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El yo y la enfermedad (página 2)




Enviado por Enrique Soto



Partes: 1, 2

Las historias clínicas se entrecruzan con la literatura para contrastar
el caso de un Funes borgeano que recuerda todos y cada uno de los
instantes de su vida como únicos y diferentes, con el
pobre marinero con síndrome de Korsakoff3 que olvida todo
lo que ve, oye o hace, tan sólo unos segundos
después de que lo ha hecho, visto o escuchado, y no es
capaz de seguir el hilo de su devenir personal.

Las preguntas en torno al origen
de las enfermedades
anteceden y, en muchos casos, dan sentido a las preguntas
fisiológicas. En la historia de las
neurociencias, por ejemplo, las primeras ideas acerca de la
función
cerebral surgen de la observación de los efectos y cambios
psíquicos luego de lesiones en áreas
específicas del cerebro. Paul
Broca descubrió el área motora del lenguaje a
partir de la observación de un paciente al que una
lesión en la región frontal le produjo una
incapacidad para expresarse verbalmente. En el siglo pasado
observaciones de este tipo dieron origen a la frenología,4
que pretendió establecer una cartografía cerebral que asignaba un
área de la superficie del cerebro a cada una de las
funciones y
cualidades humanas; se describieron entonces áreas
cerebrales del amor, el
sentimiento democrático, la compasión, la maldad,
el odio, formándose listas interminables de cualidades
humanas que, como los nombres de ríos, lagos y ciudades,
formaban el mapa de la
personalidad. Así los individuos podían ser
propensos a enamorarse o tener un fuerte sentido
democrático dependiendo de la geografía y
dimensiones de las respectivas áreas de su cerebro. A
pesar de que finalmente la frenología terminó en
charlatanería pública, llama la atención el gran interés
que despertó en diferentes ciudades de Europa y América, donde llegaron a hacerse lecciones
públicas de los saberes de ella derivados,
convirtiéndose finalmente en toda una escuela; la
frenología ofrecía al hombre una
explicación de sus potencialidades y servía de
guía al conocimiento y
al cambio,
ofreciendo nuevas bases para la moral y
certeza en los juicios. Esta teoría
de las facultades mentales encontró eco en las nuevas
formas de pensar que el liberalismo y
la revolución
industrial impulsaban. Así, la frenología ha
sido, probablemente, la teoría neurofisiológica
más difundida e influyente de la historia. Para su
divulgación se crearon algunos de los más notables
grabados "científicos" del siglo pasado5 (véase la
figura 1).

Existe una relación causal entre la actividad del
sistema nervioso
central y la actividad mental y, aunque el
conocimiento sobre la fisiología del sistema nervioso
es aún fragmentario e insuficiente para dar cuenta de los
procesos
psíquicos complejos, no cabe duda de que todos los
procesos mentales, al igual que nuestras percepciones, se
relacionan con un estado
físico mensurable del cerebro. Éste es uno de los
aspectos más importantes que se ponen de relieve en los
casos de daño de
las capacidades intelectuales
por lesión cerebral. El estudio de estos pacientes ha
permitido establecer, además, que el cerebro está
formado por sistemas
funcionales y que la actividad mental resulta de la integración de un conjunto de capacidades
que operan en forma modular. Así, puede suceder un
daño cerebral que afecte la visión en color o la
capacidad para expresarse verbalmente, pero deja intacto el resto
de actividades intelectuales, las cuales, por cierto,
frecuentemente se ven potenciadas. Tal es el caso, que relata
Sacks, del joven adolescente con un retraso cognitivo evidente,
con diagnóstico de autismo, pero que
poseía una extraordinaria capacidad para dibujar con lujo
de detalles; o el de los gemelos autistas que podían
calcular, de forma casi instantánea, la fecha,
especificando el día, mes y año que corresponden a
cualquier día en el futuro. Estos individuos con notable
déficit en algunas de sus capacidades intelectuales, pero
con potencialidades inusitadas —idiot savants— ponen
de manifiesto claramente lo que se ha denominado modularidad del
sistema nervioso;
es decir, existen sistemas funcionales que actúan de forma
relativamente independiente, por eso se habla de inteligencias o
formas de la inteligencia.
Por ejemplo, hay casos bien documentados de lesiones que afectan
gravemente algunas funciones psíquicas dejando
prácticamente intacto el resto de ellas. Tal es por
ejemplo el famoso caso de Phineas Gage, quien en el año
1848 sufrió un grave accidente en el cual una barreta
metálica le atravesó la cabeza entrando por la
parte inferior del ojo y saliendo por la parte superior del
cráneo (véase figura 2). Phineas Gage no
murió, sin embargo sufrió graves trastornos de
personalidad
que lo llevaron de ser un hombre amable y tranquilo a ser
tremendamente agresivo e incapaz de respetar las normas
elementales de convivencia social. Como si hubiera perdido
exclusivamente la capacidad de juzgar los efectos que
tenían sus acciones sobre
la vida de los otros. Ello determinó su aislamiento social
y su fracaso para llevar una vida socialmente aceptable. Ciento
cincuenta años después, un grupo de
neurofisiólogos dirigidos por Hanna Damasio ha logrado
reconstruir, por medio del estudio de la tomografía del
cráneo de Phineas Gage, el tipo de lesión que
él sufrió.6 Este caso tan particular ha permitido
establecer el papel principal que en el pensamiento y
en nuestra capacidad de sociabilizar tienen las regiones
frontales del cerebro, especialmente su parte medial y basal,
así como los circuitos y
sistemas relacionados con las emociones, cuya
activación conjunta con las regiones frontales participa
de forma fundamental en la planificación y toma de
decisiones, y contribuye a determinar el tono afectivo de
nuestras relaciones sociales.

