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Las Verdades Ocultas en El Código Da Vinci (página 3)




Enviado por Lizbeth Quino Hurtado



Partes: 1, 2, 3, 4

Les intriga la intención que mueve a Brown al
revelarles el pasado: que hubo un oscuro período de la
historia, muy al principio, en el que la humanidad vivía
consciente de la necesidad de mantener equilibrados los elementos
masculino y femenino, y que lo conseguían por medio del
culto a espíritus y deidades masculinas y femeninas. Y es
aún más intrigante que hubiera, como dice Langdon a
Sophie, un período en el que un «paganismo
matriarcal» regía el mundo.

Los lectores se interesan también por la
afirmación de Brown sobre las mujeres y el cristianismo:
que Jesús enseñó la unión de los
aspectos de la realidad masculina y femenina, y que las mujeres
fueron líderes en la primitiva cristiandad hasta que el
«cristianismo patriarcal» llevó a cabo una
«campaña de propaganda que demonizaba lo sagrado
femenino y erradicaba definitivamente a la diosa de la
religión moderna».

En esta visión del pasado es fácil
detectar una llamada a las mujeres que se sienten apartadas del
cristianismo por considerar (acertada o equivocadamente) injusto
el concepto que el cristianismo tiene de la mujer y el trato que
le dispensa.

Ahora bien, una opinión puede ser atractiva, pero
si no es cierta, ¿qué valor tiene?,
¿cómo puede ser una fuente de fuerza o de
inspiración?

LO «SAGRADO
FEMENINO»

Brown se inspira en un par de argumentos cuando escribe
(como hace incesantemente) sobre lo «sagrado
femenino».

En primer lugar está refiriéndose a una
escuela de pensamiento que surge en el siglo XIX afirmando que el
antiguo culto popular a las diosas había nacido de uno
más elemental a la «Madre Diosa», explicado en
parte por la antigua y profunda devoción popular por el
misterio y el poder del alumbramiento. Para apoyar esta
teoría, se basaba, entre otros hallazgos, en
descubrimientos arqueológicos de figuras femeninas
embarazadas. Esta teoría se desarrolló a finales
del siglo XX hasta afirmar, como aduce la escritora Charlotte
Allen, que:

«Esta consonancia con la naturaleza, el respeto a
la mujer, la paz y la cultura igualitaria prevalecieron en la
actual Europa Occidental durante miles de años… hasta
que los invasores indo-europeos arrasaron la zona introduciendo
dioses guerreros, armas diseñadas para matar a seres
humanos y una civilización patriarcal» (The
Atlantic,
enero 2001).

Sin embargo, en los últimos años, debido a
la ambigua naturaleza de esos artefactos hallados, al
descubrimiento de armas y a la patente evidencia del reparto del
trabajo basado en la división de sexos en muchos de esos
lugares, ha delimitado recientemente el mito de la Diosa Madre.
No existen pruebas que indiquen que tal época haya
existido alguna vez.

Una de las más extravagantes opiniones de Brown
es que incluso el antiguo judaísmo valoraba lo
«sagrado femenino» como un aspecto distinto del
divino, como lo demostraban las prácticas de sexo ritual
en el Templo de Jerusalén.

Esto es absolutamente extraño, y resulta
difícil averiguar dónde ha conseguido Brown tal
información. Ciertamente no hay prueba alguna que la
apoye, pues está en absoluta contradicción con lo
que las Escrituras hebreas requieren para los que están
involucrados en los sacrificios y los cultos del Templo: unos
ritos escrupulosos para la purificación que implican la
abstención de toda actividad sexual durante el
período anterior al desarrollo del culto. El jesuita
experto en Sagrada Escritura Gerald O'Collins refuta tajantemente
ese aserto:

«A propósito del judaísmo, Brown
introduce algunos errores increíbles sobre Dios y la
práctica ritual del sexo. Los estudiosos del Antiguo
Testamento coinciden en que, en algunas ocasiones, se empleaba la
prostitución para obtener dinero para el templo. Pero no
hay evidencias sobre la prostitución sagrada o ritual, y
ningún hombre israelita que acudiera al templo para
encontrarse con la divinidad y alcanzar su plenitud espiritual,
practicaría el sexo con las sacerdotisas (ver El
Código Da Vinci,
p. 384). En la misma página,
Brown explica que 'el Sancta Sanctorum albergaba no solo a Dios,
sino también a su poderosa equivalente femenina,
Shekinah'. Una palabra que no aparece en la Biblia, pero en los
escritos rabínicos antiguos, Shekinah se refiere
a la proximidad de Dios con su pueblo y no a una consorte
femenina» (America, 15 de diciembre del
2003).

O'Collins niega también la afirmación de
Brown que aparece en el mismo párrafo, según la
cual, YHWH se deriva de Jehováh, lo que, por supuesto, es
algo absolutamente ajeno a la realidad:

«Es también una pasmosa insensatez asegurar
como un "hecho" que el tetragrámaton judío, YHWH se
"deriva de Jehová, una andrógina unión
física entre lo masculino Jah y el nombre
prehebraico que se le daba a Eva, Havah".

YHWH se escribe en hebreo sin vocales. Los judíos
no pronuncian el nombre sagrado, pero "Yahvé" era
aparentemente la vocalización correcta de las cuatro
consonantes. En el siglo XVI, algunos escritores cristianos
introducen "Jehová" debido a la errónea creencia en
las vocales empleadas. Jehováh es un nombre artificial
creado hace menos de quinientos años, y ciertamente, no es
un antiguo nombre andrógino del que se deriva
YHWH».

Por supuesto, hubo deidades femeninas en las culturas
antiguas, como las hay hoy en los sistemas animista y
politeísta (tales como el Induismo). La mayoría de
las deidades femeninas eran consortes de las masculinas. Los
sistemas antiguos reflejan una conciencia de los principios
masculino y femenino en el tejido de la realidad, pero no
manifiestan un particular conocimiento o veneración por lo
«sagrado femenino», como Brown lo describe
insistentemente.

Una mirada hacia el cristianismo católico y
ortodoxo tal y como ha sido practicado durante dos mil
años no expresa exactamente una espiritualidad impregnada
de una imaginería patriarcal a expensas de la femenina.
Pero hablaremos de ello más tarde.

Por último, podríamos suponer que esas
sociedades alimentadas por el sistema espiritual sugerido por
Brown serían profundamente igualitarias.
Sorprendentemente, no encontramos ejemplos de tal igualitarismo
en cualquier cultura antigua que diera culto a dioses y diosas,
ni tampoco. en los que practicaban el sexo ritual (no tan cercano
ni universal como sugiere) que, en opinión de Brown,
unía la masculinidad y la feminidad en un extático
todo vivificante.

HEREJES Y BRUJAS

Aún la siguiente etapa de este panorama,
después de que la era matriarcal fue reemplazada, la
devoción a lo femenino pasó a la
clandestinidad.

En cuanto al cristianismo, Brown, aprovechando el
trabajo de varios escritores contemporáneos sobre las
mujeres y el cristianismo primitivo, insinúa que hubo una
rama del movimiento de Jesús centrada en la mujer. Esto es
lo que vemos, según Brown, cuando leemos los documentos
gnósticos que ponen al frente y como centro a María
Magdalena.

En realidad, ciertos sistemas se apartaron de la
corriente principal del cristianismo. Usaban la figura de Cristo
y algunas de sus enseñanzas para difundir esencialmente
las ideas gnósticas. No tuvieron relación directa
con los testigos del primitivo cristianismo, ni, por otra parte,
estaban centrados en la constante tradición antigua de lo
«sagrado femenino».

Según El Código Da Vinci lo
están. Después de que el cristianismo ortodoxo
«venciera» en Nicea -y sigue con su tema-,
continuó suprimiendo o seleccionando las pruebas de las
creencias paganas, a las que equipara con la devoción a lo
«sagrado femenino». Asimismo destruyó con
saña a las que persistían en sus ideas, como en el
caso de las brujas.

Concretando, cinco millones.

Sí, has oído bien. Brown afirma que esa
hostilidad hacia las mujeres, que borboteaba durante siglos, por
fin salió a la superficie cuando la Iglesia
católica ejecutó a cinco millones de mujeres
durante los trescientos años de la caza de brujas (Brown
no concreta de qué siglos se trata, pero podemos suponer
que se refiere a los años 1500 a 1800, el período
en el que tuvo lugar con mayor rigor la caza de brujas en
Europa).

Esto lo tienes que haber oído antes: es una cifra
que sueles encontrar en los coloquios de Internet sobre los
horrores de la Iglesia católica. Pero eso, como tantas
cosas en este libro, es falso.

