Monografias.com > Lengua y Literatura
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Confusión de identidades del patriarca (El otoño del patriarca de Gabriel García Marquéz)



  1. La mujer más
    hermosa de la Tierra
  2. El cenagal de
    amores prestados
  3. Mi compadre de toda
    la vida
  4. El paseo por la
    ciudad
  5. El asalto del
    puerto
  6. El anciano
    crepuscular
  7. El paseo fuera de
    la ciudad
  8. El general desde el
    limbo de la gloria
  9. Con los antiguos
    dictadores de otros países
  10. Con las mulatas
    mansas
  11. Con su madre
    Bendición Alvarado
  12. Con el nuncio
    apostólico
  13. El mal presagio de
    la gallera
  14. Con Patricio
    Aragonés
  15. Su lucha feroz por
    existir
  16. Rumores de su
    muerte
  17. Fuente

Gabriel José de la Concordia García
Márquez (
1927 – ) es un escritor, novelista,
cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982
recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido
familiarmente y por sus amigos como Gabo.

La mujer más
hermosa de la Tierra

  • Aquella confusión de identidades
    alcanzó su tono mayor una noche de vientos largos en
    que él encontró a Patricio Aragonés
    suspirando hacia el mar en el vapor fragante de los jazmines
    y le preguntó con una alarma legítima si no le
    habían echado acónito en la comida ya que
    andaba a la deriva y como atravesado por un mal
    aire,

  • y Patricio Aragonés le contestó que no
    mi general, que la vaina es peor, que el sábado
    había coronado a una reina de carnaval y había
    bailado con ella el primer vals y ahora no encontraba la
    puerta para salir de aquel recuerdo, porque era la mujer
    más hermosa de la tierra, de las que no se hicieron
    para uno mi general, si usted la viera,

  • pero él replicó con un suspiro de
    alivio que qué carajo, ésas son vainas que le
    suceden a los hombres cuando están estreñidos
    de mujer, le propuso secuestrársela como hizo con
    tantas mujeres retrecheras que habían sido sus
    concubinas,

  • te la pongo a la fuerza en la cama con cuatro
    hombres de tropa que la sujeten por los pies y las manos
    mientras tú te despachas con la cuchara grande,
    qué carajo, te la comes barbeada, le dijo, hasta las
    más estrechas se revuelcan de rabia al principio y
    después te suplican que no me deje así mi
    general como una triste pomarrosa con la semilla
    suelta,

  • pero Patricio Aragonés no quería tanto
    sino que quería más, quería que lo
    quisieran, porque ésta es de las que saben de
    dónde son los cantantes mi general, ya verá que
    usted mismo lo va a ver cuando la vea,

El cenagal de amores
prestados

  • así que él le indicó como
    fórmula de alivio los senderos nocturnos de los
    cuartos de sus concubinas y lo autorizó para usarlas
    como si fuera él mismo, por asalto y de prisa y con la
    ropa puesta,

  • y Patricio Aragonés se sumergió de
    buena fe en aquel cenagal de amores prestados creyendo que
    con ellos le iba a poner una mordaza a sus anhelos, pero era
    tanta su ansiedad que a veces se olvidaba de las condiciones
    del préstamo, se desbraguetaba por distracción,
    se demoraba en pormenores, tropezaba por descuido con las
    piedras ocultas de las mujeres más mezquinas, les
    desentrañaba los suspiros y las hacía
    reír de asombro en las tinieblas,

  • qué bandido mi general, le decían, se
    nos está volviendo avorazado después de viejo,
    y desde entonces ninguno de ellos ni ninguna de ellas supo
    nunca cuál de los hijos era hijo de quién, ni
    con quién, pues también los hijos de Patricio
    Aragonés como los suyos nacían
    sietemesinos.

  • Así fue como Patricio Aragonés se
    convirtió en el hombre esencial del poder, el
    más amado y quizá también el más
    temido,

Su enemigo natural más temible

  • y él dispuso de más tiempo para
    ocuparse de las fuerzas armadas con tanta atención
    como al principio de su mandato,

  • no porque las fuerzas armadas fueran el sustento de
    su poder, como todos creíamos, sino al contrario,
    porque eran su enemigo natural más temible, de modo
    que:

  • les hacía creer a unos oficiales que estaban
    vigilados por los otros,

  • les barajaba los destinos para impedir que se
    confabularan,

  • dotaba a los cuarteles de ocho cartuchos de fogueo
    por cada diez legítimos

  • y les mandaba pólvora revuelta con arena de
    playa mientras él mantenía el parque bueno al
    alcance de la mano en un depósito de la casa
    presidencial cuyas llaves cargaba en una argolla con otras
    llaves sin copias de otras puertas que nadie más
    podía franquear.

