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Historia de la Cultura Cubana (1838-1878) (Parte 2)




Enviado por Ramón Guerra Díaz



  1. Resumen
  2. Educación, los
    cubanos frente al integrismo
  3. Desarrollo de la letra
    impresa

Resumen

En esta segunda parte hacemos un acercamiento al desarrollo
de la educación en la colonia de Cuba durante el
período estudiado, sus logros y limitaciones, destacando
el papel que la misma juega en el desarrollo de una conciencia
nacional. En el mismo sentido abordamos el desarrollo de las
publicaciones periódicas en la Isla de Cuba, sometida a la
férrea censura del sistema colonial que no permitía
el tratamiento de los temas políticos que incluía
el abolicionismo y las ideas liberales como temas
tabúes.

Educación,
los cubanos frente al integrismo

La Sección de Educación de la Sociedad
Patriótica de La Habana había sido la gestora de
una fructífera labor en la enseñanza a lo largo de
casi sesenta años tratando de mejorar el panorama
educacional de la isla. Con los fondos privados sostenían
escuelas, pagaban maestros, pero sin instrumentar un programa
general para las necesidades educacionales de la población
de Cuba.

En 1842 se promulga la Ley de Instrucción
Pública para Cuba y Puerto Rico, que reglamenta y
sistematiza la enseñanza en estas colonias, constituyendo
el primer programa de estudios en la historia de Cuba. La Ley
regula los tipos de enseñanza: primaria y universitaria,
incluyendo en la segunda una preparatoria para los estudios
superiores.

La educación pasó a ser una
responsabilidad del estado español, recesando la Sociedad
Patriótica en estas funciones. La centralización,
que beneficia a la enseñanza al crear un sistema,
seguía un programa político que tiene por objetivo
desplazar a los criollos de una esfera tan importante como la
formación del ciudadano, imponiendo el gobierno
metropolitano un programa de marcada tendencia integrista y que
con rapidez se burocratizó y estancó, por el
nombramiento para los cargos necesarios a funcionarios más
interesados en la reputación y las ventajas del puesto que
por los intereses de la educación en la
colonia.

Con la centralización los peninsulares desalojan
a los criollos de su dirección y guía,
creándose a lo largo del país Comisiones
Provinciales de Instrucción y en las localidades otras
similares, sufragadas por los respectivos
ayuntamientos.

Particular impacto tuvo la Ley en la Universidad de La
Habana, bastión del conservadurismo de los dominicos, casi
todos criollos, y que habían formado a varias generaciones
de intelectuales y profesionales de Cuba.

La secularización de la Universidad fue un anhelo
de la burguesía liberal del país, que necesitaba
atemperar esta institución a las nuevas necesidades de los
tiempos, sin embargo las reformas del gobierno español
fueron un intento de barrer con toda influencia criolla en esta
alta casa de estudio.

Desde 1837 el secretario de la Dirección de
Estudios del gobierno español, comunicó al
Capitán General Miguel Tacón, que preparara las
condiciones para la securalización de la Universidad de
San Jerónimo que estaba en el plan general de la Corona
para expropiar los bienes de la órdenes religiosas en el
reino y no tenía nada que ver con la reforma y
modernización de la universidad habanera por la que tanto
clamaban los intelectuales de la isla.

Al recibir la orden, el Intendente de Hacienda, Claudio
Martínez Pinillo, Conde de Villanueva,[1]
pone sobre aviso a los dominicos y retiene la orden mientras
estos traspasan sus propiedades a manos criollas. El 31 de
octubre los religiosos abandonan el Convento de Santo Domingo,
donde la Universidad seguirá funcionando bajo el nombre de
Universidad Literaria de La Habana, con un rector español,
el primero desde su fundación. El claustro siguió
siendo mayoritariamente criollo lo que garantizó que la
institución siguiera respondiendo a los intereses del
país.

En el aspecto docente la securalización
significó el destierro del escolastismo como método
de enseñanza y la introducción de ideas nuevas en
una institución con varios siglos de atraso.

La Universidad de La Habana tenía en esta
época cuatro carreras, Jurisprudencia, Cirugía,
Medicina y Farmacia, con un promedio de 450 alumnos entre 1851 y
1862, según datos de Jacobo de la Pezuela. El Seminario
San Carlos pese a la calidad de su enseñanza, otorgaba
grados menores y formaba sacerdotes.

