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La cultura muerta del capitalismo




Enviado por gustavo martin



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Tres
    definiciones de la cultura muerta del
    capitalismo
  3. Primera práctica: economía en las
    prácticas religiosas
  4. Segunda práctica: sujetos con y sin
    rostro
  5. Tercera práctica: la
    personalización de la pobreza
  6. Cuarta
    práctica: la oposición a la clase
    baja
  7. Quinta
    práctica: la inclusión precaria de los
    pobres
  8. Sexta
    práctica: el clientelismo en la vida
    cotidiana
  9. Séptima práctica: la ausencia de
    felicidad real en pos del placer virtual
  10. Octava práctica: la cultura de la
    inclusión y la exclusión
  11. Novena práctica: la anacronía de
    las instituciones tradicionales
  12. Décima práctica: el fin del lazo
    social real
  13. A
    modo de finalización

Introducción

Analizar la actualidad requiere una visión previa
de nuestra existencia, de nuestros modos de actuar, de nuestros
ritmos, anhelos y desafíos; básicamente de la
subjetividad que nos constituye. Requiere por tanto, la capacidad
de poder descifrar el paradigma dominante o pensamiento
único que se oculta detrás de lo que vemos como
algo natural y dado: la sociedad a la que pertenecemos, la
realidad que se nos impone. Pero a su vez, es esa
develación del ''misterio capitalista'' lo que
nos lleva a ser blanco otra vez de nuevas prácticas
socializantes que se superponen a las antiguas técnicas de
explotación ya descubiertas. El capitalismo es así
un juego de escondite que busca mejores lugares para ocultarse (o
infiltrarse) cada vez que alguien le encuentra en alguna parte.
Es básicamente un laberinto de caminos cada vez más
entrecruzados, que traen como consecuencia una aumentada
confusión a escala social. Pero mientras todos querramos
seguir jugando o estemos obligados a jugar, ese laberinto no
dejará de existir. Debemos percatarnos que cuando
criticamos el modo de explotación capitalista actual
estamos siendo explotados al mismo tiempo por una nueva modalidad
a implantarse en el futuro.

Analizar nuestra realidad precisa de una
aproximación subjetiva que logre comprender o traer a
nuestros límites intelectuales ese ambiente ''objetivo''
en el que estamos inmersos a diario. Toda práctica social
que en él se incluye posee un sustrato ideológico
imperceptible a los ojos de quien la practica. La
ideología que sustenta un mundo de ideas ''se vuelve
aire'' cuando se plasma en las diferentes acciones cotidianas.
Para el común de la gente vivimos sin ideología que
nos diriga u ordene, porque de hecho la misma ''se esfuma'' al
materializarse en prácticas concretas. Cuando la idea
llega a la materia se desvanece en el aire como si no existiese,
por ello creemos ser libres cuando de hecho nuestra subjetividad
está siendo abrazada por aquella ideología
''invisible o evaporada''. Incluso, aceptar su presencia implica
ir contra nuestra ''propia libertad de pensamiento''. Es
así como somos materialmente libres en un mundo donde
estamos siendo esclavos ideológicamente.

Cuatro cuestiones deben estar presentes en un
análisis psicológico de la cultura de las actuales
sociedades capitalistas: lo cultural precisamente, lo
político, lo religioso y lo económico entendido
como una cuestión que incluye a los anteriores. Sin
embargo, en este pasaje, llevaremos a cabo una
aproximación cultural de las redes económicas que
interfieren diariamente en el control de nuestras vidas. Para lo
que aquí respecta, trataremos de descifrar lo que llamo
''la cultura muerta del capitalismo'', que es
precisamente la negación de la cultura en pos de la
pseudo­cultura, la muerte de nuestro potencial creador como
partícipes del mundo en que vivimos.

Con objetivo de entender este concepto y analizar sus
características concretas con respecto al actual sistema
de producción (capitalismo financiero mundial) vamos a
identificar 10 prácticas básicas de esa cultura
muerta. Pero antes, veamos tres aproximaciones para entender el
tema que nos compete:

Tres definiciones
de la cultura muerta del capitalismo

1) Es la aniquilación del lazo social
que nos conecta con el ''proyecto del otro'', en pos de
''mi propio proyecto de vida'', en el que aquel otro es
solo un medio para mi fin propuesto;

2) Es la imposibilidad de efectuar cambios o
co­crear la cultura en la que nos desarrollamos. Nuestra
cultura social está determinada antes del nacimiento, y al
constituir hoy una cultura global, la única opción
que nos queda es la de crear una cultura alternativa o
''paralela'', lo que implica necesariamente la negación
del cambio en la ''cultura oficial''.

3) Es la muerte de nuestra subjetividad, de
nuestro potencial humano y nuestra fuerza física y
psíquica. Nacemos muertos en el mismo instante en que
nuestras posibilidades de acción están determinadas
antes de nacer; en la medida en que nuestro potencial productivo
ya ha sido calculado, donde el rendimiento ya ha sido rendido (la
cantidad de fuerza de trabajo , ­físico o
intelectual­ que tendremos que aportar al sistema de
producción), donde nuestro valor agregado ya ha sido
sumado a las estadísticas productivas.

