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El dilema del 2012: Recortes o crecimiento (¿y por qué no, las dos cosas?) Parte I (página 9)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10

En realidad, este nuevo dinero suele ir primero hacia
los mercados financieros o al propio Gobierno (pensemos en la
política del quantitative easing de la Reserva Federal,
por la cual se ha impreso dinero para comprar deuda del Tesoro o
bonos hipotecarios a la banca). El siguiente gráfico
muestra la correlación entre las medidas extraordinarias
de la FED y el principal índice de materias primas a nivel
internacional (ECRI Commodity Price Index):

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Fuente: Bloomberg

En el primer caso, se generan aumentos en los precios de
los activos financieros, o como llevamos viendo desde hace
tiempo, subidas sostenidas en el precio de las materias primas
(commodities). Como argumenta Reisman, dado que los agentes que
más operan en los mercados financieros "son
mayoritariamente individuos ricos", son éstos los
principales "beneficiarios de las sustanciales ganancias de
capital". Así es como se instrumenta la
redistribución de rentas a través de la
inflación, donde son los financieros quienes mayor tajada
suelen sacar.

Dado que una mayor igualdad en la distribución de
la renta es una de las demandas persistentes del electorado en
cualquier país, resulta cuando menos paradójico que
la política monetaria se oriente de una forma tan
expansiva, de modo que sus consecuencias son las contrarias a las
que desean los ciudadanos.

Pero, más allá de la teoría, existe
una evidencia empírica de que constituye un factor
regresivo en la distribución de la renta, favoreciendo a
los segmentos de mayores ingresos y perjudicando a los de
menores. Estos estudios empíricos se oponen a creencias
ampliamente difundidas en épocas anteriores, en que se
asociaba la estabilidad propiciada en los precios por el
patrón oro al interés de las clases más
adineradas, durante la época de vigencia de este
patrón.

Mayor desigualdad

En los últimos dos años, como consecuencia
de las medidas monetarias ultraexpansivas aplicadas por los
bancos centrales de medio mundo, se ha ido generando una
inflación de activos significativa, especialmente en
materias primas e instrumentos financieros. Dado que este tipo de
activos son desproporcionadamente propiedad de los segmentos
superiores de la renta, nos encontramos con que el incremento de
la riqueza observado en este período se está
focalizando sobre todo en estos grupos de la población,
provocando con ello un incremento en la desigualdad en la riqueza
y en las rentas, ya que las rentas del capital aumentan mucho
más rápido que las del trabajo, debido a este
incremento del valor del capital subyacente propiciado en parte
por la política monetaria de los bancos
centrales.

Asimismo, se pueden mencionar los rescates masivos de
los gobiernos occidentales al sistema bancario y a sus
acreedores. Además de que esto genera una mayor
despreocupación y relajación ante la toma de
riesgos financieros futuros, también significa un trasvase
de fondos desde el contribuyente medio a las capas de renta y
riqueza más favorecidas; del Main Street a Wall Street, en
términos de Estados Unidos.

Perjudica al contribuyente

Aunque suele aducirse en favor de estos rescates que, de
no haberse llevado a cabo la clase media también se
hubiera visto muy perjudicada, lo cierto es que sí que
había alternativa al rescate público indiscriminado
de la banca.

Por otro lado, la política de tipos de
interés en mínimos que mantiene Ben Bernanke al
mando de la Reserva Federal (FED) en Estados Unidos -y que
Trichet en el BCE parece haber empezado a dar marcha
atrás-, está suponiendo pingües beneficios a
la banca norteamericana.

Según denuncia el prestigioso economista Axel
Leijonhufvud, esta política supone un subsidio oculto a
gran escala hacia la banca. El mecanismo es el siguiente: la FED
concede a los bancos créditos a una tasa de interés
cercana al 0%. Gran parte de estos fondos no fluyen hacia
préstamos a empresas o particulares sino que o son
atesoradas como reservas en exceso o son utilizadas para adquirir
bonos del Tesoro norteamericano que proporcionan alrededor del
3-4% en intereses. En contraste, los ahorradores que tienen su
dinero en depósitos bancarios apenas obtienen rentabilidad
de sus ahorros por estos bajos tipos de
interés.

Inflación de materias primas y
alimentos

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Fuente: Business Insider

Como sostiene Leijonhufvud, "este considerable subsidio
al sistema bancario es soportado en última instancia por
los contribuyentes", y continúa denunciando esta
estrategia: "Ni el subsidio, ni la carga fiscal se ha votado por
el Congreso", poniendo de manifiesto a las claras cómo en
ocasiones la democracia queda en papel mojado, especialmente
cuando están por medio, los bancos centrales.

Por si todo esto no fuera poco, otro de los efectos de
masiva inyección de liquidez en los mercados ha sido el de
contribuir al notable incremento de los precios de las materias
primas, incluyendo energía, y alimentos. Como informaba
recientemente la organización de la ONU para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), los alimentos son un
37% más caros que en marzo de 2010.

El impacto de estos aumentos sobre los bienes de primera
necesidad de la cesta de consumo de los españoles ya se
está dejando notar. Como éstos son los bienes
consumidos en mayor medida por los segmentos inferiores de la
renta, estos aumentos de precios afectan más a los
sectores de renta más baja que a las rentas más
altas (que consumen más productos
sofisticados).

Esto ocurre tanto en las diferentes capas de la sociedad
de un mismo país como entre los diferentes países,
afectando así mucho más a los países
más pobres del globo, con los consiguientes efectos de
desestabilización social adicional que ello puede
acarrear, tal y como ocurrió con numerosos disturbios en
países pobres durante 2008.

No en vano, las revueltas que han tenido lugar en el
Norte de África han estado en parte relacionadas con el
creciente coste de los bienes más básicos. Como
dice el analista de The Telegraph Ambrose Evans-Pritchard, la
subida de los alimentos no es la causa última de estas
revoluciones, pero sí ha podido ser lo que ha
desencadenado los acontecimientos.

Por primera vez, un gran banco central (Japón)
admite que las políticas monetarias expansivas
están alimentando la inflación a nivel
mundial.

"En la actualidad, existe un gran debate respecto a
las causas de la subida del precio de las materias primas, que
está empezando a afectar a los precios al consumidor
conforme las empresas se ven obligadas a transmitir a sus
productos dicho encarecimiento de costes"…
El Bando de
Japón señala los culpables de la inflación:
Bernanke, Trichet, King… (Libertad Digital –
21/4/11)

Hay dos posturas opuestas. La primera exoneraría
de toda responsabilidad a los bancos centrales y sus
políticas monetarias expansivas, asignando la subida de
precios al aumento de la demanda, principalmente desde los
países emergentes, y a problemas puntuales de
producción como, por ejemplo, sequías en el caso de
los alimentos o inestabilidad política -revoluciones- en
el caso del petróleo. La segunda, en cambio, acusa
directamente a la banca central de alimentar las presiones
inflacionistas a nivel mundial.

En este sentido, las autoridades monetarias de las
grandes potencias han adoptado diferentes posturas, incluso
discrepando entre ellas. Por un lado, nos encontramos a Janet
Yellen, que forma parte del ala más fundamentalista e
inflacionaria de la Reserva Federal de EEUU (FED). Yellen niega
cualquier tipo de responsabilidad y advierte de que los precios
de las materias primas no van a cambiar un ápice la
política expansiva de la FED.

Desde el BCE, sin embargo, han sido más cautos,
aunque sin apuntar claramente a la causa y origen de la creciente
inflación. Así, el presidente del BCE, Jean Claude
Trichet, ya ha advertido que su política se
centrará en mantener bajo control el auge de precios en la
eurozona, tal y como exige el ala más ortodoxa del
organismo (el Bundesbank alemán).

Por su parte, el Banco Central de Japón (BoJ),
con una dilatada experiencia en la aplicación de
"estímulos" monetarios, publicó un informe el
pasado marzo (2011) en el que analiza a fondo el actual proceso
inflacionario a fin de detectar el origen del mismo.

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La demanda emergente

En primer lugar, el estudio empieza remarcando la
innegable relación entre el precio de las materias primas
y la creciente demanda como resultado de la recuperación
económica, lo cual se observa en la correlación
existente entre la actividad mundial y los principales
índices de materias primas.

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De este modo, los países emergentes han sido los
protagonistas del reciente aumento de la demanda, con varios
factores agravantes. Por ejemplo, sus economías son menos
eficientes en el uso de las materias primas que las
desarrolladas, lo cual precisa de un mayor consumo de recursos
para generar la misma producción. Esto queda reflejado en
su cuota de consumo energético, que en la última
década no ha parado de aumentar

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Además, el consumo de comida representa una parte
mucho más grande de la renta de sus ciudadanos,
produciendo así fuertes cambios en la demanda, con el
añadido de que el progresivo incremento de su capacidad
adquisitiva les permite acceder a alimentos más elaborados
y de mayor calidad -aumento de la demanda de carne, por ejemplo,
y su impacto indirecto en el mercado de cereales-.

Financiación de las materias primas

Sin embargo, el incremento de la demanda industrial no
explica por sí sola el sustancial incremento de precios
relativos (en algunos sectores) a nivel internacional.
Así, el informe del BoJ muestra cómo durante la
última década las materias primas se han ido
convirtiendo en un vehículo de inversión
común, sobre todo en las economías desarrolladas,
cuando, anteriormente, tan sólo constituían un
mercado relativamente pequeño dentro del amplio mundo
financiero. El mercado, en su constante búsqueda de
diversificación y buenos retornos en el ámbito de
las materias primas -sobre todo, en entornos inflacionarios-, ha
desarrollado numerosos índices y ETF's centrados en este
sector.

