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La vivienda… ¿último reducto de la identidad?




Enviado por Pere Cañamero



Partes: 1, 2

  1. A modo
    de prólogo
  2. Historias al uso (o las dos caras de una misma
    moneda)
  3. El
    espacio íntimo
  4. El
    otro
  5. Bibliografía
    consultada
  6. Epílogo

¿Te marchas, Ben? No._ Yo tampoco.
¿Sabes?, creo que hay dos tipos de gente en el mundo: los
que se van y los que se quedan. ¿No te parece?

_No. Yo creo que hay dos tipos de
personas: los que van a algún sitio y los que no van a
ninguna parte. Eso sí es cierto. _No estoy de acuerdo,
Ben.

_Por que tú no sabes de lo que
estoy hablando. Soy un ciudadano

de ninguna parte. A veces, echo de menos
mi hogar…

Benjamin Rumson, del film "La leyenda de
la ciudad sin nombre",

1969, Paramount Pictures, USA.

1. A modo de
prólogo.

Uno de los ejes que, como termómetro fiel, ha
medido el pulso real de lo que a continuación pretendo
exponer, ha sido la prensa escrita. Dejando aparte su tendencia,
parcialidad y deontología, cualquier ciudadano de a pie,
inquieto por el devenir de los acontecimientos, ha podido ser
ilustrado en una fenomenología que el ser humano, en una
época calificada por algunos postulados de
sobremoderna (1), aquella que se inspira en la
individualidad más personalista, la heterogeneidad
cultural, con muestras de vidas y modos diversos, con
multiplicidad de densidades y movilidad personal y que distancia
cada vez más al gobierno del ciudadano, no estaba
acostumbrado a calibrar o valorar. Ello ha sido coincidente, por
suerte, con el transcurso y desarrollo de este postgrado que,
dicho sea de paso, ha contado con una nutrida
representación de diversidad manifiesta.

Alguno de estos autores ha determinado que algunas
sociedades están ciertamente hartas, satisfechas y la
única reivindicación que resta es el propio
exhibicionismo. Estamos ante una nueva época donde,
progresivamente, van desapareciendo aquellos valores
tradicionales que nos identificaron de modo racional al principio
del mundo contemporáneo; tiempo, se diría, de
inspiración "divina" de corte hedonista y
estéticamente pulsionada, una sociedad supercomunicada
que, paradójicamente, segrega y margina; una nueva
espiritualidad
que quiere secularizar sutilmente y que crece
en todos los ámbitos y sectores de los territorios;
creencias, existen muchas, pero fe, poca.

¿Vuelve a dominar la confusión, el miedo?
Voy a más, ¿quién lo impulsa?¿Estamos
ante una nueva Edad Media, como apostaba Julio Valdeón,
catedrático de la Universidad Complutense de Madrid?
(El Mundo, 19 de agosto del 2003). Estableciendo un
paralelismo histórico, parece que haya un resurgir, a mi
entender, de aquella contrareforma en la Edad Moderna… Se
constata un cierto aburrimiento, tedio, sino atroz, si pausible,
que determina otras formas, conflictos y
armonías.

Occidente, o los paises del norte me atrevería a
decir, pues se suceden ejemplos de modo constante y demuestran
una polarización cada vez más acusada, se han
convertido en el paraíso relativo para muchos y atrae
multitudes, por las causas que sean, principalmente por obra y
gracia del capitalismo más exacerbado. El trasiego de
ciudadanos, mal llamada e/in-migración que nos
escandaliza, es, en definitiva, el mejor ejemplo para comprender
la propia evolución de la humanidad, las sociedades
(Joseba Achotegui, Centre Passatge, BCN, "Migraciones del
siglo XXI", mayo del 2006
), y comporta nuevas liturgias,
nuevas costumbres, nuevos modos de actuación que hay que
comprender y discernir para conocer.

¿Qué busca, en realidad, aquella?
¿Reafirmar o confirmar? ¿El rechazo o la
aceptación? ¿Del yo o del otro? ¿Todos
juntos o separados, por murallas o por leyes? ¿Nos
queremos o nos necesitamos? ¿Convivencia, complacencia,
connivencia o conveniencia?

Otros datos han tenido una base académica e
ilustrada, como se podrá observar a lo largo del presente
escrito, pero siempre dando protagonismo a la identidad como
denominación realista, el alter ego de la
persona, composición tangible, y/o la vivienda,
co-protagonista y, a la vez, escenario, en este teatro
ciertamente inanimado, personificación del poderío
alcanzado, alternando su orden, si se quiere, pero siendo
elementos básicos desde la noche de los tiempos, que se
superponen, relacionan, se imbrican, dentro del ámbito
social, cada vez más amplio, laxo y complejo, a la vez,
del mundo en que vivimos.