Mi compadre de toda
la vida

  • protegido por la sombra tranquila de mi compadre de
    toda la vida el general Rodrigo de Aguilar, un artillero de
    academia que era además:

  • su ministro de la defensa y al mismo
    tiempo

  • comandante de las guardias
    presidenciales,

  • director de los servicios de seguridad del
    estado

  • y uno de los muy pocos mortales que estuvieron
    autorizados para ganarle a él una partida de
    dominó,

  • porque había perdido el brazo derecho
    tratando de desmontar una carga de dinamita minutos antes de
    que la berlina presidencial pasara por el sitio del
    atentado.

Se fue haciendo cada vez más
visible

Se sentía tan seguro con el amparo del general
Rodrigo de Aguilar y la asistencia de Patricio Aragonés,
que empezó a descuidar sus presagios de
conservación y se fue haciendo cada vez más
visible.

El paseo por la
ciudad

Se atrevió a pasear por la ciudad con sólo
un edecán en un carricoche sin insignias contemplando por
entre los visillos la catedral arrogante de piedra dorada que
él había declarado por decreto la más bella
del mundo.

Atisbaba:

  • las mansiones antiguas de calicanto con portales de
    tiempos dormidos y girasoles vueltos hacia el mar,

  • las calles adoquinadas con olor de pabilo del barrio
    de los virreyes,

  • las señoritas lívidas que
    hacían encaje de bolillo con una decencia ineluctable
    entre los tiestos de claveles y los colgajos de trinitarias a
    la luz de los balcones,

  • el convento ajedrezado de las vizcaínas con
    el mismo ejercicio de clavicordio a las tres de la tarde con
    que habían celebrado el primer paso del
    cometa.

Atravesó:

  • el laberinto babélico del
    comercio,

  • su música mortífera,

  • los lábaros de billetes de
    lotería,

  • los carritos de guarapo,

  • los sartales de huevos de iguana,

  • los baratillos de los turcos descoloridos por el
    sol,

  • el lienzo pavoroso de la mujer que se había
    convertido en alacrán por desobedecer a sus
    padres,

  • el callejón de miseria de las mujeres sin
    hombres que salían desnudas al atardecer a comprar
    corvinas azules y pargos rosados y a mentarse la madre con
    las verduleras mientras se les secaba la ropa en los balcones
    de maderas bordadas.

Sintió:

  • el viento de mariscos podridos,

  • la luz cotidiana de los pelícanos a la vuelta
    de la esquina,

  • el desorden de colores de las barracas de los negros
    en los promontorios de la bahía.

El asalto del
puerto

Y de pronto ahí está:

  • el puerto, ay, el puerto,

  • el muelle de tablones de esponja,

  • el viejo acorazado de los infantes más largo
    y más sombrío que la verdad,

  • la estibadora negra que se apartó demasiado
    tarde para dar paso al cochecito despavorido y se
    sintió tocada de muerte por la visión del
    anciano crepuscular que contemplaba el puerto con la mirada
    más triste del mundo,

El anciano
crepuscular

  • es él, exclamó asustada, que viva el
    macho, gritó, que viva, gritaban los hombres, las
    mujeres, los niños que salían corriendo de las
    cantinas y las fondas de chinos,

  • que viva, gritaban los que trabaron las patas de los
    caballos y bloquearon el coche para estrechar la mano del
    poder, una maniobra tan certera e imprevista

  • que él apenas tuvo tiempo de apartar el brazo
    armado del edecán reprendiéndolo con voz tensa,
    no sea pendejo, teniente, déjelos que me
    quieran,

  • tan exaltado con aquel arrebato de amor y con otros
    semejantes de los días siguientes

  • que al general Rodrigo de Aguilar le costó
    trabajo quitarle la idea de pasearse en una carroza
    descubierta para que puedan verme de cuerpo entero los
    patriotas de la patria, qué carajo,

  • pues él ni siquiera sospechaba que el asalto
    del puerto había sido espontáneo pero que los
    siguientes fueron organizados por sus propios servicios de
    seguridad para complacerlo sin riesgos.

