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El ejército de la República del Ecuador (página 2)




Enviado por luis pacheco



Partes: 1, 2, 3, 4

Entre tanto, la anarquía devora al pueblo peruano
y la traición consume su ejército, y la
situación del Virrey, formidable por sí misma,
vuélvese brillante. Apenas un puñado de peruanos
leales, rodean al Libertador y las tropas de la Gran
Colombia.

El Libertador toma el mando del ejército,
movilizó sus tropas, pasa una gran Revista en Cerro de
Pasco, el 2 de agosto de 1824, a 12.000 pies sobre el nivel del
mar. El ejército ascendía en esa fecha a 7.700
hombres de todas las armas, pues el resto debía cumplir
múltiples tareas, en un país en su mayor parte
enemigo.

Divide sus tropas en tres divisiones y nombra Comandante
en Jefe al General Antonio José de Sucre.

"Soldados, les dijo: vais a completar la obra más
grande que el cielo ha podido encargar a los hombres: la de
salvar al mundo entero de la esclavitud"…

"Soldados, el Perú y la América toda,
aguardan de vosotros la Paz, hija de la Victoria, y aun la Europa
liberal, os contempla con encanto, porque la libertad del nuevo
mundo, es la esperanza del Universo"…

Pocos días de marcha, cuando el 6 de agosto de
1824, se avistan los dos ejércitos. Canterác
continúa retirándose, en tanto que el Libertador se
adelanta con la caballería y le alcanza el 5 en la tarde
en las pampas de Junín.

La caballería patriota debe atravesar un
desfiladero: los "Granaderos de Colombia", seguidos de los
"Granaderos de Buenos Aires" y de los "Húsares de
Colombia", salen a la llanura y se presentan en batalla, en tanto
que los escuadrones del Perú, en columna, esperan entre
las colinas y un riachuelo porque no había campo para
desplegarse.

Canterác hace una conversión y carga con
sus 1.200 jinetes a los regimientos republicanos. Se produce el
choque formidable, en el cual no suena un tiro, y después
de poco, aquella función épica se termina con la
victoria de Bolívar.

Aquí, por honor de aquellos gloriosos jinetes,
debemos hacer una pequeña aclaración
histórica, sobre la batalla de Junín.

Desde los primeros años de la guerra de la
Independencia, uno sólo fue siempre el sistema observado
escrupulosamente por los jinetes de la Gran Colombia: atacar,
retirarse y volver caras, para sorprender al enemigo o para
separar la caballería enemiga de la infantería. No
es, pues, verdad que en Junín, la caballería
española, hubiera desconcertado o dispersado a la
caballería colombiana al mando de Necochea. La
caballería colombiana en esa batalla, como antes, en las
inmortales del Apure, y en las del Occidente de Venezuela, en los
años 13 y 14, como después en el propio campo de
Ayacucho, no hizo sino aplicar la prescripción vigente
entre los llaneros, dictada por el invicto Páez y que
decía: "Es cosa esencialísima enseñar a la
caballería a cargar, retirarse y volver caras, "a ser
ternejal en sus cargas", como dicen nuestros llaneros". Ese
hecho, realizado también en la Batalla de Riobamba, en
nada mengua la gloria que le cupo a la reserva de
caballería, formada por los "Húsares" del
Perú, pero la aclaración histórica hace
honor a los combatientes y por fundarse en severa justicia se
deja constancia de ella.

Después de Junín, se realizan aquellas
inusitadas marchas y contramarchas de los ejércitos
contendores, en los desolados páramos de las cordilleras
andinas. Ahí el espíritu previsor del Mariscal
Sucre, brilla en todo su esplendor. Su previsión sustenta
a las tropas en territorios en los que se carece de todo. La
logística hace prodigios y en aquellos cuatro meses que
transcurren, hasta la batalla de Ayacucho, las tropas del
ejército libertador, dan muestras de asombrosa
resistencia.

Bolívar debe volver a Lima, llamado por los
negocios de la política y de la guerra.

El preclaro Sucre toma el mando de las tropas y al cabo
de aquellos movimientos estratégicos sorprendentes,
realizados entre riscos, breñas, desfiladeros, ríos
y cañadas profundas, la aurora del día 9 de
diciembre de 1824, ilumina a esos dos ejércitos dispuestos
a jugar en la llanura de Ayacucho, al pie del Condorcunca, los
destinos de la libertad de América.

Se libra la formidable batalla, en la cual 5.780
libertadores, de los cuales 3.500 ecuatorianos. 1.500 colombianos
y venezolanos, 1.200 infantes y 80 jinetes, entre peruanos,
argentinos y chilenos, triunfan sobre el ejército realista
compuesto de 9,310 hombres.

Momentos antes de la batalla, el General en Jefe, que
horas más tarde sería Mariscal de Ayacucho,
había dicho: "De los esfuerzos de hoy pende la suerte de
la América del Sur". "Otro día de gloria va a
coronar vuestra admirable constancia".

"Soldados, dijo Bolívar, Colombia os debe la
gloria que nuevamente le dais al Perú, vida, libertad y
paz".

Con Ayacucho, terminó el dominio de España
en sus colonias. Pronto se funda la República de Bolivia,
completándose, así, la tarea que pocos meses antes
se había impuesto el Libertador, al salir de la Gran
Colombia.

Y, cuarto período de este ligero análisis,
va a formar, la rápida reseña de los ocho
años que formamos parte de la Gran Colombia, la gloriosa
creación de Bolívar, y lo referente a los ciento
ochenta y ocho años de nuestra vida independiente,
dolorosa gestación de un país hidalgo, que va
afianzando, una por una, todas sus libertades, conquistando, uno
por uno, todos sus derechos, alcanzando todas sus prerrogativas y
aspirando a fijar sus fronteras, dentro de las limitaciones
territoriales con que le dotó la sabia naturaleza, le
confirmaron los conquistadores y les sancionaron las victorias
del año 1829, cuando se ensangrentaron, por primera vez,
las tierras de Bolívar, con una guerra entre pueblos que
sólo, pocos meses antes, habían unido sus banderas
en una causa común, movidos por el deseo armónico
de arrojar al invasor de estas tierras que tienen por
símbolo el Sol de la Libertad.

Los ocho años del Ecuador colombiano, a
consecuencia de las largas guerras sostenidas por la libertad,
apenas, sí pueden considerarse que se han señalado
por algunos progresos realizados, como no fueran otros que la
lealtad manifiesta al Libertador Bolívar y a su obra de
libertad, su inmenso cariño a Sucre y su consecuencia a
toda prueba a su labor libertadora, pobre compensación de
cuanto le debía la República a quien le
libertó en la jornada legendaria de Pichincha.

Los primeros días del año 1829, abren en
el libro de América, la primera página del dolor.
El Perú, con incalificables pretensiones, sienta la
discordia y Colombia debe ir a la guerra para sancionar sus
derechos territoriales.

La escuadra peruana bloquea y ocupa Guayaquil, mientras
un ejército de 8.000 hombres a órdenes del General
Lamar, ocupa Loja y avanza en dirección de Cuenca.
Detenido Bolívar por los insurrectos del Carchi, no puede,
como eran sus deseos, acudir en auxilio de sus pueblos del Sur, y
el Ecuador, solo, debe sostener la guerra y oponerse a la
invasión peruana.

Felizmente, muchas Unidades, de aquellas que se
ilustraron, a las órdenes de Sucre, en Ayacucho, puestas a
órdenes del invicto Mariscal, están entre nosotros
y antes de 30 días, el 27 de febrero de 1829, libran en
Tarqui una sangrienta batalla, que termina en una nueva
esplendorosa victoria, cuyos laureles ciñen, una vez
más, las sienes de los veteranos de la
Independencia.

El 13 de mayo de 1830, se disgrega la Gran Colombia. El
invicto Páez se declara, en Venezuela, en Gobierno
Independiente. Sucre, el ídolo del Ecuador y a quien este
país le hubiera confiado sus destinos, cae asesinado en
los desfiladeros de Berruecos el 4 de Junio, cuando ya, un mes
antes, también el Ecuador se constituía en
República independiente, pero leal siempre a la obra del
Gran Bolívar.

Y entramos en el primer período de nuestra vida
nacional.

Nuestra historia patria, como la de la antigua Roma, es
historia esencialmente militar.

Después de tres siglos de coloniaje,
después de 21 años de luchas cruentas por alcanzar
la apetecida independencia; después de la jornada gloriosa
del 10 de agosto de 1809, cuyo grito histórico fue
repetido de ciudad en ciudad y de monte en monte por todo el
Continente; después de la luctuosa hecatombe de los
próceres quiteños en 1810; después de la
feliz proclamación de la independencia de Guayaquil, el 9
de Octubre de 1820; después de la inmortal batalla de
Pichincha, librada el 24 de Mayo de 1822; y, después de la
anexión de los departamentos del Sur, que formaron
antaño el Reino de los Quitas, de los Shyris y de los
Incas, el Ecuador surge en 1830, como Nación libre,
soberana e independiente.

Formada por elementos no bien amalgamados, el pueblo
ecuatoriano, como un niño en su primera infancia, y como
todos los demás pueblos que vivieron sometidos durante 300
años a la tutela de los Reyes Castellanos, no estaba, sin
duda, preparado para la República.

La esclavitud colonial no fue una buena escuela para
obtener el grado de perfeccionamiento que requería el
Gobierno de la democracia y el triunfo de los dogmas proclamados
por la Revolución Francesa; así como los esfuerzos
de los Miranda, Espejo, Nariño, Bolívar, Sucre,
Páez, Córdova y los demás próceres de
la gloriosa epopeya colombiana, tuvieron que limitarse a su
objeto principal, la emancipación, sin lograr la
unión ni menos la cohesión de los nuevos Estados
independientes, que empezaron desde luego su rudo aprendizaje,
devorados por ambiciones corruptoras y por el monstruo disociador
de la anarquía; ni tampoco los elementos de
heroísmo y sacrificio que trabajaron en la obra prodigiosa
iniciada en Puerto Cabello el 28 de abril de 1806 y terminada en
Ayacucho el 9 de diciembre de 1824, pudieron darnos, en conjunto
y en sus detalles, el modelo que nuestra futura vida ciudadana
requería.

