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El Budismo Zen en el Arte Japonés Contemporáneo




Enviado por Danislady Mazorra



  1. El
    pensamiento japonés y el Budismo
    Zen
  2. Conceptos estéticos-filosóficos
    del Budismo Zen
  3. El Zen
    y la Arquitectura Japonesa
  4. Conclusiones
  5. Bibliografía

Influencia del Zen en la Arquitectura
Japonesa Contemporánea

La tradición juega en el contexto japonés
un papel fundamental en la vida y en la expresión de su
cultura. Esta no se entiende como un peso arcaizante, sino que,
por el contrario, constituye un privilegio único que
conecta el pasado con el presente y con el futuro: es la huella
del fluir del tiempo en la vida. Es por ello que, en la
actualidad, los artistas japoneses asumen sin conflictos el
legado de las antiguas costumbres, las cuales conviven y se
fusionan con los nuevos paradigmas estéticos de la
postmodernidad. El acervo cultural nipón palpita en cada
expresión artística contemporánea, ya sea
explícita o implícitamente, pues ella reafirma la
condición humana de la obra y su pertenencia a una cultura
que se identifica con su pasado.

Dentro de las numerosas creencias, tradiciones,
costumbres, modelos estéticos…que conforman el
cuerpo tradicional de la cultura japonesa es indiscutible que la
filosofía budista, en especial la Zen, constituye uno de
los esquemas de pensamiento y comportamiento que mayor impacto y
trascendencia ha alcanzado hasta nuestros días. El marco
de acción del budismo japonés se extiende
más allá de las expresiones culturales arcaicas y
subyace en cada actitud social y cultural de la actualidad. El
budismo Zen, tendencia que con más fuerza penetró
en la ideología japonesa, constituye hoy una forma
inherente a la idiosincrasia del pueblo japonés, quien,
consciente e inconscientemente, se comporta y se expresa
siguiendo las pautas sentadas hace más de ochocientos
años por los primeros monjes Zen. En el terreno
artístico su presencia resulta notable pues, tanto en las
artes tradicionales como en aquellas sumergidas en el
espíritu contemporáneo y postmoderno, las bases
filosóficas del Zen definen las formas y conceptos
estéticos más importantes.

Con esta breve investigación se pretende,
entonces, descubrir cuáles son las huellas dejadas por el
Zen en la creación artística contemporánea.
Para ello, nos centraremos específicamente en la
arquitectura, por ser esta la manifestación que con mayor
acierto ha sabido conjugar lo tradicional con lo
postmoderno.

El trabajo se ha dividido en tres secciones: una primera
parte que analiza los principales conceptos del budismo Zen y sus
implicaciones estéticas en el arte japonés; una
segunda parte en la que se traducen dichos conceptos
filosóficos a las expresiones formales correspondientes en
el campo de la arquitectura, se identifican y se analizan, a
través de ejemplos puntuales de obras de arquitectos
contemporáneos japoneses, como estos conceptos
tradicionales del Zen están vigentes en la arquitectura de
los últimos años; y, finalmente, una tercera y
última parte con las conclusiones.

Este estudio se propone, pues, exponer los principales
conceptos Zen que definieron el desarrollo de la estética
del arte japonés y su pervivencia en la creación
arquitectónica contemporánea.

El pensamiento
japonés y el Budismo Zen

El profesor Nakamura Hajime, prestigioso pensador
contemporáneo, en su libro Ways of thinking of Eastern
Peoples[1](Modo de pensar de los orientales)

destaca las siguientes cualidades de carácter como propias
al pueblo japonés: tendencia no racionalista,
inclinación a lo intuitivo y emocional, a evitar las ideas
complejas y a expresar sus pensamientos de modo sencillo y
simbólico. Según Nakamura, el juicio japonés
rehúye los axiomas sistémicos e intelectuales y
opta por la expresión emocional y sensible. Dicha
preferencia por la sencillez y la síntesis ha marcado
indeleblemente la ideología japonesa: las conexiones
cognitivas se establecen, más que por deducciones
lógicas, por relaciones de carácter afectivo y
emocional. De aquí que sus postulados filosóficos e
intelectuales no hayan conformado teorías complejas para
exponerse a sí mismos, sino que encontraron en las artes
la forma natural para expresar la esencia conceptual de sus
doctrinas.

Estos rasgos del pensamiento natural japonés
justifican la facilidad con que se asumió la
filosofía budista, en especial la escuela Zen: no fue
difícil para esta cultura asimilar una corriente cuyas
principales características ya se encontraban, al menos en
sus principios básicos, en las cualidades naturales de
este pueblo.