El paseo fuera de la
ciudad

Tan engolosinado con los aires de amor de las
vísperas de su otoño que se atrevió a salir
de la ciudad después de muchos años,

  • volvió a poner en marcha el viejo tren
    pintado con los colores de la bandera que se trepaba gateando
    por las cornisas de su vasto reino de pesadumbre,

  • abriéndose paso por entre ramazones de
    orquídeas y balsaminas amazónicas,

  • alborotando micos, aves del paraíso,
    leopardos dormidos sobre los rieles,

  • hasta los pueblos glaciales y desiertos de su
    páramo natal en cuyas estaciones lo esperaban con
    bandas de músicas lúgubres, le tocaban campanas
    de muerto, le mostraban letreros de bienvenida al patricio
    sin nombre que está sentado a la diestra de la
    Santísima Trinidad,

  • le reclutaban indios desalojados de las veredas que
    bajaban a conocer el poder oculto en la penumbra
    fúnebre del vagón presidencial.

El general desde el
limbo de la gloria

Y los que conseguían acercarse no veían
nada más que los ojos atónitos detrás de los
cristales polvorientos, veían los labios trémulos,
la palma de una mano sin origen que saludaba desde el limbo de la
gloria,

  • mientras alguien de la escolta trataba de apartarlo
    de la ventana, tenga cuidado, general, la patria lo necesita,
    pero él replicaba entre sueños no te preocupes,
    coronel, esta gente me quiere,

En el buque fluvial de madera

Lo mismo en el tren de los páramos que en el
buque fluvial de rueda de madera que iba dejando un rastro de
valses de pianola por entre la fragancia dulce de gardenias y
salamandras podridas de los afluentes ecuatoriales.

Eludiendo:

  • carcachas de dragones
    prehistóricos,

  • islas providenciales donde se echaban a parir las
    sirenas,

  • atardeceres de desastres de inmensas ciudades
    desaparecidas,

  • hasta los caseríos ardientes y desolados
    cuyos habitantes se asomaban a la orilla para ver el buque de
    madera pintado con los colores de la patria

  • y apenas si alcanzaban a distinguir una mano de
    nadie con un guante de raso que saludaba desde la ventana del
    camarote presidencial.

Pero él veía:

  • los grupos de la orilla que agitaban hojas de
    malanga a falta de banderas,

  • los que se echaban al agua con una danta
    viva,

  • un ñame gigantesco como una pata de
    elefante,

  • un huacal de gallinas de monte para la olla del
    sancocho presidencial, y suspiraba conmovido en la penumbra
    eclesiástica del camarote, mírelos cómo
    vienen, capitán, mire cómo me
    quieren.

Con los antiguos
dictadores de otros países

En diciembre cuando el mundo del Caribe se volvía
de vidrio, subía en el carricoche por las cornisas de
rocas hasta la casa encaramada en la cumbre de los
arrecifes

  • y se pasaba la tarde jugando dominó con los
    antiguos dictadores de otros países del continente,
    los padres destronados de otras patrias a quienes él
    había concedido el asilo a lo largo de muchos
    años y que ahora envejecían en la penumbra de
    su misericordia soñando con el barco quimérico
    de la segunda oportunidad en las sillas de las terrazas,
    hablando solos, muriéndose, muertos en la casa de
    reposo que él había construido para ellos en el
    balcón del mar después de haberlos recibido a
    todos como si fueran uno solo,

  • pues todos aparecían de madrugada:

  • con el uniforme de aparato que se habían
    puesto al revés sobre la piyama,

  • con un baúl de dinero saqueado del tesoro
    público

  • y una maleta con un estuche de condecoraciones,
    recortes de periódicos pegados en viejos libros de
    contabilidad y un álbum de retratos que le mostraban a
    él en la primera audiencia como si fueran las
    credenciales,

  • diciendo mire usted, general:

  • éste soy yo cuando era teniente,

  • aquí fue el día de la
    posesión,

  • aquí fue en el decimosexto aniversario de la
    toma del poder,

  • aquí, mire usted general, pero él les
    concedía el asilo político sin prestarles mayor
    atención ni revisar credenciales

  • porque el único documento de identidad de un
    presidente derrocado debe ser el acta de defunción,
    decía,

  • y con el mismo desprecio escuchaba el discursillo
    ilusorio de que acepto por poco tiempo su noble hospitalidad
    mientras la justicia del pueblo llama a cuentas al
    usurpador,

