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La naturaleza de la riqueza



    ASUNTOS
    PRELIMINARES.

    El socialismo, aun siendo muy joven, siguiendo su camino
    de aciertos y errores ha demostrado que está alcanzando
    sus objetivos. Va aprendiendo y está abierto a corregir
    errores y confirmar aciertos contra críticas y vientos
    huracanados. Esto solamente le propone a él un punto de
    vista diferente, sin que por ello necesite renunciar a sus
    principios. Los mismos motivos que nos empujan a analizar
    críticamente el Capitalismo, nos evitan tener que
    estudiarlo.

    Las necesidades materiales, básicas, e
    imprescindibles de la humanidad, no integraron nunca las
    categorías "fundamentales" del capitalismo. Después
    de la renuncia a continuar existiendo que hizo la Unión
    Soviética, único escollo con posibilidades de
    enfrentamiento similares que se interpuso al capitalismo, este
    vivió su momento de esplendor: dominó el mundo,
    salvo contadas y ejemplarizantes excepciones. Pero, como la vida
    lo demuestra, esas necesidades siguen existiendo y no hay
    competencias ni lucros ni ofertas ni mercados ni demandas capaces
    de eliminarlas. Nunca hubo ni habrá solución
    definitiva, en el capitalismo, para estas necesidades, a pesar de
    las "explicaciones" transitorias e incoherentes de sus
    economistas. En él, hay gente que comete delitos con el
    objeto de ir presos, como última posibilidad de obtener
    comida.

    Nuestra intención objetiva no es analizar o
    criticar al capitalismo. Tampoco es reiterar conceptos ya
    demostrados. Nosotros estamos haciendo conocer un nuevo punto de
    vista, una nueva forma de ver la economía,
    basándonos en el descubrimiento de una ley natural, que
    utilizamos como método. Con dicho descubrimiento hemos
    dejado de considerar los hecho sociales como hechos diferentes de
    los naturales.

    Nos resulta difícil llegar a la
    gente porque tenemos que vencer los obstáculos que los
    interesados en mantener las cosas como están nos colocan
    continuamente. Los medios de comunicación de masas, por
    ejemplo, son de su propiedad y esa característica hace que
    nuestro acceso a ellos esté vedado, o como mucho,
    filtrado, dejando pasar sólo lo que ellos quieren que
    pase."Hoy, un país pertenece a quien controla los medios
    de comunicación", dice Umberto Eco y nosotros lo
    compartimos.

    El estudio de la relación del hombre con la
    naturaleza es decir, consigo mismo se ha basado en la
    economía. Y ésta ha sido el soporte de toda
    ideología. Sus conclusiones, las de la economía,
    nos afectan a todos en todo sentido, porque ha sido la
    herramienta que creamos para "ver" tal relación, la cual
    engloba un sin fin de disciplinas científicas, como la
    sociología o la ecología, por dar sólo dos
    ejemplos. Si negamos de antemano como lo hacen ellos la
    existencia e incluso la forma de esa relación, no podremos
    estudiarla científicamente, esto es, por encima de la
    voluntad, las creencias o los intereses del hombre, sino que
    justamente estaremos viendo al hombre desde un punto de vista
    místico, "veremos" lo que queremos que se "vea", lo que
    necesitamos que se "vea", no lo que salta a la vista. Así
    ellos tratan de explicar, por ejemplo, que la
    naturaleza está al servicio del hombre, y no como lo
    indica la realidad, que él forma parte de ella y es, en
    sí, ella misma. En vez de hacer de la economía una
    ciencia la han convertido en una teología. Que se empiece
    a llamar ciencia es una de nuestras tareas: mostrar cuán
    de relacionado está el hombre, a través de su
    actividad vital el trabajo y el consumo con la "pachamama",
    consigo mismo. Esto mismo es la economía, la cierta, la
    verificable, la que la humanidad implora.