Charlotte Allen, en su artículo de la revista
Atlantic, reúne las investigaciones más
recientes sobre el tema (que es importante) y dice que la
mayoría de los expertos han fijado en unas cuarenta mil
las ejecuciones relacionadas con la brujería durante este
período, algunas por orden de organismos católicos,
otras por protestantes y la mayoría por los gobiernos. y,
a propósito, alrededor de un treinta por ciento de las
acusaciones de brujería se hicieron en contra de
hombres.

«El estudio más completo sobre la
brujería es Witches and Neighbors (1996), de
Robin Briggs, un historiador de la Oxford University que ha
estudiado detalladamente los documentos sobre los juicios
europeos a las brujas, llegando a la conclusión de que la
mayoría de ellos tuvieron lugar durante un período
relativamente corto, de 1550 a 1630, Y que se limitaron a la
actual Francia, Suiza y Alemania, que ya estaban sacudidas por la
confusión política y religiosa causada por la
Reforma. La mayoría de las acusadas lejos de ser un grupo
de mujeres librepensadoras, eran principalmente pobres e
impopulares. Sus acusadores solían ser ciudadanos
corrientes (a menudo, otras mujeres) y no autoridades clericales
o seculares. De hecho, a las autoridades les disgustaba,
generalmente, juzgar casos de brujería y absolvían
a más de la mitad de los demandados. Briggs ha descubierto
también que ninguna de las brujas que fueron encontradas
culpables y condenadas a muerte fueron acusadas
específicamente de practicar una religión
pagana» (Allen, «The Scholar and the Goddess»,
Atlantic Monthly, enero 2001).

¿Es el Malleus Malleficarum (El
martillo de las brujas) un documento auténtico? Sí,
y, aunque importante, no es el manual universal para juzgar a las
brujas, como afirma Brown. Está escrito por un dominico,
Heinrich Kramer, que afirma haberlo basado en su experiencia tras
juzgar un centenar de casos. En realidad, los documentos indican
que solamente juzgó a ocho mujeres y que fue expulsado por
el obispo de la siguiente ciudad en la que trató de
trabajar.

Realmente es trágico y, desde nuestro punto de
vista, injusto que hombres y mujeres fueran ejecutados por dichos
motivos. Sin embargo, a lo largo de la historia humana, la
mayoría de las sociedades no han protegido la libertad de
pensamiento, de religión o de expresión. De hecho,
se da exactamente el caso opuesto. Muchas de ellas han implantado
serias restricciones sobre lo que sus miembros pueden manifestar
en público y sobre el modo de animar a actuar a los
demás, y frecuentemente han hecho retractarse a los
transgresores por medio de duros castigos. Esto no lo ha
inventado la Iglesia católica ni la protestante. Por
supuesto, eso no hace menos desafortunado el hecho de que, en ese
periodo de la historia, las Iglesias cristianas no fueran unos
testigos firmes del Evangelio.

¿NO ESTAMOS OLVIDANDO
ALGO?

En El Código Da Villci, Brown insiste en
que, aproximadamente, en los dos mil últimos años,
el cristianismo ha sido ferozmente patriarcal, y está
dispuesto a honrar todo indicio de lo «sagrado
femenino» en cualquier lugar que surja.

Aparentemente, Brown nunca ha oído hablar de
María, la Madre de Jesús.

Si realmente deseas apreciar la distancia que hay entre
las afirmaciones de esta novela y la realidad del cristianismo,
reflexiona un momento sobre esta patente y extraña
omisión. Y pregúntate por la razón. Y solo
podemos llegar a la conclusión de que la enorme
importancia de María en el pensamiento y las
manifestaciones cristianas socavan a los argumentos de Brown
sobre el temor que el cristianismo siente por lo «sagrado
femenino»; en consecuencia, Brown decide que lo mejor es
pretender que nunca sucedió.

Pero sucedió. El estudioso Jaroslav Pelikan
escribe:

«…si pudiéramos permitir que los miles de
mujeres del medioevo recuperaran sus voces perdidas, las pruebas
que encontramos en los escasos documentos escritos que nos
dejaron demuestran que muchas de ellas se identificaban
plenamente con la figura de María: con su humildad,
sí, pero también con su fortaleza y con su
victoria. Por el papel que ha desempeñado en la historia
de los veinte siglos pasados, la Virgen María ha sido el
tema de más pensamientos y discusiones sobre lo que
significa ser una mujer que cualquier otra de la historia
occidental» (María a través de los
siglos).

Cuando los seres humanos intentan conocer a Dios y
relacionarse con Él, la misma humanidad que hace posible
la intimidad con Dios -porque los humanos están hechos a
su imagen– también les limita. Nuestro lenguaje no llega a
tanto, nuestra idea de Dios no puede alcanzar más
allá de nuestra existencia de criaturas encarnadas en el
espacio y en el tiempo, y nuestra experiencia personal nos tiene
apresados.

Sin embargo, es dentro de este mundo, y a través
de las cosas que Él mismo ha creado donde Dios se
encuentra gratuitamente con nosotros y se nos da a
conocer.

Brown dice que las imágenes de la diosa Isis
alimentando a Horus eran un «boceto» de las
imágenes de María y Jesús. Pues bien, en lo
que se refiere a madres e hijos, existen, obviamente, unas
cuantas escenas clásicas comunes a cualquier
iconografía, como en este caso. Sin embargo, Brown
establece una conexión causal: El culto a María es
una imitación del culto a Isis. No: en el mundo romano,
Isis estaba fuertemente asociada a la promiscuidad y la
«milagrosa» concepción a la que alude el
personaje de Teabing en la novela tuvo lugar bien por la
reconstrucción de las partes del cuerpo de su marido
muerto, bien por arte de magia. Ambas tienen muy poco en
común.

La experiencia de los cristianos a lo largo de la
historia ha consistido en que, aunque María no es Dios,
porque es la Madre de Dios, a través de su papel en la
salvación -al decir «sí» a Dios, su
fiat-, su vida nos revela la fidelidad de Dios, su
compasión y, sí, la magnitud de su amor, como se
manifiesta a través del amor de una madre.

La figura de María, la Madre de Jesús, no
es monolítica, está llena de facetas. Algunos
cristianos se sienten incómodos por el culto a
María, pensando que interfiere en el campo de la
devoción y de las manifestaciones que deben reservarse
únicamente a Dios. Este, por cierto, es el argumento que
necesitamos contra las afirmaciones de Brown sobre la
tradición cristiana.

No importa lo que pienses sobre María o sobre la
devoción a ella: la única cosa en la que coincide
cualquiera que tenga ojos para ver, es en que, durante cientos de
años, ha desempeñado un papel vital, casi central,
en el pensamiento cristiano, en la oración y en la
piedad.

En este sentido, Brown se equivoca de nuevo. El
cristianismo no ha reprimido la atención a lo
«sagrado femenino». En María, la cristiandad
católica y ortodoxa lo ha celebrado y
alimentado.

Además, ignorar eso es ignorar la verdad. Si la
verdad interesa, esta es la verdad.

CAPÍTULO 7

¿Dioses robados?
El cristianismo y las
religiones mistéricas

Esto tienes que haberlo oído antes:

Los temas cristianos de un dios muerto y resucitado, de
la iniciación por el agua y el alimento sagrado no son
exclusivos. Pueden encontrarse mitos similares por todo el
Mediterráneo en ese periodo. Por lo tanto, se llega a la
conclusión de que los cristianos copiaron de lo que ya
había en el ambiente la Resurrección del Hijo de
Dios, su Bautismo y su Eucaristía, transformando lo que no
era más que un sistema filosófico en una nueva y
atrayente religión.

Esto puede arrojarte a los leones.

En cualquier caso, los autores de esta
superchería siempre olvidan la última
parte.

Brown nos ofrece una versión de esta
teoría en El Código Da Vinci. Es corta,
enrevesada y no se remite a las pruebas, pero puede confundirte
si la tomas literalmente. Algo que, por cierto, no debes
hacer.

LA EVIDENCIA

En El Código Da Vinci, nuestro personaje
erudito particular, Teabing, afirma que la doctrina sacramental,
las prácticas rituales y el simbolismo cristiano que
conocemos son el resultado de la «transformación
mágica» o adaptación de los símbolos y
ritos paganos por parte de los cristianos para su propio
uso.

El primer problema que surge ante la teoría de
Brown se debe a que lo mezcla todo con Constantino (por
supuesto): imágenes de «los discos solares
egipcios» que se convierten en las aureolas de los santos
católicos, Isis amamantando a Horus, en las
imágenes de María amamantando a Jesús, y el
Acto de «comer a Dios», en la
comunión.