Primera
práctica:
economía en las prácticas
religiosas

Lo religioso y lo cultural van entrelazados, tanto es
así que no existe religión sin cultura ni cultura
sin religión. A su vez, toda cultura es sustento de
prácticas económicas. Podemos notar las crisis
sociales observando las prácticas religiosas. Cuando miles
de fieles marchan hacia su lugar de peregrinación con el
motivo de pedir o agradecer, cierta subjetividad se desata en
ellos en cuanto apreciación de su propia situación
financiera. Los que ayer fueron a pedir por más trabajo,
por el bienestar de sus familias, y los que hoy agradecen por
haber obtenido salud o empleo, no solo muestran el
ultraindividualismo de nuestras sociedades complejas (ya
que pocos van a pedir por el ''prójimo'',
­excepto por el familiar cercano enfermo­, o por un mundo
sin injusticia, la que por otra parte es siempre personal) sino
también esa respectiva situación social de la que
forman parte a diario. Quien fue ayer a pedir y hoy agradece,
refleja el mejoramiento en cierto límite de la realidad
económica del país en el que vive (en parte hasta
del mundo). O a la inversa, los que ayer agradecían y hoy
piden es sinónimo de crisis social. Cuando la
economía nacional ofrece trabajo a millones de
desocupados, las prácticas religiosas de oración
reflejan el bienestar económico (y su sensación de
satisfacción) que ahora se plasma en la práctica
del agradecimiento efectuado en cada templo religioso. Por ello
un dicho devería establecerse: ''observad la
religión y sabrás sobre la economía de sus
fieles''
. Es así como las prácticas
religiosas, ­más allá de sus ''verdades
intemporales''­, expresan en cada contexto histórico
la situación con respecto al sistema de producción
que las rige, siendo a su vez moldeadas por las prácticas
culturales en las que se implantan.

La cultura del lucro y el dinero es la imposición
sutil de cierto tipo de pensamiento a favor de la ganancia y el
éxito personal. Esta psicología cultural es
necesaria para legitimar las diversas prácticas
económicas que grupos ajenos a la realidad local imponen
con la ayuda de las elites del interior. El capitalismo actual
necesita compatibilizar sus propias verdades económicas
con las verdades culturales de los grupos que explota. Y para
lograr esto, la religión es llamada a cumplir su papel de
educadora y constructora de esos valores sociales capitalistas
(junto a la escuela). De este modo, la religión moldea sus
verdades escritas adaptándolas al sistema de
producción en el que se implanta. La Iglesia en Occidente,
principalmente, es capitalista hoy, así como ayer
decidió ser feudalista. Por tanto, economía y
religión van de la mano y sus pies son la cultura. La
tendencia a separar religión de educación secular
es un medio más de ampliar los dominios de
explotación mostrando a la sociedad una neutralidad o
inasociación entre las instituciones, privando de ese modo
a la masa de establecer una conexión entre las diversas
técnicas de dominación que se llevan a cabo en
todas las instituciones sociales en las que vive.

La religión es el medio capitalista de
dominación cultural. La misma estructura de pobreza existe
en uno como en otro. El capitalismo convierte a los pobres en
seres económicamente débiles, y la religión
refuerza esa pobreza conviertiéndolos en culturalmente
inferiores. Sólo cuando el pobre lo es a nivel
económico y a nivel cultural, las prácticas
políticas pueden llegar a tener decisiva influencia sobre
la vida de las personas. Un pueblo cuya masa sea
económicamente pobre pero no así culturalmente,
será más difícil para el político de
turno conquistarla mediante prácticas corruptas y
clientelistas, simplemente debido a que su cultura no legitima
las prácticas económicas que se intentan llevar a
cabo por medios políticos. La religión necesita
mantener pobres que permitan a otros no pobres
mostrar su caridad, para permitir de ese modo la salvación
a aquellos quienes ayudan negándosela a los que son
ayudados. Cuando existe diferenciación social en cuanto al
espíritu, ¿cómo no esperar desigualdad en lo
económico, en lo político o en lo cultural?. La
entrada al cielo o al infierno (de la religión cristiana),
más que por cuestiones de ''bondad'' o ''maldad'' en los
actos cotidianos, es una estrategia de diferenciación
social entre ricos y pobres. La religión refleja la
estructura social. El principio de
exclusión­inclusión de la desigualdad social se
compatibiliza con el principio de
exclusión­inclusión en cuanto salvación
religiosa. Mientras un verso bíblico manifiesta que
''solo los pobres entrarán al reino de los
cielos''
, dos cuestiones salen a la luz allí: 1) la
existencia de pobres, y 2) el mantenimiento de su
condición económica como requisito previo para la
entrada a un mundo celestial. Es así como culturalmente
los pobres son llamados a seguir ejerciendo su pobreza en nombre
de un futuro mejor en otra vida. Esto es lo que comprendió
Marx al hablar de la religión como el opio de los pueblos,
es decir, la paralización del cambio social debido a los
dogmas religiosos (principalmente de la religión de su
época).