    Esto ha sucedido porque la economía siempre
    pecó del mismo pecado: creer que la riqueza es sola y
    únicamente un producto del trabajo humano y que tiene por
    fin un beneficio representable en dinero, cuando el fin de la
    economía debe ser la satisfacción de todas las
    necesidades del hombre las vitales y las otras en su papel de
    consumidor, y que la producción humana, la que cumple el
    hombre en su otro papel, el de trabajador o productor, es
    sólo una de las distintas partes integrantes de la riqueza
    total que la humanidad puede acceder, crear y transformar, no
    sólo para beneficiarse monetariamente a través de
    ella, sino para alcanzar el bienestar individual y colectivo, y
    para que esa producción sea alcanzable a la mayor cantidad
    posible de hombres.

    La observación de los principios de cualquier
    sistema económico anterior nos demuestra que todos han
    adolecido de ubicar en su verdadero lugar esa relación
    íntima del hombre con la naturaleza, a pesar de la
    necesidad material innegable de la obtención de sus
    recursos y su sustento únicamente por intermedio de ella.
    Y no sólo como productores, sino principalmente como
    consumidores, como ya se ha dicho. Nuestro descubrimiento afirma
    que los hechos sociales no son diferentes de los hechos
    naturales: es más, dice que son hechos
    naturales.

    A pesar de utilizar el método científico
    en la mayoría de sus estudios, continuaron utilizando la
    definición de moneda dada por los metafísicos, muy
    lejana en el tiempo, en las arcaicas épocas en que el
    hombre inventó el dinero, cuando toda la humanidad
    explicaba su propia existencia y su relación con la
    naturaleza desde un punto de vista mágico, bajo un orden
    divino creado por un "algo" suprahumano e indiscutible, "ser" al
    que se le atribuyó como tantas otras cosas la propia
    invención del dinero; ¡como si este no fuera un
    artilugio de exclusiva responsabilidad humana!. Los economistas
    científicos no lo fueron para nada en este
    tema.

    En un principio nosotros tratamos de llegar al fondo del
    estudio del dinero, más como hipótesis inicial,
    como un punto de partida para su posterior estudio definitivo,
    que como una teoría acabada. Y lo hicimos. Pero las
    propias circunstancias derivadas de ese estudio nos llevaron a la
    necesidad de construir, no ya una hipótesis, sino una
    teoría la aquí propuesta, con algunos pasos muy
    firmes dados en su concreción. No decimos que ésta
    sea una teoría acabada, con el objeto de dejar una
    abertura posible a cualquier otro descubrimiento que,
    probablemente, pueda habérsenos escapado. Pero no tenemos
    duda de que, así como está, su contenido es
    suficiente. Trataremos entonces de mostrar y relatar, de la forma
    más sencilla posible, los pasos que fuimos dando, para que
    tenga un alcance amplio, abierto y general, sin que exista la
    necesidad de "intérpretes" de ella, que seguramente no
    profundizarán nunca en sus nuevos postulados,
    puesto que la mayoría de estos se contraponen con lo que
    hoy se "sabe y se enseña" sobre
    economía.

    Porque mientras estudiábamos "bajo el
    microscopio" las propiedades del dinero y su función con
    lo que conocíamos como economía, había
    "algo" que no encajaba. Se nos ocurrió levantar un poco la
    mirada y descubrimos una enorme contradicción: la forma y
    el sentido en que la humanidad ha estudiado y ha visto el proceso
    de producción de bienes ha sido erróneo, a pesar de
    haber sido ése su único tema de estudio.
    Descubrimos que el orden en que tal proceso se ejecuta en la
    naturaleza no coincide con el orden impuesto por todas las
    teorías y leyes de la economía hasta ahora
    aplicadas; es más, nos saltó a la cara que este
    ciclo se conforma en un orden contrapuesto al común y
    equivocadamente aceptado. Esta nueva realidad y su
    análisis nos llevó, obligatoriamente, a aumentar el
    campo de estudio hasta alcanzar la totalidad de la
    economía, tal como hoy la conocemos, y notamos que
    ésta se contradice continuamente consigo misma –algo
    no novedoso- sino, especialmente, con el antedicho
    descubrimiento, lo que a su vez explica y demuestra las
    contradicciones internas del orden jurídico que ella crea
    y soporta. Desde allí se sacaron las conclusiones que se
    describen en la mayor parte de este escrito.