Una noticia aparecida en los diarios (El
País, El Mundo, El Periódico de C., lunes, 3 de
julio de 2006
), martillea desde mediados del mes anterior a
la opinión pública, y salpica, asimismo, a otros
medios audiovisuales y radiados, utilizando el mediatismo
necesario para la consecución del objetivo: la
reclamación por parte de un sector de la población
joven del derecho a una vivienda digna. ¿Qué
quieren decirnos la unión de estos dos términos
(más un tercero, pues la propia Constitución
Española determina también el calificativo de
"adecuada") así nombrados "publicitariamente",
enfatizados, quizás, de modo exagerado?. Si profundizamos
un poco y separamos ambos significados principales veremos que no
se corresponde la realidad con la queja, ya institucionalizada, y
legítima, por otra parte. Su dignidad,…
¿se menoscaba sin un objeto de valor como es el techo que
les protege? ; la protesta, a mi entender, deriva hacia una
hipocresía, provocada por la ambición al poseer el
verdadero objeto de deseo y darle continuidad a la costumbre: el
habitáculo donde, se supone, crecerá y
prosperará su integridad, su personalidad más
exclusiva. ¿Es un ritual de paso? ¿Rito
iniciático? ¿Es la cumbre del narcisismo en la
comunidad que habitamos? ¿Es una cortina de humo que
esconde una nueva pobreza?

¿Quién no tenga casa no se
identificará con sus semejantes? ¿Se le
excluirá de esta sociedad, cambiante y veloz? Como los
lakotas de las comunidades indígenas americanas del siglo
XIX en sus mejores tiempos: hay que disponer de un caballo para
crecer en el camino.

Mal que nos pese, la noticia que inundó, y nunca
mejor dicho, los diarios sobre el tsunami de Indonesia a finales
del año 2004 devolvió al ser humano al lugar que le
corresponde. Fue una sacudida de impacto, no exenta de folclore
anecdótico _ ¡qué ironía; era periodo
de vacaciones para el europeo! _, bajo mi punto de vista. Vidas y
bienes, sin embargo, desaparecieron por causas ajenas a la
voluntad del hombre, pues la naturaleza se deja sentir en los
momentos que considera oportunos y los hechos sucedidos
constataron la fragilidad que forma parte de las vivencias de
aquél en el entorno más inmediato. También
ocurrió en Centroamérica con el huracán
Mitch y el Katrina, sin ir más lejos,
sin olvidarnos de las rissagas de la isla balear de
Menorca, recientemente.

La aparición en los medios de comunicación
de todo el mundo sobre el desastre en la isla de Java nos dio la
medida adecuada a las necesidades básicas que nos
planteamos en nuestro recorrido vital, urbano o rural. Se puede
decir que la lejanía no restó importancia al
fenómeno. Desde esas fechas hasta las ultimas
repercusiones noticiables con relación a la vulnerabilidad
que representa el asalto, la invasión, a ese chalet, casa
adosada, paradigma del status social alcanzado, ha hecho de la
polémica sobre la tenencia de la propiedad una constante
en el lenguaje cotidiano, con todas sus repercusiones, tanto a
favor como en contra. ¿Es una necesidad, derecho
lícito, alcanzable, bunquerizado? ¿Cabe la
posibilidad de favorecer el equilibrio territorial y humano,
uniendo sectores poblacionales, enlazando coexistencias o
individualizar los logros para fomentar la presunción y la
diferencia, creando distancias? La casa se ha convertido en un
templo único, una manifestación del yo; es nuestro
santuario, tenga la fórmula que tenga, sea de alquiler,
propia, de madera, choceada o ladrillo. ¿Miedo a la
intemperie?. Señores Platón, Cervantes, Saramago,
sus cuevas, ¿siguen vigentes? Dónde está la
realidad y dónde la ficción.

Pero no estamos solos. Mejor dicho, hemos dejado de
estarlo.

Los cientificismos que rodean la demografía crean
las tendencias, y sus lecturas deben ser tenidas muy en cuenta,
en medio de un todo con multitud de ideas, proclamas, reuniones,
actos institucionales, declaración de intenciones,
decálogos, sobre la significación de la vivienda en
el territorio físico dentro del espacio público
humanizado. La importancia de ello, provoca, a mi juicio, una
reflexión seria, que intentará relacionar la
persona con su refugio, la morada ideal. La política
también juega en este sentido: la desconsideración
de unos derechos, utilizados ya como moneda de cambio, que son
propios y que fundamentan la ciudadanía, ha puesto de
relieve la desunión entre los representantes de aquella
con los verdaderos intereses que se esconden detrás del
entramado, digamos, "unificante", de la sociedad y sus valores
monetarios.

No quiero olvidar, por supuesto, a los que quedan
todavía y que fueron héroes en su momento y
contexto. Más bien diría, todavía son.
Ubicados mayoritariamente en las grandes ciudades,
expresión máxima de la vida colectiva, en barrios
que albergaron un primer éxodo territorial en los
años del pre-desarrollismo español, hacinados,
unos, bien situados, otros, han soportado las diferentes
transformaciones o cambios que las políticas
municipalistas les han derivado, siendo ejemplos encorajinados
que forman parte de la representación, real y originaria,
que nos hizo crecer para poder mejor comprender el futuro que
viene; de aquellos que se mantienen como muestra de lo que fue y
no hemos, a mi juicio, sabido asumir para atender lo que ya
comienza a existir con cierta intensidad, si cabe, como espectro
colorista del medio urbano en que vivimos.