Pues bien: Constan tino no hizo nada de esto. De
acuerdo: el trato de Constantino hacia cristianos y paganos
durante su reinado fue incoherente según unos y flexible
según otros. Por ejemplo, el Dios Sol ocupaba un lugar
prominente en la acuñación de moneda incluso cuando
Constantino gastaba dinero a raudales en la construcción
de templos católicos. Pero lo que definitivamente no hizo,
aunque lo diga Brown, fue incorporar símbolos paganos,
fechas y ritos, a la creciente tradición
cristiana».

Pero la cuestión sigue en pie: aunque Constan
tino no lo hizo, muchos sitios de Internet y también
algunos libros sobre el tema podrían hacerte creer que
existe una relación entre las creencias y las
prácticas cristianas, y las «religiones
mistéricas» que aparecieron en el Oriente
Próximo durante los cuatro primeros siglos después
de Cristo.

¿Habrá nacido de un plagio el
cristianismo?

MISTERIOS SOBRE MISTERIOS

Esas religiones mistéricas -de las que parece ser
que se apropiaron los cristianos para sus creencias y sus
prácticas, y que formaban un grupo que surgió por
casi todo el antiguo Oriente Próximo- veneraban a unos
dioses distintos entre sí, aunque compartían
ciertos rasgos.

No eran deidades del culto oficial, que exigía un
cumplimiento público de los deberes religiosos con objeto
de obtener el favor divino. De hecho, son numerosos los expertos
que mantienen que esos cultos mistéricos surgieron porque
la religión protegida oficialmente no llegaba a colmar sus
auténticas necesidades espirituales.

Las religiones mistéricas hacían
hincapié en la salvación individual, en la
iluminación y en la vida eterna por medio de una
unión con la deidad a través de unas
prácticas secretas de culto. A pesar de ser diferentes, la
mayoría de las religiones mistéricas tendían
a concentrarse en la unión del aspirante con lo divino a
través de una reconstrucción de sucesos
místicos que solían implicar a una deidad muerta y
resucitada.

Antes de entrar en materia es preciso hacer dos
puntualizaciones históricas.

El personaje de Teabing dice en la novela que los
cristianos adoptaron «directamente» los altares de
las religiones mistéricas. Lo cierto es que todas las
religiones antiguas usaron para los sacrificios altares hechos de
rocas apiladas, de madera o de piedra. La fe cristiana explica
que uno de los dos aspectos de la Eucaristía es el
memorial y actualización del sacrificio de Cristo. En el
Nuevo Testamento aparecen referencias a los
altares.

En primer lugar, independientemente de lo que pienses
sobre las raíces cristianas, en lo primero sobre lo que
debes reflexionar no es en las antiguas religiones paganas, sino
en el judaísmo.

Jesús era judío, y la gran mayoría
de sus seguidores después de su muerte y su
resurrección fueron judíos. Los fundamentos de la
fe cristiana en Jesús e incluso, la piedad fueron
establecidos en aquellas dos primeras décadas, como lo
confirman las cartas de Pablo escritas entre los años
50-60 d.C..

Entonces, ¿no te sorprende el intento de
relacionar el bautismo cristiano con las inmersiones rituales de
las religiones mistéricas? Recuerda que el rito de la
purificación por agua para judíos y conversos se
practicaba en tiempos de Jesús. Recuerda que lo
hacía Juan Bautista, que no era un seguidor de Mitra. Y
bautizaba.

¿Y lo que se refiere a la Eucaristía?
Teabing en la novela la llama «comer a Dios» y de
nuevo sugiere que es una copia de los ritos mistéricos de
antiguas tradiciones paganas. En este caso, ignora completamente
el hecho que recordaban los primeros cristianos: que la
Última Cena fue la cena de la Pascua (según los
Sinópticos; Juan la sitúa el día anterior).
Sus celebraciones eucarísticas representaban la
Última Cena, un acto que fue descrito con términos
judíos: nueva alianza, sacrificio, etc.

Segunda puntualización que es preciso recordar:
la mayoría de las pruebas que tenemos sobre las
prácticas de las religiones mistéricas datan del
siglo III al V, y lo que es más importante, no se ha
encontrado prueba arqueológica alguna que indique la
existencia de cultos mistéricos durante el siglo I en
Palestina,
lugar de nacimiento del cristianismo.

Así que, si te enfrentas con esas afirmaciones,
cambia la dirección. ¿Alguien te dice que el
cristianismo adaptó las comidas paganas comunes a la
Eucaristía? ¿De veras? ¿Dónde
está la prueba de la causa y el efecto? No aceptes otro
material ni más textos que los que coincidan exactamente y
de primera mano con la época y las limitaciones
geográficas.

Ya quisieran haber encontrado algunos.

EL DIOS-SOL

Brown implica al emperador Constantino en ese proceso de
«transformación mágica» cuando dice
que, al divinizar a Jesús, Constantino se limitó a
convertir el culto al Sol en el culto al Hijo, y ahí lo
tienes: un Hijo de Dios al que previamente tenías por un
simple «maestro mortal».

Como hemos visto, el emperador Constantino no
inventó la idea de la divinidad de Jesús. Los
cristianos le definieron y dieron culto como a Dios desde el
siglo I .No obstante, es cierto que, en distintos momentos del
reinado de Constantino, las celebraciones religiosas oficiales
honraban lo mismo al dios Sol que al Hijo de Dios
cristiano.

En el 274 d.C., el emperador Aureliano había
elevado a nuevas alturas el culto al dios Sol, aclamando a la
deidad como «Señor del Imperio Romano» y
construyendo en Roma un enorme templo en su honor (ver W. H. C.
Frend, The Rise of Christianity, p. 440). El culto a
esta deidad se prolongó durante unas pocas décadas,
y los cristianos fueron perseguidos, a veces duramente, hasta que
Constantino asentó su poder en la mitad occidental de su
Imperio en el año 312.

A su guiso lleno de digresiones mitológicas,
Brown añade también una deidad pagana
mezclándola con el dios Sol. Teabing introduce al dios
pagano Mitras como modelo de la fe cristiana en Jesús,
afirmando que ostentaba un título semejante y que
«fue enterrado en una tumba excavada en la roca y
resucitó al tercer día».

Mitras fue un dios de formas muy variadas. Durante
siglos después de Cristo, su culto fue principalmente el
de una religión mistérica, muy popular entre los
hombres, especialmente los soldados. Al contrario de lo que
asegura Brown, en las investigaciones sobre Mitras no
aparecen advocaciones atribuidas a él como la de
«Hijo de Dios» o «Luz del Mundo». Tampoco
se menciona una muerte y una resurrección en la
mitología mitraica. Parece ser que Brown ha obtenido esta
información de un desacreditado historiador del siglo XIX,
que no proporciona documentación sobre su aserto. Y el
mismo historiador es la fuente, a la que alude Brown, de la
conexión con Krishna. En la actual mitología
hindú de Krishna no aparecen datos sobre el oro, el
incienso o la mirra en el momento de su nacimiento.

Constantino, como todas las personas de su tiempo,
atribuía su éxito a los poderes divinos.
Sencillamente, no está claro que, durante la mayor parte
de su reinado, distinguiera entre el dios Sol y el Único
Dios del cristianismo. Corno apunta el historiador W. H. C.
Frend, a lo largo del reinado en el que Constantino fue asentando
sus normas y estabilizando el Imperio, «… no
abandonó su lealtad al dios Sol, aunque se consideraba un
servidor del Dios cristiano».

Sin embargo, parece ser que, al acercarse el final de su
vida, Constantino hizo su elección y recibió el
bautismo (no bajo presión, como afirma Brown) antes de
morir en el 337 d.C. Era frecuente que los aspirantes al
cristianismo esperaran hasta el momento de su muerte para
bautizarse, especialmente los que se encontraban en situaciones
que implicaran la comisión de un pecado, corno el de
quitar la vida a otros. Los pecados cometidos después del
bautismo se examinaban estrictamente durante aquel tiempo, y la
penitencia para los graves significaba la amenaza de
excomunión de la comunidad cristiana.

Brown repite dos afirmaciones concretas relacionadas con
el cristianismo y el dios Sol. En primer lugar, asegura que la
elección del 25 de diciembre como fecha de la Navidad
tenía como objeto sustituir la celebración pagana
del nacimiento del dios Sol, una fiesta instituida por
Aureliano.

La mitra es una pieza con la que se cubren los
obispos la cabeza en la Iglesia occidental. El personaje de
Teabing dice en la novela que es una adaptación de las
religiones mistéricas, pero la mitra no se empezó a
emplear hasta el siglo XI. En Oriente, la zona más cercana
a los cultos mistéricos, los obispos usan
corona.