Tras la promulgación de la Ley de
Instrucción Pública los resultados no fueron muy
alentadores, el número de escuelas aumentó poco y
el progreso de la educación no pasó de la
legislación administrativa. Las estadísticas de
1847 lo demuestran: 286 escuelas y 11 033 niños
matriculados, 7 351 de ellos en escuelas privadas, con un
presupuesto de 47 mil pesos, fundamentalmente donativos privados
y recaudaciones de los
ayuntamientos.[2]

El Capitán General José Gutiérrez
de la Concha propuso recaudar los fondos para la educación
de la Lotería, las peleas de gallo, las corridas de toros
y otros renglones del juego, tan en boga en Cuba. La Corona no
aprobó su propuesta.

Otra negativa real fue para el Decreto del mismo
gobernante con relación a la organización de un
Seminario para Maestros (Escuela Normal) (1852), objetivo que
logra en 1857 al abrir la Escuela Normal en el convento de San
Francisco de Guanabacoa. Esta escuela forma parte de un proyecto
del gobierno español para preparar a los maestros que
fueron capaces de crear en sus educandos una conciencia
integrista y monárquica, que contrarrestaran la influencia
de los colegios criollos que venían trabajando con
éxito en la formación cultural, científica
ética y patriótica de la juventud. Labor en la que
sobresale el pedagogo cubano José de la Luz y
Caballero.

Con el auge cultural y económico de la isla,
fueron surgiendo, principalmente en La Habana, buenos colegios
privados que formaban a los hijos de la burguesía criolla.
Entre estos sobresalen, la Academia Calasanca, el Colegio Buena
Vista, el San Cristóbal o Carragüa y El Salvador,
todos en la capital. Los jesuitas abren nueva escuela en La
Habana en 1854 y los Escolapios hacen otro tanto en la misma
década. Antítesis de las escuelas criollas fueron
los colegios La Unión y San Fernando, formadores de la
mentalidad integrista en sus alumnos.

En Matanzas los hermanos Guiteras fundan el colegio La
Empresa y en Regla, José Alonso Delgado funda el
célebre colegio San Francisco de Asís,
sobresaliente por la calidad de su claustro y la posterior fama
de sus alumnos, tales como Raymundo Cabrera, Enrique José
Varona, Rafael Montoro, Gabriel de Zendegui y José de
Armas, entre otros.

La figura más sobresaliente de la
pedagogía cubana en el siglo XIX, lo fue José de la
Luz y Caballero, quien se propuso formar la conciencia de la
juventud criolla a través de los métodos más
novedosos de la pedagogía de su tiempo y la solidez del
conocimiento científico.

En el tiempo en que José de la Luz y Caballero
desarrollaba sus concepciones pedagógicas, el pensamiento
en Cuba estaba encadenado –a pesar del esfuerzo de Varela-
al sistema memorístico, censura de la Iglesia y de la
Corona y sujeción a las autoridades
literarias.[3]

Por eso la tarea esencial de la pedagogía
desarrollada por este excepcional maestro criollo, fue lograr la
independencia del pensamiento, a través de vías y
métodos para enseñar a razonar, investigar y
desarrollar el amor a la patria y la educación moral del
ciudadano.[4]

Con su método explicativo, consolidó la
razón frente al escolastismo y el mecanicismo, dando a sus
alumnos los conocimientos, no en forma de conceptos acabados,
sino interpretativa y experimental, para estimular su
pensamiento.

Como maestro enseñó filosofía y
dirigió el colegio San Cristóbal, en el que
inaugura la cátedra de química. En 1834 presenta un
proyecto para crear un Instituto Cubano para la enseñanza
de las ciencias, idea que no fue aprobada por el gobierno
español.

En 1848 funda su colegio El Salvador, el más
moderno de su época en Cuba y en el que se aplicaron los
mejores métodos de enseñanza y se desarrollaron las
"pláticas de los sábados", con temas
polémicos y debates que enriquecieron la cultura y
desarrollaron el talento de sus alumnos.