Por otra parte, el paralelismo entre cultura y
religión lo podemos ver en las verdades que sus viejos
profetas proclamaron basándose en su particular
situación económica: en Occidente, esos profetas
generalmente fueron pobres (como Jesús), por tanto,
prometían a sus seguidores un mundo material ilimitado en
otra vida posmuerte, mientras que en Oriente, por lo general, los
profetas han sido reyes (como Buda o Krisna) ofreciendo en
recompensa no un mundo mundano, sino por el contrario, la
aniquilación del deseo material en pos de un estado donde
nada hace falta (como el estado del niirvana en el Budismo). Una
de las cuestiones que trajo complicaciones, fue el hecho de que
con el tiempo se estableció una relación entre los
profetas pobres seguidos por ricos, y los profetas ricos seguidos
por pobres, matando toda posibilidad de verdadera
liberación.

Este paralelismo entre economía y
religión, el cual permite la infiltración de la
actividad política sobre una base cultural
histórica es la primera característica de la
cultura muerta del capitalismo. En el preciso instante en que los
pobres están condenados a la caridad de los no pobres
(ricos y clase media) su cultura está muerta, su
subjetividad está acabada. En la medida en que las
prácticas económicas discriminan entre pobres y
ricos, las prácticas religiosas las legitiman con la
entrada o el impedimento al mundo celestial. Esta
implantación cultural es el sustento de la
discriminación económica. La muerte religiosa
(perpetuada por las escrituras y su reinterpretación en
las diversas épocas a conveniencia del sistema de
producción) es la primera alienación del ser
humano, es la primera característica de la cultura muerta
del capitalismo. Ahora, con la esperanza de salvación
somos enajenados económicamente.

Segunda
práctica: sujetos con y sin rostro

Por otra parte, política y cultura también
van juntos en el tren de la sociedad. La cultura es el sustento
de toda práctica política que dará como
consecuencia cierta realidad económica. Detrás de
las democracias, de las dictaduras y de los imperialismos de
diverso tipo siempre una cultura provee un sustrato
filosófico sobre el cual actuar. Los dominadores necesitan
implantar un modelo de prácticas cotidianas,
prácticas que en verdad son una ideología
''evaporada'' que se torna imperceptible al materializarse en la
cotidianeidad y por tanto tiende a ser considerada por la gente
como algo inexistente. Es preciso un terreno psicológico
de aceptación, de naturalidad en los hechos, de
sucesión de los acontecimientos por fuerzas ajenas a lo
humano, que conviertan al individuo en un sujeto con rostro y sin
rostro a la vez. Al mismo tiempo que somos galardonados con
libertades y derechos que elevan nuestra dignidad como seres
humanos únicos e incomparables, somos manipulados
psíquica, cultural y económicamente para ser
convertidos en meros individuos económicos destinados al
consumismo, sin nombre ni identidad. Es decir, en cuanto derechos
humanos somos ''el sujeto'' y en cuanto actividad
económica somos simplemente ''un sujeto''. Más bien
somos sujetos en el primer caso e individuos en el segundo.
Actualmente, también se ha comenzado a hablar de sujeto en
las cuestiones económicas (un ser que tiene deseos,
necesidades, ansias de placer; hasta del ciudadano como cliente
de los servicios públicos) como una forma de ir acortando
la brecha entre el concepto de individuo y sujeto, para llegar
finalmente a tratar al lucro, la codicia y la explotación
como derechos inherentes a todo ser humano. Se quiere igualar los
derechos humanos naturales con los derechos sociales artificiales
entendidos como la consagración de los valores burgueses y
capitalistas de la actualidad. Constantemente se redefinen los
conceptos de vida, libertad e igualdad, solo con motivo de hacer
más humanitario el concepto de propiedad privada. No
debemos ser tan necios de aceptar a raja tabla las definiciones
epistemológicas y ontológicas implantadas en
tratados de derechos internacionales, o la Carta de las Naciones
Unidas, sin olvidar quiénes formulan esas definiciones.
Ser el sujeto y un sujeto a la vez es la moneda con dos caras del
capitalismo, es la dicotomía creada de la cultura muerta.
Esta, se manifiesta aquí como el fin de los derechos
humanos en pos de los derechos sociales y culturalmente
establecidos, tratando de igualarlos cada vez más. De esta
forma, se mata la cultura en el preciso instante en que nuestra
vida está determinada por la definición de valores
sociales producidos en forma corporativa o
monopolística.

