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El ejército de la República del Ecuador




Enviado por luis pacheco



Partes: 1, 2, 3, 4

  1. El nacimiento del
    ejército ecuatoriano
  2. El primer grito de
    la independencia
  3. Los acontecimientos
    militares en el Estado quiteño de 1810 a
    1812
  4. El poder militar en
    la independencia
  5. El poder militar
    ecuatoriano durante la gran Colombia y su
    participación en la independencia del
    Perú
  6. La batalla de
    Tarqui
  7. Combate naval de
    Malpelo
  8. Provocaciones del
    Perú y causas de la guerra
  9. La
    disolución de la gran Colombia
  10. El poder militar y
    su aporte a la consolidación de la
    República
  11. La batalla de
    Miñarica
  12. El nacionalismo y
    el poder militar nacional
  13. La
    consolidación de la nacionalidad y reformismo
    militar
  14. La
    desvirtuación del poder militar
  15. El poder militar
    en la revolución liberal
  16. Intervenciones
    rectificadoras de las Fuerzas Armadas
  17. La
    revolución juliana (9 de julio de
    1925)
  18. El gobierno del
    General Alberto Enriquez Gallo
  19. La Junta Militar
    de Gobierno 1963-1966
  20. El gobierno
    nacionalista y revolucionario de las
    F.F.A.A.
  21. Mediación y
    dirimencia en el caos bucaramista
  22. Hastío y
    golpismo frente al desastre mahuadista
  23. El Poder Militar y
    su aporte para la consecución y mantenimiento de los
    objetivos nacionales permanentes
  24. Justicia social,
    desarrollo integral e integración
    nacional
  25. Transición,
    reforma institucional e imaginario
    democrático
  26. Escenarios
    complejos: retos democráticos y roles
    militares
  27. Conclusiones
  28. Recomendaciones
  29. Bibliografía
  30. Anexos

Evocamos las sombras de todos aquellos que, con el
arma al brazo, arco, flecha, mosquete o fusil, vistiendo el
distintivo de los ejércitos o sin ellos, se sacrificaron
por sus ideales.- General Ángel Isaac
Chiriboga.

El nacimiento del
ejército ecuatoriano

El objetivo que persigue el presente trabajo, es brindar
un aporte mínimo para preservar los resquicios de
institucionalidad sobre los que debe refundarse el nuevo
país político, militar, económico y social,
que, en pocas líneas, debe acrecentar el desarrollo de sus
Fuerzas Armadas. Un país cuya conciencia, límpida y
pura, refleje en su Fuerza Terrestre, Institución que
encarna, fundamentalmente, sus actividades en la
gestación, desenvolvimiento y madurez de claros objetivos
sociales.

  • Cuatro serán las partes de este
    artículo:

  • La prehistórica o antigua;

  • La media o colonial;

  • La moderna o de la Independencia; y

  • La contemporánea o vida de la
    República.

En la primera, debemos referirnos a aquellos
períodos inciertos de nuestra Historia, de los cuales la
tradición, hoy, fortalecida o debilitada por la
Epigrafía, la Paleografía, la Criptografía,
la Arqueología, la Eurística, la
Numismática, va destacando, paulatina, pero seguramente,
sobre bases de relatividad o de certeza, la histórica vida
de aquellos pueblos que fecundaron, en la Atlántida de
Hornero y de Virgilio, antes, mucho antes de que los
conquistadores ibéricos, siguiendo la ruta trazada en el
océano, por el magno Cristóbal Colón,
hubieran penetrado en las entrañas mismas de este
Continente, cuyas galas y exuberancias, cuyos tesoros y riquezas
se sobrepondrían a las más fantásticas
leyendas orientales.

En este período, época
prehistórica, Quitus, Shyris y Caras, pueblos guerreros
todos, deben hacer de la guerra una de sus funciones naturales,
para abrirse campo a sus faenas y dotarse de los elementos de
vida que les eran indispensables.

Ley del mundo, la lucha por la existencia, se deja
sentir en toda su intensidad, en aquellas tribus. Los Shyris,
nación poderosa, emprenden en la conquista de los
Quitus.

En sus avances, fortifican los pueblos, despliegan
asombrosa actividad guerrera, demostrándose dotados de
singulares conocimientos, de lo que luego sería la
táctica y la fortificación en el Arte Militar,
confirmándose así, plenamente, que, muchos de sus
principios, son de un orden meramente natural y que siempre,
cuando la moral fortalece los espíritus, fue posible
lanzar agudas flechas, luchar con las lanzas, con las hachas, o
con las mazas de piedra o de cobre, abrigarse en el terreno y
aumentar su solidez, con las fortalezas que en la época de
los Shyris se constituían por grandes cuadrados de muros,
en cuyo centro se guardaban las armas y las escalas de que se
servían los defensores. Al abrigo de esos muros, se
congregan los ejércitos, formados por voluntarios que,
fuera de las épocas de guerra, vivían
tranquilamente entre sus tribus y sus familias.

Los Shyris realizan su conquista; pero, los pueblos
oprimidos no se conforman con su suerte y pronto se
insurrecionan, para recobrar su libertad. Se producen nuevas
guerras, hasta que las rebeliones terminan en atroces
carnicerías, se diezman las provincias y se despueblan los
territorios, enviándose a sus pobladores a establecerse en
sitios a donde no les fuera posible practicar sus
rebeldías.

