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Guardianes de la noche, la memoria



  1. Parte
    1
  2. Parte
    2
  3. Bibliografía

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Parte 1

Armados con velas, faroles o linternas, según la
época, los serenos son los depositarios de una larga
tradición en la que la imaginación, cebada por la
noche, se transforma se una factoría de historias
inverosímiles, que sólo adquieren ese
carácter cuando el turno de trabajo termina al
amanecer.

La oscuridad, el silencio, la soledad y el miedo
contextúan a este oficio. No es de extrañar
entonces que sus desconfiadas miradas estén teñidas
de conspiraciones imposibles, de misterios que transforman en
realidad creencias populares y supersticiones que,
únicamente de noche y bajo la trémula luz de una
linterna, adquieren un status ontológico que sólo
el sol puede borrar.

Los serenos se mueven en un universo alternativo al
común de los mortales. En principio, desempeñan sus
tareas rompiendo con la herencia evolutiva que nos ha convertido
en animales diurnos, pretendiendo, con la rudimentaria
tecnología que les brinda una lamparita y un par de pilas,
combatir el desconcierto que a los humanos nos producen los
espacios oscuros. Sin luz. Es una lucha constante por erradicar
el "miedo a la oscuridad" y el "miedo en la
oscuridad
", que es el más común de sus
temores.

Los serenos son los guardianes de la noche que,
finalizado su horario de trabajo, devienen en trovadores de
la oscuridad
. En difusores convencidos de historias que
trascienden la creación individual y pasan a ser parte del
acervo colectivo de una comunidad. Sin saberlo, ellos solidifican
temores y prejuicios, valores y consejos que, enmascarados
detrás de sus fantasmagóricas experiencia,
mantienen (o al menos intentan mantener) el orden moral de una
localidad. En el fondo, sus fábulas nocturnas pretenden
dejar una enseñanza olvidada por la propia sociedad que
los contiene.

Traductores de temáticas ancestrales (tales como
la muerte, el olvido, la memoria, el amor y el dolor), los
serenos son personajes ideales a la vera de un fogón.
Oradores envidiados y sospechados. Expertos autodidactas en
leyendas urbanas que empujan la línea fronteriza que
separa la realidad de la ficción, volviéndola
endeble, poco rigurosa y móvil.

Capaces de convivir con esos dos mundos sin
inconvenientes ni contradicciones, el serenazgo naturaliza lo
fantástico transformando el universo en algo maravilloso,
casi medieval, en donde todo resulta posible sin conflictos
racionales, y en donde lo material y lo inmaterial se dan la mano
conviviendo sin problemas.

Gremio de vigilantes (no en vano se los conoce
también como "vigilantes nocturnos"), los serenos
acechan a las sombras y éstas los acechan a ellos en
cementerios, grandes hoteles, hospitales, fábricas y
escuelas, ruinas arqueológicas, dependencias
públicas y edificios modernos de última
generación. Todos éstos convertidos en verdaderas
usinas de leyendas gracias a las intervenciones de los personajes
que nos ocupan.

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Proveniente del latín "serénum",
término que a su vez deriva de "serum"
(tarde, noche), la palabra sereno alude, según la
Real Academia Española, a los encargados de rondar por las
noches con el objeto de velar por la seguridad de vecinos y
propiedades. Es por lo tanto, etimológicamente, una
actividad ligada a las penumbras. A esas horas en que los
contornos se desdibujan y la percepción se vuelve
incierta, abriendo mil interpretaciones capaces de romper o
alterar la cosmovisión dominante.

Como oficio, el de sereno no requiere mucho más
que resistencia al sueño y el manejo, más o menos
ducho de un arma de fuego, usada como elemento de
intimidación, disuasión o defensa. No se necesita
un alto nivel educativo y es, por ende, un trabajo no demasiado
calificado. Ajeno a los paradigmas científicos que rigen
nuestros días, el serenazgo, en principio,
conllevaría la condición de extrema credulidad,
volviéndose susceptible a interpretar ciertos
"sucesos" de un modo un tanto heterodoxo. De este modo,
los serenos se acercan a la herejía, al error, a una
desviada lectura de la realidad según lo marca la
ortodoxia, tanto científica como religiosa. Pensemos en
las interminables historias de fantasmas que este gremio nos ha
legado, y sigue legándonos a diario.