Tercera
práctica: la personalización de la
pobreza

La contradicción capitalista lo es a nivel
económico (depresiones por crisis de
sobreproducción, o creación de un proletariado que
hará la revolución según Marx), pero en lo
que a cultura respecta es solo una estrategia más. De
hecho, el capitalismo crea tanta pobreza que
necesita de ciertas prácticas legitimadoras que lo hagan
ver como un sujeto inculpable, ajeno a la realidad que crea. Toma
de la religión la idea absoluta de fuerzas sobrenaturales
dirigiendo el proceso social, para de esta forma
permanecer ''mediáticamente'' ajeno a la
estructura social que crea con sus diversas prácticas. Es
así como legitima la culpa de los pobres por ser pobres y
el talenco del rico por ser rico. Debe parecer ante los ojos de
la masa, que no hay nada de extraño en que alguien gane
unas moendas demás y miles mueran de hambre día a
día a su alrededor.

Una de esas prácticas legitimantes es la de hacer
rico a un pobre de vez en cuando. Tomemos tres ejemplos que
pueden darse en una villa o barrio carenciado: a) El
futbolista de calle que se convierte en ídolo nacional y
es enviado al extranjero para entrar en el circuito
dólar­euro; b) el chico o grupo que se vuelve
un cantante famoso y entra a los dominios de la industria
cultural; o c) el pequeño microemprendedor que
con ''su propio esfuerzo'' termina por convertirse
en un gran empresario. Estos son casos atípicos pero
constantes e inherentes al sistema capitalista. Y tenemos muchos
nombres que podrían decirse como ejemplos de los
anteriores casos.

El capitalismo necesita hacer rico a un pobre (o sacarlo
de la indigencia), personalizándolo, para demostrar de ese
modo que la pobreza no es resultado de una estructura
económica desigual e injusta, sino por el contrario es
debida a la falta de voluntad de progreso y hasta de talento de
los grupos más marginados. Esta práctica ha entrado
tanto en el inconsciente colectivo, que la clase media, aquella
que anhela ser rica y le recela a la pobreza, termina por
manifestar a viva voz su crítica a esos pobres bajo frases
como: ''si quieren comida que vayan a trabajar'',
negando de ese modo una variedad de factores que rodean a toda
situación social y menospreciando el valor del trabajo que
realizan a diario (recolección de arena, etc.). La pobreza
es fácil de hablar pero difícil de ver. Esta
crítica ciega y reduccionista legitimada por la
personalización del talento de un pobre, es una
técnica capitalista muy sofisticada de crear una cultura a
favor de la marginación y matar el lazo social interclase
para mantener a la sociedad dividida en estratos, grupos y clases
sociales, cuya división le es beneficiosa al capitalismo
de varias formas. Permitir la entrada de ciertas personas a una
clase de la que casi siempe estuvieron excluídos, es un
medio de propagar la ideología de la igualdad (cuya
vanguardia ha de ser la burguesía) en una democracia donde
en verdad es la desigualdad misma la ley que rige su sistema
social. Mostrar casos aislados y ejemplos concretos (que
sutilmente entran a la conciencia colectiva por los medios y
prácticas discursivas de la TV) es un tipo de
dominación que podemos llamar: proceso de
individuación social
. Pero en sí, no es
más que una especie de cultura muerta, por cuanto se
premia el talento individual para negar el lazo social, con lo
que eso conlleva en la vida cultural de todos los días. Se
crea una cultura común basada en lo no común. Es la
sociedad del desinterés (hacia el otro igual a mí)
implantada en una sociedad de la idolatría
(en aquel que logra superarme). Premiar el talento no es lo
errado, sino premiarlo basándose en la
diferenciación social respecto del otro.

Cuarta
práctica: la oposición a la clase
baja

Constantemente, gran parte de lo que llamamos clase
media, es utilizada como filtro de ideas, como sustento
ideológico de las prácticas neo­liberales hacia
los grupos más carenciados.

Si consideramos en forma reduccionista a la
sociedad como un cuerpo social con tres clases:
alta, media y baja, habremos de notar que tres fuerzas entran en
conflicto en los diversos campos que componen a ese cuerpo
social. Por tanto, solo al unirse dos de esas fuerzas
podrán vencer a la restante. Es así como la clase
alta o capitalista necesita cooptar para sí a la clase
media (más allá de sus diversas definiciones) en
contra de la clase baja. Ha sido hasta cierto punto tan efectiva
esta práctica, que ha logrado cierta oposición o
aversión a los grupos pobres, materializándose en
otras dos prácticas que realzan el espíritu de la
clase media: por un lado, el ir contra las ayudas o
políticas sociales focalizadas del gobierno hacia los
grupos menos favorecidos o más bien excluídos,
criticando cierta ''vagancia en ellos'', y por otro lado, al
mismo tiempo, recolectando ropa y comida en campañas
solidarias hacia esos mismos grupos cuando el riesgo invade sus
vidas llegando a ser noticia (sequía, etc.), demostrando
ciertos valores que realzan el ''espíritu
humanístico selectivo'' de la clase media. De este modo,
este grupo necesita de los pobres para efectuarle una doble
crítica: como ausente de valor económico (''no
desean trabajar, solo quieren subsidios'')
y como ausente de
valor social (''somos nosotros los solidarios y ellos los
antisociales que nos roban pero como somos mejores personas les
ayudamos con lo que nosotros conseguimos trabajando
honestamente''):
es decir, le critican el no tener capacidad
económica y además la ausencia de valores
socialmente establecidos. Solo es cuestión de contar con
los dedos cuántas de esas personas que expresan que los
pobres trabajen1 si quieren comida, aceptarían en un
empleo que llamemos ''digno'' o ''serio'', a uno de ellos, sin
importarle si proviene de una villa.