En la siguiente gráfica se puede observar la
correlación existente entre la bolsa y las materias primas
en EEUU que, en general, no se produce en el resto del
mundo.

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Este sustancial incremento de inversores en materias
primas afecta, evidentemente, a la formación de precios.
Así, si anteriormente se ha señalado la
correlación existente entre la actividad económica
y el precio de las materias primas, la siguiente gráfica
muestra una correlación aún mayor entre el volumen
de contratos de futuros y el precio de las materias
primas.

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Conclusiones

Una vez analizadas estas variables, el BoJ admite en su
estudio que resulta complicado conocer con precisión
qué porcentaje del aumento de precios deriva de cada una
de ellas. Sin embargo, sí alcanza una conclusión
clara y concisa: la agresiva política expansiva seguida
por los principales bancos centrales del mundo -encabezados por
la FED- desde el estallido de la crisis financiera internacional
en 2008 (tipos de interés bajos, inyecciones monetarias,
monetización de deuda, etc.) ha ayudado a impulsar el
precio de las materias primas al alza, ya que los tipos
históricamente bajos y el exceso de reservas -como
resultado de las masivas inyecciones a la banca- incentivan el
consumo, la especulación y la inversión en mercados
emergentes en busca de mayor rentabilidad.

En concreto, el BoJ destaca que la especulación
financiera sigue los comportamientos de la oferta y la demanda y
puede ayudar a una más eficiente formación del
precio, pero en un entorno de bajos tipos de interés dicha
especulación tiende a desconectar de la economía
real y a formar burbujas.

Así pues, la clave de este estudio radica en que,
por primera vez -y sin que sirva de precedente- un importante
banco central de la talla del nipón entona el mea culpa al
reconocer explícitamente la responsabilidad de los
banqueros centrales en el alza de precios. Así, de su
estudio se extrae que, ya sea a base de incentivar una demanda
manipulada o una especulación financiera desconectada de
las expectativas del libre mercado, las expansiones monetarias
aplicadas por los bancos centrales han sido un factor crucial en
el aumento del precio de las materias primas.

Es decir, la banca central está alimentando la
inflación mundial, ya que la caída artificial en
tipos de interés negativos -tasa de inflación
superior al tipo de interés- explica, en gran medida, la
huida masiva de dinero hacia materias primas y metales
preciosos.

Si bien es cierto que el BoJ entona el mea culpa con la
boca pequeña, también lo es el hecho de que por
primera vez un importante banco central admite la responsabilidad
directa de estos organismos en el alza de precios. Algo
inédito: Trichet (BCE) y King (Banco de Inglaterra) no se
han pronunciado en público sobre esta materia, mientras
que Bernanke (FED) ha negado, una y otra vez, toda
responsabilidad respecto al aumento de la
inflación.

Y ello, pese a que la banca central ya impulsó en
2008 la burbuja del petróleo y lo que evidencian algunos
datos en el actual proceso. El siguiente gráfico muestra
la correlación existente entre el precio de las materias
primas y el inicio de la compra de deuda pública y bonos
hipotecarios por parte de la FED (quantitative
easing):

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Mientras, (erre que erre) Bernanke defiende su
política de dinero fácil (para los
bancos)

"El presidente de la Reserva Federal de Estados
Unidos, Ben Bernanke, entregó el viernes su respuesta
más dura hasta la fecha a las críticas extranjeras
que señalan que las políticas de dinero
fácil del banco central estadounidense están
alimentando la inflación y burbujas de activos en el
mundo, en momentos en que los líderes de finanzas del
Grupo de los 20 se reúnen en París"…

Bernanke defiende la política de tasas bajas de EE.UU.
(The Wall Street Journal – 18/2/11)

Al resto del mundo le interesa la recuperación
estadounidense que las políticas del país
están alentando, sostuvo Bernanke en comentarios
preparados con anterioridad para ser presentados en una
conferencia de bancos centrales en París.

El titular de la Fed añadió que los
encargados de la política monetaria en el extranjero
tienen muchas herramientas por sí mismos para combatir la
inflación y burbujas de activos, entre las que se incluyen
el permitir que sus tipos de cambio se ajusten al alza para
evitar un sobrecalentamiento.

El funcionario afirmó, además, que la
creciente expansión de las economías en desarrollo,
impulsada en parte por sus propias políticas
económicas, está causando problemas para Estados
Unidos.

"Los efectos indirectos pueden avanzar en ambos
sentidos", dijo. "El resurgimiento de la demanda en los mercados
emergentes ha contribuido significativamente a la pronunciada
alza reciente de los precios internacionales de los bienes
básicos", agregó.

Los líderes del G20 se reunieron por
última vez en Corea del Sur a comienzos de noviembre
(2010), pocos días después de que la Fed anunciara
su plan para comprar US$ 600.000 millones en bonos del Tesoro, un
programa conocido como flexibilización cuantitativa que
busca mantener bajas las tasas de largo plazo y llevar a los
inversionistas a comprar activos de mayor riesgo y estimular el
crecimiento. Los funcionarios de la Fed fueron criticados en la
reunión de Corea por alimentar la inflación e
intentar hacer bajar al dólar.

En una serie de declaraciones desde noviembre (2010),
Bernanke ha rechazado estas críticas. Una de las bases de
las críticas apunta a que las políticas de dinero
fácil de la Fed están impulsando el ingreso de
capitales especulativos hacia los mercados en desarrollo.
Bernanke sostuvo que el dinero llega a estos mercados debido a
que esas economías están creciendo demasiado
rápido. "Los últimos datos sugieren que los flujos
acumulados hacia mercados emergentes no están fuera de
línea con las tendencias de más largo plazo",
afirmó.

Bernanke sostuvo que las economías en desarrollo
de rápido crecimiento podrían utilizar "ajustes en
el tipo de cambio, medidas monetarias y fiscales, y medidas
macroprudenciales" para enfriar sus propios sobrecalentamientos
económicos.

Los comentarios sobre los tipos de cambio
parecían estar dirigidos a China, aunque Bernanke no
mencionó al país asiático en sus
declaraciones. En su lugar, el titular de la Fed afirmó
que los países con grandes desequilibrios comerciales
deben "permitir que sus tipos de cambio reflejen mejor los
indicadores fundamentales del mercado y aumenten sus esfuerzos
por substituir la demanda local por exportaciones".

El comentario de Bernanke sobre las medidas
macroprudenciales hace referencia a los esfuerzos por fortalecer
la regulación financiera global.

Estados Unidos, por su parte, necesita colocar su propia
política fiscal en un rumbo más sostenible,
indicó, en referencia a la necesidad de reducir el
déficit presupuestario federal en el largo
plazo.

Bernanke pareció también hacer una
advertencia indirecta a China. Estados Unidos y Francia,
señaló, ayudaron a provocar la Gran
Depresión en las décadas de los veinte y los
treinta al mantener sus propias monedas subvaloradas por
demasiado tiempo. El dólar y el franco, en niveles
subvalorados, provocaron grandes ingresos de capital a estos
países y terminaron por desestabilizar el sistema
financiero mundial, dijo Bernanke.

Bernanke dedicó gran parte de sus comentarios a
un tema que ha estado explorando desde 2005: la gran
acumulación de ahorros en el mundo en desarrollo y entre
los países productores de petróleo, lo que, a su
vez, generó una inundación de capital en Estados
Unidos antes de la crisis financiera.

"La crisis financiera global está retrocediendo,
pero los flujos de capital una vez más están
presentando ciertos desafíos considerables para la
estabilidad macroeconómica y financiera internacional",
indicó. "El mantenimiento de divisas subvaloradas por
parte de algunos países ha contribuido a un patrón
de gasto global que es desequilibrado e insostenible",
puntualizó.

No comment (IX): lecturas recomendadas (el que quiera
entender que entienda)

– La hiperinflación no es un problema… de
momento (Libertad Digital – 26/4/11)

(Por Juan Ramón Rallo)

Mucho se está hablando durante
estos días de la posibilidad de que Bernanke renueve el
programa de flexibilización cuantitativa, o Quantitative
Easing (QE), por el que la Reserva Federal ha monetizado unos dos
billones de deuda pública y privada. La mayoría de
los detractores de su extensión aducen que la QE nos aboca
al colapso del dólar, o sea, a la hiperinflación,
debido a la cantidad de billetes verdes que se están
imprimiendo.

Tal punto de vista desconoce no sólo cuál
es la génesis de la inflación (y sobre todo de la
hiperinflación, que no es únicamente una subida de
precios a lo bestia), sino cuál es la naturaleza de la
Fed: ésta no desempeña el papel de los productores
de dinero (el de los genuinos mineros de oro), sino que es el
mayor banco comercial del mundo.

Tradicionalmente, los bancos comerciales eran
instituciones que creaban promesas de pago en oro contra la
entrega de oro o de otros activos que se esperaba proporcionaran
el metal amarrillo en el futuro (pagarés, letras de
cambio…); es decir, los bancos comerciales vendían sus
deudas a cambio de otros créditos de alta calidad pero
menos conocidos por el resto del público. Esas deudas
bancarias eran conocidas como billetes de banco o como
depósitos a la vista y, debido generalmente a la buena
reputación de la entidad, eran aceptadas como medios de
pago alternativos al oro por casi todos los
ciudadanos.