A esos modestos congéneres que no tuvieron como
horizonte aquella Alemania o el centro de Europa como punto de
mira cuando la España franquista exportaba, de modo
cuantitativo a mi entender, trabajadores "invitados",
benévolo calificativo éste. Como dato sirva que
fueron unos

600.000, entre 1960 y 1973; 130.000 se quedaron en los
países de acogida. (Fuente: La
Vanguardia
).

He querido utilizar el hecho fotográfico
(2) y la etnografía como herramientas principales
para describir y complementar lo que hoy todavía ubica a
estas identidades que sobreviven, con sus casuísticas,
particularidades y causalidades, entre nosotros y, parece, hemos
dejado de lado. Ha sido breve en ambos casos, sin planteamientos
preconcebidos ni esquemas básicos, pero sí con una
intención de solaz esparcimiento en lo verbal que de luz a
una situacionalidad que se mantiene. Aquellas que, pese al paso
del tiempo, resisten y residen en reductos precarios, unos, y en
franca satisfacción por lo conseguido, otros. Unas
personalidades que aparecieron en un terreno, abonaron con su
trabajo, ideas, moral, educación recibida ese territorio,
llenando su geografía e impulsando el futuro, incierto o
no, pero deseable. Quizás sin resultados cuantitativos, si
se prefiere en algunos casos, pero habiendo recorrido el camino
como todo ser racional que precie unos deseos de bienestar. A
ellos va dedicado este trabajo. Todo ello bajo una premisa: si
todavía no hemos comprendido nuestra migración,
¿cómo podemos entender a los que van
llegando?

Todo ello nos debería sumergir en dos verbos
consecuentes para esta circunstancia: ¿ser o
estar
?. ¿Es esa la cuestión?. O siendo
más coherentes con lo que nos ocupará en las
próximas páginas, ser o tener. El cuestionamiento
shakesperiano por excelencia engloba una realidad más
palpable de la que creemos. El hombre, como especie, vive una
constante valoración de sí mismo, llegando a
ciertos vacíos en ese razonamiento. El mayor de todos es
el de ser o no ser. La identidad que tenemos como seres humanos,
tanto individualmente con en colectividad, se ve atrapada dentro
de otras mas, que entremezclamos, ficcionamos y exhibimos.
¿Somos lo que queremos ser o lo que esperan otros que
seamos?

2. Historias al
uso (o las dos caras de una misma moneda).

"La realidad no es independiente del
etnógrafo que la observa, y que, por tanto, no es
objetiva; por el contrario, aquella surge en una relación
indisoluble con las distinciones en el lenguaje que el observador
hace. La realidad que el trabajador de campo pretende describir
no es una entidad ya dada para su captación, sino que es
una entidad que emerge con la observación"

(3).

Las historias de vida que suceden alrededor del
observador, cualquiera que sea éste, pues todos somos
protagonistas con nuestra interacción permanente en el
espacio humano, hacen rico cualquier mensaje que surja. Si la
transmisión de éste se realiza de modo llano,
epidérmico, estamos ante una prueba de la propia
existencia de la identidad como tal, independiente, real,
indisoluble, cargada de matices, particularidades y
caleidoscópicas riquezas. Ello es un valor de durabilidad
infinita, cósmica, me atrevería a decir, ya que es
una sucesión de otras que antecedieron a la presente
constatada.

La observación antropológica siempre
está contextualizada. Ser participante, directamente,
invita a descender a ese espacio de suficiente
aproximación como el que da la vecindad, el vecinaje, sin
miramientos de ningún tipo. Dejando perjuicios,
pre-juicios y asépticas sensibilidades atrás;
simplemente para una mejor asimilación y
comprensión. Dijo el célebre fotógrafo
Robert Cappa que "si tus fotos no son suficientemente buenas,
es que no estás suficientemente cerca…"

¿Qué podemos conocer si estamos lejos del objeto?.
Por que la fotografía tiene, en términos generales,
una relación con las ciencias sociales, y se puede dar en
varios niveles o puntos de vista; a saber: como una
técnica o instrumento para el registro de
información, como un mecanismo para la difusión de
la misma, como tema u objeto de estudio (como es lo que nos
ocupa) y como una rama de la antropología: la
antropología visual, suficientemente rica por sí
como disciplina.

La etnografía, lejos de un enfoque academicista
propio de la investigación exhaustiva formal y rigorista,
ha sido aquí _era mi pretensión, al menos_ la
realidad todavía viva de unos hechos explicados por el
mismo historiador, que es, a su vez, el intérprete de su
propia película. Es bien seguro que se ha ganado el
Oscar. La teoría de B. Malinowski, y por la que
él mismo se convirtió en migrado en las
antípodas, en primera persona: la legitimidad legitimada.
¿Cómo vamos a negar los hechos expuestos por aquel,
rescatado del anonimato? Es el sustantivo de la
acción.

El manchego.-

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(1) Florencio (Almadén, Ciudad Real, 1937),
maestro ebanista, jubilado, casado, dos hijos; llega a BCN en
1948, cuando tenía 16 años. Se aloja en casa de
amigos y, posteriormente, en una pensión (calle
Escudillers). Encuentra trabajo al momento y, poco a poco, se
integra en el ritmo laboral propio de la España de la
época. No ha regresado a su lugar de origen, excepto
cuando se casó. Vive con su mujer y es propietario de dos
viviendas, una de ellas, como segunda residencia.