La doctrina Zen fue la tendencia budista que con
más fuerza arraigó en el espíritu del
archipiélago asiático por la extrema simplicidad de
sus preceptos: el abandono de cualquier conocimiento discursivo
mediante el satori o iluminación
interior,
experiencia fundamental del Zen, propone descubrir
la naturaleza de un modo instintivo e inmediato, al experimentar
la admiración y el misterio de la vida en cada
situación. La escuela Zen no se basa en complejos sistemas
filosóficos para su definición; ella se sirve en
todo momento de la proposición artística para
traducir sus principales conceptos: el arte es el medio por
excelencia, y no precisamente el tratado teórico, que
resume y expone con claridad la filosofía Zen.

Durante más de seiscientos años, producto
de tan perfecta asimilación, los ideales religiosos del
budismo Zen dirigieron el alma japonesa. Si bien otras
escuelas de Budismo limitaron su esfera de influencia casi
exclusivamente a la vida espiritual del pueblo japonés, el
Zen fue más lejos: el Zen impregnó
profundamente todos los aspectos de la vida cultural del pueblo
japonés
[2]La nueva doctrina
transformó las ideas, las creencias, las actitudes del
pueblo japonés; modificó no solo la
filosofía y la religión, sino también las
formas de vida y de la cultura, y en especial del
arte[3]Sus principales conceptos
filosóficos definieron el futuro desarrollo del arte y la
estética japonesa de un modo definitivo.

Conceptos
estéticos-filosóficos del Budismo Zen

El budismo Zen no es una filosofía ni una
teología en el sentido ortodoxo, sino un modo de vivir y
percibir la vida. El satori o iluminación
interior
se alcanza con la práctica continua de la
meditación, cuando se logra abandonarlo todo y prescindir
de cualquier formalidad exterior. De este modo, la mente alcanza
un vacío inconmensurable, el cual no es el resultado de un
proceso analítico y racional, sino que es un hecho de la
experiencia y un fenómeno de la intuición. En este
estado de vaciedad absoluta, el hombre es capaz de absorber
dentro de sí mismo el universo, pues el fin del Zen es
hacer desaparecer al individuo como una realidad distinta de la
vida y fundirse en ella, como un
Todo[4]

El Vacío Zen

El vacío es, pues, la idea nuclear de la
filosofía budista y la clave para su
comprensión[5]Desde luego, el vacío
budista no es la categoría nihilista que implica la nada y
la negación de toda realidad, sino que significa:
estar vacío, libre de toda condición
particular. El vacío
, según se entiende
aquí, es lo absoluto, que, al no disponer de una
palabra positiva adecuada, se expresa de forma
negativa
[6]El vacío no es un acto de
anulación, sino de desprendimiento, desapego y,
fundamentalmente, un acto de aislamiento; es la
purificación del pensamiento, los sentimientos y la
imaginación, no su
aniquilación[7]

Este protagonismo de la vacuidad como categoría
elemental signa la filosofía budista y sus manifestaciones
espirituales y culturales: el principio del vacío se
traduce en la expresión de una cultura de la quietud, de
la pausa y lo sugerido. La doctrina Zen ha cimentado la
visión tranquila y calmada del mundo como el único
modo de llegar a comprenderlo. El espíritu y la quietud
japoneses no pretenden elevarse por encima de la existencia, sino
más bien introducirse en sus "raíces". Cuando la
obra de arte es eficaz, según la filosofía budista,
esta nos arrastra al origen primitivo de la vida, y allí
nos vemos invadidos por la quietud, de la que parte todo lo
vital. Para que esto ocurra debe reinar en las formas y en el
espíritu de la obra el
seiyaku[8]la serenidad pasiva resultado
de un proceso introspectivo hacia el centro del objeto y su
esencia. El investigador Marcos Ruiz Esparza nos dice al
respecto:

La cultura de la quietud significa, por tanto, en el
reino de las formas creadas: dejar hablar al gran vacío,
dejar brillar a la gran oscuridad y aprender a ver al gran
invisible. En resumen: hacer sentir el gran vacío y
aprender a comprender al gran
incomprensible
[9]

El vacío es quien define los rasgos más
característicos del arte y la cultura japonesa: el
desequilibrio, la asimetría, la pobreza, la simplicidad,
la soledad y toda una serie de ideas afines. El ideal de forma no
existe, sino que se pretende dejar hablar al vacío, a la
soledad, a lo inacabado, a lo imperfecto, a la nada que contiene
en sí todo. El japonés no busca la "forma
válida" en sí[10]ni tampoco la
culminación o armonía de conjunto de su obra
maestra, sino que busca algo sin forma, sin imagen, que contenga
en sí todas las formas posibles.

