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Busca alivio para su tormento



  1. Estado de
    desequilibrio amoroso
  2. En busca de la casa
    de Manuela Sánchez
  3. Ámbito de
    Frustración
  4. Aparición de
    su doncella inasible
  5. Actitud ante el
    anciano más antiguo y triste de la
    tierra
  6. Protección
    de los fusileros del general Rodrigo de
    Aguilar
  7. Sus regalos
    dementes
  8. Se ahogaba en sus
    anhelos
  9. La canción
    del general de mis amores
  10. Los regalos
    insólitos para su reina Manuela
    Sánchez
  11. El sábado
    negro de su peor desgracia
  12. El mejor regalo a
    la reina de su amor
  13. Fuente

Gabriel José de la Concordia García
Márquez (
1927 – ) es un escritor, novelista,
cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982
recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido
familiarmente y por sus amigos como Gabo.

Estado de
desequilibrio amoroso

  • Estas y muchas otras versiones de su estado se iban
    haciendo cada vez más intensas mientras
    él:

  • medía en los establos la leche para los
    cuarteles

  • viendo cómo se alzaba en el cielo el martes
    de ceniza de Manuela Sánchez,

  • hacia sacar a los leprosos de los rosales para que
    no apestaran las rosas de tu rosa,

  • buscaba los lugares solitarios de la casa para
    cantar sin ser oído tu primer vals de
    reina,

  • para que no me olvides, cantaba, para que sientas
    que te mueres si me olvidas, cantaba,

  • se sumergía en el cieno de los cuartos de las
    concubinas tratando de encontrar alivio para su
    tormento,

  • y por primera vez en su larga vida de amante
    fugaz:

  • se le desenfrenaban los instintos, se demoraba en
    pormenores,

  • les desentrañaba los suspiros a las mujeres
    más mezquinas, una vez y otra vez,

  • y las hacía reír de asombro en las
    tinieblas no le da pena general, a sus
    años,

  • pero él sabía de sobra que aquella
    voluntad de resistir eran engaños que se hacía
    a sí mismo para perder el tiempo,

  • que cada tranco de su soledad, cada tropiezo de su
    respiración lo acercaban sin remedio a la
    canícula de las dos de la tarde ineludible

  • en que se fue a suplicar por el amor de Dios el amor
    de Manuela Sánchez

  • en el palacio del muladar de tu reino feroz de tu
    barrio dejas peleas de perro,

  • se fue vestido de civil, sin escolta,

  • en un automóvil de servicio público
    que se escabulló petardeando por el vapor de gasolina
    rancia

  • de la ciudad postrada en el letargo de la
    siesta,

  • Eludió el fragor asiático de los
    vericuetos del comercio, vio:

  • la mar grande de Manuela Sánchez de mi
    perdición con un alcatraz solitario en el
    horizonte,

  • los tranvías decrépitos que van hasta
    tu casa y ordenó que los cambien por tranvías
    amarillos de vidrios nublados con un trono de terciopelo para
    Manuela Sánchez,

  • los balnearios desiertos de tus domingos de
    mar

  • y ordenó que pusieran casetas de
    vestirse

  • y una bandera de color distinto según los
    humores del tiempo

  • y una malla de acero en una playa reservada para
    Manuela Sánchez,

  • las quintas con terrazas de mármol y prados
    pensativos de las catorce familias que él había
    enriquecido con sus favores,

  • una quinta más grande con surtidores
    giratorios y vitrales en los balcones

  • donde te quiero ver viviendo para mí, y la
    expropiaron por asalto,

  • decidiendo la suerte del mundo

  • mientras soñaba con los ojos abiertos en el
    asiento posterior del coche de latas sueltas

  • hasta que se acabó la brisa del
    mar

  • y se acabó la ciudad

  • y se metió por las troneras de las ventanas
    el fragor luciferino de tu barrio de las peleas de
    perro

  • donde él se vio y no se creyó pensando
    madre mía Bendición Alvarado mírame
    dónde estoy sin ti, favoréceme,

  • pero nadie reconoció en el tumulto los ojos
    desolados, los labios débiles, la mano lánguida
    en el pecho,

  • la voz de hablar dormido del bisabuelo asomado por
    los vidrios rotos con un vestido de lino blanco y un sombrero
    de capataz