En su más reciente libro, Sacks
estudia la cuestión relativa al hombre que vive privado de
una modalidad sensorial específica. Tratemos de imaginar
qué se sentiría ser ciego, o sordo, y digo
"tratemos" porque todos sabemos que ésas son experiencias
cuya complejidad las hace inimaginables, sólo pueden ser
vividas. La manera como sentimos el mundo es única y
singular y, si bien podemos confirmar nuestras experiencias en el
consenso perceptual con los otros, hay algunas circunstancias en
que alteraciones menores, diferencias en nuestra manera de
percibir el mundo pueden pasar desapercibidas para nosotros y
para los demás. El mismo Oliver Sacks, en su libro Un
antropólogo en Marte, relata la experiencia del
señor I. un pintor que tras un leve accidente pierde la
visión en color sin ningún otro daño
cognitivo aparente: "el mundo aparecía como una fotocopia
de mala calidad, ni
degustar la comida me era posible", cuenta el señor I. En
la isla de Pingelap, donde existe una alta incidencia de
acromatopsia7 de origen genético, Sacks descubre que este
hecho no resulta tan devastador para los habitantes de Pingelap
como inicialmente le resultó al señor I. Los
individuos que carecen desde el nacimiento de la capacidad de
percibir colores no
reconocen ninguna pérdida significativa porque el color
es, para ellos, simplemente un concepto
intelectual, no una experiencia.

Desde el punto de vista del individuo se
puede pensar en dos formas de conocimiento: una, llamada por Paul
M. Churchland autoconexa, que hace referencia al conocer como
experiencia consciente.8 Así es como conocemos el rojo y
el azul, y éste es el conocer que nos constituye; esto
explica por qué una sensación simple, como un color
o un olor, puede hacernos revivir de forma muy completa toda una
experiencia y su contexto; pero hay otra forma de conocimiento al
que Churchland denominó conocimiento heteroconexo para
indicar que está fuera del campo de la experiencia. Es la
manera como concebimos la sensación de volar por ejemplo.
El hecho de que un acromatópsico no pueda conocer el rojo
en la forma en que nosotros lo conocemos no quiere decir que la
experiencia del rojo no esté sujeta a las leyes de la
física.
Únicamente indica que se tienen, o no, los elementos
sensoriales necesarios para vivir esa experiencia. Carecer de
ellos no nos imposibilita para estudiar y comprender la manera en
que se genera la sensación de lo rojo. Igualmente, los
humanos jamás podremos tener la experiencia que tiene un
delfín con el ultrasonido, pero podemos explicar
suficientemente cómo es que esta sensibilidad se origina,
e imaginamos lo que significaría ver a los otros con esta
"nueva óptica". Así, a pesar de que
carecemos de la capacidad biológica para percibir el
ultrasonido, no sentimos que nuestro mundo sea insuficiente por
esta razón.

