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Imagining Keynes – Parte II – JMK (página 6)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Para saber cómo lograr una consolidación
fiscal de los Estados Unidos, primero hay que comprender por
qué se prevé un déficit presupuestario tan
alto. Antes de examinar las proyecciones, veamos lo que
sucedió en los primeros dos años de la
administración del presidente Barack Obama y por
qué motivo el déficit pasó de 3,2% del PIB
en 2008 a 8,9% del PIB en 2010 (lo que a su vez empujó
hacia arriba la relación deuda pública/PIB, de 40%
a 62%).

El aumento del déficit presupuestario,
equivalente al 5,7% del PIB, se compone de una caída igual
al 2,6% del PIB en la recaudación impositiva (de 17,5% a
14,9% del PIB) y un aumento igual al 3,1% del PIB en el gasto
público (de 20,7% a 23,8% del PIB). Según la CBO,
menos de la mitad de esta suba del 5,7% se debió a la
recesión económica, ya que la contribución
de los estabilizadores automáticos al incremento del
déficit entre 2008 y 2010 fue del 2,5% del PIB.

El análisis de la CBO denomina "estabilizadores
automáticos" a las variaciones del déficit
presupuestario inducidas por las condiciones cíclicas,
según la teoría de que la recesión
económica produce una disminución de los ingresos
fiscales y un aumento del gasto público (principalmente,
en la forma de prestaciones de desempleo y otras transferencias)
que en conjunto contribuyen a la demanda agregada y de ese modo
ayudan a estabilizar la economía.

Dicho de otro modo, incluso si no se tienen en cuenta
los estabilizadores automáticos (es decir, si entre 2008 y
2010 la economía hubiera estado en el nivel de pleno
empleo), el aumento del déficit presupuestario de los EEUU
hubiera sido del 3,2% del PIB. Este incremento del déficit
"en condiciones de pleno empleo" se reparte en mitades
aproximadamente iguales entre la caída de los ingresos
fiscales y el aumento del gasto público.

En cuanto a las proyecciones, la CBO prevé que si
se aprueba el presupuesto presentado por la administración
Obama en febrero, la deuda pública del país
crecerá otros 3,8 billones de dólares entre 2010 y
2020, con lo que la relación deuda/PIB se disparará
del 62% al 90%. Ese aumento de 3,8 billones de dólares en
la deuda neta se corresponde con un incremento del déficit
del orden de 5 billones de dólares, motivado por una suba
del gasto y una caída de los ingresos fiscales en los
tramos impositivos medio y bajo, que se compensan en parte por un
incremento de la recaudación impositiva (sobre todo en los
tramos de mayores ingresos) igual a 1,3 billones de
dólares…

Para achicar el déficit presupuestario de los
Estados Unidos y prevenir un mayor incremento de la
relación deuda/PIB a partir del nivel actual, será
necesario reducir el gasto público y aumentar los ingresos
fiscales. El último objetivo se puede lograr sin elevar
los tipos impositivos marginales; para ello, habría que
limitar el monto de las reducciones impositivas que los
contribuyentes, tanto individuales como corporativos, pueden
obtener mediante las diversas formas de "gasto tributario" que
son parte importante del código fiscal de los
EEUU…

Pero por el lado del gasto, la perspectiva de que la
deuda pública pueda duplicarse durante la próxima
década no es más que una parte del problema fiscal
que enfrentan los EEUU en la actualidad. Lo que más se
destaca en el panorama presupuestario de las décadas
siguientes son los costos cada vez mayores de las prestaciones de
la seguridad social y de Medicare, que según las
previsiones, llevarán la relación deuda/PIB de 90%
en 2020 a 190% en 2035. De modo que el mayor desafío para
las finanzas públicas de los Estados Unidos (y por
consiguiente, para la salud de la economía estadounidense
en el largo plazo) es una reforma radical de estos programas".
¿Por qué es tan grande el déficit de los
Estados Unidos? (Martin Feldstein – Project Syndicate –
29/7/11)

"Europa y los Estados Unidos, prósperas joyas de
las democracias capitalistas mixtas, se están ahogando en
el déficit y la deuda debido a los enormes Estados de
bienestar establecidos (Europa) o que se están
estableciendo (Estados Unidos). Mientras Europa lucha para
impedir el contagio financiero y los Estados Unidos para reducir
sus déficits sin precedentes, sus peligrosos niveles de
deuda amenazan el nivel de vida en el futuro y presionan las
instituciones políticas internas e internacionales. Las
agencias calificadoras amenazan con reducir más sus
calificaciones; otros observadores presagian la caída del
euro y/o el fin del dólar como moneda de reserva
global.

Los economistas Ken Rogoff y Carmen Reinhart estiman que
los coeficientes de deuda/PIB de 90% se relacionan con
perspectivas de crecimiento muy reducidas. El coeficiente de
Grecia es superior al 120%, el de Italia es de aproximadamente
100% y el de los Estados Unidos del 74%, en comparación
con 40% hace apenas unos años –y se acerca
rápidamente al 90%. El Fondo Monetario Internacional
calcula que cada incremento de 10 puntos del coeficiente de deuda
reduce el crecimiento económico en 0.2 puntos
porcentuales. Así pues, un aumento del 40-50% del PIB
podría recortar el crecimiento a largo plazo a la mitad en
partes de Europa occidental y en una tercera parte en los Estados
Unidos – una reducción devastadora de los avances en los
niveles de vida en el curso de una generación.

Peor aún, la carga de las pérdidas
bancarias que tarde o temprano se socializará y la de los
costos futuros no financiados de las pensiones y la salud
pública frecuentemente se subestiman en las cifras
oficiales sobre la deuda. Además, algunos gobiernos
subnacionales, por ejemplo en los Estados Unidos y España,
con finanzas problemáticas presionarán a los
gobiernos centrales para obtener ayuda fiscal.

En Europa, los electores de países fiscalmente
responsables como Alemania y los Países Bajos se
están resistiendo a rescatar a gobiernos, bancos y
tenedores de bonos. Los electores estadounidenses
tradicionalmente han sido partidarios de un gobierno más
pequeño y de impuestos menores de lo que los europeos han
apoyado (o al menos tolerado). Si se añade la ira continua
por los rescates bancarios, el aumento del gasto y la enorme
deuda nacional, incluso los demócratas en Estados Unidos
-el partido que usualmente está a favor del gasto
público- finalmente están hablando de
reducción del déficit.

Después de la última recesión
profunda en los Estados Unidos, en 1981-1982, cuando la tasa de
desempleo llegó a ser incluso superior que en la
recesión reciente, los demócratas criticaron al
presidente Ronald Reagan por el déficit del 6% del PIB.
Ahora los republicanos atacan al presidente Barack Obama por el
déficit del 10%. En los países europeos hay
maniobra políticas y sustantivas
similares…

Los niveles elevados de endeudamiento se combinan con el
crecimiento económico lento en una danza diabólica.
Los pagos de los intereses de la deuda se hacen tan onerosos que
los tenedores de bonos exigen intereses más altos
(recientemente la deuda griega daba rendimientos superiores al
30%). Las tasas de interés de la deuda pública
estadounidense se mantienen bajas, de modo que esta amenaza es
prospectiva, pero los déficits futuros serán mucho
mayores que las proyecciones del gobierno cuando las tasas se
normalicen.