La clase capitalista necesita oponer
ideológicamente a la clase media contra la clase pobre
para mantener su dominación intacta sobre ésta
última, y es tal los valores que esa clase alta representa
para la clase media, que oculta el ansia de riqueza de
ésta justificando su aprecio hacia los valores burgueses
de solidaridad en épocas de sequía o
hambrunas. Nos volvemos solidarios en las prácticas
extraordinarias (catástrofes, guerras, etc.), porque en la
cotidianeidad, en lo ordinario, muchas veces inconscientemente lo
somos solo con el motivo de gratificar nuestro ego o ''yo'' por
haber cumplido con los valores que se espera uno plasme en la
vida práctica: ''le di el asiento a una señora
mayor''
(internamente es quizás ansia de prestigio).
Es así como los valores sociales tienen una tendencia a
ser usados como medios de gratificación personal e
inclusión social. Pocos son los que ayudan sin que alguien
los esté viendo. Por esto, el capitalismo impulsa
constantemente a que los valores sociales dominen la sociedad, ya
que eso constituye otra práctica más de la
individualización, negando la construcción de
verdaderos valores humanos a los que por otra parte se los quiere
eliminar equiparándolos con aquellos valores
sociales.

Entonces, ¿qué aporta esta práctica
de cooptación en contra de los grupos marginados a la
cultura muerta del capitalismo?. Precisamente la negación
de los problemas sociales estructurales matando la cultura de un
sector que no ingresa fácilmente a las redes del consumo
''normal'', llevándolo al consumo ''del mercado negro''.
Nadie se escapa de las prácticas capitalistas.
Constantemente el capitalismo mata la cultura de ciertos sectores
(los pobres, los aborígenes nativos, etc.) en pos de la
creación de nuevas prácticas culturales a favor de
su sistema de producción. Matar la cultura es
transformarla en pseudo­cultura. La cultura en sí no
puede dejar de existir, por tanto al hablar de cultura muerta
hacemos referencia a la negación de una cultura
''antigua'' en pro de otra ''actual'', más
beneficiaria en términos económicos. Si a un grupo,
clase o etnia se le niega o aplasta su cultura, ese grupo, clase
o etnia dejan de existir socialmente. Esta es la forma
capitalista de matar a grupos sociales que no sirven a sus
intereses: los mata culturalmente a la vista de otros pero los
deja vivos físicamente (aunque no siempre) logrando de esa
forma conseguir aniquilar su presencia estorbosa respetando al
mismo tiempo sus ''derechos de vida''. Pero esta técnica
es a su vez una modalidad muy eficaz de rebelión de los
enajenados: tomando el caso de los grupos aborígenes,
aquellos que matan su cultura, le hacen por otra parte ser
conscientes de que tenían efectivamente una cultura (ya
que muchas veces esos mismos grupos no se percataban de que su
vida diaria era una expresión cultural). Es así
como la cultura muerta inconsciente es la semilla del
renacimiento de esa misma cultura en forma consciente. Podemos
por tanto sacar la conclusión de que, la cultura muerta
tiene el potencial de convertirse en cultura viva. Es esto lo que
nos da esperanza para seguir vivos mientras nos intentan
matar.

Quinta
práctica: la inclusión precaria de los
pobres

El padre que debe salir a robar porque su
trabajo no calificado carece de un valor agregado enorme, la hija
que es dada a la prostitución y la madre que debe
mantener una familia cuando el esposo es llevado a
prisión por robo y condenado unánimemente por ser
una lacra social, constituye un círculo de
prácticas socializantes y deshumanizantes en un orden muy
sofisticado. No es raro que ante un caso complejo siempre caiga
en la red el pobre que simplemente ejecutó la orden de un
capitalista escondido o algún inocente que nada tuvo de
involucramiento en ese acto delictivo. No es raro el arresto del
vendedor de drogas de barrio en vez del traficante mayor. La
justicia punitiva es vista como correcta cuando se trata de
pobreza: ''Eliminen a los delincuentes'', es el lema.
Pero nunca se pretende eliminar la delincuencia, cuyas causas son
profundamente sociales y estructurales. Es una tendencia a
criticar las consecuencias y descartar las causas. Es más
fácil ver la apariencia que la esencia.