  • Vio que andaba averiguando dónde vive Manuela
    Sánchez de mi vergüenza, la reina de los pobres,
    señora, la de la rosa en la mano,

  • preguntándose asustado dónde
    podías vivir en aquella tropelía de nudos de
    espinazos erizados de miradas satánicas de colmillos
    sangrientos del reguero de aullidos fugitivos con el rabo
    entre las patas de la carnicería de perros que se
    descuartizaban a mordiscos en los barrizales,

  • dónde estará el olor de regaliz de tu
    respiración en este trueno continuo de altavoces
    de

  • hija de puta serás tu tormento de mi vida de
    los borrachos sacados a patadas del matadero de las
    cantinas,

  • dónde te habrás perdido en la parranda
    sin término del maranguango y la burundanga y el
    gordolobo y la manta de bandera y el tremendo
    salchichón de hoyito y el centavo negro de
    ñapa

  • en el delirio perpetuo del paraíso
    mítico del Negro Adán y Juancito Trucupey,
    carajo,

  • cuál es tu casa de vivir en este estruendo de
    paredes descascaradas de color amarillo de ahuyama

  • con cenefas moradas de balandrán de
    obispo

  • con ventanas de verde cotorra

  • con tabiques de azul de pelotica

  • con pilares rosados de tu rosa en la
    mano,

  • qué hora será en tu vida si estos
    desmerecidos desconocen mis órdenes de que ahora sean
    las tres y no las ocho de la noche de ayer como parece en
    este infierno,

  • cuál eres tú de estas mujeres que
    cabecean en las salas vacías ventilándose con
    la falda

  • despatarradas en los mecedores

  • respirando de calor por entre las piernas

En busca de la casa
de Manuela Sánchez

  • Mientras él preguntaba a través de los
    huecos de la ventana dónde vive Manuela Sánchez
    de mi rabia,

  • la del traje de espuma con luces de diamantes y la
    diadema de oro macizo que él le había regalado
    en el primer aniversario de la coronación,

  • ya sé quién es, señor, dijo
    alguien en el tumulto, una tetona nalgoncita que se cree la
    mamá de la gorila,

  • vive ahí, señor, ahí, en una
    casa como todas, pintada a gritos, con la huella fresca de
    alguien que había resbalado en una plasta de
    porquería de perro en el sardinel de mosaicos, una
    casa de pobre

  • tan diferente de Manuela Sánchez en la
    poltrona de los virreyes que costaba trabajo creer que fuera
    ésa, pero era ésa,

  • madre mía Bendición Alvarado de mis
    entrañas, dame tu fuerza para entrar, madre, porque
    era ésa,

  • había dado diez vueltas a la manzana mientras
    recobraba el aliento,

  • había llamado a la puerta con tres golpes de
    los nudillos que parecieron tres súplicas,

  • había esperado en la sombra ardiente del
    saledizo sin saber si el mal aire que respiraba estaba
    pervertido por la resolana o la ansiedad,

  • esperó sin pensar siquiera en su propio
    estado hasta que la madre de Manuela Sánchez lo hizo
    entrar en la fresca penumbra olorosa a residuos de pescado de
    la sala amplia y escueta de una casa dormida que era
    más grande por dentro que por fuera,

Ámbito de
Frustración

  • Examinaba el ámbito de su frustración
    desde el taburete de cuero en que se había
    sentado

  • mientras la madre de Manuela Sánchez la
    despertaba de la siesta,

  • vio las paredes chorreadas de goteras de lluvias
    viejas,

  • un sofá roto, otros dos taburetes con fondos
    de cuero, un piano sin cuerdas en el rincón, nada
    más, carajo,

  • tanto sufrir para esta vaina, suspiraba, cuando la
    madre de Manuela Sánchez regresó con una
    canastilla de labor y se sentó a tejer
    encajes

  • mientras Manuela Sánchez se vestía, se
    peinaba, se ponía sus mejores zapatos para atender con
    la debida dignidad al anciano imprevisto que se preguntaba
    perplejo dónde estarás Manuela Sánchez
    de mi infortunio