Sabi, Wabi, Shibui

Del vacío parte el concepto de sabi o
soledad, aislamiento del mundo de las bellezas formales hasta
llegar al contacto con una belleza esencial. Sabi es la
sencillez rústica de las formas, la imperfección
arcaica que se expresa con la mayor síntesis de recursos,
en pos de sugerir la naturaleza del objeto, más
allá de su apariencia exterior. En todo el
auténtico arte del Japón existe la tendencia a la
sugerencia con absoluta economía de elementos, en donde el
espectador tiene también una parte activa: descubrir lo
que en la obra de arte no está más que iniciado. En
este sentido, resulta paradigmática la frase del
crítico de arte Okakura Kakuzo: "La verdadera belleza
sólo puede ser descubierta mentalmente por quién
completa lo incompleto"
[11].

Un concepto íntimamente relacionado con el
anterior es el de wabi o pobreza. Wabi es el
despojo de lo superficial, lo ficticio, lo decorativo e
innecesario; la simplicidad que permite descubrir la esencia
última de la belleza del objeto. La forma se entiende tan
solo como un medio para transmitir la belleza interior, por lo
que cuanto más leve sea este medio, más pura
aparecerá la belleza. En el arte hallamos el wabi
en los leves trazos del pincel y en la línea fácil
de la arquitectura, en el diseño sencillo de las mejores
piezas de cerámica y en tantas otras expresiones del arte
japonés. La pobreza material y de recursos del
wabi favorece así la contemplación
mística de la
naturaleza
[12]

El universo wabi-sabi de la estética
japonesa precisa, pues, que la belleza reside en lo
rústico, en lo sencillamente esencial, en la
imperfección y en lo incompleto. El estudioso Richard R.
Powell[13]lo resume diciendo que ello (el
wabi-sabi) cultiva todo lo que es auténtico
reconociendo tres sencillas realidades: nada dura, nada
está completado y nada es perfecto.

Esta tendencia a lo incompleto y a lo imperfecto nos
lleva al tercer concepto esencial del arte japonés: el
shibumi o shibui, que se traduce como
áspero, rudo o inacabado. El shibui se centra en
la apariencia rústica y la trivialidad externa del objeto
cotidiano, que atraen al artista japonés porque es la
prueba de que el objeto está vivo. El shibui se
destaca en la apariencia inacabada de la obra de arte, en la
imperfección de una forma estética concreta que no
oculte bajo formas aparentes la esencia del objeto.

No hay nada minúsculo para la filosofía
Zen.

La concepción Zen de la Naturaleza

En la filosofía Zen la verdad búdica se
encuentra en todas las cosas: en el viento, en las nubes, en la
tierra, las montañas, los ríos, los
animales…todos ellos tienen en potencia el poder de
revelar la verdad búdica. La naturaleza funciona como un
todo orgánico, donde cada elemento particular contiene en
sí la pluralidad del universo. En este contexto, el hombre
no debe pretender subyugar a la naturaleza o vivir en conflicto
con ella. Él existe o vive como parte de la naturaleza.
Por ello, en el arte y en la vida el mundo natural y de los
objetos debe experimentarse en forma inmediata, sin la necesidad
de intermediación ninguna. Así expresó en
una ocasión el escultor japonés
contemporáneo Isamu Noguchi:

"El delicado equilibrio entre espíritu y
materia sólo puede alcanzarse cuando el artista se ha
sumergido tan profundamente en el estudio de la armonía de
la naturaleza, que se convierte en parte de ella misma, en parte
de la propia tierra, de manera que llega a apreciar las
superficies internas y los elementos de la
vida"[14].

Es en este sentido que podemos entender las palabras del
poeta Matsuo Basho: "Ve al pino si quieres conocer el pino, o
al bambú si quieres conocer al bambú. Y así
haciendo, debes soltar toda preocupación subjetiva por ti
mismo… Tu poesía surge por sí sola cuando
tú y el objeto se han vuelto
uno."
[15]

Para el artista japonés es esencial una previa
empatía o compenetración íntima con la vida
que se anhela expresar. El artista del Zen procurará
ponernos en contacto, no con el exterior de las cosas que podemos
tocar, sino con el espíritu escondido en ellas. La
distancia entre el artista y la realidad viva y en movimiento,
debe ser anulada. Y lo que el artista en la tradición
japonesa saturada de Zen deberá expresar es la naturaleza
y, en último término, la vida como la inconsciencia
de lo vacío. Y para que lo vacuo se manifieste en la
imagen debe predominar la vacuidad misma, y no una abigarrada
profusión de cosas o colores. Al respecto resulta
ilustrativa la frase del monje Zen y una de las voces más
autorizadas sobre el budismo Zen del siglo XX, Daisetz Suzuki:
"La belleza no está en la forma exterior, sino en el
significado que ella expresa"[16].