La socialización de la pobreza es la
consagración de los elementos más anti­sociales
(y anti­humanos) en la vida práctica. Los pobres se
incluyen precariamente en la sociedad mediante prácticas
anti­sociales (droga, prostitución, robo, trabajos
indignos, etc.) y a su vez son esas mismas prácticas
anti­sociales las que les hacen quedar excluídos de la
sociedad.

Lo irónico de la revolución o más
bien rebelión de las clases medias, es ir contra las
injusticias cuando sus intereses son afectados, cuando por crisis
económicas deben descender a las clases más bajas,
iniciando un proceso de resocialización al convertirse en
los nuevos pobres, según la definición de la
teoría política y sociológica
contemporánea. La revolución hipócrita es
esa: se lucha contra las injusticias sociales perpetuadas a las
clases bajas solo recién cuando los intereses
''privilegiados'' de la clase media se ven disminuídos.
Cuando mis pertenencias han sido tocadas, busco a otros grupos
cuyas pertenencias también lo han sido
históricamente. Mientras tanto, no sabía que
existía una clase pobre a mi alrededor. No debemos olvidar
que el robo puede ser directo (sacar algo) o indirecto (privar a
alguien de lo que le corresponde). El capitalismo es el
responsable del robo indirecto de más de tres mil millones
de pobres, desnutridos y enfermos del mundo. Con su sistema de
salud mantiene enferma a la mitad de la población mundial.
Antiguamente, en China, el paciente dejaba de pagar a su
médico el día que se enfermaba, por tanto, el
médico velaba por tener constantemente sano a su paciente.
Hoy es al revés, mientras más enfermos mejor,
más desarrollo tiene la industria farmacéutica
internacional.

La indeferencia y la crítica ciega son dos
prácticas que nos permiten por una parte no preocuparnos
de los problemas ajenos (individualismo) y por otra, nos hacen
creer ser mejores personas por nuestra situación
económica favorable (complejo de superioridad). El miedo
de la clase media siempre ha sigo la inseguridad entendida como
incertidumbre: no saber si mi condición económica
seguirá mañana tal cual existe hoy, creando un
grado de paranoia tal que se materializa en la crítica
constante a todo aquello que mejora a sus espaldas. El poder y la
explotación se despersonalizan gracias al
sistema de producción posfordista (una empresa
matriz con filiales en todo el mundo, produciendo cada parte de
cierto producto en lugares diferentes) y la proliferación
de especuladores de bolsas (de valores) que se convierten en
capitalistas sin nombre manejando toda la economía
mundial. Esta despersonalización del poder
económico nos lleva a la crítica de lo más
visible o lo que está más cercano a nuestro
alcance. No sabemos bien a quién hechar la culpa de
nuestra situación actual (antes era al patrón de la
fábrica debido a las relaciones personales, pero ahora se
trabaja para alguien que nunca se conoce ni conocerá, bajo
relaciones impersonales). Entonces criticamos la cara visible: el
gobernante de turno o la secretaria que nos atiende en la
recepción. Sin embargo, el verdadero explotador permanece
escondido. Son prácticas evasoras pero al mismo tiempo
creaciones capitalistas para actuar ideológicamente contra
lo visible y contra los pobres que son creados por su sistema
''invisible''.

Esos pobres a su vez son buscados por los capitalistas
para ingresar a las redes ilegales del poder (Sarkar). El
capitalismo necesita crearlos para mantener un mercado de consumo
de droga, prostitución y grupo de presión
política en épocas de elecciones
''democráticas, limpias y sanas''.

La inclusión precaria de los pobres es la
negación de construcción de una cultura a favor de
todos.

Sexta
práctica: el clientelismo en la vida
cotidiana

El clientelismo no es solo una práctica de los
grupos de poder en pugna constante, es básicamente una
práctica de la vida cotidiana que nos incluye a todos
hasta en cuestiones religiosas (''si Dios me da tal cosa
haré lo que desee''
). El rezo u oración es una
la prácticas más clientelistas del cristianismo,
por cuanto se vende el espíritu es pos de la
consecución de un bien material o emocional. No quiero
decir que todos lo hagan, aunque muchos lo hacen. La
enajenación del alma a favor de la obtención
material es también parte de la muerte de la cultura en el
capitalismo. Es una práctica de supervivencia en un mundo
regido por la ley del más fuerte y por la feroz
competencia.

Queremos llegar a la cima del poder o beneficiarnos de
alguna forma si no lo logramos. Nos vendemos fácilmente al
mejor postor sea en el campo que sea. Si nos negamos, lo es por
corto tiempo, porque nuestra moral es tan débil, ha sido
creada para ser tan débil, que nos resistimos a un soborno
de mil pesos pero no a uno de cien mil, y como en los sobornos
grandes somos vencidos sin piedad, la TV (entendida como sociedad
del espectáculo) realza nuestra fortaleza ante los
sobornos menores: ''ese hombre muestra su honestidad hasta en
las pequeñas cosas''
. Se busca la forma de premiar
valores ''neutrales'' que en realidad han sido
manipulados por intereses ocultos. Y cuando de hecho se los
descubre, premiamos la no exageración de los mismos:
''gana mucho dinero pero construye
hospitales de vez en cuando''.
Si esos valores capitalistas
salen a la luz, (valores entendidos como incentivos
económicos, como intereses ocultos) se crean nuevas
definiciones que permiten desviar el sentido de
explotación inherente a los mismos. No hay mejor ejemplo
que el lema: ''responsabilidad social del
empresariado''.

