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¿De dónde llegaron los hombres blancos y barbados de las leyendas incas? (página 2)



Partes: 1, 2

cuando las aguas descendieron, el viento los
llevó a Huanaco, que estará como a setenta leguas
de Cuzco, poco más o menos. El Creador de Todas las Cosas
les ordenó que se quedaran allí como
Mitimas, y allí, en Tiahuanacu, el Creador hizo
crecer a la gente y a las naciones que hay en la
región». El Creador comenzó a repoblar la
Tierra modelando con arcilla la imagen de una persona de cada
nación; «después les dio vida y alma a cada
uno, tanto a los hombres como a las mujeres, y los dirigió
hasta los lugares designados en la Tierra». Y los que no
obedecieron los mandatos relativos al culto y a la conducta,
fueron transformados en piedras.

También Felipe Guaman Poma de Ayala (Nueva
Crónica y Buen Gobierno
) recogió tradiciones
orales del diluvio y otros aspectos del imperio incaico y lo
plasmo en sus dibujos y libro.

El Creador también tenía con él en
la isla del Titicaca al Sol y a la Luna, que estaban bajo sus
órdenes. Cuando se llevó a cabo todo lo necesario
para reaprovisionar la Tierra, la Luna y el Sol se elevaron en el
cielo.

Los dos divinos ayudantes del Creador de Todo se nos
presentan en otra versión como sus dos hijos.
«Después de crear a las tribus y a las naciones, y
de asignarles vestidos y lenguas», dice el padre Molina,
«el Creador ordenó a sus dos hijos que fueran en
distintas direcciones y dieran comienzo a la
civilización». El hijo mayor, Ymaymana Viracocha
(que significa «en cuyo poder todas las cosas se
sitúan»), fue a darles la civilización a los
pueblos de las montañas; al hijo menor, Topaco Viracocha
(«hacedor de cosas»), se le ordenó que fuera
por las llanuras costeras. Cuando los dos hermanos terminaron su
trabajo, se encontraron a la orilla del mar, «desde donde
ascendieron al cielo».

Garcilaso de la Vega, que nació en Cuzco de padre
español y madre inca poco después de la Conquista,
transcribió dos leyendas. Según una de ellas, el
Gran Dios bajó de los cielos a la Tierra para instruir a
la humanidad, dándole leyes y preceptos. «Puso a sus
dos hijos en el lago Titicaca», dándoles una
«porción de oro», e indicándoles que se
instalaran allí donde se hundiera en el suelo, lo que tuvo
lugar en Cuzco. La otra leyenda cuenta que «cuando las
aguas del Diluvio descendieron, un hombre apareció en el
país de Tiahuanacu, que está al sur de Cuzco. Era
un hombre tan poderoso que dividió el mundo en cuatro
partes, y se las dio a los cuatro hombres que le honraron con el
título de rey». Uno de ellos, cuyo epíteto
era Manco Capac («rey y señor» en el idioma
quechua de los incas), dio inicio a la realeza en
Cuzco.

Las distintas versiones hablan de dos fases en la
creación que llevara a cabo Viracocha. Juan de Betanzos
(Suma y narración de los incas) registró
un relato quechua en donde el dios Creador, «a la primera
ocasión, hizo los cielos y la tierra»;
también creó a la gente -la humanidad. Pero
«esta gente cometió algún error que hizo que
Viracocha se enfureciera… y convirtió en piedra a aquel
primer pueblo y su jefe como castigo». Más tarde,
después de un período de oscuridad, hizo hombres y
mujeres nuevos en Tiahuanacu, a partir de las piedras. Les dio
tareas y habilidades, y les dijo dónde ir.
Quedándose con sólo dos ayudantes, envió a
uno hacia el sur y al otro hacia el norte, mientras que él
mismo se iba en dirección a Cuzco. Allí
designó a un jefe y, estableciendo así la realeza
en Cuzco, Viracocha prosiguió su viaje «hasta la
costa del Ecuador, en donde se le unieron sus dos
compañeros. Allí, todos juntos, se echaron a andar
sobre las aguas del mar y desaparecieron».