Hijos de Imbabura, pobladores de Caranqui, defensores de
Atuntaqui, nativos de Latacunga, Huancavilcas, Cañaris,
Puruháes, Chimbos y Tiquizambis, en la larga
sucesión de los Shyris, van formando sólidamente el
Reino de Quito, que luego alcanzaría, cuando el Shyri XII,
una enorme extensión y una unidad completa, que se afianza
ante el temor de ser dominado por los Incas del Perú, de
cuyas conquistas se hablaba constantemente y se hacía
mérito en el Reino de Quito.

No pasó mucho tiempo, cuando ya el extenso y
floreciente Reino de Quito, comenzó, en efecto, a
desmembrarse en el reinado de Hualcopo, con las conquistas de
Tupac – Yupanqui, el Inca XII del Perú, quien, por el
año de 1450, inició aquella empresa que
debía causar una serie de luchas en los pueblos de los
Shyris; época en la cual brilla el genio militar de
Epiclachima, notable estratega, que tomó para su cargo la
defensa del Reino, en tanto que Hualcopo se ocupaba en levantar
célebres fortalezas, en las que debían derramarse
torrentes de sangre que debilitarían a estos pueblos que,
pocos años más tarde, serían fácil
presa de los audaces conquistadores.

El Inca Tupac-Yupanqui principia sus conquistas,
sometiendo a las provincias de Paita y Tumbes. Pronto los
Cañaris, aunque astutos y aguerridos, se someten, sin
dificultad, al poder del nuevo soberano. Se vencen, luego,
después de tenaz resistencia las fortalezas de Achupallas
y Pumallacta y se marcha hacia el Reino de Quito. Epiclachima es
vencido en Tiocajas, por las tropas del Inca y muere en la
batalla aquel célebre General. El Inca domina las
fortalezas de Mocha y Latacunga y pronto ocupa Quito, en tanto,
que su gobernante, Hualcopo, parte con el resto de sus
ejércitos a abrigarse en las fortalezas de
Atuntaqui.

El vencedor regresa al Cuzco. Pero su sucesor, Huaina
Cápac, heredero del trono de los hijos del Sol,
continúa las conquistas. Llega a Quito, marcha al Norte y
vence al último de los Shyris en Atuntaqui, aniquilando a
su ejército a orillas del lago Yaguarcocha, afianzando
definitivamente su empresa con un matrimonio concertado con la
Princesa, única heredera del trono de los
Shyris.

En este período de incertidumbre, encontramos un
ejército dotado de especiales condiciones. Aquellas masas
armadas, con las armas más primitivas, presentan
caracteres que recuerdan a las vigorosas muchedumbres de
combatientes de Egipto, de Caldea y de la Siria, que, conducidas
por el gran caudillo, van a la lucha y, ciñéndose
la corona del triunfo, esclavizan al pueblo vencido, sin ofrecer
la rama de olivo, porque su pensamiento conquistador se extiende
siempre, más allá de las fronteras y de los tiempos
y porque sus aspiraciones, como insaciables, son insatisfechas
siempre.

Durante el reinado de los Incas, todo varón
debía saber manejar las armas y ser soldado. Principiaba
la obligación del servicio militar, cuando el joven
había cumplido 25 años, y no quedaba exento sino
cuando había cumplido 60. Aunque todo hombre debía
ser soldado, no obstante, no se le ocupaba sino por tiempo
determinado y después se le permitía volver a
descansar entre los suyos.

Se practicaba, pues, una forma de Servicio Militar
Obligatorio de inusitada extensión, talvez como no so
había realizado ni en la Grecia de las falanges, ni en la
Roma de las legiones.

Los ejércitos se componían de cuerpos de
compañías de soldados, que manejaban una misma
arma; así había cuerpos de honderos, de lanceros,
de maceros. El Jefe primero del ejército era, en rigor, el
mismo Inca, pero siempre había un General que estaba a la
cabeza de las tropas y a quien se le encomendaba el cuidado de
todo lo relativo a la milicia; éste era siempre un Inca
principal, que tenía bajo su dependencia a otros jefes y
capitanes, porque en la organización del ejército,
se había reproducido la organización de la
Nación, distribuyéndole en decenas, centenas y
millares. Cada compañía llevaba su insignia, y el
ejército, la bandera o enseña del Inca, en la cual
iba desplegado el Arco Iris con sus brillantes colores. El
uniforme de la tropa consistía en el mismo vestido de la
tribu a que pertenecían los soldados.

La fortificación la conocieron tanto los Quitus,
como los Cañaris y los Puruháes, como sus
conquistadores los Incas. La situación de las fortalezas,
su trazado, la anulación de ángulos muertos, sus
cortes, probando están que quienes las dirigían,
penetrados debían estar de los principios que predominan
en esas obras de defensa y auxilio, de apoyo para el combate y la
maniobra.

En sus conquistas, observaban dos principios: conservar
tropas regladas y disciplinadas, y mantener, a todo trance, el
orden y la obediencia en los pueblos conquistados.

Su disciplina, estaba basada en la autoridad divina del
Inca, teniendo así la solidez de un inmutable principio
religioso observado invariablemente.

Sobrios y abnegados, los indígenas, hacían
largas marchas a pie, llevando como los soldados de los buenos
tiempos de las legiones romanas, un puñado de maíz
o de cebada, con el cual se alimentaban en sus largos recorridos
al través de nuestras montañas, serranías o
costas, cruzando ríos o dominando cumbres.

Para una batalla campal, acostumbraban formar los
honderos a la vanguardia y a la retaguardia los armados de
rompecabezas, hachas y macanas. Cargaban sobre el enemigo varios
cuerpos a un mismo tiempo, en medio de gritos atronadores y al
son de sus trompetas y caracoles. No hacían uso de
centinelas, pero sí practicaban el espionaje, y la guerra
solía principiar, generalmente, con un brusco asalto
nocturno de una tribu a otra.