Claro que sería ésta una lectura sesgada
si no agregamos que la falta de una educación formal
prolongada no basta para explicar el fenómeno de la
difusión de "historias extrañas". Muchas
personas educadas, aún con títulos otorgados por
universidades de prestigio, creen a pie juntillas en cuestiones
referentes al "Más Allá" y demás
tópicos esotéricos (ovnis, telepatía,
precognición, telequinesia, etc.) de los que carecemos
–a pesar del tiempo transcurrido- de pruebas irrefutables
que certifiquen su existencia. Es una mera cuestión de fe
y, como tal, requiere de testimonios que la avalen. De testigos.
De profetas incomprendidos a los que inútilmente se los
puede convencer de lo contrario; al punto de acentuar sus
convicciones cuanto más se los refuta o se les pide una
explicación racional.

Es más fácil creer que pensar. Y
este es un caso emblemático. Síntoma de un cambio
de época y refugio de la desazón y falta de
confianza a una ciencia que prometió el paraíso y,
a la postre, trajo muy poco. Alguien dijo que el fin del mundo no
sobrevendría con una explosión, sino con una largo
gemido. ¿No serán las historias de serenos parte de
ese lánguido sollozo, anunciando la vuelta al pensamiento
mágico de antaño y el fin de un positivismo
engreído que creyó poder explicarlo
todo?

Probablemente le estemos diciendo decir a los serenos
más de lo que dicen en realidad; pero vale la pena pensar
unos minutos en el tema. De otro modo quedaría sin
explicación el motivo por el cual docenas de programas de
televisión con temática paranormal los tienen como
principales protagonistas e informantes.

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En más de una ocasión sostuvimos que el
contexto engendra significado. Que el ambiente y sus
características morfológicas y físicas
condicionan la manera de aprehender historias, rumores y
leyendas; máxime cuanto estás tienen como actores a
seres del "otro mundo".

El contexto de trabajo de los serenos es de por
sí muy particular. La noche sigue siendo un territorio que
no dominamos completamente. Un simple corte del fluido
eléctrico bastaría para reconocer nuestra
electrodependencia e incapacidad para lidiar convenientemente con
las sombras. Tras la destrucción permanente de toda fuente
de energía eléctrica nos bastaría apenas
unos días para retrotraernos al siglo VIII. Volver al
medioevo sin posibilidades de adaptación. Basta con
observar el comportamiento de la gente cuando se corta la luz:
las leyes se diluyen y el comportamiento antisocial se impone. El
miedo desplaza todos los derivados de la luz artificial, y los
serenos conocen a la perfección dicha situación. De
alguna manera viven entre las sombras que engendran sus creencias
y alimentan sus nutridas anécdotas.

Crípticas historias emergen de las supuestas
"raras" experiencias que los serenos viven. Pero ellos mismos
suelen ser tan crípticos como los relatos que cuentan y
dicen protagonizar. No es sencillo acceder a sus testimonios. Un
mundo de temores y sospechas se levanta, en principio, entre el
entrevistador y el entrevistado, conduciendo muchas veces a no
poder consignar con todas las letras el nombre y apellido de
éstos.

Sostienen que no quieren ser "escrachados", ni
correr el riesgo de perder el trabajo por comentarios fuera de
lugar o infidencias propias del oficio. Pretenden que el
anonimato los proteja y que las burla irónicas no los
alcancen. La historia queda así resguardada y flotando en
un anodino limbo de incertidumbre. Tal vez en esto último
resida el encanto de sus relatos. En la incertidumbre. En la
vacilación que provocan. En la difícil tarea (por
no decir imposible) de confirmarlas sin ninguna duda.

Cuestión de fe. De confianza.

