toro no pierde la iniciativa y muestra ya
mayores grados de autodeterminación soberana que lo
acostumbrado en el desarrollo de este relato. Se produce una de
las primeras confiscaciones en América
Latina de una transnacional estadounidense, la Standart Oil,
cuyos yacimientos pasan al control de Yacimientos
Petrolíferos Fiscales de Bolivia (YPFB)
y el Estado
pasa a controlar buena parte de las transacciones de
estaño.

Los sectores oligárquicos se encontraban fraccionados,
situación que reproducían los sectores medios y
ante los cuales, las situaciones más orgánicas las
presentaban el Ejército y el pequeño pero
determinado movimiento obrero. Toro apura una alianza con estos
sectores, apoyando la formación de la Confederación
Nacional Sindical, sobre la que piensa formar un Partido
Socialista de Estado, un nombre que no sólo muestra las
particulares formas que adoptan las combinaciones
ideológicas de Bolivia, sino una elección por
evitar el choque con los obreros y la crisis política
ad eternum. Este giro particular será debidamente
anotado por la derecha económica que, por primera vez,
observa la necesidad de coaligar sus intereses en un partido, y
por los sectores del Ejército que no ven con buenos ojos
la alianza con los "rojos" obreros.

En 1937, tras un pronunciamiento, le toca el turno de la
conducción al héroe máximo del Chaco, el
coronel Busch. El tono de su discurso amenazaba a la
oligarquía minera pero, con la condecoración a
Patiño, empieza a evidenciar su afán de
manipulación populista. Las retenciones a las
exportaciones de estaño y las pretendidas reformas de la
Constitución en favor de los trabajadores provocan la
unión de liberales y republicanos, a lo que Busch responde
declarando la dictadura en
1939. Con una hipocresía a miles de metros sobre el nivel
de la vergüenza, los coaligados llaman a la defensa de la
democracia y terminan por acorralar a Busch quien, aislado dentro
del Ejército, se suicida. El general Quintanilla asume y
desplaza a los leales a Busch, lo que pone fin al experimento del
socialismo
militar. Se llama a elecciones y, sorprendentemente, el profesor
cochabambino y declarado marxista José Antonio Arze
obtiene 10 mil votos, de un padrón de 58 mil. ¿A
qué se debió este resultado?

Sin duda, la respuesta viene dada por la perenne habilidad de
la oligarquía para reorganizarse en el control de la
sociedad. Acomodándose a la situación, la derecha
se inserta en el Ejército y pone a Peñaranda como
candidato. La gran masa de disconformes atisba un regreso del
antiguo orden -aquel que causó la debacle del Chaco- y no
sólo vota contra Peñaranda, sino que recibe de la
mano de brillantes plumas de la izquierda nacionalista, el
combustible necesario para avivar las llamas.

Un grupo de intelectuales funda el Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR),
que lleva consigo el siempre presente
nacionalismo fascistoide de las clases medias bolivianas,
profundamente antiimperialista y antinorteamericano y con algunos
nexos con las clases populares. Intelectuales liberales
tributarios de Haya de la Torre no reniegan de las bondades
teóricas del marxismo, pero
ven inviable su aplicación a la emancipación
nacional. El camino a la independencia implicaba el rompimiento
con el imperialismo y
la burguesía abyecta del país, nacionalizando las
minas, redistribuyendo las tierras y diversificando la economía:
indudablemente, se trataba de un proyecto con afanes
modernizantes.

En 1940, el cochabambino Arze y Anaya forman el Partido de
Izquierda Revolucionaria (PIR
). Enarbolando las banderas del
movimiento obrero y reivindicaciones indígenas, estaba
llamado por su grado de inserción entre trabajadores y
campesinado a ser el máximo protagonista de la izquierda,
no obstante lo cual fue rápidamente hegemonizado por su
ala pro-soviética. Con la URSS en el bando aliado y la
orden de apoyar los regímenes "democráticos" y
"antifascistas" que se pronunciaran contra Alemania, el
PIR toma la patética decisión de pedir un aumento
de productividad
a los obreros de las minas.

El golpe de 1943 llevado a cabo por un grupo buschista del
Ejército pone en el gobierno al mayor Villaroel, junto a
diversas figuras del MNR. La extrema visibilidad de estos
últimos y la presión de
Estados Unidos
provocan la morigeración del discurso fascista partidario.
También le da la oportunidad al surgimiento del ala
obrerista del mismo y a su más notable figura,
Víctor Paz Estenssoro, quizá el más
pragmático político boliviano del siglo XX.

La influencia de Estenssoro puede verse en la creación
de la Federación de Trabajadores Mineros de Bolivia (junio
de 1944) y en la realización del primer Congreso Nacional
Indígena en 1945, que aportaría las bases legales
para las movilizaciones y reformas por venir. El gobierno de
Villaroel será el primero en conducir una crítica
abierta al régimen agrario latifundista.

El PIR, excluido de la coalición gobernante y
enfrentado al ascendente MNR, va a mostrar toda su
contradicción nefasta al aliarse con republicanos y
provocar una revuelta urbana el 14 de julio de 1946, cuyo
resultado ofrece el lamentable espectáculo del
cadáver de Villaroel colgando de un farol, en una plaza de
La Paz.

La infame alianza del PIR con liberales y republicanos toma el
gobierno. Los obreros que apoyaban al PIR comienzan una migración
hacia el MNR y, en menor medida, el POR (de filiación
trotskista). El gobierno comienza una ofensiva anti-obrerista con
la mira en la FSTMB, a partir del despido de mineros y, en 1947,
masacres de mineros y campesinos.

A partir de las parlamentarias de 1949, los sucesos se
aceleran: el MNR es la segunda fuerza política del
país y provoca una crisis en la coalición
gobernantes, que se traduce en la renuncia del presidente Herzog.
Desde el exilio, los dirigentes Juan Lechín y Mario Torres
ordenan un levantamiento de mineros en Catavi, dando lugar a la
tercera masacre. Ante esta situación el MNR lanza una
campaña de insurrección donde hace aparición
otro de sus grandes referentes, Hernán Siles Zuazo. La
insurrección, si bien se alza con varias ciudades, posee
dirigentes inmaduros para la situación y es aplastada por
el Ejército.

De esta manera sangrienta, la derecha apronta la atmósfera
pre-revolucionaria, al dividir al país en dos: de un lado
los obreros, campesinos pobres y buena parte de la clase media;
del otro, la oligarquía toda defendida por lo único
que tiene a manos, el Ejército.

¡Revolución Nacional!

Por los motivos explicitados en la introducción y la sobre extensión
que implicaría, no desarrollaremos detalladamente los
sucesos de la revolución, sino que nos abocaremos a
nuestro tema de pertenencia inmediata: la construcción de
lo nacional. Lo principal para este capítulo será
la construcción de mediaciones entre el Estado y la
Sociedad Civil, con miras a una consolidación
hegemónica del mismo

Llama la atención el hecho que el Ejército no
restringiera la participación electoral del MNR en las
elecciones del 51. El éxito
apabullante del partido y la poca repercusión del golpe
desesperado por impugnarlo, ilustran las dinámicas
telúricas que se estaban desatando de manera
irremediable.