Los honderos iniciaban el combate a la distancia,
lanzando piedras y dardos y en el combate cuerpo a cuerpo
esgrimían largas espadas o mazas de madera, ingeridas de
agudos pedernales. Los maceres, robustos y entrenados, con sus
enormes mazas, entraban los últimos en la
contienda.

Otras muchedumbres, en cambio, se presentaban al
combate, desnudas, pintadas con varias tintas y colores, galas
militares que consideraban como influyentes para producir terror
a sus enemigos, convencidos, también, según dice la
leyenda, de que eran los ojos lo primero que se ha de vencer en
la batalla.

Llevaban en sus cabezas coronas hechas con diversas
plumas, porque creían que el penacho les hacía
más altos y daba más cuerpo a sus
ejércitos.

Formaban sus escuadrones, amontonando más bien
que distribuyendo la gente; pero siempre dejaban algunas tropas
de reserva para que socorriesen a los que peligraban.
"Embestían con ferocidad, espantosos en el estruendo con
que peleaban, porque daban grandes alaridos y voces para
amedrentar al enemigo, costumbres que refieren algunos entre las
barbaridades y rudezas de aquellos indios, sin reparar en que la
tuvieron diferentes naciones de la antigüedad y no la
despreciaron los romanos".

"Julio César alaba los clamores de sus soldados.
Culpando el silencio en los de Pompeyo y de Catón el
Mayor, solía decir que debía más victorias a
las voces que a las espadas, creyendo unos y otros que se formaba
el grito de los soldados en el aliento del
corazón".

Terribles todos esos ejércitos en la contienda,
educados en una envidiable moral patriótica, luchaban bajo
la vista del Dios Sol, que iluminaba con sus más vividos
destellos los campos de exterminio y muerte. Generales y soldados
tenían de su deber tan alta idea, que el sacrificio era
una esperanza cumplida y una redención alcanzada y que
iban al combate entonando el himno de la vida, rodeados de
vestales que se enorgullecían con el honor de que se
riegue el campo de batalla con la sangre de los suyos y que
morían de remordimiento, de vergüenza y de pena, por
la derrota, la cobardía y el deshonor.

En algunas batallas, como la de Quipaipán,
brillan geniales concepciones de los Generales Quisquís y
Calicuchima, honor de su tiempo y de su raza, servidores del gran
Atahualpa en la injusta guerra promovida por su hermano
Huáscar, heredero del Cuzco, que declaró la guerra
al Reino de Quito y como consecuencia de la cual, Atahualpa
extendió sus dominios enormemente, llegando a dominar
desde Angasmayo, en Colombia, hasta el río Maule, en
Chile; y desde el Pacífico hasta las selvas orientales,
Imperio en cuyo territorio hoy están formados Ecuador,
Perú, Bolivia, una parte de Chile y otra de
Colombia.

En la clásica batalla de Quipaipán,
Huáscar cuenta con superioridad numérica de tropas;
pero las maniobras de los Generales quiteños, ya
nombrados, se imponen al número y en una impetuosa carga
sobre los flancos de las tropas del Cuzco, arrollan a todo el
ejército y los derrotan en una espantosa confusión.
Huáscar, en persona, cae en poder de las tropas de
Atahualpa, dándose así término a aquella
guerra que llevó al Monarca quiteño hasta el Cuzco,
en donde, más tarde, debía caer en manos de los
soldados de Pizarro.

Si se prescinde de las armas de fuego, cuyo conocimiento
tampoco era completo en Europa, cuando la conquista de
América, los Incas conocían casi todas las armas y
aun algunas armaduras defensivas. Tenían lanzas grandes y
pesadas, fabricadas de madera fuerte; otras, chicas, de cobre;
alabardas y picas de chonta; espadas de cobre templado; sables
grandes, de madera; dardos arrojadizos; puñalones de dos
filos; arcos y saetillas; y, entre las defensivas, eran
célebres, un morrión de madera fuerte o de metal
lustroso, engalanado con plumas de diversos colores y con
pendientes de oro y plata, una visera de metal y una rodela con
su respectiva empuñadura.

Para la guerra, recibían una educación
enteramente especial. Cuando un Inca llegaba a mayor edad era
sometido a una serie de pruebas, a una vida llena de privaciones
en cuyo tiempo vivía en el suelo comiendo poco y vistiendo
apenas. Duraba el período de rigor una luna, pasada la
cual se le permitía restablecer sus perdidas
energías físicas con abundante comida para que se
manifestara vigoroso en los simulacros de batallas, ataques y
defensas ante una de las fortalezas.

Debían también probar la resistencia
física con acometidas violentas lanzando grandes mazas o
bien con prolongados ayunos que no debían alterar su
hercúlea consistencia.

Los Incas cuidaban también de la
preparación moral, se obligaban a cumplir los fines
sagrados de su misión a la cual se preparaban con el mismo
fervor, con idéntica fruición que para una
práctica religiosa.

Cuando se llenaban todos los deberes, cuando ya el
espíritu y el cuerpo se habían fortalecido para la
guerra, el Inca recibía el "huaro", se le abrían
las orejas con un punzón de oro, y se le calzaba la
sandalia guerrera.

Para asegurar la alimentación de los
ejércitos, existían grandes depósitos
escalonados en los puntos más apropiados de los caminos,
en los cuales se encontraban desde antes de que un
ejército saliera a campaña, víveres, armas y
vestuarios.