Pero eso no basta, a menos que se evite probar la
existencia objetiva de esos hechos y se salte al campo del
simbolismo y de la historia de mentalidades, para empezar a
desentrañar el imaginario de la sociedad que los produce
(que es donde debemos bucear para darles el sentido que nos
permita considerarlos partes del patrimonio intangible
de la sociedad).

Cuando de historias de fantasmas se trata, no nos cabe
la menor duda, los serenos constituyen la punta de un ovillo que
nos conduce a un universo cultural rico e interesante que nos
habla de aquellas cuestiones que, desde siempre, nos quitan el
sueño.

Parte 2

Damas de todos los colores rondan por las noches en
diversas partes del mundo. Hoteles, hospitales, cementerios y
castillos las tienen por conspicuas
moradoras.[1]

Las hay etéreas y gráciles, inmutables
ante los sucesos y "testigos" que las rodean, como si desearan
expresar una histeria femenina, sobrenatural, aún
después de muertas. Pero también están las
otras. Más concretas, corpóreas e interactivas,
capaces, según las leyendas, de asustar, e incluso atacar,
a sus circunstanciales espectadores.

Adoptan diversos nombres según los países.
Toman características locales y expresan, con su eterno y
agónico deambular, los problemas propios de una comunidad
que, normalmente, suelen ser problemas de carácter
universal, adaptables a cualquier contexto histórico y
geográfico. En suma, revelan cuestiones propias de los
seres humanos, y no tanto de los fantasmas, que es el grupo al
que estas damas pertenecen. Espectros que protagonizan decenas de
rumores e historias, en más lugares de los que uno
imagina.

Novias abandonadas en el altar, viudas que no terminan
de procesar nunca su duelo, maestras que extienden sus
responsabilidades docentes más allá de la vida
biológica o compungidas niñas de la alta sociedad
que mueren en la flor de la vida, alimentan el folklore,
asustándonos cuando baja el sol, denunciando pecados,
reclamando atención o cumpliendo tareas y promesas
inconclusas durante su paso por la tierra.

Estos fantasmas son también la expresión
de conflictos sociales y de tabúes imposibles de ser
exteriorizados directamente. Enuncian problemáticas y
temores que necesitan metamorfosearse en historias
verosímiles, construidas colectivamente. Por eso son
importantes. Los fantasmas, en nuestro caso concreto, las
"damas de blanco", dicen mucho más de lo que a
primera vista puede parecer.

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Hubo una época (allá por la década
de 1960) en que los "especialistas" en fenómenos
paranormales sostenían que los cementerios eran sitios
inocuos, lugares carentes de manifestaciones fantasmales, sin
"actividad residual" y, menos que menos, almas en pena
que interactuaran con serenos y vigilantes nocturnos. Por
entonces se preferían las mansiones victorianas, los
hoteles antiguos o los consabidos castillos medievales, por ser
éstos los más susceptibles a convertirse en los
indispensables escenarios de tragedias y dramas; que, como indica
la costumbre, son necesarias para que se generen fantasmas. No
hay que olvidar una larga tradición que nos informa que
los asesinatos, accidentes, suicidios y muertes violentas de todo
tipo, tienen un efecto especialísimo (y misterioso) sobre
el contexto del drama y el alma del difunto; obligando, al
primero, a quedar "encantado" y reduciendo, al segundo,
a ser un espíritu descarnado y deambulante que cruza, una
y otra vez, la línea que separa a los vivos de los
muertos. De esta manera, lo fantástico se convierte en una
categoría maravillosa de la realidad. Una realidad en la
que todo es posible.[2]

Pero, ¿por qué, entonces, no
sucedería lo mismo con los cementerios?

La respuesta se desprende de un prejuicio nunca
comprobado (y durante algún tiempo considerado como algo
"lógico" por los obispos de lo irracional).
Según los cazafantasmas de los "60, al cementerio se llega
hecho cadáver. El espíritu del muerto ha quedado en
otro lado (en el de la tragedia). Por ende, los camposantos
sólo serían un reservorio de generaciones de
cuerpos más o menos olvidados. Cuerpos secos.
Vacíos.

