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Estereotipos de Género (página 2)




Enviado por mario anderson moreno



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"Hacer justicia donde hay explotación
requiere reorganizar las instituciones y las prácticas de
toma de decisiones, modificar la división del trabajo, y
tomar medidas similares para el cambio institucional, estructural
y cultural" (Young, 1990)

Konlberg considera esencial comprender la estructura del
razonamiento frente a los dilemas morales En sus investigaciones
se centra en los razonamientos morales, es decir, en las razones
que tienen las personas para elegir una u otra acción. El
autor sostiene que la secuencia de etapas del razonamiento moral
es necesaria, y que se da en todas las culturas de la misma
forma, por lo tanto, se trata de una teoría
"universalisable".

Sobre este autor se ha discutido si las etapas del
desarrollo moral siempre siguen el mismo orden y si son
aplicables a todas las culturas; muchos teóricos sostienen
que las etapas morales descritas son sólo aplicables a los
hombres occidentales.

La principal objeción a esta teoría
proviene de Murphy y Gilligan, sostienen que al
responder dilemas morales, las preocupaciones y justificaciones
de muchas mujeres se abordaban con "otra voz moral" ya que se
enfrentan a los mismos dilemas molares pero desde otra
perspectiva.

Carol Gilligan mantiene que esto se debe a que en lugar
de concentrarse en el principio de justicia como hacen los
varones, las mujeres se mueven en el "principio del cuidado". Se
trata de una visión paralela al desarrollo moral que se
centra en el otro concreto y se basa en la no violencia, en no
generar daños a los otros.

En su acepción reciente más simple,
"género" es sinónimo de "mujeres". En los
últimos años, cierto número de libros y
artículos cuya materia es la historia de las mujeres
sustituyeron en sus títulos "mujeres" por "género".
En esas ocasiones, el empleo de "género" trata de subrayar
la seriedad académica de una obra, porque "género"
suena más neutral y objetivo que "mujeres".
"Género" parece ajustarse a la terminología
científica de las ciencias sociales y se desmarca
así de la controvertida política del feminismo. De
este modo, el término "género" incluye a las
mujeres sin nombrarlas y así parece no plantear amenazas
críticas, por lo tanto el uso de esta terminología
se puede considerar en cierto modo una búsqueda de la
legitimidad académica por parte de las estudiosas
feministas en la década de los ochenta.

Además, género se emplea también
para designar las relaciones sociales entre sexos. Su uso
explícito rechaza las explicaciones biológicas
atendiendo únicamente al sexo, Género parece
haberse convertido en una palabra particularmente útil a
medida que los estudios sobre el sexo y la sexualidad han
proliferado, porque ofrece un modo de diferenciar la
limitación que ofrece el "sexo" a los roles sociales
asignados a mujeres y hombres. De este modo, el género
pasa a ser una forma de denotar las "construcciones culturales",
el origen de los roles que se consideran apropiados para hombres
y mujeres provienen únicamente de la sociedad.

Por lo tanto, las identidades de las personas por
razón de sexo son totalmente subjetivas,
alejándonos del determinismo biológico.
Género es, según esta definición, una
categoría social impuesta sobre un cuerpo
sexuado.

Es en los años sesenta cuando realmente pueden
ubicarse los orígenes de la preocupación
experimental en las ciencias sociales por indagar en materia de
estereotipos de género, si bien la euforia investigadora
llegaría en los setenta. Algunas de las primeras
investigaciones sobre desigualdad entre hombres y mujeres fueron
las realizadas por Rosenkrantz, Broverman y sus colaboradores
hacia 1968. Como indicaron Ruble y Ruble los Psychological
Abstracts
americanos recogían únicamente 150
estudios relacionados con los roles sexuales en el año
1965, número que aumentaría a 500 en el año
1975.

Hasta los años setenta, la investigación
psicológica sobre las diferencias de sexo trató de
encontrar las diferencias entre sujetos de distinto sexo
así como las semejanzas entre los individuos que
pertenecen a un mismo grupo sexual. Fue la obra de Maccoby y
Jacklin, The Psychology of Sex Differences la que en
1974 y según Barberá (1991)

"marcará un hito en la investigación
al delimitar lo que había de mito y de realidad en los
estereotipos sexuales, respecto a la literatura aparecida con
anterioridad a 1970".