El clientelismo es la práctica moral que permite
vender nuestra cultura (o más bien ética) para
lograr cierto fin que nos impone la nueva cultura (o
pseudo­cultura) que debemos aceptar como requisito de
contrato comercial de supervivencia en el mundo de los negocios
de la vida. Ya no es la salvación del alma lo que
está en crisis, es la salvación de la cultura.
Morimos culturalmente de una forma para vivir de otra. Cuando
salimos de lo establecido culturalmente en la tradición
que nos acoje en beneficio de un progreso sincero (repensar la
culpa religiosa, el aborto, la igualdad de género, etc. en
los debates actuales) podemos hablar de cultura viva;
pero cuando salimos para incorporarnos a la pseudo­cultura
del consumismo, eso definitivamente es cultura muerta. Y
lo es justamente porque creemos que nos regimos sin ninguna
cultura (es la ideología ''evaporada'' que subyace a
nuestras prácticas cotidianas, es decir, no se ve, no se
la nombra, no se la conoce, simplemente se la
practica).

Séptima
práctica: la ausencia de felicidad real en pos del placer
virtual

Hemos sido creados con motivo de vivir felices en un
mundo que constantemente nos niega la felicidad real, y ofrece a
cambio una felicidad o más bien un placer virtual
materializado en sexo, programas de TV degenerados y alcohol.
Como no podemos conseguir un estado de felicidad duradera, somos
invadidos e impulsados por la publicidad a placeres constantes,
cortos y pequeños. Es el placer por el placer mismo,
basado en una redifinición de lo que entendemos por
felicidad. Cualquier sistema de producción dominante en
una época histórica, sociedad y espacio
determinado, constituye una hegemonía a su favor. Y toda
hegemonía implica la reconceptualización de los
términos usados en ella, la redefinición de
conceptos. Los conceptos siguen, pero se reformulan. Esto es lo
que hace muchas veces imperceptible el cambio perpetuado en las
costumbres y valores sociales de una época a la siguiente.
Es la angustia de la ´'pérdida de
valores''.

Lo efímero es visto como lo más valioso,
porque los tiempos de la globalización no permiten un
placer que dure más horas que el programado para las
prácticas culturales que se instalan a cada momento. El
tiempo va a la par de los sistemas de producción. Y ese
mismo reloj temporal determina la fortaleza de nuestros valores
morales o convicciones y programa nuestras prácticas en
base a los mismos. Tanto es así, que como algunos autores
ya lo han expresado, se organiza nuestro propio ocio.

Ante este panorama, pareciese que no existe
posibilidad de salir de la Gran Matrix Capitalista
(GMC) que invade nuestro sueño más profundo.
Vivimos una realidad irreal que creemos imposible de despertar.
Pero existe un sector en nuestra conciencia que no ha sido
dominada, es ese sector el que nos permite discutir estas cosas y
analizarlas ''objetivamente'' (aunque a veces las
evaluemos de forma impropia). Por tanto, aún no estamos
perdidos. Pero ¿cómo tratar de ser nosotros mismos
sin ser nosotros, sin ser lo que somos o lo que han hecho de
nosotros?, ¿Cómo tratar de despertar de la GMC
cuando nos da placer estar en ella?, ¿Cómo conocer
aquella esencia humana que no ha sida subjetivada cuando nos
gusta hacer ciertas prácticas que nos implantaron, cuando
nos agrada ser consumista mientras criticamos el consumismo?.
Sabemos que hemos sido construídos bajo un modelo de
pseudo­cultura pero sin embargo nos ha impregnado tanto que
sentimos que nos forma hasta en los más mínimos
detalles de nuestra existencia: la ''cultura hecha sangre'', se
suma a la ''historia hecha cuerpo'' de Pierre Bourdie. Y dejar de
realizar esas prácticas que nos enajenan implicaría
cierta infelicidad en nosotros. Por tanto, si queremos ser
conscientes del fraude capitalista que se ha instalado en nuestra
subjetividad debemos dejar de realizar sus prácticas
legitimadoras. Pero el dejar de realizarlas implica volvernos
infelices. En consecuencia, preferimos seguir viviendo en el
sistema y en la ignorancia.