  • que te vengo a buscar y no te encuentro en esta casa
    de mendigos,

  • dónde estará tu olor de regaliz en
    esta peste de sobras de almuerzo,

  • dónde estará tu rosa,

  • dónde tu amor,

  • sácame del calabozo de estas dudas de perro,
    suspiraba,

Aparición de
su doncella inasible

  • Cuando la vio aparecer en la puerta interior como la
    imagen de un sueño reflejada en el espejo de otro
    sueño

  • con un traje de etamina de a cuartillo la yarda, el
    cabello amarrado de prisa con una peineta, los zapatos
    rotos,

  • pero era la mujer más hermosa y más
    altiva de la tierra con la rosa encendida en la
    mano,

  • una visión tan deslumbrante que él
    apenas si tuvo dominio para inclinarse cuando ella lo
    saludó con la cabeza levantada Dios guarde a su
    excelencia,

Actitud ante el
anciano más antiguo y triste de la tierra

  • Y se sentó en el sofá, enfrente de
    él, donde no la alcanzaron los efluvios de su grajo
    fétido,

  • y entonces me atreví a mirarlo de frente por
    primera vez haciendo girar con dos dedos la brasa de la rosa
    para que no se me notara el terror,

  • escruté sin piedad:

  • los labios de murciélago,

  • los ojos mudos que parecían mirarme desde el
    fondo de un estanque,

  • el pellejo lampiño de terrones de tierra
    amasados con aceite de hiel que se hacía más
    tirante e intenso en la mano derecha del anillo del sello
    presidencial exhausto en la rodilla,

  • su traje de lino escuálido como si dentro no
    estuviera nadie,

  • sus enormes zapatos de muerto,

  • su pensamiento invisible,

  • su poder oculto,

  • el anciano más antiguo de la
    tierra,

  • el más temible,

  • el más aborrecido y el menos compadecido de
    la patria que se abanicaba con el sombrero de capataz
    contemplándome en silencio desde su otra
    orilla,

  • Dios mío, qué hombre tan triste,
    pensé asustada, y pregunté sin compasión
    en qué puedo servirle excelencia,

  • y él contestó con un aire solemne que
    sólo vengo a pedirle un favor, majestad, que me reciba
    esta visita.

Visita diaria y permanente

  • La visitó sin alivio durante meses y
    meses,

  • todos los días en las horas muertas del calor
    en que solía visitar a su madre para que los servicios
    de seguridad creyeran que estaba en la mansión de los
    suburbios,

Protección de
los fusileros del general Rodrigo de Aguilar

  • porque sólo él ignoraba lo que todo el
    mundo sabía que los fusileros del general Rodrigo de
    Aguilar lo protegían agazapados en las
    azoteas,

  • endemoniaban el tránsito, desocupaban a
    culatazos las calles por donde él tenía que
    pasar,

  • las mantenían vedadas para que parecieran
    desiertas desde las dos hasta las cinco con orden de tirar a
    matar si alguien trataba de asomarse en los
    balcones,

El paso del fugitivo

  • Pero hasta los menos curiosos se las arreglaban para
    aguaitar el paso fugitivo de la limusina presidencial pintada
    de automóvil de servicio público con el anciano
    canicular escondido de civil dentro del traje de lino
    inocente, veían:

  • su palidez de huérfano, su semblante de haber
    visto amanecer muchos días, de haber llorado
    escondido, de no importarle ya lo que pensaran de la mano en
    el pecho,

  • el arcaico animal taciturno que iba dejando un
    rastro de ilusiones

  • de mírenlo cómo va que ya no puede con
    su alma en el aire vidriado de calor de las calles
    prohibidas,

  • hasta que las suposiciones de enfermedades raras se
    hicieron tan ruidosas y múltiples

  • que terminaron por tropezar con la verdad de que
    él no estaba en casa de su madre sino en la sala en
    penumbra del remanso secreto de Manuela Sánchez bajo
    la vigilancia implacable de la madre que tricotaba sin
    respirar,

  • pues era para ella que compraba las máquinas
    de ingenio que tanto entristecían a Bendición
    Alvarado,

Sus regalos
dementes

  • Trataba de seducirla con el misterio de las agujas
    magnéticas, las tormentas de nieve del enero cautivo
    de los pisapapeles de cuarzo, los aparatos de
    astrónomos y boticarios, los pirógrafos,
    manómetros, metrónomos y
    giróscopos

