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El aturdimiento del anciano general



  1. Se apoderaron del
    mar Caribe
  2. Seducción
    militar
  3. Mentiras era para
    masacrarnos a tiros
  4. Recuerdos de los
    anteriores desembarcos de infantes
  5. El derecho de
    disfrutar de nuestros mares territoriales
  6. En cuyo
    cráter desgarrado
  7. Los muertos de la
    patria le pedían cuentas del mar
  8. Recuerdos que lo
    atormentaban
  9. Su
    aturdimiento
  10. Sus manos
    milagrosas
  11. Pero nadie lo
    creía
  12. Un presidente
    improbable
  13. Una casa
    extinguida donde las vacas andaban sin ley
  14. Presencia de su
    imagen y su voz
  15. Sus rutinas en la
    casa presidencial decrépita
  16. Ruidos y visiones
    ficticias
  17. Su primera entrada
    a la casa mostrenca del poder
  18. Los
    cadáveres del presidente Lautaro Muñoz, su
    esposa y su hija
  19. Se quedó
    dormido dentro del estanque del patio
    privado
  20. Fuente

Gabriel José de la Concordia García
Márquez (
1927 – ) es un escritor, novelista,
cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982
recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido
familiarmente y por sus amigos como Gabo.

Se apoderaron del mar
Caribe

  • de modo que se apoderaron del Caribe en abril, se
    apoderaron de él en piezas numeradas por los
    ingenieros náuticos del embajador Ewing para
    administrarlo lejos de los huracanes en las auroras de sangre
    de Arizona,

  • se apoderaron de él con todo lo que
    tenía dentro, mi general,

  • con el reflejo de nuestras ciudades,

  • nuestros ahogados tímidos,

  • nuestros dragones dementes,

  • a pesar de que él había apelado a los
    registros más audaces de su astucia
    milenaria

  • tratando de promover una convulsión nacional
    de protesta contra el despojo,

  • pero nadie hizo caso mi general,

  • no quisieron salir a la calle ni por la razón
    ni por la fuerza

  • porque pensábamos que era una nueva maniobra
    suya como tantas otras para saciar hasta más
    allá de todo limite su pasión irreprimible de
    perdurar,

  • pensábamos que con tal de que pase algo que
    se apoderen del mar, qué carajo,

  • que se apoderen de la patria entera con su
    dragón, pensábamos,

Seducción
militar

  • insensibles a las artes de seducción de los
    militares que aparecían en nuestras casas disfrazados
    de civil

  • y nos suplicaban en nombre de la patria que nos
    echáramos a la calle gritando que se fueran los
    gringos para impedir la consumación del
    despojo,

  • nos incitaban al saqueo y al incendio de las tiendas
    y las quintas de los extranjeros,

  • nos ofrecieron plata viva para que saliéramos
    a protestar bajo la protección de la tropa solidaria
    con el pueblo frente a la agresión,

  • pero nadie salió mi general porque nadie
    olvidaba que otra vez nos habían dicho lo mismo bajo
    palabra de militar

Mentiras era para
masacrarnos a tiros

  • y sin embargo los masacraron a tiros con el pretexto
    de que había provocadores infiltrados que abrieron
    fuego contra la tropa,

  • así que esta vez no contamos ni con el pueblo
    mi general y tuve que cargar solo con el peso de este
    castigo,

  • tuve que firmar solo pensando madre mía
    Bendición Alvarado

Recuerdos de los
anteriores desembarcos de infantes

  • nadie sabe mejor que tú que vale más
    quedarse sin el mar que permitir un desembarco de
    infantes,

  • acuérdate que eran ellos quienes pensaban las
    órdenes que me hacían firmar,

  • ellos volvían maricas a los
    artistas,

  • ellos trajeron la Biblia y la
    sífilis,

  • le hacían creer a la gente que la vida era
    fácil, madre,

  • que todo se consigue con plata,

  • que los negros son contagiosos,

  • trataron de convencer a nuestros soldados de que la
    patria es un negocio

  • y que el sentido del honor era una vaina inventada
    por el gobierno para que las tropas pelearan
    gratis,

El derecho de
disfrutar de nuestros mares territoriales

  • y fue por evitar la repetición de tantos
    males que les concedí el derecho de disfrutar de
    nuestros mares territoriales

  • en la forma en que lo consideren conveniente a los
    intereses de la humanidad y la paz entre los
    pueblos,

  • en el entendimiento de que dicha cesión
    comprendía no sólo las aguas físicas
    visibles desde la ventana de su dormitorio hasta el
    horizonte