El Zen y la Arquitectura
Japonesa

De la arquitectura tradicional a la
arquitectura contemporánea

Estos parámetros estéticos-
filosóficos del budismo Zen, aplicados a la arquitectura
tradicional, se traducen en un desarrollo del espacio en el que
prima la cualidad de lo dinámico. El vacío, como
concepto filosófico, se traduce en el concepto
arquitectónico de espacio, estructura abierta a partir de
la cual se organizan el resto de los elementos formales. Puesto
que el pilar es el elemento estructural fundamental, se
posibilita la amplitud y libertad de los espacios, así
como la ligereza y flexibilidad de los muros y de las divisiones
interiores. A su vez, las nociones de sabi,
wabi y shibui definen la sobriedad de las
líneas estructurales y expresivas de las construcciones,
la austeridad de la decoración, lo rústico del
acabado, las distribuciones asimétricas y aparentemente
imperfectas: las edificaciones se caracterizan por la
nitidez y rotundidad de las formas, por el refinamiento y por la
supresión de lo anodino y la valoración de lo
pequeño en el decorado ascético.

El budismo Zen llevó a la arquitectura,
además, el respeto por la naturaleza y la estrecha
relación con los espacios naturales: la arquitectura
japonesa se funda, no en la confrontación con la
naturaleza, sino en su existencia dentro de ella. De aquí
que se utilice la luz natural como elemento de diseño, se
empleen materiales naturales y se mantenga un vínculo
fluido entre el espacio interior y el exterior, entre otras
características.

Las características formales de la
tradición arquitectónica se definieron, pues,
siguiendo las pautas filosóficas budistas, ya que las
viviendas, templos y palacios constituían un modo vital de
expresión del pensamiento Zen.

Más de ocho siglos después del primer
contacto del pueblo nipón con la filosofía budista
resulta interesante, aunque no sorprendente, comprobar que, pese
al paso del tiempo y la occidentalización que ha sufrido
Japón en los últimos cien años, el Zen
constituye aún una forma de pensamiento vital para la
cultura japonesa en la actualidad. Los postulados Zen y las
formas arquitectónicas que de ellos se derivaron
constituyen, todavía hoy, ejes estructurales y
conceptuales vitales para la creación de los arquitectos
japoneses contemporáneos. Genios de la arquitectura
insular han creado obras que, aunque son irreductiblemente
postmodernas, son también un espejo de la
cosmogonía y el pensamiento tradicional japonés y,
en especial, de la filosofía Zen.

La presencia Zen en la arquitectura
contemporánea

Para un análisis preciso de la huella budista en
la arquitectura nipona de los últimos años, resulta
pertinente identificar y analizar luego–puesto que hemos
examinado ya los principales conceptos teóricos Zen y sus
consecuencias estéticas- las características
formales que en la arquitectura contemporánea son
expresión de la filosofía budista. Estas coinciden,
la mayor de las veces, con las de la arquitectura tradicional,
pero no como citas literales, sino como interpretaciones
actualizadas de las antiguas formas y conceptos Zen.

Espacio físico como expresión del
vacío filosófico

En primera instancia tenemos que la importancia del
vacío como categoría ontológica del
pensamiento Zen se traslada al ámbito
arquitectónico en la importancia del espacio como el eje
estructural de toda la construcción. El vaciamiento y el
aislamiento del mundo material que propone la experiencia del
satori, se traduce en la purificación de la
estructura espacial, libre, amplia y desierta. Las obras se
caracterizan por la serenidad de las formas, la profusión
de huecos y grandes espacios vacíos, el dinamismo y
fluidez en la delimitación de las aéreas, y por la
claridad de toda la estructura, expuesta sinceramente a las
miradas del visitante.

Al respecto, la figura de Tadao Ando destaca como un
arquitecto un tanto peculiar, pero perfectamente conectado con la
más pura tradición de la arquitectura Zen. La obra
de Tadao Ando parte de la idea del espacio como eje generatriz de
todo el proyecto. La concepción del espacio vacío y
de la amplitud tiene para él una importancia mayor que
otro tipo de condicionamiento y, en busca de lograr la mayor
sobriedad espacial posible, se centra en la desnudez y el purismo
de los elementos constructivos. La filosofía de Ando
está dirigida a pensar que el espacio puede ser una fuente
de inspiración, un lugar para la experiencia
mística de la vida, lo cual ha logrado plasmar
magistralmente en el complejo Awaji Yumebati, para el aeropuerto
internacional de Kansai. Si varias partes del proyecto no
responden a ninguna función en específico, ellas
suscitan en el visitador una consciencia aguda del espacio, de la
luz, del sonido y de la arquitectura. Ando propone una visita no
solo funcional al aeropuerto, sino también una vivencia
única de experimentación y relajación dentro
del entorno. Realiza un énfasis especial en la
relación del hombre con la naturaleza en pos de crear un
espacio de meditación, serenidad y
espiritualidad.