En 1952, Siles Zuazo fogonea la insurrección, la cual
es apoyada por el jefe de carabineros, que abre al pueblo los
arsenales. Campesinos y mineros enardecidos, con tiros y
estallidos de dinamita reducen al Ejército a una
desbandada. La fuerza de Los Andes arrasa las ciudades de la
oligarquía, del fascismo y el
racismo. Las
balas parten contra la Rosca toda, los hacendados, las empresas
mineras y los opresores de casi cinco siglos. Una vez más,
la turbulenta multitud boliviana irrumpe como fuerza
incontrastable.

Esta onda sísmica que quiebra la
cáscara superficial de la dominación está
compuesta por cuatro actores principales que irán
rotando en su protagonismo, a medida que se desarrolle el proceso
abierto por la insurrección:

-Los pobres urbanos, hijos de una urbanización que
pasó del 14 % en 1900 al 23 % de la población para
1952, pero que careció el acompañamiento de la
industrialización, incluía a cholos, indios y
blancos, unidos radicalmente por su odio hacia la Rosca, pero sin
organicidad ni programa alguno.

-Los campesinos, empujados por el fuerte rumor que tras la
revuelta viene la reforma
agraria, empuñan las armas.

-Los trabajadores asalariados tendrán un papel
preponderante en la primera etapa, ya que presentan un alto nivel
de organicidad y un programa determinado, lo que le dio una
particular coherencia al planteo y consecución de sus
intereses, a la vez que le imponía su ritmo a las
demás clases subalternas.

-El cuarto actor es, evidentemente, el MNR, que se
convertirá en la instancia política con mayor
capacidad de articulación durante la revolución. Al
no ser un movimiento clasista, pudo vincularse con pobres,
sectores medios y la clase obrera. Su virtud principal, tal vez,
haya sido su capacidad para amoldarse a las más cambiantes
circunstancias, lo que le permitió construir
paulatinamente las mediaciones estatales que estratificaron -lo
que significa también "limitaron"- los cambios
revolucionarios.

Podemos ordenar el proceso revolucionario con trazos gruesos,
entre el período inicial del Co-gobierno del MNR
con los Sindicatos
entre 1952-56 y posteriormente la Restauración en la
Revolución
*, donde el MNR se vuelca por el
campesinado y la presión norteamericana, planchando y
estatizando la dinámica popular.

El Co-gobierno

Inmediatamente, se revela que los pobres y radicales urbanos
son una muy buena masa de maniobra, pero que sus propuestas son
demasiado para lo que el MNR se atreve siquiera a imaginar.
Demolido el Ejército, dada la aversión al
ímpetu propio campesino, hizo que el MNR construyera una
relación de privilegio con los bien organizados sindicatos
obreros, ante los cuales el movimiento se planteaba como
único puente con el Estado.

De la misma revolución de 1952 surge la
Confederación Obrera Boliviana (COB) poderoso
órgano obrero que contará con tres ministros en el
gobierno. El poderoso ex secretario de la FSTMB, Lechín,
fue nombrado jefe de la COB y ministro de minas y petróleo. Los tres puntos de la COB se
amoldaban muy bien al programa modernista del MNR:
nacionalización de las minas y ferrocarriles,
revolución agraria y diversificación de la
industria.

La hegemonía obrera de esta etapa queda expresada en la
nacionalización de los tres grandes consorcios mineros
Patiño, Aramayo y Hochshild, por lo cual la flamante
Comisión Minera de Bolivia (COMIBOL), pasaba a
controlar 2/3 de la producción de estaño.
Importantísimo es también que, por el empuje de la
COB, se puede lanzar el plan de reforma agraria, cuestión
que el MNR no había podido llevar a cabo en su anterior
alianza con el Ejército.

Pero pronto aparecen nubarrones en el horizonte. El tinte
obrerista de la revolución no se acomoda a lo que el MNR
pretende para sí; su posición indefinida
–prácticamente, "autonomía relativa"- lo
asemejan demasiado a las funciones estatales. El movimiento es un
árbitro entre clases y, como tal, no está
cómodo con el co-gobierno, sentimiento cada vez más
manifiesto en cuanto comienza a granjearse la antipatía de
los sectores medios (que no recibieron ningún beneficio de
la revolución) y de Estados Unidos al recrudecer la
Guerra
Fría.

Pese a que el MNR revirtió su imagen negativa
ante el gigante del norte al limar sus aristas fascistas, Estados
Unidos estaba más que molesto por la cantidad de elementos
comunistas y trotskistas que pululaban en el gobierno y las
organizaciones sindicales. La estrategia
norteamericana va a consistir en profundizar las diferencias
entre las facciones bolivianas a la vez que respalda al gobierno
del MNR para que no sea desplazado por elementos radicales.

Entre el 52 y el 56 se dispara la inflación y se
producen devaluaciones y aumentos de impuestos, que
producen una disposición masiva de la clase media a la
aún vigente Falange Socialista y la Iglesia. La
estrategia da sus frutos porque, como última medida,
Estados Unidos ofrece asistencia financiera y envuelve a Bolivia
en el mecanismo de la deuda externa y
las medidas estabilizadoras del FMI. La entrega
del petróleo a empresas norteamericanas es el fin del
Co-gobierno y de la Revolución nacionalista, disuelta
desde fuera por la potencia
hemisférica y por la voluntad hegemónica de la
dirigencia del MNR (Estenssoro-Siles Zuazo) que, sin embargo, en
cuanto a la entrega patrimonial y pese a sus afanes
ideológicos progresistas, todavía recuerda las
decisiones entreguistas de la oligarquía.

Restauración en la Revolución

La incidencia de EEUU en la política interna se hace
más insidiosa y presiona por el alejamiento de
Lechín. Ante ello, Siles Zuazo avizora una fractura
partidaria y dimite a favor de Estenssoro. Este último
apura la reorganización del disuelto Ejército (la
principal fuerza armada, hasta ese momento, eran los obreros de
la COB) y echa mano al clientelismo y la corrupción para sujetar las riendas del
partido. Finalmente, rompe con Lechín.

Cuando el MNR da cuenta de que no quiere ser un mero gestor
del movimiento obrero es cuando empieza a mirar a los campesinos
como su único contrapeso para salir de la
situación. Con un manifiesto odio hacia el latifundio
feudal y en su afán modernizante, el movimiento promulga
la Ley de Reforma
Agraria en 1953. Previo a esto, se produjo una
movilización de 100 mil indios, hecho que demostró
a la dirigencia del movimiento la nada despreciable fuerza del
campo y encendieron las luces de alerta. La situación en
el campo distaba de ser tranquila, ya que la activación
política tenía larga data, siendo la
organización por sindicatos el rasgo fundamental, ya
que permitirá el nexo con el MNR y el nexo estatal que
éste provee. Es a través de los sindicatos a
campesinos y sus líderes que se gesta una de las
mediaciones más importantes de la revolución.

Así las cosas, el MNR se vio compelido a contactar a
los dos grandes jefes campesinos Sinforoso Rivas y José
Rojas. Si bien el primero fue fácil de captar mediante los
fondos y la ayuda estatal, Rojas -al mando de su poderosa
organización del Valle Alto- se reveló sumamente
autónomo y complicado, dado su compromiso inclaudicable
con la reforma agraria, la defensa de la toma de tierras y su
idea de mantener autónomos a los sindicatos campesinos. La
disputa entre ambos fue inevitable y, a partir del año
"53, fue necesario para Rojas un acercamiento con el MNR para
consolidar sus conquistas legales y evitar el cisma de la
Federación Departamental de Campesinos entre gubernistas y
los antigubernistas, situación a la cual quería
empujarlo Rivas. La disputa se dirime en repartos de áreas
de influencia entre ambos y, posteriormente, con ascensos por
diversos cargos ejecutivos y legislativos.