Apenas sí en los tiempos que vivimos, quedan en
el Ecuador unos pocos vestigios de civilización
precolonial; apenas sí una que otra joya brilla en los
museos pregonando el poderío de las civilizaciones
pretéritas; apenas sí restos de fortalezas, armas
de piedra, algunas hachas de bronce se conservan para pregonar
las capacidades guerreras de nuestros antepasados americanos, y
con todo, aquellos guerreros tenían, como se ha visto,
grandes conocimientos del arte de combatir.

Se hallaba Atahualpa, en Huamachuco, con 50.000 soldados
bien armados y disciplinados, élite de su ejército,
cuando los primeros españoles llegaban a Tumbes y cuando
el célebre Pizarro, después de obtener para
sí prerrogativas y títulos, se internaba en
Cajamarca con sólo 160 hombres, con los cuales iba a
dominar un imperio desconocido para el mundo, pero firmemente
consolidado por los siglos, por las guerras, por la
religión y por las victorias.

Y entramos en el segundo período de este estudio,
que debe referirse brevemente a aquella época en la cual
las espadas de los conquistadores cortan la vida de los pueblos
progresistas y taciturnos del nuevo mundo. Época en la
cual aquellos nuevos jinetes del Apocalipsis: Hernán
Cortez, Sebastián de Benalcázar, Francisco Pizarro,
Pedro de Valdivia, Diego de Almagro. Benalcázar, lanzan
sus escuadrones entre las muchedumbres indianas, entre la gleba
carcomida por las predicciones de Viracocha y que se asombra, se
aturde y humilla y desconcierta con el fuego de los arcabuces, el
estruendo de los cañones y la velocidad de los caballos
que persiguen sin tregua y que arrollan inmisericordes a los que
hacen frente como a los que huyen de los campos de
matanza.

Astuto Pizarro, al saber la situación de
Atahualpa, a pesar de las ofertas del gentil Monarca que cede a
los conquistadores, sus casas doradas por el sol, su amistad y
sus alianzas con el gran Monarca a cuyo nombre avanzaban, forma
consejo de sus oficiales y acuerda una celada para apoderarse del
gran Inca en medio de todos sus invictos vasallos. Sabe que las
tropas del Inca, habían recibido orden expresa de no hacer
mal a los extranjeros. Invita al Monarca confiado, a su propia
casa, dispone sus tropas y con un golpe audaz, se apodera de
Atahualpa, en tanto que disparan los suyos sobre las muchedumbres
que sorprendidas y obedientes no ponen resistencia, dando
así un golpe de muerte a aquel imperio, que sin más
que la audacia de un puñado de conquistadores se
transformaría en un dominio de España, sobre la
sangre inocente del glorioso Atahualpa, la primera víctima
de la gentileza y de la hidalguía
incásicas.

Pizarro fija un tesoro fabuloso, como precio del rescate
del Inca Ilustre, el que en parte satisfecho, no le libra del
patíbulo, al que le condena un tribunal que le acusa
sirviéndose de una argumentación que hace honor al
destituido Monarca.

El 29 de agosto de 1533, Atahualpa, encadenado, sube al
suplicio y muere con la entereza de su raza y la protesta en sus
labios, por el atropello que se cometía en su Imperio, a
nombre de una civilización y de una religión
desconocidas, impuesta a punta de la espada.

La muerte de Atahualpa, desconcierta al gran Imperio.
Rompe los vínculos entre gobernantes y gobernados; ya no
hay firmeza ni estabilidad en sus instituciones, y así los
españoles pueden continuar su marcha triunfante en todos
los dominios de Atahualpa. La resistencia de Quisquís en
el Reino de Quito, el heroísmo del terrible
Rumiñahui que sostiene sangrientos combates con
Benalcázar ya no son sino últimos vislumbres de una
luz que se extingue. Quisquís muere en manos de Huaina –
Palcon, a quien sostenía y con él se extingue la
última resistencia en el antiguo Reino de Quito, al cual
penetran libremente los conquistadores.

Pero, los fabulosos tesoros del imperio de Atahualpa,
producen entre el puñado de conquistadores celos y
rivalidades tremendas. Pronto los soldados de Carlos V se
disputan, a sangre y fuego, el áureo botín, y las
tierras de América, ante el asombro de los conquistados y
el gran desconcierto de los propios conquistadores, se riegan con
la sangre hispana. Luego la intriga y la deslealtad son armas que
se esgrimen ante la Corte española, a la cual le llegan
los ecos de los grandes dolores que se sufren en las colonias, a
la vez que bajeles cargados de riquezas de todo género.
Con todo, la metrópoli, en muchos años, no se
preocupa de establecer en sus colonias sistemas de gobierno y
gobernantes que hicieran honor a sus grandes destinos.

En toda la época del coloniaje, ningún
sistema militar se observa en las colonias, lo cual era
lógico desde que, cesadas las disputas sangrientas entre
los conquistadores, tanto en el vasto Imperio de Ana-Huac como en
el no menos importante de Atahualpa, nada ni nadie había
que inquiete ni turbe, la obscura tranquilidad del incierto
vasallaje. En los primeros tiempos, Cortez, Pizarro, Valdivia,
habían impulsado sus poderíos hasta un inusitado
grado de grandeza. Después, ante el sosiego de los pueblos
conquistados, Virreyes y Audiencias, pequeñas Cortes, no
disponen para su defensa, sino de algunas compañías
veteranas y una que otra porción de milicias
urbanas.

Por lo demás, en los siglos transcurridos bajo la
dominación española, en la hoy República del
Ecuador, apenas sí pueden anotarse como importantes las
sublevaciones de Cañar en 1557, sofocada por el
Capitán Gil Ramírez Dávalos, fundador de
Cuenca.