Con el tiempo, sin embargo, la creación de
billetes contra el oro o contra activos pagaderos en oro se
convirtió en un negocio monopolístico de ciertos
bancos, a los que se llamaba centrales porque solían estar
ubicados en los centros financieros de sus respectivas
sociedades. Los demás bancos seguían reteniendo el
derecho a crear depósitos contra el oro o contra activos
pagaderos en oro (como lo eran, por ejemplo, los billetes del
banco central); en otras palabras, billetes y depósitos
seguían siendo deudas, no dinero. El dinero -el oro- era
aquello con lo que se saldaban esas deudas bancarias.

Fue solo con el abandono del patrón oro que los
bancos centrales de todo el planeta suspendieron pagos y se
generó el espejismo de que, de algún modo, el
dinero había pasado a ser el dólar (o cualquier
otro pasivo de un banco central), y su emisor, un fabricante de
dinero.

Tengamos presente que nada impide que una deuda impagada
siga circulando como medio de pago en una economía,
especialmente si, pese a todo, el banco central que la ha emitido
tiene otros activos de calidad y si el Gobierno de turno le
concede su apoyo directo (permitiendo, por ejemplo, que las
obligaciones tributarias se salden con ella). Lo esencial, pues,
es que los billetes del banco central siguen siendo deuda y el
banco central sigue siendo… un banco.

Por eso, los QE no han supuesto una
masiva e hiperinflacionista impresión de dólares:
más bien han sido una masiva operación de
financiación del Estado (a través de la compra de
casi un billón de dólares en bonos) y de la banca
privada estadounidense (con la adquisición de,
aproximadamente, otro billón de dólares en
titulizaciones hipotecarias). Es decir, la Fed actuó como
el banco que es: extendiendo crédito mediante la
generación de promesas de pago (dólares). Son los
agentes de mercado quienes, al seguir aceptando que sus bienes y
servicios se intercambien por esos billetes verdes, siguen
dotando de valor a los dólares, las deudas de la Fed
(aunque sea de un valor decreciente).

¿Habría generado
inflación, en circunstancias normales, una
expansión tan cuantiosa del crédito público
y privado por parte de la Fed? A buen seguro: más
crédito son más medios de pago persiguiendo unas
cantidades de bienes y servicios que no crecen, ni mucho menos, a
la misma velocidad. ¿Tiene sentido que no lo haya generado
en las circunstancias actuales? Sí, porque, como algunos
predijimos, al tiempo que se crea una gran cantidad de
crédito público, se está destruyendo una
mayor cantidad de crédito privado (impagos y
amortizaciones de deuda). Si acaso podemos decir que la QE ha
sido inflacionista por obstaculizar las acusadas reducciones de
precios que deberían haberse dado en su ausencia.
¿Tiene sentido que directamente provoquen
hiperinflación? No, al menos mientras los agentes de
mercado sigan confiando en que el Gobierno estadounidense -el
mayor deudor de la Fed- cumplirá con sus obligaciones y
devolverá el dinero que la Fed le ha prestado. La
hiperinflación sólo llegaría si EEUU
suspendiera pagos: esto es, si aplicara una quita a su deuda
pública o si esa deuda pública se saldara mediante
la impresión de nuevos dólares.

Entonces, ¿cuáles son los problemas de la
QE? Los mismos que los del negocio bancario actual: la Fed se
está endeudando a corto plazo (emitiendo dólares
cuyo valor se compromete a estabilizar) e invirtiendo a largo. En
otras palabras: por un lado, la Fed está generando unos
volúmenes insostenibles de crédito que, en caso de
haberse dirigido al sector privado, generarían una burbuja
de malas inversiones similar a la subprime, y que, por haberse
dirigido preferentemente al sector público,
generarán malas inversiones, que quedarán fuera de
la disciplina del mercado (es decir, unas malas inversiones que
no detectaremos a través de la aparición de
pérdidas empresariales, sino sólo a través
de su consolidación mediante subidas de impuestos), y que
están contribuyendo a mantener artificialmente alta la
demanda de ese cuello de botella que son las materias primas. Por
otro, la Fed está manteniendo los tipos de interés
a largo plazo -sobre todo de la deuda pública y de la
deuda bancaria- artificialmente bajos, lo que encarece la
amortización anticipada de la deuda, perpetúa las
malas inversiones y retrasa la recuperación.

Si hay que dejar de renovar esas
billonarias expansiones de crédito que son los QE, no es
porque vayan a generar directamente una hiperinflación,
sino porque están contribuyendo al empobrecimiento de los
estadounidenses: al estancamiento del sector privado y a un
sobreendeudamiento del sector público, que, en caso de
colapsar, sí generaría hiperinflación. No es
en sí mismo el crecimiento desproporcionado de las
promesas de pago lo que genera su repudio, sino la desoladora
certeza de que esas promesas de pago no se cumplirán, esto
es, de que el valor de los activos del banco central caerá
por debajo del de sus activos, sin que exista la posibilidad de
que éste sea recapitalizado por el Estado, porque el
Estado… habrá quebrado.

(Juan Ramón Rallo es doctor en Economía y
profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y en el centro de
estudios Isead. Su último libro, coescrito con Carlos
Rodríguez Braun, lleva por título El liberalismo no
es pecado)

– Endeudamiento mórbido (Libertad Digital –
28/4/11)

(Por Juan Ramón Rallo)

Al endeudamiento se lo premia con
inflación, tipos de interés artificialmente bajos,
rescates indiscriminados y tributación amigable.
Idénticos clavos con los que se sepulta al
ahorro.

Capitalismo viene de capital. Si falla o se engarrota lo
segundo, falla o se engarrota lo primero. Inexorable destino de
quien consume y no repone, de quien saquea el presente sin
proveer para el futuro. La deuda, anticipar la
satisfacción de nuestras necesidades, es adictiva:
proporciona un placer inmediato muy por encima del que
podríamos (y deberíamos) permitirnos; el ahorro,
retrasar la satisfacción de nuestras necesidades, es
doloroso: requiere de la espartana disciplina de la austeridad,
impropia en estos tiempos modernos donde todos tenemos "derecho"
a todo por obra y gracia del Estado providente y
benefactor.

Podemos fijarnos en Estados Unidos, pero semejante
tendencia está bastante más acusada en Europa. Lo
mismo da. Una sociedad que premia el endeudamiento y castiga el
ahorro es una sociedad que lógicamente tendrá
progresivamente más deuda y menos ahorro: es decir,
más obligaciones a devolver una renta futura para cuya
generación se cuenta con menores medios.

Mas, ¿qué esperar? Al endeudamiento se lo
premia con inflación, tipos de interés
artificialmente bajos, rescates indiscriminados y
tributación amigable. Idénticos clavos con los que
se sepulta al ahorro: la inflación erosiona el valor de
nuestros patrimonios, los tipos de interés bajos castran
su rendimiento, los rescates o las amnistías de los
deudores se ceban con el expolio de los acreedores y la sangrante
tributación de plusvalías, dividendos, riqueza o
beneficios afean su recompensa.

A riesgo de simplificar, pocos elementos ilustran mejor
esa desatada ofensiva contra el ahorro y esa desacomplejada
promoción del endeudamiento que el definitivo abandono del
patrón oro por parte de Estados Unidos. Vean, si no,
qué ha sucedido con la tasa de ahorro neta sobre el PIB
desde que en 1973 Nixon decidiera enterrar definitivamente
Bretton Woods: la capacidad de la economía estadounidense
para generar nuevos bienes de capital tras reponer los ya
existentes se ha ido desplomando, hasta el punto de que durante
esta crisis se ha vuelto negativa (es decir, el ahorro nacional
es insuficiente para conservar todas las inversiones ya
realizadas bajo el paraguas del brioso endeudamiento
previo).

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Tendencia paralela a esa explosión del
endeudamiento de las últimas tres décadas,
coincidente con el fin de los altísimos tipos de
interés que Paul Volcker tuvo que colocar a finales de los
70 y principios de los 80 para evitar la desmonetización
del dólar en favor del oro:

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El sueño de todo keynesiano -la eutanasia de
facto del rentista- y la pesadilla de todo economista con dos
dedos de frente. A la vista de la evolución del ahorro y
del endeudamiento durante las últimas cuatro
décadas, ya puede suponer qué grupo ha predominado
en la academia y, sobre todo, en el Gobierno.

Las dos caras de Trichet: ¿el Dios Jano del BCE
es un austero-inflacionista?

"El presidente del BCE ha mantenido un discurso duro
en las ruedas de prensa, pero no ha dejado de acudir al rescate
de los gobiernos derrochadores"…
La doble cara de
Jean-Claude Trichet: ¿austero o inflacionista? (Libertad
Digital – 16/7/11)

Hasta el inicio de la crisis, el Banco Central Europeo
había sido un organismo europeo bastante tranquilo y
relativamente ignorado por la prensa en general. Pero la llegada
de la recesión llevó a Jean-Claude Trichet, su
presidente, a bajar los tipos de descuento al 1%, inyectar miles
de billones en el sistema bancario y comprar bonos de los
gobiernos periféricos por valor de € 80 mil millones.
Ésta es, según algunos, una acción prohibida
por el tratado de Maastricht, por lo que tanto el organismo como
su presidente atrajeron así todas las miradas.

Las críticas tampoco se han hecho esperar. Los
gobiernos en problemas han criticado a Trichet, acusándole
de no ser suficientemente expansivo. Con Sarkozy, por ejemplo,
las disputas vienen de largo. El presidente francés ha
llegado a acusar a Trichet de "estar obsesionado con una
inflación (de precios) que no existe". Desde París,
se creía que la influencia del Bundesbank,
tradicionalmente muy duro con la inflación de precios,
sobre el BCE era determinante.