Otro arquitecto japonés que prefiere el uso de
los espacios vacíos o abiertos como elementos esenciales
en la construcción es Fumihiko Maki. En su Centro
Internacional de Conferencias, en Toyama, organiza el interior a
partir de grandes galerías y amplias zonas
traslúcidas que delimitan los espacios. El frente del
edificio se compone de un muro-cortina de metal y de vidrio, y
una pantalla de armazón de madera de arce macizo.
Aquí, como en otras de sus realizaciones, Maki evoca la
tradición japonesa en una estructura decididamente
moderna. El armazón de madera remite al uso de los
materiales naturales de la arquitectura tradicional, a la vez que
mantiene un vínculo fluido entre el interior y el ambiente
exterior.

La obra del dúo de arquitectos Kasuyo Sejima y
Ryue Nishizawa, fundadores de la afamada firma de arquitectos con
base en Tokio, SANAA, constituye otro ejemplo de la
presencia Zen en la arquitectura contemporánea. Aunque la
arquitectura que practican es absolutamente postmoderna, en ella
se pueden detectar aspectos que también se encuentran en
la arquitectura tradicional japonesa. Tal como sucede en la
arquitectura Zen, la estructura de sus proyectos es una
estructura clara, que muestra siempre las relaciones internas de
sus partes. Nada se disimula o se recarga, sino que se deja al
descubierto, ya sea mediante la sencillez rústica de las
formas o por los juegos de luces y transparencias. El empleo de
materiales movibles y traslúcidos les permite crear
espacios cambiantes, en continuo proceso de
mutación.

Para ellos la estructura es sólido y es
vacío[17]y por esto conjugan los grandes
espacios con demarcaciones fluidas. Los espacios en sus obras no
se delimitan radicalmente, sino que intentan mantener la fluidez
y la correlación entre unos y otros. Por ejemplo, en el
Pabellón del Vidrio del Museo de Arte de Toledo, cada
espacio funcional está delimitado en planta por una
línea propia, pero existen varias capas de vidrio que
clarifican la organización y proporcionan continuidad a la
línea visual de estos espacios, sin que lleguen a ser
nunca núcleos cerrados o compartimentados. En las
Viviendas Seijo, en las afueras de Tokio, las unidades
residenciales se extienden, conectándose unas con otras
para formar un espacio orgánico unitario. El espacio para
estos arquitectos no se caracteriza por la amplitud extensa, sino
por la organicidad y conectividad; en este enfoque, más
que el aislamiento de la vacuidad Zen, está presente la
perspectiva del vacío como purificación de las
formas y como conexión profunda entre el sujeto y el
entorno. El espacio debe fluir en todo momento, debe ser
expresión de formas purificadas, así el visitante
puede incorporarse a la circulación sosegada y tranquila
que propone la coherencia de esta organización
espacial.

Pureza de las formas: sabi-wabi-shibui

La trilogía conceptual sabi-wabi-shibui,
pilares de la estética Zen, definen también la
arquitectura contemporánea: las obras son fundamentalmente
ascéticas, sobrias en su diseño y
concepción. Las estructuras se caracterizan por el
minimalismo, la austeridad formal y la exclusión de todo
lo accesorio; los proyectos suprimen todo lo que no es
imprescindible y lo que es accidental. Las líneas
complicadas se desechan, la expresión estética se
logra mediante la reducción de las formas, donde se inhibe
cualquier barroquismo especulativo. La soledad aislada de las
formas, la pobreza de medios y lo primitivo de los diseños
de las edificaciones apuntan a su proximidad con la pureza y
severidad formal de la filosofía Zen.

Las estructuras se basan en el diseño de formas
geométricas puras, organizadas casi siempre de un modo
asimétrico, por la concepción Zen de que tiene
más importancia la búsqueda de perfección
que la propia perfección, ya que lo asimétrico
sugiere o evoca el vacío, carente de toda forma ordenada.
Si observamos la Casa en Suzaku, del afamado arquitecto, Waro
Kishi, encontraremos una sencillez esencial en las estructuras y
decoración de la casa. No existe un elemento
circunstancial, superfluo, añadido o adjunto, sino que la
claridad de las formas se logra con el uso mínimo de
recursos expresivos, que dentro de un lenguaje modernista,
respeta la sensibilidad japonesa por la sobriedad y pureza
estética. Tadao Ando, en su citado complejo Awaji
Yumebati, de igual manera, elimina lo superfluo y decorativo, y
basa sus diseños en el empleo de volúmenes
geométricos y en la disposición orgánica,
aunque asimétrica de los elementos constructivos. Al
respecto, el arquitecto plantea:

"La base de este proyecto reposa sobre universos
redondos y cuadrados, conectados por avenidas. Más que
apoyarme exclusivamente en la geometría, me serví
de los espacios generados por las irregularidades de la
topografía"[18].