La ley de Reforma Agraria, que finalmente se sanciona el 2 de
Agosto de 1953, implica la destrucción de la hacienda para
siempre, así como sus efectos sociales y políticos.
Si se mira más de cerca, la reforma benefició a los
propietarios de pequeñas parcelas (los cuales eran el
óptimo en la visión modernizante del MNR) y no
tanto a los pobres rurales. Por otra parte, el latifundio
capitalista fue respetado y los criterios de expropiación
fueron sospechosos: siempre el peso de la presión
política estaba relacionado a los reconocimientos de
tierras, lo que refuerza la sospecha de un uso político de
la expropiación.

En muchos casos -si bien hubo respeto por las
comunidades- la llegada de éstas a las relaciones sociales
del capitalismo
las descongeló de su stasis histórica,
obrando su destrucción. A su vez, la oligarquía
terrateniente pudo reacomodarse al convertirse en el acceso a
vías de crédito
para la nueva pequeño-burguesía campesina,
transformando sus viejas rentas en usura financiera.

Se clausura así el proceso nacionalizante más
importante de la historia boliviana, que comenzó como una
revolución obrera, pero cuyos máximos logros
acontecieron en el campo, al aprovechar los campesinos las
circunstancia de acuerdo a sus intereses. Podríamos decir
también que la construcción de mediaciones entre la
sociedad civil y el Estado, iniciadas a partir del Socialismo
Militar, alcanzó un grado de profundidad inédito en
el país durante la revolución, y luego de
ésta, se produce una relativa estatización del
movimiento telúrico social, lo que no significa ausencia
de conflicto.

Sin duda, el rol del MNR se asemejó a una
auténtica "voluntad estatal", al pivotar de forma
pragmática y constante entre las clases y la
presión externa, guiándose en ello por sus afanes
hegemónicos. Se abre, a partir de esta nueva
configuración estatal, una serie de crisis cíclicas
que, no obstante, permitirán un desarrollo nacional en
más de un aspecto.

Los Herederos: Crisis
en Espiral 1960-1985

Tal como comentáramos, y en un marco de crisis
económica, pronto Lechín y Paz Estenssoro comienzan
a separarse, lo que hace que el segundo se incline por
políticas que antes había reprochado a su viejo
socio partidario Siles Zuazo, como ser una reforma constitucional
para garantizar su reelección. Esto llevará a que
se fracture el MNR, con ambos correligionarios por bandos
separados.

Ante esta situación, Paz busca inclinar a su favor la
relación de fuerzas, contactando al Ejército, cuya
reconstrucción lo tenía particularmente interesado
desde que asumió. En 1964, lanza su candidatura para
presidente, acompañado por el General Barrientos como su
vice, con el cual no gozará de una prolongada convivencia.
En noviembre del mismo año, Barrientos decide tomar el
toro por las astas y da un golpe de Estado,
al que se adhiere el jefe del Ejército, el General
Obando.

El gobierno de Barrientos se declaró en el plano
discursivo como continuador de la revolución del "52, pero
en la práctica no hizo más que acrecentar su
contención, desandándola. El régimen surgido
de la revolución va a empezar a tener verdaderos desgranes
en torno al manejo del estaño que había sido
expropiado. Las organizaciones sindicales mineras de Oruro
–que, además de una organización
política, eran una armada- se resistieron a cambios en los
métodos de producción, por la introducción
de tecnología y cuestiones organizativas que, si bien
hubieran aumentado la productividad, atentaban contra las
conquistas obreras del "52. Su principal sostén pasa ahora
por una alianza con los campesinos. Como ya repasáramos,
fueron masas urbanas quienes primero retiraron su apoyo y luego
lo hacen los mineros, pero no obstante, Barrientos obtiene en
1966 el 60 % del voto popular.

En 1969, muere el Gral. Barrientos y con él muere
también el giro pro norteamericano y conservador que le
quiso imprimir a la política boliviana, basado en la
alianza militar-campesina. Su sucesor, el Gral. Obando, intenta
retomar la alianza del "52, intentando ampliar su frente de
gobierno a los mineros y sectores radicales urbanos. No
tendrá éxito en su intento, pero designa a un
sucesor, el General Juan José Torres, quien convoca a una
asamblea del pueblo que congregó a sindicalistas y
partidos de izquierda y en donde se discutirían propuestas
de cambio
radicales.

En 1971 se produce un golpe de Estado, cuyo líder (el
Coronel Banzer) se proclama presidente, cargo que ocupará
hasta 1978, conformando la más larga dictadura boliviana
del siglo XX. La bonanza petrolera, sumada a la facilidad del
crédito internacional característico de la
época pero, a su vez, combinado con una expeditiva y
brutal represión cuando la situación lo demandase,
fueron las bases de este prolongado gobierno.

Mientras, en el ámbito de la economía, la
minería del estaño mantenía su debacle
improductiva. Sin embargo, el respiro que significó la
ampliación de la producción petrolera y la
oxigenación financiera, permitió la
reactivación de la economía urbana -y con ella- la
posibilidad para la agricultura de
ubicar mejor su producción. Esta situación
sería favorable para menguar las rispideces que
podría producir el desmantelamiento de la
minería.

Pero la calma que parecía instalar con alguna solidez
esta bonanza económica, iba a ser claramente desmentida en
1978, cuando Banzer nombra a su delfín y quiere imponerlo
mediante el fraude. La ocasión precede el rompimiento de
la sedimentación de los ocho años de dictadura,
mostrando nuevamente la siempre convulsiva tectónica
política y social del país, cuya energía
apenas contenida agrieta la aparente calma de la superficie, para
luego fracturarla. Las elecciones previstas para 1980 se
adelantan unos meses, hasta julio de 1979.

Las fuerzas que irrumpen nuevamente la estática
dictatorial muestran a un MNR fracturado, con sus referentes
Siles Zuaso y Paz Estenssoro a izquierda y derecha de las
opciones, respectivamente. No obstante, las fuerzas están
repartidas y el empate en el Congreso (el cual era el
único capacitado por la Constitución para nombrar
un presidente) es aprovechado por el Ejército que intenta
un golpe que fue fuertemente resistido por gran parte de los
sectores populares. Finalmente, tras el nombramiento de Lidia
Gueiler, jefa insurreccional del "52, se convoca a elecciones
para junio de 1980, que devienen en un ajustado triunfo de Siles
Zuaso.

Ante esta perspectiva, se produce un nuevo golpe militar
encabezado por el General García Meza. La situación
continental, en obvio sentido contrario al afloramiento
izquierdista que presentaba Bolivia, habría de
manifestarse en el envío de asesores militares argentinos,
para reprimir la oposición al gobierno ilegítimo,
con una brutalidad digna de los aconsejantes. Afortunadamente, ni
siquiera de esta manera puede contenerse las fuerzas liberadas
tras el fracaso de la era Banzer y en agosto de 1981, Siles Zuaso
finalmente puede ocupar la presidencia.