La mejor respuesta sería establecer controles
estrictos de los presupuestos junto con reformas estructurales
para promover el crecimiento. En los Estados Unidos, que tienen
el impuesto sobre el ingreso más progresivo de las
principales economías, se están discutiendo
reformas fiscales federales que reducirían las tasas y
ampliarían la base. En Europa, las reformas estructurales
se centran en el aumento de la edad de retiro y la flexibilidad
del mercado laboral.

El desapalancamiento de los gobiernos, las instituciones
financieras y los hogares es una de las causas principales de la
lenta recuperación económica. Pero un crecimiento
lento significa menos ingresos fiscales y más demanda de
pagos para mitigar las privaciones, lo que presiona los
presupuestos públicos.

La apuesta fue que una recuperación sólida
y durable permitiría que los bancos y los hogares
reconstruyeran sus hojas de balance con la rapidez suficiente
para evitar la necesidad de emprender rescates adicionales. Sin
embrago, hasta ahora la apuesta no está funcionando tan
bien ni tan rápido como se esperaba…

Los sistemas bancarios necesitan más capital. La
mejor solución es el capital privado -procedente de las
ganancias retenidas, nuevos actores, nuevos propietarios y nuevas
inversiones. Pero en algunos casos, no se puede evitar el recurso
a capital público adicional, por desagradable que
sea.

Los dilemas de la deuda en Europa y los Estados Unidos
demuestran una vez más que los servidores públicos
electos ignorarán los costos en el largo plazo para
obtener beneficios en el corto y que únicamente
actuarán cuando se vean obligados a hacerlo, en un intento
de burlar las leyes de la economía y revocar las de la
aritmética, que está condenado al fracaso. Ello
implica un período de perturbaciones económicas y
desorden político que irá mucho más
allá de los debates de este verano sobre el techo de
endeudamiento de los Estados Unidos y los problemas de deuda
soberana de Europa. Estos debates son apenas una etapa de una
larga lucha que tendrá importantes consecuencias en los
años por venir". El dilema de la deuda en Europa y Estados
Unidos (Michael Boskin – Project Syndicate –
29/7/11)

(Michael Boskin, profesor de Economía de la
Universidad de Stanford e investigador de la Hoover Institution,
fue presidente del Consejo de Asesores Económicos de 1989
a 1993 del Presidente George H. W. Bush)

"¿Por qué todos siguen refiriéndose
a la reciente crisis financiera como la "Gran Recesión"?
El término, después de todo, se fundamenta en un
peligroso diagnóstico erróneo de los problemas que
enfrentan los Estados Unidos y otros países, que conduce a
malos pronósticos, y a malas políticas.

La frase "Gran Recesión" crea la impresión
de que la economía está siguiendo los patrones de
una recesión típica, sólo que de manera
más severa – algo así como un resfrío muy
fuerte. Es por eso que a lo largo de esta crisis, los expertos y
analistas que han intentado hacer analogías con anteriores
recesiones de posguerra de EEUU han errado tanto. Es más,
demasiados diseñadores de políticas se han basado
en la creencia de que, al fin y al cabo, esta es sólo una
recesión profunda que puede ser doblegada mediante una
generosa ración de herramientas convencionales de
política, ya sea política fiscal o de rescates
masivos.

Pero el verdadero problema es que la economía
mundial está gravemente sobreapalancada y no existe
ninguna salida rápida sin un esquema para transferir
riqueza de los acreedores a los deudores, ya sea a través
de cesaciones de pago, represión financiera, o
inflación.

Un término más preciso, aunque menos
tranquilizador, para la crisis actual es la "Segunda Gran
Contracción". Carmen Reinhart y yo propusimos este
apelativo en nuestro libro This Time is Different publicado en
2009, fundamentándonos en nuestro diagnóstico de la
crisis que indica que esta es una crisis financiera profunda
típica, no una recesión profunda típica. La
primera "Gran Contracción", por supuesto, fue la Gran
Depresión, tal como subrayan Anna Schwarz y el fallecido
Milton Friedman. La contracción afecta no sólo a la
producción y al empleo, tal como ocurre en una
recesión normal, sino también a la deuda y
crédito, y al desapalancamiento que típicamente
tarda muchos años en consumarse…

En una recesión convencional, la
reanudación del crecimiento implica un razonablemente
brioso retorno a la normalidad. La economía no sólo
recupera el terreno perdido, pero en el transcurso de un
año, típicamente, logra alcanzar y regresar a su
tendencia de largo plazo al alza.

Las secuelas de una crisis financiera profunda
típica son algo completamente diferente. Como Reinhart y
yo hemos demostrado, típicamente, una economía
tarda más de cuatro años sólo para alcanzar
el mismo nivel de ingresos per cápita que había
logrado en su pico pre-crisis. Hasta el momento, a lo largo de
una amplia gama de variables macroeconómicas, incluyendo
producción, empleo, deuda, precios de vivienda, e incluso
capital, nuestros puntos de referencia cuantitativos basados ??en
las anteriores crisis financieras profundas posguerra han
demostrado ser mucho más precisos que la convencional
lógica de recesión.

Muchos comentaristas han argumentado que el
estímulo fiscal ha fracasado en gran medida no porque fue
mal guiado, sino porque no fue lo suficientemente grande como
para combatir una "Gran Recesión". Pero, en una "Gran
Contracción", el problema número uno es la excesiva
deuda. Si los gobiernos que mantienen calificaciones crediticias
sólidas van a gastar sus escasos recursos eficazmente, el
enfoque más eficaz consiste en catalizar las
renegociaciones y reducciones de la deuda.

Por ejemplo, los gobiernos podrían facilitar la
rebaja de las hipotecas a cambio de una participación en
cualquier apreciación futura en los precios de vivienda.
Un enfoque similar puede aplicarse a los países. Por
ejemplo, los votantes de los países ricos en Europa
quizás podrían ser persuadidos a involucrarse en un
rescate mucho más grande de Grecia (uno que sea, en los
hechos, lo suficientemente grande como para funcionar), a cambio
de pagos más altos en diez a quince años si el
crecimiento griego es mayor.

¿Existe alguna alternativa a años de
vaivenes políticos e indecisión?

En mi artículo de diciembre de 2008, sostuve que
la única forma práctica de acortar el
próximo periodo de doloroso desapalancamiento y
crecimiento lento sería la aceleración sostenida de
una inflación moderada, por ejemplo, 4 a 6% durante varios
años. Por supuesto, la inflación es una
transferencia injusta y arbitraria de ingresos de los ahorristas
a los deudores. Pero, al fin y al cabo, esta transferencia es el
enfoque más directo para una recuperación
más rápida. A la larga, dicha transferencia se
llevará a cabo de una u otra manera, de todos modos, esto
es lo que Europa está aprendiendo de manera
dolorosa.