Algunos de los relatos de los pueblos del altiplano se
centran en cómo se fundó Cuzco, y cómo se
convirtió en la capital por mandato divino. Según
una versión, lo que se le dio a Manco Capac (con el fin de
que encontrara el sitio de la ciudad) fue un báculo o una
vara de oro puro; se le llamó Tupac-yauri, que
significa «cetro esplendoroso». Manco Capac
salió en busca del lugar señalado en
compañía de sus hermanos y sus hermanas. Al llegar
a determinada piedra, sus acompañantes se vieron aquejados
de cierta debilidad. Y cuando Manco Capac golpeó la piedra
con el báculo mágico, éste habló y le
dijo que había sido elegido soberano de un reino. El
descendiente de un jefe indígena que se había
convertido al cristianismo tras el desembarco de los
españoles decía en sus memorias que a los
indígenas aún se les mostraba aquella roca sagrada.
«El Inca Manco Capac se casó con una de sus propias
hermanas, llamada Mama Ocllo y se pusieron a promulgar buenas
leyes para el gobierno de su pueblo.»

Este relato, que a veces recibe el nombre de la leyenda
de los cuatro hermanos Ayar, cuenta, como lo hacen el resto de
versiones de la fundación de Cuzco, que el objeto
mágico con el cual se designó al monarca y a la
capital estaba hecho de oro macizo. Es una pista que consideramos
vital y clave para desenmarañar los enigmas de todas las
civilizaciones de América. No obstante debemos remarcar
que los quechuas conducidos por Manco Capac salieron del Collao a
buscar nuevas tierras para la agricultura y con el afianzar su
poder, por esta razón algunos afirman que la vara de oro
no era otra cosa que el maíz, y que las tierras
fértiles del Cuzco eran el suelo más apropiado para
tal cultivo como hasta ahora lo es.

Cuando los españoles entraron en Cuzco, la
capital de los incas, se encontraron con una metrópolis de
más de 100.000 casas habitadas, que rodeaban un centro
religioso-real de magníficos templos, palacios, jardines,
plazas y mercados. Situada entre dos ríos (el Tullumayo y
el Rodadero), a más de 3.500 metros de altitud, Cuzco se
encuentra a los pies del promontorio de Sacsahuamán. La
ciudad estaba dividida en doce distritos -un número que
desconcertaba a los españoles- dispuestos en un
óvalo. El primer distrito y el más antiguo, la
Terraza de la Arrodillada, estaba situado en la pendiente del
promontorio, en el noroeste. Allí habían construido
sus palacios los primeros incas (y se supone que también
el legendario Manco Capac). Todos los distritos llevaban nombres
pintorescos (el Locutorio, la Terraza de las Flores, la Puerta
Sagrada), con lo que en realidad se describían sus
principales rasgos.

Uno de los más destacados expertos de este siglo
sobre el tema de Cuzco, Stansbury Hagar (Cuzco, the Celestial
City),
remarcó la creencia de que Cuzco se
fundó y diseñó según un plan trazado
por Manco Capac en el prehistórico lugar sagrado donde
había comenzado la emigración de los Fundadores, en
Tiahuanacu, junto al lago Titicaca. En su nombre, «ombligo
de la Tierra», y en su división en cuatro partes,
simulando los cuatro rincones de la Tierra, tanto él como
otros investigadores vieron una expresión de los conceptos
terrestres. Sin

embargo, en otros detalles del plano de la ciudad vio
aspectos de conocimientos celestes (de ahí el
título de su libro). A los ríos que flanqueaban el
centro de la ciudad se les hizo discurrir por canales
artificiales que imitaban la Vía Láctea; y los doce
distritos imitaban la división de los cielos en doce casas
zodiacales. Significativamente para nuestros estudios de los
acontecimientos en la Tierra y su datación, Hagar
llegó a la conclusión de que el primer distrito y
el más antiguo representaban a Aries.

Tal vez una replica a esta de la división de los
cielos en doce casas zodiacales sea Muyumarca, que se encuentra
en Sacsayhuaman, y que en una vista aérea proporcionamos
en el presente.

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Muyumarca es la construcción
circular que aparece en la foto.

Squier y otros exploradores del siglo XIX describieron
un Cuzco hispánico, pero construido sobre los restos de la
antigua Ciudad Inca. Así pues, para una descripción
de Cuzco tal como la encontraron los conquistadores
españoles, habría que leer los escritos de
cronistas anteriores. Pedro Cieza de León (Chronicles
of Perú,
en la traducción inglesa)
describió la capital de los incas, sus edificios, plazas y
puentes en los más entusiastas términos, «una
ciudad noblemente adornada», de cuyo centro cuatro caminos
reales llevaban hasta las regiones más remotas del
imperio, y atribuía sus riquezas no sólo a la
costumbre de conservar intactos los palacios de los reyes
fallecidos, sino también a la ley que obligaba a llevar
oro y plata a la ciudad como homenaje y como ofrendas, aunque
prohibía tomarlos bajo pena de muerte. «Cuzco
-escribió en su alabanza-, era grande y majestuosa, y la
debió fundar un pueblo de gran inteligencia. Tenía
hermosas calles, salvo que eran muy estrechas, y las casas
estaban construidas con macizas piedras, bellamente encajadas.
Estas piedras eran muy grandes y bien talladas. Las otras partes
de las casas eran de madera y paja; no quedan restos de tejas,
ladrillos o cal entre ellos.»

Garcilaso de la Vega (que llevaba el nombre de su padre
español, pero también el título real de
«Inca», pues su madre era de la dinastía real
inca), después de describir los doce distritos,
decía que, a excepción del palacio del primer Inca
en el primer distrito, en las pendientes de Sacsahuamán,
los palacios del resto de incas se agrupaban alrededor del centro
de la ciudad, cerca del gran templo. En su época
aún existían los palacios del segundo, el sexto, el
noveno, el décimo, undécimo y duodécimo
Incas. Algunos de ellos daban a la plaza principal de
la

capital, llamada Huacay-Pata. Allí, el Inca
gobernante, sentado sobre un gran estrado, su familia, la corte y
los sacerdotes presenciaban y dirigían las festividades y
las ceremonias religiosas, cuatro de las cuales estaban
relacionadas con los solsticios de verano e invierno y los
equinoccios de primavera y otoño.

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La Ciudad del Cuzco visto desde la Cima
del Sacsayhuaman.

Tal como afirman los antiguos cronistas, la estructura
más famosa y soberbia del Cuzco prehispánico era la
Coricancha («recinto dorado»), el templo más
importante de la ciudad y del imperio. Los españoles le
llamaron el Templo del Sol, por creer que el Sol era la deidad
suprema de los incas. Los que vieron el templo antes de que fuera
destrozado, y demolido, antes de que los españoles
construyeran sobre él, dicen que estaba compuesto de
varias partea El templo principal estaba dedicado a Viracocha;
las capillas adyacentes o auxiliares estaban dedicadas a la Luna
(Quilla), Venus (Chasca), a una misteriosa
estrela llamada Coyllor, y a Illa-pa, el dios
del Trueno y el Rayo. También había un santuario
dedicado al Arcoiris. Fue allí, en la Coricancha, de donde
saquearon los españoles tan grandes riquezas de
oro.

Junto al Coricancha estaba el recinto llamado
Aclla-Huasi -«la casa de las mujeres
elegidas». Consistente en una serie de viviendas rodeadas
de jardines y huertos, así como talleres de hilado, tejido
y costura de los atuendos reales y sacerdotales, era un lugar
apartado en donde unas vírgenes se consagraban al Gran
Dios vivo; una de sus tareas era preservar el Fuego Eterno
atribuido al dios.

Los conquistadores españoles, después de
saquear la ciudad, se dispusieron a quedarse para ellos la ciudad
misma, repartiéndose a suertes sus distintos edificios. La
mayoría fueron desmantelados para utilizar sus piedras;
aquí y allí, un pórtico o parte de un muro
se aprovecharon en los nuevos edificios españoles. Los
principales santuarios fueron convertidos en iglesias y
monasterios. Los dominicos, los primeros en entrar en escena, se
hicieron con el Templo del Sol: demolieron su estructura externa,
pero aprovecharon su antigua disposición y algunas partes
de muros en su iglesia-monasterio. Una de las secciones
más interesantes que se mantuvieron y que, por tanto,
sigue intacta, es un muro externo semicircular de lo que
debió ser el recinto del Gran Altar del templo inca. Fue
allí donde los españoles encontraron un gran disco
de oro que representaba, según supusieron, al Sol;
cayó en el lote del conquistador Leguizano, que se lo
apostó a la noche siguiente. El que ganó el
venerado objeto lo fundió y lo convirtió en
lingotes.

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Coricancha.

Después de los dominicos, llegaron los
franciscanos, los agustinos, los mercedarios, los jesuitas; todos
ellos construyeron sus santuarios, incluso la gran catedral de
Cuzco, en donde se habían levantado los santuarios incas.
Después de los frailes llegaron las monjas; no es de
sorprender que su convento se estableciera en el convento inca de
la Casa de las Mujeres Elegidas. Gobernadores y dignatarios
españoles siguieron el ejemplo, construyendo sus edificios
y hogares sobre y con partes de las casas de piedra
incas.

Mientras que la mayoría de las viviendas del
Cuzco inca se construyeron con piedras desnudas del campo sujetas
con argamasa, o bien con piedras burdamente talladas para simular
ladrillos o sillares, algunos de los edificios más
antiguos se construyeron con piedras perfectamente talladas,
labradas y moldeadas («sillares»), como las
encontradas en lo que queda del muro semicircular de la
Coricancha. La belleza y la maestría que se observa en
este muro, y en algunos otros contemporáneos suyos,
asombraron y entusiasmaron a multitud de viajeros.

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Los viajeros pueden confirmar las apreciaciones de los
cronistas españoles de que las piedras poligonales (de
muchos lados) se habían encajado con tal precisión
«que era imposible introducir entre ellas ni la más
fina hoja de una navaja, ni la más delgada aguja».
Una de estas piedras, la favorita de los turistas, tiene doce
lados y doce ángulos.

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Todos estos pesados bloques de la más dura piedra
los llevaron a Cuzco y los tallaron unos canteros desconocidos
con aparente facilidad, como si estuvieran moldeando masilla. La
cara de cada piedra se trabajó hasta conseguir una
superficie lisa y ligeramente cóncava; cómo, nadie
lo sabe, pues no existen ranuras, ni rugosidades, ni marcas de
maza visibles. También es un misterio el modo en que se
levantaron estas pesadas piedras y se colocaron unas sobre otras,
orientadas para encajar con los extraños ángulos de
debajo y de los lados. Y, para acabar de magnificar el misterio,
todas estas piedras están estrechamente unidas, sin
argamasa, y no sólo han soportado la destructividad
humana, sino también los frecuentes terremotos de la
región.

Es un enigma que aún busca solución.
También es un misterio que se hace más acuciante
cuando se asciende al promontorio de Sacsayhuamán.
Allí, lo que se supone que fue una fortaleza inca conlleva
un enigma aún mayor para el visitante.

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El nombre del promontorio significa Lugar del
Halcón. Tiene forma triangular, con la base hacia el
noroeste, y su cumbre se eleva casi a 250 metros por encima de la
ciudad. Sus costados están formados por gargantas que lo
separan de la cadena montañosa a la que pertenece y a la
que se une por la base. El promontorio se puede dividir en tres
partes. Su ancha base está dominada por unos enormes
afloramientos rocosos que alguien talló y modeló
como escalones gigantes o plataformas, en donde se perforaron
túneles, hornacinas y surcos. La parte media del
promontorio está ocupada por una zona allanada de grandes
dimensiones. Y en el borde más estrecho, que se eleva por
encima del resto del promontorio, existen evidencias de
estructuras circulares y rectangulares, bajo las cuales discurren
pasadizos, túneles y otras aberturas, en un desconcertante
laberinto cortado en la roca natural.

Separando o protegiendo del resto del promontorio esta
zona «desarrollada», hay tres imponentes murallas que
discurren paralelas entre sí y zigzagueando Las tres
líneas de murallas zigzagueantes se construyeron con
piedras gigantescas, y se levantaron una detrás de otra,
cada una un poco más alta que la que tiene delante, hasta
lograr una altura combinada de algo más de 18 metros. El
relleno de tierra que hay por detrás de cada muralla
formaba como terrazas que, se supone, debían servir de
parapetos a los defensores del promontorio. De las tres murallas,
la más baja (la primera) es la que está construida
con las rocas más colosales, cuyo peso oscila entre las 10
y las 20 toneladas. Una de ellas tiene 8,23 metros de altura, y
pesa más de 300 toneladas. Muchas piedras tienen alrededor
de 4,5 metros de altura, y tienen entre 3 y 4,20 metros de
anchura y de profundidad. Al igual que en la ciudad, las caras de
estas rocas se desbastaron artificialmente hasta hacerlas
perfectamente lisas, y tienen los bordes biselados, lo que
significa que no eran rocas del campo que se habían
encontrado por ahí y se habían utilizado, sino obra
de canteros expertos.

Los enormes bloques de piedra descansan unos sobre
otros, a veces separados por una delgada losa de piedra a causa
de algún motivo estructural desconocido. Por todas partes
hay piedras de forma poligonal, de extraños lados y
ángulos que encajan sin argamasa en las extrañas
formas de los bloques de piedra adyacentes. El estilo y el
período son, evidentemente, los mismos que los de la
construcción ciclópea de la época
megalítica de Cuzco, pero aquí son bloques
sustancialmente más enormes.

Por todas partes, en las zonas allanadas que hay entre
las murallas, existen restos de estructuras que se construyeron
con piedras normalmente modeladas al «estilo inca».
Tal como muestran las fotografías aéreas y los
trabajos de desescombro sobre el terreno, existieron diversas
estructuras en la cima del promontorio. Todas cayeron o fueron
destruidas en las guerras que hubo entre los incas y los
españoles después de la Conquista.

Sólo han quedado ilesas las colosales murallas,
testigos mudos que nos hablan de una época
enigmática y de unos constructores misteriosos; pues, como
demuestran todos los estudios, los gigantescos bloques de piedra
se extrajeron a muchos kilómetros de distancia, y tuvieron
que ser transportados hasta el lugar a través de
montañas, valles, gargantas y ríos.
¿Cómo y quién lo hizo?, y ¿Por
qué?

Tanto los cronistas de la época de la Conquista
de América como los viajeros de los últimos siglos
y los investigadores contemporáneos llegan a la misma
conclusión: no fueron los incas, sino unos
enigmáticos constructores con algunos poderes
sobrenaturales… Pero nadie tiene una teoría acerca del
por qué.

En forma repetida se oye también que los incas
tenían una sustancia que ablandaba la roca y
permitía su moldeo. Según cuentan los antiguos este
secreto fue revelado por una avecilla andina de pico largo
(Acacllo o Pito), similar al del pájaro carpintero, con la
diferencia que esta ave horada la roca para anidar.

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Garcilaso de la Vega dijo de estas fortificaciones que
uno no podía por menos que creer que habían sido
«erigidas mágicamente, por demonios y no por
hombres, dado el número y el tamaño de las piedras
colocadas en las tres murallas… que es imposible de creer que
fueran extraídas de canteras, puesto que los indios no
tienen ni hierro ni acero con el cual extraerlas y darles
forma.

El cómo se trajeron es una cosa igualmente
asombrosa, dado que los indios no tienen carros ni bueyes ni
sogas con las que arrastrarlas a fuerza de brazos. Ni hay tampoco
allí caminos nivelados sobre los cuales transportarlas; al
contrario, lo que hay son montañas empinadas y abruptos
declives que superar.

«Muchas de las piedras -decía Garcilaso-,
se trajeron desde 10 a 15 leguas, y concretamente la piedra, o
más bien la roca a la que llaman Saycusa o la
Piedra Cansada, porque nunca llegó hasta la estructura, y
que, según se sabe, se trajo desde una distancia de quince
leguas, desde más allá del río Yucay… Las
piedras que se consiguieron más cerca las trajeron desde
Muyna, a cinco leguas de Cuzco. Es un desafío para la
imaginación el concebir cómo tantas y tan grandes
piedras se pudieron encajar con tanta precisión que apenas
admite la inserción de la punta de un cuchillo entre
ellas. Muchas de las piedras están tan bien encajadas que
difícilmente se puede descubrir la junta. Y lo más
asombroso es que no tienen cuadrados ni niveles para poner sobre
las piedras y asegurarse de si encajarán…. Ni disponen
de grúas ni de poleas, ni de maquinaría
alguna.» Después, Garcilaso pasaba a citar a unos
cuantos sacerdotes católicos que sugerían que
«no se puede concebir de qué forma se tallaron, se
llevaron y se pusieron en su lugar las piedras… a menos que
fuera por arte diabólica».

Squier, que decía de las piedras que componen las
tres murallas que representaban «sin duda la muestra
más grandiosa del estilo ciclópeo existente en
América», se quedó cautivado y desconcertado
con otros muchos detalles de estos colosos de piedra y de otras
fachadas de piedra de la región. Uno de estos detalles era
el de los tres pórticos que cruzan las filas de las
murallas, uno de los cuales fue llamado la Puerta de Viracocha.
Esta puerta era una maravilla de la sofisticación en la
ingeniería: más o menos en el centro de la muralla
frontal, los bloques de piedra estaban situados de tal forma que
creaban una zona rectangular que llevaba a una abertura de
alrededor de 1,20 metros en la muralla. Después, unos
escalones llevaban a una terraza entre la primera y la segunda
muralla, desde donde se abría un intrincado pasadizo
contra un muro transverso en ángulo recto, llevando a una
segunda terraza. Allí, dos entradas, haciendo
ángulo entre sí, pasaban a través de la
tercera muralla.

Todos los cronistas decían que esta puerta
central, así como las otras dos de los extremos de las
murallas, se podían bloquear haciendo descender unos
grandes bloques de piedra que encajaban exactamente en las
aberturas. Estos blocks pétreos y los mecanismos para
elevarlos y bajarlos (para abrir o bloquear las puertas) se
quitaron en algún momento del pasado, pero los canales y
los surcos por los que se deslizaban se pueden percibir
aún. Sobre la meseta cercana, en donde las rocas se
tallaron con precisas formas geométricas que no tienen
sentido para el visitante actual, nos encontramos con otro caso
en donde la roca tallada parece haber sido conformada para
soportar algún artilugio mecánico. H.
Ubbe-lohde-Doering (Kunst im Reiche der Inca)
decía de estas enigmáticas rocas esculpidas que
eran «como un modelo en el cual cada esquina tiene su
importancia».

Por detrás de la línea de las murallas se
aglomeraban las estructuras en el promontorio, algunas de ellas
construidas indudablemente en tiempos de los incas. Es probable
que fueran construidas con los restos de estructuras más
antiguas, pero lo que es seguro es que no tenían nada que
ver con un laberinto de túneles subterráneos. Los
pasadizos subterráneos, que siguen un patrón
laberíntico, comienzan y terminan abruptamente. Uno de
ellos lleva a una caverna que se encuentra a 12 metros de
profundidad; otros terminan en paredes de roca, tallada y
desbastada para dar el aspecto de escalones que no parecen llevar
a ninguna parte.

Frente a las murallas ciclópeas, al otro lado de
una amplia zona abierta, existen unos afloramientos rocosos que
llevan nombres descriptivos: el Rodadero, por cuya parte trasera
se deslizan los niños como en un tobogán; la Piedra
Lisa, de la que Squier dijo que estaba «surcada como si la
roca hubiera sido comprimida en estado plástico»
-como arcilla de modelar- «y después endurecida con
forma, con una superficie lisa y lustrosa»; y cerca de
ellos, la Chinkana, un risco cuyas fisuras naturales se ampliaron
artificialmente hasta conformar pasadizos, corredores bajos,
pequeñas cámaras, hornacinas y otros espacios
huecos. De hecho, por todas partes detrás de estos riscos
se pueden encontrar rocas desbastadas y modeladas en caras
horizontales, verticales e inclinadas, aberturas, surcos, y
hornacinas, todos tallados con ángulos precisos y formas
geométricas.

El visitante de hoy en día no puede describir la
escena mejor de lo que lo hizo Squier en el siglo pasado:
«Las rocas que hay por toda la meseta que hay detrás
de la fortaleza, en su mayor parte de caliza, están
cortadas y talladas con miles de formas. Aquí hay una
hornacina, o una serie de hornacinas; luego, un ancho asiento,
como un sofá, o una serie de pequeños asientos;
después, un tramo de escalones; allá un grupo de
cubetas cuadradas, redondas u octogonales; largas hileras de
ranuras; algún que otro agujero taladrado… fisuras de la
roca artificialmente ensanchadas hasta convertirlas en
cámaras -y todo esto con el corte preciso y el acabado del
más habilidoso artesano».

Es un hecho histórico que los incas utilizaron el
promontorio como último baluarte contra los
españoles. También es evidente, por los restos de
albañilería, que levantaron estructuras en su cima.
Pero está claro que no fueron los constructores originales
de aquel lugar, dado que existe constancia histórica de su
incapacidad para transportar siquiera una de aquellas piedras
megalíticas.

Ese intento fallido lo relata Garcilaso al hablar de la
Piedra Cansada. Según él, uno de los maestros
canteros incas, que deseaba ganar notoriedad, decidió
arrastrarla desde donde los constructores originales la
habían dejado y utilizarla en su estructura defensiva.
«Más de 20.000 indios levantaron la piedra, tirando
de ella con grandes cables. Su avance era muy lento, pues el
camino por el que iban era de firme desigual, y tenía
muchas pendientes empinadas que subir y bajar… En una de
aquellas pendientes, a consecuencia de la falta de cuidado por
parte de los tiradores, que no estiraron de modo uniforme, el
peso de la roca superó la fuerza de aquéllos que la
controlaban, y cayó rodando pendiente abajo, matando a
tres o cuatro mil indios.»

Así pues, según este relato, la
única vez que los incas intentaron arrastrar y poner en su
lugar una piedra ciclópea, fracasaron. Obviamente, por
tanto, no fueron ellos los que llevaron, tallaron, modelaron y
pusieron en su lugar, sin argamasa, aquellos otros centenares de
piedras ciclópeas.

No es de sorprender que Erich von Daniken, que
popularizó la teoría de los antiguos astronautas,
escribiera después de su visita a este lugar en 1980
(Reise Nach Kiribati, o Pathways to the Gods,
en la traducción inglesa) que ni la «madre
naturaleza» ni los incas -sino únicamente unos
antiguos astronautas- podrían ser los responsables de
estas monumentales estructuras y riscos de extrañas
formas. Un viajero anterior a él, W. Bryford Jones
(Four Faces of Perú, 1967), decía
sorprendido acerca de los enormes bloques de piedra: «Creo
que sólo pudieron moverlos una raza de gigantes de otro
mundo.» Y varios años antes de esto, Hans Helfritz
(Die alten Kulturen der Neuen Welt) decía de las
increíbles murallas de Sacsahuamán: «Da la
impresión de que están ahí desde el comienzo
del mundo.»

Mucho antes que ellos, Hiram Bingham (Across South
America)
tomaba nota de una de las especulaciones nativas
respecto a la forma en la cual se habrían podido crear
estas increíbles esculturas y murallas de roca.

«Una de las historias favoritas -escribió-,
es la que dice que los incas conocían una planta cuyos
jugos hacían tan blanda la superficie de la piedra que
lograban tan maravilloso encaje frotando las piedras entre
sí, por unos momentos, con este mágico jugo
vegetal.» Pero, ¿quién pudo haber levantado y
sostenido tan colosales piedras para frotarlas entre
sí?

Como es obvio, Bingham no aceptó las
explicaciones de los nativos, y el enigma continuó
corroyéndole. «He visitado Sacsahuamán
repetidas veces -escribió en Inca Land-. Y cada
vez, me abruma y me asombra. Para un indio supersticioso que
viera estas murallas por vez primera, le debieron parecer
construidas por los dioses.»

¿Por qué hizo Bingham esta
afirmación, si no fue para expresar una
«superstición» encubierta en su propio
pecho?

Y así cerramos el círculo de las leyendas
andinas; sólo ellas hablan de los constructores
megalíticos, afirmando que habían existido dioses y
gigantes en estas tierras, y un Antiguo Imperio, y una realeza
que comenzó con una vara de oro divina.

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Otra de las construcciones
enigmáticas en Sacsayhuaman es el Muyuc Marca, resto de
una Torre Antigua en Sacsayhuamán

A menudo es mencionado como Muyuqmarka o Muyuq Marka (en
la lengua Quechua), pero a veces es escrito como Muyucmarka y
aún Moyoc Marca.

Esto es una pequeña ruina inca que consiste en 3
ruinas concéntricas circulares de la pared. Esto
solía ser una torre y es localizado dentro
Sacsayhuamán. Aunque, Muyucmarca sea el nombre del lugar,
no de la torre.

3 canales de agua fueron construidos, probablemente
usado para llenar un depósito en el centro de los sitios.
Todavía no saben el objetivo exacto de ello y nunca
podría ser determinado. Fueron construidos a la distancia
igual el uno del otro, formando un triángulo. La torre
principal fue erigida en el centro y esto era de forme
cilíndrica. Llamaron Marca Muyuc a esta torre o
Muyucmarca, otras 2 torres eran Paucar Marca y Sallac Marca (o
Sallaqmarca, a veces Sallaq Marka). No se sabe por qué la
torre principal es cilíndrica y los otros 2 rectangulares.
Estas construcciones fueron descritas por el Inca Garcilazo de la
Vega.

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En esta fotografía se puede apreciar que esta
dividida en 12 segmentos, algunos se atrevieron a decir que
representan los 12 signos zodiacales, o era un calendario solar
en similitud a lo que expresa el calendario solar maya, sin
embargo hasta hoy nadie puede afirmar en forma definitiva que
es.

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En 1985 la matemática María Scholten
d´Ebneth encontró que Machu Pichu, Ollantaytambo,
Cuzco, Pukara y Tiahuanaco están alineados en un trazo que
forma un ángulo de 45º sobre el ecuador
terrestre.

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Pero además el Templo de Coricancha y
Sacsayhuaman están comunicados por un túnel
(Chinkana) con la misma alineación, lo que hace suponer
que no es un mito la Ruta de Wiracocha (Capac
Ñan).

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María confesó que, para buscar esta
antigua rejilla, se había inspirado en el libro
"Relación de Antigüedades de este Reyno de
Perú" del cronista indígena Juan de Santa Cruz
Pachacutic Yamqui Salcamayhua (1613). Después de relatar
la leyenda de las "Tres Ventanas", éste dibujó un
esbozo para ilustrar la narración, y le dio a cada ventana
un nombre: Tampu-Tocco, Maras-Tocco y Sutic Tocco.

María Scholten se dio cuenta de que se trataba de
nombres de lugares. Cuando aplicó el cuadrado inclinado a
un mapa de la región Cusco-Urubamba, con su esquina
noroccidental en Machu Picchu (alias Tampu-Tocco),
descubrió que el resto de los lugares caía en las
posiciones correctas.

Y, por último, trazó las líneas que
demostraban que una línea recta de 45º que partiera
de Tiahuanaco, combinada con cuadros y círculos de medidas
concretas, abarcaba a todos los antiguos lugares clave entre
Tiahuanaco, Cusco y Quito, en Ecuador, mencionados en los mitos
de Wiracocha en su viaje por la cordillera andina.

No menos importante es otro de sus descubrimientos. Los
sub-ángulos que había calculado entre la
línea central de 45º y los lugares ubicados a partir
de ella, como el templo de Pachacamac (ángulo 28º
57´), le indicaron que la inclinación (oblicuidad)
de la Tierra en el momento en que se trazó la rejilla
estaba cerca de los 24º 08´, lo que significaba que la
rejilla se diseñó (según ella) 5.125
años antes de que se tomaran las medidas en
1953.

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Bien, los datos expuestos en este trabajo nos hacen
colegir que llegaron al nuevo mundo hombres barbados de ojos
azules y de gran entendimiento que enseñaron a los
habitantes de estas zonas sus técnicas constructivas, su
ciencia de conocimientos astronómicos, sus técnicas
agrícolas y de riego, su capacidad de organización,
sus códigos morales (Ama sua, Ama quella, Ama llulla), el
culto al dios sol y otros aspectos importantes de la cultura
inca. Pero nos queda una pregunta por resolver. ¿De donde
vinieron? Si es como afirman algunos, ¿Fueron atlantes? O
quizá como afirma Secharia Sechin, fueron extraterrestres,
los anunnaki, que se asentaron en Sumeria, en similitud de
opinión al escritor Erich von Daniken que afirma que las
construcciones monumentales solo podían ser obra de
extraterrestres. Y los miles de visitantes que viajan al Cuzco y
Tiahuanaco no dejan de maravillarse, con las obras
megalíticas y la alta tecnología constructiva. Pero
siempre subsiste la interrogante ¿Quiénes lo
hicieron? Y ¿De donde llegaron? Estos admirables
constructores.

Como fuera, el rompecabezas tiene muchas fichas que
encajan y algunas afirmaciones empiezan a dejar de ser
descabelladas.

 

 

Autor:

Monografias.com

Valle de Lima Noviembre de 2011

Maestro Mason Herbert Oré
Belsuzarri

2do. Vig:. P:.F:.C:.B:.R:.L:.S:. FENIX
137-1

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MAESTRO MASON HERBERT ORE
BELSUZARRI.

P:.F:.C:.L:.B:.R:.L:.S:. FENIX
137-1

GRAN LOGIA CONSTITUCIONAL DEL
PERU.

Lima – Perú

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