La situación heredada por el nuevo gobierno
constitucional distaba de ser auspiciosa. La bonanza de los
años de la dictadura de Banzer, dieron paso a una marcada
recesión. La inflación comenzó su escalada,
ante lo cual, el Presidente dispone una serie de medidas que,
notablemente, serán resistidas por la coalición que
lo llevara al poder. Los resultados son sumamente funestos para
su gestión: a dos años de asumir el
poder el país abandona el pago de su deuda externa a la
vez que la inflación trepa al 1000 %. La agitación
social y política de los años que precedieron a la
administración de Siles Suazo y que la
permitieron, lejos de desactivarse, se mantuvo en
oposición a las determinaciones presidenciales, ante lo
cual el presidente habría de resignar su gobierno y llamar
a elecciones anticipadas.

El tablero que plantea esta crisis
político-económica, no favorece más que al
militar y ex presidente de facto Hugo Banzer, por las
añoranzas de la bonanza perdida en los años en que
presidía el Estado. No obstante, el triunfo de Paz
Estenssoro -en un marco de baja participación electoral-
muestra una interesante articulación entre diversos
grupos de la
izquierda y las facciones del MNR, ante el resurgimiento de lo
más reaccionario de la época militar.

La nueva década vio surgir a su vez, a un nuevo y
vigoroso sector exportador: el narcotráfico. A la vez que se infiltra en
todos los aparatos estatales, este pujante sector va a generar
para Paz Estenssoro un frente de conflicto con los Estados
Unidos, a la vez que el decidido apoyo de los campesinos
cocaleros, que tienen en el cultivo su fuente de subsistencia.
Ante las presiones del gigante del norte, Paz Estenssoro autoriza
la entrada de fuerzas norteamericanas, que realizan un
publicitado y muy poco exitoso raid contra los laboratorios
clandestinos. La izquierda va a pronunciarse en contra de esta
acción,
argumentando que se trata de una flagrante afrenta a la
soberanía nacional, situación más
polémica aún, dado que el ingreso de fuerzas
extranjeras se realizó sin autorización del
legislativo. Significativamente, el cuestionamiento de la
izquierda es amortiguado por la crisis económica acuciante
y se pierde sin mayor efecto en el maremagno de zozobra
económica que se impone por sobre cuestiones
ideológicas no tan inmediatas.

El relato nos trae otra vez sobre la crisis económica,
ante la que Paz Estenssoro -al no estar dispuesto a cambios
radicales- sólo puede enfrentar con un programa cercano al
de la derecha: reducción del gasto
público y estabilización de la moneda. El
ingreso de dólares del narcotráfico va a darle
cierta estabilización a las cuentas y
morigera la volatilidad del valor del circulante, pero el recorte
del gasto va a tener más serias consecuencias. La primera
es que recae sobre el salario de los
empleados estatales; la segunda es que, al intentar un recorte de
los subsidios a la minería del estaño, los
combativos mineros reaccionan y la situación termina
–en septiembre del "86- con la mediación de la
Iglesia y el gobierno obligado a ceder.

Nacionalización del Mercado y Dependencia
Externa

Los regímenes radicales de Guatemala y
Guayana fueron suficientes para que la administración Eisenhower se decidiera a
brindar ayuda a los "fascistas" del MNR, que representaban la
única salvaguarda ante el avance rojo en
Sudamérica. Fue una suerte para el régimen
revolucionario el que Estados Unidos poseyera en el país
un bajo número de empresas e inversiones, lo que no
minó mayormente su existencia.

Tal como afirma Herbert Klein:

"La ayuda masiva que manó sobre Bolivia
resultó de decisiva para la seguridad y el crecimiento de
Bolivia. Los envíos de alimentos en
virtud de la Ley Pública 480 proporcionaron a Bolivia los
víveres decisivos para atravesar el período de
grave desbarajuste agrícola de los primeros años
que siguieron a la Reforma Agraria"7.

Según el autor, fue esta circunstancia de ayuda externa
la que permitió evitar la carestía en las ciudades
(y sus consecuentes revueltas) para dejar al Gobierno en
posición de ocuparse de los campesinos. Como se puede
deducir en base a lo ya desarrollado, la ayuda externa
posibilitó la base material para el futuro campesinado
capitalista y la creación de nuevos mercados.

Otro aspecto de suma importancia para el futuro del agro
boliviano derivó de la ayuda externa: las redes viales. Se
construyó un importante y moderno sistema vial que
intercomunicó al campo con la ciudad, y posibilitó
el desarrollo de la hoy importante zona agrícola de Santa
Cruz. La red vial permitirá el acceso a los mercados
urbanos, interconectando y posibilitando la existencia de un
mercado nacional.

La paz social también se mantuvo con ayuda externa, al
desarrollarse un sistema de asistencia social, salud y educación, sectores
que sufrían significativos atrasos. Como ya
comentáramos, buena parte de los dirigentes del MNR y los
campesinos apoyaron a los gobiernos revolucionarios gracias a los
repartos, corrupción
y prebendas.

Pero esta ayuda es no gratuita. Como contraparte, Bolivia
entrega buena parte de su soberanía política y
económica: pago de bonos defraudados
de los años "20, poner fin al co-gobierno obrero y
limitación del poder de la COB, limitación al
control obrero de las minas y un nuevo código
petrolero y de inversiones, que fueran favorables a las empresas
norteamericanas. En octubre de 1953, aparece el nuevo
código petrolero, que cuenta con ayuda técnica
estadounidense. A fines de la década ya son diez las
empresas que explotan yacimientos en Bolivia.

Las elecciones de 1956 –en cuyo segundo puesto aparece
la Falange Socialista Boliviana- alertan al MNR sobre la diáspora que se produce en los sectores
medios hacia la derecha. Determinado a revertir la
situación y dado que el gobierno norteamericano
dejó de apoyar las compras del cada
vez más depreciado estaño (lo que reducía la
capacidad de maniobra del gobierno), Siles acepta implementar las
medidas estabilizadoras del FMI, con el afán de conseguir
la mayor ayuda posible con el menor costo para los
planes sociales del régimen. El plan se aprueba en 1957 y
sus requerimientos pueden resultarnos familiares: equilibrio
presupuestario, reducción de subsidios y subvenciones,
cancelación de aumentos salariales, restricción del
gasto público y la adopción
de un tipo de cambio
fijo. El objetivo era
reducir la inflación y obtener una moneda estable.

A comienzos de los años "60 el plan observa cierto
éxito relativo, si se considera la creación de
ciertas bases de estabilidad que permiten el ahorro interno
y la inversión externa y gubernamental. Además, por
primera vez en años, el gobierno puede prescindir de los
subsidios directos de Estados Unidos. También
aumentó la productividad de las minas.

Sin embargo, los resultados de la implementación a toda
costa significaron el alejamiento obrero de la revolución
y el MNR, así como el resurgimiento del Ejército y
la vuelta al golpe militar, que derruiría, en buena parte,
el régimen del "52.

Cabe efectuar una observación importante: durante los
primeros años de la revolución y aún luego,
la carestía y escasez de
importaciones -junto con algunas medidas proteccionistas-
generaron la aparición de capitalistas industriales en las
ciudades, lo que complejiza el esquema clasista de la sociedad.
Naturalmente, se beneficiarán de la red vial.