Somos, pues, los ecuatorianos, como lo era nuestro
Libertador "hijos de Colombia y Marte", nacidos en el vivac y
arrullados por el estampido del cañón y por los
fragores estruendosos de la guerra; y es el ejército,
dueño de de nuestras glorias militares, quien a los
destellos de su espada vencedora, reveló al mundo
civilizado nuestra existencia como nación autónoma
en el continente esencialmente democrático y
republicano.

Pero, la misión del Ejército ecuatoriano,
no se detiene, seguramente, allí, ni se limita al momento
histórico, en que se manifestó como verbo fecundo
de nuestra nacionalidad y soberanías autónomas y
mal podía sustraerse a la ley general de sociología
que armoniza toda evolución y todo progreso con el
esfuerzo continuo y doloroso, con la lucha incesante, con la
guerra sanguinaria, con la revolución demoledora;
corrientes impetuosas que turban el curso normal de la vida de
los pueblos; conflagraciones asoladoras, pero que dejan bajo los
escombros el abono de las cenizas que harán brotar
más vigorosas, las ciencias, las artes, las letras y las
libertades.

Y así, en el primer siglo de nuestra vida
independiente, puede afirmarse que nuestro ejército no ha
podido ser extraño a ninguna de las fases de nuestros
movimientos progresivos, siendo probable que hubiéramos
progresado mucho más, si nuestro país hubiera
estado militarizado antaño, como lo comprendió
Montalvo, el gran Vidente Nacional, cuando dijo: "Que el pueblo
donde cada ciudadano fuera soldado, y cada soldado ciudadano,
sería el llamado a ocupar el primer puesto en el concierto
mundial".

Evidentemente ciertas espadas sin honor, eclipsaron el
porvenir que le esperaba al Mundo Bolivariano unido y su
preponderancia lógica en el concierto de las
nacionalidades no sólo de América, sino en las del
Viejo Continente. La Gran Colombia, llamada a subsistir,
diferentemente a los Imperios de Alejandro, el Romano y
Carolingio, porque sus bases estaban sustentadas en condiciones
de carácter eminentemente étnicas, como ser: la
homogeneidad de raza, universalidad de idioma, unidad de
religión, similitud de usos y de costumbres, nacidos a la
vida independiente bajo el iris de una misma bandera, con puntos
íntimos de contacto en su historia, por la continuidad
geográfica, los pueblos diseminados en un país
fértil y productivo en todas las comarcas, y, por fin, con
aspiraciones y finalidades convergentes. Así, pues,
decimos que a la separación del Departamento que hoy forma
la República del Ecuador, el Ejército, por
consiguiente, dejó de tener su carácter nacional,
por cuanto las tropas que le guarnecían, en su mayor
parte, eran neo-granadinas, pasando de hecho, y por la misma
razón, a tener un carácter esencialmente
mercenario, de cuyo elemento debió valerse el General Don
Juan José Flores, para asegurar su obra
separatista… La psicología del pueblo americano,
corno pueblo afín del griego, es esencialmente
ideológica: ama la libertad, conservando, por
consiguiente, en su espíritu, germen de la
disolución.

El mismo Ejército que tanto abusó en la
primera administración del "Padre y fundador de la
Patria", sin que su esfuerzo tendiera a refrenarlo y encauzarle
por el sendero de la disciplina, puesto que de él
necesitó para afianzar su obra, decimos, que, este mismo
Ejército, fue el legado que dejó a su ilustre
sucesor, Don Vicente Rocafuerte (1835), quien con la
energía indomable, y contra las mayores resistencias,
depuró sus filas de elementos extranjeros, y fue el
verdadero fundador de nuestro Ejército Nacional; y,
aún más, quiso darle desde sus comienzos una base
de preparación científica y un espíritu
inspirado en la honradez, lealtad y patriotismo; con tal motivo,
fundó por primera vez "El Colegio Militar", en Quito, en
1838, llamado a cumplir los nobles propósitos en los que
se inspiró su magnífica idea.

Desde el año 1830 hasta el 1845, el Gobierno del
primer Presidente del Ecuador, General Juan José Flores,
prócer de la Independencia, es un gobierno esencialmente
militar. Manda al país, con sus Tenientes, apoyado en los
gloriosos tercios que habían dado la libertad a esta
República, bajo la espada de Bolívar.

Orgullosos, los invictos soldados por sus antecedentes,
producen constantes disturbios en la naciente República,
y, así, su organización no se consolida ni mejora
en sentido alguno.

En un interregno en el período floreano, brilla
el Presidente Rocafuerte, espíritu progresista y es
él quien el 8 de marzo de 1838, establece un Colegio
Militar, para formación de los Oficiales del
Ejército y es él, también, quien el 5 de
Mayo de 1838, ordena el alistamiento de todos los ciudadanos
ecuatorianos de veinte a veinte y cinco años de edad, para
formar un Ejército nacional.

Cuando el señor Francisco Aguirre, Vicepresidente
de la República, se encarga del Gobierno, el 4 de
septiembre de 1840, crea por primera vez un Estado Mayor General,
y es en el tercer período del General Juan José
Flores, que se ordena, el 19 de julio de 1843, la
inscripción de todos los ciudadanos en los libros de
alistamiento, formando las guardias nacionales.

Debemos dejar constancia, que el alistamiento nacional,
tiene un gran ensayo, en la revolución iniciada en
Guayaquil, el 6 de marzo de 1845, y es bajo el impulso de las
fuerzas vivas de la nación que se cambia sustancialmente
el sistema de Gobierno, en la República, formándose
una serie de Cuerpos de Ejército ecuatorianos, que
sustituyen a las reliquias de los batallones de la Independencia
con los que gobernaba el General Flores.

De Flores a García Moreno, no hay reformas
sensibles. Este último gobernante, decreta la
creación de una Escuela práctica de cadetes, para
la formación de oficiales y que reemplaza al colegio
creado por Rocafuerte y extinguido poco después. Es
García Moreno el que crea varios Regimientos de
Caballería, considerando la importancia de esta arma, en
nuestra República, y quien distribuye las guardias
nacionales en batallones y regimientos, de infantería y
artillería, y es él quien organiza y reglamenta los
diversos departamentos de Guerra, Estado Mayor, Sanidad,
Intendencia General del Ejército, afianzándolo todo
en una férrea e indomable disciplina, pues él
gobierna con el terror, sanciona las insubordinaciones con pena
de la vida, pero eleva, evidentemente, el concepto moral
profesional.

En la época de García Moreno, como en casi
todas las anteriores, se desencadenan varias revoluciones. En su
período se combaten con suerte diversa, contra
contingentes colombianos en Cuaspud y Tulcán, y todo el
país, aguerrido, esta listo para toda
emergencia.

En la Presidencia del señor José
María Urvina, se establece una Escuela Náutica en
la ciudad de Guayaquil, el 1°. de Abril de 1853.

Con Veintemilla, el Ejército permanente, toma un
nuevo carácter. Se personaliza, adora a su caudillo y le
es leal, hasta quemar el último cartucho. Decidido este
Gobernante a perpetuarse en el Poder, la República entera
se levanta en armas el año 1883, pero sus fuerzas le
sostienen y la nación debe tomar uno por uno todos sus
reductos.

Los otros Gobiernos del Ecuador, que desfilan en una
sucesión legal, hasta el doctor Luis Cordero, todos, cual
más, cual menos, velan por el Ejercito, reglamentan la
Institución, sostienen el Colegio Militar, pero no se
desenvuelven ampliamente las energías militares de la
Nación.

En toda esa época, rigen las ordenanzas
españolas, y se practican los reglamentos franceses,
traídos al país por el ilustre General Salazar,
allá poco menos que a mediados del siglo
pasado.

Con la saludable revolución del 5 de junio de
1895, se abre una nueva etapa para todas las Instituciones de la
República, que, impulsadas por el General Eloy Alfaro,
guerrillero valiente, notable conductor de tropas, formado en los
campos de batalla, toman todas un impulso evolutivo muy
notable.

El General Alfaro se preocupa fundamentalmente de las
.instituciones armadas:

El 7 de mayo de 1896, establece una Comisión
Codificadora de reformas de Leyes Militares.

El 12 de julio del mismo año, ordena el
alistamiento de todos los ciudadanos en las guardias
nacionales.

El 11 de agosto de 1898, reglamenta las brigadas,
batallones y regimientos de caballería.

El 11 de diciembre de 1899, establece definitivamente el
Colegio Militar.

El 30 de enero de 1900, decreta la creación de
una Academia de Guerra.

El 31 de enero de 1900, funda la primera Escuela de
Clases.

Y este mandatario, en su afanoso empeño de
reformas, trae de la República hermana, de Chile, una
Misión Militar, compuesta de un selecto personal que toma
a su cargo la instrucción del Ejército y su
organización.

Por siempre perdurarán en las memorias de los
ecuatorianos los nombres de los Oficiales chilenos: General Luis
Cabrera, Coronel Ernesto Medina, Comandantes Franzani, Olea,
Bravo, Fuenzalida y los más que en el Ejército y en
la Marina del Ecuador, dejaron la huella de sus luces y sus
enseñanzas perdurables.

En los años de la administración del
General Leónidas Plaza Gutiérrez, se dictan las
Leyes: Orgánica Militar, Servicio Militar Obligatorio,
Planta y Sueldos del Ejército, Retiros y Montepíos
y Reglamentos de Instrucción para todas las armas y para
todos los Institutos, basados en los similares vigentes en el
Ejército de Chile, fundamentados, a su vez, en los del
Ejército Alemán.