No existen pruebas de una relación concreta entre
ambas fechas, especialmente porque no hay documentación
que indique que Constantino patrocinara la celebración del
nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Encontramos la
primera mención de esa fiesta en Constantinopla en el 379
o 380 d.C., festividad que se extendió gradualmente por
toda la Iglesia oriental. Además, otra prueba sugiere
-como lo hace el historiador William Tighe- que la
elección del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de
Cristo dependió realmente de otros factores inherentes al
cristianismo:

Aproximadamente en el siglo II, los cristianos
occidentales habían fijado el 25 de marzo como fecha de la
crucifixión de Jesús, apoyándose en una
antigua tradición judía, según la cual, los
grandes profetas morían el mismo día en que
habían nacido o habían sido concebidos. Y
así, el 25 de marzo se fijó en Occidente como el
día en que Jesús fue concebido por el
Espíritu Santo en el vientre de María (hoy se
celebra como fiesta de la Anunciación). Y contando nueve
meses a partir de esa fecha, llegamos al 25 de
diciembre.

No tenemos la seguridad, pero lo cierto es que no hay
evidencias que relacionen directamente la fiesta de Aureliano con
la Navidad, que se celebró por primera vez un siglo
después, cuando el cristianismo se había convertido
en la religión oficial del Imperio Romano.

¿HABLAMOS AHORA DEL
DOMINGO?

A través del personaje de Teabing, Brown afirma
alegremente que Constan tino trasladó simplemente el
sábado, día de descanso y de culto, al Día
del Sol (el domingo).

Esto es absurdo. Tenemos la completa seguridad de que el
domingo fue un día especial para los cristianos desde el
siglo I, aunque, por supuesto, no lo nombraban así. El
Apocalipsis, escrito a finales del siglo I, le llama el
«Día del Señor» (1, 10). Y por todas
partes se le ha llamado el «Día Primero» y
también el «Octavo Día», término
que se refiere a un octavo día de la acción
creadora de Dios.

A mediados del siglo II, la práctica de las
reuniones eucarísticas en el domingo ya estaba firmemente
establecida, y ya aparece en los Hechos de los Apóstoles
(ver 20, 7). El mártir Justino, que escribe desde Roma en
esa época, describe detalladamente las asambleas
eucarísticas semanales celebradas en ese
día.

Como se ve, Constantino no trasladó el culto
cristiano del sábado al domingo. Los cristianos
habían estado celebrando la Eucaristía en domingo
durante siglos. Lo que hizo fue establecer la semana de siete
días, ya conocida y practicada en otros lugares, como base
del calendario, y luego fijó el domingo como día de
descanso para todo el Imperio. Previamente, el tiempo se
había marcado de manera oficial en el Imperio utilizando
tres días importantes al mes como puntos de referencia:
las calendas (el primero), las nonas (el
séptimo) y, por supuesto, los idus (el
decimoquinto).

Hasta aquel momento, los judíos y algunos paganos
que honraban a Saturno habían fijado el sábado como
día de descanso, pero Constantino institucionalizó
el domingo con objeto de crear el calendario oficial romano. En
cierto sentido, el hecho agradó a los cristianos, pero
seguramente verían mitigada su alegría ante el
nombre que Constantino dio a aquel día: dies
Solis.

Las aureolas se emplearon en el arte antiguo para
distinguir a los dioses y también a los emperadores. En el
arte cristiano aparecen en los siglos III y IV, al principio
solamente en tomo a la figura de Cristo, una selección
simbólica que indicaba la asociación de Cristo con
la luz. Es un símbolo, como la corona, pero no pertenece
necesariamente a ninguna creencia en particular.

Ciertamente, vemos que el emperador Constantino, en su
afán por unificar el Imperio y asentar su poderío,
parecía caminar entre dos aguas en el terreno religioso.
Empleaba los símbolos cuando le eran útiles y
convenían a su estrategia, por lo menos durante
aproximadamente la primera década de su reinado,
después de la cual recorrió un camino algo
más directo hacia el cristianismo.

Sin embargo, sí sabemos que lo que dice Brown no
es cierto. Constantino no instituyó la Navidad el 25 de
diciembre, y no trasladó del sábado al domingo el
día de culto de los cristianos.

EL TEMA FUNDAMENTAL

Brown pretende hacemos creer que la validez de las
doctrinas religiosas, creencias y símbolos dependen, desde
el principio hasta el fin, de la plena independencia de otras
doctrinas religiosas, creencias y símbolos. Sencillamente,
así no es como funcionan las doctrinas religiosas humanas.
Existen determinados aspectos de la vida que todos compartimos, y
eso parece tener una intrínseca capacidad para suscitar lo
trascendente.

En el nacimiento y en la muerte nos encontramos con el
misterio y el milagro de la existencia y con la esperanza en algo
más.

En el agua y el óleo encontramos la limpieza, y
ello nos lleva a pensar en nuestra propia necesidad de
purificación.

Al compartir la comida, encontramos alimento y comunidad
cristiana.

Hay muchas palabras, muchas «cosas» en la
vida humana que nos tienen que ayudar a simbolizar y a hacer
presentes las verdades que nos han sido reveladas.

El hecho de que en otras religiones haya ceremonias de
purificación por agua y comidas rituales no afecta a la
realidad de la validez de la piedad cristiana. No hay pruebas que
indiquen, como dice Brown, una adaptación directa de los
fundamentos de la fe y la piedad cristiana a partir de las
religiones mistéricas. Las raíces del cristianismo
están en el judaísmo. Los seres humanos abrazan y
viven el cristianismo en medio de la cultura y la sociedad
humanas, y la manifestación de su fe ha de ser activa,
adoptando el simbolismo que hace sus creencias más
comprensibles. Este dinamismo realza y profundiza nuestros
conocimientos y experiencia de la fe.

Es exactamente una cuestión de sentido
común. Este es el modo en que funciona el mundo y, como
creen los cristianos, el modo en que Dios actúa en
él.

CAPÍTULO 8

¿Seguro que ha
entendido correctamente a Leonardo?

No. realmente no.

Si quieres saber cómo se equivoca Brown sobre
Leonardo da Vinci, solo necesitas pensar en algo tan sencillo
como el nombre del artista.

Empezando por el título y continuando por la
novela, Brown y todos sus eruditos personajes se refieren al
artista simplemente como «Da Vinci», como si fuera su
nombre.

Pues bien, ¿sabes una cosa? Ese no
es su nombre.

Ninguna literatura histórica o libro de
referencia le nombra de ese modo.

Su nombre era «Leonardo». Hijo
ilegítimo de un tal Piero da Vinci, nació en la
ciudad de Vinci, cerca de Florencia. De modo que, obviamente,
«Da Vinci» significa «que procede de la ciudad
de Vinci».

Alguien que afirma ser un experto en arte y que se
refiere continuamente a él como «Da Vinci» es
tan creíble como un supuesto experto en religión
que llamara a Jesús continuamente como «de
Nazaret».

Busca un libro de historia y leerás cosas sobre
Leonardo, no «Da Vinci». Ve a la biblioteca y pide
una biografía del artista. No la encontrarás en la
«D» ni en la «V». La encontrarás
en la «L» de Leonardo, porque ese es su
nombre.

Quizá estemos de acuerdo en esto: un autor que ni
siquiera puede dar el nombre del personaje histórico
central de su libro, no merecería que confiáramos
en sus conocimientos de historia. Ciertamente, puede
entretenernos de otro modo, pero, por favor, que no pretenda que
El Código Da Vinci nos informe sobre historia,
religión o incluso arte.

¿QUIÉN FUE
LEONARDO?

Leonardo es, seguramente, una de las figuras
intelectuales más intrigantes de la historia occidental.
El conjunto de su trabajo y sus ideas podrían proporcionar
tema para muchas novelas, pero el auténtico Leonardo, tal
y como lo conocemos, muestra muy poco parecido con el que Brown
nos presenta.

Afirma que Leonardo era «abiertamente homosexual y
adorador del orden divino de la naturaleza, cosas ambas que le
convertían en pecador a los ojos de la
Iglesia».

Según Brown, Leonardo tuvo una «ingente
obra artística de pasmoso arte cristiano»:
«cientos de encargos lucrativos del Vaticano, aunque en
constante conflicto con la Iglesia».

En realidad, el único conflicto constante de
Leonardo con «la Iglesia» se debía a su
tendencia a abandonar, sin concluirlo, el trabajo que
tenía contratado. Pero ese es otro tema.

La imagen general que obtenemos del artista en El
Código Da Vinci
es la de un genio desafiante,
obsesionado por su rechazo al cristianismo y vertiendo ese
rechazo en la enorme producción de su obra. (¡Ah!, y
también la de un gran maestre del Priorato de Sión,
una organización que, como veremos en el próximo
capítulo, probablemente no existió nunca, sobre
todo, en la forma y modo que indica Brown).