De hecho, Trichet ha alentado esta fama en sus ruedas de
prensa, haciendo siempre hincapié en la necesidad de
mantener el principal índice de precios bajo control y
asegurando que es su principal prioridad. Pero a la hora de la
verdad, ¿cómo ha actuado Trichet? ¿tienen
sentido las críticas de la periferia por no ser más
expansivo?

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Como se puede ver en el gráfico anterior, la
reacción de Trichet a la crisis ha consistido en llevar el
balance del BCE de estar por encima del billón de euros,
hasta prácticamente los 2 billones de euros. Los
críticos de Trichet argumentan que la reacción de
la Reserva Federal o del Bank of England ha sido más
agresiva, lo cual es cierto. Pero no se debe olvidar que la
Reserva Federal está a cargo de la moneda de reserva
mundial (de hecho, durante esta crisis ha abierto prestamos a
bancos de todo el mundo, incluyendo los europeos) y que el Bank
of England se ha embarcado en una expansión extraordinaria
para salvar al sistema bancario que ha llevado al Reino Unido a
estar sufriendo subidas de precio del 4,5%.

Desde el inicio del crash, en 2008, Trichet
advirtió repetidamente de la necesidad de la austeridad
fiscal por parte de los gobiernos, término que se
pondría de moda más adelante, para evitar alargar
la crisis innecesariamente. Pero a la vez, no era tan austero por
lo que respecta al sistema bancario: bajaba los tipos de
interés progresivamente desde 4'5% hasta el 1% y
ofrecía liquidez ilimitada. Diversos economistas alabaron
estas medidas de Trichet asegurando que era exactamente lo que la
eurozona necesitaba para salir de la crisis rápidamente.
Trichet siempre puso mucho énfasis en indicar que estos
programas eran solo préstamos temporales y por lo tanto no
representaban Quantitative Easing, como las acciones de la Fed o
el BoE.

A mediados de 2009, las condiciones del sector bancario
empeoraban a pesar de los planes de rescate de los gobiernos. Por
eso, Trichet decidió comprar covered bonds, paquetes de
inversiones que se formaron durante la burbuja por valor de
€ 60 mil millones. Trichet y la prensa volvieron a insistir
en que no era similar al QE de otros bancos centrales porque las
compras se iban a esterilizar, es decir se iban a vender activos
por valor igual a la compra, dejando la masa monetaria
intacta.

Pero en Alemania estas noticias no sentaron bien, ya que
la esterilización era una operación de maquillaje
más que real. Así, Trichet asegura que tuvo que
defender la independencia del BCE respecto a las presiones de
Angela Merkel que lo acusaba de ser demasiado laxo. La supuesta
esterilización de Trichet consistía en
depósitos que los bancos comerciales realizaban en el
banco central. El problema es que sólo fueron una
esterilización de maquillaje con la intención de
dar la impresión de ser menos laxo de lo que realmente
era, ya que 1) era una medida temporal y por lo tanto el dinero
acabaría en el mercado, 2) los depósitos eran
elegibles como colateral en la ventanilla de descuento,
así que podían servir para obtener liquidez extra
en cualquier momento.

Monografias.com

La crisis siguió su curso y la insolvencia se
trasladó del sector bancario a los gobiernos. Trichet
estuvo ayudando indirectamente a la deuda soberana aceptando los
bonos como colateral, pero finalmente tuvo que intervenir
directamente para evitar la quiebra de Grecia, y más tarde
de Irlanda y Portugal. Lo hizo bajo el plan denominado SMP,
Securities Markets Programme, que consistió en la compra
directa de bonos de los gobiernos por parte del BCE. Trichet
volvió a negar que consistiera en un plan de QE, ya que
volvía a usar el mismo sistema de
"esterilización".

Este movimiento sorprendió a mucha gente. Primero
porque hasta el momento se pensaba que un movimiento como este
estaba prohibido bajo el tratado de Maastricht, y segundo, porque
daba al traste con la apariencia de austeridad y dureza respecto
a política fiscal de la que había hecho gala
Trichet. De hecho, el presidente del BCE siguió con sus
declaraciones duras respecto a la necesidad de una
política fiscal responsable, lo cual le valió
críticas de los países periféricos en
problemas. Pero cada vez que un gobierno empezaba a tener
problemas el BCE aparecía para mantenerlo a flote. Las
acciones empezaban a separarse del discurso, ante la necesidad de
los países periféricos y la voluntad de mantener la
unión a cualquier precio.

Trichet y el resto de autoridades europeas incluso
pasaron por alto cuando el banco central de Irlanda
decidió saltarse la autoridad del BCE e "imprimir" sus
propios euros para facilitárselos a su sistema bancario.
En 2011, los países de la Unión finalmente se
pusieron de acuerdo para crear el EFSF, el fondo de rescate
europeo, pero no debemos olvidar que los bonos del EFSF no son
más que un preludio del eurobono y que pueden ser usados
como colateral, en la ventana de descuento del BCE.

La oposición real dentro del banco central a
todas estas acciones vino por parte de los miembros alemanes. Por
ejemplo, ya a finales de 2010, Axel Weber hablaba de la necesidad
de retirar todos los estímulos y subir los tipos de
interés. A pesar de la fama de duro, Trichet dejó
que el índice de precios medio en la zona euro se elevara
hasta 2,7% en mayo, bastante por encima del límite del 2%,
sin subir los tipos de interés u otra reacción. En
España se llegó a un 3,4%.

Monografias.com

No comment (X): lecturas recomendadas (el que quiera
entender que entienda)

– El gobierno de los rentistas (El País –
19/6/11)

(Por Paul Krugman)

Los últimos datos económicos han acabado
con cualquier esperanza de que termine pronto la sequía
laboral de EEUU, que ya se ha prolongado tanto que el parado
estadounidense medio lleva sin trabajar casi cuarenta semanas.
Sin embargo, no hay voluntad política de hacer nada
respecto a la situación. Lejos de estar dispuestos a
gastar más en la creación de empleo, ambos partidos
coinciden en que es hora de recortar drásticamente el
gasto -destruyendo empleos de paso- y la única diferencia
que hay entre ambos es en cuanto a la magnitud.

Tampoco la Reserva Federal acude al
rescate. El martes, Ben Bernanke, el presidente de la Reserva,
admitía lo sombrío del panorama económico,
pero indicaba que no hará nada al respecto.

Y el alivio de la carga de la deuda de los propietarios
de viviendas -que podría haber hecho mucho por fomentar la
recuperación económica general- simplemente ha
desaparecido del programa. El actual plan de alivio hipotecario
ha sido un desastre y solo ha gastado una ínfima parte de
los fondos asignados, pero no parece haber interés por
renovarlo y reanudar el esfuerzo.

La situación es similar en Europa, pero
podría decirse que aún peor. En concreto, la
retórica del Banco Central Europeo, que defiende la moneda
fuerte y se opone al alivio de la carga de la deuda, hace que
Bernanke parezca en comparación William Jennings Bryan
(secretario de Estado de EEUU de 1913 a 1916 y miembro del ala
izquierdista del Partido Demócrata).

¿Qué se oculta tras esta
parálisis política transatlántica? Estoy
cada vez más convencido de que es una respuesta a la
presión de los grupos de interés. Conscientemente o
no, los responsables políticos están casi
exclusivamente al servicio de los intereses de los rentistas,
esos que obtienen enormes ingresos de sus activos, que prestaron
grandes sumas de dinero en el pasado, a menudo imprudentemente,
pero que ahora están siendo protegidos de las
pérdidas a costa de todos los demás.

Por supuesto, no es así como eso que yo llamo el
Comité del Dolor expone sus argumentos. En lugar de eso,
el razonamiento en contra de ayudar a los parados se enfoca en
función de los riesgos económicos: si hacen algo
por crear puestos de trabajo, los tipos de interés se
dispararán, habrá un estallido de inflación
descontrolada, y así sucesivamente. Pero estos riesgos
siguen sin materializarse. Los tipos de interés siguen
cerca de sus mínimos históricos, mientras que la
inflación al margen del precio del petróleo -que
viene determinado por los mercados y acontecimientos mundiales,
no por la política estadounidense- sigue siendo
baja.

Y frente a estos riesgos hipotéticos, uno debe
poner la realidad de una economía que sigue profundamente
deprimida, con un coste enorme tanto para los trabajadores de hoy
como para el futuro de nuestro país. Después de
todo, ¿cómo podemos esperar prosperar dentro de dos
décadas cuando, en la práctica, a millones de
jóvenes licenciados se les está negando la
oportunidad de iniciar sus carreras profesionales?

Pidan una teoría coherente que respalde el
abandono de los parados, y no recibirán ninguna respuesta.
En lugar de eso, los miembros del Comité del Dolor parecen
ir elaborándola sobre la marcha, inventando razones
siempre diferentes para sus recetas políticas, que son
siempre las mismas.

Pero mientras que los motivos aparentes
para infligir dolor siguen cambiando, todas las recetas
políticas del Comité del Dolor tienen una cosa en
común: protegen los intereses de los acreedores, cueste lo
que cueste. El gasto deficitario podría dar trabajo a los
desempleados, pero podría perjudicar los intereses de los
titulares de bonos. Unas medidas más agresivas por parte
de la Reserva Federal podrían contribuir a sacarnos de
esta depresión –de hecho, hasta los economistas
republicanos han sostenido que un poco de inflación
podría ser exactamente lo que ha prescrito el
médico-, pero es la deflación, no la
inflación, la que viene bien a los intereses de los
acreedores
. Y, cómo no, hay una oposición feroz
a todo lo que huela a alivio de la carga de la deuda.