  • que él continuaba comprando a quien quisiera
    vendérselos contra el criterio de su madre, contra su
    propia avaricia de hierro,

  • y sólo por la dicha de gozarlos con Manuela
    Sánchez,

  • le ponía en el oído la caracola
    patriótica que no tenía dentro el resuello del
    mar sino las marchas militares que exaltaban su
    régimen,

  • les acercaba la llama del fósforo a los
    termómetros para que veas subir y bajar el azogue
    opresivo de lo que pienso por dentro,

  • contemplaba a Manuela Sánchez sin pedirle
    nada, sin expresarle sus intenciones,

  • sino que la abrumaba en silencio con aquellos
    regalos dementes para tratar de decirle con ellos lo que
    él no era capaz de decir,

  • pues sólo sabía manifestar sus anhelos
    más íntimos con los símbolos visibles de
    su poder descomunal

  • como el día del cumpleaños de Manuela
    Sánchez en que le había pedido que abriera la
    ventana y ella la abrió y me quedé petrificada
    de pavor al ver lo que habían hecho de mi pobre barrio
    de las peleas de perro,

  • vi las blancas casas de madera con ventanas de anjeo
    y terrazas de flores, los prados azules con surtidores de
    aguas giratorias, los pavorreales, el viento de insecticida
    glacial,

  • una réplica infame de las antiguas
    residencias de los oficiales de ocupación que
    habían sido calcadas de noche y en
    silencio,

  • habían degollado a los perros,

  • habían sacado de sus casas a los antiguos
    habitantes que no tenían derecho a ser vecinos de una
    reina y los habían mandado a pudrirse en otro
    muladar,

  • y así habían construido en muchas
    noches furtivas el nuevo barrio de Manuela
    Sánchez

  • para que tú lo vieras desde tu ventana el
    día de tu onomástico, ahí lo tienes,
    reina, para que cumplas muchos años
    felices,

  • para ver si estos alardes de poder conseguían
    ablandar tu conducta cortés pero invencible de no se
    acerque demasiado, excelencia, que ahí está mi
    mamá con las aldabas de mi honra,

Se ahogaba en sus
anhelos

  • Y él se ahogaba en sus anhelos, se
    comía la rabia, tomaba a sorbos lentos de abuelo el
    agua de guanábana fresca de piedad

  • que ella le preparaba para darle de beber al
    sediento,

  • soportaba la punzada del hielo en la sien para que
    no le descubrieran los desperfectos de la edad,

  • para que no me quieras por lástima
    después de haber agotado todos los recursos

  • para que lo quisiera por amor,

  • lo dejaba tan sólo cuando estoy contigo que
    no me quedan ánimos ni para estar,

  • agonizando por rozarla así fuera con el
    aliento antes de que el arcángel de tamaño
    humano volara dentro de la casa tocando la campana de mi hora
    mortal,

  • y él se ganaba un último sorbo de la
    visita mientras guardaba los juguetes en los estuches
    originales

  • para que no los haga polvo la carcoma del
    mar,

  • sólo un minuto, reina, se levantaba desde
    ahora hasta mañana, toda una vida, qué
    vaina,

  • apenas si le sobraba un instante para mirar por
    última vez a la doncella inasible

  • que al paso del arcángel se había
    quedado inmóvil con la rosa muerta en el regazo
    mientras él se iba,

La canción del
general de mis amores

  • Se escabullía entre las primeras sombras
    tratando de ocultar una vergüenza de dominio
    público que todo el mundo comentaba en la
    calle,

  • la propalaba una canción anónima que
    el país entero conocía menos
    él,

  • hasta los loros cantaban en los patios
    apártense mujeres que ahí viene el general
    llorando, verde, con la mano en el pecho,

  • mírenlo cómo va que ya no puede con su
    poder, que está gobernando dormido, que tiene una
    herida que no se le cierra,

  • la aprendieron los loros cimarrones de tanto
    oírsela cantar a los loros cautivos,

  • se la aprendieron las cotorras y los arrendajos y se
    la llevaron en bandadas hasta más allá de los
    confines de su desmesurado reino de pesadumbre,

  • y en todos los cielos de la patria se oyó al
    atardecer aquella voz unánime de multitudes fugitivas
    que cantaban

  • que ahí viene el general de mis amores
    echando caca por la boca y echando leyes por la
    popa,