La de 1692, conocida como la revolución de las
Alcabalas, en la cual, los quiteños se hicieron
dueños de la ciudad, llegando en sus entusiasmos hasta a
tratar de proclamar la Independencia. Le tocó la
pacificación, a Pedro Araure, con 300 hombres, enviados
por el Virrey Mendoza.

También es célebre la conjuración
del 22 de mayo de 1695, que se produjo en Quito, para atacar la
Administración de Aduana, insurrección que, al
grito de ¡mueran los chapetones!, se apodera de las
defensas de la Audiencia, poniendo en grave peligro la
estabilidad de las instituciones españolas.

En cuanto a los pueblos de la costa, son dignas de
notarse, las frecuentes incursiones de piratas de las cuales fue
víctima predilecta la ciudad de Guayaquil, que
llegó, en algunas ocasiones, a ser ocupada por los
aventureros del mar. En esos casos extremos, fueron tropas de la
sierra, las que debieron marchar en socorro del pueblo
hermano.

Con todo, las insurrecciones anotadas y otras de menor
importancia no fueron consideradas en España, como
síntomas de insurrección; pero, cosa distinta
sucedió, cuando ya se produjo la Independencia de las
colonias inglesas, pues ya España, temerosa de que sus
vasallos de ultramar les imitasen, principió a enviar
fuerzas a las colonias, las que sólo en Nueva Granada,
sumaron pronto, 4.000 soldados, a los que se agregaban las
milicias criollas, en número de 8.400 hombres.

Fue, eso sí, considerado como un serio
síntoma de que las colonias despertaban de su letargo, la
sublevación del Inca Tupac – Amaru, indio genial que
trató de restablecer el Imperio de sus
ascendientes.

Sin mayores novedades, transcurren los siglos en la
Colonia, sin manifestación alguna armada y, en
consecuencia, poco o nada se puede decir de organización
militar, salvo que se tratara de analizar las ordenanzas de
Carlos II, vigentes en España, para aplicarlas a nuestro
caso concreto, lo que no consideramos procedente.

Y sin mayores detalles, entramos al período
tercero, en el cual, delinearemos, a grandes rasgos, la
intervención ecuatoriana en su Independencia y en las de
los pueblos libertados por Bolívar. Revolución
originada en los brillantes escritos de Eugenio Espejo, de
Antonio Ante, de Nariño, de Unanue, y que explosiona el 10
de agosto de 1809, lanzando el grito de libertad, que repercute
airoso en todo el Continente Americano y que siembra en el
corazón de todos los hombres del mundo de Colón, la
simiente sagrada que, luego, había de fructificar, con
Francisco Miranda, el Precursor, con Bolívar, el Grande
entre los grandes, con Sucre, el Héroe sin tacha y sin
miedo, con el legendario Córdova, con el invicto
Montúfar y con todos los conductores de los
ejércitos que, surgidos de la revolución de agosto,
debían vengar la sangre de esos mártires
quiteños y coronar su obra libertaria, en Boyacá,
en Carabobo, en Bomboná, en Pichincha, en Junín y
en Ayacucho.

Himnos de glorificación entonemos en honor de
Bolívar, de sus oficiales gloriosos y del medio
millón de soldados de la Gran Colombia, que recogieron la
bandera tricolor de Miranda, en Puerto de Vela de Coro y la
condujeron victoriosa, desde el Orinoco hasta el
Potosí.

Los derechos del hombre, proclamados por la gran
revolución francesa, la doctrinas de Voltaire y de
Rousseau, que, burlando la inquisitorial vigilancia
española, llegan hasta nosotros, a lasque analiza el gran
Espejo, criticando los caducos sistemas de gobierno, penetran,
lentamente, en la conciencia americana, y como ya han madurado
los pueblos y como las instituciones sociales no siguen un
desenvolvimiento paralelo, el pensamiento de los americanos,
contempla más vastos horizontes y dirige sus esperanzas y
sus anhelos hacia la Independencia.

Pronto, en Quito, se agrupan los americanos más
ilustrados, admiran la Independencia ya realizada en los Estados
Unidos de América, rememoran la acción de Miranda
en 1806, corren en todos los labios los principios de igualdad,
libertad y fraternidad, y la conspiración, como las
raíces de las plantas que en los inviernos trabajan en el
interior de la tierra, sin surgir a la superficie, los
ensueños de libertad inflaman de entusiasmo el alma de los
quiteños y después de algunas reuniones ocultas o
disimuladas, en la noche del 9 de agosto de 1809, los conjurados
sesionan en la casa de la mujer fuerte, doña Manuela
Cañizares y el 10 de agosto, nuestros padres acuerdan la
constitución de una Junta Soberana, desconocen a los
gobernantes españoles, proclaman la Independencia, con la
participación de los Comandantes Salinas y Ascázubi
y de las tropas a sus órdenes.

Surgen, entonces, voluntarios de los confines de la
Audiencia, se buscan armas, se acuartelan tropas, y la
revolución progresa. Un gobierno independiente, una
administración autónoma, parecen ya nacer de la
gloriosa escena.

La Junta Republicana invita a los pueblos colindantes a
que se unan a los próceres quiteños y constituyan
juntas similares.

Mas, protesta Pasto, el Virrey de Lima moviliza tropas y
condenando la audacia de los autores de la revolución
desde Santa Fe, se discute la actitud de los quiteños, se
anubla el horizonte, y si los voluntarios quiteños se
movilizan hacia el Norte y el Sur para oponerse al avance de las
tropas realistas, no son suficientes, ni están preparados
para la lucha. El Coronel Ascázubi es derrotado en
Zapuyes, y las tropas independientes deben volver a la Capital.
Todavía, en los pueblos limítrofes al de Quito, no
estaba preparado el espíritu de sus hombres para la
libertad.