¿Quiénes son estos acreedores de los que
hablo? No son los propietarios ni los empleados de las
pequeñas empresas que ahorran y trabajan duro, aunque a
los mandamases les interese fingir que la cuestión es
proteger a la gente de a pie que respeta las normas. La realidad
es que tanto a las pequeñas empresas como a los
trabajadores les hace mucho más daño una
economía débil que, por ejemplo, una
inflación moderada que ayude a impulsar la
recuperación.

No, los únicos beneficiarios
reales de las políticas del Comité del Dolor
(aparte del Gobierno chino) son los rentistas: banqueros e
individuos adinerados con montones de bonos en sus carteras de
inversiones.

Y eso explica por qué los intereses de los
acreedores ocupan un lugar tan importante en la política;
no es solo la clase social que hace grandes contribuciones a las
campañas, sino también la clase que tiene acceso
personal a los responsables políticos (muchos de los
cuales pasan a trabajar para estas personas cuando salen del
Gobierno por la puerta giratoria). El proceso de influencia no
conlleva necesariamente una corrupción flagrante (aunque
esta también se da). Todo lo que se necesita es la
tendencia a dar por hecho que lo que es bueno para las personas
con las que uno se relaciona, esas personas que causan tanta
impresión en las reuniones -¡eh!, son ricas, son
elegantes y tienen grandes sastres- tiene que ser bueno para la
economía en su conjunto.

Pero la realidad es justo la contraria: las
políticas beneficiosas para los acreedores están
paralizando la economía
. Este es un juego con un
resultado final negativo, en el que el intento de proteger a los
rentistas de cualquier posible pérdida está
causando pérdidas, mucho mayores a todos los demás.
Y la única forma de conseguir una recuperación real
es dejar de jugar a ese juego.

(Paul Krugman es profesor de Economía en
Princeton y premio Nobel 2008. © 2011. New York Times
Service)

– Stiglitz cree que el BCE está "atado a la
teoría errónea" de que el control de la
inflación es lo fundamental (El Economista –
25/7/11)

El premio Nobel de Economía 2001, Joseph
Stiglitz, ha asegurado este lunes que el Banco Central Europeo
(BCE) es un gobierno económico "atado a la teoría
errónea" de que la inflación debe ser la piedra
angular que conforme las políticas económicas, al
tiempo que ha criticado que el Fondo Monetario Internacional
(FMI) se centre más en controlar a países
pequeños, cuya incidencia en la economía es
mínima, y no vigile a países como Estados
Unidos.

"Tienen que vigilar a Estados Unidos y no a Guatemala",
ha espetado durante su paso por los Cursos de Verano de El
Escorial, organizados por la Universidad Complutense de Madrid,
en los que ha intervenido en una conferencia titulada
'Economía Política de la crisis
internacional'.

De esta forma, Stiglitz ha hecho una
crítica general del fundamentalismo económico que
domina las políticas globales, puesto que, si bien se han
analizado algunos problemas y se han adoptado ciertas soluciones,
a su juicio, la realidad es que los Gobiernos mundiales no han
iniciado una verdadera reforma del sistema económico y de
los mercados. "Lo que ha hecho la crisis es introducir un cambio
en el debate, un reconocimiento del problema, pero el modelo que
se enseña en las universidades es el mismo", ha
sentenciado.

Se queja de los bancos centrales

Asimismo, ha incidido en la gran cantidad de respuestas
infructuosas que se están dando en la economía
mundial a la crisis, destacando especialmente el mal hacer de los
bancos centrales, entre ellos el europeo; y, en este sentido, ha
subrayado que "ahora ya se sabe que la inflación es una
base falsa para enfrentarse a la ley del capital".

Según Stiglitz, "la
mayoría de los bancos centrales deberían
preocuparse del empleo, de la estabilidad financiera", pero
aquí, en Europa, "dijeron que sólo tenía que
controlar la inflación", lo cual significa que los
europeos intentan salir de la crisis bajo los designios de "un
banco cuyo mandato está atado a una teoría
errónea". "No hay teorema que diga que sólo hay que
intervenir en una variable", había señalado poco
antes.

Dualidad entre la teoría y la práctica
económica

De hecho, para el Premio Nobel de Economía el
problema no reside en la teoría económica, que ya
encontró soluciones a las disfunciones del mercado pasada
la década de los cincuenta del siglo pasado, sino en la
imposición, por encima de los descubrimientos de la
ciencia, de ideologías económicas más
interesadas en los beneficios.

"En Estados Unidos, tras el crack del 29, se aprobaron
leyes regulatorias para la banca que funcionaron tan bien que por
primera vez en la historia del capitalismo, durante 30
años, no hubo crisis, lo que llevó a pensar que no
se necesitaba esa regulación", ha explicado, "pero el
motivo real es que esa regulación funcionaba".

Casi 80 años después, con la
desregulación de Gobiernos como el de Ronald Reagan o
Margaret Thatcher, y su consiguiente desarrollo durante varias
décadas, la economía global giró hacia otro
tipo de factores y encumbró la concepción del
Producto Interior Bruto como el indicador de la salud de un
país. "Los europeos querían parecerse a Estados
Unidos, porque en América el producto interior
crecía cada año. Sin embargo, la mayoría de
los americanos estaba en peores condiciones cada año y hoy
están peor que en el año 97", ha
expuesto.

"Existe una estructura bancaria de
juego y apuesta"

Así, respecto a la
situación de los americanos, Stiglitz ha comenzado
rememorado lo paradójico que resulta que el ex gobernador
de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan,
preguntado por casos como el de AEG y Goldman Sachs, en
relación al uso fraudulento del dinero que percibieron del
Gobierno, dijera que estaba sorprendido y que creía en la
autoregulación. "El mayor regulador del mundo diciendo que
no entendía la regulación", ha
ironizado.

"Después llegó Ben
Bernanke", actual presidente de la Reserva, "y dijo que no
había habido un fallo, sino que se trataba de un
pequeño detalle en la producción", ha indicado,
juzgando que lo que realmente ocurrió fue que "no se
reconoció el problema". "Se trataba de un problema claro
sobre el valor de las agencias, del cual son ejemplo claro los
mercados: las personas que toman decisiones que les benefician,
pero cuyos réditos ni siquiera llegan a los accionistas de
las empresas", ha agregado.

Para Stiglitz, "o los bancos eran muy
estúpidos o estaban robando a los accionistas y a la
sociedad", algo, esto último, que ha considerado
más factible, sobre todo teniendo en cuenta la estructura
"para dedicarse al juego y a las apuestas" que se había
creado en torno a las grandes empresas. "A los pobres les dijeron
que siguieran gastando, mientras ellos se fijaban en los
incentivos y dejaban que la burbuja, que no reconocían, se
hinchara", ha agregado.

El endeudamiento es el esclavismo del
siglo XXI

La consecuencia, ha planteado, es que
se han "socializado la perdidas y se han capitalizado las
ganancias", reintroduciendo el esclavismo y pidiendo a personas
que están "endeudadas por encima del cien por cien de su
valor" que sigan pagando un 25% "hasta el final de sus vidas".
"Es el nuevo trabajo forzado", ha matizado, a la vez que ha hecho
hincapié en la necesidad de trascender el sentido de las
desigualdades y ver que son el lastre de la economía
moderna.

En este sentido, el economista ha expuesto, una vez
más, sus críticas al Fondo Monetario Internacional
(FMI), del que ha denunciado su inhabilidad para tratar la
desigualdad como un factor económico determinante, ya que,
según ha considerado, "asume que el mundo es
idéntico".

No obstante, a este respecto, ha destacado que en la
cumbre de abril por primera vez hubo un reconocimiento en este
sentido, que ha juzgado insuficiente, pero que ayuda a dar cuenta
de ciertas realidades económicas. "Hay muchos
países que consumen menos de lo que producen
-excedentarios-, pero esa virtud, por ejemplo, genera un coste en
otros países", ha señalado.

"Ahora hay un reconocimiento de las
externalidades globales y de una necesidad regulatoria, tanto a
nivel macroeconómico como microeconómico,
reconociéndose la interdependencia de las
economías, pero en la práctica es muy
difícil actuar conjuntamente", ha incidido, al tiempo que
ha lamentado que el debate, aunque planteado, no haya avanzado en
este sentido.

Dicho esto, Stiglitz ha subrayado que el presidente de
los Estados Unidos, Barack Obama, "puede haber resuelto los
problemas de los bancos con dinero", pero ha apuntado que en
ningún caso "ha intentado resolver los problemas
subyacentes estructurales" de la economía estadounidense.
"La inercia y los intereses creados continúan y, por
tanto, la batalla de ideas también. Creo que va a ser un
periodo interesante", ha concluido.

(Joseph E. Stiglitz es catedrático en la
Universidad de Columbia, premio Nobel de Economía, y autor
de Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy
(Caída libre: el libre mercado y el hundimiento de la
economía mundial))

¿Es la inflación la solución?
(Cinco Días – 6/9/11)

(Por Sebastián Royo)

Termina uno de los veranos más
turbulentos de las últimas décadas. A la crisis
económica global se añade el fenómeno de la
indignación global, que se inició a principios de
año con las revoluciones árabes en Egipto y
Túnez y que se ha extendido de forma generalizada aunque
más atenuada por todo el planeta. No es una
exageración denominar este año como el año
de la indignación global.

La gran pregunta sigue siendo cómo enderezamos la
situación económica. Las posiciones siguen estando
encontradas: mientras muchos economistas a ambos lados del
Atlántico siguen defendiendo las medidas de
estímulo para reactivar la economía, otros
defienden las medidas de austeridad para reducir la deuda y el
déficit a toda costa, con independencia del posible
impacto negativo en el crecimiento y el desempleo.