A los acromatópsicos en Pingelap, excepto por su
tremenda dificultad para ver en condiciones de iluminación intensa, su mundo les parece
natural y completo, y nosotros —los que vemos
colores— somos para ellos unos seres con raras
alucinaciones cromáticas. En compensación por la
pérdida de la visión en color se acentúa en
ellos notablemente la percepción
visual en la oscuridad, y la mirada se enriquece con la capacidad
de distinguir cientos de detalles en las formas y texturas de los
objetos que, para nosotros, inmersos en el mundo del color, pasan
desapercibidos.

Un aspecto que llama la atención en los casos de
ciertas alteraciones cerebrales es que, a pesar del
déficit que produce la lesión, frecuentemente se
ven potenciadas otras funciones. Esto es muy evidente en los
pacientes sordos; ellos desarrollan una peculiar capacidad para
percibir el espacio. De hecho, el lenguaje de
los sordos —que es ampliamente discutido y analizado en el
libro Veo una voz— se basa en esta sensibilidad exacerbada
que permite distinguir el más mínimo de los gestos,
las diferencias más sutiles en el movimiento, en
la expresión de las manos, en el desplazamiento del
individuo en el espacio.

A través del análisis de diversos casos puede apreciarse
que, si bien en muchos de estos pacientes la sordera se
acompaña de un significativo empobrecimiento perceptual e
intelectual, en un gran número de ellos se potencian otras
cualidades que les permiten llevar una existencia plena,
más plena aún de la que piensan ellos que hubiera
sido posible en el ruidoso mundo habitado por los "normales",
declaró uno de los individuos estudiados por Sacks.

La relación entre la actividad cerebral y la actividad
mental puede pensarse como análoga a la que existe entre
un instrumento musical y la música. En el caso
del instrumento es el ejecutante quien, con sus movimientos,
introduce la información y el orden que modulan la
resonancia del instrumento. Por analogía, el sistema
nervioso, obviamente más complejo que un instrumento
musical, resuena en interacción con su medio produciendo el
devenir consciente, la actividad mental. En este caso la pregunta
es: ¿quién toca la música de nuestra mente,
existe tal ejecutante? Las respuestas dependen de la postura
filosófica que se adopte. Para el propósito de este
trabajo
podemos concebir las enfermedades mentales como análogas a
un violín al que se le han roto algunas cuerdas:
aún será posible tocar una cierta melodía
siempre y cuando la forma en que se tañen las cuerdas se
modifique completamente; baste recordar las proezas de Paganini,
quien es el paradigma de
la adaptación a las circunstancias. A la propiedad
análoga del cerebro que le permite modificar sus
relaciones funcionales a fin de adaptarse al medio la llamamos
plasticidad cerebral. Esta capacidad adaptativa juega un papel
central en la forma en que el individuo vive su enfermedad, y es
esta propiedad la que nos permite, a partir del daño de
una cierta región cerebral, entender algunos de los
procesos que en ella se originan.

La música viene a cuento
además, porque es un elemento importante en la obra de
Sacks, particularmente en el caso del profesor P.,
quien a pesar de su profunda agnosia9 visual, que lo hacía
confundir a su mujer con un
sombrero, desarrolló para sí un mundo basado en
indicios musicales que le permitían ubicarse y reconocer
objetos de otra forma irreconocibles, habitando así en un
espacio de melodías y ritmos y no de formas y de colores.
De hecho, por su relevancia para el mundo de la música, el
relato de Sacks El hombre que
confundió a su mujer con un sombrero ha dado pie a la
ópera homónima de Michael Nyman.10 Sacks describe
con lujo de detalles su primera entrevista con
el profesor P.:

Y sin embargo había algo raro. Me miraba mientras le
hablaba, estaba orientado hacia mí y, no obstante,
había algo raro que no encajaba del todo… era
difícil de concretar. Llegué a la conclusión
de que me abordaba con los oídos, pero no con los ojos.
Éstos, en vez de mirar, de observar hacia mí, "de
fijarse en mí" del modo normal, efectuaban fijaciones
súbitas y extrañas (en mi nariz, en mi oreja
derecha, bajaban después a la barbilla, luego
subían a mi ojo derecho) como si captasen, como si
estudiasen incluso esos elementos individuales, pero sin verme la
cara por entero, sus expresiones variables, "a
mí", como totalidad. No estoy seguro de que
llegase entonces a entender esto plenamente, sólo
tenía una sensación inquietante de algo raro,
cierto fallo en la relación normal de la mirada y la
expresión. Me veía, me registraba, y sin
embargo…..

—¿Y qué le pasa a usted? —le
pregunté por fin.

—A mí me parece que nada —me
contestó con una sonrisa— pero todos me dicen que me
pasa algo raro en la vista.

[…] y luego, excúsandome para guardar el
oftalmoscopio, lo dejé que se pusiera el zapato.
Comprobé sorprendido al cabo de un minuto que no lo
había hecho.

—¿Quiere que le ayude?
—pregunté.

—¿Ayudarme a qué? ¿Ayudar a
quién?

—Ayudarle a usted a ponerse el zapato.

—Ah, sí —dijo— se me había
olvidado el zapato —y añadió, sotto
voce—:¿El zapato? ¿El zapato?

Parecía perplejo.—El zapato —repetí.
Debería usted ponérselo.

Continuaba mirando hacia abajo, aunque no al zapato, con una
concentración intensa pero impropia. Por último
posó la mirada en su propio pie.

—¿Éste es mi zapato, verdad?

¿Había oído mal
yo? ¿Había visto mal él?

—Es la vista —explicó, y dirigió la
mano hacia el pie. Éste es mi zapato, ¿verdad?

—No, no lo es. Ése es el pie. El zapato
está ahí.

—¡Ah! Creí que era el pie.

¿Bromeaba? ¿Estaba loco? ¿Estaba ciego?
Si aquél era uno de sus "extraños errores", era el
error más extraño con que me había tropezado
en mi vida.

Pareció también decidir que la visita
había terminado y empezó a mirar en torno buscando
el sombrero. Extendió la mano y cogió a su esposa
por la cabeza intentando ponérsela. ¡Parecía
haber confundido a su mujer con un sombrero! Ella daba la
impresión de estar habituada a aquellos percances.

Sin embargo, y a pesar de la evidente agnosia visual del
señor P., él había encontrado la manera de
mantenerse funcionando razonablemente, continuaba dando sus
clases y, si bien no podía reconocer a sus estudiantes por
la cara o al autobús por su forma, era perfectamente
capaz, con sólo escuchar la voz de una persona o el
ruido
producido por un motor, de
reconocer inmediatamente a cualquiera y de identificar un
autobús que se acercaba. Tenemos en este caso una
alteración del procesamiento superior de la
información. Lo que parece haber perdido el señor
P. es parte de los procesos de análisis y de
integración visual que nos llevan a reconocer un objeto o
una persona. El reconocimiento de caras parece un proceso
especialmente complejo y particularmente lábil. Pensemos
cuando miramos a alguien de lejos, por ejemplo un
compañero de escuela que no veíamos desde hace
varios años y a quien reconocemos de inmediato, entre
varias personas, con sólo verlo. ¿Cómo es
esto posible? ¿Cómo hace el cerebro para
diferenciar las características de una persona de las que
le rodean que son tan semejantes? ¿A cuántas
personas diferentes puede uno reconocer con una sola mirada?
Éste es un ejemplo de la extraordinaria capacidad de
análisis que tienen las redes
neuronales de la corteza visual. El reconocimiento de caras
ocupa una parte importante en la neocorteza de las áreas
visuales y parecen existir grupos de
neuronas cuya actividad se relaciona especialmente con el
reconocimiento de los rostros. Estas células
permitirían, luego de que otras áreas corticales
han detectado los principales rasgos de una cara, pasar a un
proceso de integración y comparación con
información previa que permita identificar al individuo en
cuestión. La operación de estas redes y circuitos neuronales
se pone de manifiesto en los casos de daño cerebral, ya
que hay lesiones que pueden afectar exclusivamente la capacidad
de reconocer caras sin modificar significativamente otras
funciones intelectuales. La pérdida de la capacidad para
reconocer caras se denomina prosopagnosia y, entre otros, era uno
de los síntomas de la profunda agnosia visual que
sufría el señor P. Justamente la modularidad en
la
organización del sistema nervioso central es lo que
determina que, así como enfermamos de úlcera,
infarto o
insuficiencia
renal y sobrevivimos gracias a las modificaciones adaptativas
que experimenta el organismo y que constituyen eso que llamamos
enfermedad, igualmente podemos padecer de prosopagnosia, de
amnesia o de incapacidad para nombrar los objetos, y el individuo
se adapta, el yo se reajusta con sorprendente capacidad a su
nueva condición. Por fortuna el yo no es una entidad
indivisible, es perfectamente susceptible de ser dividido y
reducido, ¿hasta dónde es divisible?, no lo
sabemos, desconocemos la unidad mínima necesaria para
mantener la identidad y la
autoconciencia y sostener una vida intelectual independiente,
capaz de pensar lógicamente y de llenar de una presencia
el existir.