Con la presidencia del General Plaza, se fundan Cursos
de Aplicación, por los cuales pasan los Oficiales de todos
los grados, renovando y perfeccionando sus conocimientos, y el
Ejército entra en una época que enaltece al
país, garantizándole el ejercicio de todos sus
derechos. La Misión Militar Chilena, se ve
sólidamente sostenida por el General Plaza y se hace
posible dar inusitada extensión a todos sus
programas.

Vuelve el General Alfaro al poder y en este segundo
período, siguen funcionando las Escuelas e Institutos de
Instrucción, lo mismo que acontece en la segunda
presidencia del General Plaza, magistrado que tanto ha hecho por
el progreso del Ejército del país.

Anotamos que en 1910, ante la amenaza de una guerra
internacional, el país entero se movilizó, sin
mayores tropiezos.

El Gobierno del Dr. Alfredo Baquerizo Moreno, trae
consigo la paz a la República; pero, al mismo tiempo se
desencadena en Europa, la más formidable de las
contiendas, paralizando múltiples condiciones
económicas de la vida nacional.

Con todo, este Magistrado, de alto espíritu
progresista, vincula firmemente las Instituciones militares a los
intereses del país. Vigoriza a la Escuela Militar,
dotándole de varios elementos y es en su período
que se funda el Museo Militar Nacional, templo en el cual se
guardan los trofeos de la Nación.

Con el Centenario de la Independencia de Guayaquil y al
celebrarse el primer Centenario de la gloriosa batalla de
Pichincha, conmemorada el 24 de mayo de 1922, bajo la presidencia
progresista del Dr. José Luis Tamayo, se produce un
entusiasta afán de reformas, todas bien
encaminadas.

En esté período, el Ejército ha
entrado en una franca evolución.

Fue uno de los primeros pasos del Gobierno del Dr.
Tamayo, gestionar en Italia, país de múltiples
afinidades geográficas con el nuestro y que acababa de
salir triunfante en el conflicto mundial, una Misión
Militar que se encargara primeramente de la Instrucción y
especialización de los Oficiales del Ejército y
que, luego, tomara parte en su organización.

El 22 de mayo de 1922, arribó la Misión
presidida por el connotado organizador General Alejandro Pirzio
Bíroli, compuesta de los Coroneles Amadeo Bracciaferri,
Vittorio Ferlosio, Alberto Trenti, Mayores Federico di Giorgis,
Errico Pitassi Manella, Giuseppe Pipitó, Alberto Ynzani,
Vicenzo Carbone; Capitanes Mario Carasi, Humberto Ravazzoni,
Giovani Giurato, Ettore Lodi; Tenientes Pietro Salvestroni,
Antioco Piras, Entnanuele Campagnoli, asistidos de cuantos
útiles y materiales requiere su labor.

Con su intervención y sabia dirección, se
han fundado sucesivamente, los siguientes Institutos que
funcionan en la actualidad:

  • Escuela de Oficiales Ingenieros, creada el 16 de
    junio de 1922.

  • Escuela Especial de Artillería, fundada el 20
    de septiembre de 1922.

  • Escuela de Educación Física, fundada
    el 19 de junio de 1922.

  • Escuela Especial de Radio – Telegrafía,
    creada el 14 de marzo de 1923.

  • Escuela Especial de Caballería, creada el 6
    de Febrero de 1924.

  • Escuela Especial de Mariscalía, organizada el
    19 de junio de 1922.

  • Academia de Guerra, creada por Decreto Ejecutivo de
    15 de Diciembre de 1922, para Oficiales
    Superiores.

  • Escuela de Aviación, que funciona en la
    ciudad de Guayaquil.

  • En Quito, también funciona la Escuela de
    Ametralladoras con 80 alumnos y una completa
    organización.

La reforma se ha extendido, a todos nuestros reglamentos
y leyes, habiéndose también verificado grandes
adquisiciones de vestuarios, equipos, elementos de guerra,
materiales de Instrucción, Sanidad, Intendencia e
Ingeniería.

También en este período, la
Legislación Militar Ecuatoriana, se innovó de tal
manera que puede considerarse como un modelo en su género.
Una Comisión Codificadora de Oficiales Generales, ha
elaborado los Códigos Militares que hoy rigen en la
República, aprobados por el Gobierno.

El Escalafón está limitado por Leyes de
Planta y Sueldos. Las promociones se hacen por mérito y
por antigüedad unida al mérito.

Está vigente la Ley de Servicio Militar
Obligatorio y la de Enseñanza Militar Obligatoria en
Escuelas, Colegios, Liceos y Universidades de la República
de manera de obtener la preparación general ciudadana
militar.

Orgánicamente considerado el Ejército
Ecuatoriano, tiene como Unidad de combate la Brigada; como Unidad
de Operaciones, la División y cuando bajo un solo comando
actúan dos o tres Divisiones se constituye el Cuerpo de
Ejército.

También se considera la existencia de Brigadas de
Caballería independientes que pueden ser anexadas a la
División o al Cuerpo de Ejército.

La Legislación Militar ecuatoriana, comprende
también un cúmulo de Leyes protectoras de la clase
militar, siendo las principales, la Ley de Retiros y la Ley de
Montepío.

Apenas se extinguían los últimos disparos
de Ayacucho que sellaban la libertad del Nuevo Mundo, cuando el
Congreso Nacional reunido en Bogotá, decretaba en 28 de
julio de 1823, la primera subvención vitalicia de 30.000
pesos anuales concedida al Libertador, como una
manifestación de gratitud en favor del Héroe, que
había emprendido y llevado a cabo la obra titánica
de la Emancipación política de millares de pueblos
y como una recompensa ofrecida al eminente político, al
sabio estadista, al guerrero invencible, que había perdido
el último maravedí de su fortuna particular en las
peligrosas encrucijadas que abrieron el camino de sus
homéricas hazañas y que se encontraba pobre,
paupérrimo, cuando al llegar a la cumbre de su gloria,
rehusaba con la altivez sencilla de los dioses el opulento
donativo que la República peruana le
ofrecía.

El 26 de julio de 1823, se decretaba también el
reparto de tierras baldías y ganados, como premio a los
veteranos de Apure y Casanare. En 1824, se reconoció una
especie de privilegio que beneficiaba a los soldados ausentes o
prisioneros, era el derecho de postliminio, derecho reconocido
también por los romanos, cuando sus legiones luchaban por
someter todo el mundo antiguo bajo el Imperio de los
Césares.

El Congreso de 1831, dictó la primera Ley
Orgánica Militar, estableciendo un Estado Mayor General,
Estados Mayores Departamentales, Comandancias Generales y
Comandancias de Armas. La Convención Nacional de 1835, dio
un Decreto Orgánico del Ejército, reglamentando su
organización, composición y número, en
tiempo de paz como de guerra. Nada tiene de notable la Ley
Orgánica Militar de 1837, aprobada durante el Gobierno del
Presidente Rocafuerte.

La Ley Orgánica Militar de 1847 contiene reformas
más amplias y determinantes que las anteriores, para
sufrir luego algunas transformaciones en 1854, 1861, 1863 y 1871,
la cual fue elaborada por el General Francisco Javier Salazar y
sancionada por el Presidente García Moreno, estuvo vigente
hasta que se promulgó la Constitución de 1897. El
libro está dividido en diez tratados y cada tratado, en
varios títulos; en ellos se consignaron muchos preceptos
de las Ordenanzas y Leyes militares españolas, preceptos y
anotaciones de la obra "Juzgados Militares de España y sus
Indias".

En 1908, se realizó una reimpresión
oficial del Código Militar de 1871, con las reformas de
1875, pero no se consideraron las reformas posteriores

En 1912 y 1913 se sancionaron y publicaron la Ley de
Planta y Sueldos del Ejército Permanente, la Ley sobre
Determinación del Servicio Activo para los oficiales y la
Ley de Pensiones de Retiro.

Hubo algunas reformas durante 1884, 1896, 1904, 1944,
1978, 1990 hasta la publicación de la última Ley
Orgánica de la Defensa Nacional de 2007, vigente en la
actualidad.

Nada, pues, puede ya extrañar el Ecuador en su
aspecto Orgánico Militar. Cuales más, cuales menos,
todas sus leyes, satisfacen las aspiraciones del Ejército
y persiguen su desenvolvimiento normal al través de los
tiempos.

El Ecuador ha raíz del triunfo militar del Alto
Cenepa tenía la imagen de un país renovado y
sólidamente unido. El protagonista de esta nueva imagen
fue el Poder Militar en base a su profesionalismo y patriotismo
sin límites que le permitió definir y mantener los
objetivos nacionales.

Sin embargo y aunque pudiese parecer destinada a
satisfacer un simple juego retórico, la pregunta
más acuciante del Ecuador actual es hasta dónde
puede llegar la crisis institucional, cuánto durará
y sobre todo en dónde están las reservas morales y
sociales que preserven del caos a un país que se ha
acostumbrado a vivir, cada vez con más frecuencia, la
suecuela de la ingobernabilidad política, la indolencia
social y la inequidad económica.

La historia reciente es pródiga en ejemplos en
los que se han desbordado los límites institucionales. Las
mediaciones políticas y sociales parecerían no
funcionar, al punto que la "ecuatorianización" de la
política es exhibida como un mal ejemplo internacional y
como una muestra del desencuadernamiento institucional sin
futuro.

El vértigo de los sucesos tiene paralelo con la
confusión institucional que reina en el país desde
hace varios años. El Ecuador debe tomar conciencia de que
uno de sus principales problemas radica en qué hacer con
un sistema en el que tampoco la sociedad civil asume sus tareas,
no exige las suyas a los políticos y no llena el
vacío que han obligado a las Fuerzas Armadas a tomar un
papel deliberante a despecho de la urgente redefinición de
sus tareas.

Cuando existe la certeza de que la crisis durará
todavía varios años aún si se toman las
medidas adecuadas, instituciones como las periodísticas
deben aferrarse a cumplir su tarea esencial: informar con
objetividad y contextualizando, revelar las partes no evidentes
de la noticia y en las que sin embargo está su juicio
personal.