"Recuerdos de niño tengo pocos. Siempre
estaba en el colegio, con mis amigos y compañeros.
Pasábamos mucho tiempo allá; y en la calle.
Compartía el juego en el patio de los talleres de
aprendizaje para los hijos de mineros. Teníamos un
borrico, que utilizaba mi padre para ir a cazar. Pero no
éramos una familia de campo. El resto de la familia,
sí; se dedicaban a ello. Mi primo y yo compartíamos
el ambiente familiar, las extensiones de terreno y la libertad
que representaba. También estabamos jugando en la calle.
No habitabamos la casa, como hoy, que se disfruta más.
Claro que tampoco habían coches, como ahora. Yo estudiaba
y trabajaba en los talleres para mecánico, de martillos
eléctricos de mina; tenía 14 años, que fue
donde también hice lo que carpintero, para aprovechar el
tiempo. Y también estudiaba para facultativo de minas,
como mi padre, pues él no bajaba a los
pozos.

Mi padre dirigía tareas en los talleres.
Él no quería que fuéramos mineros, la mina
no le gustaba; a nadie. Veía a la gente que, trabajando en
los pozos, con cuarenta años estaban listos. Si te
quedabas en el pueblo tenias sólo la mina como horizonte.
Ya se sabe, era una cuenca minera. Si no encontraba trabajo en
Barcelona, me tenía que volver.

Mi casa era una casa normal, grande, con un patio
también grande, un corral con pozo de agua; era una casa
de una sola dependencia, de plantan baja y lo que aquí se
llaman golfas, que era una especie de despensa. Vivíamos
con mis padres y mis dos hermanos pequeños. No
había agua corriente, ni fría ni caliente, como las
comodidades de ahora. Íbamos a la fuente, para el agua que
se bebía, a buscarla con los cántaros. En el
corral, mi madre tenía algunos animales para la matanza.
Mi hermano mayor, que era sargento de automóviles, estaba
destinado en Barcelona. Fue el primero que arrancó y se
buscó el porvenir de voluntario en el servicio militar.
Por él fue que me vine; se carteaba con la familia y
enviaba postales de la ciudad. Al verlas, me sentí
atraído y lo deje todo. Me gustaba el mar, el puerto, ver
los barcos. Pasaba muchos domingos en el antiguo paseo de
Colón, mirando las gaviotas. Me lié la manta a la
cabeza, escribí a mi hermano y le dije que me esperase en
la estación de tren de llegada. Eran trenes llenos a
rebosar de paisanos de todas las comunidades del sur de
España. Barcelona estaba llena de gente de todas las
provincias. Andalucía, Murcia, y Extremadura,
también. Se daba la circunstancia que recogían a
todos los que llegaban a la Estación de Francia y, como no
había sitio, los devolvían a sus lugares de origen.
En Montjuich había unos pabellones que albergaban a todos
los transeúntes que no tenían o contactos o trabajo
o familia.

El Borne, la ciudad vieja de Barcelona, es y por lo
que ve, pues estuve por allí hace poco, sigue siendo el
lugar para la acogida de todo el mundo. Yo siempre viví en
la Ciudad Vieja, en Pueblo Seco, hasta que me casé, que me
cambié de barrio: Les Corts y después, a Nou
Barris.

Lo primero que hice en el primer paseo, fue ir a ver
el paso de los barcos. La gente que entraba y subía, los
atraques. Claro, en mi pueblo no había barcos. La mirada
al mar siempre me ha relajado mucho.

Al principio se pasó negro, años
duros, se cobraba poco y se trabajaba mucho, de 10 a 12 horas
cada día, incluso los sábados. La hora era lo que
te hacía subir el sueldo. Pasé dos o tres
años con cartilla de racionamiento; al principio, estuve
viviendo con unos paisanos. Fueron pocos días, hasta que
encontré una pensión que pertenecía a un
sargento de la policía, el señor Balbino. Lo
tenía como un negocio más, que llevaba su mujer;
seríamos unos 20 chicos. Nos salía más
barato. Te daban de comer, almorzar y cenar. La pensión
completa, con comedor común, salía por unas 125
pesetas. La ropa te la planchaban, si lo
necesitabas.

Recuerdo que un compañero, catalán,
tenía una sastrería como negocio en Ciutat Vella;
si te hacías socio de él, por 25 pesetas cada
semana, por ejemplo, disponías de ropa. Si te faltaban
calcetines, los tenías; si eran camisetas,
igual.

Si querías un traje, lo mismo. El taller
estaba en el barrio del Borne. Era un fondo que aportabas, un
sistema que había en aquella época, para ir
surtiendo de vestuario a todo el que lo necesitaba. Todo el mundo
se fiaba, había una confianza, un buen hacer, no como
ahora. El representante de ese negocio, siempre tenía la
precaución de ver que trabajabas en una
empresa.