La Junta Soberana de Quito se debilita, por la
desconfianza de sus miembros que no dan oído a Morales y a
Quiroga, que encuentran en sus aspiraciones, la fortaleza
necesaria.

El General Aymerich, desde Cuenca, avanza con 2.000
hombres, sobre Quito; el Coronel Arredondo llega con 500
peruanos, y la Junta Soberana, después de sólo dos
meses de existencia, se ve obligada a disolverse, volviendo al
poder el Conde Ruiz de Castilla que promete perdón y
olvido.

Mas, muy luego, apoyado en las tropas extranjeras,
quebranta sus promesas, arrastra a las prisiones a los
próceres de agosto, decreta sentencia capital contra 46
patriotas e impera de nuevo el despotismo colonial.

Evidentemente, en este corto período de
Independencia, faltaron Jefes de cualidades guerreras para
manejar esos voluntarios, en los que no podían primar la
disciplina ni la unidad de acción; pero, el grito de
agosto echó los fundamentos sobre los cuales
surgirían luego, la independencia y la libertad de
América.

Ascázubi, Salinas, Morales, Larrea, Quiroga,
Arenas, Vélez, Villalobos Olea, Cajías,
Peña, Vinueza, Riofrío y otros muchos de los
héroes de agosto, yacen en las prisiones. Siéntese
que la muerte se cierne sobre aquellos ilustres varones, y el
pueblo de Quito, se exalta contra el Presidente que quebranta sus
promesas. Suena la campanada de alarma y puñados de
quiteños se lanzan sobre el Cuartel del Real de Lima,
desarman a la Guardia y abren las puertas de los calabozos para
dar libertad a los ilustres presos. Mas, las tropas del
batallón realista "Popayán", dominan a los
conjurados, recuperan el Cuartel del Real de Lima y asesinan a
los próceres sellando con su sangre la libertad
apetecida.

Con la llegada a Quito del Coronel Carlos
Montúfar, constituyese una nueva Junta Soberana. Las
tropas extranjeras son sustituidas con cuerpos de tropas
patriotas. Como Arredondo se estaciona en Guaranda, marcha
Montúfar contra él, obligándolo a retirarse
sobre Cuenca, después de un combate entre las vanguardias.
Montúfar, soldado educado en las Escuelas militares de
España, marcha al Norte con 500 hombres, al encuentro del
Coronel Tacón, que quiere invadir el territorio, le vence
en el paso de Funes, triunfa en Calabozo y se apodera de Pasto,
la Vende realista.

La revolución independiente cambia, entonces, de
aspecto. Tiene ya en el Ecuador, el apoyo de la opinión
pública. Triunfante la revolución, se convoca un
Congreso Constituyente que decreta la Constitución de la
República el 1°. de enero de 1812, dictándose
la primera Carta Fundamental.

Pero, se hace menester iniciar en el acto una nueva
campaña. Desde Guayaquil, Cuenca y Pasto, avanzan tropas
realistas. En Paredones la caballería quiteña
dispersa la vanguardia enemiga. Se combate victoriosamente en
Verde Loma, el 24 de junio de 1812. El Coronel Checa reorganiza
el ejército, después de esa jornada.
Calderón marcha al Norte. El Coronel Zaldumbide asalta
Pupiales el 5 de septiembre de 1812. El Coronel Montúfar,
con su espíritu guerrero y patriota, se multiplica, con
asombrosa actividad.

El General Montes, con una expedición de tropas
españolas y peruanas, en número de 4,000 hombres,
se mueve sobre Quito. Se combate en Mocha con suerte adversa para
las armas de la República, se triunfa en Latacunga, pero
Montes recibe nuevos refuerzos y ataca a Quito el 6 de noviembre,
estrellándose contra una inusitada resistencia que le
ofrecen los patriotas hasta el día 7 en la tarde, en que
los asaltantes ocupan la cumbre del Panecillo apoderándose
del parque republicano.

El Coronel Montúfar, con 600 hombres, se retira a
Ibarra, libra en San Antonio, el 27 de noviembre, un combate en
que triunfa, pero sufre en Ibarra un descalabro final. En esta
acción, el Teniente Landaburo, muere abrazado de la
enseña tricolor, teñida en sangre.

Así termina este segundo período de la
República, que había durado dos
años.

De 1812 a 1822, Ecuador participa en las jornadas de la
Independencia, con sus hombres que van a servir a las
órdenes de Bolívar, en Colombia y en Venezuela.
Fueron 100.000 ecuatorianos el contingente de sangre que se dio a
la libertad de América.

Entre tanto, ya Bolívar había libertado en
Boyacá a Nueva Granada y en Carabobo, a Venezuela. En
1820, ya en toda América, eran notables los progresos
alcanzados por las tropas independientes de Bolívar y de
San Martín.

El pueblo de Guayaquil, animado de su gran
espíritu de libertad, encuentra el momento propicio y
proclama el 9 de octubre su Independencia, acto que influye, en
forma trascendental, en los futuros destinos del
Ecuador.

La Junta de Gobierno, la componen los preclaros
patriotas, Olmedo, Ximena y Roca. Pronto a las órdenes de
los Coroneles Febres Cordero y Urdaneta, marchan 1.800
voluntarios guayaquileños a dar libertad al pueblo de
Quito.