Algunos observadores consideran cualquier
insinuación de inflación, incluso de
inflación modestamente elevada, como una forma de
herejía. Sin embargo, las Grandes Contracciones, a
diferencia de las recesiones, son acontecimientos muy poco
frecuentes, que ocurren quizás una vez cada 70 u 80
años. Estos son periodos en las que los bancos centrales
necesitan gastar parte de la credibilidad que acumulan en tiempos
normales.

La gran prisa por saltar al tren de la "Gran
Recesión" ocurrió porque la mayoría de los
analistas y diseñadores de políticas simplemente
tenían en mente el marco analítico equivocado.
Desafortunadamente, está demasiado claro cuán
equivocados estaban"… La segunda gran contracción
(Kenneth Rogoff – Project Syndicate – 2/8/11)

"La crisis de la deuda soberana en la zona del euro
parece haber sido la crisis financiera peor gestionada desde la
cesación de pagos de Argentina en 2001. Los líderes
de la Unión Europea y la zona del euro han logrado
desacreditarse fuertemente a sí mismos. Europa necesita
cambios institucionales mucho más fundamentales que los
discutidos hasta el momento.

El Fondo Monetario Internacional nunca ha apostado sumas
tan grandes a un único país como lo ha hecho con
Grecia. Como resultado, el FMI, custodio de parte de las reservas
internacionales mantenidas por los bancos centrales del mundo, se
expone a perder decenas de millardos de
dólares.

¿Es este un uso responsable del dinero de los
contribuyentes internacionales? ¿No hubiera insistido el
FMI en un programa mucho más duro y con menos
financiamiento para cualquier país fuera de la zona del
euro?…

La Unión Europea, los Estados Unidos y el
Japón están en peligro fiscal, y varios
países -Japón, Grecia, Italia y Bélgica-
tienen deudas públicas que exceden sus PBI. Cada vez
más, la gente reconoce que la política fiscal
relajada fue una mala política económica, con
implicaciones graves para el pensamiento macroeconómico,
la política y las constituciones.

En lo que respecta a la teoría
macroeconómica, el keynesianismo va en camino a su segundo
funeral. El monetarismo de Milton Friedman le dio el primer golpe
de muerte en la década de 1980, pero no generó
reglas ni predicciones útiles de política. Durante
la crisis, la teoría macroeconómica dominante
recomendó estímulos fiscales masivos, agravando
así la crisis de la deuda pública. Actualmente, la
pregunta es si la teoría macroeconómica se
tornará tan irrelevante como la economía
política del socialismo, o si hará contribuciones
útiles a la política económica. De momento,
las reglas fiscales y monetarias elementales parecen más
apropiadas.

¿Cómo pudieron la gente y los gobiernos
aceptar estas enormes deudas, e incluso recomendar mayores
estímulos fiscales? Muchos gastos públicos y
déficit presupuestarios no tienen otra
justificación que el populismo, y el gran perdedor
político de la crisis ha sido la socialdemocracia europea,
la contraparte política de la economía
keynesiana.

Demasiado frecuentemente la socialdemocracia se ha
equiparado al populismo, oponiéndose a todo tipo de
recorte en los gastos públicos e incluso a la
desregulación, que hubiese mejorado la productividad. Los
votantes europeos ahora castigan a los partidos
socialdemócratas, que han alcanzado su máxima
debilidad desde la Primera Guerra Mundial. Por el contrario, un
alineamiento fiscalmente responsable de fuerzas políticas
de centro-derecha ha llegado al gobierno en 24 de los 27
países de la UE.

Las democracias occidentales se han enorgullecido de sus
controles y equilibrios institucionales pero, obviamente, esos
mecanismos no funcionaron durante la crisis ni el boom
precedente. Y han sido una receta para la parálisis
política en el extenso debate estadounidense sobre las
modificaciones a los topes de su deuda
nacional…

Es innegable que en gran medida las democracias
avanzadas no fueron capaces de evitar las crisis financieras y de
deuda soberana, mientras que la mayoría de las
economías emergentes implementaron mejores
políticas económicas. ¿Cómo pueden
las democracias occidentales imponer una disciplina fiscal
estricta? ¿Ha otorgado la independencia de los bancos
centrales una licencia para imprimir dinero a funcionarios no
electos? ¿Cómo puede implementarse la
responsabilización? ¿Cómo pueden contenerse
los intereses creados no representativos?

Esas preguntas han disparado un debate constitucional de
gran alcance. Luego de la Segunda Guerra Mundial, muchos
países europeos consagraron amplias garantías
sociales en sus constituciones. Actualmente, muchas de esas
garantías deberán ser descartadas. Por el
contrario, varios países europeos están evaluando
la introducción de reglas fiscales más restrictivas
en sus constituciones y contemplando cambios aún
más importantes.

Los déficits fiscales excesivos deben ser
reducidos en muchos países occidentales. La deuda
pública promedio en la zona del euro se ha disparado al
85% del PBI. Algunos países europeos pueden disminuir su
deuda gracias a superávit presupuestarios continuos, como
lo han hecho Bulgaria, Finlandia, Rusia y Suecia durante la
última década. La privatización de las
corporaciones y los inmuebles públicos es otra
posibilidad.

Carmen Reinhardt, mi colega en el Petersen Institute,
sospecha que la represión financiera será el
principal método de reducción de deuda: los
gobiernos utilizarán la regulación y la
manipulación para obligar a los ahorristas a pagar la
deuda pública a través de rendimientos reales
negativos en sus inversiones en bonos.

Mientras tanto, los bancos centrales en todas partes se
preguntan: ¿para qué mantener reservas
internacionales crecientes en dos de las monedas peor
gestionadas, el dólar estadounidense y el euro? Sin
importar cuán escasos han sido históricamente los
cambios en las monedas de reserva, la situación es
insostenible; pero un reemplazo podría desestabilizar
aún más la economía
mundial…

Los apuros en los que se ha metido occidente
continúan siendo lamentables. Aún así,
algunos economistas continúan proponiendo estímulos
fiscales adicionales. Por el contrario, los líderes
occidentales deben centrarse en corregir sus presupuestos
públicos para rescatar todo lo que se pueda". El
tambaleante oeste (Anders Åslund Project Syndicate –
3/8/11)

(Anders Åslund, investigador principal en el
Peterson Institute, es autor de The Last Shall Be the First: The
East European Financial Crisis, 2008-10 – Los últimos
serán los primeros: la crisis financiera de Europa del
Este, 2008-10)

"Ante la crisis crediticia de Grecia, muchos se
preguntan si el euro podrá sobrevivir sin una
centralización de la política fiscal (algo casi
inimaginable). Pero hay una solución más
fácil. Los gobiernos no pueden endeudarse
irresponsablemente en los mercados de crédito
internacionales si no hay alguien dispuesto a prestar
irresponsablemente. De modo que las autoridades encargadas de
vigilar a los bancos deberían impedir que las
instituciones bajo su control otorguen créditos de esa
manera.

Prestar dinero a gobiernos extranjeros es, en muchos
sentidos, inherentemente más arriesgado que invertir en
títulos de deuda privada no asegurados o en bonos basura.
Cuando un ente privado necesita un préstamo, por lo
general debe empeñar algún tipo de garantía,
por ejemplo, una vivienda. La garantía sirve para limitar
el riesgo de pérdida del inversor, a la vez que el temor a
perder los activos empeñados incentiva a los deudores a
actuar con prudencia.