Me amoldé al sistema de trabajo desde el
principio. Te veías un poco discriminado por no hablar el
catalán. Ahora es diferente; entonces no gustaba que
aprendieras el idioma. Había gente reacia a que lo
hicieras. Ellos preferían que hablaras tu lengua, que te
entendían. Yo quería aprender el idioma pero no
había deseos por parte de los que contrataban. Como chaval
que era me interesaba todo lo nuevo. Nunca me vi, sin embargo,
discriminado por ese hecho. Lo he ido aprendiendo con el paso de
los años; mis dos hijos lo hablan
perfectamente.

También había la clásica
envidia, del por qué ganaba más que otros. Me
pasaba muchas horas en la empresa mientras que otros
cumplían su jornada escueta y se marchaban. No es que
hubiera rencillas, pero los comentarios se hacían sentir
al final de mes, cuando se cobraba.

El venir a Barcelona lo tomé como una
aventura. Era joven y no tenía temor por lo que sucediera.
Yo tenía el respaldo de mi hermano, nos veíamos el
domingo y comíamos juntos. Llegué un sábado,
encontré el trabajo el domingo y el lunes ya trabajaba.
Había faena, carteles por todos sitios, mucha
demanda.

Siempre me he sentido tranquilo, pues tuve la suerte
de encontrar trabajo al momento y me he jubilado en la misma
empresa."

Sant Pol de Mar, Barcelona. 16/07/06. 17.00 horas. Se
constata grabación.

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1957, calle Salvadors,
Barcelona.

2006, Sant Pol de Mar, (Maresme),
Barcelona.

El gallego.-

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(2)José Antonio (1940). Operario de
múltiples oficios, es natural de Castelo de Frares,
Becerrea, Galicia, y reside en Barcelona desde los 3. Actualmente
es pensionista por incapacidad laboral. Está en
situación de mobbing inmobiliario, pues su
vivienda, de 38 mts.2, ha sido comprada por unos inversores del
sector. Diabético, la asistencia social ha determinado que
padece síndrome de Diógenes leve. Vive solo y
percibe subsidios para su alimentación.

"Vine a Barcelona, se calcula, con tres años.
Lo recuerdo vagamente por que me ingresaron con raquitismo en San
Juan de Dios, cerca de la Diagonal, donde ahora está la
Illa, ¿sabes?. En las aldeas aquellas donde vivía
había muerto la madre, que era lo principal. Los otros
familiares me rechazaron; hoy te vas aquí, mañana
allá, y enfermé. Las gallinas de los corrales se me
comían el pan de centeno, por que ellas también
tenían hambre. Eran los años cuarenta. Había
mucha miseria y en aquel momento no había las atenciones
que hay ahora. Mi padre murió quince dias antes de nacer
yo. Él y mi madre eran primos.

Según decían las normas que tenia el
hospital, los niños que ingresaban tenían que tener
esos años, ni menos ni más. Cuando vieron que ya me
defendía un

poco, llamaron a una tía que estaba en
Barcelona y le dijeron que debían sacarme del centro. Esta
tía mía no vivía en su propia casa, sino de
su hija y se plantearon el qué hacer conmigo: "…mira,
mamá, muy bien que esté aquí tu sobrino,
pero hay que darle de comer, de vestir, tiene que ir al
colegio…" Era una mala época, malos tiempos, el
estraperlo y todo eso. El piso donde viví, al principio,
estaban en el barrio de Gracia, con otra tía; pero hubo
conflictos entre familiares y pasé con éste otro
familiar. Siempre me dejaron de lado.

En Barcelona había mucha gente de todas
partes. La gente vivía acumulada en pensiones sin derecho
a cocina, con cuatro o cinco hijos, en espacios tan
pequeños como donde vivo ahora. Me pusieron en Pueblo
Nuevo, en Wad Ras,

en protección de menores, que tenía un
colegio, hasta que me fui a la mili, que la hice en Berga, en la
montaña. Pero también me ubicaron en la Casa de la
Caridad, aunque no había sitio en aquel momento.
Después del servicio militar volví al mismo centro,
pero en plan de empleado; en la barbería y en el lavadero
del propio colegio. Por la mañana una cosa y por la tarde
otra. Me fui también a una fábrica de curtidos,
porque el cura, que era muy polémico, del colegio no me
quería como barbero. También me puse a trabajar en
una granja de gallinas ponederas, que está donde los
estudios de TV2, en San … Cugat. Vivía y trabajaba en
ella, con jornadas de sol a sol. Los domingos también. Les
dije que no, que tenia alguna familia y quería tener
algún día libre. Estuve también trabajando
en una fábrica de metal de Pueblo Nuevo; pero me puse
enfermo de neumonía, por que por las noches había
mucha humedad.

Algunas veces he tenido cabronadas, pero no me puedo
quejar. No me he casado; no lo busqué. Creo que tenido una
vida feliz, no me complicado y he tenido suerte, también.
Cuando acabó el trabajo de la granja me fui a ver a mi
hermano, pues había ido a buscar otro trabajo, y me dijo
que había hablado con la mujer, y que no, que no
podía acojerme en su casa; que no podía ser, ni
pagando. Cuando me lo denegó, me pregunté "…
qué haces, sin comer, ni sitio donde vivir…", pues me
puse de fregaplatos en la Costa Brava y solucioné estos
problemas de subsistencia básica durante un tiempo. Me
enteré por una señora, que estaba una
portería, que si le dejaba cincuenta mil pesetas, me
colocaba en esa portería. Pero me engañó.
Ella todavía sigue viviendo allí, por cierto,
después de veinte años. Gracias a una hermana que
vive cerca de donde vivo, me enteré de que dejaban un piso
vacío, que es donde estoy. Por suerte, no me han echado a
la calle. Pero me pueden engañar y largarme. No me he
planteado qué hacer, ni qué hacer con todo eso que
tengo. Si me dieran otro piso… Pero todo lo que hay se
quedará tal como está. ¿Adónde me lo
llevo?