Pero la tradición oral (tan llena de elementos
irracionales como la anterior) contradijo esta tajante
afirmación de la "academia paranormal"; y son los
testimonios de serenos y vigilantes de cementerios los que la
refutaron. Ellos afirman, sin dudar la mayor parte de la veces,
que "cosas raras" ocurren en nuestras necrópolis,
especialmente por la noches. Y que esas rarezas son posibles
porque, si bien no es lo más común, ha habido
crímenes y suicidios en los cementerios. Esto
habilitaría al alma de las víctimas a rondar por el
lugar e identificarse con él. Pero el lado morboso del
asunto no se queda sólo en tragedias de ese tipo. Hay
otra, muy explotada por la imaginación: un accidente que,
como veremos, alimentó uno de los temores más
extendidos (y exagerados) que tiene la cultura occidental: el ser
enterrados con vida.

De las muchas historias protagonizadas por damas
espectrales, abundantes y variopintas, de carácter
continental, nacional y hasta barrial, decidimos en este trabajo
elegir una muy poco conocida, de la que tuvimos noticia hace un
mes en el cementerio de la Chacarita de la ciudad de Buenos
Aires. En aquella oportunidad, mientras recorríamos un
sector abandonado y aislado de la necrópolis
porteña, conocimos a un miembro del servicio de vigilancia
que no tuvo inconvenientes en relatarnos, escuetamente, una
historia que concuerda con muchas de las que circulan en
distintas partes del mundo.

He aquí la transcripción completa de esa
escueta entrevista.

"Esto hace «miles de años» que
está abandonado. Hace rato
", exageró un
miembro del servicio privado de vigilancia del cementerio de la
Chacarita al verme deambular por un sector apartado del
camposanto. "No está permitido caminar por acá.
Es peligroso
", alertó no bien estuvo a mi lado.
"Hay afanos y saqueos. Gente que se esconde y queda dentro
del cementerio después de que éste cierra.
Inclusive roban de día. Hace unos días a una
viejita que traía flores. No es conveniente que ande por
acá
". Afanan de todo y no se puede hacer
gran cosa. Esto después de que cierra es tierra de nadie.
Pero yo estoy en el turno mañana. De noche no me quedo ni
loco
…".

Entonces me animé a preguntar por los consabidos
fantasmas de la tradición oral.

"Sí que hay fantasmas",
respondió. "Los muchachos cuentan que los ven
caminando. Ven a alguien por delante de ellos y cuando con las
linternas los alumbran, desaparecen… Además, te
llaman por tu nombre. En este sector y en todos lados. En tierra
mucho más. Por ejemplo, en el sector donde está la
tumba de los padres del gobernador Scioli hay una garita y,
ahí, te llaman por tu nombre. También ven pasar,
entre las bóvedas, mantos negros, sombras. Y
después está una viuda que la enterraron viva, y
más tarde falleció acá adentro. Esa se pasea
de blanco todas las noches. Aparece entre las dos y tres de la
mañana. Una hora. Todas las noches se pasea. Todos los
días la ven. Dicen que vos la ves y, de pronto, no la ves
más y se te aparece al lado tuyo. Le han sacado fotos,
pero salen todas borrosas. Sólo el dibujo
(silueta)
de la mujer. Pero adentro no se ve nada. Tiene los ojos
brillantes como los gatos. Pero ya ni miedo le tienen. Algunos la
invitan a tomar mate: ¡Che, vení a tomarte unos
mates! ¡Haceme compañía!, le dicen…
Pero acá los peligrosos son los chorros, no los fantasmas.
De noche afanan de todo, sobre todo bronce. A los vivos hay que
tenerles miedo
".[3]

En el universo nocturno de los serenos de la Chacarita,
los incidentes sobrenaturales que, según los testimonios
acontecen en el predio, se insertan (a la hora de construir
qué es lo real) en lo que Algirdas Greimas y
Joseph Courtés llaman "un acuerdo
intersubjetivo
".[4] En ese pacto el valor de
la verdad queda condicionado por los discursos concordantes que
los serenos transmiten y retroalimentan noche tras noche. De este
modo el rumor se va consolidando y, pasado un tiempo, puede que
se solidifique y convierta en una leyenda, que la larga
duración
mantendrá vigente cada vez que el sol
se ponga detrás de los muros del cementerio. Pero para que
el "acuerdo" pueda concretarse deben darse una serie de
condiciones en las que, "la forma del relato", el arte
de narrar y de escuchar, como así también el
contexto de la narración, constituyen variables más
que importantes a tener en cuenta.