Pero los gobiernos no ofrecen garantías, y su
principal incentivo a devolver lo prestado (el temor de perder
acceso a los mercados de crédito internacionales) se
deriva de una adicción perversa. Los gobiernos que
están obligados a pedir una y otra vez grandes sumas de
dinero en el extranjero son precisamente aquellos que muestran
una incapacidad crónica de financiarse con impuestos
internos o con préstamos en el mercado local. La necesidad
imperiosa de recurrir a inversores extranjeros suele ser
resultado de un desgobierno profundamente
enraizado…

Cuando un ente privado no paga sus deudas, se inicia un
procedimiento de quiebra o reorganización bajo la
supervisión de un tribunal competente, por el cual incluso
los acreedores sin garantías que reclamar tienen alguna
esperanza de recuperar una parte de lo invertido. Pero para los
estados soberanos no hay procedimientos de quiebra ni una
jurisdicción legal donde renegociar sus deudas. Peor
aún, cuando los estados colocan títulos de deuda en
el extranjero, suelen estar denominados en una divisa cuyo valor
no pueden controlar. Por eso, en la mayoría de los casos
no pueden apelar a devaluar su moneda en un intento encubierto de
reducir gradualmente la carga de la deuda.

Se dice que la deuda pública es más
segura, porque los estados pueden recaudar impuestos, mientras
que los deudores privados no tienen un derecho legal a recibir
ganancias o salarios que les permitan cumplir con sus
obligaciones. Pero en la práctica, la capacidad de
recaudar impuestos es limitada, además de que es
cuestionable el derecho moral o legal de los gobiernos para
obligar a futuras generaciones de ciudadanos a devolver sus
deudas con acreedores extranjeros.

Es decir que dar prestado a estados soberanos supone
riesgos muy difíciles de evaluar, que solamente
deberían asumir jugadores especializados y dispuestos a
enfrentar las consecuencias. A lo largo de la historia, el
crédito soberano fue actividad reservada a unos pocos
financistas intrépidos, astutos para los negocios y
conocedores de las artes de gobierno. No han faltado casos de
préstamos donde se empeñara un puerto o un
ferrocarril a modo de garantía (o donde para asegurar la
devolución de la deuda se recurriera a la fuerza
militar).

Pero después de la década de 1970, el
crédito soberano se institucionalizó. El precursor
del cambio fue el Citibank, que redirigió un flujo de
petrodólares hacia regímenes cuestionables (es
famosa la declaración de su director ejecutivo, Walter
Wriston, en el sentido de que los países no quiebran). Era
un negocio más lucrativo que prestar dinero a clientes
tradicionales: unos pocos banqueros podían invertir sumas
enormes y apenas tenían que investigar los antecedentes de
los solicitantes. Con un pequeño detalle: los gobiernos
acostumbrados a obtener crédito fácil a veces no
pagan sus deudas.

Más tarde, por los acuerdos de Basilea, los bonos
públicos se declararon prácticamente libres de
riesgo, lo que estimuló el apetito de los bancos. Estos se
dieron un festín con los títulos de deuda de alta
rentabilidad relativa de países como Grecia, que
exigían invertir muy poco capital. Pero aunque la
calificación de la deuda era alta, ¿cómo
puede alguien poner valor objetivo a una obligación que no
tiene una garantía de respaldo y es prácticamente
inejecutable?

Los préstamos bancarios a estados soberanos han
sido un desastre por partida doble; por un lado, fomentaron el
sobreendeudamiento, especialmente en países con gobiernos
irresponsables o corruptos. Además, gran parte del riesgo
lo asumen los bancos (en vez de, por ejemplo, los fondos de
cobertura); y los bancos cumplen una función central como
facilitadores del sistema de pagos, de modo que una crisis de
deuda soberana puede hacer estragos. La caída de Grecia
puso en riesgo el bienestar no solo de los griegos, sino de toda
Europa.

La solución para romper el vínculo entre
crisis de deuda soberana y crisis bancarias es muy sencilla:
prohibir a los bancos otorgar préstamos cuando la
evaluación de la disposición y capacidad de los
deudores para pagar indica que dar crédito es un salto al
vacío. Esto implica terminar con la deuda soberana
transfronteriza (y con instrumentos esotéricos como los
títulos de deuda garantizados)…

Estas restricciones no resolverán la crisis que
actualmente enfrentan Portugal, Irlanda, Grecia o España.
Pero va siendo hora de que Europa y el mundo dejen de tambalearse
entre una solución precaria y la siguiente, para enfrentar
los verdaderos problemas estructurales. La raíz de todas
las crisis de deuda soberana (Amar Bhidé y Edmund Phelps –
Project Syndicate – 4/8/11)

(Amar Bhidé, autor del libro A Call for Judgment
– Un llamado a la sensatez, es profesor en la Escuela Fletcher de
Derecho y Diplomacia, perteneciente a la Universidad Tufts.
Edmund Phelps obtuvo el premio Nobel de Economía y es
profesor en la Universidad de Columbia. Ambos son miembros
fundadores del Centro de Capitalismo y Sociedad de la Universidad
de Columbia)

"Roubini se quita la careta en su último
artículo. Atención: "Karl Marx tenía parte
de razón cuando decía que la globalización,
la intermediación financiera sin control y la
redistribución podrían conducir al capitalismo a su
autodestrucción".

Durante estos cuatro largos años de crisis
internacional hemos denunciado de forma insistente la
implementación de auténticas atrocidades
económicas, tales como la reducción de los tipos de
interés hasta mínimos históricos, el rescate
masivo e indiscriminado de empresas y bancos, planes de
estímulo (aumento del gasto público), subidas de
impuestos o la monetización de deuda por parte de la banca
central (Quantitative Easing), entre otras muchas medidas
igualmente condenables.

Su resultado salta a la vista: el riesgo de
recesión regresa con fuerza y la insolvencia de ciertos
estados es ya más que patente. No es preciso ser un lince
para percatarse del fracaso obtenido con este tipo de medidas,
avaladas en su mayoría por los grandes gurús de la
economía mundial. Sin embargo, políticos y
académicos no cejan en su empeño e insisten, una
vez más, en repetir los mismos errores.

Nouriel Roubini, profesor de Económicas en la
Universidad de Nueva York, alcanzó fama y fortuna por
avanzar el estallido de la crisis financiera de 2008. Desde
entonces se dedica a impartir conferencias por medio mundo,
previo pago, convirtiéndose en un referente
mediático cuyas opiniones son tenidas muy en cuenta por
los políticos. Pero pocos se acuerdan de que este
particular profeta predijo 48 de las cuatro últimas
recesiones, es decir, que sus previsiones han fallado más
que una escopeta de feria.

Por si fuera poco, ha defendido a capa y espada la
nacionalización de la banca y el tradicional recetario
keynesiano aplicado durante estos años. Ahora, ante el
riesgo de recaída, vuelve a recomendar lo mismo:
"estímulos fiscales adicionales", "impuestos más
progresivos", nuevas inyecciones monetarias, condonación
de deuda a empresas y familias y una regulación financiera
"más estricta".