Asimismo, la obra del estudio arquitectónico de
SANAA ha sido calificada de ascética y frugal,
pues los arquitectos, basados en los principios Zen, definen sus
diseños a partir de la simplicidad orgánica y
estructural de los espacios.

Por otra parte, tenemos la obra de Toyo Ito que, por
ejemplo, en la casa Ai Wei Wei define estructuras basadas en el
minimalismo extremo de la decoración y la estructura, en
la apariencia rústica e inacabada de las texturas de los
materiales de construcción, en la desnudez de las paredes,
la geometrización pura de las líneas, el
monocratismo del diseño de los colores y en el uso
proporcional de las escalas. Cada espacio de esta
edificación transmite la soledad, sobrecogimiento, sentido
de aislamiento y lo místico de lo cotidiano que plantea la
doctrina Zen y, particularmente, los conceptos
sabi-wabi-shibui,

Relación con la naturaleza

En la arquitectura japonesa la relación de la
edificación con el entorno no es una decisión que
parta de un imperativo visual y de coherencia estética,
sino que es una necesidad filosófica y cosmogónica.
Dado que en el pensamiento Zen la dualidad del mundo no existe,
sino que este se concibe como una unidad, sujeta a la cual
está el individuo, el hombre es parte intrínseca de
la naturaleza. Por ello, el espacio en que habite y circule el
individuo debe expresar la fusión entre el ámbito
humano y el natural, que, a fin de cuentas, es el mismo. De este
precepto resulta la incorporación de los ambientes
naturales a las construcciones urbanas, el límite
impreciso entre los espacios interiores y los exteriores, el
empleo de materiales naturales y el uso de la luz como elemento
trascendental en el diseño.

En el caso del complejo Awaji Yumebati, de Ando, es
evidente el vínculo con la naturaleza en la
concepción visual y sonora que reposa sobre una serie de
cascadas. Las escaleras, las fuentes y los lugares están
dispuestos en una progresión geométrica que evoca
una composición musical, a la vez que imitan las formas de
los antiguos jardines japoneses Zen. Tal como expresara el propio
arquitecto: "Intenté crear un nuevo estilo de
jardín que combine el jardín tradicional de paseo
japonés y los modelos occidentales, en los cuales la trama
es mucho menos ambigua"
[19]. El empleo de la
luz natural como elemento compositivo y expresivo, de las formas
geométricas simples y el uso del agua dentro de sus
edificios, vinculan directamente la obra de Ando con el objetivo
primario de la arquitectura Zen: la integración del
edificio con su entorno natural, así como la apariencia
sencilla y provocadora de sensaciones positivas. Y esta
relación ha sido remarcada por el artista en varias
ocasiones:

"La luz y el viento, en definitiva, los elementos
naturales, carecen de significado de no introducirlos en el
interior de la casa, secretándolos del mundo exterior. Una
pizca de luz y de aire evoca todo el mundo natural. Las obras por
mí creadas se han modificado y han cobrado
significación gracias a los elementos de la naturaleza
(luz y aire) que marcan el paso del tiempo y de las
estaciones."[20]

Otro de los arquitectos contemporáneos que
persigue igual fin es Hiroshi Hara, teórico, además
de artista. Tomemos como ejemplo la Casa Ito, en Nagazaki. En
este proyecto Hara concibió un espacio hogareño
armónico con la naturaleza: su ubicación en un
pequeño bosque de pinos definió el empleo del
árbol como material fundamental en la construcción;
su forma esencialmente vertical recuerda la de un pino, y los
volúmenes cúbicos de la casa conforman un ritmo
espacial que se aviene con el entramado vegetal. La
integración con el entorno natural es también
aquí una obligación conceptual, así como el
acabado desestabilizador e imperfecto de los juegos
cúbicos.

En el caso de SANAA, tenemos que sus edificios
no presentan una frontera clara entre el interior y el exterior,
por lo que nunca resultan núcleos cerrados y desconectados
del espacio natural. De aquí que utilicen la línea
curva en muchos de sus proyectos, pues de esta manera obtienen un
espacio más moldeable y una relación más
suave con la naturaleza. En el caso del Pabellón del
Vidrio, anexo al Museo de Arte de Toledo, la experiencia del
espacio interior siempre está en relación con la
vegetación circundante. Cada uno de los espacios
está definido por un vidrio transparente, que envuelve
todos los espacios en un alzado continuo, que no queda
interrumpido por esquinas. El resultado es una planta de burbujas
interconectadas, a través de la cual el visitante fluye
con la forma.