A partir de los años setenta, las aproximaciones
al problema fueron divergentes. Pastor y Martínez-Benlloch
(1991) diferenciaban cuatro perspectivas teóricas en el
estudio de las diferencias entre hombres y mujeres, que se
resumen aquí brevemente:

a) Teorías del desarrollo de los roles de
género: enfocadas a descubrir la importancia que tiene el
desarrollo infantil de la persona en la construcción del
yo y los roles de género que adopta. Se adscriben a esta
orientación las teorías del aprendizaje social, de
W. Mischel, las teorías del desarrollo cognitivo de l.
Kohlberg y el enfoque psicoanalítico de N.
Chodorow.

b) El interaccionismo simbólico: o
interpretación psicológica de la
significación de los símbolos sociales en la
interacción social. Uno de los abanderados de esta
perspectiva, es Erving Goffman, quien presta especial
atención a la publicidad al considerarla como un marco
escenificador de estos roles y de los estereotipos de
género.

c) Teoría del rol social. La explicación
de por qué varones y mujeres desarrollan diferentes
habilidades, actitudes y creencias y les son adjudicados roles
diferentes, es encontrada por esta teoría
básicamente en la división del trabajo. Dentro del
grupo de teóricos adscritos a esta tendencia de estudio
puede citarse a Alice H. Eagly, quien en 1987 publicó
Sex differences in Social Behavior: A Social- Role
Interpretation
. Eagly afirmaba que no sólo los roles
de género, sino también los estereotipos de
género tienen sus raíces en la división del
trabajo entre sexos.

d) Teorías socio-cognitivas: que explican la
organización de la realidad y las relaciones entre los
sexos, a partir de los procesos de categorización,
concretamente la bicategorización por el sexo,
cuya:

"…función dicotómica
universaliza la distinción y división del
género en dos clases y permite extender la
aplicación de esta lógica a campos y dimensiones
que se alejan de los criterios demarcadores de la
sexuación biológica"
(Pastor y
Martínez-Benlloch, 1991).

Autores que han trabajado en esta perspectiva son M.C.
Hurting y M.F. Pichelin.

En el estudio de los roles de género, Pastor y
Martínez-Benlloch (1991) proponen tres niveles de
análisis: la comparación entre roles, la
interacción entre ellos y sus consecuencias.
Comparación entre roles de aspectos como actividad
definida, prestigio o poder; interacción entre roles, por
ejemplo, entre el rol del trabajador y el rol parental; las
asociaciones positivas o negativas de estos roles; y las
consecuencias físicas y mentales de los roles para el
sujeto.

Todos estos niveles de análisis podrían
ser susceptibles de una investigación a partir de las
representaciones sociales en los medios de comunicación e
incluso, más concretamente, en la publicidad. Sin embargo,
la perspectiva ha sido exclusivamente psicológica y no se
han llevado a cabo estudios desde una óptica
multifocal.

Entrando en la conceptualización del estereotipo,
y siguiendo a Colom (1994), puede decirse que en el estudio de
los estereotipos de género se han diseñado dos
modelos teóricos: el clásico o descriptivo y el
cognitivo. El primero de ellos presta atención al
contenido de estos constructos mentales, mientras que el
segundo se interesa por el proceso de la estereotipia y la
estructura de los estereotipos.

CAPÍTULO III:

Roles de
género

Todas las sociedades se estructuran y construyen su
cultura en torno a la diferencia sexual de los individuos que la
conforman, la cual determina también el destino de las
personas, atribuyéndoles ciertas características y
significados a las acciones que unas y otros deberán
desempeñar –o se espera que
desempeñen–, y que se han construido
socialmente.

Los roles de género son conductas estereotipadas
por la cultura, por tanto, pueden modificarse dado que son tareas
o actividades que se espera realice una persona por el sexo al
que pertenece. Por ejemplo, tradicionalmente se ha asignado a los
hombres roles de políticos, mecánicos, jefes, etc.,
es decir, el rol productivo; y a las mujeres, el rol de amas de
casa, maestras, enfermeras, etcétera (rol reproductivo)
(INMUJERES, 2004).

De aquí surgen los conceptos de masculinidad y
feminidad, los cuales determinan el comportamiento, las
funciones, las oportunidades, la valoración y las
relaciones entre mujeres y hombres. Es decir, el género
responde a construcciones socioculturales susceptibles de
modificarse dado que han sido aprendidas. En consecuencia, el
sexo es biológico y el género se elabora
socialmente, de manera que ser biológicamente diferente no
implica ser socialmente desigual.

Lamas (2002) señala que "el papel (rol) de
género se configura con el conjunto de normas y
prescripciones que dictan la sociedad y la cultura sobre el
comportamiento femenino o masculino. Aunque hay variantes de
acuerdo con la cultura, la clase social, el grupo étnico y
hasta el estrato generacional de las personas, se puede sostener
una división básica que corresponde a la
división sexual del trabajo más primitiva: las
mujeres paren a los hijos y, por lo tanto, los cuidan: entonces,
lo femenino es lo maternal, lo doméstico, contrapuesto con
lo masculino, que se identifica con lo público. La
dicotomía masculino-femenino, con sus variantes establece
estereotipos, las más de las veces rígidos, que
condicionan los papeles y limitan las potencialidades humanas de
las personas al estimular o reprimir los comportamientos en
función de su adecuación al género".
Según Lamas, el hecho de que mujeres y hombres sean
diferentes anatómicamente los induce a creer que sus
valores, cualidades intelectuales, aptitudes y actitudes
también lo son. Las sociedades determinan las actividades
de las mujeres y los hombres basadas en los estereotipos,
estableciendo así una división sexual del
trabajo.