En definitiva, más socialismo y menos libre
mercado. De hecho, Roubini se quita la careta en su último
artículo. Atención: "Karl Marx tenía parte
de razón cuando decía que la globalización,
la intermediación financiera sin control y la
redistribución de la renta y riqueza desde el trabajo al
capital podría conducir al capitalismo a su
autodestrucción". Y sentencia: "Tenemos que restaurar un
equilibrio entre los mercados y la provisión de bienes
públicos". Éste es el admirado Roubini, un cuasi
marxista confeso.

Su colega Paul Krugman, Nobel de Economía y
asesor de Zapatero y Obama -entre otros gobiernos-, no se queda
atrás. Su último artículo resume su esencia
teórica: "más gasto gubernamental; reducir la deuda
familiar mediante la condonación y la
refinanciación de las hipotecas; y un esfuerzo por parte
de la Reserva Federal (…) con el objetivo intencionado de
generar más inflación a fin de aliviar los
problemas de endeudamiento".

Krugman, el economista que recomendó a Greenspan
crear una gran burbuja inmobiliaria en 2001 para superar la
crisis puntocom. Krugman, el iluminado que junto a Mankiw (otro
referente mundial a nivel académico) propuso generar una
elevada inflación mediante la eliminación de
dólares por sorteo. Krugman, el virtuoso que ahora
defiende una invasión alienígena en EEUU -es decir,
una tercera guerra mundial– para reactivar la economía…
Éste es Krugman, el economista predilecto de los
socialistas.

Y qué decir del reconocido Kenneth Rogoff, ex
economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) y
profesor de Políticas Públicas en la prestigiosa
Harvard. Un analista de diagnósticos más o menos
certeros, pero de recetas igualmente nefastas. Y es que Rogoff
tiene muy clara la solución a aplicar: una
"inflación moderada" de hasta el 6% "durante varios
años".

Aunque él mismo explica que, "por supuesto, la
inflación es una transferencia injusta y arbitraria de
ingresos desde los ahorradores a los deudores (…), al fin y al
cabo, esta transferencia es el enfoque más directo para
una recuperación más rápida (…) Estos son
periodos en las que los bancos centrales necesitan gastar parte
de la credibilidad que acumulan en tiempos normales", concluye
sin rubor. Así pues, Rogoff defiende abiertamente el
envilecimiento de la moneda, sin importarle lo más
mínimo sus terribles consecuencias ni que paguen justos
por pecadores.

Roubini, Krugman y Rogoff, tres claros ejemplos de
cómo opera el mainstream académico y de por
qué aún estamos como estamos. ¡Enhorabuena,
sus eminencias! ¡Enhorabuena!". "Karl Marx tenía
razón" (Manuel Llamas – Libertad Digital –
15/8/11)

(Manuel Llamas es jefe de Economía de Libertad
Digital y miembro del Instituto Juan de Mariana)

"Las cuentas de la vieja del keynesianismo fracasaron y
ahora esos bancos se encuentran como con las subprime en 2008,
sólo que en esta ocasión la deuda basura es la de
nuestros gobiernos y, por tanto, si esta vez quiebran no
habrá red que los rescate.

Es cierto que no fue la deuda pública la que
desató la crisis actual, sino más bien una
acumulación de deuda privada de pésima calidad que
fue espoleada por un sistema bancario privilegiado y respaldado
por ese monopolio público de la emisión de dinero
que es el banco central.

Sin embargo, desde que en 2008 se vino abajo el sistema
financiero internacional, las mayores emisiones de deuda
pública de nuestra historia no le hicieron ningún
bien a la economía. El credo keynesiano fracasó
como en realidad siempre había fracasado, y ahora, tres
años después, nos encontramos con una
economía que, gracias al dinamismo del sector privado, ha
corregido una parte de los desajustes presentes en 2008 pero a la
que se le ha añadido un Himalaya de deuda pública a
sus espaldas.

Al cabo, la manera que hallaron los gobiernos para
convencernos de que sabían lo que hacían, de que
iban a arreglar las cosas en un periquete, de que podíamos
arrojarnos sin miedo a los brazos del Leviatán, fue
sustituir la burbuja inmobiliaria por la última de las
burbujas que es capaz de soportar una economía basada en
el papel moneda: la burbuja de la deuda
pública.

Inteligentes ellos, nuestros políticos, obligaron
a los bancos privados y centrales a que les compraran toda su
deuda, pues así, nos juraban, conseguirían
estimular la economía, relanzar el gasto y volver a crear
empleo. Pero no, las cuentas de la vieja del keynesianismo
fracasaron y ahora esos bancos se encuentran como con las
subprime en 2008, sólo que en esta ocasión la deuda
basura es la de nuestros gobiernos y, por tanto, si esta vez
quiebran no habrá red que los rescate.

No, en contra de lo que vociferan los socialistas, la
tan predicada como poco practicada austeridad de los gobiernos no
es ninguna receta mágica para lograr una
recuperación. Es simple y llanamente el requisito
ineludible para que no suspendamos pagos. Mientras esa amenaza
siga en el horizonte, que nadie sueñe con
recuperación alguna. Primero, pongamos orden en las
finanzas del Estado". Caída sin red (Juan Ramón
Rallo – Libertad Digital – 5/9/11)

"Recently, a number of commentators have proposed a
sharp, contained bout of inflation as a way to reduce debt and
reenergize growth in the United States and the rest of the
industrial world. Are they right?

To understand this prescription, we have to comprehend
the diagnosis. As Carmen Reinhart and Kenneth Rogoff argue,
recoveries from crises that result from over-leveraged balance
sheets are slow and typically resistant to traditional
macroeconomic stimulus. Over-levered households cannot spend,
over-levered banks cannot lend, and over-levered governments
cannot stimulate.

So, the prescription goes, why not generate higher
inflation for a while? This will surprise fixed-income investors
who agreed in the past to lend long term at low rates, bring down
the real value of debt, and eliminate debt "overhang," thereby
re-starting growth.

It is an attractive solution at first glance, but a
closer look suggests cause for serious concern. Start with the
question of whether central banks that have spent decades
establishing and maintaining anti-inflation credibility can
generate faster price growth in an environment of low interest
rates. Japan tried – and failed: banks were too willing to hold
the reserves that the central bank released as it bought back
bonds.

Perhaps if a central bank announced a higher inflation
target, and implemented a financial-asset purchase program
(financed with unremunerated reserves) until the target were
achieved, it could have some effect. But it is more likely that
the concept of a target would lose credibility once it became
changeable. Market participants might conjecture that the program
would be abandoned once it reached an alarming size – and well
before the target was achieved.

Moreover, the central bank needs rapid, sizeable
inflation to bring down real debt values quickly – a slow
increase in inflation (especially if well signaled by the central
bank) would have limited effect, because maturing debt would
demand not only higher nominal rates, but also an inflation-risk
premium to roll over claims. Significant inflation might be hard
to contain, however, especially if the central bank loses
credibility: Would the public really believe that the central
bank is willing to push interest rates sky high and kill growth
in order to contain inflation, after it abandoned its earlier
inflation target in order to foster growth?

Consider, next, whether the inflationary cure would work
as advertised. Inflation would do little for entities with
floating-rate liabilities (including the many households that
borrowed towards the peak of the boom and are most underwater) or
relatively short-term liabilities (banks). Even the US
government, with debt duration of about four years, would be
unlikely to benefit much from an inflation surprise, unless it
were huge. Meanwhile, the bulk of its obligations are social
security and health care, which cannot be inflated
away.

Even for distressed households that have borrowed long
term, the effects of higher inflation are uncertain. What would
help is if their nominal disposable income rose relative to their
(fixed) debt service. Yet, with high levels of unemployment
likely to keep nominal wage growth relatively subdued, typical
troubled households could be worse off – with higher food and
fuel prices cutting into disposable income.

Of course, any windfall to borrowers has to come from
someone else"s wealth. Inflation would clearly make creditors
worse off. Who are they? Some are rich people, but they also
include pensioners who moved into bonds as the stock market
scared them away; banks that would have to be recapitalized;
state pension funds that are already in the red; and insurance
companies that would have to default on their claims.

In the best of all worlds, it would be foreigners with
ample reserves who suffer the losses, but those investors might
be needed to finance future deficits. So central banks would have
to regain anti-inflation credibility very soon after subjecting
investors to a punishing inflation. In such a world, investors
would have to be far more trusting than they are in this
one.

This does not mean that nothing can be done about the
debt problem. The US experienced debt crises periodically during
the nineteenth century, and again during the Great Depression.
Its response was to offer targeted and expedited debt relief
– often by bringing in new temporary bankruptcy legislation
that forced limited debt write-downs.

In this vein, a recent proposal by Eric Posner and Luigi
Zingales to facilitate mortgage-debt renegotiation would give a
deeply underwater homeowner the right to file a pre-packaged
Chapter 13 bankruptcy petition. This would allow her to write
down the value of her mortgage by the average house-price
depreciation in her postal zone since the borrowing date, in
exchange for giving the lender a share of the future house-price
appreciation. A bankruptcy judge would approve the petition,
provided the court was satisfied that the homeowner could make
the reduced payments.

Such automatic borrower-initiated filings, if made legal
by Congress, could reduce the household-debt overhang without the
need for government subsidies. To the extent that the alternative
is costly foreclosure proceedings that make borrowers and lenders
worse off, this proposal should attract the support of both
sides.

No solution is without weaknesses, though. One reason
that banks oppose debt write-downs is that many underwater
homeowners continue to repay debt rather than default, even while
cutting back on other spending. If these diligent payers are
eventually expected to default, writing down their debt today
makes sense. If they are expected to muddle through, a blanket
debt write-down would weaken banks and might slow economic
growth. Policymakers espousing debt write-downs to spur growth
should ask whether they have the political support to
recapitalize banks if needed.

Prescriptions like these -as with those for a jolt of
inflation- have gained ground because the obvious solutions to
economic stagnation have been tried and failed. But, as the
proposals become more innovative and exotic, we must examine them
carefully to ensure that they wouldn"t end up making matters
worse". Is Inflation the Answer? (Raghuram Rajan – Project
Syndicate – 8/9/11)

(Raghuram Rajan is Professor of Finance at the
University of Chicago"s Booth School and author of Fault
Lines)

"La dictadura del mercado es la democracia de los
intercambios pacíficos, voluntarios y mutuamente
beneficiosos. La democracia del Estado es la dictadura de los
intercambios violentos, coactivos y unilateralmente provechosos.
Simbiosis versus parasitismo.

Habitualmente oímos que vivimos sometidos a la
dictadura de los mercados. Nuestras acciones quedan condicionadas
por lo que dictan los precios, los costes o los tipos de
interés, y no por nuestra voluntad. Aquello que no es
rentable no llega a comercializarse y, a su vez, quien carece de
dinero no es capaz de adquirir ni siquiera los productos
más fundamentales: es la tiranía del vil metal, de
la que sólo somos capaces de librarnos gracias al
intervencionismo estatal. Pero, ¿qué significa
exactamente eso de que vivimos sometidos al mercado? Y aún
más importante, ¿qué implicaciones tiene que
alguien, como el Estado y sus clientes, pueda vivir al margen de
esa dictadura?

Recordemos: los agentes económicos dividen su
trabajo para ser más eficientes a la hora de fabricar
bienes y servicios con los que satisfacer sus
fines…

La cuestión es: ya que dividimos nuestro trabajo
y no producimos todos los bienes que directamente deseamos,
¿a qué debemos dedicarnos cada uno de nosotros? Es
decir, qué bienes deben producirse socialmente y, sobre
todo, cuál es la manera más acertada de hacerlo. Y,
como ya vimos, la respuesta a estas esenciales cuestiones nos la
ofrecen los precios de mercado y los beneficios empresariales:
que la producción de un bien sea rentable significa que
los consumidores la valoran más que aquellas
mercancías alternativas que podrían haberse
fabricado; que un bien no sea rentable implica que los
consumidores lo valoran menos que aquellos otros que
podrían haberse creado con los factores productivos
empleados.

Pero recordemos en todo momento qué hay
detrás de esos consumidores: todo consumidor es un
productor que se ha dedicado previamente a fabricar una serie de
bienes que, a su vez, han sido adquiridos por otros
consumidores/productores. El mercado, por tanto, sólo es
el ámbito en el que unos y otros intercambian
voluntariamente sus mercancías. Cuando todos los
productores generan bienes rentables, todos los agentes salen
beneficiados, pues todos obtienen como consumidores
mercancías más valiosas que las que hubiesen podido
crear con el tiempo y el esfuerzo que han invertido como
productores. Cuando algunos productores generan bienes que no son
rentables, algunos consumidores salen perjudicados pues no son
capaces de adquirir mercancías más valiosas que las
que hubiesen podido fabricar.

Esa, y no otra, es la famosa dictadura de los mercados:
como formo parte de una división del trabajo mucho
más amplia, mis posibilidades de producción y de
consumo dentro de esa división del trabajo quedan
limitadas por las valoraciones del resto de personas. Nadie puede
consumir lo que quiere sin fabricar lo que otros quieren. Es
decir, si queremos consumir lo que queramos, es necesario que,
como productores, tengamos en cuenta lo que otros productores
también desean poder consumir.

Por consiguiente, cuando una persona se queja de que
está sometida a la dictadura de los mercados, sólo
puede referirse a que no se le permite ignorar las preferencias
de los demás a la hora de tomar sus decisiones de
producción o consumo…

Sucede, sin embargo, que a la hora de fabricar bienes y
servicios, no existe una alternativa real al libre mercado.
Cuando uno se queja de que vive sometido a la dictadura de los
mercados, lo que en realidad está diciendo es que los
costes de abandonar la división del trabajo, de no querer
participar en ella o de crear sistemas productivos aislados de
los que nutrirse para su consumo diario, son tan descomunales que
sería totalmente absurdo hacerlo. Es decir, quien denuncia
la dictadura de los mercados en realidad le está rindiendo
un inconsciente homenaje: "Aunque te detesto con todas mis
fuerzas, facilitas tanto mi vida que no puedo
abandonarte".

Los únicos que pueden vivir al margen del mercado
son el Estado -pues sus recursos no los obtiene merced a
intercambios voluntarios y mutuamente beneficiosos sino mediante
la coacción- y quienes se refugian bajo sus faldas.
Gracias a ello, ciertos individuos gozan de licencia para generar
menos valor para otras personas del que ellas han generado para
ellos. Por ejemplo, el consumidor que reclama ser subsidiado por
el Estado para acceder a bienes que quedan fuera de su alcance en
realidad está diciendo: "Quiero que los demás me
entreguen bienes más valiosos de los que yo les doy a
ellos"; por su lado, el productor que implora ser subvencionado
por el Estado para continuar fabricando bienes que otros no
desean está gritando: "Quiero seguir entregándoles
a los demás bienes menos valiosos de los que yo les
arrebato a ellos".

La dictadura del mercado es la democracia de los
intercambios pacíficos, voluntarios y mutuamente
beneficiosos. La democracia del Estado es la dictadura de los
intercambios violentos, coactivos y unilateralmente provechosos.
Simbiosis versus parasitismo…

O, como decía David Friedman, "los avariciosos
capitalistas consiguen su dinero comerciando; los buenos progres,
lo roban". Normal, pues, que intenten adornar un acto tan
censurable con todo tipo de bellos ropajes: solidaridad, Estado
del Bienestar, igualdad, dignidad, cohesión social o
sectores estratégicos. Pero desengáñese: lo
único que desean es que usted no se dé cuenta de
que, en lugar de preocuparse por sus necesidades, le están
esquilmando". ¿Somos esclavos del mercado? (Juan
Ramón Rallo – Libertad Digital –
22/9/11)

"Entre políticos y académicos, la
filosofía keynesiana es lo universalmente aceptado. Sin
embargo, sus repetidos fracasos en años recientes han
dejado a los americanos buscando una explicación
alternativa al keynesianismo.

¿Qué viene primero: la oferta o la
demanda?…

Los partidarios del lado de la demanda, también
conocidos como keynesianos (debido al influyente economista John
Maynard Keynes), insisten en que las fluctuaciones
económicas a corto plazo son el resultado de choques sobre
la economía que dejan la demanda agregada -la cantidad
total de dinero gastado en bienes y servicios en la
economía– por debajo de su capacidad total. En su
opinión, ya que se gasta menos dinero en bienes y
servicios, las empresas tienen que despedir gente, lo que reduce
aún más el gasto, lo que resulta en más
despidos, lo que provoca aún mucho menos gasto, y
así se desarrolla el ciclo. El argumento para la normativa
política es que el gobierno debe intervenir y gastar -un
gasto deficitario- con el fin de apuntalar la demanda
total.

Sin embargo, otra teoría, planteada en primer
lugar por Jean Baptiste Say, economista del siglo XIX, sostiene
que la oferta crea la demanda. Se hizo ampliamente conocida como
"Ley de Say", y tiene consecuencias de acción
política para los "economistas del lado de la
oferta".

La ley de Say estipula que, dado que la oferta crea su
propia demanda, la sobreproducción -la creación de
bienes y servicios sin un flujo igual de demanda por esos bienes
y servicios- es imposible. Esta ley convierte la política
keynesiana en algo inútil en el mejor de los casos -y
destructiva en el peor (ya que interfiere con los procesos
normales del libre mercado)-.

Por tanto, ¿qué teoría es
correcta?

En condiciones normales, es decir, no en época de
recesión, con pleno empleo y salarios razonablemente
flexibles, la Ley de Say se sostiene. Parafraseando a Henry
Hazlitt, la oferta crea su propia demanda, porque en lo
más fundamental, la oferta es demanda: "La oferta de lo
que se tiene es, de hecho, lo que puede ofrecerse a cambio de lo
que se necesita". En ese sentido, "la oferta de trigo por parte
del agricultor constituye su demanda de un automóvil a la
industria automovilística".

Sin embargo, en los malos tiempos es posible que haya un
exceso de oferta. Es por eso que, durante las recesiones, muchas
empresas tienen inventario sin vender: la oferta y la demanda no
están en equilibrio. ¿Significa esto que los
keynesianos están en lo correcto y que, en los malos
tiempos, el gobierno puede apuntalar la demanda con el gasto
deficitario? No necesariamente…

Say escribió: "Es la producción la que
genera la demanda de productos… Por lo tanto, la sola
creación de un producto inmediatamente abre una salida
para otros". En otras palabras, la demanda que uno tiene por
bienes y servicios proviene de los ingresos que uno
produce.

Entonces, ¿qué significa esto en
términos de consecuencias para la acción
política?

Esto significa que la producción, en
última instancia, es el motor tanto de la oferta como de
la demanda. Por tanto, las recesiones y los auges comienzan del
lado de la oferta, con choques de productividad y oferta de
trabajo. La clave para estimular una economía y que salga
de la recesión es estimular la producción, no la
demanda agregada.

La manera de fomentar una mayor producción es
incrementar los incentivos para que haya más empleo e
inversión. Los impuestos sobre ingresos, beneficios
empresariales, dividendos y ganancias de capital, entre otras
cosas, penalizan la producción y desincentivan la
iniciativa laboral adicional. Reducir esos desincentivos motiva a
la gente a tomar un trabajo adicional, lo que resulta en una
mayor producción en la economía y eleva tanto la
oferta como la demanda en tándem"… ¿La
oferta crea la demanda? (David Weinberger Libertad Digital –
25/9/11 – Fundación Heritage)

Antiterapia
keynesiana (¿para qué os espantáis de la
culpa que tenéis? queredlas cual las hacéis o
hacedlas cual las buscáis) – Gods and Monsters (algunos
cometarios finales, sin Copyright)

Coda tragicómica: Todo lo que quepa en un blog,
para no abusar del derecho a réplica.

Resulta sugerente que lo primero que se me ha cruzado
por la mente al iniciar la redacción de este apartado haya
sido el poema "Hombres necios que acusáis" de Sor Juana
Inés de la Cruz (Juana Inés de Asbaje y
Ramírez de Santillana, Nepantla, 12 de noviembre de
1651-Ciudad de México, 17 de abril de 1695). Sabrán
ustedes perdonar.

Probablemente, porque muchos de ustedes, en una
desesperada huída hacia adelante, y faltos de otros
argumentos más racionales (intelectuales, críticos
y morales), han acusado al keynesianismo de ser el causante de
los excesos de gasto público, olvidando (o intentando
hacernos olvidar) que los mismos, fueron causados por la
socialización de las pérdidas de la banca y el
socorrismo liberticida practicado al sector
financiero.

Lo que más me sorprende de ciertos (supuestos)
liberales, es lo poco liberales que son. En realidad han
descubierto, y aplican, un liberalismo "bipolar". No sólo
han negado a Keynes (va de suyo), sino que han adulterado,
tergiversado y malversado a Adam Smith (lo que ya es decir). Es
lo que suele ocurrir con los liberales de mano
única.

Cómo sino, justifican que se subvencione (palabra
sacrílega en el manual liberal) a los bancos quebrados.
Como toleran que se socialicen las pérdidas, que se
estaticen las deudas, que se nacionalicen las entidades
financieras… en fin, que se mantenga con
respiración mecánica (dinero público) a la
banca zombi. ¿Proteger timadores es liberal?

Cómo toleran, sin asesinar a Smith también
(a Keynes, hace mucho que le han aplicado la inyección
letal), que se hayan gastado 13 billones de dólares (de
dinero público) en sostener a una banca especulativa,
falaz, y transgresora, sin que se les caiga la cara de
vergüenza. ¿Qué ha ocurrido con la "mano
invisible"? ¿Dónde queda la "selección
natural"? Por supuesto, ni hablar de "La teoría de los
sentimientos morales" (Adam Smith). Han admitido que se pasara
del círculo virtuoso al círculo vicioso de la
riqueza.

¿Quién explica claramente las desventajas
de la banca universal (riesgo sistémico)?
¿Quién dice la verdad sobre la trampa de la reserva
fraccionaria? ¿Cuántos -más allá de
Volcker- defienden la separación de la banca comercial de
la banca de inversión? ¿Por qué siguen
siendo escasos los partidarios de mayores precisiones
reglamentarias?

Cómo puede un liberal (auténtico) defender
que un empresario pequeño o mediano al que le va mal en su
negocio, como hay tantos, quiebre (sin paliativos), mientras, un
importante banco al que le va mal en su negocio sea socorrido por
el estado (¡el denostado estado!) para evitar su quiebra
(como se ha hecho con casi todos). Esto es liberalismo de mano
única. En una sola dirección: la de los ricos y
poderosos.

Los economistas liberales han cabalgado con
alegría y servilismo sobre la desregulación
bancaria, la financierización de la economía, las
hipotecas subprime, la titulización de la deuda, las
agencias de calificación, los CDS, las operaciones OTC,
los hedge funds, los productos estructurados más
inverosímiles, la operativa bursátil de alta
frecuencia (hight frecuency trading), las autoridades de
(des)control…"más callados que putas". O
sea.

Qué voz crítica se alzó para
solicitar el enjuiciamiento y cárcel (en su caso) de los
principales directivos de la banca que causaron la mayor crisis
financiera y económica desde el año 1929. A partir
del año 2008 el único que ha entrado en
prisión ha sido Madoff, y eso ha sido porque
"estafó" a algunos miembros del establishment, que si
hubieran sido pobres de solemnidad (como las víctimas de
las hipotecas subprime) aún estaría explicando sus
geniales negocios "piramidales" en Harvard o en Davos.

Perdón, hay otro, el fundador del hedge fund
Galleon, Raj Rajaratnam, que tras ser condenado a 11 años
de cárcel por corrupción, tráfico de
influencias y uso de información privilegiada (17/10/11),
está haciendo todo lo posible por ingresar en la misma
prisión que el financiero Bernard Madoff, artífice
del mayor fraude piramidal de la historia de Estados Unidos. Tal
vez sea porque no es WASP, pero dejémoslo
ahí.

¿Cuál fue el economista liberal que
arrojó la primera piedra? ¿En qué
cátedra de "la Ivi League" se ha levantado una voz
crítica? ¿Qué prestigioso gurú
liberal asumió el rol de Joseph Ignace Guillotin? Todos (o
casi todos) han navegado por los paradigmas establecidos
(políticamente correctos). Todos (o casi todos), ciegos,
sordos y mudos…

Las hemerotecas son duras para todos (banqueros,
políticos, académicos,
analistas…).

Les presento un sólo "quiz", con respecto a las
mayores exigencias de capitalización bancaria (octubre
2011), para no rizar demasiado el rizo, y aprovechar al
máximo el espacio que me queda en este blog: El
daño por el agua o el daño por el
incendio.

El ratio de capital tiene dos componentes, el numerador
y el denominador. El ratio se puede elevar por dos vías:
aumentando recursos propios y reduciendo el balance. La banca
asegura que más capital implica reducir el crédito.
Pero cerrar el grifo es sólo una vía, más
lenta, de reducción de balance. La vía
rápida es la venta de activos. Y si lo que se vende son
los activos más problemáticos, la necesidad de
capital se reduce por una doble vía (Goldman Sachs, lo
calcula en 295.000 millones, Tier1 9% – octubre 2011).

Pero justo eso, vender activos problemáticos, es
lo que no hace la banca. Es lo que debería decir el BCE (o
la Fed), y no en un discurso sino en una circular: Vendan ustedes
activos, señores banqueros, especialmente aquellos que
generan problemas. Aunque sea a precios bajos y eso implique
pérdidas (Morgan Stanley, lo calcula en 2 billones en
Europa).

Aumentos de capital con dinero público o rebajas
preventivas del balance. Qué eligen ustedes "grandes
bonetes" liberales: ¿Continuar haciéndose "trampas"
en el solitario de las cuentas? ¿Continuar tapando la mala
gestión de mucha gente? ¿Continuar justificando un
modelo de negocios basado en carros de deuda y favores
políticos? ¿Alguien se anima a gritar que el rey
está desnudo? ¿Quién está dispuesto a
firmar el acta de defunción del sistema? ¿O
seguirán actuando en línea con lo
esperado?

No les envidio el puesto (ni la corte que les rodea) a
la hora de explicar en la cátedra la existencia de un
dinero bueno (no deficitario, no keynesiano, no inflacionario)
que se puede lanzar desde un helicóptero, en honor y
gloria de los banqueros y especuladores de Wall Street, y un
dinero espurio (deficitario, inflacionario, estatista) que no
debe ser empleado para incrementar el empleo y la demanda. La
difícil teoría del dinero bipolar.

Justificar el déficit bueno (si es para ayudar a
los bancos -¿sistémicos?-), y el déficit
malo (si es para crear empleos -¿no sistémicos?-);
defender a los bancos ruinosos que pasan sus activos
tóxicos al Estado ("banco malo") para que "todo siga
igual". Una subasta ética en la que prestigiosos
"iluminati liberales" actuaron (y actúan) como esclavos
morales, lacayos, serviles y genuflexos, sin el menor sentido de
dignidad.

Es imposible no escuchar dentro de tales
tonterías el prepotente redoble del tambor del Poder del
Dinero, que nunca ha dejado de creer que sus propios intereses
son iguales a los intereses del público… Peor
aún, tal vez, mañana se lo tengan explicar a
vuestros hijos, que habrán perdido su empleo, o pasado
mañana, a sus nietos que se alarmarán ante su
abismal futuro. ¿Habrá llegado la hora de abandonar
connivencias y apologías?

La crisis actual no ha sido causada por manirrotos
keynesianos, sino por "falsos liberales" (liberticidas) que han
traicionado los principios, han negado la evidencia y han
convalidado (con alevosía y cinismo) actuaciones dolosas,
corruptelas y privilegios, de vulgares estafadores, disfrazados
de banqueros o de agentes bursátiles.

Más pronto que tarde, ojalá, los unos por
ladrones y los otros por cómplices necesarios, se
condenarán. Ante la justicia, ante la cátedra, ante
la comunidad y ante la historia.

Mientras tanto, al borde de una segunda crisis
financiera (Oct.2011), la farsa
continúa…

 

Enviado por:

Ricardo Lomoro

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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