En todas los lugares donde he vivido he sido feliz.
Allí en el colegio vivía en una especie de casa con
torres, donde tenía mis cosas, por que yo siempre he sido
muy coleccionista.

Plaza de Sant Pere, Barcelona, 3/08/2006. 14.00 horas.
Se constata grabación.

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2006, calle Argenter, Barcelona.

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1948, avda. Diagonal, Barcelona.

(1) Universidad de Aquino, Bolivia. 2006.
http://biblioteca.udavol.edu.bo
"Sobremodernidad. Del mundo de hoy al mundo del mañana".
Marc Augè. http://ddooss.org/articulos/textos

"Las Huellas de la Palabra". Román
Reyes, 1998. www.ucm.es/info

(2) "Antropología visual y análisis
fotográfico". Demetrio E. Brisset Martín,
Universidad de Málaga. Gaceta de Antropología, nos
20, 21. Años 2004-05. "El valor de la fotografía.
Antropología e imagen. Eva Martín Nieto,
UCM.

Gaceta de Antropología, nº 21,
2005.

"Un franco, 14 pesetas". De Carlos
Iglesias. Festival de Cine de Málaga, 2006.

"La mirada detenida". Centro de Estudios
Masinos. Mas de las Matas. Teruel. 2003.

(3) Sergio Poblete. Antropólogo
Social. Postulo en Biología del Conocimiento

Facultad de Ciencias Sociales (Universidad
de Chile). Septiembre de 1999. "La fotografía y la
antropología: una historia de convergencias".
Antropólogo José Gamboa Cetina.
Profesor-investigador del Centro INAH

(Yucatán, México).
Abril-junio del 2003.

3. El espacio
íntimo.

El medio siempre ha marcado el asentamiento de las
comunidades. El mundo exterior ha influenciado en el hombre desde
tiempos inmemoriales y éste ha sabido aprovechar
circunstancias y materiales para hacer de ese entorno algo
saludable y acogedor. Un lugar donde proyectar su estima con
relación a sí mismo y los demás. Por ello,
la sociabilidad es un concepto único de doble
dirección, respetando a Aristóteles ("somos
animales sociales por naturaleza…")
y la
civilización, el resultante final. No tendría
sentido la existencia sin aquella. Prosaica, en muchos casos. Un
hogar es un proyecto que habla de uno mismo, que nos une,
diferencia y enfrenta, a otros. Ejemplos los podemos encontrar
por doquier: si visitamos las favelas (4) de Río de
Janeiro (Brasil), la residencial Empuriabrava (Gerona,
España) o el cementerio de El Cairo (Egipto), encontramos
las razones que potencian esta idea.

La carencia es, puede llegar a ser, una
fustración. Y en la vertiente conflictiva, generar
agresividades por su falta. La necesidad de protección con
respecto a esa naturaleza salvaje viene definida por el factor
más insondable de todos: el miedo ("El miedo es el
motor del mundo". Albert Sánchez Piñol, La Piel
Fria. Edhasa, 2004)
En la introducción se ha
comentado la fragilidad(*) como causa sensorial que nos mueve a
la obtención de los bienes que consideramos preciados,
valorables, canjeables, en pos de alejarnos de esos miedos.
¿Podemos vivir sin techo, sin cobijo? Tendríamos
que acudir a otros modos de entender la vida, bajo prismas de
índole ideológica del pensamiento
contemporáneo: el anarquismo funcionalista, el
kibbuttz, la okupación, el
travelling, etc. Pero igualmente, dormiríamos
cubiertos, por lonas, madera o piedras. En Banda Aceh (Indonesia)
o Morolica (Honduras, C.A.) saben de ello.

No podemos olvidar la arquitectura, como especialidad
gremial y entendida en sentido tradicional, pues es la cuna, la
fórmula mágica donde se forja la idea de
convivencia, que da forma tangible a la misma, que constata que
formamos parte de la "civitas". Ella da un sentido de
construcción de relaciones, de interacción, de
armonía social. De normalidad, también de…
¿seguridarismo?, estando ligada estrechamente a la tierra.
Volvemos a la filosofía aristotélica; cada uno
ocupa su lugar.