El primer grito de la
independencia

El 10-AGO-1809, constituye en la historia del Ecuador y
de América un hito glorioso por su gran connotación
en las colonias españolas, pues en él se
expresó el indómito espíritu quiteño,
espíritu de rebeldía, de libertad y de
autonomía, que ya antes de la conquista española
surgió como el obstáculo infranqueable que se opuso
a la invasión incásica de Túpac Yupanqui y
Huayna Cápac.

Los antecedentes y las causas de la Revolución
Quiteña han sido recogidas, analizadas, juzgadas y
criticadas por plumas de grandes historiadores, más, el
motivo que trata este trabajo, son los hechos desde la
óptica militar, con esa óptica serán
analizados y juzgados para ratificar la participación del
Poder Militar en estos sucesos, origen de la independencia del
Ecuador.

Cuando en 1808 Napoleón Bonaparte invadió
España, obligó a abdicar al Rey Carlos IV y
tomó prisionero al heredero don Fernando VII, en cada
provincia y ciudad grande del reino se formaron "Juntas Soberanas
de Gobierno" que rechazaron al régimen usurpador de
José Bonaparte, proclamado soberano de España por
voluntad de su hermano Napoleón.

Muy pronto las noticias de lo que acontecía en
España se regaron por toda América, resaltando
sobre todo la actitud de rechazo del pueblo español que
jamás aceptó el dominio francés. Sin
embargo, varias autoridades españolas en América,
que recibían órdenes y pagos de Madrid, juraron
obediencia al gobierno de Bonaparte. Una de ellas fue el
Presidente de la Real Audiencia de Quito, Conde Ruiz de
Castilla.

Esta circunstancia fue determinante en la actitud de los
quiteños, quienes invocando los derechos de Fernando VII
se reunieron el 25-DIC-1808, en la hacienda de Chillo de don Juan
Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre, para
organizar la primera Junta Soberana de Gobierno de Quito, que
expuso los primeros planes para deponer a las autoridades
españolas que obedecían a los franceses. Se propuso
también nombrar a las autoridades criollas que
gobernarían en nombre de Fernando VII, y se
consideró muy seriamente la posibilidad de que el Rey
venga a gobernar desde América.

"En estas reuniones figuraban hombres de distintas
intenciones, aunque acordes en el plan revolucionario. Los nobles
de Quito se proponían simplemente despojar y suplantar a
los funcionarios españoles. Estos revolucionarios, los
más numerosos, habrían continuado sirviendo al Rey,
unidos a la madre patria si se les hubiera asegurado
exclusivamente los principales puestos de la colonia. En
realidad, lo único en que pensaban era en la
formación de su aristocracia criolla. Había, sin
embargo, algunos pocos animados de verdadero patriotismo e
ilustración, que querían la independencia de las
colonias, bajo un sistema de gobierno republicano" (Aguirre
Abad.- Bosquejo Histórico de la República del
Ecuador, p. 154
).

"Espejo había expirado como mártir, pero
vivían D. Antonio Ante, D. Javier Ascázubi, D. Juan
Larrea, D. Antonio Bustamante, D. Juan Pablo Arenas, D. Antonio
Pineda, D. Luis Saa, D. Miguel Donoso, y sobre todo, Juan de Dios
Morales, Manuel Rodríguez de Quiroga y Juan Salinas, todos
amigos de Espejo, quienes, en compañía de otros
entusiastas, difundían, a todo riesgo, su humanitario
proyecto, cual era, la emancipación absoluta…"
(Andrade Roberto.- Historia del Ecuador, tomo I, p.
177
).

Los acontecimientos
militares en
el Estado quiteño de 1810 a 1812

Luego de los acontecimientos que concluyeron el
02-AGO-1810, día fatídico en la historia patria, no
sólo porque se produjo la horrenda masacre de los
próceres de la independencia, sino porque allí se
eliminó a la élite política y militar de lo
que sería la patria ecuatoriana, se anuló a los
potenciales líderes políticos y a los potenciales
generales de la independencia nacidos en suelo quiteño;
sin embargo, la sangrientas bayonetas de la soldados del Real de
Lima no pudieron jamás eliminar el pensamiento libre de
los quiteños.

De los acontecimientos sucedidos en la Real Audiencia de
Quito a partir del 02-AGO-1810, en los que el pueblo de 1809
impulsado por el pensamiento del prócer Eugenio Espejo,
motivado profundamente por la sangre derramada en el Real de
Lima, sangre convertida en sables y bayonetas y organizado por la
presencia, el conocimiento y el patriotismo del Coronel Carlos
Montúfar, que proclamado Comandante en Jefe del
Ejército Quiteño, estableció el Estado
Soberano de Quito, se deduce sin lugar a dudas que el Poder
Militar ecuatoriano tiene su origen en esa época, ya que
al mando de un profesional de carrera formado en España y
con gran experiencia de combate como el Coronel Montúfar,
se conforma la base de su primer fundamento, los recursos
humanos. Tanto Montúfar como varios oficiales que
integraron el Ejército Quiteño tuvieron valores
cualitativos excepcionales dados por su educación militar
y experiencia de combate obtenida en España en las guerras
contra los ejércitos de Napoleón Bonaparte. El
elemento humano que constituyó el Poder Militar del Estado
Quiteño fue de tan alta calidad que, en sublimes actos de
heroísmo, muchas vidas se ofrendaron al servicio de la
patria.

El segundo fundamento constitutivo del Poder Militar, el
territorio, se ve representado por que se mantuvo el Estado
Quiteño y su extensión abarcó por el norte
hasta Pasto y por el sur hasta el departamento de Cuenca. Este
elemento influyó directamente en la organización,
composición y empleo del Ejército quiteño,
lo que obligó a dividir sus fuerzas al mando del coronel
Carlos Montúfar y de su tío el coronel Pedro
Montúfar.

Los factores específicos del Poder Militar
también pueden observarse en el Ejército
quiteño, la doctrina militar, fundamentada en la doctrina
militar española, dio al ejército una
organización adecuada basada en la falange y sustentada en
la caballería e infantería.

El poder militar en
la independencia

La Batalla de Ibarra, ganada por el cruel Coronel
Sámano al Coronel Carlos Montúfar, puso el sello de
seguridad al dominio español en el Reino de Quito e
inmortalizó el nombre de centenares de quiteños que
ofrendaron sus vidas en el campo del honor, después de
cien combates en desigualdad de condiciones y con triunfos y
derrotas que concluyeron en Ibarra el 01-DIC-1812. Los nombres
que deben mencionarse son los del Coronel Francisco García
Calderón, padre del "héroe niño",
Abdón Calderón y del Comandante Aguilar, que fueron
fusilados por Sámano.

Montes confinó a algunos caudillos del movimiento
quiteño. El Marqués de Selva Alegre fue desterrado
a Loja; el obispo Cuero y Caicedo, a Lima, y el Coronel Carlos
Montúfar, hecho prisionero y cargado de grillos y cadenas,
fue desterrado a Panamá. En esta ciudad logró fugar
de la cárcel y se dirigió al valle del Cauca para
unirse a los ejércitos del Libertador Bolívar que
habían ya receptado el eco heroico del pueblo
quiteño.

Montúfar se dirigió a Buenaventura en
búsqueda de tropas patriotas a las pudiera unirse, pero
fue capturado y llevado a Buga, en donde un consejo de guerra
español lo condenó a la pena de muerte. Fue
fusilado el 31-JUN-1816, fecha en la que se inmortalizó
ofrendando su vida como aporte quiteño a la independencia
americana.

El 08-FEB-1816, fondea en la isla Puná, deseoso
de fomentar la insurrección en el puerto y arsenal
español de Guayaquil, idea que resultó vana y
contraproducente por cuanto el pueblo guayaquileño no
estaba ni política ni militarmente preparado para la
revolución. "Su misión no fue comprendida y los
patriotas del litoral, creyeron la versión de las
autoridades de que Brown era corsario inglés, ayudaron a
rechazarlo. Sólo el doctor José María
Villamil había reconocido a la Escuadra de Brown. Desde la
isla Puná regresó a Guayaquil con la noticia, pero
llegó tarde con ella, pues la ciudad empezó a
emigrar y estaba preparada militarmente para su
defensa.

EL PODER MILITAR DESDE LA INDEPENDENCIA DE GUAYAQUIL
HASTA LA BATALLA DEL PICHINCHA

Sofocada la revolución quiteña y a partir
de 1815, comenzaron a propagarse en Guayaquil las ideas de
libertad que se generalizaban en América India. Las
batallas de "Boyacá" en Nueva Granada, las de "Chacabuco"
y "Maipú" en Chile y los combates navales del corsario
chileno Illingworth en los mares de Ecuador motivaron el
espíritu revolucionario de los jóvenes
guayaquileños, mientras que los españoles se
preparaban para la defensa contra los enemigos
exteriores.

El 09-OCT-1820, se inició la Revolución
Guayaquileña, con la sublevación del
Batallón "Granaderos de Reservas" y el apoyo de las otras
unidades españolas de la plaza se proclamó la
independencia de la ciudad y se nombró la Junta
Provisional, compuesta por el Coronel peruano Escobedo, el doctor
Vicente Espantoso y el Teniente Coronel Rafael Jimena.
Inmediatamente se establecieron los contactos necesarios con los
patriotas de Chile que mantenían una Escuadra Naval en el
Pacífico y con Bolívar que había liberado a
la Nueva Granada.

Los patriotas de Quito acogieron con gran entusiasmo la
revolución del 09-OCT-1820 y varios de ellos marcharon a
esa ciudad y solicitaron que se enviasen tropas para expulsar a
los españoles que dominaban todos los pueblos del
interior.

La revolución de Guayaquil estaba realmente
aniquilada con la derrota de los patriotas en Huachi; si los
españoles, aprovechando la victoria y la moral muy alto de
su ejército, hubiesen bajado a la costa es seguro que
hubieran tomado Guayaquil sin encontrar resistencia. Pero el
General Aymerich no explotó el triunfo de Huachi ni
sacó de ninguna ventaja táctica ni
estratégica.