Cabe destacar el hecho de que los procesos psíquicos
complejos, como por ejemplo el reconocimiento de caras, si bien
se basan en la actividad de conjuntos
neuronales, dependen del aprendizaje para
su eficacia
funcional. El hecho de que un proceso psíquico sea
susceptible de ser modificado o eliminado por efectos locales en
el cerebro, de ninguna manera quiere decir, como frecuentemente
se piensa, que se trata de algo que existe independientemente de
la interacción funcional del sistema nervioso con el
medio
ambiente. Lo que existe, como producto de la
evolución, es una red neuronal con las
potencialidades plásticas suficientes para servir de base
al reconocimiento de los rostros, y probablemente, si el
individuo es ciego, entonces estas neuronas sean reclutadas para
la realización de otras tareas. Ésta parece ser una
característica de los sistemas funcionales de la
neocorteza; todos ellos requieren de un proceso de aprendizaje
para operar adecuadamente. Podemos afirmar que éstos son
procesos psíquicos superiores que se desarrollan en redes
neuronales específicas y finitas, es decir en
módulos corticales, ya que como ha demostrado el grupo de
investigación de Cottrell11 en California,
redes neuronales artificiales de tan sólo 4,192 nodos
"células" agrupados en tres estratos son capaces, con un
buen entrenamiento, de
reconocer con eficacia el rostro de hasta doce personas. Estas
redes neuronales artificiales funcionan basadas en algoritmos de
retropropagación y el entrenamiento les permite ajustar la
fuerza de las
interacciones entre las diferentes "células" que componen
la red. Así,
pequeñas redes de neuronas artificiales pueden, sin
ninguna programación específica, desarrollar
la capacidad de reconocer rostros, identificar palabras, o
realizar diversas "proezas" perceptuales. Estos resultados
derivados de la
investigación en inteligencia
artificial, aunados con los avances en neurofisiología
clínica, neuropsicología, y neurociencias, nos
llevan a concluir que estamos en el umbral de importantes
descubrimientos con relación a los elementos que dan
origen a nuestro yo. Tal como apuntaba Octavio
Paz:12, la ciencia
enfrenta actualmente las grandes preguntas sobre el origen y el
fin y, particularmente, sobre la mente y la conciencia. El
desarrollo de
la ciencia ha
permitido que el hombre vislumbre la posibilidad de explicar y
hasta replicar su conciencia.

Éste es el verdadero reto de la ciencia moderna, el que
Daniel C. Dennett13 ha llamado el "último misterio":
explicar los procesos cerebrales que originan nuestro mundo
interior, que dan sentido y continuidad a nuestras memorias, que
definen nuestros gustos y pasiones; queremos entender
cuáles son los procesos cerebrales que nos
constituyen.