Esa imagen no capta la realidad de lo que fue Leonardo,
especialmente, en el contexto de su tiempo.

Tomemos, en primer lugar, el material de prensa
amarilla. ¿Fue Leonardo «abiertamente
homosexual»? No existen pruebas de que lo fuera. En 1476,
fue acusado de sodomía, junto a otros tres, con un joven
prostituto florentino. Los cargos fueron desestimados.

Esta es la única mención a su posible
actividad homosexual -o a cualquier otra actividad sexual-
relacionada con Leonardo, según las primeras fuentes que
relatan su vida, incluido el voluminoso volumen de sus cuadernos.
En su biografía de Leonardo, Leonardo da Vinci,
Sherwin B. Nuland escribe:

«Ese episodio es el único indicio de la
actividad sexual de Leonardo, y los más concienzudos
estudiosos de su vida afirman que nunca tuvo
lugar».

Por lo tanto, como dice el historiador Bruce Boucher, en
su artículo de The New York Times del año
2003, «a pesar de la acusación de sodomía
contra él cuando era joven, las pruebas de su
orientación sexual continúan siendo fragmentarias y
no definitivas».

Hablemos ahora de la ingente producción de
pasmoso arte cristiano. Quizá Brown está al tanto
de alguna información secreta, porque lo que ha
sobrevivido, incluidos unos bocetos preliminares, refleja, todo
lo más, una docena de pinturas de tema cristiano.
Ciertamente no eran los «cientos de encargos lucrativos del
Vaticano». Cerca del final de su vida, Leonardo
trabajó bajo el mecenazgo de un único Papa,
León X, aunque pasaba parte de su tiempo ocupado en
experimentos científicos.

Ciertamente, cuando observamos la obra de Leonardo en
términos de cantidad, no es la pintura lo que destaca:
destacan los cientos de dibujos, los esquemas de
ingeniería y arquitectura, los experimentos
científicos y los inventos. Es ridícula la
caracterización de Leonardo como la de un personaje
dedicado a crear cuadros de temas cristianos con mensajes
anticristianos ocultos, sobre todo, porque los cuadros de tema
cristiano ni siquiera parecen ser el centro de atención de
su trabajo.

¿FUE LEONARDO UN HEREJE?

En El Código Da Vinci se nos muestra a
Leonardo como una especie de radical en el terreno
espiritual que se burlaba maliciosamente de la tradición
cristiana por medio de un empleo subversivo de los
símbolos en su arte. Antes de sentimos intrigados y
sorprendidos por esta aseveración, veamos en perspectiva
las creencias espirituales de Leonardo.

En la época del Renacimiento, Leonardo da Vinci
vivió en Italia y (durante corto tiempo) en Francia.
«Renacimiento» significa «un nuevo
nacimiento» y no se refiere al renacimiento de la cultura
en general, sino al renacimiento de la cultura
clásica: filosofía, literatura, arte y una
sensibilidad general respecto a las antiguas Grecia y Roma. Uno
de los frutos de las Cruzadas -las continuas guerras entre los
cristianos occidentales y los musulmanes– fue el redescubrimiento
de aquellas obras: manuscritos y obras de arte que se conservaban
en Oriente y que los cruzados llevaron a Occidente como
botín.

Leonardo vivió en una época de actividad
brillante y tumultuosa, centrada en el mundo de naturaleza y en
la vida de los seres humanos en él, y enriquecida por el
encuentro con las culturas griega y romana. Sin embargo, no
podemos afirmar que esta actividad estaba directamente enfrentada
con la Iglesia católica. No lo estaba. La Iglesia ocupaba
todavía el primer lugar en el terreno intelectual de aquel
tiempo: patrocinaba todas las universidades, y muchos de los
investigadores de la cultura clásica en el contexto de su
tiempo fueron clérigos: sacerdotes, monjes e incluso,
obispos.

Leonardo nació y vivió en medio de una
cultura integrada en un cristianismo católico, pero, como
se deduce de sus cuadernos, no era en modo alguno un creyente en
las prácticas tradicionales del catolicismo. No obstante,
escribe sobre Dios y también sobre Cristo. En su
biografía sobre Leonardo (Leonardo: The Artist and the
Man
) Serge Bramly escribe:

«Creía en Dios… aunque quizá no en
un Dios muy cristiano… Descubría a Dios en la belleza
milagrosa de la luz, en el armonioso movimiento de los planetas,
en la intrincada disposición de los músculos y los
nervios en el interior del cuerpo, y en la indescriptible obra
maestra del alma humana. Leonardo no era un católico
practicante. o más bien, practicaba a su modo. Su arte
sigue siendo esencialmente religioso hasta la médula.
Incluso en sus trabajos profanos [no religiosos], Leonardo
alababa la sublime obra creadora del Altísimo, que
pretendía captar y reflejar».

Sin embargo, Leonardo fue un furioso anticlerical.
Criticó la riqueza de algunos clérigos, la
explotación del temor y la credulidad de los creyentes,
así como la venta de indulgencias y la rebuscada
devoción a los santos.

Por el hecho de vivir antes de que estallara la Reforma
en Europa (Martín Lutero clavó sus 95
Tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg en 1517,
dos años antes de la muerte del artista), Leonardo
manifestaba unas opiniones que estaban muy extendidas,
especialmente en los círculos intelectuales, aunque
también entre muchos católicos observantes y
piadosos, disgustados por los excesos que observaban en las vidas
de los líderes de la Iglesia.

Por lo tanto, Leonardo, aunque notable y único en
su genio, no era realmente un radical en sus creencias
espirituales, como a Brown le gustaría que pensaras. De
algún modo, era, sobre todo, un hombre de su tiempo:
abierto a la exploración del mundo en la medida de sus
posibilidades, que empleó sus experiencias sobre el mundo
y la humanidad como principio y punto de referencia para sus
investigaciones; un creyente en Dios y, según parece, en
Cristo, pero un profundo anticlerical que desdeñaba los
excesos en la piedad y en las manifestaciones
religiosas.

Ahora, vayamos a sus cuadros.

LA VIRGEN DE LAS ROCAS

Según El Código Da Vinci, las dos
versiones de La Virgen de las Rocas, una en el Louvre y
otra en la Nacional Gallery de Londres, pretenden contar la
historia de un Leonardo tratando de comunicar unos secretos
anticristianos.

Pues bien, un sencillo examen del cuadro en
cuestión muestra lo desatinado de la argumentación
de Brown.

Leonardo había recibido el encargo de pintar ese
cuadro como parte de un retablo para la capilla de un grupo
llamado la Cofradía de la Inmaculada Concepción de
María. Brown afirma que se trataba de un grupo de
monjas.

No. Una «cofradía», especialmente en
aquella época, era un grupo de hombres que se organizaban
con un propósito, en este caso, promover la creencia en la
Inmaculada Concepción de María (la doctrina de que
Dios preservó a María del pecado original desde el
comienzo de su vida). Las monjas eran mujeres, no eran
hombres.

La cofradía explicó detalladamente al
artista sus deseos: María en el centro, vestida en tonos
dorados, azules y verdes, acompañada de dos profetas, Dios
Padre en lo alto y el Niño en una plataforma dorada. El
encargo se hizo en 1483, pero, a lo largo de los veinticinco
años siguientes, Leonardo y la cofradía entablaron
una prolongada batalla a causa del cuadro.

Parece ser que la batalla no tuvo nada que ver con los
detalles que menciona Brown, aunque el estilo naturalista de
Leonardo no iba a incorporar las aspectos requeridos por la
fraternidad. No; parece que el conflicto se debiera al pago,
aunque los detalles continúan siendo desconocidos:
Leonardo pedía dinero continuamente y la cofradía
se negaba a dárselo.

¿Por qué hay dos versiones de la obra? Se
supone que en cierto momento el cuadro fue regalado. Hay quien
dice que Ludovico Sforza, gobernante de Milán, lo
entregó al rey francés o al emperador
alemán: esta es la versión que hay en el Louvre. La
segunda, que está en Londres, fue sacada directamente de
la capilla (que ya no existe).

Veamos ahora las sorprendentes afirmaciones de Brown
sobre esta pintura. Asegura que, en ella, Juan Bautista
está bendiciendo a Jesús, todo lo contrario de lo
que cabía esperar.

Bien, la verdad es esta: en ambas versiones,
Jesús es quien bendice a Juan Bautista.