Vencidos los patriotas por los españoles, la
asamblea provincial que se hallaban reunida en Guayaquil tuvo que
ocuparse de organizar un gobierno general, lo que se hizo por
medio de un pequeño reglamento en que se consignaron los
principales derechos y garantías de los ciudadanos. Se
nombró una Junta de Gobierno compuesta por José
Joaquín Olmedo, el Teniente Coronel Rafael Jimena y
Francisco Roca, secretario y vocal fue nombrado el doctor
Francisco Marcos.

La Junta de Gobierno inmediatamente se dedicó a
conformar una nueva división de combate, a buscar recursos
adicionales para sostener la guerra y a planificar la
conducción de los refuerzos, que se habían
prometido de Nueva Granada y que, aunque atrasados, comenzaron a
llegar. Sobre esta base se formó un escuadrón,
completándolo con jinetes de Guayaquil. Enseguida
llegó el General Antonio José de Sucre, enviado por
Bolívar con las siguientes instrucciones: La primera,
pedir la incorporación de la provincia a la
República de Colombia; la segunda, si esa
pretensión no era aceptada, proponer que se le diera el
mando de las tropas aliadas; y, la tercera, en último
caso, servir con sus tropas como auxiliar en la guerra contra los
españoles de Quito.

En efecto, Sucre organizó en Guayaquil las
fuerzas del Ejército Libertador en los territorios del
Gran Reino de Quito, en base al Batallón colombiano
"Santander" y al Batallón "Albión", compuesto de
ingleses, a más de un escuadrón de
caballería, fuerzas incrementadas con voluntarios
guayaquileños y con desertores de los ejércitos
realistas.

Organizado el ejército de Sucre marchó
hacia Quito, sede del gobierno realista presidido por Aymerich,
para liberar la capital y sus provincias. A lo largo de su
itinerario viven los patriotas una serie de victorias y fracasos
militares. Los campos de Camino Real, Huachi, Cone, Tanizahua,
segundo Huachi, Verdeloma y Tapi son los testigos de la epopeya
patriota.

Luego de los primeros meses de lucha, el ejército
patriota fue reestructurado para iniciar la campaña sobre
Quito. Guayaquil contribuyó con dos batallones: el
"Guayaquil", que permaneció en la plaza como seguridad de
la misma, y el "Vengadores".

Para reforzar al ejército que se dirigía a
Quito, Colombia pide al Perú la devolución del
Batallón "Numancia" que un año antes había
enviado al Perú. Los españoles reforzaban sus
unidades con el "Tiradores de Cádiz" y el
"Cataluña" que llegaron desde Panamá. Desde
Guayaquil, Sucre al frente del ejército libertador,
inició su marcha gloriosa.

El 24-MAY-1822, con la Batalla de Pichincha,
concluyó una de las páginas de la epopeya
ecuatoriana; pues en esta acción gloriosa el poder
español sucumbió definitivamente.

Mientras tanto en Guayaquil la situación se
presentaba totalmente contraria, la provincia se debatía
por la independencia bajo la protección del Perú o
de Colombia y no faltaban quienes propusieran la formación
de "una nueva república" compuesta por todos los pueblos
de la Presidencia de Quito. Enterado el Libertador de esta
situación, marcha a Guayaquil y al frente de un
ejército de 3.000 soldados entró en la ciudad el
11-JUL-1822. Con la dirección de Bolívar se
anexó Guayaquil a Colombia, a pesar de la gran
oposición de algunos guayaquileños que consideraban
ésta una decisión arbitraria del Libertador, pues
lo hizo destituyendo a la Junta Soberana de Guayaquil y sin la
voluntad mayoritaria del pueblo.

El poder militar
ecuatoriano durante la gran Colombia y su participación en
la independencia del Perú

Una vez obtenida la libertad de Quito en Pichincha y
anexado éste y Guayaquil a Colombia, existe un
acontecimiento importantísimo en la historia nacional y es
la participación del poder militar ecuatoriano en la
independencia del Perú. En este país se hallaban
reunidas la mayor cantidad de fuerzas españolas, las que
entusiasmadas por una serie de triunfos consecutivos continuaban
oprimiendo al pueblo de lo que era el último reducto
español en América.

Con Bolívar y Sucre, la guerra de movimiento se
practicó en toda su amplitud. La caballería fue el
arma preponderante durante los veintiún años de las
luchas por la libertad; realizaba sus ataques en escuadrones, en
línea o en columna, ejecutaba la explotación del
éxito activa y tenazmente y exploraba y brindaba seguridad
en marchas o estacionamientos. El Libertador manifestó que
Colombia cumpliría con su deber en el
Perú.

Bolívar fue a la capital y organizó
batallones de voluntarios en los pueblos de Ecuador, y,
después de una marcha por la cordillera, atacó el
17-JUL-1823 a los rebeldes, los destruyó en las orillas
del Tahuando, los persiguió incansablemente y
volvió a Quito victorioso.

Bolívar activó la concentración de
las tropas que debían embarcarse para el Perú. El
02-AGO-1823, ya se encontraba en persona en el puerto de
Guayaquil y el 07-AGO-1823, se emitió el decreto en que el
Congreso le concedía el permiso para que se traslade al
sur.

La batalla de
Tarqui

Una vez liberado el Perú del yugo español,
gracias a las armas ecuatorianas, se despertaron las ambiciones
personales y políticas de los generales peruanos de la
independencia, ambiciones que constituyen el germen del
militarismo peruano del presente tiempo y que se ha desarrollado
a través de la historia.

Se generó un hecho que demostró las
ambiciones del Perú al incentivar la traición de la
Tercera División Auxiliar Grancolombiana que fue retomado
por el General Juan José Flores, demostrando como el
Perú desde el inicio se apartó del camino de la
concordia y siempre buscó el enfrentamiento.

Parte de la Batalla de
Tarqui

República de Colombia.

El Jefe Superior del Sur.

Cuartel General en Tarqui a 2 de marzo de
1829.-19º.

Al Excelentísimo señor ministro Secretario
de Estado de Despacho de la Guerra.

Mi último despacho para VE. con detalles sobre
movimientos militares, fué el diez y ocho del
próximo pasado desde Guaguatarqui. Allí
participé a VE. que el 21 de enero recibí las
decisivas órdenes del gobierno para tomar el mando del
Sur; que el 27 me incorporé en Cuenca al ejército,
compuesto de seis batallones y seis escuadrones, con la fuerza
disponible de tres mil ochocientos infantes y seiscientos
caballos; que fuí reconocido en mi destino el 28; y que el
29 marcharon las tropas en busca del enemigo, cuyos cuerpos
avanzados en escalones hasta Nabón a trece leguas de
Cuenca, replegaron sobre Saraguro, donde nos encontrábamos
el 4 de febrero, sin que ocurriera mas que un ligero encuentro de
dos compañías nuestras, contra un batallón
peruano, que fué obligado a pasar el río, y
apoyarse del ejército enemigo, situado en impenetrables
posiciones. Que en virtud de la autorización que
recibí del gobierno, había entrado desde el 28 de
enero en comunicaciones con el General La Mar, Presidente del
Perú, y Comandante en Jefe del ejército invasor,
con el objeto de entablar una negociación, que
pacíficamente terminara la guerra; que para ello se
reunieron comisionados el 11 y 12 en Saraguro y Paquishpa, los
cuales nada arreglaron por las exhorvitantes y ridículas
demandas del jefe peruano.

Que el mismo día 12 supe que una columna de
doscientos cincuenta infantes y cincuenta caballos conducidos por
la vía de Yunguilla y Girón, ocuparon a Cuenca el
10 dispersando allí nuestros hospitales, a pesar de la
vigorosa resistencia del General Intendente a la cabeza de
sesenta convalecientes; que sospechando por las observaciones en
el campo contrario que se hacía algún movimiento,
previne al señor General Flores, Comandante en Jefe, de
hacer por la noche un reconocimiento y que ejecutado por veinte
soldados de Yaguachi, protegidos de la componía de
Granaderos del Cauca, y 4º de Caracas, lograron aquellos
dispersar completamente los dos batallones peruanos 1º. de
Ayacucho, y No. 8 que cerraban la retaguardia de su
ejército, el cual marchaba en la dirección de
Yunguilla a Girón; y que por resultados de este triunfo,
se le tomaron la mitad de sus municiones de repuesto, una
porción de sus bagajes, algún armamento, y
prisioneros, y destruídole dos piezas de
batalla.

Informé también a VE. los motivos que tuve
para no ejecutar un ataque por la espalda del enemigo,
aprovechando tan importante suceso; y porque preferí al
amanecer del 13 un movimiento retrógrado sobre Oña
y Nabón para salir el 16 a Girón, donde
debíamos encontrarnos con la cabeza del ejército
peruano, que se dirigía por nuestra derecha a Cuenca, a
ponerse en contacto con sus fuerzas en Guayaquil, cortar nuestras
comunicaciones, molestar al Departamento del Ecuador, y facilitar
su correspondencia con los tumultuarios de Pasto. Le dije en fin,
que sintiendo el enemigo nuestra llegada a Girón se detuvo
en Lenta, a cuatro leguas, y corriéndose luego más
sobre nuestra derecha, se situó entre aquel punto y San
Femando, cortando los puentes del Ricay y Ahillabainba, lo cual
lo colocaba en difíciles posiciones; que notando que
excusaba combatir o precipitarnos a un encuentro sumamente
desventajoso para nosotros, resolví ocupar la llanura de
Tarqui, como lugar de donde podía observar sus maniobras;
y que con estos motivos quedábamos el 18 en
Guaguatarqui.