Al conocer el sexo biológico de un recién
nacido, los padres, los familiares y la sociedad suelen
asignarles atributos creados por expectativas prefiguradas. Si es
niña, esperan que sea bonita, tierna, delicada, entre
otras características; y si es niño, que sea
fuerte, valiente, intrépido, seguro y hasta conquistador
(Delgado et al., 1998). A las niñas se les enseña a
"jugar a la comidita" o a "las muñecas", así desde
pequeñas, se les involucra en actividades
domésticas que más adelante reproducirán en
el hogar. De acuerdo con estas autoras, estos aprendizajes forman
parte de la "educación" que deben recibir las mujeres para
cumplir con las tareas que la sociedad espera de ellas en su vida
adulta. En cambio, a los niños se les educa para que sean
fuertes y no expresen sus sentimientos, porque "llorar es cosa de
niñas", además de prohibirles ser
débiles.

Estas son las bases sobre las que se construyen los
estereotipos de género, reflejos simples de las creencias
sociales y culturales sobre las actividades, los roles, rasgos,
características o atributos que distinguen a las mujeres y
a los hombres. Los estereotipos son concepciones preconcebidas
acerca de cómo son y cómo deben comportarse las
mujeres y los hombres (Delgado et al., 1998).

Estas creencias, sin embargo, no son elecciones
conscientes que se puedan aceptar o rechazar de manera
individual, sino que surgen del espacio colectivo, de la herencia
familiar y de todos los ámbitos en que cada persona
participe.

Se trata de una construcción social que comienza
a partir del nacimiento de los individuos, quienes potencian
ciertas características y habilidades según su sexo
e inhiben otras, de manera que quienes los rodean, les dan un
trato diferenciado que se refleja en cómo se relacionan
con ellos, dando lugar a la discriminación de
género.

No obstante, es mediante la interacción con otros
medios que cada persona obtiene información nueva que la
conduce a reafirmar o a replantear sus ideas de lo femenino y lo
masculino.

LOS ESTEREOTIPOS Y LOS ROLES DE GÉNERO EN LA VIDA
ADULTA

Durante siglos, en la cultura latinoamericana se han
construido (igual que en otros contextos) estereotipos masculinos
que caracterizan a los hombres como proveedores del hogar, jefes
de familia y, en cierta medida, los que toman las
decisiones.

Cuando el trabajo productivo se considera
responsabilidad propia del varón, éste se encuentra
en posición de controlar y manejar los recursos
económicos y tecnológicos a los que está
estrictamente ligado el ejercicio del poder, tanto público
como privado. Por el contrario, el trabajo que la mujer
efectúa en el hogar es de consumo inmediato y, por ello,
invisible y no valorado económica ni socialmente
(Loría, 1998).

En el ámbito público surgen las acciones
vinculadas con la producción y la política, es
aquí donde se definen las estructuras
socioeconómicas de las sociedades y se constituye el
espacio tradicionalmente masculino. En contraste, el espacio
privado se reduce a la casa, cuyas acciones se vinculan a la
familia y a lo doméstico, y donde las mujeres tienen un
papel protagónico que no es valorado por la sociedad. Por
consecuencia, el sistema dominante "naturaliza" las relaciones
sociales de las mujeres y los hombres.

Precisamente uno de los ámbitos donde más
influyen los roles de género es en el familiar, y
específicamente en las relaciones de pareja. La Encuesta
sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares
(ENDIREH, 2003 y 2006) presenta en sus dos versiones
información valiosa acerca de las percepciones que tienen
las mujeres de sus deberes, responsabilidades y obligaciones en
el hogar, y del trato que deben recibir por parte de sus parejas
(ambas encuestas indagan si la entrevistada padece o no
situaciones de violencia de género).

Respecto a la opinión de las mujeres sobre los
roles de género, datos de la ENDIREH 2003 señalan
que 43 por ciento de las mujeres que no sufren violencia
contestó que "una buena esposa debe obedecer a su pareja
en todo lo que él ordene"; sin embargo, entre las que
sufren violencia por parte de su pareja, la proporción es
menor (36 por ciento). Esto podría evidenciar que la
obediencia hacia el esposo genera menos violencia en la pareja;
además de constatar que la asignación de los
estereotipos continúa vigente en nuestra sociedad y,
desafortunadamente, marcando pautas de conducta en detrimento de
las mujeres.

USO DEL TIEMPO

Al interior del hogar la división de tareas entre
mujeres y hombres es altamente diferenciada; es en este espacio
donde se vislumbran claramente los roles o estereotipos de
género construidos por nuestra cultura a lo largo de la
historia, y que se reproducen socialmente día con
día.