La primera condición que se observa es la
necesaria mezcla de realidad y fantasía que el relato debe
tener. No basta referir al fantasma. En lo posible hay que darle
un marco geográfico e histórico (o
pseudo-histórico) concreto, para que el efecto sea
contundente.

En otros lugares de Buenos Aires, como en el cementerio
de la Recoleta o la Iglesia de Santa Felicitas del barrio de
Barracas, las "damas de blanco" que allí
deambulan tienen nombre y apellido: Rufina Cambaceres, en el
primer ejemplo (afectada, según el relato, por un ataque
de catalepsia y muerta en su ataúd tras despertarse en la
cripta donde habían depositado su cuerpo, en 1902); y
Felicitas Guerrero, en el segundo (asesinada por un celoso
pretendiente en 1872). Estos datos precisos, tanto en la
identidad, época y lugar de las tragedias
(fácilmente determinados en la narraciones más
completas), tal vez sean la clave del éxito para que hayan
sobrevivido en la tradición oral porteña, y sean
repetidas día tras día por legiones de guías
de turismo en sus tours nocturnos (o de los otros).

La situación de la ambigua "Viuda-Dama de
Blanco
" de la Chacarita es un tanto diferente.

Ella es un ser anónimo. Carece de prosapia. No
tiene un linaje específico. No hay apellido de renombre,
ni apodo. No hay nada. Es sólo una mera presencia sin
rostro. Una figura, "un dibujo sin nada adentro"
(cuentan los serenos), idéntico a los que se pintan para
representar y recordar a los muertos-desaparecidos de la
dictadura genocida de los años ´70. Posiblemente
éste sea el aspecto más importante, ya que puede
relacionarse con los denominados "tópicos de
quiebre
"[5], tan comunes en muchas historias
de fantasmas y que expresan los valores dislocados de una
sociedad; como la mentira, la violencia, la tortura y la
mismísima violación de los derechos
humanos.

¿Es, acaso, la viuda blanca, un solapado
reclamo por la(s) identiad(es) perdida(s)? ¿Una
metáfora inconciente del intento de asesinato de la
memoria
, perpetrado por los gobiernos militares y ciertos
sectores civiles?

Tal vez.

No creo que sea ésa una lectura descabellada, si
el propósito del folklore es expresar,
espontáneamente, las características propias de la
identidad de un grupo. Y la falta de memoria ha sido (hasta hace
muy poco) una nota esencial de los argentinos. En este sentido,
las apariciones espectrales en el cementerio,
constituirían una verdadera paradoja puesto que las
necrópolis han sido (y son), por excelencia, los espacios
simbólicos más representativos de la
preservación de la memoria (individual y social). Por otra
parte, en una época como la nuestra, donde cada vez menos
gente visita los cementerios, sería lógico suponer
que la "viuda blanca" no es más que un grito de
culpas colectivas. Un resabio de viejos rituales olvidados. Lo
poco que queda de un culto a los antepasados que, a través
de una historia de fantasmas, reclama una urgente
actualización.

La soledad y el olvido se transfiguran en damas
espectrales. Por eso, en el relato del vigilante, los serenos
toman la posta y dicen con voz propia lo que en definitiva ellas
mismas reclaman: "Vení, haceme
compañía
".