Durante los años de plomos de Banzer en los "70, la
minería del estaño mantenía su debacle
improductiva. Sin embargo, el respiro que significó la
ampliación de la producción petrolera y la
oxigenación financiera, permitió la
reactivación de la economía urbana -y con
ésta- la posibilidad para la agricultura de ubicar mejor
su producción. Esta situación sería
favorable para menguar las rispideces que podría producir
el desmantelamiento de la minería.

En los años "80, la democracia hereda la
inflación y la recesión que se producen tras el fin
de la bonanza de la década anterior. Es en los "80 que
aparece un nuevo y decisivo actor que se infiltra en el aparato
burocrático estatal y participa firmemente en la
economía: se trata del narcotráfico. El ingreso de
divisas del
narcotráfico llegan a producir un equilibrio en las
cuentas nacionales, además de frenar la volatilidad de la
moneda, pero también atraen la mirada de Estados Unidos.
El durable Paz Estenssoro habilita el ingreso de tropas
norteamericanas que incursionan contra los laboratorios
clandestinos, hecho recogido por la izquierda, que denuncia la
flagrante violación de la soberanía: pero las
interminables y acuciantes crisis, hacen que en el país de
la Revolución Nacional, las causas nacionalistas hayan
pasado a segundo plano.

Como conclusión, podemos decir que la elección
por una Bolivia moderna y capitalista por parte del MNR, fue
pagada con crisis política y la disolución de
aquella fuerza telúrica imponente del "52, cuyas ansias de
constituirse en algo colectivo digno de ser vivido, se perdieron
en los profundo de las montañas. Tal vez sólo
resuenen sus ecos.

Si bien el país se inserta en el mundo de naciones y
mercados capitalistas, lo hace de una manera dependiente
definitiva, envuelto en crisis reiteradas y a fuerza de reprimir
aquellas fuerzas emanadas desde las entrañas de un pueblo
diverso, unido por la opresión y el dolor de siglos. Tal
es el precio de ser un estado moderno, el precio por el mercado y
una débil hegemonía estatal.

Sin embargo, aún después de todo, algo se agita
aún en lo profundo de Los Andes.

Capítulo II:
Desde las Naciones

La forma en que se desarrolló nuestro relato
implicó, en su mayor medida, un enfoque "desde las
alturas",
o de cómo el Estado en tanto instancia
particular de las relaciones de poder sedimentadas
(POTESTAS), ejerce su dominio sobre las fuerzas que
emanan de la sociedad (POTENTIA), y de la manera en que
el primero reacciona y se reacomoda ante los cambios de la
segunda, como elemento constitutivo decisivo de un determinado
modo de producción. Aunque ya sabemos que en Bolivia estas
distinciones distan de poseer ese grado de purismo conceptual, el
objetivo de esta breve parte final es ver cómo se gestaron
en el seno del pueblo boliviano algunas relaciones sociales y
nociones ideológicas "desde abajo", con las que
se aprestó a enfrentar aquellas relaciones de poder
ejercidas por los sectores dominantes y cristalizadas de manera
histórica en la forma Estado*.

El objetivo de este capítulo es una muy breve
puntualización acerca de las formas históricas de
resistencia en Bolivia, que contribuyen a la conformación
de una noción acerca de sus luchas actuales -sus
potencialidades-, de cara al porvenir.

La Noción Andina del Espacio

La unidad del espacio en el mundo andino merece ser indagada,
porque es la noción ideológica común
imperante al momento y con posterioridad a la conquista
española, que impuso una noción en extremo alejada
de la autóctona.

La conformación de la unidad territorial es
derivación de un tiempo, que dista del capitalista
(acumulación del tiempo de trabajo por la
expropiación del productor inmediato): nos referimos al
tiempo agrícola estacional. La unidad política es
un pacto que se basa en las necesidades de subsistencia de las
habitantes, donde la concepción del tiempo es
colectiva.

¿A que se debió esta particular
configuración? La unidad del espacio se establece por la
reciprocidad de sus habitantes en el hecho productivo consciente,
conformando un pacto político y geográfico de
reciprocidad. Dado que en las tierras altas la agricultura no es
autosuficiente, necesita de la complementariedad de las tierras
bajas. En línea con los característicos rigores
climáticos que impone la altura -como ser las grandes
heladas-, se genera una articulación entre ambos "pisos
ecológicos", lo cual no es espontáneo sino que
implica un control vertical del ciclo productivo, una "chispa
estatal" generada en las zonas altas más castigadas.

Si bien se produce un hecho violento que impone dicha
articulación, con una autoridad que
reclamó de manera siempre creciente las energías
sociales y los recursos del suelo, la
agricultura andina distó mucho del modelo de saqueo de la
tierra que imperaría con posterioridad a la conquista,
dado el primado de la preocupación ecológica. El
espacio como organización primigenia de la existencia es
una concepción muy alejada de la señorial, cuya
ligazón a la tierra es producto de una vinculación
feudal de prestigio y rapiña del excedente, sin
vinculación productiva inmediata y cuyo último
resultado es la concepción patrimonial de la tierra,
situación que provoca regionalismo pero no un sentir
nacional.

La pérdida de Atacama no representó mucho para
la oligarquía: una defensa desganada y sin honor del
Ejército y la posterior venta como si se
tratase de un sector de la hacienda lo ponen de manifiesto. Sin
embargo, significó cercenar un territorio que se
había constituido como parte del ideario identitario
aymará, algo que no quedará impune para el
régimen oligárquico, aunque los tiempos de la
reacción india mostraran su increíble paciencia a
nuestros propios ojos.

La conquista no pudo hacer tabula rasa con las nociones
productivas de la agricultura andina. En cambio, si bien se
producen diversos cambios jurídicos a través de la
historia posterior en el ámbito de la circulación,
no modificaron en lo profundo el modo de producción
local.

"Recluido en el coto cerrado de la agricultura y
practicando una economía moral de
resistencia, conservación e insistencia, el vasto cuerpo
popular, aunque se demoraría en tomar conciencia del
problema, lo haría después con una intensidad que
solo se explica por la interpelación que tiene el espacio
sobre la ideología o interferencia en esta
sociedad"1.

Es el siguiente conflicto total de la sociedad boliviana el
que corrobora el decir de esta frase: la Revolución
Federal, un suceso de puja por el territorio. De un lado, una
lucha entre Chuquisaca y La Paz por imponer una relación
estatal al territorio. Pero también es el momento de
Willka y las masas sublevadas que rodean a los dos primeros
contrincantes, con la autonomía de su memoria
histórica. En el comienzo del siglo XX, es la
Revolución Federal el hecho que plantea la
problematización de la cuestión nacional, y lo hace
en términos territoriales.

Deberíamos deshacernos de nuestras concepciones del
territorio como aquel ámbito continuo y desmarcado de
omnipotencia estatal. Antes bien, hay que observar como se dan
lazos de autoridad y obediencia entre grupos asentados en
territorios discontinuos que comparten territorios comunes con
otros, que no observan dichos lazos pero permiten su
intercomunicación. Tal como asevera Olivia Harris:

"De acuerdo con esta visión, un mapa adecuado de
los grupos étnicos de los Andes sería muy diferente
de los mapas
políticos del mundo moderno, con sus bloques
independientes de colores
contrastados. Sería más como un tejido
multicolor."2

En base a esto pueden hacerse dos distinciones: había
territorios que comprendían una "franja étnica" que
abarca varios microclimas, compuesta por ayllus que reconocen
cierto nivel de parentesco entre sí y que reconocen uno o
más mallkus máximos (práctica que se daba
hasta el siglo XVI) y aquellos territorios compuestos por ayllus
totalmente entremezclados y con territorios discontinuos. Por
supuesto, el segundo caso dificultó a los conquistadores y
sus continuadores oligárquicos la creación de una
nueva división política del territorio en base a
criterios occidentales. Era y es común hoy en día,
la defensa de practicar en los ayllus serranos, el "doble
domicilio"; es decir, una radicación temporal en las
tierras bajas y otra en las alturas. Vemos así como los
ayllus reproducen aquel Estado andino, aunque descabezado por los
españoles, y reducido ahora a la inmediatez del
ámbito productivo.

"En Bolivia, es el espacio el que crea pueblo, en
cuanto masa en la que debe ocurrir la nación"3.

Esta frase de Zavaleta Mercado, a la vez que síntesis,
nos permite introducir una observación importante: la
escasa lejanía entre lo quechua y lo aymara. Si bien se
trata de dos lenguas distintas -y cada lengua es una
interpretación particular del mundo-, la
convivencia entre las dos etnias siempre fue natural y
armónica, lo que señala la evidente existencia de
un marco de intersubjetividad subyacente entre ambas. No
ocurría así entre los conquistadores y,
posteriormente, la oligarquía de estirpe hispánica,
cuya concepción siempre parcelada, tanto del territorio
como de la realidad, fueron -como esta indagación ha
iluminado- la máxima traba al desarrollo de lo nacional en
Bolivia. Hay más disgregación y
contradicción entre la casta hispánica que entre
las dos etnias andinas.

Debe hacerse una aclaración capital. Este trabajo
sólo se refiere a las etnias quechua y aymara, por motivos
de extensión y de incidencia política, pero cabe
resaltar que, de esta manera, limitamos la diversidad cultural y
étnica de Bolivia.

Los pueblos quechuas y aymaras (que conforman la
mayoría poblacional amerindia del país) se ubican
en la zona del altiplano, los valles y el comienzo de los llanos,
mientras que el oriente cálido del país esta
poblado por diversos grupos, como ser el Guaraní, Tacana, Chaparua, Aruaco y
Botocudo, Pano y Chapacura, los cuales contienen en su interior
varios subgrupos étnicos.

Breve Geología
Andina

Esta concepción andina del territorio fue "sedimentada"
por otras relaciones jurídicas con posterioridad a la
conquista, como ser: el establecimiento de los servicios
personales, la apropiación del excedente y las avanzadas
jurídicas y militares sobre las comunidades a partir de
Melgarejo, que se suceden ya entrado el siglo XX.

Si bien esta "superestructura" jurídico-represiva se
desarrolló en el transcurso de casi cinco siglos, no
consiguieron una desarticulación fundamental y definitiva
de la organización andina de la agricultura y el
territorio. Quizás, fueron las reformas agrarias las que
llevaron adelante la reconfiguración más
significativa ya que, al realizarse por la ocupación de
tierras por la fuerza para el reconocimiento jurídico de
las mismas como propiedad
privada, no se basó en la organización ancestral.
Pero esto nos obliga a introducir algunas cuestiones previas a la
reforma en sí y que implica una compleja
articulación desde los sectores que se encumbraron en el
Estado y la acción surgida desde los pueblos mismos.

Con el ascenso de Villaroel, comienzan a sucederse huelgas en
el campo hacia fines de 1945, las que no pueden entenderse si no
se toma en cuenta la realización del Congreso Nacional
Indígena en 1945. En dicho evento, Siles Zuazo intenta
contactar a los sindicatos campesinos y sus líderes y
manifiesta que la tierra debe pertenecer a quienes las trabajan,
situación para la que, igualmente, faltaba muchos
años. Los decretos emanados del Congreso, que
abolían el pongaje y la mita, fueron un fermento para la
actividad del campesinado indígena que decidió
acelerar finalmente los tiempos.

El primer sindicato
campesino surge en Ucureña, uno de los valles más
favorecidos de Cochabamba, tierra de haciendas. La hacienda
implicaba un sistema que tenía como su máxima
expresión al colono sometido junto a su familia a
prestaciones
personales (pongueaje) al cual le sucedían, en rango
siempre decreciente, los arrimantes, que cultivaban para
usufructo del colono, y los sitiajeros, quienes
tenían un lugar donde vivir pero poco acceso a la tierra.
Por último, estaban los desahuciados, aquellos
que vagaban sin hogar en busca de cualquier trabajo.

Un hecho sumamente importante se gesta en los años "30.
Al comenzar a fundarse escuelas para hijos de campesinos -un
emprendimiento impulsado por miembros de lo que será el
PIR- pronto, los profesores se convertirán en decididos
activistas y la escuela, en
núcleo de organización de la comunidad. De una
de estas escuelas surgirán militantes de la talla de
José Rojas, militante, por entonces, del PIR. Un rasgo
sumamente interesante de la organización de dichas
escuelas y sindicatos era el carácter rotativo de sus
dirigentes y la renovación anual del personal, una
característica anti-burocrática que mostrará
su potencialidad a comienzos del siglo XXI. De más
está decir que el centro neurálgico de la Reforma
Agraria se ubicará en Cochabamba.

El rol de los líderes campesinos en la
revolución y, aun posteriormente, es ambiguo y
difícil de sintetizar. Por un lado, fueron cooptados en
buena medida por el MNR y sus recursos financiados por Estados
Unidos. Posteriormente, provocaron con su alianza al MNR y,
luego, con su acercamiento a los militares, hecho que posibilita
el frenazo a la revolución obrera inicial pero, del otro
lado de la balanza, fueron dirigentes de movimientos sociales
amplios que pusieron fin al latifundio, a la vez que -al
desactivarse la situación revolucionaria- se preservaron
elementos organizativos que serán sumamente importantes a
futuro.

Tal como explica Fernando Mires, "el líder
genera un sindicato, pero también es frecuente que el
sindicato genere un líder. En cualquier caso, el sindicato
es la fuente de legitimación de poder del líder,
pero este último es la representación del poder
sindical."4
Se hacía necesaria la negociación del Estado con los
líderes, pero había diferencia en cuanto a ellos,
patentizada en Rivas y Rojas. Rivas aparece como un representante
del Estado en los sindicatos. En contraposición, Rojas era
–por su clara determinación a mantener la
autonomía de los sindicatos campesinos- un representante
de los sindicatos en el Estado.

La noción de sindicato en sí no es la que puede
encontrarse en el ideario occidental. Si bien fue el PIR quien
transmite el término aplicado en la clase obrera al campo,
el sindicato campesino es una organización que refleja a
las unidades agrarias preexistentes, como ser una hacienda, una
aldea o una región. A menudo, el término sindicato
era una palabra "nueva" para la antigua comunidad
agraria india, a partir de la cual su líder era obedecido
como un cacique. El secretario general, una vez elegido,
tenía injerencia hasta sobre los asuntos familiares,
quitaba las tierras a aquellos que no las explotaban y arbitraban
los derechos de
usufructo. Si bien comenzaron como instrumentos de lucha, los
sindicatos fueron trocando en órganos de Policía y
legislación para sedimentarse, después del "56,
como dependencias de gobierno local.

Agua y Gas:
Reflexiones Finales

El nuevo siglo encuentra a Bolivia con nuevos levantamientos y
luchas, disparados por el régimen neoliberal que azota a
todo el Cono Sur. Los eventos conocidos
como Guerra del Agua (2000), en Cochabamba, y la Guerra del Gas
(2003), en todo el país, marcarán el fin del
neoliberalismo, a la vez que una nueva
reformulación de la idea de nación -aún hoy
no resuelta- que ilustran el carácter incompleto de la
Revolución Nacional de 1952.

Ana Esther Ceceña detalla cuatro horizontes que
coinciden en la lucha cochabambina por el agua que,
sin embargo, pueden extenderse a los hechos de 2003, mostrando
todos los sedimentos de la formación social boliviana,
expuestos por la irrefrenable fuerza social-telúrica que
los hace romper la superficie y erguirse como abruptos
afloramientos que cambian la faz de la realidad social.

Dichos horizontes son:

– La lucha contra el neoliberalismo.

– La lucha por la preservación de los recursos y por el
valor de la fuerza de trabajo, derechos elementales y servicios
públicos. Se trata de reivindicaciones de
carácter fordista, que involucran a los sindicatos y las
luchas mineras. Estos reclamos se formularon preponderantemente
en el Socialismo Militar y se concretaron, en buena medida, en el
"52.

– Un tercer horizonte que abarca las luchas campesinas, que
presentan características distintas de las urbanas, al
responder a una relación arcaica con la naturaleza no
destruida por el capitalismo totalmente, que impacta de manera
más directa a partir de las luchas del "52, como
observamos ya.

– Un cuarto horizonte realmente "nacional", una historia
compartida de 500 años de saqueos, portados en la
sangre.

A pesar del enorme saqueo, Bolivia es aún
sorprendentemente rica en recursos minerales, una cualidad
ilustrada por el traspaso desde la avidez por el estaño
para las latas de conserva a la avidez de tungsteno para los
teléfonos celulares y circuitos
electrónicos. A ello se suman las fuentes de gas
en la era de la energía cara.

En septiembre de 1999, el gobierno de Bolivia firma un
contrato que
concede a la empresa Aguas
del Tunari
, el monopolio de
la distribución del agua en Cochabamba. En
noviembre, se forma la Coordinadora Por la Defensa del Agua y
por la Vida
, que reúne a organizaciones de regantes,
campesinos, trabajadores fabriles, organizaciones profesionales,
vecinos y comités ligados al agua. Ante los aumentos de
las tarifas en más de un 100 %, la Coordinadora convoca a
una movilización.

Por tres días, a partir del 11 de enero, se producen
bloqueos de caminos para presionar una revisión del
contrato y en febrero se planea la toma pacífica de la
ciudad, a la que se responde con la militarización de la
urbe. Los enfrentamientos se suceden e incluyen la
encarcelación de los representantes de la Coordinadora
durante una negociación con el gobierno. Ya es el mes de
abril.

Finalmente, y tras sostener la movilización durante
tres meses, a pesar de los numerosos muertos y detenidos, el 11
de abril se produce la rescisión del contrato.

Tanto la Guerra del Agua como la del Gas, nos hacen remontar
necesariamente a las reformas neoliberales. En 1985, se promulga
el Decreto 21060, medida que va a cortar los hilos y entramados
que -mas allá de sus falencias y aciertos- se
tejían desde 1952. Los resultados pueden sonarnos
conocidos: desprotección de las economías
campesinas, cierre de las fuentes de trabajo (minas y empresas
manufactureras), caída de los salarios, privatización de los servicios
públicos y los Hidrocarburos.

Por otra parte, los resultados sociológicos de esta
reforma bien pueden buscarse en El Alto, la barriada que se
apiña contra la ceja de tierra que corona las alturas de
La Paz. El Alto fue construido por sus propios habitantes,
portadores de un origen diverso: desde migrantes rurales del
altiplano a obreros mineros, desde pequeños comerciantes y
empleados de La Paz, a ex obreros y mineros de Potosí
"relocalizados". De todos ellos, el 80 % se autodeclara
"indígena", según el Censo realizado en 2000. A
esto se suma la juventud de
sus habitantes (el 60 % es menor de 25 años) y la gran
presencia del trabajo precarizado, que ronda el 70 %. Para
finalizar este bosquejo, nos cabe detallar que el 60 % de sus
habitantes vive en la pobreza y el
30 %, bajo la línea de indigencia. Por su parte, es
importante considerar el casi inexistente sistema de
alcantarillado y los deficientes sistemas de salud
y educación. Vemos así cómo el
neoliberalismo fue creando la fuerza incontrastable que
sentenciaría su derrumbe.

Luego de los sucesos en Cochabamba, el régimen pretende
seguir con impunidad su
política de represión. En enero de 2003, luego de
una protesta en defensa de los cultivos de coca, trece campesinos
de Chapare resultan muertos. La guerra contra el impuesto al
salario, un mes después, arroja un resultado de treinta
muertos en La Paz. Pero la última resistencia del gobierno
-cueste creerlo o no, aún se sostiene en un Estado
racista- resulta en la toma de La Paz y la caída del
entonces presidente Gonzalo Sánchez de Losada, con la
pérdida de ochenta vidas.

A inicios de septiembre, comienzan los bloqueos de caminos y,
el 8 de octubre, se produce una huelga
general. El gobierno responde enérgico, tratando de romper
los bloqueos a sangre y fuego: en Warisata se produce una masacre
de indios.

El Alto presentaba un muy alto grado de organización
vecinal, que utilizaba el bloqueo como herramienta de lucha y las
asambleas vecinales como forma de organización. Al mismo
tiempo, el escenario de lucha ofrecía sistemas de
altavoces y radios abiertas funcionando las 24 horas, junto con
la presencia de guardias populares, cuyo objetivo era la
contención de los saqueos. Había una alta densidad en las
relaciones
interpersonales (parentesco, padrinazgo, amistades
barriales), muchas de las cuales venían transplantadas de
los ayllus del altiplano. También usaban símbolos y vestimentas propias.

El 12 de octubre, el Ejército ingresa a El Alto, donde
no hay líderes que matar o encarcelar. Frente a ello, el
Estado se decide por la muerte
indiscriminada. Ante el uso de fuerzas mecanizadas y
munición de guerra, la furia popular responde arrojando
vagones de ferrocarril desde los puentes para bloquearles el
paso.

Luego de la matanza y la lucha vecinal, resuenan los ecos de
Katari y Willka:

"Entonces, los que empezaron a bajar fueron los
vecinos, los deudos y parientes y conocidos de los muertos, los
heridos y los perseguidos, la masa enfurecida creada por
años de neoliberalismo, los herederos de la
organización comunitaria y de las luchas sindicales, los
aymaras y los quechuas, los indios y los cholos, los que viven
por sus manos, la indiada urbana … tan temida"5.