    Entre ellas una en especial, la que nos permite
    demostrar objetivamente la existencia real del antes declarado
    "imposible" crecimiento económico ilimitado. Adelantemos
    otras tres de esas conclusiones:

    o El trabajo del hombre no consiste únicamente en
    la extracción de materia prima, su manufactura o
    industrialización y por último su
    comercialización, sino que consta de otra etapa
    más, aún más necesaria que cualquiera de
    esas otras y que, además, forma y conforma la principal
    actividad del hombre: es la etapa de
    reposición.

    o No se necesita, nunca, de un "capital inicial" para
    comenzar una actividad cualquiera, sino que éste ya existe
    previamente a ella en cantidad más que suficiente: la
    conjunción del objeto de esa actividad y la actividad
    misma es, de por sí, ese "capital". Según sea
    cómo se lo tome, se lo use y se lo transforme, es que se
    generará un tipo diferente de resultado, positivo o
    negativo, beneficioso o perjudicial, principalmente, según
    se cumpla o no con la etapa de reposición.

    o La propiedad sobre los medios de producción no
    explica por sí sola la existencia de clases
    antagónicas, sino que la explica, principalmente, la
    "propiedad" sobre el dinero (entiéndase como posibilidad
    de acceso a él) y cualquiera de las demás otras
    formas que su condición admite; es el único medio
    de consumo que existe en la actualidad.

    Las conclusiones a que se arriban por su intermedio son
    asombrosas. Porque se contrapone y elimina una enorme cantidad de
    conceptos anteriores. Los que no la entiendan –o crean que
    no es útil para sus propios intereses- nos tildarán
    de herejes por proponer e impulsar mediante las palabras de este
    escrito un cambio radical del concepto de dinero, ese antiguo
    dios. Esos pocos nos dirán que no tiene fundamento la
    demostración del descubrimiento del verdadero orden del
    ciclo económico y de que, por lo tanto, los anteriores
    órdenes son falsos. Nos dirán que es
    acientífica la confirmación empírica
    plena, aditiva a las ya conocidas, pero diferente,
    una demostración cabal que se suma a ellas, de que toda
    teoría económica basada, mantenida y soportada en
    la existencia de clases antagónicas es antinatural e
    injusta. Nos dirán que es indemostrable la
    confirmación de que la existencia de clases
    antagónicas y su lucha está apoyada en la propiedad
    relegante y excluyente sobre el dinero, el único medio de
    consumo que el hombre inventó, y que de esa forma las
    propias clases son artificiales, un invento humano. Nos
    dirán que es de locos afirmar y confirmar que el bienestar
    general depende únicamente del poder adquisitivo de la
    totalidad de los seres humanos, sin distinciones de ningún
    tipo, y que ése es el dato clave que hace funcionar la
    economía.

    Nos dirán que se opone a la evolución toda
    teoría, como ésta, que confirme que no es el
    más fuerte sino el más apto el que sobrevive, como
    en verdad lo demostró Darwin. Nos dirán que es
    irracional el aseverar que la relación de los hombres con
    la naturaleza y entre sí no se conforma de
    jerarquías sino de igualdades, tanto en derechos como en
    responsabilidades. Nos dirán que es ineficiente porque no
    permite la especulación, la apropiación de riqueza
    de otros mediante el perjuicio y sin la posibilidad de
    justificarla, que es el fundamento de la explotación del
    hombre -y de la naturaleza por el hombre mismo.

    Nos dirán que se opone a la democracia la
    desaparición del dominio y predominio que una
    minoría menor que la más pequeña ejerce
    sobre la enorme mayoría. Nos dirán que se opone a
    la libertad esta nueva demostración –aditiva a las
    anteriores- de que la libertad no se obtiene comprándola,
    sino que es uno de los derechos humanos más elementales,
    sin la cual nada es económicamente posible. Pero por sobre
    todo, por encima de todos estos pataleos infantiles,
    estará la "seria" acusación de que somos
    terroristas, sediciosos o guerrilleros. Oponerse al orden
    establecido siempre conlleva esa acusación. Le pasó
    a Simón, a Artigas, a Washington, a Zapata, a Gandhi, al
    Che… Para nosotros el ser incluido en esa lista sería un
    honor, inmerecido. Será algo así como aquel "gordo"
    que una vez recibió Jorge Lanata, que en vez de
    ridiculizarlo lo enalteció.