La argucia de Brown consiste en decir que, en el cuadro,
Jesús está junto a María, que le rodea con
su brazo. Y no es así. No hay experto en arte que no opine
que ese bebé que aparece arrodillado a su lado, con las
manos juntas, sea Juan Bautista. Es una disposición
desacostumbrada, pero se ve con mayor claridad en la
versión de Londres, donde Juan viste una pequeña
piel de animal y sujeta la vara que la iconografía siempre
ha asociado con él. Juan es el bendecido.

¿Y qué sucede con el resto del cuadro del
Louvre? La mano de María, cerniéndose sobre
Jesús, resulta realmente algo misteriosa, pero parece
indicar un sentido de protección. La mano del ángel
no amenaza: señala a Juan Bautista como el profeta al que
hemos de escuchar.

Es una pintura poco corriente, especialmente por el
encargo. Ciertamente, su relación con la Inmaculada
Concepción tuvo que resultar bastante oscura para los
clientes. Sin embargo, Bramly afirma que es posible establecer
una relación concreta:

«Leonardo parece decir: la lnmaculada
Concepción está pavimentando el camino para la
agonía de la cruz…».

Así pues, Brown adopta la personalidad de cliente
de Leonardo, confunde las principales figuras del cuadro,
malinterpreta la naturaleza del conflicto y malinterpreta la
pintura.

LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS

En este momento, Langdon, nuestro
protagonista de la novela, intenta explicar los discutidos
mensajes misteriosos de la obra de Leonardo aludiendo a La
Adoración de los Magos
de la Galería Uffizi en
Florencia. Cita un artículo del New York Times
Magazine
(una auténtica referencia del 21 de abril
del 2001, fecha de la publicación) que destaca el trabajo
de Mauricio Seracini, un crítico de arte que supuestamente
descubrió unos tremendos secretos ocultos en ese
trabajo.

La Adoración de los Magos es un boceto
para una pintura encargada por un monasterio de Florencia. Parece
ser que Leonardo realizó el trabajo antes de marcharse a
Milán. Según Seracini, una capa de pintura ocultaba
el dibujo original de Leonardo y, según dice Brown, hubo
un auténtico conflicto sobre la eliminación de
dicha capa de pintura.

Sin embargo, está absolutamente confundido sobre
el motivo. No se trata de que el cuadro revele algo, pues los
dirigentes de los museos de la ampliamente secularizada Italia no
sienten temor por los sentimientos antirreligiosos o
heréticos en el arte. No: la controversia surge a causa de
una división fundamental en el mundo del arte entre los
que se dedican a devolver a la obra artística a su estado
original y los que se oponen a ello.

En el caso que nos ocupa, una vez que se anunciaron los
planes para la restauración -la eliminación de la
capa de pintura, varias personas del mundo artístico
organizaron un grupo llamado Art Watch lmernational que
elevó grandes protestas. Decían que la obra era
demasiado frágil para tal restauración, que no
había pruebas de que el mismo Leonardo no la hubiera
cubierto con la capa de pintura, y que no era un intento por
aplicar el color, sino una capa preparatoria para poder seguir
pintando encima. y discutían la afirmación (que
también hace Brown en la novela) de que esa capa
preparatoria no procedía de la mano de
Leonardo.

En resumen, Art Watch lnternational aseguraba
que la reparación podría dañar la obra a
distintos niveles. Vencieron, y los planes para la
restauración quedaron detenidos en el 2002, pero no por
las razones que alega Brown (para más información,
ver www.artwatchintemational.org).

LA MONA LISA

En El Código Da Vinci, el personaje de
Langdon recuerda una conferencia que dio a los presos, en la que
explicó la Mona Lisa en términos de
androginia, y que el cuadro, según los análisis
realizados por ordenador, muestra unos puntos de semejanza con
los autorretratos de Leonardo, con el decidido propósito
de crear el retrato andrógino de un hombre-mujer que
reflejara su ideal del equilibrio entre lo masculino y lo
femenino. Incluso el nombre «Mona Lisa» es un
anagrama de los nombres de las deidades egipcias de la
fertilidad: Amón (varón) e Isis (mujer).

Aquí hemos de hacer algunas
puntualizaciones:

La identidad del personaje de Mona Lisa,
también llamada «La Gioconda»,
pintada entre 1503 y 1505, es realmente un misterio. Hay docenas
de teorías, ninguna de ellas demostrable: una, de hecho la
más antigua, es la de que se trata del retrato de una
mujer real, Monna Lisa, la esposa de un ciudadano florentino
llamado Francesco del Giocondo.

Según el crítico de arte del New York
Times,
Bruce Boucher, «no existen imágenes
definitivamente documentadas de Leonardo» con las que se
pudiera comparar ese retrato, y Bramly califica de descabellada
la teoría del autorretrato.

Arnón (o Arnmon o Arnun) era un dios del sol
egipcio que, a pesar de ciertas impresionantes proporciones
fálicas, no estaba especialmente asociado a la fertilidad.
Si lo estaba con alguna deidad femenina, era con Muth y no con
Isis.

Además, cualquier relación entre nombres
de dioses egipcios y Leonardo y su pintura puede ser inmediata y
fácilmente descartada gracias al siguiente dato: Leonardo
no ponía nombre a sus cuadros, incluso no los menciona en
cualquiera de sus cuadernos, aunque no cabe duda de que son obra
suya. Aproximadamente tres décadas después de la
muerte de Leonardo, Giorgio Visari, su primer biógrafo,
identificó el trabajo como Mona Lisa. Esta es la
única referencia que encontramos para autentificar el
retrato como el de Mona Lisa, aunque Leonardo no lo
menciona en ninguna parte. Por lo tanto, ¿cómo
podía haber comunicado alguna cosa a través del
título del cuadro cuando, aparentemente, no tenía
nada que ver con aquel nombre?

LA ÚLTIMA CENA

Por fin llegamos al núcleo del tema: es La
Última Cena,
llena de códigos que apuntan a un
Jesús casado con María Magdalena y a un enfurecido
Pedro.

Brown afirma que Leonardo comunica en este cuadro su
convicción de que Jesús y María Magdalena
estaban casados, que ella iba a ser la jefa de su Iglesia. que
Pedro no lo aprobaba, y que ella era el auténtico Santo
Grial.

¿En qué se basa? Nos lo explica: porque el
personaje que se ha considerado como el de Juan es en realidad
María Magdalena; por la postura de Jesús y de
María formando una «M»; por una mano sin
cuerpo, supuestamente la de Pedro, que esgrime un cuchillo; y
porque allí no hay cáliz: así que el
cáliz tiene que ser María.

Primero, vayamos a los antecedentes. Leonardo
pintó La Última Cena en la pared del
refectorio de un convento en Milán. Y no es un fresco como
dice Brown. Un fresco es una pintura realizada con pigmentos
disueltos en agua sobre un enlucido de cal húmeda que,
cuando retiene la pintura y se seca, produce fuertes colores y un
efecto duradero. Leonardo trabajaba con demasiada lentitud como
para emplear el fresco y trataba de hacer algo diferente.
así que puso una delgada base sobre la pared de piedra y
pintó sobre ella con témpera. Fue una desgraciada
elección. porque, pocos años después de
acabado el mural, la pintura empezó a perder color ya
desconcharse.

Para comprender perfectamente esta pintura. es
importante considerar que no se trata de una Última Cena.
en general. Representa un momento específico basado en un
pasaje determinado de la Escritura.

Cuando pensamos en la Última Cena, la asociamos
inmediatamente con la institución de la Eucaristía.
Brown juega con esta experiencia, indicando que en la pintura no
hay cáliz ni el imprescindible pan. Dice que la ausencia
de cáliz implica que María es el Santo Grial, y
así sucesivamente.

La cuestión es que el tema de esta pintura no
representa el momento de la institución de la
Eucaristía. En cambio, se refiere al momento en que
Jesús anuncia que alguno de sus discípulos le va a
traicionar, como está específicamente descrito en
el Evangelio de Juan:

«Dicho esto, Jesús se turbó en su
espíritu, y declaró: 'Os lo aseguro: uno de
vosotros me entregará'. Los discípulos se miraban
unos a otros sin saber a quién se refería. Uno de
sus discípulos, aquel al que Jesús amaba, estaba
reclinado sobre el pecho de Jesús. Simón Pedro le
hizo señas y le dijo que preguntara '¿De
quién habla?'. Inclinándose sobre el pecho de
Jesús, le preguntó: 'Señor,
¿quién es?