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En un cementerio, en gran parte olvidado, una residente
fantasmal demanda un recuerdo cariñoso. Somos nosotros
mismos luchando contra el miedo a la nada y a la tendencia de no
visitar más a nuestros
muertos.[6]

Una condición necesaria para que historias como
la de la Dama de la Chacarita perdure en el tiempo es su
verosimilitud. El relato tiene que ser creíble.
Pero en una trama protagonizada por un fantasma, la empresa puede
volverse un tanto complicada. No es lo mismo crear verosimilitud
con un relato que refiere a ratas mutantes o cocodrilos en las
alcantarillas (leyendas urbanas extendidas en muchas partes) que
construirla a partir de un alma en pena que, taciturna, vaga por
un cementerio. De todas maneras, los relatos de los serenos
marchan en esa dirección. Pretenden ser
verosímiles; y el mencionado efecto se consigue por medio
de una serie de técnicas propias de la
oralidad.

En primer lugar, haciendo referencia a que
"todos" los empleados la han visto "todas" las
noches y "siempre" a la misma hora ("entre las dos y
tres de la madrugada
"). En segundo lugar, contextualizando
la aparición en sectores específicos, reconocibles
("cerca de la tumba de los Scioli"), del
cementerio.[7] Y por último, convirtiendo
el "hecho" en algo que se ha vuelto de lo más
común y al que ya muy pocos le tienen miedo.

El fantasma de la Viuda Blanca se incorpora así a
la realidad cotidiana. Se naturaliza. Borra las fronteras que
deberían existir entre lo real y lo irreal, entre la
historia y la ficción, que se mezclan en un pastiche
creíble, alimentado por aspectos culturales propios de un
determinado sector socio-educativo, una difundida y
mediática "New Age" (que nos trae de vuelta un pensamiento
mágico) y, por supuesto, la necesidad de aferrarse a algo
trascendente al alcance de la mano, sin elucubraciones
teológicas o demonológicas demasiado sutiles y
complicadas.

Hay mucho de trasgresión en estas historias . De
rebeldía al paradigma vigente. Y también una matriz
original (o unidad semántica básica) que algunos
investigadores creen encontrar en antiguas leyendas coloniales,
como es el caso de "la llorona"; que arrastran una
enmascarada y larga tradición de misoginia que hace que
los fantasmas de blanco sean, precisamente, damas.

Horror antológico a ser enterrados vivos.
Empecinamiento por ser recordados. Exaltación de un
individualismo censurado por el olvido. Miedo a la muerte y un
aparente odio/temor a las mujeres (vistas como brujas vengativas,
espectros solicitantes, sirenas libidinosas, etc.), son algunos
de los tantos aspectos que la Dama de Blanca de Chacarita
trasunta a través de la voces, muchas veces
anónimas, de esos trovadores nocturnos que
llamamos serenos.

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Autor:

Fernando Jorge Soto
Roland(

MAYO 2012

Buenos Aires, Argentina,

[1] Véase: Soto Roland, Fernando
Jorge, La Dama del Viena. La permanencia de los fantasmas. El
caso del Gran Hotel Viena. Disponible en Web:
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/la_dama_del_viena.htm

[2] Véase: Soto Roland, Fernando
Jorge, Casas encantadas. Disponible en Web:
/trabajos91/casas-encantadas/casas-encantadas

[3] Informante: vigilante diurno, sin datos,
c. 40 años. Fecha: abril de 2012. Lugar: cementerio de
la Chacarita. Archivo oral del autor.

[4] Véase: Greimas, Algirdas y
Courté, Joseph, Semiótica. Diccionario razonado
de la teoría del lenguaje, Editorial Gredos, 1982.

[5] Véase: Terrón de Bellomo,
Herminia y Angulo Villán, Florencia (directoras),
Fantasmas de Jujuy, Apóstrofe Ediciones, Jujuy, 2011,
Pág.18.

[6] Véase: Soto Roland, Fernando
Jorge, El Cementerio de la Chacarita. Abandono, tumbas y
fantasmas. Disponible en Web:
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/el_cementerio_de_la_chacarita.htm

[7] Nota: Hace unos años, un canal de
televisión de Buenos Aires, pasó una
filmación de una supuesta “dama de Blanco”
en la Chacarita, visitando la tumba del General Juan D.
Perón.

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