Esta segunda opción, liderada por Alemania y el
BCE, es la que ha sido adoptada fervorosamente, en muchos casos
como el de nuestro país con la fe de un converso, por los
Gobiernos europeos. En EEUU, casi siempre más
pragmático y flexible en estas cuestiones, seguimos con el
debate abierto, y el presidente Obama acaba de pedir una
reunión urgente del Congreso para adoptar nuevas medidas
que estimulen la creación de empleo.

Curiosamente, en las últimas
semanas se está produciendo en EEUU un debate sobre la
posibilidad de que una inflación mayor pueda ser una
solución para salir de la crisis. Dada la terrible
reputación que la inflación tiene en este
país, donde se la identifica con la crisis y la
estanflación de los setenta y se la compara con la
corrupción y el crimen (el presidente Reagan la
definió como "tan aterradora como un ladrón armado
y tan letal como un asesino"), el que se la pueda considerar como
una ayuda y algo positivo es sencillamente
extraordinario.

El debate a favor de la inflación
está siendo liderado por uno de los más
prestigiosos economistas del país, Kenneth Rogoff, de la
Universidad de Harvard, al cual están apoyando economistas
tan reconocidos como Oliver Blanchard (FMI), Greg Mankiw
(Harvard) y Paul Krugman (Princeton y Nobel de Economía).
Rogoff, autor con Carmen Reinhart de uno de los libros de
economía más influyentes publicados en los
últimos años: Esta vez es diferente, tiene un
pedigrí antiinflación impecable, ya que
trabajó en la Fed para Paul Volcker, que fue el
artífice de las políticas deflacionistas de inicios
de los ochenta.

El error principal que hemos cometido ha sido tratar a
esta crisis como una recesión normal y admitir demasiado
tarde que se trataba de una crisis financiera profunda
caracterizada por un aumento masivo de la deuda tanto
pública como privada. La historia, tal y como demuestran
magistralmente Rogoff y Reinhart, muestra que este tipo de crisis
suelen ser seguidas por largos periodos de estancamiento e
incertidumbre, tal y como ha sucedido en Japón en las
últimas décadas.

Rogoff sostiene que lo que está
dificultando la salida de la recesión en EEUU no es tanto
la falta de confianza de los consumidores o la poca demanda, sino
la enorme resaca de deuda que ha seguido a la crisis. El colapso
del mercado inmobiliario ha dejado a millones de ciudadanos
tremendamente endeudados y agonizando para pagar sus deudas, en
vez de invertir o consumir. Por consiguiente, y dado que es muy
improbable que todas las deudas se puedan pagar por completo, no
habrá ninguna recuperación hasta que logremos
aliviar la cara de la deuda. Y es aquí donde la
inflación puede ayudar, ya que facilitaría el pago
de la deuda a los deudores al transferir parte del coste de la
crisis de los deudores a los acreedores.

Otros economistas han criticado fuertemente esta
opción argumentando que sería difícil parar
la inflación una vez que aumente; que tendría un
efecto negativo en la confianza en la Fed; que los inversores
perderán su fe en el dólar, lo que llevaría
a subidas en los intereses, y que no es tan fácil aumentar
la inflación.

Sin embargo, dadas las circunstancias excepcionales
que vivimos, este es el momento de ser ambiciosos, dejar
atrás las ortodoxias que nos están abocando al
desastre y considerar alternativas atrevidas que nos permitan
dejar atrás la crisis. ¿Es tan arriesgado dejar la
inflación subir modestamente? Los indignados claman por la
justicia. Hagamos una concesión para que las consecuencias
de la crisis se distribuyan de forma más equitativa entre
deudores y acreedores.

(Sebastián Royo. Catedrático de Ciencia
Política en la Universidad de Suffolk en Boston – Estados
unidos)

– Inflación, la receta de los políticos
(Libertad Digital – 26/9/11)

(Por Manuel Llamas)

Paul Volcker conoce bien sus terribles
efectos tras lidiar con la estanflación de los 70 subiendo
los tipos de interés a niveles de dos dígitos para
defender al dólar, y quizá por ello carga
también ahora contra la desquiciante política de
sus colegas.

Fueron los bancos centrales los que, de
forma consciente e irresponsable, propiciaron a partir de 2001 la
creación de una enorme burbuja inmobiliaria para alentar
el crecimiento en medio de la anterior recesión. Pero esta
brutal expansión crediticia acabó estallando,
posteriormente, a finales de 2006 y principios de 2007, generando
una gran crisis financiera internacional y la consiguiente Gran
Recesión en la que seguimos inmersos.

Fueron los bancos centrales los que en
2008 redujeron los tipos de interés a mínimos
históricos e inundaron de liquidez el mercado para,
ilusoriamente, sostener en pie al sistema financiero. De nada
sirvió, puesto que los salvavidas monetarios, ideados para
lidiar con una crisis de liquidez, resultaron del todo ineficaces
para solventar una grave y profunda crisis de solvencia
bancaria.

De hecho, tales medidas tan sólo agravaron los
problemas subyacentes. El origen de la crisis financiera que
estalló en 2007 se debió al progresivo impago de la
deuda de familias y empresas, y unos tipos de interés
más bajos sólo facilitarían un mayor
endeudamiento, ahondando así en los errores de
inversión pasados. Además, este tipo de
políticas desincentivó en gran medida el necesario
desapalancamiento, amortización de deuda y
liquidación de activos que precisaban las economías
privadas. Y es que, alguien que pidiera un préstamo al 5%
y no esté consiguiendo con ese dinero más del 2% de
rentabilidad, lo normal es que quiera amortizar la deuda para no
seguir perdiendo dinero con su mala inversión. Sin
embargo, con los tipos muy bajos, rescatar esa deuda le
supondrá un gran desembolso: tendrá que pagar la
parte del capital pendiente y los intereses a precios actuales.
Según suban los tipos, el valor a día de hoy de
toda esa deuda pendiente baja. Hay más incentivos para
pagar ese préstamo, liquidar la deuda y empezar de
nuevo.

Un tercer efecto negativo de la nueva
expansión crediticia de la banca central fue la
depreciación generalizada de divisas -incluido el
dólar y el euro- y, como resultado, el mayor
encarecimiento de las materias primas. Tan sólo hay que
ver cómo ha evolucionado el oro desde 2007 para percatarse
del envilecimiento monetario que se ha ido produciendo durante
este tiempo.

Mientras, en Europa, esta
histórica bajada de tipos fue aprovechada por la banca
para refugiarse en la compra de deuda gubernamental, creyendo
inocentemente que el Estado jamás impaga, de modo que los
gobiernos de la zona euro pudieron disparar el gasto
público bajo la ingenua creencia keyneasiana de que los
"estímulos" fiscales lograrían relanzar el PIB. Es
decir, aprovechando el arbitraje de tipos que facilitó el
ínclito Trichet, la banca, y por tanto el Banco Central
Europeo (BCE) como prestamista de última instancia, se
lanzó a monetizar el brutal déficit público
de numerosos gobiernos.

Y, finalmente, fueron los bancos
centrales los que, pese a todos los errores y desgracias
cometidas, no cejaron en su empeño y, a la vista de los
nulos resultados cosechados, comenzaron a monetizar directamente
deuda, tanto pública como privada, para tratar de impulsar
el crédito a cualquier precio. Los llamados Quantitative
Easing fueron implementados, primeramente, por la Reserva Federal
de EEUU (FED) y el Banco Central de Inglaterra (BoE). En
concreto, la FED amplió su balance de forma inédita
para comprar activos crediticios tóxicos (incobrables o de
alto riesgo) a la banca, y así limpiar sus balances. Luego
extendió este programa a la deuda pública del
Tesoro estadounidense. En total, ha comprado cerca de 1,6
billones de dólares. Su última operación,
algo más rebuscada, consiste en vender 400.000 millones de
dólares en bonos públicos que posee a corto plazo
para acaparar la misma cuantía en deuda a largo
(más ilíquida y de mayor riesgo).

El Banco Central Europeo (BCE), a modo
de tuerto en el país de los ciegos, inició
tímidamente esta estrategia algo más tarde, en
2010. Violando explícitamente sus estatutos fundacionales,
comenzó a comprar deuda pública de Grecia, Irlanda
y Portugal en el mercado secundario. Nada impidió el
posterior rescate de estos países -y su actual quiebra, a
la vista del caso heleno-. El pasado agosto extendió este
programa al mercado de bonos español e italiano. Todo ello
ha desincentivado y retrasado, nuevamente, la necesaria
austeridad que precisaban estos estados. Por el momento, el BCE
ya acumula 150.000 millones de euros en estos activos
subprime.

Pero nada es suficiente. Tras el
fracaso obtenido, una vez más, los líderes europeos
ven ya con buenos ojos el plan implantado por EEUU, recomendado
insistentemente por su secretario del Tesoro, Tim Geithner:
emplear el actual Fondo de rescate europeo para avalar una compra
masiva de deuda pública por valor de hasta 2 billones de
euros. En definitiva, Quantitative Easing o, lo que es lo mismo,
monetización masiva sólo que a la
europea.

¿Qué persiguen los bancos
centrales con todo este despliegue de artillería
monetaria? Expandir nuevamente el crédito (más
deuda), generando de paso una elevada inflación;
inflación destinada a diluir el peso de la inmensa mala
deuda acumulada; inflación para redistribuir entre toda la
población el pago de las nefastas inversiones acometidas
por bancos y estados; e inflación, en última
instancia, para tratar -equivocadamente- de reducir la tasa de
paro en base a las erróneas enseñanzas keynesianas
de la llamada curva de Phillips.