Lo malo es cuando se plantean las edificaciones como
meras cuentas corrientes, con el consiguiente abandono de aquella
convivencia, del mal uso de lo anterior y la depredación,
lógica, del territorio, su paisaje y del paisanaje.
Ejemplos los hemos tenido recientemente en París, sin ir
más lejos. Los barrios, ejemplo clave, considero que no
deben ser lugares concebidos como almacén, trasteros, pues
son realidades, formadas por sensibilidades independientes que,
estoy seguro, avivan aquellas interacciones que permiten del
espacio público y privado una sintonía, una
práxis. La ciudad es el logro más importante de la
humanidad, el crisol que une toda la diversidad posible en este
planeta, sea Nueva York o Benarés, por citar ejemplos
claros de diversidad adaptada, que dijo Averroes, de
integraciones paralelas de convivencia, líneas de
actuación de ida y vuelta equitativa, de velocidad
uniforme, que den tiempo y sosiego para el conocimiento mutuo,
formas que instrumentalicen unas pautas donde veamos al otro como
uno más que enrriquece nuestra propia vida. El territorio
no tiene derechos adquiridos por una legitimidad secular. Las
personas, sí. Incluyendo, asimismo, la libertad para
aceptarlo o no.

Pero caminamos ante una nueva casuística, que nos
sigue relacionando con la história, pues, indudable e
inexorablemente, ésta se repite: hay una nueva
revolución social donde diversos sectores de
población, y quiero aquí olvidar la palabra
frontera, artificiosa, fictícea, impuesta siempre bajo
intereses crematísticos y productivistas, que se extiende
a lo largo del globo. Individuos conscientes de sus
mínimas aspiraciones, desean llegar a un status
lógico según su creencia u opinión. "La
lucha de clases es el motor de la sociedad",
que dijo K.
Marx, en el XIX. Ello habría que tamizarlo según
las políticas y coyunturas socioeconómicas
actuales, pero es perfectamente aplicable; no hay nivel ni clase,
hay dirección. Igualmente existe la conciencia de unos
derechos por lo que luchar y aspirar. La falsa idea de la
globalización es una excusa economicista que tiende a la
jerarquización esclavista. Somos… ¿una inmensa
fábrica?

La premisa de "echar raices" se mantiene y la
casa es el sino del movimiento, quizás inicio y final de
todo viaje. Salvaguarda de futuro, porosa religiosidad,
símbolo, protección, asimismo, de coacción
económica en lo personal, feudalizadora de territorios,
cueva, tranquilo redil que permite un alto en el camino. En
cualquier caso, es donde se interroga constantemente el ser, un
diálogo que, gracias al confort y la tranquilidad… ,
¿ nos representa?. Es alimento, palabras, afecto.
Donde guardo mis cosas, que ocupan espacio, proyecciones
que son parte de mi memoria. La ansiedad que padece el
náufrago se solventa con la llegada a su ítaca
particular. Llenamos una porción, física y
etérea. Esas cosas tienen nombre; se heredan, se compran,
nos ahogan, nos gustan, nos molestan. Son argumentos mentales que
ficcionan una… ¿realidad?.

Actualmente, asistimos al utilitarismo más
perverso. Aquel que convierte unos metros cuadrados de felicidad
en rentabilidad supina, contagia vanidades y asciende
cuantitativamente las mentes más ávidas. Es moneda
de cambio mayoritaria que abusa del uso real para lo que ha sido
creado. Se olvida la perfectividad y perceptividad del espacio en
pos del economicismo bursátil. Y no se dispone de
igualitarias condiciones de acceso en todos los niveles. Las
perspectivas son halagüeñas para unos pocos, a los
que sigue un cada vez más inmenso tren _el tren, como
metáfora de la vida misma_ de aspirantes a nuevos ricos,
que transmiten, por inercia, una moda alocada, sin punto final, a
estas horas. Es la nueva religión, unicista, si cabe, pero
que goza de una alta credibilidad y se convierte en dogma.
Adeptos, afiliados, acólitos para, todos quieren ser
hijos de…
profesar.

Aparte de ello, convierte al individuo en un resultado
más de máquina de calcular; hasta se escandalizan
en China por tener que adscribirse a la tierra con la
fijación que da la hipoteca, fácil fórmula
de financiación descubierta hace escasos días.
Aunque, si lo pensamos bien, ¿quien no tiene derecho a
ello? Apunta John Zerzan (USA, 1944), padre del
anarco-primitivismo, que si hubiera una visión más
posibilista de la realidad, la inmensa mayoría
rechazaría el valor cuantitativo de su caverna en
razón de la lógica habitabilidad relacional. Aunque
aquello, hoy en día, es progreso, es civilización
(Norbert Elias dixit).

(4) "Ciudad de Dios", de Fernando Meirelles. 2005. De
Aplaneta y Miramax.

Con Matheus Nachtergaele, Alexandre
Rodrigues. 130 min. Basada en una novela de Paulo
Lins.

"Casa de arena y niebla", de Ron Eldard.
2004. Con Jenifer Connelly y Ben

Kingley. Home Video Filmax. 128
min.

"Soy la ciudad", de Alexander
Apóstol. Basado en los planteamientos de Le Corbusier en
la ciudad de Caracas. Exposición audiovisual. Hospital de
la Santa Cruz. BCN, Ciutat Vella, enero-marzo 2006.

(*) "…La fragilidad es un envoltorio con que el
hombre se viste a lo largo del periplo de su vida. El
término invita a la reflexión y es algo de lo que
cualquiera no se puede desprender. Si tomamos el diccionario, la
definición sitúa su significado desde la palabra
frágil, es decir, algo quebradizo, perecedero y caduco. El
relativo hace referencia a la calidad. Por que ese sustantivo
debe tener algo que diferencie; la progresión de lo humano
tiene una trayectoria llena de matices
…"

Del mismo autor. Introducción a la
Antropología Social y Cultural. U.B. Mayo del 2003.
Estudios de Postgrado. A propósito de la obra "Lo
exótico es cotidiano".

4. El
otro.

El otro soy, puedo ser, yo mismo. Con todas las virtudes
y defectos; con las capacidades que permiten comunicar lo que soy
y tengo. Es una aspiración lógica. Deja que la
legitimidad me presente al resto de la colectividad. Asistimos a
lo que antes llamamos civilización, "civitas",
como un orden establecido, organizado, que nos permite dar y
recibir; intercambiar o negar.

Reconozco que me inspiré al conocer el personaje
de Sánchez Mazas (5), en el momento en que, por causas
políticas sus oponentes deciden eliminarlo de la
colectividad. Su representación sucumbe en la
confusión de su fusilamiento. Logra sobrevivir; el miedo
le hace refugiarse en la naturaleza misma. Es lo único
tangible que le queda, que mantiene su integridad intacta aunque,
no obstante, negada. Por unos días, su identidad ha
desaparecido. Él no existe; sólo la animalidad,
cobijada entre matorrales y espesura arbórea, le protege.
Perdido, logra recuperar ésta, ayudado por semejantes,
aunque no de su misma ideología. Esta es la grandeza.
Podremos estar de acuerdo o no con los demás, pero en el
reconocimiento de la/nuestra humanidad está el principio
de la compresión, la empatía, la
solidaridad.

Miguel Servet, humanista del siglo XV, planteó en
su azarosa vida algo que considero conclusivo, y que esclarece
cualquier duda: "… mi libertad va conmigo…" Es lo
que debemos aceptar. Incluso la libertad de opción que
representa el rechazo de tu naturalidad más primigenia por
el deseo de ser otro. Un olvido de la condición propia en
favor del ser. Ello crea auténticos problemas en
el ámbito de la salud pública, según
expertos. Colectivos desfavorecidos pretenden alcanzar así
otro nivel social. ¿Saben quien es Michael Jackson? No es
el caso más elocuente, pero demuestra lo que algunas
mujeres en el estado africano _siempre Africa…_ de Senegal
están dispuestas a, mediante un modismo occidentalista, el
alcance a otra categoría y propaga una lacra que
desvirtúa la personalidad más
íntima.

Estas personas, como otras muchas en según
qué situaciones, quieren integrarse en una sociedad que
impone unas reglas para las que no todos/as están
preparados. Muchos intentan, así, purificar su
cuerpo y huir de las connotaciones que la/su comunidad obliga.
Ese determinismo obvia la individualidad más particular de
cada uno. Uno puede no estar de acuerdo con su propia imagen y
necesitar convertirse en otro. Es lícito comprender que se
necesita ficcionar otra personalidad. Si uno ama lo que es, no
debe rechazar lo que forma parte de yo, pues es peligroso negarse
a sí mismo. Pero otros debemos ayudar a la
comprensión que nos lleve a aceptar que en la riqueza de
matices está la valoración de lo todo humano. Hay
una cualidad que, considero, no hay que olvidar, asimismo: la
memoria, con la que construimos el presente. ¿Lo
deseamos?. Por que ésta también viaja, a lugares
que nos relacionan con los intereses que ocupen ese presente
dado. O el futuro. Y es consecuente para los que vengan; viajamos
constantemente a ella, para referenciar aquél.

Debemos atender que el yo es un proceso, inacabado
puntualmente; no existiremos siempre, por mucho que se
empeñaran los egipcios y otras moralidades y
enseñanzas posteriores, como no han permanecido otros
antes, que, no obstante, han dejado su huella de la que nosotros
formamos parte; somos un todo acumulado. Una suma de
sentimientos, carácter. Cultura, en definitiva. Recuerdos.
Memoria. Es lo que permanece. Lo que se transmite. Una
multiplicidad de modos, personalidades varias y diversidad de
actos y lenguajes. Quizá lo que nos preocupa sea la
trascendencia, la eternización, pues somos conscientes de
que siempre estaremos… ¿buscando? ;quizás, como
Rumson.

Y he aquí un dato: el 3% de la población
de esta esfera terráquea (Fuente: Banco Mundial)
son in-e/migrantes. Debemos reconsiderar los vocablos y el
término: hay un desplazamiento, un movimiento. De un lugar
a otro. De ida o de vuelta. Pero no es propiedad de nadie el
territorio de acogida o recepción, ni el de
emisión, por mucho que unos se empeñen en urbanizar
nuestra alma. En el anterior apartado hablábamos de la
ciudad, como algo irremplazable, punto de encuentro cultural por
excelencia y, atención, espacio para el anonimato, algo
muy importante para una revolución personal que aspire a
otra vida, diferente y diversa de la que ha dejado atrás.
La ciudad es un modelo de lo que somos y también, de lo
que nos gustaría ser, por que es múltiple, como
personalidades existen en ella. De ahí el atractivo que
conlleva.

Partes: 1, 2

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