  • sino todo cuanto se entiende por mar en el sentido
    más amplio,

  • o sea la fauna y la flora propias de dichas
    aguas,

  • su régimen de vientos,

  • la veleidad de sus milibares, todo,

  • pero nunca me pude imaginar que eran capaces de
    hacer lo que hicieron de meter con gigantescas dragas de
    succión en esclusas numeradas mi viejo mar de
    ajedrez

En cuyo cráter
desgarrado

  • en cuyo cráter desgarrado vimos:

  • aparecer los lamparazos instantáneos de los
    restos sumergidos de la muy antigua ciudad de Santa
    María del Darién arrasada por la
    marabunta,

  • la nao capitana del almirante mayor de la mar
    océana tal como yo la había visto desde mi
    ventana, madre,

  • estaba idéntica, atrapada por un matorral de
    percebes que las muelas de las dragas arrancaron de
    raíz

  • antes de que él tuviera tiempo de ordenar un
    homenaje digno del tamaño histórico de aquel
    naufragio,

  • se llevaron todo cuanto había sido la
    razón de mis guerras y el motivo de su
    poder

  • y sólo dejaron la llanura desierta de
    áspero polvo lunar

  • que él veía al pasar por las ventanas
    con el corazón oprimido clamando madre mía
    Bendición Alvarado ilumíname con tus luces
    más sabias,

Los muertos de la
patria le pedían
cuentas del mar

  • pues en aquellas noches de postrimerías lo
    despertaba el espanto de que los muertos de la patria se
    incorporaban en sus tumbas para pedirle cuentas del
    mar,

  • sentía los arañazos en los muros,
    sentía las voces insepultas,

  • el horror de las miradas póstumas que
    acechaban por las cerraduras

  • el rastro de sus grandes patas de saurio
    moribundo

  • en el pantano humeante de las últimas
    ciénagas de salvación de la casa en
    tinieblas,

  • caminaba sin tregua en el crucero de los alisios
    tardíos y los mistrales falsos de la máquina de
    vientos

  • que le había regalado el embajador Eberhart
    para que se notara menos el mal negocio del mar,

Recuerdos que lo
atormentaban

  • veía en la cúspide de los arrecifes la
    lumbre solitaria de la casa de reposo de los dictadores
    asilados

  • que duermen como bueyes sentados mientras yo
    padezco, malparidos,

  • se acordaba de los ronquidos de adiós de su
    madre Bendición Alvarado en la mansión de los
    suburbios,

  • su buen dormir de pajarera en el cuarto alumbrado
    por la vigilia del orégano, quién fuera ella,
    suspiraba,

  • madre feliz dormida que nunca se dejó asustar
    por la peste, ni se dejó intimidar por el amor ni se
    dejó acoquinar por la muerte,

Su
aturdimiento

  • y en cambio él estaba tan aturdido que hasta
    las ráfagas del faro sin mar que intermitían en
    las ventanas le parecieron sucias de los muertos,

  • huyó despavorido de la fantástica
    luciérnaga sideral

  • que fumigaba en su órbita de pesadilla
    giratoria los efluvios temibles del polvo luminoso del
    tuétano de los muertos,

  • que lo apaguen, gritó, lo
    apagaron,

  • mandó a calafatear la casa por dentro y por
    fuera para que no pasaran por los resquicios de puertas y
    ventanas ni escondidos en otras fragancias

  • los hálitos más tenues de la sarna de
    los aires nocturnos de la muerte,

  • se quedó en las tinieblas, tambaleando,
    respirando a duras penas en el calor sin aire,
    sintiéndose pasar por espejos oscuros, caminando de
    miedo,

  • hasta que oyó un tropel de pezuñas en
    el cráter del mar y era la luna que se alzaba con sus
    nieves decrépitas, pavorosa,

  • que la quiten, gritó, que apaguen las
    estrellas, carajo, orden de Dios,

  • pero nadie acudió a sus gritos, nadie lo
    oyó, salvo:

  • los paralíticos que despertaron asustados en
    las antiguas oficinas, los ciegos en las
    escaleras,

  • los leprosos perlados del sereno que se alzaron a su
    paso en los rastrojos de las primeras rosas

  • para implorar de sus manos la sal de la salud, y
    entonces fue cuando sucedió,

Sus manos
milagrosas

  • incrédulos del mundo entero, idólatras
    de mierda, sucedió que él nos tocó la
    cabeza al pasar, uno por uno,

  • nos tocó a cada uno en el sitio de nuestros
    defectos con una mano lisa y sabia que era la mano de la
    verdad,