Inflación, señores,
inflación a cualquier coste, pese a los enormes perjuicios
que causa a los más desfavorecidos y al público en
general
. El propio Paul Volcker, expresidente de la FED,
conoce bien sus terribles efectos tras lidiar con la
estanflación de los 70 subiendo los tipos de
interés a niveles de dos dígitos para defender al
dólar, y quizá por ello carga también ahora
contra la desquiciante política de sus colegas. No
será hoy y tampoco mañana, pero mucho cuidado con
lo que se desea porque el sueño de los monetaristas y
keynesianos bien podría cumplirse en el futuro… Y visto
lo visto, ¿aún siguen buscando
culpables?

(Manuel Llamas es jefe de Economía de Libertad
Digital y miembro del Instituto Juan de Mariana)

Los guardianes de la deuda: ¿a lo que digan
los mercados?

No comment (XI): lecturas recomendadas (el que quiera
entender que entienda)

– Comámonos el futuro (El País –
14/2/11)

(Por Paul Krugman)

El viernes pasado, los republicanos de la Cámara
de Representantes estadounidense dieron a conocer sus propuestas
de recortes inmediatos en el gasto federal. Al contrario de lo
que suele ser habitual, no acompañaron las propuestas con
ningún eslogan pegadizo. Así que me gustaría
proponer uno aquí: Comámonos el futuro.

A los líderes republicanos les gusta decir que
las elecciones legislativas de mitad les autorizaron a hacer
drásticos recortes en el gasto oficial. Algunos creemos
que los electores no estaban tan preocupados por el gasto y
sí por el alto y persistente nivel de desempleo, pero
bueno. Lo importante es que, aunque muchos votantes digan que
quieren reducir el gasto, en cuanto se les pregunta un poco,
resulta que sólo quieren reducir el gasto destinado a los
demás.

Eso es lo que se desprende de un nuevo sondeo del Pew
Research Center en el que se ha preguntado a los estadounidenses
si quieren que se gaste más o menos en una serie de
materias. Resulta que quieren que se gaste más en casi
todo, incluidas la educación y Medicare. Y las opiniones
están divididas de forma más o menos equivalente en
cuanto al gasto destinado a ayudar a los parados y -sorpresa- el
gasto de defensa.

El único recorte que desean con claridad es el
del gasto en ayuda exterior, que la mayoría de los
estadounidenses piensa -equivocadamente- que representa una gran
proporción del presupuesto federal.

Pero también pregunta a los entrevistados
cómo les gustaría que los estados cerrasen sus
déficits presupuestarios. ¿Son partidarios de los
recortes en educación o en sanidad, los dos principales
capítulos? No. ¿Están a favor de las subidas
de impuestos? No. La única medida de reducción del
déficit que obtiene un apoyo significativo es la de los
recortes en las pensiones de los funcionarios públicos, e
incluso también ahí hay dos posturas bastante
igualadas.

La moraleja es evidente. A los republicanos no se les ha
encargado que recorten el gasto; se les ha encargado que revoquen
las leyes de la aritmética.

¿Cómo es posible que los votantes
estén tan mal informados? En su defensa, recordemos que
tienen un trabajo, unos hijos a los que criar, unos padres a los
que cuidar. No tienen tiempo ni incentivos para estudiar el
presupuesto federal, ni mucho menos los de los estados (que, en
general, son bastante incomprensibles). De modo que se
fían de lo que les dicen unas figuras que parecen saber de
lo que hablan.

Y lo que están oyendo desde los tiempos de Ronald
Reagan es que sus dólares, ganados con tanto esfuerzo, se
desperdician, porque sirven para pagar a inmensos
ejércitos de burócratas inútiles (en
realidad, la nómina no representa más que el 5% del
gasto nacional) y señoras que viven de la beneficencia y
conducen Cadillacs. ¿Cómo vamos a pretender que los
electores valoren la realidad fiscal si los políticos se
la falsean constantemente?

Y esto me lleva de vuelta al dilema de los republicanos.
La nueva mayoría de la Cámara prometió
obtener 100.000 millones de dólares de recortes en el
gasto, y sus miembros van a encontrarse con rivales del Tea Party
en las primarias de su partido si no consiguen hacer realidad esa
promesa. Sin embargo, los ciudadanos se oponen a que se reduzcan
los programas que les gustan, y les gustan prácticamente
todos. ¿Qué puede hacer un político ante
esta situación?

La respuesta, si se piensa, está clara:
sacrificar el futuro. Centrar los recortes en programas cuyos
beneficios no sean inmediatos; en definitiva, comer maíz
de semillas autóctonas. Al final habrá que pagar un
precio elevado, pero, por ahora, así se mantiene contentas
a las bases.

Si no entienden esta lógica, quizá les
extrañen muchos apartados de la propuesta republicana en
la Cámara. ¿Por qué quitar 1.000 millones de
dólares de un programa de gran éxito que ofrece
nutrición añadida a embarazadas, recién
nacidos y niños pequeños? ¿Por qué
quitar 648 millones de dólares de las actividades de no
proliferación nuclear? (Una bomba nuclear fabricada a
partir de restos fisiles exsoviéticos y en manos de un
terrorista puede amargarnos el día.) ¿Por
qué quitar 578 millones de dólares del presupuesto
del I.R.S. (Hacienda) para garantizar el cumplimiento de las
obligaciones fiscales? (Dejar que los que cometen fraude fiscal
sigan en libertad no contribuye precisamente a la causa de la
reducción del déficit).

Ahora bien, cuando uno comprende los imperativos a los
que tienen que atenerse los republicanos, todo tiene sentido. Si
recortan los programas orientados hacia el futuro, pueden obtener
los recortes instantáneos que exigen los partidarios del
Tea Party sin hacer sufrir demasiado a los votantes. Y en cuanto
a los costes futuros -los perjuicios de la malnutrición
infantil, mayores posibilidades de que haya atentados
terroristas, un sistema fiscal debilitado por la evasión
fiscal generalizada-, mañana será otro
día.

En un mundo mejor, los políticos
se dirigirían a los votantes como si éstos fueran
adultos. Explicarían que el gasto discrecional tiene poca
relación que el desequilibrio a largo plazo entre el gasto
y los ingresos. Explicarían que para resolver ese problema
a largo plazo son necesarias sobre todo dos cosas: contener los
costes sanitarios y, con una dosis de realismo, aumentar los
impuestos para pagar los programas que los estadounidenses desean
de verdad.

Sin embargo, los dirigentes republicanos
no son capaces de eso: se niegan a reconocer que hay que aumentar
los impuestos, y se han pasado demasiado tiempo, los dos
últimos años, gritando "¡Tribunales de
muerte!" cada vez que alguien proponía el menor esfuerzo
para garantizar un uso racional del dinero de
Medicare.

Por eso, ahora, no les quedaba más remedio que
proponer algo como lo que presentaron el viernes, un plan que
ahorraría una cantidad mínima de dinero pero
causaría un perjuicio extraordinario.

(Paul Krugman es profesor de Economía en
Princeton y premio Nobel 2008. © 2011. New York Times
Service)

– Cómo destruir una recuperación (El
País – 6/3/11)

(Por Paul Krugman)

Las noticias económicas han sido mejores
últimamente. Las nuevas solicitudes de prestación
por desempleo están bajando; las encuestas sobre negocio y
consumo indican un crecimiento sólido. Seguimos cerca del
fondo de un hoyo muy profundo, pero al menos estamos remontando.
Es una pena que tantas personas, principalmente de la derecha
política, quieran enviarnos rodando para abajo otra
vez.

Pero antes de tocar ese punto, hablemos de por
qué la recuperación económica ha tardado
tanto en llegar. Algunos economistas esperaban un rápido
rebote una vez que hubiésemos superado la fase aguda de la
crisis financiera -en la que yo pienso como el periodo de Dios,
todos vamos a morir-, que se extendió aproximadamente
desde septiembre de 2008 hasta marzo de 2009. Pero no era eso lo
que nos deparaba el destino. La economía de burbuja de los
años de Bush dejó a muchos estadounidenses con
demasiada deuda; una vez que la burbuja estalló, los
consumidores se vieron obligados a hacer recortes e,
inevitablemente, arreglar sus finanzas iba a llevarles tiempo. Y
la inversión empresarial también estaba abocada a
decaer. ¿Por qué aumentar la capacidad cuando la
demanda de los consumidores es débil y uno no está
usando las fábricas y edificios de oficinas que
tiene?

El único modo en que podríamos haber
evitado una depresión prolongada habría sido
aprovechar al máximo la capacidad de gasto gubernamental.
Pero eso no sucedió. De hecho, el crecimiento del gasto
público total se ralentizó después de que la
recesión nos golpease, a medida que el débil
estímulo federal se vio frenado por una oleada de recortes
a escala estatal y local.

Así que hemos experimentado años de paro
elevado y crecimiento insuficiente. Sin embargo, a pesar del
sufrimiento, las familias estadounidenses han mejorado poco a
poco su situación financiera. Y en los últimos
meses ha habido indicios de un incipiente círculo
virtuoso. A medida que las familias han ido arreglando sus
finanzas, han aumentado su gasto; a medida que la demanda de los
consumidores ha empezado a recuperarse, las empresas han estado
más dispuestas a invertir; y todo esto ha conducido a una
economía en expansión, lo cual mejora aún
más la situación financiera de las
familias.