Leonardo intentó que cada una de las figuras
expresara su personal respuesta al anuncio de la traición.
Es un momento intensamente dramático, con los
apóstoles apartándose de Jesús,
dejándole aislado en cierto modo, hablando entre ellos,
preguntándose quién puede ser el traidor e
incluyendo la imagen de Pedro dirigiéndose a Juan. Pero no
trata el tema de la institución de la Eucaristía,
porque el Evangelio de Juan, a diferencia de los
Sinópticos, no contiene el relato directo del hecho y, por
lo tanto, en esta especial representación el cáliz
no es necesario.

¿Es realmente de María Magdalena la figura
que todos creemos de Juan?

No. En aquel tiempo, San Juan se representaba
invariablemente como un hermoso joven. Nos puede parecer muy
femenino pero, para la gente de aquella época, era
claramente un hombre sentado junto a Jesús, como aparece
siempre en las representaciones de esta escena.

¿Por qué no relata Juan la
institución de la Eucaristía? La mayoría de
los expertos creen que, en la época en que se
escribió el Evangelio, a finales del siglo I los
cristianos pensaban que solamente los plenamente iniciados
debían conocer los detalles de los ritos más
sagrados. Por ejemplo, este era el motivo de que los conversos no
tuvieran acceso a la Palabra de Dios hasta un par de semanas
después del bautismo, y ciertamente, no participaban en la
liturgia completa hasta que estaban iniciados. Es de suponer que
el Evangelio de Juan expresa esta práctica.

La crítica de arte Elizabeth Levy nos ayuda a
comprender este tema con gran profundidad:

«Brown aprovecha el rostro de suaves rasgos y la
figura de un Juan imberbe del cuadro de Leonardo para
presentarnos su fantástica afirmación de que se
trata de una mujer. Por otra parte, si realmente San Juan fuera
Mana Magdalena, hemos de preguntamos por el apóstol que
falta en aquel crítico momento. El problema real es el
resultado de nuestra falta de familiaridad con los "tipos". En su
Tratado de la Pintura, Leonardo explica que cada
personaje debe ser pintado con arreglo a su edad y
condición. Un hombre sabio tiene ciertas
características, una anciana otras y los niños
otras. Un tipo clásico, como en muchos cuadros del
Renacimiento, es el "estudiante". El favorito, el protegido o el
discípulo son siempre hombres muy jóvenes,
totalmente afeitados y de cabello largo, con objeto de transmitir
la idea de que aún no han madurado lo suficiente como para
haber encontrado' su camino. A lo largo del Renacimiento, los
artistas pintaron así a San Juan: es el estudiante ideal;
es el "discípulo amado", el único que
permanecerá al pie de la cruz. Y lo representaron siempre
como un joven imberbe, sin la fisonomía dura y resuelta
del hombre. LA Última Cena de Ghirlandaio o de
Andrea del Castagno nos muestran al mismo dulce y joven
Juan» (de un artículo en www.zenit.org). Como
escribe el 3 de agosto del 2003 en el New York Times el
critico de arte Bruce Boucher, la mano misteriosa sin cuerpo que,
según Brown, amenaza a María Magdalena tiene
también una explicación:

«… pero no es una mano sin cuerpo. El dibujo
preliminar y las copias posteriores de La Última
Cena
demuestran que la mano y el cuchillo pertenecen a
Pedro: una referencia al pasaje del Evangelio de San Juan en el
que Pedro saca la espada en defensa de
Jesús».

Sí; La Última Cena es un cuadro
sugerente, rico en posibilidades para la meditación, por
ejemplo, en nuestra propia actitud hacia Jesús cuando
consideramos las distintas reacciones de los apóstoles.
Pero no hay en él nada de lo que Brown sugiere.
Sencillamente, las pruebas no están ahí.

CAPÍTULO 9

El Grial, el priorato y
los caballeros templarios

La historia de la imagen del Santo Grial es ambigua y
misteriosa, y conduce fácilmente al mito, la
fantasía y lo novelesco. Ha desempeñado un
importante papel en las leyendas (Rey Arturo), la poesía
(The Idylls of the King, de Alfred Lord Tennyson) y,
naturalmente. la ópera (Parsifal y
Lohengrin, de Richard Wagner).

Desde esta perspectiva no podemos criticar a Brown por
inspirarse en El enigma sagrado y La
revelación de los Templarios
y aprovecharlos para una
novela. Puede resultar algo desagradable. pero el hecho de usar
la imagen de ese modo es coherente con el empleo que hace de ella
durante todo su relato.

No obstante, sigue siendo un tema de discusión.
pues el propósito de El Código Da Vinci es
el de cruzar la línea que divide la mera ficción y
la posibilidad. En cada una de sus páginas presenta a sus
lectores unas pruebas que parecen aceptables y les deja
preguntándose si son veraces.

¿Existe alguna tradición fundamentada en
el hecho de considerar a María Magdalena y a su vientre
como el Santo Grial? ¿Es cierta la implicación de
los Caballeros Templarios y del Priorato de Sión en todo
ello?

En una palabra: no.

EL SANTO GRIAL

La leyenda del Santo Grial es oscura, basada
quizá en la bruma de las leyendas célticas sobre
los recipientes de sangre que vivifican. El primero y más
importante texto sobre el Grial es el poema medieval
Perceval, de Christian de Troyes, que vivió en el
siglo XII.

La descripción concreta del Grial varía de
unas leyendas a otras: era una vasija maravillosamente cubierta
de joyas, capaz de proporcionar unas cantidades ilimitadas de
comida y bebida; era el plato en el que Jesús y sus
apóstoles comieron el cordero pascual; era la copa que
Jesús usó en la Última Cena, o el frasco en
el que José de Arimatea guardó la sangre que manaba
del cuerpo crucificado de Cristo.

En la leyenda, una mujer, cuya existencia ha dado pie a
numerosas investigaciones, protegía el Grial. Las leyendas
del Grial son una mezcla de folclore, novela y mitos religiosos.
Aunque hay varias copas por todo el mundo consideradas como el
Santo Grial, la copa de Jesús en la Última Cena, la
Iglesia no ha incorporado formalmente el tema del Grial a su
tradición.

El papel de la mujer como protectora del Santo Grial,
así como los ejemplos en los que aparece grabada la imagen
de un niño, remiten ciertamente a un simbolismo
relacionado con la gestación y con el parto. Sin embargo,
no existe una tradición que relacione
explícitamente el Grial con los símbolos de la
«diosa desaparecida», con María Magdalena o
con la descendencia de Jesús (como aseguran los autores de
El enigma sagrado, y como afirma Brown). Y cuando la
mayoría de los expertos conocedores de este simbolismo lo
emplean en un contexto cristiano, lo relacionan con la Virgen
María, hacia la que se acrecentó la devoción
durante la Alta Edad Media.

¿Y qué decir del asombroso y apasionante
momento de la novela, cuando Teabing divide la palabra francesa
sangreal? Asegura que la etimología tradicional
la divide en san Creal, pero ¡ah, no!, veamos lo
que sucede si la partimos en Sang Real: ¡significa sangre
Real! ¡La prueba!

Tengo ante mis ojos un artículo sobre el Santo
Grial de la edición de 1914 de la Catholic
Encyclopedia.
Dice así:

«La versión de «San Greal» como
«sangre real» no se difundió hasta el final de
la Baja Edad Media».

En el contexto de las historias tradicionales del Grial,
«sangre real» es, por supuesto, la sangre de Cristo.
Esa peculiar división de la palabra no fue una gran
noticia al final de la Edad Media, ni en 1914, ni lo es
ahora.

LOS CABALLEROS TEMPLARIOS Y EL PRIORATO DE
SIÓN

Símbolo del priorato de
Sión

Las historias que nos cuenta Brown sobre los Caballeros
Templarios y el Priorato de Sión se basan en el material
-no es necesario repetirlo- de El enigma sagrado y
La revelación de los Templarios. De hecho, la
mayor parte de lo que dice carece de fundamento.

En primer lugar, es preciso saber que, en contra de las
afirmaciones de Brown al comienzo de su libro, el Priorato de
Sión no era la organización que él
describe. Los documentos que cita, junto con la famosa lista de
grandes maestres, que incluye a Víctor Hugo y, por
supuesto, a Leonardo, son unas supercherías introducidas
en la Biblioteca Nacional Francesa, posiblemente, a finales de
1950.

Esta es la historia en breves trazos:

Existen pruebas evidentes de que el Priorato de
Sión surgió en Francia a finales del siglo XIX. Se
trataba de una organización derechista dedicada a luchar
contra el gobierno establecido.

Este nombre aparece de nuevo antes de la Segunda Guerra
Mundial gracias a los esfuerzos de un hombre llamado Pierre
Plantard. Plantard era un «antisemita» que luchaba
por «purificar y renovar» Francia. A mediados de
1950, Plantard comenzó a proclamar que era el heredero del
trono francés por la línea merovingia. Creó
una asociación llamada el Priorato de Sión,
distribuyó por las bibliotecas y por los archivos
franceses ciertos documentos falsos que acreditaban su
antigüedad y propagó el mito de la
«descendencia real de Jesús».