  • la eterna fórmula de solemnidad pueril que
    poco después le escuchaba al usurpador, y luego al
    usurpador del usurpador como si no supieran los muy pendejos
    que en este negocio de hombres el que se cayó se
    cayó,

  • y a todos los hospedaba por unos meses en la casa
    presidencial, los obligaba a jugar dominó hasta
    despojarlos del último céntimo,

  • y entonces me llevó del brazo frente a la
    ventana del mar, me ayudó a dolerme de esta vida
    puñetera que sólo camina para un solo lado, me
    consoló con la ilusión de que me fuera para
    allá,

  • miré, allá, en aquella casa enorme que
    parecía un trasatlántico encallado en la cumbre
    de los arrecifes donde le tengo un aposento con muy buena luz
    y buena comida, y mucho tiempo para olvidar junto a otros
    compañeros en desgracia,

  • y con una terraza marina donde a él le
    gustaba sentarse en las tardes de diciembre no tanto por el
    placer de jugar al dominó con aquella cáfila de
    mampolones

  • sino para disfrutar de la dicha mezquina de no ser
    uno de ellos, para mirarse en el espejo de escarmiento de la
    miseria de ellos

Con las mulatas
mansas

Mientras él chapaleaba en la ciénaga
grande la felicidad, soñando solo, persiguiendo en
puntillas como un mal pensamiento a las mulatas mansas que
barrían la casa civil en la penumbra del
amanecer,

  • husmeaba su rastro de dormitorio público y
    brillantina de botica,

  • acechaba la ocasión de encontrarse con una
    sola para hacer amores de gallo detrás de las puertas
    de las oficinas

  • mientras ellas reventaban de risa en la sombra,
    qué bandido mi general, tan grande y todavía
    tan garoso,

  • pero él quedaba triste después del
    amor y se ponía a cantar para consolarse donde nadie
    lo oyera, fúlgida luna del mes de enero, cantaba,
    mírame cómo estoy de acontecido en el
    patíbulo de tu ventana, cantaba,

Con su madre
Bendición Alvarado

Tan seguro del amor de su pueblo en aquellos octubres
sin malos presagios que colgaba una hamaca en el patio de la
mansión de los suburbios donde vivía su madre
Bendición Alvarado y hacía la siesta a la sombra de
los tamarindos,

  • sin escolta, soñando con los peces
    errátiles que navegaban en las aguas del color de los
    dormitorios, la patria es lo mejor que se ha inventado,
    madre, suspiraba,

  • pero nunca esperaba la réplica de la
    única persona en el mundo que se atrevió a
    reprenderlo por el olor a cebollas rancias de sus
    axilas,

  • sino que regresaba a la casa presidencial por la
    puerta grande

  • visitaba a su madre Bendición Alvarado en la
    mansión de los suburbios cuando aflojaba el
    calor,

  • se sentaban a tomar el fresco de la tarde debajo de
    los tamarindos, ella en su mecedor de madre, decrépita
    pero con el alma entera, echándoles puñados de
    maíz a las gallinas y a los pavorreales que picoteaban
    en el patio,

  • y él en la poltrona de mimbre pintada de
    blanco,

  • abanicándose con el sombrero,

  • persiguiendo con una mirada de hambre vieja a las
    mulatas grandes que le llevaban las aguas frescas de fruta de
    colores para la sed del calor mi general,

  • pensando madre mía Bendición Alvarado
    si supieras que ya no puedo con el mundo, que quisiera
    largarme para no sé dónde, madre, lejos de
    tanto entuerto,

  • pero ni siquiera a su madre le mostraba el interior
    de los suspiros.

Con el nuncio
apostólico

Exaltado:

  • con aquella estación de milagro del Caribe en
    enero,

  • aquella reconciliación con el mundo al cabo
    de la vejez,

  • aquellas tardes malvas en que había hecho las
    paces con el nuncio apostólico y éste lo
    visitaba sin audiencia para tratar de convertirlo a la fe de
    Cristo mientras tomaban chocolate con galletitas,

  • y él alegaba muerto de risa que si Dios es
    tan macho como usted dice dígale que me saque este
    cucarrón que me zumba en el oído, le
    decía,

  • se desabotonaba los nueve botones de la bragueta y
    le mostraba la potra descomunal,

  • dígale que me desinfle esta criatura, le
    decía, pero el nuncio lo pastoreaba con un largo
    estoicismo, trataba de convencerlo de que todo lo que es
    verdad, dígalo quien lo diga, proviene del
    Espíritu Santo,

  • y él lo acompañaba hasta la puerta con
    las primeras lámparas, muerto de risa como muy pocas
    veces lo habían visto,

  • no gaste pólvora en gallinazos, padre, le
    decía, para qué me quiere convertido si de
    todos modos hago lo que ustedes quieren, qué
    carajo.

