El placer es una expresión psíquica
básica que se ha desarrollado a lo largo de la evolución y contribuye a la
adaptación al medio
ambiente. Placer y dolor forman un par indisoluble que
constituye uno de los principales motores de la
conducta, no es
una dicotomía fácil, sobre todo cuando de humanos
se trata: hay dolores placenteros (masoquismo) y placeres
dolorosos (el amor del
poeta o, más mundano, la comida picante). Los mecanismos
neuronales que disparan esa sensación que llamamos placer
contribuyen a actos tan básicos como el buscar el pecho de
nuestras madres para amamantarnos. En parte gracias al
reforzamiento positivo que producen las experiencias placenteras,
o al negativo que producen las experiencias dolorosas, es que
reconocemos a nuestras familias, comemos, aprendemos, nos
reproducimos, etcétera.
El comportamiento
en los animales y, en
parte importante, en el hombre,
está dirigido en su forma más general a satisfacer
necesidades básicas que se han sintetizado en las cuatro
"C": comer, correr, combatir, copular.1 La primera y la
última no requieren mayor aclaración. El correr y
combatir se refieren a los actos de defensa de la integridad del
animal en presencia de una agresión, como pudiera ser un
predador, caso en que se combate o se huye. Las cuatro "C"
están relacionadas con la expresión emocional y su
activación puede ser sumamente compleja. Baste imaginar un
animal hambriento –apetito– que busca
desesperadamente alimentarse –consumación.
Durante el proceso
apetitivo, el animal despliega una conducta emocional intensa y
agresiva, que en caso de presentarse obstáculos para su
realización produce un alto nivel de agresividad y en caso
de frustración, estrés.
Durante la consumación se obtiene el refuerzo positivo, en
este caso, la satisfacción del comer, que seguramente en
los animales es tan intensa como en el humano. En el hombre las
emociones se
traducen no sólo en un impulso para la conducta, sino en
procesos
cognitivos: miedo para el correr, hambre para el comer, amor para el
copular o reproducirse, furia para el combatir.
Aunque nuestra especie lucha constantemente contra su
animalidad y cuenta con una neocorteza bien desarrollada que le
permite controlar sus emociones, inventar mitos,
creencias y teorías
que son la base para desarrollar su voluntad, sus opciones de
vida y hasta la ilusión del libre albedrío,2, 3 el
placer juega un papel clave en la determinación de
nuestros actos, y son precisamente los procesos cerebrales que
originan esta sensación de bienestar los que se ven
afectados por diferentes sustancias adictivas. Se ha llegado a la
conclusión de que la adicción se debe a que
las drogas
activan sistemas
neuronales normalmente relacionados con la sensación de
placer.
La adicción es un mecanismo natural relacionado con el
reforzamiento positivo que produce la consumación de los
patrones conductuales que disparan las emociones; es un mecanismo
de adaptación y su existencia es consecuencia natural de
la operación de circuitos
neuronales relacionados con las motivaciones.
Por otra parte, las regiones cerebrales relacionadas con el
dolor, o más bien, el displacer, para decirlo de forma
más general, son también fundamentales en nuestra
adaptación al medio, ya que nos permiten evitar aquellos
comportamientos y condiciones que pudieran producir daño al
organismo. De ahí que algo que nos ha hecho daño al
comerlo produzca repugnancia; otro ejemplo es la aversión
que sentimos los humanos a los sabores amargos o extremadamente
ácidos,
lo cual constituye una protección natural contra la
acción
de diversas sustancias tóxicas.4
Sin los mecanismos cerebrales que generan el placer y el
dolor, el hombre estaría completamente desmotivado y, tal
como sucede en algunas patologías psiquiátricas,
prácticamente inmovilizado y sin interés en
atender a su medio ambiente ni a
sí mismo. Cierto, se puede pensar en contraejemplos: actos
generalmente heroicos que difícilmente pueden relacionarse
con el bienestar del individuo.
Para comprenderlos basta saber que el placer es uno entre muchos
elementos que determinan la conducta y los gustos del individuo,
pero hay circunstancias en que se ponen en acción procesos
psíquicos superiores, especialmente desarrollados en el
hombre, y que rebasan con mucho el determinismo de las conductas
básicas (Figura 1).
FIGURA 1. Organización de la conducta. Las
elipses representan zonas de reclutamiento
neuronal durante la expresión emocional y la experiencia.
Cada elipse muestra una
categoría conductual, desde las que tienen un menor
potencial para su modulación, como los reflejos que son
patrones motores fijos, cuyo substrato neuronal tiene un
potencial para su modulación sumamente limitado, por no
decir nulo, hasta la cognición cuyo potencial de
modulación es máximo. NTS: núcleo del tracto
solitario; SGP: sustancia gris periacueductal; FR:
formación reticular. (Modificado de Arbib y
Fellous.21)
Desde los años cincuenta se sabe que un conjunto muy
importante de neuronas que forman el haz medial del cerebro anterior
están íntimamente relacionadas con las sensaciones
placenteras. Se ha llegado a la conclusión de que los
compuestos que afectan la actividad de este haz neuronal del
cerebro anterior, así como también de otras
regiones que dependen principalmente de la concentración
de dopamina, son los que producen efectos adictivos.5
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