El 21 tuve avisos de que todas las fuerzas peruanas se
concentraban en San Femando, y que hacían reconocimiento
sobre Baños a una legua de Cuenca, mientras nos
distraían con otros reconocimientos por Girón. El
señor General Flores se encargó de examinar el
intento de éstos, y con una ligera partida atacó el
destacamento que había venido, tomando prisionero a un
oficial, matando algunos soldados, y dispersando el resto. En
tanto ordené que el ejército retrogradase dos
leguas más hacia Cuenca, y se situase en Narancay cerca de
Baños, teniendo en este movimiento mayor
consideración a las bajas que nos causaba el frío
de Tarqui, que temores del enemigo; bien que nos importaba cubrir
la ciudad de nuestros depósitos, y estorbar la
comunicación de aquel con Guayaquil.

Permanecimos así a diez leguas distantes uno de
otro, sin más novedad que la venida de un parlamentario
con pretextos insignificantes y con el objeto de examinar nuestra
situación; se lo noté, y lo devolví
haciéndolo pasar por nuestros cuerpos, para que se
convenciera de que apenas teníamos la mitad de fuerzas que
el ejército peruano. El 24 supe que una columna de dos
batallones, y un escuadrón enemigo al mando del General
Plaza estaban en Girón; juzgué que sería un
fuerte reconocimiento, porque no me persuadí que se
avanzara sola esa división; pero el 25 hallándome
con el General Flores, examinando por Tarqui la verdad, me
informaron nuestros espías, que aún
permanecía en Girón, y su ejército en San
Fernando. El 26 resolví atacarla, y nuestros cuerpos todos
se pusieron en marcha a las tres de la tarde con tres mil
seiscientos hombres de combate. Al comenzar nuestro movimiento
sobrevino una fuerte lluvia, que apenas nos permitió
llegar a Tarqui a las siete de la noche.

Dando un descanso a las tropas, tuve partes que la
división del General Plaza estaba en el Portete de Tarqui
a tres leguas de nosotros, y que el resto del ejército
peruano llegaría aquella tarde a Girón.
Determiné dar una acción general, y el señor
Comandante en Jefe dispuso que en lugar de las
compañías de cazadores, que debían
precedernos, lo hiciese un destacamento de ciento cincuenta
hombres escogidos de todos los batallones, al mando del
Capitán Piedrahita, apoyado del escuadrón
Cedeño, para que preparase la función por una
sorpresa, en esta forma continuamos la marcha a las doce de la
noche.

A las cuatro y tres cuarto de la madrugada del 27
tuvimos que hacer alto a las inmediaciones el Portete, con la
primera división de infantería compuesta de los
batallones Rifles, Yaguachi y Caracas, para esperar a la segunda
y la caballería, que se habían retardado sobre
manera, cuando una descarga del enemigo sobre el escuadrón
Cedeño fué el primer aviso de que Piedrahita se
había extraviado y perdido su dirección.

La posición del Portete de Tarqui es una alta
colina con una quebrada a su frente que no permite el paso sino
hombre a hombre; a su derecha (izquierda nuestra) unas
breñas escarpadas del más difícil acceso, y
a su izquierda un bosque todo cortado, por entre el cual
está el desfiladero para Gírón, y que es lo
que propiamente llaman el Portete. La división del General
Plaza ocupaba la colina y las breñas de su derecha,
dejando como impenetrable el bosque de su izquierda por la
dificultad del paso de la quebrada. Comprometido el
escuadrón Cedeño en esta peligrosa
situación, fue necesario sacarlo y protegerlo con el
pequeño batallón Rifles constante apenas de tres
cientas cincuenta plazas. La falta de suficiente claridad y las
dificultades naturales, redujeron a este cuerpo a combate sin el
orden debido y a quedar sólo más de un cuarto de
hora; el mal se aumentó con la llegada el destacamento del
bizarro Piedrahita, porque nuestros soldados sin conocerse se
hicieron algunos fuegos; más disipada un poco la
obscuridad, pudo reconocerse la posición, y destinarse la
compañía de Cazadores de Yaguachi por nuestra
izquierda, mientras el señor General Flores con el
último resto de este batallón y el de Caracas
penetraba por el bosque de la derecha y formalizaba el
ataque.

El batallón Yaguachi había pasado la
quebrada reforzando a Rifles y batido ya la división del
General Plaza, cuando apareció sobre la colina una fuerte
columna conducida personalmente por el General La Mar que
restableció instantáneamente el combate. En este
mataron el caballo del General Flores y al remontarse se
reunió conmigo, cuando disponía el paso del
Batallón Caracas. Entrando éste al fuego; se
presentaron subiendo a la colina los batallones peruanos
Pichincha y Sepita de la división de Gamarra, con este
General a su frente: y ya fué comprometida totalmente la
batalla entre mil quinientos soldados de nuestros tres batallones
y un corto escuadrón, contra cinco mil hombres de la
infantería enemiga. La resistencia de ésta se
hacía fuerte sobre las breñas de nuestra izquierda,
cuando apareció la cabeza de nuestra segunda
división bastante distante del lugar de combate. Se le
ordenó abreviar su marcha, y que de paso reforzara con una
compañía de cazadores a la de Yaguachi, lo cual
ejecutó con el más grande acierto el Coronel
Manzano, Comandante del Cauca.

Reunidos Caracas y Yaguachi con Rifles, y dominando ya
nuestros cazadores las breñas de la izquierda, se
precipitaron simultáneamente a la carga a la vez que lo
hacía el escuadrón Cedeño bajo la
dirección del Coronel O'Leary. A este ataque violento todo
plegó; y a las siete de la mañana no habían
más peruanos sobre el campo de batalla; la fuga fue su
única esperanza, y armándose por el Portete al
desfiladero de Girón hallaron allí su
sepulcro.

El Comandante Alzuro a la cabeza de Yaguachi los
perseguía infatigablemente, y encontrando en su
tránsito al General Cerdeña con un fuerte cuerpo
rehecho, lo cargó solo con sus gastadores, y los
destruyó en el acto. Del batallón Caracas, una
parte con su denodado Comandante Guevara, siguió a
Yaguachi, junto con el pequeño escuadrón
Cedeño, conducido ya por el Coronel Braun, mientras que el
resto con Rifles recogía los fugitivos de la colina por
los bosques y pantanos de su espalda.

Destruido ya el ejército peruano, y mientras se
aclaraban nuestros flancos, mandé un oficial de E.M. donde
el General La Mar (que con sus restos de infantería, con
toda su caballería y artillería se hallaba situado
en la llanura al salir del desfiladero) a ofrecerle una
capitulación que salvara sus reliquias, por que satisfecha
la venganza y el honor de Colombia, no era el deseo del gobierno,
ni del ejército derramar más sangre peruana, ni
combatir sin gloria. El General La Mar contestó pidiendo
las concesiones que se le harían y los comisionados, que
estipulasen la negociación. Fueron a ello el General Heres
y Coronel O'Leary.

Se suspendió en tanto la persecución,
cuando el enemigo había perdido entre muertos y heridos,
prisioneros y dispersos, más de dos mil quinientos
hombres, incluso sesenta Jefes y Oficiales, y dejado por
despojos, multitud de armamento, cajas de guerra, banderas,
vestuario, etc. El campo de batalla era un espectáculo de
horror, mil quinientos cadáveres de soldados peruanos han
expiado en Tarqui las ofensas hechas por sus caudillos a Colombia
y al Libertador; y talvez los crímenes del 2 de Agosto de
1810 en Quito.

Llegando las órdenes del gobierno de no abusar en
ningún caso de la victoria, reduje mis instrucciones a los
comisionados, a las bases que en tres de febrero se propusieron
en Oña al General La Mar, cuando me pidió las
condiciones sobre las que Colombia consentiría en la paz.
Juzgué indecoroso a la república y a su Jefe,
humillar al Perú después de una derrota, con
mayores imposiciones que las pedidas cuando ellos tenían
un ejército doble en número al nuestro; y mostrar
que nuestra justicia era la misma antes, que después de la
batalla.

Los comisionados peruanos observaron al cabo de mucha
discusiones, que su Jefe declaró en las contestaciones de
Saraguro.

"…que las bases de Oña eran las condiciones que
un ejército vencedor Impondría a un pueblo vencido,
y que no podrían convenir en ellas"

Ya era tarde cuando se me dió esta respuesta; y
la devolví con el ultimátum, de que si no las
aceptaba al amanecer del día siguiente, no
concedería luego ninguna transacción, sin que a las
bases de Oña, se agregara la entrega del resto de sus
armas y banderas, y el pago efectivo de todos los gastos de esta
guerra.

A las cinco de la mañana del día 28 se
apareció un Coronel de E.M. peruano, solicitando de parte
de su General la suspensión de toda hostilidad; y que para
comprobar su anhelo de una transacción, me pedía
que yo que conocía todos los Jefes de su ejército
nombrase los dos que más me inspiraran confianza de su
buena fé, para que fuesen sus comisionados.
Contesté que cualesquiera eran para mí iguales;
pero que en Paquishapa había indicado mi deseo de que el
General Gamarra fuera uno de los negociadores.

A las diez de la mañana se reunieron en una casa
intermedia de los dos campos los SS. General Flores y Coronel
O'Leary con amplios poderes, por nuestra parte; y los Generales
Gamarra y Orbegoso por la del Perú. Después de
largos razonamientos en que sobre todo se reclamó la
indulgencia y generosidad colombiana, y los intereses y
fraternidad de americanos, se formaron los tratados que ayer
incluí a V.E. en copia, y de que acompaño ahora uno
de los originales habiendo remitido el otro al Ministerio de
Relaciones Exteriores, por cuyo órgano he recibido algunas
comisiones relativas a las cuestiones con el gobierno del
Perú.

En esta Mañana se ha puesto en retirada desde
Girón como dos mil quinientos hombres del ejército
peruano, resto de ocho mil cuatrocientos que ellos mismos
confesaron espontáneamente haber introducido en el
territorio de Colombia; y no vacilo en aseguro a V.E. que en el
estado de desmoralización e indisciplina en que esta
derrota va poniendo las reliquias de nuestros invasores, apenas
mil soldados repasarán el Macará.