El ejército realista que toma nota del notable
acontecimiento, se alista para dominar a la Provincia libre, Se
combate en Camino Real, triunfando las armas independientes. Se
avanza sobre Quito, pero, una división realista, a
órdenes del Coronel Francisco González, triunfa en
Huachi el 22 de noviembre, y las tropas independientes deben
volverse a Guayaquil.

Pero ya una derrota o una victoria, no influyen
mayormente en el espíritu de la
revolución.

El 3 de noviembre, la ciudad de Cuenca proclama su
Independencia. Riobamba el día 12 y Ambato el 13, secundan
el grito de libertad.

El 3 de enero de 1821, el Coronel García, con 600
voluntarios, es vencido en Tanizahua.

Pero, ya Bolívar, informado de los
acontecimientos en los pueblos del Sur y aun cuando se hallaba
combatiendo a las puertas de Pasto, apresta su genial concurso y
envía al General Sucre, el más selecto
espíritu guerrero de la época de la Independencia,
a Guayaquil, con una división de 1.500 veteranos, para que
abra operaciones sobre el interior de aquel
Departamento.

Sobre la base de esas tropas, Sucre organiza un
ejército regular, con los voluntarios de Guayaquil. Con
ellos, el 19 de agosto de 1821, triunfa en Cone, pero el 12 de
septiembre del mismo año, en cruenta batalla, es vencido
en Huachi, en donde se desorganiza su ejército.

Sucre vuelve a Guayaquil y procede a organizar un nuevo
ejército. Acepta los auxilios que desde el Sur le ofrece
San Martín. Se une con ellos en el Azuay. La
caballería independiente triunfa sobre la realista en
Riobamba, el 21 de abril de 1822, y el ejército avanza sin
dilación hacia Quito, ciudad defendida por 2.000
realistas.

En la noche del 23 de mayo, asciende al Pichincha,
realizando una marcha sin precedentes. A las 9 del día 24,
domina la cumbre y contempla la ciudad. Inmediatamente se inicia
la batalla que, después de pocas horas, se traduce en una
esplendente victoria en que brilla el genio militar de Sucre y el
valor de sus batallones: "Yaguachi", "Alto Magdalena", "Tiradores
de Paya", "Albión", "Trujillo", "Voluntarios de la
Patria", "Vengadores", "Granaderos de los Andes" y "Dragones de
Colombia".

Capitula el ejército español que se
entrega sin mayores exigencias al ejército
republicano.

Quito firma definitivamente su Acta de Independencia y
el pueblo cuna de la libertad es libre.

Entre tanto, el Libertador Bolívar libra la
sangrienta batalla de Bombona, el 7 de abril de 1822, y abiertas
las puertas de Pasto, marcha a Quito a donde entra
triunfalmente.

En todo este período, por lo que se refiere a los
contingentes realistas, se observaban las ordenanzas vigentes en
España. En cambio, las tropas independientes operaban
siguiendo las prescripciones napoleónicas, agrupadas en
batallones de infantería, regimientos de caballería
o baterías de artillería, en las que reúnen
sus poquísimos cañones. No se tiene más
objetivo que la batalla y en la batalla se persigue el
aniquilamiento total del adversario, para poder, sobre esa base,
levantar enhiesta la bandera de la libertad.

Es curioso observar, afirma un autor moderno,
cómo los Generales de la revolución de
América, aplicaban, casi por instinto, los mismos
principios de los Mariscales de la Guerra de Europa, observaban
idénticos procedimientos, deduciéndolos todos del
conocimiento de la naturaleza y del análisis del factor
hombre, procedimientos que aquí, en América, no
tenían otro nombre que el de los "caminos de la
libertad".

Organizar una fuerza, darle forma y espíritu,
comunicarle impulso, perseguir en la maniobra la sorpresa y en la
sorpresa la ofensiva inmediata, eran maniobras
estratégicas de carácter napoleónico,
practicadas constantemente, sin espíritu de
imitación, por Bolívar y sus tenientes.

Una vez en el Ecuador, Bolívar pudo ya contemplar
el problema de la libertad de los pueblos del Sur, Alto y Bajo
Perú, los que, después de las batallas de Moquegua,
de Ica y de la Torata, se hallaban dominados por las armas
hispanas, a órdenes de Generales tan distinguidos como
Valdez, La Serna y Canterác.

En el Perú, se hallaban concentrados los mayores
núcleos de fuerzas españolas, entusiasmadas por una
serie de triunfos consecutivos.

Y allá había que ir, y con esa autoridad
fascinadora que Bolívar sabía incrustar en el
corazón de sus soldados, da fórmula definitiva a
sus vastos proyectos y, antes de ser solicitado, traza ya sus
planes de guerra, que luego serían sancionados en las
victorias de Junín y de Ayacucho.

Recordemos que antes de Carabobo, ya las tropas
independientes tenían una sólida
organización; que ellas fueron instruidas por soldados que
habían hecho la guerra en Europa: franceses, ingleses e
italianos; que obedecían ya a reglamentos y ordenanzas de
instrucción y que ya se afirmaban definitivamente los
principios que debían informar todos los procedimientos de
guerra.

Con Bolívar y con Sucre, la guerra de movimiento
se practica en toda su amplitud.

La caballería fue durante todos los 21
años de las luchas por la libertad, una arma
preponderante, que realiza sus ataques en escuadrones, en
líneas o en columnas, que persigue la explotación
del éxito, activa y tenazmente, y que explora y da
seguridad en marcha o en reposo.

Se encontraba el Libertador Bolívar, en la ciudad
de Guayaquil, que acababa de proclamar su incorporación a
Colombia, el 30 de junio de 1822, cuando recibió de parte
del Gobierno del Perú, la primera delegación que
solicitaba el auxilio de Colombia para salvación de ese
país, dominado por el General Canterác y sus
fuerzas victoriosas.