  • y en el instante en que nos tocaba
    recuperábamos la salud del cuerpo y el sosiego del
    alma y recobrábamos la fuerza y la conformidad de
    vivir,

  • y vimos a los ciegos encandilados por el fulgor de
    las rosas,

  • vimos a los tullidos dando traspiés en las
    escaleras

  • y vimos esta mi propia piel de recién nacido
    que voy mostrando por las ferias del mundo entero

  • para que nadie se quede sin conocer la noticia del
    prodigio y esta fragancia de lirios prematuros de las
    cicatrices de mis llagas

  • que voy regando por la faz de la tierra para
    escarnio de infieles y escarmiento de libertinos,

  • lo gritaban por ciudades y veredas, en fandangos y
    procesiones,

  • tratando de infundir en las muchedumbres el pavor
    del milagro,

Pero nadie lo
creía

  • pero nadie pensaba que fuera cierto,
    pensábamos que era uno más de los tantos
    áulicos que mandaban a los pueblos con un viejo bando
    de merolicos

  • para tratar de convencernos de lo último que
    nos faltaba creer que él había
    devuelto

  • el cutis a los leprosos, la luz a los ciegos, la
    habilidad a los paralíticos,

Un presidente
improbable

  • pensábamos que era el último recurso
    del régimen para llamar la atención sobre un
    presidente improbable

  • cuya guardia personal estaba reducida a una patrulla
    de reclutas

  • en contra del criterio unánime del consejo de
    gobierno que había insistido que no mi general, que
    era indispensable una protección más
    rígida,

  • por lo menos una unidad de rifleros mi general, pero
    él se había empecinado en que nadie tiene
    necesidad ni ganas de matarme,

  • ustedes son los únicos, mis ministros
    inútiles, mis comandantes ociosos,

  • sólo que no se atreven ni se atreverán
    a matarme nunca porque saben que después
    tendrán que matarse los unos a los otros,

  • de modo que sólo quedó la guardia de
    reclutas para una casa extinguida

Una casa extinguida
donde las vacas andaban sin ley

  • donde las vacas andaban sin ley desde el primer
    vestíbulo hasta la sala de audiencias,

  • se habían comido las praderas de flores de
    los gobelinos mi general, se habían comido los
    archivos, pero él no oía,

  • había visto subir la primera vaca una tarde
    de octubre en que era imposible permanecer a la intemperie
    por las furias del aguacero,

  • había tratado de espantarla con las manos,
    vaca, vaca, recordando de pronto que vaca se escribe con ve
    de vaca,

  • la había visto otra vez comiéndose las
    pantallas de las lámparas

  • en un época de la vida en que empezaba a
    comprender que no valía la pena moverse hasta las
    escaleras para espantar una vaca,

  • había encontrado dos en la sala de fiestas
    exasperadas por las gallinas que se subían a
    picotearles las garrapatas del lomo,

  • así que en las noches recientes en que
    veíamos luces que parecían de
    navegación

  • y oíamos desastres de pezuñas de
    animal grande detrás de las paredes
    fortificadas

  • era porque él andaba con el candil de mar
    disputándose con las vacas un sitio donde dormir
    mientras afuera continuaba su vida pública sin
    él,

Presencia de su
imagen y su voz

  • veíamos a diario en los periódicos del
    régimen las fotografías de ficción de
    las audiencias civiles y militares

  • en que nos lo mostraban con un uniforme distinto
    según el carácter de cada
    ocasión,

  • oíamos por la radio las arengas repetidas
    todos los años desde hacía tantos años
    en las fechas mayores de las efemérides de la
    patria,

  • estaba presente en nuestras vidas al salir de la
    casa, al entrar en la iglesia, al comer y al
    dormir,

Sus rutinas en la
casa presidencial decrépita

  • cuando era de dominio público que apenas si
    podía con sus rústicas botas de caminante
    irredento

  • en la casa decrépita cuyo servicio se
    había reducido entonces a tres o cuatro
    ordenanzas

  • que le daban de comer y mantenían bien
    provistos los escondites de la miel de abejas

  • y espantaron las vacas que habían hecho
    estragos en el estado mayor de mariscales de porcelana de la
    oficina prohibida

  • donde él había de morir según
    algún pronóstico de pitonisas que él
    mismo había olvidado,

  • permanecían pendientes de sus órdenes
    casuales hasta que colgaba la lámpara en el
    dintel

  • y oían el estrépito de los tres
    cerrojos, los tres pestillos, las tres aldabas del dormitorio
    enrarecido por la falta del mar,

  • y entonces se retiraban a sus cuartos de la planta
    baja convencidos de que él estaba a merced de sus
    sueños de ahogado solitario hasta el
    amanecer,