Algunos de estos estereotipos confinan a la mujer en el
papel de ama de casa y al hombre, en el de proveedor,
división que reduce a la mujer al ámbito privado y
deja al varón el dominio del ámbito público,
de lo cual se desprende la escasa participación
política y social de las mujeres (Loría,
1998).

Una reflexión basada en los resultados
proporcionados por ENRIDEH es que las mujeres, independientemente
de que trabajen o no en actividades remuneradas, participan en
mayor medida que los hombres en el trabajo doméstico.
Aunque pequeñas, existen algunas diferencias cuando la
mujer trabaja dentro y fuera del hogar. Por ejemplo, las mujeres
que no participan en actividades remuneradas dedican un promedio
de cinco horas más a la semana al trabajo doméstico
que las que sí trabajan fuera del hogar, y cuando se trata
del "pago de trámites y servicios", las horas semanales
que corresponden a las labores domésticas se incrementan
si trabajan fuera de casa.

Con excepción de la "reparación de bienes
o la construcción de la vivienda", las mujeres dedican en
promedio más horas semanales a las actividades
domésticas que sus parejas conyugales, siendo "la limpieza
de la vivienda" y el "cuidado de los hijos(as) y apoyo a otros
miembros del hogar" las que les demandan mayor inversión
de tiempo. Para las mujeres que no trabajan fuera del hogar, la
primera actividad les lleva 20 horas semanales y 16 la segunda; y
las que trabajan en actividades remuneradas, entre 15 y 12 horas,
respectivamente.

"Cocinar o preparar los alimentos" para la familia es
una labor que requiere de tiempo: las mujeres que no trabajan
extra domésticamente le asignan en promedio 15 horas, y
las que sí trabajan fuera del hogar, 12 horas.

Los varones incrementan su participación en las
labores domésticas cuando su pareja trabaja extra
domésticamente, debido quizás a una
distribución de tareas que intenta ser más
equitativa. Únicamente en el rubro "reparación de
bienes o construcción de la vivienda", es mayor el
promedio de horas que dedican los hombres cuya esposa o pareja no
trabaja por un pago remunerado.

OPINIONES Y CRITERIOS DE LAS MUJERES Y LOS HOMBRES
ACERCA DE SUS ROLES

Una de las fuentes importante que ha aportado datos
relevantes sobre los estereotipos de género son los de la
encuesta Observatorio sobre la Situación de la Mujer en
México 1999, donde en general los hombres opinan que "no
estarían dispuestos a dedicarse al cuidado de la casa
mientras que su esposa trabaja". No obstante, el porcentaje de
los que sí lo harían es mayor entre los más
jóvenes y los mayores de 45 años, que entre los de
35 a 44 años.

Asimismo, el comportamiento de las mujeres es semejante
en los cuatro grupos de edad, pues más de la mitad
opinó lo mismo. Sin embargo, la proporción de las
que "sí estarían dispuestas a que el hombre se
dedique al cuidado de la casa y la mujer a trabajar" es mayor
entre las generaciones más jóvenes. Estas cifras
refuerzan el argumento de que los hombres de 35 a 44 años
y las mujeres de 45 y más, tienen cierta
predilección por conservar los roles que les han sido
asignados por su sexo a lo largo de su vida.

Con respecto a la opinión acerca del rol del
"hombre como único proveedor del hogar", existe una mayor
aceptación entre los hombres que trabajan (42 por ciento)
que entre los que no lo hacen (39 por ciento). Es probable que
ante la necesidad de contar con otro ingreso en el hogar,
más hombres que trabajan consideren la pertinencia de que
otros miembros contribuyan al gasto familiar

De la misma forma llama la atención que del total
de las mujeres entrevistadas, un alto porcentaje rechaza la idea
de que "el hombre sea el único responsable de mantener el
hogar", postura que quizás revela su interés por
romper con el rol de amas de casa y compartir la responsabilidad
de los gastos de la familia con su pareja. Del total de mujeres
entrevistadas, 72 por ciento no está de acuerdo en que el
hombre sea el único responsable de mantener el hogar;
entre las que trabajan la proporción es de 80 por ciento,
y entre las que no trabajan, 68 por ciento.

LA PREFERENCIA POR EL SEXO MASCULINO O FEMENINO EN LA
ACTIVIDAD ECONÓMICA

Como en casi todos los ámbitos, los roles de
género están presentes también en el mercado
laboral en donde, como se sabe, participan más varones que
mujeres (aunque la participación económica femenina
ha ido en aumento). En 2006, la distribución en la
estructura ocupacional por sexo era de 63 por ciento varones y 37
por ciento mujeres. Las principales ocupaciones en las que se
desempeñan las mujeres son como comerciantes (vendedores y
dependientes), artesanas y obreras, trabajadoras
domésticas, oficinistas y empleadas en servicio, las
cuales concentran a 69 por ciento de las mujeres que
trabajan.