Como ya se mencionó, en sus experiencias como
neurólogo Sacks no se ha limitado al estudio meramente
médico de sus pacientes. Sus observaciones corresponden a
las de un naturalista que estudia al hombre en conjunto y en
relación con su medio y su cultura. En
las islas de la Polinesia, Sacks observa la manera como los
habitantes de estas regiones encaran la enfermedad. Comparando la
actitud de los
neoyorquinos con la de los habitantes de Guam, concluye que la
compasión y la solidaridad
humanas han sido sustituidas en las sociedades
modernas por médicos, enfermeras y respiradores
mecánicos; con relación a ello escribe:

Son por naturaleza
personas muy compasivas. El día en que el hombre de la
casa, su mujer o un hijo enferman, todos los parientes que viven
en el pueblo los ayudan con lo mejor de que disponen, y
continúan haciéndolo hasta que el enfermo muere o
sana.

Esta aceptación del enfermo como persona, como parte
viva de la comunidad, se
extiende también a los enfermos crónicos e
incurables. […] Pienso en mis pacientes en Nueva York, enfermos
de esclerosis lateral amiotrófica en estado avanzado:
siempre relegados en los hospitales o en una casa de
atención especial, intubados y unidos a un respirador
mecánico y a toda clase de
ayudas tecnológicas. Pero terriblemente solos, deliberada
o inconscientemente evitados por los parientes que no soportan
verlos en ese estado y prefieren no pensar en ellos como seres
humanos y, al igual que el personal sanitario, los tratan como un
caso más por el cual se hace lo mejor posible.

Cierto que en las comunidades rurales la enfermedad y la muerte
tienen una connotación diferente a la que les hemos
atribuido en nuestro mundo occidental. En este caso, tal como se
apunta, una concepción más natural, menos
intelectualizada, menos high tech, por llamarla de cierta manera,
que determinaría una actitud mucho más humana y
solidaria, serviría para recordar a nuestro
espíritu occidental, omnipotente y veloz, que enfermar y
morir es natural e inexorable.

La enfermedad y su estudio constituyen uno de los principales
impulsores del conocimiento del hombre. Cuando los médicos
adoptan una postura humanista y se relacionan con personas, con
individuos plenos que buscan adaptarse a su condición, no
con enfermos, es entonces cuando el estudio de la enfermedad deja
de ser un mero saber pragmático para adquirir la
dimensión que la hace una ciencia, la ciencia del hombre y
sus adaptaciones a la enfermedad. La capacidad para reconocerse a
sí mismo y, simultáneamente, imaginar en los otros
la existencia de un mundo interior, parece ser una
característica exclusivamente humana. Cuando el individuo
reconoce en el otro estados mentales análogos a los que
él mismo experimenta, surge necesariamente una ética de
respeto por la
vida, una ética humanista, que se basa en la idea del
hombre como algo único e irrepetible. Es sólo a
través de la capacidad autorreflexiva y del conocimiento
del yo que seremos capaces de reconocer y respetar al otro, en el
que intuimos un devenir intelectual similar al nuestro.

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Figura 1. La caja contiene cuarenta cartas que forman
parte de la serie "The Casket of Knowledge", dedicada en 1835 a
los reyes de Inglaterra. Forma
parte de la infinidad de objetos que con motivo de la enseñanza de la frenología se
construyeron en el siglo pasado. Las cartas tratan acerca de las
influencias morales de la frenología.

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Figura 2. Cuando Phineas Gage murió, su cráneo,
junto con la barreta que lo hirió, fueron enviados al
Museo Médico de la Universidad de
Harvad en Boston. Ciento cincuenta años después han
servido para hacer una reconstrucción de su cerebro y
precisar con detalle el tipo de lesión que sufrió
(tomado de Science) 6.

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Oliver Sacks.

Notas

1 Las obras de Sacks que se conocen en español
son: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero
(Muchnik, 1987); En una sola pierna (Muchnick, 1990), Veo una voz
(Anaya y Muchnick, 1991); Un antropólogo en Marte
(Anagrama, 1997); Migrañas (Anagrama, 1997); y La isla de
los ciegos al color y la isla de las cícadas
(Anagrama,1998).