Muy cercanos al concepto de
yugen[21]o "claroscuro", sus edificios se
cargan, a su vez, de atmósferas místicas, donde
cumplen un papel importante los contrastes de luces y de sombras.
El yugen, en la filosofía Zen, es
fundamentalmente una atmósfera de misterio y profundidad
que se alcanza con la sugerencia de un perfil inacabado, con una
impresión indefinida entre lo claro y lo oscuro, la luz y
la sombra. Tomemos como ejemplo la Casa de Fin de Semana,
construida en un bosque, cerca de una autopista y en un lugar
distante de la ciudad de Tokyo. Aquí la penumbra y el
contraste entre las zonas iluminadas y obscuras constituyen
rasgos esenciales del diseño, evidencia no solo del
interés de crear un ambiente específico, sino que,
además, este empleo de la luz contiene un trasfondo
filosófico que se halla en el pensamiento Zen. La frontera
entre la luz y la sombra no está bien marcada en ninguno
de los espacios: el dualismo se pierde a favor de una
concepción del mundo como flujo continuo de elementos
opuestos.

La naturaleza no es, pues, en estos proyectos, un
contexto añadido, sino que forma parte íntegramente
del diseño arquitectónico.

Conclusiones

Podemos concluir, pues, que la arquitectura japonesa
contemporánea resguarda en su interior los principales
conceptos de la filosofía Zen. El vacío define la
idea primaria de los proyectos arquitectónicos, los cuales
renuncian por completo al abigarramiento decorativo y abogan por
la simplicidad y austeridad que proponen las nociones de
sabi, wabi y shibui. Si bien no podemos
otorgarles a las noveles edificaciones la trascendencia
mística que sí tuvieron las antiguas construcciones
budistas, no cabe duda de que de un modo latente e
implícito, aún persiste el carácter
introspectivo y esencialista del arte Zen.

Las estructuras constructivas parten de la idea del
vacío, del espacio, como noción fundamental. Los
arquitectos no anulan el espacio, sino que lo despojan de
cualquier elemento innecesario y superficial. Lo barroco se
rechaza y la sencillez de las formas geométricas aflora
como un procedimiento expresivo cardinal. La pureza de la
geometría formal, la absoluta economía de recursos
compositivos, el candor de las texturas de los materiales
constructivos, las líneas simples en el diseño,
así como la rudeza de ciertas estructuras son
características presentes en todos los proyectos
arquitectónicos previamente enunciados, que denotan la
profunda incidencia de los principios Zen.

La armonía con el entorno natural, tan
característico de los jardines Zen y de cualquier otro
tipo de edificio budista, es una preocupación constante
para los arquitectos contemporáneos. La concepción
holística del universo, donde la naturaleza no se percibe
como una entidad separada o superior, sino como el lugar de la
realización plena del sujeto, determina que los proyectos
se ocupen siempre de integrar el edificio con su entorno. La
fluidez de los interiores con los exteriores, la
utilización de materiales provenientes del medio
circundante y la importancia de la luz natural en los
diseños constituyen ejemplos de las soluciones a esta
preocupación.

En general, podemos observar en todos estos artistas y
sus obras un ánimo que gusta de la sencillez y de las
atmosferas místicas; conciben los edificios como
estructuras orgánicas, fluidas, cambiables en el tiempo y
flexibles al uso cotidiano. El movimiento de las líneas
compositivas sigue siempre un camino sereno, quieto,
asimétrico e imperfecto en ocasiones, donde abundan los
huecos, las luces, las sombras, los elementos naturales, pero
escasean los decorados profusos y accesorios, las complicaciones
formales o la extravagancia egocéntrica. La cultura de la
quietud, propia del Zen, reina también en estas obras,
donde el vacío, la introspección, la naturaleza y
la esencia última de las cosas se develan en formas
simples y sobriamente expresadas.

La incorporación de Japón al mapamundi
occidental no ha significado, entonces, la pérdida total
de sus tradiciones, sino que, en los últimos años,
ha devenido proceso de recuperación y
revalorización de la cultura tradicional. Según los
casos de los arquitectos aquí analizados, podemos observar
como la postmodernidad, las nuevas tecnologías y la nueva
estética se asumen y se digieren, pero se entremezclan
también con las raíces culturales propias del
pueblo nipón. La arquitectura japonesa evoluciona paralela
a los dictados occidentales, pero mantiene también el
fuerte y profundamente arraigado legado tradicional de su cultura
y, en especial, de la filosofía Zen.