Además de estas actividades económicas
existen otras en las que las mujeres destacan, tales como
maestras y afines, empleos que se relacionan con su rol e
identidad de género. Del total de varones ocupados, 50 por
ciento se emplea principalmente como artesanos y obreros,
agricultores y comerciantes (vendedores y
dependientes).

Las ocupaciones que están sobre representadas por
el sexo masculino son las de operadores de transporte, obreros y
artesanos, supervisores y capataces industriales, agricultores y
mayorales agropecuarios.

El índice de segregación ocupacional por
sexo muestra la tendencia a que mujeres y hombres se empleen en
ocupaciones distintas. Flérida Guzmán señala
que "el enfoque de género permite explicar la existencia
de la segregación por sexo como una construcción
social donde el ser mujer u hombre tipifica sus respectivas
ocupaciones en el empleo, y al mismo tiempo, la clase de trabajo
que cada uno realiza es un factor de diferenciación entre
los géneros" (citado en "Ocupaciones femeninas no
tradicionales. Situación en el año 2000",
INMUJERES). Y agrega que en esta segregación por
género la cultura juega un papel determinante, pues lo que
en una sociedad puede considerarse una actividad propia de los
hombres, en otra puede tratarse de una actividad
femenina.

En el mercado de trabajo específicamente, la
segregación ocupacional por sexo significa que mujeres y
hombres se distribuyen de manera diferencial en la actividad
principal que ejercen. Según Guzmán, esto significa
una exclusión social de las mujeres porque se ubican, en
términos generales, en ocupaciones con menor estatus y
condiciones de trabajo desfavorables.

Así, las mujeres se concentran predominantemente
en las ocupaciones tipificadas como femeninas y los hombres en
las masculinas, vinculadas estrechamente con lo que significa ser
mujer y hombre y su "quehacer" construido socialmente, es decir,
no determinado biológicamente.

EDUCACIÓN Y DEPORTES

En la educación también se refleja el
estereotipo de los roles de género, pues el sexo masculino
se identifica más con profesiones que requieren de
esfuerzo intelectual pero también físico, y
relacionadas con la creación y/o planificación de
infraestructura y que se desarrollan en espacios abiertos en
donde participan en su mayoría otros hombres. A diferencia
de las mujeres que en su mayoría se identifican con
ciencias sociales, administrativas y ciencias de la
salud.

Otro espacio donde se observan importantes diferencias
en la participación por sexo en favor de los hombres es en
el deporte, y aunque la brecha se ha ido reduciendo hoy
día y numerosas mujeres deportistas han destacado en
diversos países, en general participan más los
varones.

En parte, se atribuye a que los estereotipos de
género, históricamente, han confinado a las mujeres
a la esfera privada, dentro del hogar, elaborando tareas que
sirvan para la reproducción del grupo familiar, lo que
impidió su participación en los espacios
públicos como los que ahora llevan a cabo en los deportes.
Y también porque algunas actividades deportivas requieren
de fortaleza física y por eso han sido estereotipadas para
el sexo masculino, aunque eso no significa que actualmente no se
estén rompiendo esos esquemas.

CAPÍTULO IV:

Estereotipos de
género y medios de comunicación

En nuestros días, la imagen de lo que son o deben
ser las mujeres y los hombres, o de lo que hacen según su
condición de género, está determinada en
buena parte por los medios de comunicación. Las
construcciones sociales realizadas por los medios de
comunicación son ideológicas –como
todas–, de manera que el resultado son representaciones de
mujeres y hombres que no corresponden del todo con la
realidad.

A lo largo de su historia, los medios de
comunicación han reproducido los estereotipos de lo
femenino y lo masculino mediante la emisión de contenidos
con representaciones sexistas, fortaleciendo con ello las
inequidades entre mujeres y hombres. Es así como los
medios continúan fomentando los roles tradicionales; por
ejemplo, en las revistas y en la publicidad, la imagen de la
mujer como objeto sexual es la que predomina y pese a la
intención de presentarla desarrollando sus dotes
profesionales, se continúa mostrándola más
preocupada por su aspecto físico que por el intelectual.
En cuanto a los contextos en que la colocan, insisten en
confinarla al ámbito privado, doméstico o familiar,
a través de los temas de hogar, moda, cocina y belleza;
mientras que a los hombres se les muestra preocupados por el
deporte, la tecnología, la política y las finanzas,
entre otros temas.

Sin embargo, es de sobra conocido que el poder de los
medios en la sociedad no se limita a reproducir los estereotipos
de género, pues cuando se trata de difundir
información seria y profesional –en cualquier medio
de comunicación– requieren tratarla con cierto grado
de objetividad.

Esto evidencia que los medios tienen la capacidad de
difundir las transformaciones sociales que están
ocurriendo en materia de equidad de género, lo cual puede
contribuir a que la población tenga mayor
aceptación a estos cambios, ya que los medios de
comunicación no sólo se conciben como agentes
generadores de estereotipos, sino también como promotores
de la diversidad, del multiculturalismo y sobre todo del cambio
que tiene que ver con la equidad de género.