En tanto nuestras pérdidas en la
espléndida victoria de Tarqui, y a quienes lloramos como
los mártires de la venganza nacional, consisten, en
cincuenta y cuatro muertos y doscientos seis heridos; entre los
primeros están el bravo Comandante Nadal, que murió
cargando con su cuerpo contra las fuerzas de la colina; el
Comandante Vallarino, segundo del Yaguachi, que persiguiendo con
admirable audacia se adelantó solo, y tomado prisionero
fue luego degollado por los enemigos junto con el Comandante
Camacaro; los tenientes Pérez, Ávila y Santa Cruz;
y los subtenientes Pinto, Carrillo y Triana, que con sus vidas
han sellado su patriotismo y su arrojo en los combates. Entre los
segundos se hallan los capitanes: Bravo, Méndez y
Hernández: los tenientes Sotillo y Silva y los
subtenientes Álvarez, Gil y Casanoba que son dignos de un
especial nombre.

Es inútil hacer recomendaciones por la conducta
del señor General Flores, gallardo en todas ocasiones y
señalado siempre. Yo aproveché del mejor momento de
la batalla para nombrarlo sobre el mismo campo General de
División, y para expresarle la gratitud de la
República y del gobierno pro sus servicios. El
señor General Heres se ha recomendado por una admirable
serenidad en los riesgos de esta jornada. Los Generales Sandes y
Urdaneta han desempeñado sus deberes en toda la
campaña. Los Coroneles Cordero, O'Learey, Braun,
León y Guerra, se han distinguido, el primero y
último por la escrupulosa exactitud, el uno como Jefe de
Estado Mayor General, y el segundo como Jefe de Estado Mayor de
la primera división, y los otros tres por un valor
eminente. Los Comandantes Alzura y Guevara han mostrado un arrojo
y entusiasmo singular. Mis ayudantes el Coronel Wright y los
comandantes Rivas y Montúfar desempeñaron sus
funciones al tanto de mis deseos, y el último
recibió una fuerte contusión. Los del General
Flores, comandantes Pachecho, Bravo, Sucre y Capitán
Portocarrero merecen una expresa mención. Es adjunta la
relación nominal de todos los oficiales recomendados por
los cuerpos y a los cuales dado a nombre del Libertador
Presidente las recompensas debidas. Si estos guerreros han
derramado su sangre por la Patria, y sufrido gustosamente todas
las penalidades por vengar a Colombia de los ultrajes de sus
enemigos, no ha sido menos su entusiasmo por sostener el honor
del ilustre Bolívar, insultado por ingratos y
desleales.

Treinta días de campaña del
ejército del Sur, han hecho desaparecer los aprestos de
dos años, y las amenazas con que el Gobierno peruano
invadió a Colombia; y dos horas de combate han bastado
para que mil quinientos de nuestros valientes hayan vencido todas
las fuerzas militares del Perú.

Ojalá que esta lección dolorosa sea motivo
para que concluyamos una paz inalterable, y para que el respeto a
la independencia de cada estado, sea la base fundamental en
política de los gobiernos americanos.

Al ofrecer al gobierno los frutos de esta victoria,
réstame manifestar las protestas del ejército del
Sur, de conservar por sobre todos los riesgos el honor y la
integridad nacional; y que los batallones Cauca, Pichincha y
Quito, y los escuadrones 2º. 3º. Y 4º. De
Húsares, el de Granaderos y el del Istmo, que sólo
han sido testigos de la batalla de Tarqui, ansían por
ocasiones en que justificar con su sangre este sentimiento de
fidelidad a su patria. Los pueblos del Sur merecen una encarecida
recomendación del gobierno, por sus sacrificios para
llevar al cabo esta guerra, en que estaban comprometidos los
intereses y el decoro de Colombia; por la provincia de Cuenca es
digna de un recuerdo particular, por sus esfuerzos generosos y
heroicos sosteniendo el ejército.

Los resultados de la batalla de Tarqui y de la
campaña de treinta días, son importantes a la
República; y excede de toda expresión el placer de
mi alma, tributando una victoria como mi homenaje, al momento de
pisar la tierra patria, después de seis años de
ausencia, sirviendo a la gloria y el lustre de sus
armas.

Dios guarde a V.E.

Antonio José de Sucre. (Se mantiene la
ortografía original)

Combate naval de
Malpelo

El 20-MAY-1828, en circunstancias en que los nuevos
Estados libres de América aún no se encontraban
definitivamente estructurados, el Perú inició una
serie de acciones militares en contra de Colombia (el Ecuador no
existía aún como república) reclamando para
sí el derecho sobre las zonas australes o del sur,
incluyendo la ciudad de Guayaquil. Fue así que, mientras
el Mariscal La Mar avanzaba con sus tropas por el interior, hacia
Cuenca, la corbeta peruana "La Libertad", capitaneada por el
Comandante Póstigo, inició un mal disimulado
bloqueo al golfo de Guayaquil.

Advertido de esta situación, el Gral. Juan
José Flores, desde Cuenca, ordenó al Gral.
Illingworth, Intendente de Guayaquil, que adopte las medidas
necesarias para romper el bloqueo y proteger a la ciudad.
Illingworth llamó entonces al Capitán de
Navío Tomás Carlos Wrigth y le encomendó la
misión de salir inmediatamente al encuentro del invasor,
para lo cual fueron armadas las corbetas "La Guayaquileña"
y "Pichincha".

El 31-AGO-1828, a la altura de "Punta Malpelo", cerca de
Túmbez, Wrigth avistó a la nave peruana, a la que
se acercó para exigir las explicaciones pertinentes
relacionadas con su presencia en aguas de Colombia, pero sus
requerimientos fueron respondidos por parte de la nave peruana
con el fuego de los cañones. Ante la inesperada y
traicionera acción peruana, Wrigth ordenó amarrar
la "Pichincha" a la "Libertad", y desde "La Guayaquileña",
a pesar de que la nave peruana tenía el doble de su calado
y el triple de sus cañones, inició un intenso
cañoneo al tiempo que pasaba con sus hombres al
abordaje.

En medio del fragor del combate estalló en la
"Guayaquileña" un gran incendio, circunstancia que fue
aprovechada por los peruanos para iniciar la huida, mientras la
tripulación de la nave siniestrada intentaba apagar el
fuego. La "Guayaquileña" sufrió tremendas
averías, y al terminar el combate, de una
tripulación total de 96 hombres, tuvo 60 bajas entre
muertos y heridos. Entre los sobrevivientes de esta heroica
jornada estuvieron el alférez de navío José
María Urbina, de 18 años de edad y el joven
guardiamarina Francisco Robles, quienes posteriormente
llegarían a ostentar el grado de generales y Presidentes
de la República, y Luis de Tola, quien años
más tarde sería Obispo Auxiliar de
Guayaquil.

Provocaciones del
Perú y causas de la guerra

La negativa rotunda por parte del gobierno del
Perú a pagar la deuda contraída por Colombia para
solventar los gastos de la independencia del antiguo Virreinato
de Lima, que en su parte fue acreditada por ciudadanos del
Departamento del Sur, como lo demuestra el siguiente texto del
informe del General Santander presentado al Congreso de 1826 "No
se ha podido concluir la liquidación de la deuda del
Perú en favor de la República, aunque Colombia es
la que se presenta como acreedora, ella es deudora a muchos
ciudadanos de los departamentos para auxiliar al
Perú."

El despido injustificado e injurioso del ministro
colombiano Armero en Lima, constituyó un acto de flagrante
provocación, y la última, la más grave de
todas, la detención indebida de Jaén y Mainas, que
sería la causa fundamental de la guerra de
1829.

El gobierno peruano envió en FEB-1828, como
ministro Plenipotenciario al señor José Villa, que
venía a contestar los cargos que le hacía Colombia
sobre los tres aspectos citado; mas Villa indicó que
venía solamente a presentar las satisfacciones sobre el
despido del ministro Armero y que no estaba autorizado para
tratar del pago de la deuda, la devolución de las
provincias de Jaén y Minas, lo que provocó el
reclamo airado de Colombia con un ultimátum que
decía: "El Libertador, pues, que como tal se ha consagrado
al bien de Colombia, ya que como Presidente de la
República es el custodio de sus derechos, no pudiendo ya
equivocarse sobre la injustas miras a que el largo padrón
de agravios mencionados pruebas que se adhiere el
Perú…"

Las ambiciones de los colombianos, CRNL José
María Obando y su segundo, CRNL López,
insurrecionaron a finales de 1828 los Departamentos de
Popayán y Pasto, en manifiesta insubordinación al
Libertador con afanes personalistas de poder y con el objetivo de
aislar al Departamento del Sur del resto de Colombia.

LA SUPERVIVENCIA DEL ESTADO GRACIAS A LA PRESENCIA
DEL PODER MILITAR

Los ejércitos peruanos al mando del cuencano,
General José La Mar, habían hollado suelo
ecuatoriano a fines de noviembre de 1828. Flores, al mando de su
ejército, conformado por la Tercera División
Auxiliar y pocos soldados existentes, como base de las fuerzas
para la defensa del sur, se encontraba en Cuenca reorganizando su
ejército, "para el 28-ENE-1829, en los alrededores de
Cuenca, Flores había puesto casi 5.000 hombres.
Allí estaban los batallones "Caracas", Cauca", "Rifles",
"Pichincha", "Quito", los Escuadrones Segundo, Tercer y Cuarto
del "Húsares", "Granaderos a Caballo" y "Dragones del
Istmo"; mientras que otro contingente compuesto por el
"Cedeño" el batallón "Ayacucho" y media brigada de
artillería, defendían al Puerto de Guayaquil. No
podía pedirse más al genio militar de un gran
general, cuando medita en la creación de esas fuerzas,
tiene que repetirse palabras como éstas: Si se dispone de
un ejército organizado por un general como Flores, ya se
puede vencer; con mayor razón, si lo mandan Sucre y
Flores".

El bloqueo del Golfo de Guayaquil por parte de la
escuadra peruana, concretamente con la corbeta "Libertad", a
partir de AGO-1828, se realizó en forma parcial y mal
disimulada.