El colegio El Salvador fue la culminación de su
ideario pedagógico, la maduración de su pensamiento
y el proyecto más progresista y liberal de la
burguesía criolla en materia de pedagogía. A sus
aulas acudieron alumnos de todo el país que en
régimen de interno recibían las enseñanzas
con los métodos de Luz y Caballero, hasta que el gobierno
español, temeroso de su influencia lo cierra en
1860.

José Martí al referirse a José de
la Luz y Caballero dice que "(…) a solas ardía y
centelleaba, y se sofocó el corazón con mano
heroica, para dar tiempo a que se le criase de él la
juventud con quien se habría de ganar la libertad que solo
brillaría sobre sus huesos"[5]

El censo de 1860 presenta una pequeña
mejoría de la educación en el país, motivado
principalmente por las disposiciones del Capitán General
José Gutiérrez de la Concha y el interés de
particulares y los ayuntamientos. Existían 285 escuelas
municipales y 179 privadas, con una matrícula general de
17 519 alumnos de ellos 10 251 en escuelas
públicas.[6]

En 1863 se publica el Plan General de Estudios para la
Isla de Cuba, impulsado por Concha y basado en la Ley de
Instrucción Pública de 1857, que establece la
división de la enseñanza en pública y
privada, la primera dirigida por el gobierno de la isla pero
sufragada por los ayuntamientos, en tanto la segunda era costeada
y dirigida por particulares pero con la aprobación y
supervisión de los programas por el gobierno
colonial.

Se establece la obligatoriedad de la enseñanza,
implantándose una multa para el que no mande a sus hijos a
la escuela, que no era gratuita, sino que debían pagar una
retribución por el derecho a recibir la
enseñanza.

La dirección de la enseñanza estaba en
manos de la Junta Central de Instrucción, que revisaba los
programas de las escuelas privadas y aprueba la creación
de nuevas escuelas.

En razón de la Ley se crearon cuatro institutos
de Segunda Enseñanza, en La Habana, Matanzas, Puerto
Príncipe y Santiago de Cuba. En ellos se preparaba a los
educandos para cursar carreras de agrimensura, perito mercantil y
perito químico. Para matricular en dichos institutos se
hacían exámenes de ingreso y debían tenerse
nueve años como mínimo.

El Plan de estudio en la Primaria comprendía las
asignaturas de: Doctrina Cristiana, Historia Sagrada, Principios
de Gramática Castellana y Ortografía,
Aritmética, Nociones de Agricultura, Industria y/o
Comercio según la localidad.[7]

Ese año de 1863 el número de escuelas
elementales se elevaba a 577 y los alumnos llegaban a 21
283.[8]

A pesar de su mejoría la educación en el
país sigue siendo fundamentalmente para los hijos de la
clase dominante, que se educaban en los mejores colegios y
podían completar su educación en Europa y los
Estados Unidos.

El grueso de la población libre apenas aprende
las primeras letras y con un poco de suerte podía elevarse
algo más, pero las duras condiciones de vida y la
rígida estratificación racial y clasista no daban
margen a mucho. En 1861 el analfabetismo entre la
población blanca era de un 70 % y entre la de color,
libres y esclavos era superior al 95
%.[9]

Durante la década del 40 comienzan a aparecer
sociedades culturales y de recreo dedicadas a promover no solo
programas de esparcimientos entre sus socios, sino también
programas educacionales y culturales.

En 1844 se funda el Liceo Artístico y Literario
de La Habana, precursor centro de difusión y
promoción de la cultura de su tiempo. En su primera
directiva aparecen los nombres de, José María
Herrera, Conde de Fernandina; José Luís Alonso,
Marqués de Montelo; Ramón Pintó, principal
activista de esta institución y el naturalista Felipe
Poey. Entre sus asociados se contaban relevantes figuras de la
sociedad habanera como, Antonio Bachiller y Morales, Rafael
María Mendive, Federico Edelman y muchos otros que dieron
brillo a las actividades del Liceo.

El Liceo auspició cátedras de literatura,
arte, derecho, comercio y ciencia, a cargo de profesionales muy
capacitados. En sus salones se representaron óperas y
dramas, actuados por socios, lo que no excluyó la calidad
de las puestas.

En otras localidades se fundaron similares instituciones
que tenían a la burguesía criolla como principal
animadora. El Club de Matanzas (1859), el Liceo de Guanabacoa
(1861); los liceos de Matanzas, Puerto Príncipe y Pinar
del Río, en la década del 60 y el de Regla, en
1878.

También es la década del 40, surgen las
sociedades de socorro mutuo, formadas por artesanos, operarios de
imprentas, tabaqueros e inmigrantes españoles pobres.
Estas sociedades incorporaron además las actividades de
instrucción y recreo.

Con el inicio de la guerra por la independencia se
produce una creciente de integrismo[10]que impulsa
la creación a partir de 1869 de los Casinos
Españoles, instituciones de instrucción, recreo y
beneficencia al igual que sus similares criollos, en realidad
fueron estimulados a organizarse para agrupar a los partidarios
del mantenimiento del régimen colonial, apoyando los
funestos Cuerpos de Voluntarios y estimulando la represión
de las ideas independentistas.

La red de casinos españoles creció entre
1869 y 1873 siendo el promotor principal el de La Habana, tras el
cual se fundaron los de Santiago de las Vegas, Santiago de Cuba,
Manzanillo, Gibara y Nueva Gerona, entre otros.

Al casino pertenecían aquellos que tuvieran
intereses en el comercio colonial o capital en los negocios de la
oligarquía española en la isla. Sus miembros lo
eran también del Cuerpo de Voluntarios o
contribuían a costearlo y el presidente del casino era
oficial de voluntarios.

En la década del 60 surge una tradición
cultural que ha dejado una profunda huella en la cultura popular
cubana, la lectura de tabaquería. Fue el asturiano
Saturnino Martínez, estimulado por Nicolás
Azcárate quien inicio esta hermosa tradición de
pagar un lector para que instruyera con sus lecturas a los
tabaqueros mientras torcían el habano. En 1865 en los
talleres de El Fígaro aparece la lectura hecha por el
más preparado de los torcedores y pagado por sus propios
compañeros. Jaime Partagás acogió la
iniciativa y la estableció en su fábrica y ya en
1866 las principales fábricas de La Habana y los pueblos
cercanos contaban con un lector de tabaquería, que
incluía la lectura de la prensa y de obras literarias,
pese a la oposición de algunos incluyendo el Diario de la
Marina.[11]

Durante la contienda de liberación fue
preocupación de los insurrecto la alfabetización de
sus compañeros de armas y la enseñanza de los
niños, pero pese a los esfuerzos individuales de hombres
como Rafael Morales, Carlos Manuel de Céspedes y muchos
otros, no pudo organizarse, dada la violencia y las dificultades
de la lucha, un sistema regular de enseñanza.

Desarrollo de la
letra impresa

Este período se caracteriza por un gran auge en
el desarrollo de la imprenta en Cuba, se introduce la prensa
mecánica que aumenta la productividad de estos talleres de
impresión permitiendo no solo un alto aumento de las
tiradas de los periódicos en la isla y la expansión
de la palabra escrita a otros lugares del país, sino
también un notable auge de publicaciones de libros y
folletos de temas literarios, científicos y
utilitarios.

En cuanto a la publicación de literatura, es la
poesía la que lleva la mejor parte con más de cien
obra publicadas en el período que va de 1820 a 1839,
cifras que se incrementan al publicarse en la década de
los cuarenta del siglo XIX 117 títulos, solo de
poesía, lo que da una idea del creciente interés de
los lectores y de la capacidad de impresión que se va
alcanzando en el país.[12]

La distribución de los libros era un mecanismo
más difícil dada la poca demanda, el alto
índice de analfabetos y semianalfabetos, más del 60
% de la población y un poder adquisitivo concentrado en
una minoría de la población. "En menos de un
decenio. El costo promedio se redujo en un 50% (…) la
producción en ciertos géneros se
duplicó".[13]

La tirada de libros en la década del cuarenta del
siglo XIX podía llegar a 500 ejemplares, el impresor no
asumía los costos de distribución, que era
realizada por los autores; ellos asumían la entrega de los
ejemplares a personas interesadas, la mayoría por obsequio
o la venta a menor precio que su costo, lo que hacía la
publicación de libros un negocio no rentable, que
podían hacer personas de buena solvencia económica
o con apoyo de amigos para la empresa.

Muchos autores acudían a la publicación
por suscripción comprometiendo a un grupo de personas a
adquirir el libro más barato si asumían parte de su
costo de producción y/o acudiendo a la publicación
de la obra por parte.

Pese a ello el interés por los libros fue
creciendo en la medida que se producía una
elevación del nivel cultural de los grupos pudientes,
impulsados por las tertulias literarias y las instituciones
culturales como los liceos, sociedades benéficas,
científicas y la poderosa Sociedad
Patriótica.

En el decenio de los cuarenta del decimonónico,
La Habana contaba con once librerías[14]ya
separadas de las imprentas, su lugar de nacimiento, y que
comercializaban novedades bibliográficas de Cuba y el
extranjero, a más de distribuir profusamente las
publicaciones culturales, cada vez más abundante, a pesar
de la censura colonial.

Por esta misma época había en la isla
imprenta en nueve ciudades de la isla, siendo las más
activas en estos trajines de la letra impresa: La Habana,
Matanzas, Santiago de Cuba, Puerto Príncipe y
Trinidad.

En la década del cincuenta se consolida la
poligrafía en Cuba, varias ciudades tienen
periódicos y revistas, se producen libros y folletos de
diversos temas y los dueños se preocupan por mejor sus
talleres y equipos, apareciendo los primeros periódicos
comerciales del país, apoyados en el auge económico
que tiene la isla. La cultura, aunque con fuertes restricciones
de censura se vale también de este influyente medio de
divulgación.

En 1855 se publica en la imprenta habanera Tiempo un
libro de versos de José Fornaris que incluye "Los
cantos del siboney
", versos que alcanzaron una gran
popularidad entre sus coterráneos al extremo de hacerse
cinco ediciones en un breve espacio de tiempo, algo sin
precedente en Cuba.

Otro éxito editorial, aunque en más largo
plazo, lo constituyó la novela costumbrista "Una feria
de la Caridad en 183…"
de José Ramón
Betancourt, publicada originalmente en su Puerto Príncipe
natal (1841) y reeditada en 1856, 1858 y 1859 en La Habana, dada
su aceptación entre los lectores.

Pero el título criollo de mayor venta en el siglo
XIX fueron las "Fábulas Morales", escrito en versos por
Francisco Javier Balmaceda, publicada originalmente en 1858,
reeditada en 1860, 1863 y otras quince ediciones hasta 1893;
declarado libro de texto para escolares en Cuba y Puerto Rico.
Con ediciones en Estados Unidos y
Colombia.[15]

A pesar de los esfuerzos de las autoridades
españolas por impedir el desarrollo de la imprenta en Cuba
y a las dificultades culturales que impedían una
rápida expansión del periodismo, este
continúo su desarrollo de forma gradual; a cada solicitud
de fundación de un periódico o revista
respondía con negaciones, dilaciones y trabas
burocráticas con el objetivo de impedir esta
expansión, que a pesar de todo se produjo.

Entre tanto los periódicos ya establecidos
modernizaron sus equipos con prensa de vapor, mucho más
productivas, ampliando las tiradas; el aumento del formato de
cinco a siete columna de textos, abaratamiento del costo por
ejemplar con el consiguiente crecimiento del valor social del
periódico en la sociedad
criolla.[16]

Aparecieron periódicos que sobrepasaron los mil
ejemplares diarios y los más modernos llegaron a tiradas
de 7 500 y más. La creación de un periódico
se convirtió en una empresa rentable, a lo que
contribuyó el incremento de los anuncios comerciales en
las páginas del diario. La política estaba vedada
para estos medios, que debían atenerse a la censura
oficial, so pena de ser clausurados o
mutilados.[17]

Los principales periódicos de este período
fueron, El Noticiosos y Lucero, El Faro Industrial de La
Habana (1841) Y El Diario de la Marina (1844
), que se
convertiría en el periódico más importante
de la colonia, defensor incondicional del estatus colonial de
Cuba.

Otros periódicos de la isla de relevancia en el
período fueron: La Prensa (1841) de tendencia
integrista pero abierto a las colaboraciones de los criollos:
Diario de Avisos (1844-1845), de contenido
económico-literario; El Fanal (1844) impreso en
Puerto Príncipe; El Orden (1850), de Santiago de
Cuba, fusionado luego con El Redactor, para dar paso a
El Diario Redactor (1850), diario de tendencia liberal y
La Hoja Económica (1845-1855) en
Cienfuegos.

Las publicaciones literarias siguieron ocupando un
importante lugar en la cultura de la época, aunque la
mayoría de los diarios tenían secciones para la
literatura. El romanticismo más cursi ocupó
espacios en las páginas habaneras de la décadas de
los 30, 40 y principios de los 50, cuando se produce una
reacción al mal gusto gacetillero.

Sobresalen entre las publicaciones propiamente
literarias la revista El Colibrí (1847-1848),
dirigida por Andrés Poey y Ildefonso Estrada Zenea, era
una publicación quincenal para damas; El Artista
(1848-1849), publicación del Liceo de La Habana, que tuvo
una profusa lista de colaboradores que incluye los más
renombrados escritores de la isla en ese momento. En 1852 Rafael
María de Mendive lo saca por segunda vez por breve
tiempo.

Los años 50 del decimonónico fueron
espacio para la aparición de novedosas revistas como
Las Flores de las Antillas (1852) que aparece brevemente
y en la que hay una voluntad de superar la cursilería
predominante, además de su elegante y buena
tipografía. La Revista de La Habana (1853-1857),
El Almendares (1853), La Guirnalda Cubana
(1854), Brisas de Cuba (1855-1856), Floresta
Cubana
(1855-1856), que dará paso a La
Piragua
; El Cesto de Flores (1856), La
Civilización
(1857), El Liceo de La Habana
(1858-1860), La Habana (1858-1860) y El
Kaleidoscopio
(1859). A falta de publicaciones
políticas, estas revistas y periódicos culturales
reflejan el quehacer de la intelectualidad de la época,
con veladas alusiones a la identidad del terruño y sus
verdaderos sentimientos patrios, Tuvieron en su mayoría
una corta publicación porque en su mayoría eran
costeadas por los propios redactores y colaboradores.

En el momento de auge del romanticismo criollo,
década del sesenta del decimonónico, proliferaron
las revistas culturales en la isla, principalmente en La Habana,
en la que se desarrolla una animada vida intelectual reafirmadora
de identidades, pero ingeniosamente encubierta tras el velo
artístico literario.

La presencia de Gertrudis Gómez de
Avellaneda[18]en La Habana es todo un
acontecimiento y no dejó pasar el momento para dejar su
huella en las letras criollas al fundar la revista
artística literaria Álbum Cubano de lo Bueno y
los Bello
(1860), con una importante plantilla de
colaboradores, entre quienes se contaban, Luisa Pérez de
Zambrana, Enrique Piñeyros y Juan Clemente
Zenea.

Otras revistas de relevancia en el período
fueron, Cuba Literaria (1861) dirigida por José
Fornaris y José Socorro León; la Revista
Habanera
(1861) de Juan Clemente Zenea, publicación
que se destaca por la profundidad de sus ensayos crítico y
una acentuada cubanía que provoca su cierre en 1865;
Ensayos Literarios (1862), El Correo Habanero
(1863), Camafeos, de los esposos Zambrana; Revista
del Pueblo
(1865) y Revista Crítica de Ciencias,
Artes y Literatura
(1868), dirigida por Néstor Ponce
de León.

Dos revistas científicas datan de estos
años germinales, Anales de la Real Academia de
Ciencias Médicas, Física y Naturales de La
Habana
(1864) y Repertorio Físico-Natural de la
Isla de Cuba
(1865), dirigida por Felipe Poey.

Las publicaciones literarias de la década del 70
fueron escasas a causa del conflicto armado, siendo destacables
la revista La Infancia (1872-1874), Cuba y
América
(1871), editada en New York, que
posteriormente se llamará La América Ilustrada
(1872-1874). También aparecen en esa ciudad de Estados
Unidos las revista cubanas, El Nuevo Mundo (1871-1876) y
El Correo de Nueva York (1873).

La expansión de la imprenta en el interior de la
isla nos va diciendo a cerca de la necesidad de
comunicación además de la consolidación de
capital y cultura en determinados núcleos poblacionales.
Son citables en estas décadas los periódicos,
La Alborada (1856) y El Alba de Villaclara
(1862) de Santa Clara; La Abeja(1856) de Trinidad, con
un perfil literario; El Duende (1856) de Matanzas;
El Ariguanabo (1861) de San Antonio de los Baños;
El Destello(1861) de Guanajay; Album
Güinero
(1862) de Güines; La Luz (1862)
de Holguín; La Abeja(1863) de Santiago de la
Vegas; La Esperanza (1864) de Guanabacoa; El
Despertador
(1866) de Bejucal y La Fe (1868) de
Regla.[19]

El periodismo político estaba prohibido en la
isla y no encontrará cabida en la isla, salvo los intentos
clandestinos de Eduardo Faccioso que logró sacar tres
números de su periódico independentista, La Voz
del Pueblo Cubano
(1852) hasta que fue detenido y condenado
a muerte.

Las divergencias políticas entre criollos y
peninsulares venían agudizándose desde la llegada
del capitán General Miguel Tacón, ganando fuerza
durante los años de auge de la corriente anexionista
apoyada por sectores de la burguesía criolla. Esto
provocó un auge de publicaciones políticas cubanas
editadas en el exterior y con limitada circulación en
Cuba.

En el exterior se publicaron diversas revistas y
periódicos de filiación separatista, dirigidos a la
población de la isla y a la emigración. El centro
principal de este periodismo fue los Estados Unidos, país
en el que aparecen diversos órganos de prensa, entre
ellos, La Verdad (1848-1853), editado en Nueva York y
con una segunda época entre 1854-1860, pero esta vez desde
Nueva Orleáns; El Filibustero (1853-1854), El
Cubano
(1852-1854),) y El Cometa (1855), todos de
tendencia anexionista y con edición en Nueva York. En
estos dos últimos colaboró Miguel Teurbe
Tolón, uno de los publicistas cubanos más tenaces
en el exterior.

El pensamiento independentista encuentra resonancia en
periódicos como, El Eco de Cuba (1855-1856) y
El Independentista (1853), impreso en Nueva York y Nueva
Orleáns respectivamente.

Todos estos periódicos eran de limitada tirada y
mínimos recursos, lo que determina una vida efímera
de los mismos, aunque circularon en Cuba de manera clandestina y
profusa. Su contenido estaba compuesto, en la mayoría de
los casos, de discursos y artículos referidos a la
situación política de la isla y a las actividades
de estos grupos en el extranjero.

El periódico El Siglo fundado en 1862
fue adquirido un año después por el Partido
Reformista criollo que lo convirtió en su tribuna para
alcanzar concesiones políticas dentro del marco legal que
le brindaba el régimen colonial español. Al
adquirirlo el periódico fue modernizado cambiando su
diseño al aparecer en formato de ocho columnas, lo que
constituía una novedad tipográfica en
Cuba.

En 1865 comienza a publicarse La Aurora,
periódico de tendencia reformista, dedicado a los
tabaqueros, primero que se dedica a un sector de los trabajadores
de la isla.

Con el inicio de la guerra se incrementa el
número de publicaciones independentistas en el exterior,
principalmente en los Estados Unidos. Entre las más
connotadas están: el Boletín de la
Revolución
(1868-1869), Diario Cuba (1870),
La Independencia (1873-1880), El Pueblo
(1875-1876), Voz de la Patria (1876-1877) y La
Revolución
(1868-1876), esta última la
más importante publicación de la emigración
cubana durante este período, dirigida por Rafael
Merchán y con un prestigioso grupo de intelectuales
cubanos colaborando con él, todo publicados en Nueva York.
La Libertad (1869) se edita en New Orleáns,
dirigido por Francisco Agüero y en Cayo Hueso, El
Yara
(1878)

En otras partes del mundo los cubanos crearon
publicaciones para ayudar a la causa independentista:
Bulletin de la Revolution Cubaine, destine a la presse
francaise
(1871), dirigido por Ramón de Armas y
Céspedes en París.: Las Dos Antillas
(1875), editado en Santo Domingo y El Eco de Yara
(1876), en Barranquilla, Colombia.

En la zona insurrecta se publicaron los
periódicos, El Cubano Libre (1868), fundado por
Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, dirigido por
José Joaquín Palma. Luego de la evacuación
de Bayamo por los cubanos, reaparece meses después en
Güimaro, a cargo de Ramón Céspedes y Fornaris,
este periódico publicó el texto de la Primera
Constitución de la república de Cuba en Armas;
El Mambí (1869) edita en Güimaro por Ignacio
Mora y La Estrella Solitaria (1869) impresa en
Camagüey y dirigida por Rafael Morales. Al crearse el
Gobierno de la República en Armas edita su
Boletín de Guerra (1873-1877), impreso en
Camagüey y que al final de la guerra salió como La
República. Funcionaba como la Gaceta Oficial del
Gobierno insurrecto.

"En los periódicos mambises aparecían
partes de guerra, informes de los combates, (…) disposiciones
del Gobierno en Armas, leyes de la República,
artículos y poemas de encendido patriotismo. Eran el
parque ideológico de la Revolución; educaban,
orientaban, animaban a los heroicos soldados de la libertad. La
imprenta estaba en los campos; se imprimía en apartadas
aldeas, en bohíos, en cuevas o a lomo de
mulos."[20]

En las ciudades de Cuba el enfrentamiento
ideológico entre independentistas e integristas
alcanzó su punto más alto durante el breve
período de libertad de imprenta decretado por el
Capitán General de la isla, Domingo Dulce, el 10 de enero
de 1869 y suprimida el 12 de febrero del propio año. La
avalancha de folletos, boletines, hojas sueltas y
periódicos opuestos al colonialismo asustó a las
autoridades y a los integristas atrincherados en los
conservadores Diario de la Marina, La Prensa y la Voz de
Cuba
(1868), fusionados estos dos últimos en
1870.

Otro periódico integrista lo fue El Moro
Muza
(1859) creado por Juan Landaluce Villega y en el que
aparecen las caricaturas anticubanas creadas por él, entre
las que se cuenta el personaje de Liborio, que
paradójicamente devino en el símbolo del pueblo
cubano.

En el período de libertad de imprenta
surgió el periódico La Verdad (1869),
dirigido por Néstor Ponce de León, que unía
un suplemento humorístico titulado "¡Fuera Caretas!
Sainete o fin de fiesta de La Verdad" en el que
fustigaba los males de la colonia de manera directa y sin
compromisos.

Entre los cientos de publicaciones habaneras de este
breve período de libertad de imprenta son de destacar dos
pequeñas publicaciones: El Diablo Cojuelo y
La Patria Libre, en los que aparecen los primeros
escritos políticos del José Martí, apenas un
adolescente.

 

 

Autor:

Ramón Guerra Díaz

[1] El Conde de Villanueva lidera al grupo
criollo que aboga por reformas para el mejoramiento del
país, dentro de status colonial y fue un oponente
abierto al mandato del Capitán General Miguel
Tacón y desde su puesto de Intendente de Hacienda hizo
todo lo posible por sacarlo del poder.

[2] Ramiro Guerra y otros, Historia de la
Nación Cubana, T. IV, 1952

[3] Perla Cartaya Cotta, La Polémica
de la Esclavitud. José de la Luz y Caballero,1988,
p.54

[4] Ídem

[5] José Martí, Obras
Completas, Tomo 5, p. 271, 1972

[6] Ídem

[7] Berta M. de la Cruz, Apuntes sobre la
historia de la enseñanza de la botánica en las
escuelas primarias”, ponencia, 1985

[8] Ídem nota 2

[9] Jorge García Galló,
Bosquejo General de la Educación en Cuba, 1974

[10] El integrismo en Cuba era una
ideología reaccionaria de apego a la continuidad del
colonialismo convirtiéndose en la base social del
régimen colonial sin cambios.

[11] Luís Sexto, Cosa de
Tabaquerías, en Juventud Rebelde, 30 de julio de 2000,
p. 5.

[12] José G. Ricardo, La imprenta en
Cuba, 1989: p. 65

[13] Ambrosio Fornet citado por José
G. Ricardo en obra citada: 65

[14] José G. Ricardo, obra citada:
67

[15] Ídem: 77-78

[16] Ídem: 63

[17] Ídem

[18] Poetisa y dramaturga nacida en Cuba y
con una reconocida carrera literaria en España y
Europa

[19] Los diarios y revistas citados fueron
tomados del libro La Imprenta en Cuba de José G.
Ricardo.

[20] José G. Ricardo, obra citada: p.
89

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