Hoy en día es prácticamente imposible no
verse afectado por la imagen de los medios. Independientemente
del motivo de la imagen su objetivo es captar la atención
de todo aquel a quien le llega. En el libro "El poder de la
imagen" los autores Jesús J. Oya y Miguel A.
Suárez, hablando del fenómeno del cartel y su
imagen comentan:

"Un buen cartel debe ser accesible y perceptible en
décimas de segundo no solo porque su receptor es un
viandante que atraviesa el espacio-tiempo sin detenerse, pero con
facultad de retención, sino por el carácter
efímero de su presencia.[…] Se busca el impacto
visual".

Los medios de comunicación recurren
incesantemente a su poder de difusión, utilizando la
técnica de la repetición para una mejor
captación y memorización del mayor número de
personas posibles. En el campo de la comunicación y muy
especialmente el de la moda, utilizan el poder de la imagen de un
modo incesante, ya que "el modo de actuar y pensar de las
personas está condicionado por la imagen… el poder
de la imagen es un arma de doble filo; por un lado nos hace
más homogéneos e iguales, porque nos permite
compartir modas, productos y gustos y a su vez nos ofrece la
posibilidad de encontrar una identidad diferente y singular"
(Agustín y Tomas Domingo y Lydia Feitó) Esto crea
un conflicto, ya que hace que compartamos gustos, pero sin
embargo esto provoca que aparezcan todo tipo de elementos
estereotípicos en toda clase de persona: el hombre, la
mujer, el político, el americano, el homosexual, etc. Sin
embargo es el caso de la mujer que se ve especialmente afectada
por los medios de comunicación, en esta sociedad que es
primordialmente machista.

ESTEREOTIPO DE LA MUJER EN LA PUBLICIDAD:

La imagen de la mujer aparece en la publicidad en mucha
mayor proporción que la del varón, y sobre todo si
el anuncio tiene contenido sexual.

Una de las prácticas más habituales de la
publicidad desde sus comienzos ha sido reducir a la mujer a un
simple objeto, dentro de todo el contenido publicitario.
Presentan a la mujer de diversas formas, dependiendo del
contenido de los anuncios y del objetivo de estos. Las mujeres
adultas las presentan generalmente como amas de casa,
débiles, indefensas, dependientes (de un hombre), delicada
y sensible. Donde más aparece esta imagen de la mujer es
en los anuncios de detergentes, comidas y utensilios de uso
doméstico.

Otra imagen que da la publicidad de la mujer es la
típica "mujer diez", delgada, bella, de cuerpo
deslumbrante, seductora y sin identidad propia. Este tipo de
mujeres sólo pone su cuerpo y su belleza en el anuncio
publicitario al servicio de la satisfacción de los
hombres. Las empresas de bebidas alcohólicas y tabaco son
los que explotan esta imagen de la mujer en la publicidad. De
esta manera acentúan los aspectos negativos de la mujer
que no representan lo que es el género femenino en
realidad, a pesar de que muestren a la mujer como muy bella, como
se ha comentado antes. De esta manera se crean o se refuerzan
estereotipos que perjudican a la sociedad femenina.

LA UTILIZACIÓN DE LA MUJER CON UN SIGNIFICADO
SEXUAL.

Es utilizado como llamada de atención al sexo
masculino. Su imagen aparece simplemente como adorno o
vehículo de promoción del producto, pero eso
sí, siempre es una imagen que sirva como reclamo
erótico. Así pues, primero atrae la mirada del
espectador varón para luego centrarla en el verdadero
objeto del anuncio, la marca o producto publicitado. Generalmente
suele ser una mujer joven y bella, de proporciones exuberantes
que bien aparece desnuda o escasamente vestida. La mujer es
sólo un cuerpo, una pieza objeto de deseo del hombre.
Dentro de este grupo se puede hablar de dos tipos de
modelos:

LA MUJER COMO OBJETO DECORATIVO

La mujer como objeto decorativo muestra a la mujer como
un elemento más que forma parte del producto anunciado.
Como si el hombre al comprar el producto se lleva en todo el
"pack" al producto anunciado y a la mujer que lo anuncia.
Ofreciéndoles el sexo como premio por la compra de dicho
producto.

Un estudio sobre publicidad en prensa realizado por la
Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma
de Madrid en 1998 puso de manifiesto cómo en el 23'9% de
los casos la recompensa que se ofrece al consumidor del producto
anunciado es la satisfacción sexual (seguida de lejos por
el prestigio social, en el 13%, y la amistad, en el 4'3%). En el
40% de los anuncios, la mujer se presenta como objeto sexual. Y
es en la publicidad de alcohol y el tabaco donde en mayor
proporción la mujer se ofrece como un simple objeto de
consumo.