  • una canción sin término a la que todo
    el mundo hasta los loros le agregaban estrofas para burlar a
    los servicios de seguridad del estado que trataban de
    capturarla,

Patrullas militares para su seguridad
personal

  • las patrullas militares apertrechadas para la guerra
    rompían portillos en los patios y fusilaban a los
    loros subversivos en las estacas,

  • les echaban puñados de pericos vivos a los
    perros,

  • declararon el estado de sitio tratando de extirpar
    la canción enemiga para que nadie descubriera lo que
    todo el mundo sabía

  • que era él quien se deslizaba como un
    prófugo del atardecer por las puertas de servicio de
    la casa presidencial,

  • atravesaba las cocinas y desaparecía entre el
    humo de las bostas de las habitaciones privadas

Los regalos
insólitos para su reina Manuela
Sánchez

  • Hasta mañana a las cuatro, reina, hasta todos
    los días a la misma hora en que llegaba a la casa de
    Manuela Sánchez cargado de tantos regalos
    insólitos

  • que habían tenido que apoderarse de las casas
    vecinas y derribar paredes medianeras para tener donde
    ponerlos,

  • así que la sala original quedó
    convertida en un galpón inmenso y sombrío donde
    había:

  • incontables relojes de todas las
    épocas,

  • toda clase de gramófonos desde los primitivos
    de cilindro hasta los de diafragma de espejo,

  • numerosas máquinas de coser de manivela, de
    pedal, de motor,

  • dormitorios enteros de galvanómetros, boticas
    homeopáticas, cajas de música, aparatos de
    ilusiones ópticas, vitrinas de mariposas disecadas,
    herbarios asiáticos, laboratorios de fisioterapia y
    educación corporal, máquinas de
    astronomía, ortopedia y ciencias naturales,

  • y todo un mundo de muñecas con mecanismos
    ocultos de virtudes humanas,

  • habitaciones canceladas en las que nadie entraba ni
    siquiera para barrer

  • porque las cosas se quedaban donde las habían
    puesto cuando las llevaron,

El sábado
negro de su peor desgracia

  • Nadie quería saber de ellas y Manuela
    Sánchez menos que nadie pues no quería saber
    nada de la vida desde el sábado negro en que me
    sucedió la desgracia de ser reina,

  • aquella tarde se me acabó el
    mundo,

  • sus antiguos pretendientes habían muerto uno
    después del otro fulminados por colapsos impunes y
    enfermedades inverosímiles,

  • sus amigas desaparecían sin dejar
    rastros,

  • se la habían llevado sin moverla de su casa
    para un barrio de extraños,

  • estaba sola, vigilada en sus intenciones más
    ínfimas, cautiva de una trampa del destino en la que
    no tenía valor para decir

  • que no ni tenía tampoco suficiente valor para
    decir que sí a un pretendiente abominable que la
    acechaba con un amor de asilo,

  • que la contemplaba con una especie de estupor
    reverencial abanicándose con el sombrero blanco,
    ensopado en sudor,

  • tan lejos de si mismo que ella se había
    preguntado si de veras la veía o si era sólo
    una visión de espanto, lo había
    visto:

  • titubeando a plena luz,

  • masticar las aguas de frutas,

  • cabecear de sueño en la poltrona de mimbre
    con el vaso en la mano cuando el zumbido de cobre de las
    chicharras hacía más densa la penumbra de la
    sala,

  • roncar, cuidado excelencia, le dijo, él
    despertaba sobresaltado murmurando que no, reina, no me
    había dormido, sólo había cerrado los
    ojos, decía,

  • sin darse cuenta de que ella le había quitado
    el vaso de la mano para que no se le cayera mientras
    dormía, lo había entretenido con astucias
    sutiles

El mejor regalo a la
reina de su amor

  • hasta la tarde increíble en que él
    llegó a la casa ahogándose con la noticia de
    que hoy te traigo el regalo más grande del
    universo,

  • un prodigio del cielo que va a pasar esta noche a
    las once cero seis para que tú lo veas, reina,
    sólo para que tú lo veas, y era el
    cometa.

Fuente

El otoño del patriarca de Gabriel García
Marqués

Texto adecuado para facilitar su
lectura.

 

Enviado por:

Rafael Bolívar Grimaldos

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