El 15 de octubre, los vecinos de El Alto bajan por las laderas
y son recibidos en las barriadas pobres con algarabía,
mientras que por el sur de la ciudad completan el cerco indio los
comuneros de Omasuyos. Huelga y cerco total, no pasan ni
alimentos, ni combustible, ni medicamentos a La Paz y, sin
embargo, sorprendentemente, esta vez el cerco y la revuelta india
son correspondidos por las clases medias: intelectuales,
artistas, ingenieros y las demás profesiones liberales,
realizan huelgas de hambre y piden la renuncia de Sánchez
de Losada. Estos sectores tendrán un papel muy importante
al mediar entre las masas iracundas y los jefes de la
represión, que se retirarán el 16 dejando a
Sánchez de Losada la única alternativa de la fuga
aérea, con la toma final de La Paz.

La rebelión de El Alto terminó
extendiéndose a todo el país: Oruro, Tarija,
Potosí, Sucre, Santa Cruz y aún las zonas
cálidas. Exigían la renuncia del presidente, la
cancelación de las ventas de gas
por puertos chilenos, la no erradicación de los cultivos
de coca, la refundación de la
República por medio de una Asamblea Constituyente y un
numeroso listado de peticiones que muestran aún hoy la
pertinencia de preguntarse por las fuerzas sociales que se agitan
tras la construcción de una identidad
nacional en Bolivia.

La irrupción de estas luchas, los actores y los sucesos
están recubiertos por un halo trágico, heroico y
sumamente inquietante. Como si se tratara de peñascos
rocosos que se erigen donde antes estaba la superficie de la
normalidad cotidiana, pareciera que uno puede ver en los estratos
de esas rocas, todas las
luchas que se vienen sucediendo en Bolivia desde hace siglos.

El sofocamiento de los proyectos de Amaru y Katari
significaron la imposibilidad de participación de los
pueblos indios en las decisiones comunes y en la
definición de un espacio común de vida que
permitiera, a posteriori, la conformación paulatina de una
identidad nacional. Cada nueva revuelta siempre lleva un grito
por redefinir el gobierno y el espacio.

A mediados del siglo XX, la gran masa india recupera la
posibilidad de expresarse y participar en las decisiones de
gobierno (de forma subordinada) así como la independencia
de la oligarquía terrateniente, aunque estas conquistas
hayan resultado en la quiebra final del régimen de 1952 y
la instauración paulatina de un régimen que
permitirá un cierto desarrollo del mercado y la
infraestructura económica del país pero, por otro
lado, lo dejará en una absoluta dependencia externa, para
posteriormente hundirlo en el marasmo neoliberal.

Los años que separan 1952 de 2000 son los años
en los cuales las masas campesinas son afectadas de lleno por el
capitalismo y sus instituciones
de mediación, pero si bien fueron parte de alianzas que
instauraron gobiernos conservadores y neocoloniales, preservaron
su ideario y formas de organización ancestrales a la vez
que recibieron la influencia de las ideas políticas y
organizativas de los sindicatos, sus experiencias de lucha e
hicieron también sus propias aprendizajes.

En su reciente libro,
Raúl Zibechi señala algunos elementos que permiten
pensar en la elaboración de un proyecto de Estado Aymara,
similar en status a los planteados por Amaru y Katari, aunque
formulados a la luz de la experiencia histórica. El autor
realiza un interesante racconto de las elaboraciones de los
intelectuales indios desde 1970, para luego formular puntos que
permitan trazar una idea de proyecto nacional alternativo. Hay
allí algunos esbozos para la sociedad del futuro, como ser
el del Movimiento Katarista de Liberación:

"Las formas de organización del ayllu
estarían basadas en cuatro formas de relación
social del trabajo: ayni (cooperación entre familias del
ayllu), mink"a (reciprocidad entre ayllus), mit"a (reciprocidad
entre ayllus y la marka, unidad de las dos parcialidades aymaras)
y q"amaña (reciprocidad relacionada con el espacio
ecológico) (…) La práctica política del
ayllu (designan autoridades por rotación y sucesión
por tiempo limitado, de modo que no exista el monopolio del
poder) es la base del poder político. Se trata de
construir una "sociedad comunitaria" en base al ayllu, de abajo
hacia arriba incluyendo la formación de empresas
comunitarias de base. Las autoridades gobernarían a
través de cabildos y asambleas"6.

Cabe aclarar que la marka, es la unidad de dos
parcialidades aymaras, y que cada parcialidad pueden contener de
cuatro a veinte comunidades, unidas por lazos históricos,
lingüísticos, religiosos o económicos.

A continuación el autor analiza la formulación
de Acta de Reconstitución de la Nación
Aymara-Quichwa y el Manifiesto de Ayacachi, elaborados junto a
las luchas que se produjeron a partir del 2000 en Omasuyos. Los
primeros acontecimientos en esta zona se libran al mismo tiempo
que la Guerra del Agua y prosiguen, luego de ésta, con la
conformación del "Cuartel General Indígena de
Qalachaka", que se convierte en el eje articulador del
movimiento, a la vez que, con consignas como "Bolivia no es
ninguna solución para nuestros problemas
", comienzan
a suplantarse las instituciones de la democracia representativa,
por organizaciones comunales con cargos rotativos. Vemos
así la continuidad de ciertas prácticas y la
reelaboración a la luz de la experiencia
histórica:

"La participación en el estado -aunque sea para
construir un estado multinacional, a partir necesariamente del
estado colonial- engendra un sector de funcionarios indios
separados de sus comunidades que forman una nueva élite
funcional al sistema de dominación. La política del
estado multinacional y del desarrollo confluyen ya que ambas
pueden materializarse sólo a través de la
creación de esa élite india que se convierte en la
forma de subordinar al movimiento a intereses externos en lo que
conforma una estrategia de "envolvimiento y asimilación"
que Díaz-Polanco definió como
etnofagia."7

El resultado de estas luchas y la producción de ideas
de las naciones oprimidas de Bolivia son, hoy en día, una
auténtica esperanza. La reformulación de la
relación del Estado con la sociedad y la
construcción de una idea de nación que permita
articular y permitir la vida de las múltiples y ricas
culturas que se asientan sobre el suelo boliviano es un anhelo
que nos contagia a todos los que soñamos con la
emancipación de los pueblos.

Sin embargo, a la par de los saberes ancestrales y seculares
de las luchas populares, también se preservan la
cooptación, la represión violenta, el racismo y el
poder económico propio y foráneo que siempre
embarran la pureza de todos los sueños y proyectos.

Así llega a su fin esta humilde, incompleta e
introductoria indagación sobre la construcción de
lo nacional en Bolivia, donde se hacen manifiestas las
dificultades de la creación de una intersubjetividad que
contenga e identifique a la sociedad con su Estado así
como el proyecto hegemónico planteado por éste, a
lo largo de la historia del país hasta hoy.

Bolivia nos muestra una historia de resistencia y dignidad, nos
enseña acerca de nosotros mismos en tanto parte de un
mismo origen colonial y nos urge a construir proyectos
emancipatorios, con los cuales unirnos contra la opresión
global del capital. Quiera el destino que alguien cuente alguna
vez, la historia de la hermanada emancipación de nuestros
pueblos…. la única posible.

Bibliografía

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Consuetudinarias sobre la Gestión del Agua en Bolivia.
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ZAVALETA MERCADO, René. Lo
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México, 1986.

ZIBECHI, Raúl. Dispersar El Poder: Los
movimientos sociales como poderes antiestatales. Editorial Tinta
Limón, Buenos Aires, 2006.

 

 

 

Autor:

Santiago H. González

Partes: 1, 2
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