LA MUJER ESCAPARATE

Otra forma en la que la publicidad presenta a la mujer
en los medios de comunicación es como la mujer escaparate,
que consta en utilizar a la mujer de vínculo para
simbolizar el éxito masculino. Para el hombre la mujer
será tan solo como un trofeo. Según la
tradición machista de nuestra sociedad, cualquier hombre
que se precie ha de llevar al lado a una mujer de gran estilo,
belleza, signo externo de su riqueza. Así, la mujer, se
convierte en otra más de las posesiones que el hombre ha
de tener para significar su posición social.

El estereotipo de "mujer escaparate" es una
fórmula utilizada por la publicidad para presentar marcas
o productos destinados al consumo de los hombres que tienen o que
desean aparentar tener una clase social elevada y un alto nivel
adquisitivo. Estas son marcas que se encuentran con alto
prestigio dentro de la sociedad. Este estereotipo de mujer
tampoco tiene identidad propia, no es nada sin su
compañero todo lo que tiene lo ha conseguido a
través de él, es sólo el espejo en que se
reflejan las cualidades, virtudes y conquistas del
hombre.

Ejemplo de esto lo tenemos en los anuncios en los que
aparecen automóviles y mujeres preciosas. La forma de
presentación del anuncio invita a hacer una
comparación entre la belleza del auto y la de la mujer,
por lo que trata a ambos como objetos de deseo cuyos atributos se
pueden comparar. Esta doble imagen del carro y la mujer viene a
simbolizar que quien adquiera este vehículo (por supuesto
algún hombre), tendría la capacidad de adquirir a
la mujer.

Productos como los automóviles o las bebidas
alcohólicas, cuyo consumo se asocia al prestigio social
recurren a este tipo de argumentaciones utilizando a mujeres
despampanantes, delgadas con grandes pechos y llamativos
glúteos, acompañada de ciertas indumentarias que
marcan bien dicha anatomía y en ocasiones hasta sin
ningún tipo de indumentaria para que la llamada de
atención al hombre sea mayor. Este tipo de anuncios
también degradan a la mujer como persona, y manipulan a su
antojo la imagen de la mujer en la sociedad.

CAPÍTULO V:

Efectos de los
estereotipos de género

Antiguamente la mujer obesa era símbolo de
riqueza y de salud, esto se puede apreciar en monolitos
precolombinos o incluso en obras de arte dejadas por famosos
autores de la época como "Goya".

Sin embargo en la actualidad la delgadez es una
característica asociada con la prosperidad
económica, social, afectiva y profesional, Joseph Toro
psiquiatra de la universidad de Barcelona dice:

"Lo primero que decide una mujer cuando quiere cambiar
de vida o mejorarla es adelgazar. Se adelgaza cuando se sube de
clase social, mientras la gordura es sinónimo de abandono,
de fracaso y de falta de control. Entre los escolares, la gordura
se equipara con suciedad, estupidez, fealdad y
pereza".

Este es un cambio totalmente drástico,
podríamos decir que se ha visto sumamente influenciado por
los estereotipos creados por la publicidad y los medios de
comunicación sobre la mujer perfecta. Lo cual
también ha provocado en la sociedad femenina numerosos
complejos de apariencia los cuales conllevan a un compulsivo
consumo cosmético, obsesiones por las dietas y cierta
dependencia a la cirugía, por buscar una perfección
inalcanzable creada por los medios de
comunicación.

Dicha obsesión por ser como las mujeres
presentadas por la publicidad afecta de una manera preocupante en
el sector de la delgadez, el deseo de ser igual de delgadas que
estas mujeres pensando de este modo que podrían llegar a
ser igual de bellas que ellas, sin tener en cuenta en
ningún momento que dichas mujeres son excesivamente
delgadas. Estas obsesiones derivan en la necesidad urgente por
adelgazar acudiendo a las dietas en centenares de ocasiones sin
necesidad alguna de ello, lo que desgraciadamente en el mayor
número de los casos conlleva a problemas alimenticios como
la anorexia y la bulimia.

Con el objetivo de tener un cuerpo escultural y poseer
los cánones de la belleza que imperan en nuestra sociedad,
cada vez más personas se ven afectadas por enfermedades de
este tipo y cada vez hay más personas que rechazan a su
propio cuerpo, avergonzándose de él.

La publicidad transmite un modelo de mujer en el que la
mujer sólo se valora por su belleza y por su potencial
sexual y que solo vale para llamar la atención del hombre,
sobre el propio anuncio, y además la presentan como una
mujer feliz y contenta por aparecer en dicho anuncio. Esta
presencia de una mujer perfecta crea estereotipos acerca de la
mujer en la sociedad, lo cual es un factor negativo porque dichas
mujeres sólo representan la ficción del mundo de la
publicidad, no la realidad de la sociedad. Estos estereotipos
provocan en las mujeres el deseo de parecerse a las "mujeres
anuncio", no aceptando sus cuerpos como tales y provocando por
esta razón muchos más complejos.