Pero sigue siendo un proceso frágil, sobre todo
si tenemos en cuenta los efectos de la subida de los precios del
petróleo y los alimentos. Estas subidas de precios tienen
poco que ver con la política estadounidense; se deben
principalmente al aumento de la demanda de China y otros mercados
emergentes, por un lado, y a los cortes del suministro causados
por la agitación política y el mal tiempo, por
otro. Pero son un revés para el poder adquisitivo en una
época especialmente difícil. Y las cosas
empeorarán mucho más si la Reserva Federal y otros
bancos centrales responden equivocadamente al aumento de la
inflación total subiendo los tipos de
interés.

Sin embargo, el peligro claro y actual para la
recuperación procede de la política; concretamente,
de la exigencia de los republicanos de la Cámara de que el
Gobierno recorte drástica e inmediatamente el gasto en
nutrición infantil, control de enfermedades, agua potable
y demás. Dejando a un lado las consecuencias negativas a
largo plazo, estos recortes conducirían, directa e
indirectamente, a la destrucción de cientos de miles de
puestos de trabajo (y esto podría romper el círculo
virtuoso de ingresos que crecen y finanzas que
mejoran).

Por supuesto, los republicanos creen, o al menos fingen
creer, que los efectos directos de destrucción de empleo
de sus propuestas se verían más que compensados por
un aumento de la confianza de las empresas. Como a mí me
gusta expresarlo, creen que el hada de la confianza hará
que todo se arregle.

Pero no hay motivos para que el resto de nosotros
compartamos esa creencia. Para empezar, resulta difícil
ver cómo un plan tan evidentemente irresponsable
-¿desde cuándo privar de fondos a la Agencia
Tributaria ayuda a reducir el déficit?- puede mejorar la
confianza.

Aparte de eso, tenemos muchas pruebas
procedentes de otros países acerca de las perspectivas de
la "austeridad expansiva", y dichas pruebas son todas negativas.
El pasado octubre, un exhaustivo estudio del Fondo Monetario
Internacional (FMI) llegaba a la conclusión de que "la
idea de que la austeridad fiscal estimula la actividad
económica a corto plazo tiene poca base en los
datos".

¿Y recuerdan los magníficos elogios
dedicados al Gobierno conservador de Reino Unido, el cual
anunció unas durísimas medidas de austeridad tras
asumir el cargo el pasado mayo? ¿Cómo va eso?
Bueno, de hecho, la confianza de las empresas no aumentó
cuando se anunció el plan; se hundió y
todavía tiene que recuperarse. Y sondeos recientes
señalan que la confianza de empresas y consumidores ha
descendido todavía más, lo que indica, como se
señala en un informe, que el sector privado "no
está preparado para llenar el hueco dejado por los
recortes del sector público".

Lo que nos devuelve al debate presupuestario en Estados
Unidos. Durante las próximas semanas, los republicanos de
la Cámara tratarán de chantajear a la
Administración de Obama para que acepte los recortes del
gasto propuestos por ellos, empleando la amenaza de un bloqueo
gubernamental. Afirmarán que esos recortes serían
buenos para Estados Unidos tanto a corto como a largo
plazo.

Pero lo cierto es justamente lo contrario: los
republicanos han conseguido presentar unos recortes del gasto que
cumplirían una doble función: socavar el futuro de
Estados Unidos y amenazar con malograr la incipiente
recuperación económica.

(Paul Krugman es profesor de Economía en
Princeton y premio Nobel 2008. © 2011. New York Times
Service)

– La falsa ilusión de la austeridad (The Wall
Street Journal – 27/3/11)

(Por Paul Krugman)

El Gobierno de Portugal acaba de caer por una disputa
respecto a las propuestas de austeridad. La rentabilidad de los
bonos irlandeses ha superado el 10% por primera vez. Y el
Gobierno británico acaba de rectificar a la baja su
previsión económica y al alza su previsión
de déficit.

¿Qué tienen en
común estos acontecimientos? Todos ellos son pruebas de
que reducir drásticamente el gasto cuando uno se enfrenta
a un paro elevado es un error. Los defensores de la austeridad
predecían que los recortes del gasto reportarían
rápidamente dividendos en forma de aumento de la confianza
y que habría pocos efectos adversos, o ninguno, para el
crecimiento y el empleo; pero se equivocaban.

Por eso es una pena que ahora mismo, en Washington, a
uno no se le considere serio a menos que profese lealtad a la
misma doctrina que está fracasando tan estrepitosamente en
Europa.

No siempre ha sido así. Hace dos años,
ante el repunte del paro y de los grandes déficits
presupuestarios -ambos consecuencia de una grave crisis
financiera-, los dirigentes de los países más
avanzados parecían comprender que los problemas
debían abordarse por orden, centrándose primero en
la creación de empleo combinada con una estrategia a largo
plazo de reducción del déficit.

¿Por qué no reducir los déficits
inmediatamente? Porque las subidas de impuestos y los recortes
del gasto gubernamental deprimirían más las
economías, con lo que empeoraría el problema del
paro. Y recortar el gasto en una economía profundamente
deprimida es contraproducente en gran medida, incluso desde un
punto de vista puramente fiscal: cualquier ahorro que
aparentemente se consiga se ve contrarrestado en parte por el
descenso de los ingresos, a medida que la economía
retrocede.

Así que dedicarse ahora al empleo
y luego a los déficits era y es la estrategia acertada.
Desgraciadamente, es una estrategia que se ha abandonado por
culpa de unos riesgos imaginarios y unas esperanzas ilusorias.
Por un lado, no paran de decirnos que si no reducimos
drástica e inmediatamente el gasto, terminaremos como
Grecia, incapaz de adquirir préstamos como no sea a unos
tipos de interés desorbitados. Por otro, nos dicen que no
nos preocupemos por el impacto de los recortes del gasto sobre el
empleo porque la austeridad fiscal creará de hecho puestos
de trabajo al aumentar la confianza.

¿Cómo ha funcionado esa historia hasta el
momento? Los autodenominados halcones del déficit han
estado gritando "que viene el lobo" en relación con los
tipos de interés de EEUU más o menos
ininterrumpidamente desde que la crisis financiera empezó
a remitir, y han interpretado cada pequeña subida de los
tipos como un indicio de que los mercados estaban
volviéndose contra EEUU. Pero la verdad es que los tipos
no han fluctuado a causa de los temores sobre la deuda, sino por
la mayor o menor esperanza en la recuperación
económica. Y con la plena recuperación al parecer
muy lejana todavía, los tipos están ahora
más bajos que hace dos años.

¿Pero, aun así, no podría EEUU
terminar como Grecia? Sí, claro que sí. Si los
inversores deciden que somos una república bananera cuyos
políticos no pueden o no quieren luchar contra los
problemas a largo plazo, desde luego que dejarán de
comprar nuestra deuda. Pero esa no es una perspectiva que
dependa, de un modo u otro, de si nos castigamos a nosotros
mismos con recortes del gasto a corto plazo.

Si no, que les pregunten a los irlandeses, cuyo Gobierno
-tras haber asumido la carga insostenible de la deuda al tratar
de rescatar a unos bancos fuera de control- intentó
tranquilizar a los mercados imponiendo unas medidas de austeridad
absolutamente radicales a los ciudadanos corrientes. Los mismos
que instaban a realizar recortes del gasto en EEUU aplaudieron.
"Irlanda nos brinda una lección admirable sobre
responsabilidad fiscal", declaraba Alan Reynolds, del Instituto
Cato, quien afirmaba que los recortes del gasto habían
disipado los temores sobre la solvencia irlandesa y
predecía una rápida recuperación
económica.

Eso fue en junio de 2009. Desde entonces, el tipo de
interés de la deuda irlandesa se ha duplicado; la tasa de
paro de Irlanda se sitúa ahora en el 13,5%.

Y luego está la experiencia británica.
Como sucede con EEUU, los mercados financieros todavía
consideran que Reino Unido es solvente, lo que le da cierto
margen para seguir la estrategia de dedicarse primero al empleo y
luego a los déficits. Pero el Gobierno de David Cameron ha
optado en cambio por pasarse a la austeridad inmediata y
voluntaria, en la creencia de que el gasto privado
compensará de sobra la retirada del Gobierno. El plan de
Cameron se basaba en la creencia de que el hada de la confianza
lo arreglaría todo.

Pero no lo ha hecho: el crecimiento británico se
ha estancado y el Gobierno ha revisado al alza sus previsiones de
déficit como consecuencia de ello.

Lo que me lleva de nuevo a lo que pasa por ser un debate
presupuestario en Washington estos días. Un plan fiscal
serio para EEUU tendría en cuenta las causas a largo plazo
del gasto, sobre todo los costes sanitarios, y casi con seguridad
incluiría algún tipo de subida de impuestos. Pero
no somos serios: la mera mención de usar los fondos de
Medicare de manera eficaz se topa con gritos sobre "listas de la
muerte", y la postura oficial del Partido Republicano -apenas
cuestionada por los demócratas- parece ser la de que nadie
debería pagar jamás impuestos más altos. En
vez de eso, solamente se habla de recortes del gasto a corto
plazo.

En resumen, tenemos un clima político en el que
los autodenominados halcones del déficit quieren castigar
a los parados al tiempo que se oponen a cualquier medida que
aborde nuestros problemas presupuestarios a largo plazo. Y esto
es lo que sabemos de la experiencia extranjera: el hada de la
confianza no nos salvará de las consecuencias de nuestra
locura.

(Paul Krugman es profesor de Economía en
Princeton y premio Nobel 2008)

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