De las acciones del ejército en Tarqui, cuya
esplendorosa victoria se dio el 27-FEB-1829 y las acciones de la
Armada Nacional hasta la liberación de Guayaquil
concluimos que el Poder Militar, con el Ejército en la
gesta gloriosa del 27-FEB-1829, y con la Armada Nacional
durante las acciones navales desarrolladas en el Golfo en ese
año
, ratifican su vital importancia, pues a él
se debe la existencia del Estado ecuatoriano cuya presencia
nacional cuando estaba amenazado uno de sus elementos, su
territorio.

La disolución
de la gran Colombia

El triunfo de las armas nacionales en el Portete de
Tarqui defendió la soberanía nacional y
consolidó la libertad e independencia de la Gran Colombia,
las armas nacionales rechazaron y vencieron la ignominia pero no
consiguieron cerrar las profundas divisiones intestinas
provocadas y originadas por políticos
ambiciosos.

Bolívar hacía grandes esfuerzos por
mantener la integridad colombiana. Habiendo el Libertador
convocado, con fecha 24-SEP-1829, a la Asamblea Constitucional
proyectada para el 02-ENE-1830, se encaminó a Colombia.
Llegó a Bogotá el 15-ENE-1830; tuvo la
satisfacción de instalar el Congreso con insólita
solemnidad, el día 20-ENE-1830.

El 08-MAY-1830, finalmente, tuvo lugar su solemne
despedida del Gobierno y del pueblo de la capital. En medio de
las calumnias con que se denigraba la reputación del gran
ciudadano y soldado, se hacían con presteza los
últimos preparativos para la separación de
Venezuela. Se celebró la Asamblea Constituyente en ABR y
MAY-1830.

El 24-ENE-1830, se instaló en Bogotá el
Congreso Constituyente, última asamblea Grancolombiana, el
cual mereció el nombre de "Admirable", tanto por la
categoría de sus miembros como por la sabiduría de
las disposiciones que dictó; pero resultó
extemporáneo para impedir la disolución.

Participaron en él, 32 granadinos, 10
ecuatorianos y 6 venezolanos. Presidieron el gran Mariscal de
Ayacucho y el Vicepresidente monseñor José
María Esteves, los que, al irse de comisión a
Venezuela, fueron reemplazados por Vicente Borrero, de Cali y
José Modesto Larrea de Quito.

El 13-MAY-1830, es, desde el punto de vista
geopolítico y considerando el ciclo vital de un Estado, la
fecha de nacimiento del Estado Ecuatoriano. Del análisis
realizado podemos concluir que el origen de la República
del Ecuador está íntimamente ligado al Poder
Militar, a sus hombres, a sus instituciones, a su capacidad, a su
doctrina y sobre todo a las virtudes militares de su pueblo,
manifestadas en la heroica resistencia de
Rumiñahui.

Vemos que nuestra historia es esencialmente militar, y
que el nacimiento del Estado ecuatoriano se debe a la fuerza de
las armas; pues, gracias a la espada victoriosa del Libertador, a
la magnanimidad de Sucre, a la capacidad política y
militar de Flores, los ecuatorianos, gracias al poder militar,
reveló al mundo civilizado la existencia de la
República del Ecuador como nación libre y soberana.
La trayectoria brillante del poder militar no se detiene durante
este momento histórico, pues su presencia es indispensable
para consolidar la república naciente.

El poder militar y su
aporte a la consolidación de la
República

El 14-AGO-1830, se reunió en Riobamba la primera
Asamblea Nacional Constituyente, con representantes de los
Departamentos de Quito, Guayaquil y Azuay, en ella, además
de la redacción de la primera Constitución del
Estado, se tributó un homenaje "de eterna memoria y eterna
gratitud" al Libertador, a quien lo proclamaron "Padre de la
Patria y protector del sur de Colombia".

El 11-SEP-1830, se aprobó la primera Carta
Fundamental del Estado, en la que se considera y legaliza la
existencia de la Fuerza Armada subordinada al Poder
Político
. Los individuos del Ejército y
Armadas están sujetos en sus juicios a sus peculiares
ordenanzas. El siguiente artículo destinado a la Fuerza
Armada considera: "Art.52: la milicia nacional que no se halle en
servicio no estará sujeta a la leyes militares, sino a las
leyes comunes, y a sus jueces naturales, se entenderá que
se halla en actual servicio, cuando esté pagada por el
Estado".

Ese mismo día y una vez aprobada y legalizada la
Constitución, se eligió al General Juan José
Flores, como el primer Presidente Constitucional del Ecuador, con
19 de los 20 votos posibles, además fue elegido
Vicepresidente José Joaquín Olmedo con 14
votos.

Se inició así el período floreano,
en el que Flores hace gobiernos esencialmente militares, pues
ejerce el poder apoyado en las gloriosas fuerzas que
habían independizado al Ecuador, pero es necesario
destacar que no sólo fue por la capacidad propia de Flores
que obtuvo la casi unanimidad en su elección, se
debió a que el pueblo ecuatoriano estaba absolutamente
consciente de que para desarrollar un proceso histórico
como Estado soberano que iniciaba el camino como tal y la
nación debía estar profundamente unida al Poder
Militar, era necesario e indispensable que el Poder Militar, a
través de su representante el Comandante en Jefe, sea el
elemento consolidador de la naciente república.

Fue el general Flores uno los más destacados
soldados de la época de la Independencia, a cuya causa
sirvió, sin interrupción, en campaña, desde
1814 hasta 1825. Desde este año hasta 1830 a la causa
Gran-colombiana, y después, hasta 1845 en el ejercicio del
poder en el Ecuador. Volvió al país en 1859 y
murió en 1864. En la primera época asistió a
43 acciones de armas y libró en el Ecuador, en Nueva
Granada y en la frontera del Perú 42 batallas y combates;
es decir, 85 acciones de guerra, habiendo obtenido grado por
grado sus ascensos desde cadete hasta General de División.
En 1835 la Convención de Ambato lo ascendió a
General en Jefe del Ejército, grado que se le
reconoció posteriormente, en Venezuela, su país
natal.

Flores, entonces representante del Poder Militar, cuando
naciera la república, no debe quedar la menor duda de su
desempeño, después de analizar el juicio del
Cervantes de América, Juan Montalvo, quien dice: "Flores,
Juan José Flores, soldado de Colombia, valiente de primera
clase en la batalla, condecorado por Bolívar; Flores, el
héroes del Portete; Flores, dueño del afecto de la
aristocracia de Quito, Flores, fundador de la
República".

Por consiguiente, es con Flores al frente del Poder
Político y del Poder Militar que el Ecuador inicia su
período histórico como República
Soberana.

LA OPOSICIÓN DEL PODER MILITAR ECUATORIANO AL
MILITARISMO EXTRANJERO

Es frecuente en nuestra historia la alusión,
entre despectiva y rencorosa, al militarismo, causa de tantos
males y desgracia en los primeros años republicanos, pero
la falta de conocimiento y la exageración dan lugar a
muchos errores de concepto. Por militarismo, entiéndase,
según la ciencia política, "el predominio del
elemento militar en el Gobierno" y en sentido más vulgar,
los abusos propios de la clase militar, despótica o
indisciplinada contra la sociedad puesta a su
custodia.

La separación del Sur de Colombia puso en manos
de Flores un ejército compuesto por unos dos mil efectivos
y conformado por unidades como el batallón "Quito", que
estaban integrados totalmente por ecuatorianos, que bajo la
autoridad de jefes competentes, como León de Febres
Cordero, Ignacio Torres, Antonio España, Juan B. Pereira,
Antonio Martínez Pallares, Sandes y Whittle, se fue
conformando con un alto grado de disciplina; pero la aguda crisis
fiscal y la falta de presupuesto, hizo que el ejército se
fuera disolviendo sistemáticamente; para evitarlo hubiera
sido necesario pagar el atraso en los haberes de oficiales y
tropa; además, el viaje a su patria de aquellos veteranos
de Colombia y Venezuela que combatieron por nuestra independencia
y la falta de dinero para esto provocó las tres
insurrecciones que tuvo que enfrentar Flores en sus primeros
años de gobierno.

En su tercer año de gobierno, los
periódicos de oposición, como el "Quiteño
Libre", no dejaron de publicar noticias falsas sobre supuestos
"abusos propios del militarismo". Nuestra historia no recuerda
militarismo más horrendo que el del ejército
restaurador antifloreano en 1834. Por otra parte, todos convienen
en que Flores fue siempre quien impuso la disciplina militar en
su ejército y quien escogía a sus oficiales
superiores; así, la elección de Otamendi en dos
momentos críticos no significa militarismo, sino
represión a sublevaciones militaristas, como en el caso
específico del General Urdaneta, quien víctima otra
vez de su genio aventurero, había perecido en
Panamá, fusilado en unión de varios conjurados y
del mismo CRNL Alzuru, que se había alzado con el
mando.

El Ejecutivo dispuso que todos aquellos batallones
sublevados que fueron derrotados por Otamendi, acudiesen en
perfecto orden al cuartel general, donde fueron disueltos y
borrados de la lista militar, en presencia de los que
habían permanecido fieles a la Institución, al
mismo tiempo, se expidieron licencias para el extranjero a
más de 150, entre jefes y oficiales, reos de haber violado
sus juramentos. De este modo terminó la gran
revolución que expuso a fracasar la nave del
Estado.

Concluida la revolución liderada por Urdaneta y
propiciada por el verdadero militarismo extranjero, son dos
sublevaciones más las que intranquilizaron al país,
con los mismos afanes, el sueño de reconstruir la Gran
Colombia. La primera fue propiciada por el glorioso
batallón Vargas. Agobiado por una situación
calamitosa se insurreccionó contra el gobierno
ecuatoriano, el 11-OCT-1832. Flores entregó raciones a los
insurrectos y canceló la suma de 5.698 pesos, con lo cual
433 hombres emprendieron la marcha hacia su
país.

Partes: 1, 2, 3, 4
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