Y como concluye Laura Millar su artículo de
The New York TImes, del 22 de febrero del
2004:

«Por último, la veracidad de la historia
del Priorato de Sión se reduce a un alijo de recortes y
documentos sin firma que, hasta los autores de Holy Blood,
Holy Grial (El enigma sagrado)
insinúan que fueron
introducidos en la Biblioteca Nacional por un hombre llamado
Pierre Plantard. A comienzos de 1970, uno de los colaboradores de
Plantard confesó haberle ayudado a fabricar el material,
incluidos los árboles genealógicos que acreditaba a
Plantard como un descendiente de los merovingios (y,
posiblemente, de Jesucristo), además de una larga lista de
«grandes maestres» del anterior Priorato. Este
claramente absurdo catálogo de célebres estrellas
de la intelectualidad como Boticelli, Isaac Newton, Jean Cocteau
y, naturalmente, Leonardo, es la misma lista que Brown pregona,
junto con el supuesto pedigrí del Patronato, en la
presentación de El Código Da Vinci bajo el
encabezado de «Los hechos». Por cierto, se
demostró que Plantard era un empedernido granuja fichado
por fraude y afiliación a grupos de ultra-derecha y de
lucha antisemita. El auténtico Priorato de Sión era
un grupo reducido e inofensivo de amigos con idénticas
ideas creado en 1956.

«El fraude de Plantard fue desmantelado por una
serie de libros franceses (todavía sin traducir) y un
documental de la BBC de 1996, pero, curiosamente, esa serie de
sorprendentes revelaciones no han resultado ser tan populares
corno las fantasías de Holy Blood, Holy Grial (El
enigma sagrado)
y, en este caso, como El Código
Da Vinci».

En El Código Da Vinci, la iglesia de
Saint-Sulpice (edificada de 1646 a 1789) era el lugar en el que
el Priorato de Sión ocultaba un secreto relacionado con el
Grial. La mítica historia del inexistente Priorato saca a
la luz esta relación que, en realidad, no existió.
La «Línea Rosa» y el obelisco carecen de
significado esotérico. La verdad es que un número
sorprendente de templos europeos eran también
observatorios astronómicos. Había un pequeño
orificio en el techo o en un muro, y el movimiento del sol
trazaba una línea sobre el suelo. Cuando el sol
incidía en un punto determinado, el obelisco en este caso,
había llegado el solsticio de invierno o de
primavera.

Hablando claro: nunca ha existido un Priorato de
Sión como un grupo dos veces milenario dedicado a proteger
el Grial.

Sin embargo. sí existieron los Templarios.
fundados en Tierra Santa después de la conquista de
Jerusalén en el siglo XI. Los Caballeros, llamados
también Caballeros Pobres de Cristo y del Templo de
Salomón, eran una orden monástica de caballeros.
Eran «monjes» en el sentido de que hacían
votos -especialmente, el de proteger los Santos Lugares y el
recorrido de los peregrinos- y vivían la obediencia a una
regla que marcaba sus obligaciones religiosas (Misa y
oración diarias, dirigidas por sacerdotes de la Orden) y
las exigencias de su comportamiento:

«Precisamente, algunas ordenanzas parecían
tener el objeto de limitar los excesos del ideal caballeresco.
Tenían que ser personas humildes, de recursos limitados…
No podían participar en torneos ni en
cacerías» (The Waniors of the Lord, de
Michael Walsh).

El poder de los Caballeros Templarios se
acrecentó a lo largo de los siglos XIII y XIV, así
como el de otras Órdenes militares, incluida su principal
rival, los Hospitalarios. Amasaron grandes riquezas y actuaron
como casa de banca en París y en Londres.

¿Tuvieron los Templarios alguna relación
con la leyenda del Grial? No hasta el siglo XIX, según
parece, cuando aumentó el interés por las
sociedades secretas, especialmente, por la masonería. En
1818, el alemán Joseph von Hammer-Purgstall publicó
un libro, Mystery of Baphomet Revealed, en el que esboza
una supuesta historia de Caballeros Templarios a los que describe
como devotos de Mahoma y guardianes del Santo Grial. En esta
versión no se trata del cáliz de la Última
Cena, sino de una especie de conocimiento gnóstico, y en
particular, «de una rama especial de gnósticos a los
que maldijo Cristo». Es patente que las modernas
especulaciones sobre los Templarios hunden sus raíces en
este tipo de escritos.

Volvamos a la auténtica historia. Ciertamente, la
Orden fue disuelta, pero Brown no da los detalles
exactos.

En primer lugar, centra sus críticas en el Papa
Clemente V, pero las pruebas demuestran claramente que fue el rey
francés Felipe IV quien decidió suprimir a los
Templarios a causa de su propia quiebra frente a las grandes
riquezas de las que eran dueños. El 13 de octubre de 1307
dio el primer paso mandando arrestar a todos los Templarios de
Francia, no de Europa como dice Brown, aunque es correcta la
subsiguiente asociación de esta fecha, viernes 13, con la
mala suerte.

La actuación de Felipe indignó al Papa,
pues los Caballeros Templarios estaban bajo su protección,
pero en noviembre, cediendo a las presiones, accedió a la
campaña en todo el continente.

¿Inventaron y propagaron los Caballeros
Templarios la arquitectura gótica como un medio de
transmitir la importancia de la «divinidad femenina»?
No existen datos que impliquen a los Caballeros Templarios en la
arquitectura, excepto para la construcción de sus propias
iglesias. El estilo gótico se desarrolló y
perfeccionó, en primer lugar, en Francia desde el 1100
hasta el 1500, como una investigación del modo de
construir los muros de las iglesias más altos y más
resistentes, además de conseguir dejar pasar la mayor
cantidad posible de luz. Las construcciones góticas
están cargadas de simbolismo, pero no hay nociones de una
imitación explícita y deliberada de la
anatomía femenina.

Cuando trata de los Templarios, Brown suele referirse al
«Vaticano» como origen de las decisiones papales. Una
vez más se equivoca de un modo que trasluce su
desconocimiento fundamental de este período. Durante
aquellos años, el Papa Clemente V no vivía en el
Vaticano, ni siquiera en Italia. Vivía en Avignon,
Francia, como un virtual prisionero del rey Felipe IV, sometido a
tremendas presiones por parte del monarca.

Los Templarios fueron definitivamente disueltos en 1312
por el Concilio de Viena que, aunque dudaba en hacerlo, tuvo que
entrar en acción tras la aparición de Felipe IV
ante las puertas de la ciudad. Según indica el escritor
Michael Walsh, «la condena fue solamente provisional y no
se aceptó la culpabilidad de los
Templarios».

Irónicamente, las propiedades de los Templarios
pasaron a manos de la otra importante Orden militar, los
Hospitalarios. La brutal acción no llegó a
favorecer al rey Felipe, que murió, como Clemente V, al
año siguiente.

Así, en lo que se refiere a los Templarios, Brown
exagera la antipatía de Clemente V hacia ese grupo, y se
equivoca al no hacer recaer la vergüenza sobre la persona
adecuada: el rey Felipe de Francia.

Por último, Brown comete un error aún
más importante: afirma que el diseño circular de la
iglesia del Temple en Londres es un diseño pagano, pues
los Templarios decidieron «ignorar» la
construcción tradicional de la Iglesia y, en cambio,
honrar al sol.

Eso es absolutamente imposible, teniendo en cuenta que
los Caballeros Templarios eran, con la mayor evidencia, un grupo
católico cuyos miembros hacían voto de
defender la fe católica. Además, comete otro error,
porque la forma circular de las iglesias del Temple imitaba,
lógicamente, la de una iglesia de gran importancia para
los Caballeros Templarios: la iglesia del Santo Sepulcro,
construida en el lugar donde tradicionalmente se sitúa el
sepulcro de Jesús, en Jerusalén. Y que, por cierto
es redonda.

Conviene añadir que «el Vaticano»
no fue la primera residencia papal durante aquella época,
aunque Clemente V estuvo en ella. Desde el siglo IV hasta el XIV
lo fue Letrán, que resultó destruida por el fuego
en 1308, justo antes de la cautividad en Aviñón. En
1337, tras su regreso a Roma, el papado fijó su residencia
en el Vaticano.

CAPÍTULO 10

El Código
Católico

Al terminar la lectura de El Código Da
Vinci,
te quedas con una imagen concreta, y no muy
halagadora, de la Iglesia Católica Romana.

Partes: 1, 2, 3, 4
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