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Autor:

Danislady Mazorra

[1] Extraído de Ga Gutiérrez,
Fernando: El arte del Japón. Colección Summa
Artis. Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1999. p. 15

[2] Ruiz Esparza, Marco Antonio de la Rosa:
La aplicación del budismo en la Vida ordinaria del
japonés. En
http://www.filosofiayliteratura.org/Zen/El%20budismo%20en%20la%20Vida%20del%20japones.doc
Consultado el 13 de octubre del 2011

[3] “Que el Zen haya contribuido a
estimular los impulsos artísticos del pueblo
japonés y haya teñido sus obras con sus ideas
características, es un hecho debido a diversas causas:
los monasterios Zen fueron casi exclusivamente lo depositarios
del saber y del arte, al menos durante las eras Kamakura y
Muromachi: los monjes Zen tenían continuas oportunidades
de entrar en contacto con culturas ajenas; los propios monjes
eran artistas, estudiosos y místicos; (…) los
aristócratas y las clases políticamente
influyentes del Japón fueron protectores de las
instituciones Zen e incluso ellos mismos se fueron sometiendo a
la disciplina Zen.” Ibídem.

[4] Ga Gutiérrez, Fernando: Ob. Cit.
p. 282

[5] Ruiz Esparza, Marco Antonio de la Rosa:
Ob. Cit.

[6] Enomiya-Lassalle, H.M.: Zen y
Mística Cristiana. Colección Caminos 6. Ediciones
Paulinas, Madrid, 1991. pp. 144-145

[7] Ruiz Esparza, Marco Antonio de la Rosa:
Introducción al budismo desde una perspectiva misionera.
En
http://www.filosofiayliteratura.org/Zen/Introducción%20al%20budismo%20desde%20una%20perspectiva%20misionera.doc.
Consultado el 13 de octubre del 2011

[8] Este principio forma parte de una lista
enunciada por el profesor Hisamatsu Shinichi, especialista de
la estética japonesa, quien expresa que los siguientes
preceptos, basados en la filosofía Zen, constituyen
paradigmas comunes a todas las artes japonesas:
asimetría (fukinsei), simplicidad (kanso), naturalidad
(shizen), profundidad (yugen), libertad de acción
(datsuzoku), dignidad (koko ) y tranquilidad (seiyaku). En El
bonsái como arte japonés, en
http://www.fkbbonsai.org/?page_id=19. Consultado el 17 de
octubre del 2011 Para mayor información sobre cada uno
de estos principios véase Manrique, María
Eugenia: Pintura Zen; Método y arte del sumi-e.
Editorial Kairós, Barcelona, 2006.

[9] Ruiz Esparza, Marco Antonio de la Rosa:
La aplicación del budismo en la Vida ordinaria del
japonés. Ob. Cit.

[10] Ibídem.

[11] Kakuzo, Okakuro: La casa del té.
En http://www.temakel.com/texolcasate.htm Consultado el 17 de
octubre del 2011

[12] Suzuki, D.T.: Ensayos sobre budismo Zen.
Editorial Kier, Buenos Aires, s/a. p. 84

[13] Powell, Richard R.: Wabi Sabi Simple.
Adams Media, London, 2004.

[14] Extraído de El bonsái como
arte japonés. Ob. Cit.

[15] Extraído de Zen; Sabiduría
Esencial. Colección Letra Viva. Editorial Troquel S.A,
Argentina, 1995. p. 70

[16] Extraído de El bonsái como
arte japonés. Ob. Cit.

[17] Extraído de Cortés, Juan
Antonio: “Una conversación con Kazuyo Sejima y
Ryue Nidhizawa”. En El Croquis; Kazuyo Sejima & Ryue
Nishizawa 1995-2000. No 99. El Croquis Editorial, Madrid, 2007.
p. 11

[18] Extraído de Jodidio, Phillip:
Architecture Now! Tashen, s/a. p. 11

[19] Extraído de Jodidio, Phillip:
Ob.Cit.

[20] Tadao Ando; La Luz, simbolismo y
arquitectura. (Documento digital en formato pdf s.p.i)

[21] La palabra está formada por dos
caracteres: yu que significa tenue y gen que significa negro u
oscuridad. Por ende podríamos definirlo como "tenue o
ligera oscuridad" o "claroscuro". En Fleitas, Carlos: Arte
japonés o la belleza de lo efímero. En
http://usuarios.netgate.com.uy/carlosfleitas/japon1.htm.
Consultado el 19 de octubre del 2011

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