El mal presagio de la
gallera

Aquel remanso de placidez se desfondó de pronto
en la gallera de un páramo remoto cuando un gallo
carnicero le arrancó la cabeza al adversario y se la
comió a picotazos ante un público enloquecido de
sangre y una charanga de borrachos que celebró el horror
con músicas de fiesta,

  • porque él fue el único que
    registró el mal presagio, lo sintió tan
    nítido e inminente que ordenó en secreto a su
    escolta que arrestaran a uno de los músicos, a
    ése, el que está tocando el
    bombardino,

  • y en efecto le encontraron una escopeta de
    cañón recortado y confesó bajo tortura
    que pensaba disparar contra él en la confusión
    de la salida,

  • por supuesto, era más que evidente,
    explicó él, porque yo miraba a todo el mundo y
    todo el mundo me miraba a mí, pero el único que
    no se atrevió a mirarme ni una sola vez fue ese
    cabrón del bombardino, pobre hombre,

  • y sin embargo él sabía que no era
    ésa la razón última de su ansiedad, pues
    la siguió sintiendo en las noches de la casa civil aun
    después de que sus servicios de seguridad le
    demostraron que no había motivos de inquietud mi
    general, que todo estaba en orden,

Con Patricio
Aragonés

Pero él se había aferrado a Patricio
Aragonés como si fuera él mismo desde que
padeció el presagio de la gallera,

  • le daba de comer de su propia comida, le daba a
    beber de su propia miel de abejas con la misma cuchara para
    morirse al menos con el consuelo de que ambos se murieran
    juntos si las cosas estaban envenenadas.

Y andaban:

  • como fugitivos por aposentos olvidados,

  • caminando sobre las alfombras para que nadie
    conociera sus grandes pasos furtivos de elefantes
    siameses,

  • navegando juntos en la claridad intermitente del
    faro que se metía por las ventanas e inundaba de verde
    cada treinta segundos los aposentos de la casa a
    través del humo de boñiga de vaca y los adioses
    lúgubres de los barcos nocturnos en los mares
    dormidos,

  • pasaban tardes enteras contemplando la
    lluvia,

  • contando golondrinas como dos amantes vetustos en
    los atardeceres lánguidos de septiembre, tan apartados
    del mundo

Su lucha feroz por
existir

Él mismo no cayó en la cuenta de que su
lucha feroz por existir dos veces alimentaba:

  • la sospecha contraria de que existía cada vez
    menos,

  • que yacía en un letargo,

  • que había sido doblada la guardia y no se
    permitía la entrada ni la salida de nadie en la casa
    presidencial,

  • que sin embargo alguien había logrado burlar
    aquel filtro severo y había visto:

  • los pájaros callados en las
    jaulas,

  • las vacas bebiendo en la pila bautismal,

  • los leprosos y los paralíticos durmiendo en
    los rosales.

Rumores de su
muerte

Y todo el mundo estaba al mediodía como esperando
a que amaneciera porque él había muerto como estaba
anunciado en los lebrillos de muerte natural durante el
sueño

  • pero los altos mandos demoraban la noticia mientras
    trataban de dirimir en conciliábulos sangrientos sus
    pugnas atrasadas.

  • Aunque él ignoraba estos rumores era
    consciente de que algo estaba a punto de ocurrir en su
    vida,

  • interrumpía las lentas partidas de
    dominó para preguntarle al general Rodrigo de Aguilar
    cómo siguen las vainas, compadre, todo bajo control mi
    general, la patria estaba en calma,

  • acechaba señales de premonición en las
    piras funerarias de las plastas de boñiga de vaca que
    ardían en los corredores y en los pozos de aguas
    antiguas sin encontrar ninguna respuesta a su
    ansiedad,

Fuente

El otoño del patriarca de Gabriel García
Marqués

Texto adecuado para facilitar su
lectura.

 

Enviado por:

Rafael Bolívar Grimaldos

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter