PRÓLOGO
(de la
edición 1999)
Han sido muchos los hispanohablantes que en los
últimos tiempos se han dirigido a la Real Academia
Española solicitando aclaraciones de normas
ortográficas, planteando dudas y sugiriendo, en fin, la
conveniencia de presentar la Ortografía de
un modo más sistemático, claro y accesible. A eso
responde esta nueva edición que la Academia ha preparado
en estrecha colaboración con las corporaciones hermanas de
América y de Filipinas, corrigiendo, actualizando y
acrecentando la versión anterior con precisiones y
ejemplos.
Los detallados informes de las distintas Academias han
permitido lograr una Ortografía
verdaderamente panhispánica.
Apenas hay en ella novedad de doctrina, pero se recoge,
ordena y clarifica toda la que tenía dispersa la Academia
en los últimos tiempos y se refuerza la atención a
las variantes de uso americanas.
La normativa ortográfica de la lengua
española es fruto de un proceso de adaptación y
simplificación de los vanados y variables usos antiguos,
que esta Institución emprendió casi al tiempo de su
nacimiento y que quedó de hecho acabada con la
publicación, en 1844, del Prontuario de
ortografía de la lengua castellana, dispuesto por Real
Orden para el uso de las escuelas públicas por la Real
Academia Española con arreglo al sistema adoptado en la
novena edición de su Diccionario. La Real Orden era
la de 25 de abril de ese mismo año, firmada por la reina
doña Isabel II, a petición del Consejo de
Instrucción Pública, que oficializaba la
ortografía académica al imponer su enseñanza
en las escuelas. Hasta ese momento la Academia se
había limitado a proponer normas y aconsejar
empleos, bien es verdad que con notable éxito, pues el
propio Andrés Bello declaraba que no sabía
qué admirar más, «si el espíritu de
liberalidad con que la Academia ha patrocinado e introducido ella
misma las reformas útiles, o la docilidad del
público en adoptarlas, tanto en la Península como
fuera de ella»
El refrendo oficial consolidó las normas
académicas, pero al mismo tiempo vino a obstruir las
vías de innovación y reforma por las que la
Academia había ido avanzando paso a paso desde la primera
edición de su Ortografhía,
de 1741, que ya en su segunda edición, de once años
más tarde, se escribió
Ortografía, proclamando desde la
misma portada su opción por el criterio fonético
con preferencia sobre el etimológico. Quedó
así, probablemente, truncada, como efecto no buscado de la
sanción regia, la pausada marcha innovadora de la
Academia, que no pudo dar ya los pasos proyectados para ajustar
sus normas a los deseos de Bello y a los avances de la llamada
«ortografía chilena» difundida por diversos
lugares de América.
Predominó la idea y la voluntad de mantener la
unidad idiomática por encima de particularismos
gráficos no admitidos por todos: poco a poco,
las naciones americanas de nuestra lengua se mostraron conformes
con la ortografía académica y la hicieron oficial
en las diversas repúblicas. El proceso se cerró en
Chile, donde más tiempo se había mantenido el
cisma, con el decreto que firmó el presidente
Ibáñez, el 20 de junio de 1927, donde se
disponía que, a partir del 12 de octubre de aquel
año, se adoptase la ortografía académica en
todos los establecimientos de enseñanza pública y
en la redacción de todos los documentos oficiales. El gran
lingüista suramericano Ángel Rosenblat
escribiría que la unidad ortográfica es «la
mayor fuerza aglutinante, unificadora de una amplia comunidad
cultural: por debajo de ella pueden convivir sin peligro todas
las diferencias dialectales». Y añadiría:
«El triunfo de la ortografía académica es el
triunfo del espíritu de unidad
hispánica».
La Real Academia Española ha elevado a la
categoría de objetivo prioritario en los estatutos
vigentes el de «velar porque los cambios que
experimente la lengua española en su constante
adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren
la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito
hispánico».
Quiere esto decir que nuestro viejo lema fundacional,
«limpia, fija y da esplendor», ha de leerse ahora,
más cabalmente, como «unifica, limpia y
fija» y que esa tarea la compartimos, en mutua
colaboración, con las veintiuna Academias de la Lengua
Española restantes, las de todos los países donde
se habla el español como lengua propia. Es lo que hemos
hecho en esta ocasión. Si ya Bello entendía,
pensando en la Real Academia Española y en las
contradicciones de sus propios criterios ortográficos, que
un cuerpo colectivo no puede proceder con la misma fijeza de
principios que un individuo, imagínese hasta dónde
puede llegar la dificultad de cohonestar actitudes u opiniones
contrarias cuando el cuerpo colectivo está constituido por
la asociación de tan notable número de cuerpos
colectivos previos, y la lengua que es objeto del acuerdo no es
ya una lengua de menos de cuarenta millones de personas, como era
entonces, sino un idioma universal con más de
cuatrocientos millones de hablantes.
Conviene hacer patentes estas cosas, pues son muchos
los, arbitristas de la Ortografía que
acuden a esta Institución o salen a la palestra, con mejor
intención que acierto, pidiendo u ofreciendo radicales
soluciones a los problemas ortográficos o cebándose
con fáciles diatribas en el sistema establecido. Entre
esas personas bienintencionadas ni siquiera han faltado
académicos que hayan presentado propuestas simplificadoras
en los congresos de la Asociación de Academias. A todos
estos entusiastas debería recordárseles que ya
Nebrija, su más antiguo e ilustre predecesor, quien
recuperó para nuestra lengua el principio de Quintiliano
según el cual se debe escribir como se pronuncia, no
olvidó en ningún caso que el propio calagurritano
había hecho una salvedad: nisi quod consuetudo
obtinuerit, y advirtió que «en aquello que es
como ley consentida por todos es cosa dura hacer
novedad».
La evolución de la ortografía
académica ha estado regulada por la utilización
combinada y jerarquizada de tres criterios
universales: la pronunciación, la etimología
y el uso, que, como decía Horacio, es en cuestiones de
lenguaje el árbitro definitivo. La Real Academia
Española, como tal Corporación, se siente hoy
orgullosa de que sus antecesores, durante el siglo transcurrido
entre 1741, fecha de la primera edición de la
Ortographía, y 1844, fecha del Real Decreto
sancionador, tuviesen tan buen sentido, tan clara
percepción de lo comúnmente aceptable, tal
visión de futuro y tanto tino como para conseguir encauzar
nuestra escritura en un sistema sin duda sencillo, evidentemente
claro y tan adaptado a la lengua oral que ha venido a dotar a
nuestra lengua castellana o española de una
ortografía bastante simple y notoriamente envidiable, casi
fonológica, que apenas si tiene parangón entre las
grandes lenguas de cultura.
En 1843, una autotitulada «Academia Literaria y
Científica de Profesores de Instrucción
Primaria» de Madrid se había propuesto una reforma
radical, con supresión de h, v y q,
entre otras estridencias, y había empezado a aplicarla en
las escuelas. El asunto era demasiado serio y de ahí la
inmediata oficialización de la ortografía
académica, que nunca antes se había estimado
necesaria. Sin esa irrupción de espontáneos
reformadores con responsabilidad pedagógica, es muy
posible que la Corporación española hubiera dado un
par de pasos más, que tenía anunciados y que la
hubieran emparejado con la corriente americana, es decir, con las
directrices de Bello.
En la octava edición de la
Ortografía, la de 1815, al
deslindar los usos de y e i, consonante la
primera, vocal la segunda, se añade «con algunas
excepciones por ahora», y al tratar de la posibilidad de
poner limites, igualmente, entre j y g, la
Academia estima la reforma de tanta trascendencia que prefiere
«dejar que el uso de los doctos abra camino para
autorizarla con acierto y mayor oportunidad». Como esos dos
deslindes fueron objetivo primordial en el proyecto de Bello y
los dos más persistentes en la largamente
mantenida disidencia chilena, parece obvio suponer que la Real
Academia Española, sin la obligada intervención
gubernamental, o sea, sin la descabellada actuación de los
maestros madrileños, hubiera terminado
aceptándolos, puesto que era proclive a ello, y la
ortografía del español sería hoy,
quizá, muy semejante a la que se empeñó en
utilizar uno de nuestros mayores poetas, Juan Ramón
Jiménez, que se sentía solidario de esas
simplificaciones hispanoamericanas de su época, a las que
no faltaban adictos peninsulares.
Pero no fue así, por esas razones que decimos, y
tal vez la Academia fuera la primera en lamentarlo.
Las cosas, pues, quedaron como quedaron y son como son,
y ahora cualquier variación en los hábitos resulta
mucho más ardua, afecta a muchas más personas y
requiere el acuerdo previo de veintidós corporaciones
asociadas. Baste recordar aquí que un asunto
mínimo, ni siquiera ortográfico sino
clasificatorio, la recuperación del orden
alfabético latino universal, que la Academia había
alterado para el uso hispánico en 1803, al otorgar
carácter de letras unitarias e independientes a los
dígrafos ch y ll, movida precisamente
por su vocación fonológica en la
interpretación de la lengua escrita, requirió dos
congresos de Academias y larguísimas discusiones para su
aprobación, pese a que nos lo solicitaban los organismos
internacionales y en nuestras propias naciones eran ya muchas las
entidades, públicas y privadas, que lo habían
adoptado.
¿Quiere esto decir que el código
ortográfico recogido en esta obra debe ser invariable,
definitivo, resistente a toda discrepancia y sin posibilidad de
modificación posterior? De ningún modo. Y prueba
evidente de ello es que, a petición de varias Academias
americanas, el texto de esta edición contiene algunas
novedades, mínimas, de doctrina, destinadas a regularizar
ciertos aspectos relativos a la acentuación
gráfica: el uso de la tilde en las formas verbales
incrementadas con pronombres átonos —que ahora
siguen en todos los casos las reglas generales de
acentuación— y la colocación del acento
gráfico en hiatos y diptongos — incluidos au,
eu, ou en posición final—, que a partir de
ahora podrá regirse, si así lo desean quienes
escriben, por convenciones generales, no sujetas a las
diferencias de pronunciación lógicas en un idioma
cuyo empleo como lengua materna llega a cuatro
continentes.
Lo que la Real Academia Española cree, con todas
las Academias asociadas, es que un código tan ampliamente
consensuado merece respeto y acatamiento, porque, en
última instancia, los hispanohablantes hemos de
congratularnos de que nuestra lengua haya alcanzado con él
un nivel de adecuación ortográfica que no muchos
idiomas poseen. Pueden existir dudas para un oyente en el momento
de elegir el signo que corresponde a tal sonido en una voz
determinada, pero no existe prácticamente nunca problema a
la hora de reproducir oralmente el sonido que le corresponde a
cada letra, en cada situación, según las reglas
establecidas. Y eso, en un mundo intercomunicado por distintos
sistemas de signos, es un bien impagable, aunque, por supuesto,
pueda ser mejorado.
La Real Academia Española no abdica del
espíritu progresivamente reformista que alentó en
ella desde sus comienzos y no renuncia a nada que pueda redundar
en beneficio de nuestra común lengua española, de
acuerdo siempre con el parecer compartido por las otras Academias
hermanas y con el juicio valorativo que cualquier propuesta le
merezca al conjunto de ellas en su asociación. Como
decía con acierto otro notable gramático del siglo
XIX, Vicente Salvá, refiriéndose precisamente a
estas cuestiones ortográficas, «el trabajo en tales
negocios no está en señalar lo mejor, sino lo que
es hacedero».
Presentamos, pues, esta nueva versión de la
Ortografía académica, que se ha
procurado modernizar en el estilo, actualizar en los ejemplos,
aliviar de tecnicismos, ilustrar con referencias
históricas y desmenuzar en la casuística, pensando
siempre en el gran público al que va dirigida. Se
diferencian convenientemente, por medios tipográficos, lo
que son normas de lo que no es otra cosa que orientación
práctica para el uso, e igualmente otros aspectos del
contenido.
Todo ello fundado, es importante advertirlo, en la
última edición del Diccionario
académico, de 1992, y en las ediciones y enmiendas a este
repertorio que La Corporación ha aprobado con
posterioridad.
Confiamos en que esta publicación resulte
útil a todos aquellos hispanohablantes, de nacimiento o de
elección, que hayan de escribir nuestra lengua y a quienes
se les planteen determinadas dudas, y aguardamos, como siempre,
el juicio de los doctos. Cualquier reflexión o cualquier
indicación que ayude a mejorarla será bien
recibida.
Es de justicia que las últimas palabras sean de
gratitud a los lingüistas que han colaborado con nosotros y,
sobre todo, a las Academias hermanas que, con su
diligente, minucioso y esmerado trabajo de revisión, han
enriquecido el texto y han sancionado esta obra como la
Ortografía de la comunidad
hispánica.
Madrid, junio de 1999
CAPÍTULO I
ELEMENTOS Y
PRINCIPIOS GENERALES DE LA ORTOGRAFÍA
ESPAÑOLA
La Ortografía es el conjunto de
normas que regulan la escritura de una lengua.
1.1. Fundamentos de la ortografía
española
Como en otros muchos idiomas; la escritura
española representa la lengua hablada por medio de letras
y de otros signos gráficos.
En su intención original, el abecedario o serie
ordenada de las letras de un idioma constituye la
representación gráfica de sus fonemas usuales, es
decir; de los sonidos que de modo consciente y diferenciador
emplean los hablantes1. Una ortografía ideal
debería tener una letra, y solo una, para cada fonema, y
viceversa. Pero tal correspondencia, por motivos
históricos y de diversa índole, no se produce en
casi ninguna lengua, aunque el español es de las que
más se aproximan a ese ideal teórico.
Como las demás lenguas románicas, el
español se sirvió básicamente desde sus
orígenes del alfabeto latino, que fue adaptado y
completado a lo largo de los siglos. El abecedario español
quedó fijado, en 1803, en veintinueve letras (27 letras),
cada una de las cuales puede adoptar la figura y tamaño de
mayúscula o minúscula.
He aquí sus formas y nombres:
En realidad; ch y ll son
dígrafos, signos ortográficos compuestos de dos
letras. Desde la cuarta edición del Diccionario
académico (1803) vienen, sin embargo,
considerándose convencionalmente letras —cuarta y
decimocuarta, respectivamente, del abecedario
español—, por el hecho de que cada uno de ellos
representa un solo fonema.
A petición de diversos organismos
internacionales, la Asociación de Academias de la Lengua
Española acordó en su X Congreso
(Madrid, 1994) reordenar esos dígrafos en el lugar que el
alfabeto latino universal les asigna. Así pues, en el
Diccionario, las palabras que comienzan por
ch se registrarán en la letra C entre las
que empiezan por ce y ci; las que comienzan por
ll, en la letra L entre las que empiezan por
li y lo. En el resto de la ordenación
alfabética, las palabras que contengan ch
y ll en otras posiciones distintas a la inicial
pasarán a ocupar el lugar que en la secuencia del alfabeto
universal les corresponde.
1.2. Correspondencia del abecedario del
español con su sistema fonológico
La fijación de nuestra ortografía es el
resultado de un largo proceso de constantes ajustes y reajustes
entre la pronunciación y la
etimología, gobernado por la costumbre
lingüística. Entre ortografía y
pronunciación existen, en consecuencia, desajustes
motivados por la evolución fonética del idioma, por
sus variedades dialectales (el español se extiende por
más de veinte países) y por la misma
tradición ortográfica.
Así; en nuestro sistema gráfico se
encuentran casos de fonemas representados por un dígrafo o
grupo de dos letras, letras que pueden representar más de
un fonema, fonemas que pueden ser representados por varias
letras, una letra que representa un grupo de fonemas y otra que
no representa ningún fonema.
1.2.1. Fonemas representados con un
dígrafo2
a) El fonema africado palatal sordo de, por ejemplo,
chaleco, se representa con el dígrafo
ch.
b) El fonema lateral palatal de llave, con el
dígrafo ll. Actualmente, en la mayor parte
de los territorios de habla española es frecuente la
identificación de este fonema con el fricativo palatal
sonoro representado en la escritura por y
(identificación conocida con el nombre de
yeísmo).
c) El fonema vibrante múltiple de corro,
con el dígrafo rr.
d) El fonema oclusivo velar sordo de queso y el
fonema velar sonoro de guitarra se escriben con los
grupos qu y gu (delante de las vocales e, i),
respectivamente.
1.2.2. Letras que pueden representar fonemas
diferentes
a) La c ante a, o, u
representa el fonema oclusivo velar sordo de casa,
cómodo y cuñado. Ante e,
i, como en cepa o cine, puede
representar, de acuerdo con el origen geográfico de
los hablantes, otros dos fonemas:
¦ El fricativo interdental sordo, dominante en
las variedades españolas habladas en el norte, centro y
este de la Península Ibérica;
representado también mediante la letra
z.
¦ El fricativo sordo, de articulación
mayoritariamente predorsal, representado también en la
escritura mediante la letra s. Este fenómeno de
identificación, conocido con el nombre de seseo,
es general, actualmente, en el suroeste de la Península
Ibérica; en las Islas Canarias y en toda la América
hispana.
b) La z representa el fonema interdental
fricativo sordo de zapato o azul. En zonas, de
seseo representa también el fonema predorsal equivalente
al de la letra s.
c) La ll representa el fonema lateral palatal
de lleno o rollo. En zonas yeístas;
corresponde también al fonema fricativo palatal sonoro
representado en otros lugares mediante la letra
y.
d) La g, tanto ante a, o,
u y agrupada con otra consonante como en el grupo
gu ante e, i, representa el fonema
velar sonoro, como en gato, gorra, grande, glosa,
Gutiérrez, guiso; mientras que ante e,
i representa el fonema fricativo velar sordo de
gemelos y gitano.
e) La r sencilla, tanto inicial de palabra como
antecedida por una consonante que no pertenece a la misma
sílaba, representa una vibrante
múltiple (como en ratón y
alrededor), mientras que en posición
intervocálica y final de sílaba, así como en
los grupos consonánticos br, cr, dr, fr, gr, kr, pr y
tr, representa el fonema vibrante simple de caro y
brisa.
f) La y puede tener un valor
consonántico al representar el fonema palatal sonoro, como
en yema, y un valor vocálico equivalente al
representado por la letra i en palabras como
y, rey, hoy.
g) La w representa el fonema labial sonoro en
palabras de origen visigodo o alemán, como Wamba,
Witiza y wagneriano, y el fonema
vocálico equivalente al representado por la letra u en
palabras de origen inglés, como whisky y
washingtomano.
1.2.3. Fonemas que pueden ser representados
por varias letras diferentes
a) El fonema labial sonoro puede ser representado por
las letras b, v y w, como en
barco, vela y wolframio.
b) El fonema oclusivo velar sordo se puede transcribir
con las letras c y k y con el grupo
qu, como en casa, kilómetro y
quien.
c) El fonema fricativo velar sordo se puede representar
con la letra j, o con la letra g ante
e, i, como en jardín, jerez, jirafa,
jota, judía, gente y
girar.
OBSERVACIÓN HISTÓRICA
Las letras g (ante e, i),
j y x representaban en la ortografía
medieval dos fonemas palatales distintos, sonoro el primero, como
en muger y paja, y sordo el segundo, como en
dixo.
Ambos sonidos se identificaron primero en el sonido
sordo y, a partir del siglo XVI evolucionaron hacia el fonema
moderno correspondiente a j, fricativo velar y sordo;
así pronunciamos y escribimos hoy mujer,
paja y dijo.3
d) El fonema fricativo interdental sordo puede ser
representado con z ante a, o,
u, con la misma letra en posición final de
sílaba y con c ante e, i, como
en zapato, zorro, zurdo, paz, diezmo, cena y
cigarro. En excepciones que después se
verán, también puede ser representado con
z ante e, i.
OBSERVACIÓN HISTÓRICA
La situación actual, en la que ambas
representaciones gráficas comparten un mismo valor
fonológico, contracta con el diferente valor que
tenían estas letras siglos atrás: c o
ç representaban un fonema sordo (crece,
plaça), y z el correspondiente sonoro
(vezino, haze).
e) En los países y regiones donde se practica el
seseo, c (ante e, i), z y
s se neutralizan en el fonema fricativo sordo de
pronunciación mayoritariamente predorsal, si bien la
ortografía mantiene el empleo de las letras según
el uso castellano.
Lo mismo ocurre con la pronunciación
yeísta que articula La ll como
y.
f) El fonema vocálico cerrado y anterior puede
ser representado con las letras i e y, como en
iglesia, cantáis, hay,
rey.
OBSERVACIÓN HISTÓRICA
En los textos antiguos se escribían las letras
i, u, v sin distinguir si eran vocales
o consonantes. Por ejemplo: iazía (hoy
yacía), io (yo),
iunque (yunque), cuéuano
(cuévano), uestir (vestir),
vno (uno), vsar
(usar).
g) El fonema vocálico cerrado y posterior puede
ser representado con la letra u, como en
guardar, útil, y en algunas palabras de
origen inglés o derivadas de esta lengua, con la letra
w, como en washingtoniano y
whisky.
OBSERVACIÓN HISTÓRICA
Otros fonemas existentes en el sistema fonológico
del español antiguo han desparecido en el sistema actual.
Así sucedió en el caso de la oposición entre
el fonema fricativo alveolar sordo y el correspondiente sonoro,
representados en posición intervocálica con las
grafías –ss– (passar) y –s–
(casa) respectivamente. Durante la Edad Moderna se
perdió esta diferencia fonética en favor de la
pronunciación sorda, y la ortografía reflejó
el cambio empleando la s única en lodos los
casos.
1.2.4. La x
El español cuenta con una letra, la
x, que representa un grupo de dos fonemas, los
correspondientes a las secuencias de letras ks
o gs, especialmente en posición
intervocálica. Así, por ejemplo, en examen
o boxeo. (Véase también 2.11).
1.2.5. La
h
Esta letra, que en otro tiempo
representó una aspiración, carece hoy de valor
fonológico y no representa sonido
alguno.4
1.3. Otros signos empleados en la
escritura del español
Junto con las letras, se usan en la
escritura otros signos que sirven para indicar la
pronunciación de las palabras y la
entonación de los enunciados, así como
para facilitar la comprensión de los textos escritos
(véanse capítulos IV y V). La Ortografía
establece cómo se han de emplear las letras y los signos
auxiliares de la escritura.
CAPÍTULO II
USO DE VARIAS
LETRAS EN PARTICULAR
La falta de correspondencia que se produce en algunos
casos entre el sistema gráfico y el sistema
fonológico del español afecta especialmente a la
ortografía de las consonantes. Caso distinto es el de las
vocales, que responden, en la mayoría de los casos, a la
representación de los sonidos respectivos.
Conviene, pues, estudiar con mayor detenimiento la
correspondencia entre algunos fonemas consonánticos y sus
respectivas grafías, para proponer después notas
orientadoras que faciliten la práctica
ortográfica.
Para evitar la repetición de una norma que afecta
a todos los apartados de este capítulo, debe tenerse en
cuenta que los compuestos y derivados creados en nuestra lengua a
partir de una determinada voz adoptan, en el lugar que les
corresponde, las letras de la palabra primitiva. Así,
verbal se escribe con v y b por
derivar de verbo, virtuoso conserva la
v de virtud. etc. Lo mismo sucede con las
variantes de género y número y con la
flexión verbal. Esta norma no afecta, claro está, a
los cambios de letra impuestos mecánicamente por la
variación en la secuencia escrita. Así,
palidecer y cruces se escriben con c
por estar esta letra ante e, pese a que palidez
y cruz se escriben con z.
2.1. Letras b, v, w
En la mayor parte de España y en la totalidad de
Hispanoamérica, las letras b, v, y a
veces la w, representan hoy el mismo fonema
labial sonoro, lo que origina numerosas dudas sobre su escritura.
Éstas son aún mayores en el caso de las palabras
homófonas, porque en ellas el empleo de una u otra letra
diferencia significados (por ejemplo: baca /
vaca).
Caso aparte es el de los nombres propios, en los que el
uso arbitrario de b o v parece un resto del
trueque de estas letras en siglos pasados. Así,
Balbuena/Valbuena o
Tobar/Tovar.
OBSERVACIÓN
HISTÓRICA
La ortografía española
mantuvo por tradición las letras b y v,
que en latín respondían a una oposición con
valor fonológico. Por esta razón, nuestra lengua
respetó la grafía de las palabras con b o
v según la tuvieran en su lengua, de origen, como sucede
en los casos de abundancia, bimestre, bondad, beber, deber,
haber, verdad, verbena o ventura, que provienen de las
latinas abundantia(m),
bimstre(m), bonitate(m),
bibere, debere, habere, veritate(m),
verbena(m) o ventura(m). No
obstante, como en castellano antiguo b y v,
distribuidas de modo distinto al actual, posiblemente si
respondían también a una distinción
fonológica propia, perviven casos de b
antietimológica (es decir, donde el uso se ha impuesto a
la etimología), como abogado, abuelo, barbecho, barrer
o embaír, procedentes de palabras latinas con
v: advocato(m),
aviolu(m), vervactu(m),
verrere o invadere. De la misma manera, hay
palabras con grafía v procedentes de palabras con
b latina, como maravilla, de
mirabilia; a estas excepciones podrían
añadirse muchas más. Un segundo grupo de palabras
que por su origen se escriben con b es el de aquellas
que en latín tenían p
intervocálica, después sonorizada en b. Es
el caso de caber, saber, obispo,
recibir y riba, que proceden de
capere, supere, episcopu(m),
recipere y ripa(m). Los compuestos con
el último de estos vocablos, así como los derivados
de él, han de escribirse, pues, con b:
Ribarroja, Ribadesella, ribazo, ribera, rivero. (No
obstante, véase 2.12).
2.1. Letra b
La letra b siempre representa el
fonema labial sonoro de barco, beso,
blusa o abuelo.
Notas orientadoras sobre el uso de la
letra b
Se escriben con b:
a) Los verbos terminados en -bir.
Ejemplos: escribir, recibir, sucumbir. Excepciones en
voces de uso actual: hervir, servir, vivir y sus
compuestos.
b) Los verbos terminados en -buir.
Ejemplos: contribuir, atribuir, retribuir. c) Los verbos
deber, beber, caber, saber y haber.
d) Las terminaciones –aba, -abas,
-ábamos, -abais, -aban del pretérito
imperfecto de indicativo (copretérito, en la
terminología de Andrés Bello) de los verbos de la
primera, conjugación. Ejemplos: cantaba, bajabas,
amaban.
e) El pretérito imperfecto de
indicativo de ir: iba, ibas, etc.
f) Las palabras que empiezan por el
elemento compositivo biblio- ('libro') o por las silabas
bu-, bur- y bus-. Ejemplos: biblioteca,
bula, burla, buscar. Excepción: vudú
y sus derivados, además de otras voces caídas en
desuso.
g) Las que empiezan por el elemento
compositivo bi-, bis-, biz- ('dos' o 'dos veces').
Ejemplos: bipolar, bisnieto, bizcocho.
h) Las que contienen el elemento
compositivo bio-, –bio ('vida'). Ejemplos:
biografía, biosfera, anaerobio,
microbio.
i) Las palabras compuestas cuyo primer
elemento es bien o su forma latina bene.
Ejemplos: bienaventurado, bienvenido,
beneplácito.
j) Toda palabra en que el fonema labial
sonoro precede a otra consonante o está en final de
palabra.
Ejemplos: abdicación,
abnegación, absolver, obtener, obvio, subvenir, amable,
brazo, rob, nabab. Excepciones: ovni
(acrónimo de objeto volante no identificado) y
algunos términos desusados.
En las palabras obscuro, subscribir,
substancia, substitución, substraer y sus compuestos
y derivados, el grupo -bs- se simplifica en s.
Ejemplos: sustancia, sustantivo, oscuro.
k) Las palabras acabadas en
-bilidad. Ejemplos: amabilidad, habilidad,
posibilidad. Excepciones: movilidad, civilidad y
sus compuestos.
l) Las acabadas en -bundo y
-bunda. Ejemplos: tremebundo, vagabundo,
abunda.
2.1.2. Letra
v
La letra v siempre representa el
fonema labial sonoro de vaso, vida, invadir o
cavar.
Notas orientadoras sobre el uso de la
letra v
Se escriben con v:
a) Las palabras en las que las
sílabas ad-, sub- y ob- preceden al
fonema labial sonoro. Ejemplos: adviento, subvención,
obvio. b) Las palabras que empiezan por eva-, eve-,
evi- y evo-. Ejemplos: evasión,
eventual, evitar, evolución. Excepciones:
ébano y sus derivados, ebionita. ebonita y
eborario.
c) Las que empiezan por el elemento
compositivo vice-, viz- o vi- ('en lugar de'). Ejemplos:
vicealmirante, vizconde, virrey.
d) Los adjetivos llanos terminados en
-avo, -ava, -evo, -eva, -eve, -ivo, -iva. Ejemplos:
esclavo, octava, longevo, nueva, nieve, decisiva,
activo. Excepciones: suabo y
mancebo.5
e) Las voces llanas de uso general
terminadas en –viro,. -vira, como decenviro, Elvira,
triunviro, y las esdrújulas terminadas en
–ívoro, -ívora, como
carnívora, herbívoro, insectívoro.
Excepción: víbora. f) Los verbos acabados
en -olver. Ejemplos: absolver, disolver,
volver.
g) Los presentes de indicativo, imperativo
y subjuntivo del verbo ir. Ejemplos: voy, ve,
vaya.
h) El pretérito perfecto simple de indicativo (o
pretérito, según Bello) y el pretérito
imperfecto (pretérito) y futuro de subjuntivo de los
verbos estar, andar, tener y sus compuestos. Ejemplos:
estuvo, estuviéramos, estuviere, anduve, desanduvo,
desanduviere, tuviste, retuvo, sostuviera, contuviese,
mantuviere.
2.1.3. Letra
w
La letra w puede representar dos
fonemas diferentes: el labial sonoro en palabras como
wagneriano y el fonema correspondiente a
u en palabras como washingtoniano. La letra
w solo se utiliza en palabras de origen germánico
como las siguientes:
a) Determinados nombres propios de origen
visigodo. Ejemplos: Wamba, Witiza.
b) Algunos derivados de nombres propios
alemanes. Ejemplos: wagneriano, weimarés. c)
Algunas palabras de origen inglés. Ejemplos: watt,
washingtoniano, whisky.
En los dos primeros casos6, la w
representa el fonema labial sonoro. En las palabras de
procedencia inglesa7, en cambio, la pronunciación
corresponde a la de u.
En palabras totalmente incorporadas al
idioma, la grafía w ha sido reemplazada por
v simple: vagón, vals, vatio; o por
b: bismuto. En palabras de uso
menos frecuente alternan las dos grafías, como sucede en
wolframio / volframio; o existen dos variantes,
una más próxima a la palabra de origen y otra
adaptada, como wellingtonia /
velintonia.
2.2. Letras c, k, q, z;
dígrafo ch
a) El fonema oclusivo velar sordo de casa, queso,
kárate se realiza en la escritura con las siguientes
letras: con c ante a, o, u,
ante consonante y en posición final de sílaba y de
palabra, como sucede en carta, colegio, cubierto, clima,
actor, vivac, con k ante cualquier vocal, ante consonante y
en posición final de palabra, como sucede en
kárate, kilo, Kremlin,
anorak; con el dígrafo qu ante
las vocales e, i, como sucede en queso,
quitar.
b) El fonema fricativo interdental sordo de
zapato, cebra, cielo, que se
identifica con el alveolar o dental en zonas de seseo, se
realiza en la escritura con las letras siguientes: con
z ante a, o, u, en
posición final de sílaba y de palabra, como sucede
en zarpa, zoquete, zueco, diezmo, pez; con
c ante las vocales e, i, como sucede
en cero, cima.
Sin embargo, hay abundantes excepciones a la norma
general que establece el uso de c ante las vocales
e, i: azerbaiyano,
azerí, chalazión,
elzevir, elzeviriano, elzevirio,
enzima ('fermento'), enzimático,
enzimología, nazi, nazismo,
razia, zéjel, zen,
zendal ('grupo indígena mexicano'),
zendo, zepelín, zigurat,
zigzag, zigzaguear, zinguizarra,
zipizape, ziranda, zis zas.
Además, algunas palabras pueden escribirse
indistintamente con c o z, pero se prefiere la
variante escrita con c. Este es el caso, por
ejemplo, de: bencina / benzina, cebra
/ zebra, cernit / zenit,
eccema / eczema, etc.
OBSERVACIÓN HISTÓRICA
La c con una coma o virgulilla en su curva
inferior (ç) es la letra llamada cedilla (o ce
con cedilla). Se usó antiguamente para el sonido sordo
(plaça) semejante y opuesto al de la antigua
z sonora (vezino). Hoy se emplea para
transcribir textos con ortografía antigua8.
2.2.1. Letra c
La letra c puede representar dos fonemas: uno
oclusivo velar sordo ante las vocales a, o, u, ante
consonante y en posición final de
sílaba o de palabra, como sucede en carta, clima,
acné, vivac, y otro fricativo interdental sordo ante
las vocales e, i, como en cebo,
cifra. En zonas de seseo, ante e, i
representa el sonido correspondiente a s.
Notas orientadoras sobre el uso de la
letra c
a) El grupo –cc-. En posición
final de sílaba ante el sonido fricativo interdental
sordo, la pronunciación de la letra c tiende a
perderse en algunas hablas dialectales o descuidadas,
confluyendo entonces las terminaciones -ción y
-cción, lo que origina errores
ortográficos. Por regla general, se escribirá
-cc- cuando en alguna palabra de la familia
léxica aparezca el grupo –ct-. Ejemplos:
adicción (por relación con
adicto), reducción (con
reducto), dirección (con
director). Hay, sin embargo, palabras que se escriben
con –cc– a pesar de no tener ninguna palabra de su
familia léxica con el grupo -ct-. Ejemplos:
succión, cocción, confección,
fricción, etc. Otras muchas palabras de este grupo,
que no tienen -ct- sino -t- en su familia léxica, se
escriben con una sola c. Ejemplos: discreción
(por relación con discreto),
secreción (con secreto),
relación (con relato), etc.
b) Se escriben con c las palabras que
tienen el sonido oclusivo velar sordo de cama y
cosa a final de palabra. Ejemplos: frac, vivac,
cinc. Excepciones: amok, anorak, bock, yak, cok, cuark o
quark y volapuk.
2.2.2. Letra k
La letra k siempre representa el fonema
oclusivo velar sordo de kilómetro.
Se escriben con k palabras
procedentes de otras lenguas en las que se ha intentado respetar
la ortografía originaria. Ejemplos: káiser,
kiwi, kermés, kurdo. Muchas de ellas pueden
también escribirse con qu o c, como
quermés o curdo.
2.2.3. Letra q
La letra q aparece agrupada siempre con la
letra u, que entonces no suena ante e,
i. El grupo que forman representa el fonema oclusivo
velar sordo de queso y
quizás.
OBSERVACIÓN HISTÓRICA
Antiguamente se usaba la q ante las vocales
a, o, interponiendo la letra u, que se
pronunciaba como tal: quando, quatro, etc. En
las combinaciones que, qui, sobre la u
se escribía diéresis para indicar que debía
pronunciarse. Por ejemplo:
qüestión.
Se escriben con qu:
a) Las palabras en que el fonema mencionado precede a
las vocales e, i. Ejemplos: esquela,
aquí, quiste. De ahí que las formas de un
amplio grupo de verbos cuyos infinitivos terminan en
-car cambien la c por qu en el
pretérito perfecto simple y en el presente de subjuntivo.
Ejemplos: remolqué (de remolcar),
ataquemos (de atacar).
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