El Libertador manifestó que Colombia haría
su deber en el Perú; llevaré sus soldados, dijo,
hasta el Potosí y estos bravos volverán a sus
hogares, con la sola recompensa de haber destruido los
últimos tiranos del Nuevo Mundo.

Agregó, responda usted al Gobierno del
Perú, que los soldados de Colombia, ya están
navegando en los bajeles de la República, para ir a
disipar las nubes que turban el Sol del Perú. El
Libertador, dijo también, que si el Congreso General de
Colombia, no se oponía, ya pronto tendría la honra
de ser soldado del gran ejército americano, reunido en el
suelo de los Incas.

Nuevas delegaciones de parte del Perú, instan al
Libertador para que destruya con sus armas al ejército
español. Mas, antes, debió abrirse un
paréntesis por nuevas luchas en el suelo de la Gran
Colombia.

1.500 soldados de Pasto, dirigidos por su caudillo
Agualongo, de singular bravura, avanzan sobre Quito,
insurreccionados, proclamando al Rey de España.

El Libertador Bolívar con aquella asombrosa
actividad que fue una de sus características
excepcionales, arriba a la Capital. Organiza batallones de
voluntarios en los pueblos del Ecuador, y, repentinamente,
después de una legendaria marcha por las cordilleras, cae
el 17 de de julio de 1823, sobre los rebeldes, los deshace en las
orillas del Tatuando, los persigne incansablemente y vuelve a
Quito victorioso, ciudad en donde le espera una tercera embajada
del Perú, que clama por la pronta intervención de
los bravos de Colombia en sus destinos.

El Libertador activa las concentraciones de las tropas
que debían embarcarse para el Perú. El día 2
de agosto, ya se encuentra en persona en el puerto de Guayaquil y
como en la mañana del día 7, recibe el decreto en
que el Congreso le concedía el permiso para que se
traslade al Perú, porque la seguridad de Colombia,
dependía de su presencia en aquel país, una hora
después, se embarca para el Callao, a bordo del
Bergantín "Chimborazo".

Hoy es el Aniversario de Boyacá, dijo uno de sus
tenientes, al embarcarse; buen presagio para la futura
campaña.

Honor y muy singular para el Ecuador de hoy, es el de
que para la campaña del Perú, se hubieran alistado
voluntarios de todas las regiones en los cuadros de las invictas
unidades que debían triunfar en Junín y libertar a
América en los campos de Ayacucho.Del centro de Nueva
Granada y de Venezuela, apenas llegaron a los Departamentos del
Ecuador, gloriosos restos de Unidades consumidas en las batallas
de la libertad. No debemos olvidar que las tropas de
Bolívar, acababan de combatir en la sangrienta batalla de
Bomboná, que los auxilios que trajo Sucre, fueron
considerablemente mermados en las batallas de Cone, de Huachi, de
Pichincha y de Ibarra y que todas esas Unidades debieron llenar
sus claros con ecuatorianos antes de su marcha al
Perú.

Sólo en el Puerto de Guayaquil, se embarcaron
para la guerra del Perú, organizados en los departamentos
del Ecuador, los siguientes contingentes:

  • El 23 de marzo de 1823, la primera división,
    a órdenes del General Valdez, formada por los
    batallones, "Voltíjeros", "Pichincha", "Vencedores" y
    "Yaguachi", con un contingente de 3.000 soldados armados,
    municionados y equipados;

  • El 17 de abril del mismo año, la segunda
    división, al mando del General Lara, compuesta de los
    batallones "Vargas", "Bogotá", "Rifles" y el
    Escuadrón "Lanceros", con un total de 2.450
    soldados;

  • El 1°. de mayo, un tercer auxilio, de 878
    soldados de distintas guarniciones;

  • El 7 de agosto, se embarca el Libertador en persona,
    con un contingente de 1.365 hombres;

  • En febrero 26 de 1824, sale el quinto auxilio,
    formado por 900 reclutas ecuatorianos, que llevan gran
    cantidad de elementos de guerra y vestuarios para el
    ejército Unido.

  • En abril 23, se embarcan directamente para
    Huanchaco, a órdenes del Coronel Figueredo, 1.050
    hombres que forman el sexto auxilio;

  • El 20 de mayo, se embarca el batallón
    "Zulia", al mando del Comandante León, llevando un
    contingente de tropas voluntarias, con un total de 1.070
    soldados;

  • En enero 14 de 1825, la división Valero, que
    llegó de Venezuela a Guayaquil, salió
    también para el Perú engrosada con voluntarios
    ecuatorianos con un contingente de 1.574 hombres;

  • Y por último, el 21 de mayo de 1825, una
    compañía de artillería se embarcó
    en Guayaquil, para cooperar al bloqueo del Callao, con 63
    artilleros, cuyos cañones iban a resonar por
    última vez ante las fortalezas que arriarían el
    pendón de Castilla en las tierras
    americanas.

Fueron, pues, 12.331 hombres, el auxilio que del puerto
principal del Ecuador, salió, condujo personalmente, o
llamó el Libertador para la campaña del Perú
y fueron, pues, ecuatorianos en gran número los que
integraron aquellas gloriosas Unidades que dieron Independencia a
los pueblos del Sur.

Pronto el Libertador, desde Pativilca, lanzó su
profético "triunfar", ya que para ello disponía de
las tropas de la Gran Colombia ilustradas en cien
combates.

Partes: 1, 2, 3, 4

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