DISCRIMINACION POR GÉNERO

La discriminación de género o sexismo es
un fenómeno social, puesto que son necesarias
representaciones de ambos sexos para que pueda darse esta
situación: no existe una igualdad de género a
partir de la cual denunciar la discriminación o
desigualdad. Al contrario: la base de este fenómeno es la
supuesta supremacía de uno de los
géneros.

Al tratarse de una elaboración social, el
género es un concepto muy difuso. No sólo cambia
con el tiempo, sino también de una cultura a otra y entre
los diversos grupos dentro de una misma cultura. En consecuencia,
las diferencias son una construcción social y no una
característica esencial de individuos o grupos y, por lo
tanto, las desigualdades y los desequilibrios de poder no son un
resultado "natural" de las diferencias
biológicas.

En términos estatales, el liberalismo ha apoyado
la intervención del Estado a favor de las mujeres como
personas abstractas con derechos abstractos, sin examinar estas
nociones en términos de género, dando lugar al
sexismo inverso. Adicionalmente, como es el hombre
hegemónico quien determina el derecho, esta disciplina
social ve y trata a las mujeres de la manera como los hombres las
ven y las tratan. Así pues, el estado liberal constituye,
de manera coercitiva y autoritaria, el orden social según
los intereses de los hombres como género, a través
de la legitimación de sus normas, la relación con
la sociedad y políticas sustantivas. En consecuencia, el
género se mantiene como una división de
poder.

Aunque las normas internacionales garantizan derechos
iguales a los hombres y a las mujeres, ésta no es la
realidad porque, por motivos de género, se les está
negando el derecho a la tierra y a la propiedad, a los recursos
financieros, al empleo y a la educación, entre otros, a
los individuos.

Por otro lado, en todo el mundo, tanto las mujeres como
los hombres trabajan. Sin embargo, las funciones que
desempeñan las mujeres son socialmente invisibles (se
toman menos en cuenta, se habla mucho menos de ellas, se dan por
hecho), ya que tienden a ser de una naturaleza más
informal. Adicionalmente, los hombres ocupan la mayoría de
las posiciones de poder y de toma de decisiones en la esfera
pública, dando lugar a que las decisiones y
políticas tiendan a reflejar las necesidades y
preferencias de los hombres, no de las mujeres.

Conclusiones

1. Los estudios feministas identificaron el
género como un constructo social creado por las sociedades
patriarcales con la finalidad de crear un sistema de relaciones
binario y segregado, donde el hombre ejerce un papel dominante y
la mujer está sometida a él. En este contexto, los
estereotipos son el instrumento utilizado por el sistema para
mantener dichas desigualdades. Este sesgo de género es
interiorizado en las propias identidades a través del
proceso de socialización creando unos patrones de conducta
diferenciados. Los estereotipos de género limitan el
desarrollo de la personalidad, tanto femenina como masculina, ya
que pretenden guiar el comportamiento de las personas reforzando
o reprimiendo determinados comportamientos o actitudes
dependiendo del sexo al que se pertenece.

2. Los estereotipos de género no sólo
afectan a mujeres, sino que también son los hombres los
que son afectados por estas construcciones sociales que en muchos
casos son negativos. Si bien es cierto por lo general la
víctima de los contenidos suelen ser las mujeres, los
medios de comunicación, no tienen reparo alguno en
presentar fórmulas y estereotipos con el fin de lograr el
objetivo de generar consumo.

3. Los estereotipos de género generan roles de
género, los cuales son frecuentemente aceptados en una
sociedad denominada falocéntrica, donde la mujer es
menospreciada por su condición y es concebida en torno a
la idea del hombre, es decir, la mujer existe como ser contrario
al hombre.

4. El exceso de importancia que se le confiere a la
belleza femenina es muy negativo en edades tan tempranas, ya que
puede generar gran frustración e inseguridad al no
alcanzar el ideal de belleza establecido o pudiendo incluso poner
en riesgo la salud. Los estereotipos de género tienen
influencia en este aspecto.

5. Para educar a las personas libres del mandato de
género, es fundamental formar y concienciar desde temprana
edad, ya que es difícil transmitir determinados valores si
no provienen de un convencimiento profundo el cual puede
generarse desde un inicio utilizando los contenidos adecuados y
por medio de canales adecuados, tales como la familia, la escuela
e incluso los medios de comunicación.

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(comp.) Ecología y feminismo, Granada, Ecorama,
1988.

DEDICATORIA:

A Dios, a mi familia

y a mis amigos y amigas

de la Escuela de

Ciencias de la
Comunicación

en la FACHSE

 

 

Autor:

Mario Anderson Moreno
Chilcón

UNIVERSIDAD NACIONAL PEDRO RUIZ
GALLO

FACULTAD DE CIENCIAS HISTÓRICO
SOCIALES Y EDUCACIÓN

Escuela Profesional De Ciencias De La
Comunicación

LAMBAYEQUE, DICIEMBRE DE 2011

Partes: 1, 2
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