2 Blume H. The casebook of Oliver Sacks.
www.bookwire.com/bbr/bbrinterviews.erticl

3 El síndrome de Korsakoff es un desorden
neurológico que se caracteriza por la pérdida de
memoria
(amnesia) en sujetos con una percepción y estado de
conciencia normales. En muchos casos se produce como consecuencia
del alcoholismo
crónico, aunque también puede deberse a
padecimientos tóxicos, infecciosos, traumas o por
deficiencia de tiamina. Los sujetos son incapaces de recordar y
pueden perder trozos de memoria de hasta veinte años
atrás, lo que determina que frecuentemente el padecimiento
se acompañe de ideas confabulatorias que les permiten
recrear con detalle hechos que nunca sucedieron.

4 La frenología fue desarrollada por Franz Gall
(1758-1828), anatomista y fisiólogo alemán, pionero
en adscribir ciertas funciones a distintas áreas del
cerebro. Él originó la frenología como un
intento por definir el intelecto y la personalidad de los
individuos con base en el análisis de la forma del
cráneo. La frenología se basó en cinco
principios: 1)
el cerebro es el órgano de la mente; 2) la actividad
mental humana se caracteriza por un número definido de
facultades mentales; 3) estas facultades son innatas y cada una
se origina en una región cerebral; 4) el tamaño de
cada región cerebral está relacionado con la
influencia que estas facultades mentales ejercen sobre el
carácter del individuo; 5) hay una
correspondencia precisa entre la estructura del
cráneo y la estructura del cerebro, por lo que las
facultades mentales del individuo pueden conocerse con base en el
estudio de la morfología
craneana.

5 Corsi, P., The enchanted loom, Oxford University Press,
1991.

6 Damasio, A.R., El error de Descartes,
Crítica, 1996; Damasio, H., Grabowski, T.,
Galaburda, A.M. y Damasio, A.R. "The return of Phineas Gage:
clues about the brain from the sjull of a famous patient",
Science 264 (1994), 1102-1105.

7 La acromatopsia es la incapacidad total para distinguir
colores. Es un padecimiento de origen genético y de
ahí su alta incidencia en la isla de Pingelap. A
diferencia del daltonismo, en que hay pérdida de la
percepción de un color —lo que induce al sujeto a
"confundir" colores—, los acromatópsicos carecen de
las células sensoriales de la retina llamadas conos, lo
que determina su total incapacidad para percibir el color. El
espacio que dejan los conos es ocupado por las células
denominadas bastones que, si bien no permiten distinguir
longitudes de onda en la luz, tienen una
sensibilidad mucho más alta, lo que determina que estos
sujetos puedan ver muy bien de noche y en el día la luz
les moleste. Cabe destacar que estudios recientes demuestran que
aun entre sujetos con visión normal existe una
variación notable en la percepción del color.

8 Churchland, P.M., The engine of the reason, the seat of the
soul, MIT Press, 1995.

9 Agnosia es la incapacidad de un sujeto para reconocer un
estímulo no verbal. Por ejemplo, un sujeto normal que a
partir de un accidente o algún otro padecimiento que
afecte el sistema nervioso pierde la capacidad de reconocer el
origen del sonido de un
claxon de automóvil. En el caso del señor P., que
relata Sacks, se trata de un profesor de música que
perdió la capacidad para reconocer objetos,
particularmente las caras. El señor P. podía
reconocer detalles y algunos objetos y formas abstractas, pero
era incapaz de incorporarlos en un todo, en un constructo
unitario que les diera sentido.

10 Michael Nyman, The man who misstook his wife with a hat,
CBS Records (catálogo MK 44669), 1988.

11 Cottrell, G., "Extracting features from faces using
compression networks: face identity, emotions and gender
recognitions using Holons", en D. Touretzky, J. Elman, T.J.
Sejnowski y G. Hinton, Connectionist models: Proccedings of the
1990 summer school, Morgan Kaufmann, San Mateo, CA., 1991.

12 Paz, O., La llama doble, Seix Barral, 1993.

13 Dennett, D.C., La conciencia explicada, Paidós,
1995.

 

 

 

Autor:

Enrique Soto
Eguibar    

Instituto de Fisiología de la BUAP, México
  

Artículo extraído de Elementos No. 35, Vol. 6,
Julio – Septiembre, 1999, Página 3

www.elementos.buap.mx

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