El capitalismo nos brinda ciertos tiempos de felicidad,
ciertos placeres que se guardan en nuestra memoria celular
anhelándolos en forma constante en nuestra mente.
Así, la vida se basaría, para este análisis,
en dos períodos a cada paso en que nos movemos: un placer
y una pausa para buscar nuevamente ese placer. Volvemos una y
otra vez a realizar las mismas prácticas legitimantes con
el fin de volver a conseguir el mismo placer que sentimos la
primera vez (aunque los medios de lograrlo vayan cambiando), pero
a medida que las realizamos la rutina invade nuestras vidas y el
placer tarda cada vez más en conseguirse o se hace cada
vez menos placentero hasta tornarse dolor, y ahora varados en la
orilla sin salida somos llevados a la frustración, a la
locura o al suicidio. El capitalismo por tanto es la semilla del
suicidio: ''Vive ahora que el tiempo se acaba'', es el
lema; ''CONSUME YA''. El capitalismo es el fin del tiempo por
cuanto todo ya ha sido programado, hasta nuestra misma muerte. El
capitalismo y todo sistema hegemónico necesita el cambio
sin cambiar, si quiere mantenerse vivo. Pero en todo sistema
inevitablemente llega un momento en que se da una fuerte
contradicción en su estructura interna con motivo de
lograr ese cambio, lo que hace romperse a pedazos, al tiempo que
un nuevo sistema se instala en la sociedad. Y ese nuevo sistema
puede ser liberador o por el contrario más opresor
aún. Depende de las fuerzas sociales que se encuentren a
la espera de ocupar la vacante. Por este motivo, nunca
debería dejarse de estimular la revolución social
en pos de mayor bienestar, porque su ausencia puede terminar en
la consagración de un sistema más opresor que el
que está por retirarse.

Esta es la conclusión a la que llego cuando digo:
nacemos muertos, somos una cultura muerta en el
mismo instante que nos niegan construirla. Parece una
opinión apocalíptica o más bien pesimista,
pero la verdad es que solo cabando profundo se descubre lo que
hay dentro. Como dice el refran: ''alabados los que están
en el fondo del pozo, porque a partir de ahora la única
opción que les queda es la de comenzar a salir''. Salir
del sueño de la GMC implica un esfuerzo redoblado:
significa ampliar el espacio de nuestra conciencia que no ha sido
alienada, hasta que finalmente nos liberemos de las cadenas
mentales para comenzar a luchar contra las cadenas sociales que
nos atan por doquier. Lo tonto de este planteo es que entendemos
el concepto pero lo dejamos en teoría; nos gusta leer
sobre los nuevos modos de dominación capitalista creyendo
que descifrándolos develamos su misterio, y eso nos hace
sentir ''inteligentes'', pero mientras buscamos la aguja en el
pajal damos el tiempo necesario para que el capitalismo instale
otra aguja en otro pajal. Es así como se nos permite
cierto margen de crítica individual a la dominación
capitalista pero que al tornarse crítica social da el pie
para la creación de una nueva estrategia de
explotación. Al instalarse esta, otra vez poseemos un
margen de crítica individual pero nuevamente por la fuerza
de la opresión esa crítica se torna social, dando
inicio a otra etapa nueva de dominación. Inevitablemente
llega un momento donde las fuerzas chocan fuertemente entre
sí. Este es el período de cambio, de
revolución o de caos.

Es así como la felicidad nos es negada y se
ofrece a cambio una sensación de ella, sensación
que llamamos placer. Y tratando de acumular varios placeres,
somos llevados constantemente al dolor o sufrimiento luego de no
sentir la satisfacción total que deseábamos
conseguir al ir tras esos placeres efímeros que los medios
de comunicación nos venden a diario aunque no paguemos ni
querramos pagar. Al igual que en lo financiero, nos dan un
crédito instantáneo (placer) para luego por 20
años terminar pagando la deuda (sufrimiento). Si hay algo
que el capitalismo nos quiere decir subliminalmente es:
''oye, nada es gratis aunque parezca''. Así, la
insatisfacción invade nuestras vidas en un mundo donde lo
que figura constantemente es el placer y la ''buena vida''. Eso
es lo irónico de la pseudo­cultura. ¿Pero
qué hace que como conejos corramos todo el tiempo tras lo
que nos ofrece el consumismo sabiendo siempre que algo por
detrás se esconde?: es que nuestra subjetividad ha sido
construída en base a esa base, en base al consumismo.
Dejar de consumir implica abandonar nuestra personalidad, dejar
de ser ''nosotros mismos'' por cuanto que lo que consumimos lo
sentimos como propio (el pantalón que me identifica, el
boliche que me gusta, el helado de mi sabor favorito). Consumimos
precisamente porque nuestra cultura interior ha muerto y debemos
suplirla con algo que nos permita seguir vivos. Sabemos de
nuestro error, pero la fuerza social vence nuestra fuerza
individual. El capitalismo necesita fragmentar constantemente
(tantro entre nosotros como dentro de nosotros), dejar aislado al
opositor para neutralizarlo: el hippie vs. el sistema, la
cooperativa vs. la empresa transnacional, la huerta
orgánica vs. el monocultivo global.

Partes: 1, 2

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