  • pero se despertaba a saltos imprevistos, pastoreaba
    el insomnio, arrastraba sus grandes patas de aparecido por la
    inmensa casa en tinieblas

  • apenas perturbada por la parsimoniosa
    digestión de las vacas y la respiración obtusa
    de las gallinas dormidas en las perchas de los
    virreyes,

Ruidos y visiones
ficticias

  • oía vientos de lunas en la oscuridad,
    sentía los pasos del tiempo en la
    oscuridad,

  • veía a su madre Bendición Alvarado
    barriendo en la oscuridad con la escoba de ramas verdes con
    que había barrido:

  • la hojarasca de ilustres varones
    chamuscados

  • de Cornelio Nepote en el texto original,

  • la retórica inmemorial de Livio
    Andrónico y Cecilio Estato que estaba reducida a
    basura de oficinas

Su primera entrada a
la casa mostrenca del poder

  • la noche de sangre en que él entró por
    primera vez en la casa mostrenca del poder

  • mientras afuera resistían las últimas
    barricadas suicidas del insigne latinista el general Lautaro
    Muñoz a quien Dios tenga en su santo reino,

  • habían atravesado el patio bajo el resplandor
    de la ciudad en llamas saltando por encima de los bultos
    muertos de la guardia personal del presidente
    ilustrado,

  • él tiritando por la calentura de las
    tercianas y su madre Bendición Alvarado sin más
    armas que la escoba de ramas verdes,

  • subieron las escaleras tropezando en la oscuridad
    con los cadáveres de los caballos de la
    espléndida escudería presidencial

  • que todavía se desangraban desde el primer
    vestíbulo hasta la sala de audiencias,

  • era difícil respirar dentro de la casa
    cerrada por el olor de pólvora agria de la sangre de
    los caballos,

  • vimos huellas descalzas de pies ensangrentados con
    sangre de caballos en los corredores,

  • vimos palmas de manos estampadas con sangre de
    caballos en las paredes,

Los cadáveres
del presidente Lautaro Muñoz, su esposa y su
hija

  • y vimos en el lago de sangre de la sala de
    audiencias el cuerpo desangrado de una hermosa
    florentina

  • en traje de noche con un sable de guerra clavado en
    el corazón, y era la esposa del presidente,

  • y vimos a su lado el cadáver de una
    niña que parecía una bailarina de juguete de
    cuerda con un tiro de pistola en la frente, y era su hija de
    nueve años,

  • y vieron el cadáver de cesar garibaldino del
    presidente Lautaro Muñoz,

  • el más diestro y capaz de los catorce
    generales federalistas que se habían sucedido en el
    poder por atentados sucesivos durante once años de
    rivalidades sangrientas

  • pero también el único que se
    atrevió a decirle que no en su propia lengua al
    cónsul de los ingleses,

  • y ahí estaba tirado como un lebranche,
    descalzo, padeciendo el castigo de su temeridad

  • con el cráneo astillado por un tiro de
    pistola que se disparó en el paladar después de
    matar a su mujer y a su hija y a sus cuarenta y dos caballos
    andaluces

  • para que no cayeran en poder de la expedición
    punitiva de la escuadra británica,

Se quedó
dormido dentro del estanque del patio privado

  • lo había padecido a solas la mala
    mañana en que se quedó dormido dentro del
    estanque del patio privado cuando tomaba el baño de
    aguas medicinales,

  • soñaba contigo, madre, soñaba que eras
    tú quien hacía las chicharras que se reventaban
    de tanto pitar sobre mi cabeza entre las ramas florecidas del
    almendro de la vida real,

  • soñaba que eras tú quien pintaba con
    tus pinceles las voces de colores de las
    oropéndolas

  • cuando se despertó sobresaltado por el eructo
    imprevisto de sus tripas en el fondo del agua,
    madre,

  • despertó congestionado de rabia en el
    estanque pervertido de mi vergüenza donde flotaban los
    lotos aromáticos del orégano y la
    malva,

  • flotaban los azahares nuevos desprendidos del
    naranjo,

  • flotaban las hicoteas alborozadas con la novedad del
    reguero de cagarrutas doradas y tiernas de mi general en las
    aguas fragantes, qué vaina,

  • pero él había sobrevivido a esa y a
    tantas otras infamias de la edad y había reducido al
    mínimo el personal de servicio para afrontarlas sin
    testigos,

Fuente

El otoño del patriarca de Gabriel García
Marqués

Texto adecuado para facilitar su
lectura.

 

Enviado por:

Rafael Bolívar Grimaldos

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