    Se nos acusará de todo esto y más porque
    lo más importante, lo esencial que supone la
    aplicación de esta teoría, es la posibilidad cierta
    de alcanzar la independencia económica definitiva, que es
    su mejor logro. Y esto es muy riesgoso para el "establishment",
    porque sus integrantes conocen que conjuntamente con ella vienen
    la independencia económica, la política, la
    tecnológica, la cultural… Hablamos de independencia en
    su real sentido etimológico: no depender, ser
    autónomos, ser autosuficientes. Y que esto no quiere
    decir, absolutamente, despreciar las relaciones internacionales.
    La profunda comprensión de las nociones, principios y
    objetivos que describiremos en los siguientes apartados,
    creará un puente entre ambos lados del abismo que separa
    la dependencia total de la emancipación
    definitiva.

    Esta teoría está cimentada en cuatro
    columnas: una, en que el trabajo no es una mercancía; dos,
    en que el dinero tampoco es mercancía; tres, en el ciclo
    económico natural; y cuatro, en que la última etapa
    del ciclo es una etapa de reposición. Habrá
    oposición a ella. No será tarea fácil. Pero
    no sólo debemos hacerla conocer sino
    lograrlo. Trataremos de explicarla, también, de una manera
    popular, accesible, clara, corriendo el riesgo -preasumido- de
    ser reiterativos. Es más, seremos reiterativos. Porque
    hemos tenido la experiencia de que a muchas personas de
    diferentes niveles les ha resultado difícil
    desentrañarla. Han pasado por una etapa de incredulidad,
    otra de dudas y otra de fervor. Utilizaremos, en lo posible, las
    escasas herramientas que poseemos, siempre, para eliminar todas
    las dudas. Las siguientes páginas quieren ser, entonces,
    comprensibles para todos. Ojalá podamos.

    INTRODUCCIÓN.

    Este escrito no sólo trata sobre lo que su
    título nos indica, sobre la naturaleza de la riqueza, sino
    que también trata sobre la riqueza de la naturaleza. Ambas
    formas de describir el contenido de esta tesis integran una
    unidad. Estudiamos la conformación de la riqueza y vimos
    que ésta sólo se origina de la naturaleza,
    confirmando así un aserto muy antiguo; casi tan antiguo
    como su omisión, su olvido y su abandono.
    Únicamente desde ella extraemos, transformamos, creamos y
    reponemos riqueza, desde la que se forma nuestra propia riqueza y
    de la que nosotros mismos formamos parte. Es la naturaleza
    dialéctica de la riqueza, la riqueza dialéctica de
    la naturaleza. Dijimos que el tema original nació de la
    necesidad que tuvimos de investigar la naturaleza del dinero,
    desnudándolo de todo ropaje, descubriéndolo. Lo
    primero que vimos es que, en sí mismo, no tiene nada de
    natural: ha sido un invento del hombre. Al verlo "desnudo" se nos
    apareció una imagen de una fealdad extrema, indigna de su
    fama. Que no sólo podría haberse hecho mejor antes,
    o mejorarlo ahora, sino que no está cumpliendo con la
    función que se propuso su invención. Esto es lo
    más grave. A partir de allí investigamos la
    implementación de un nuevo sistema monetario, que fuera
    más apto a los requerimientos actuales de la humanidad.
    Que tuviera un respaldo concreto, que realmente representara algo
    tangible, verificable, perceptible, para que su uso tenga un
    significado y un valor precisos. Basados en la premisa
    fundamental de que el dinero no fuera un fin en sí mismo
    sino un medio, un efectivo patrón de medida para todas las
    actividades del hombre. Porque el concepto de que el dinero es un
    fin en sí mismo es un concepto cierto
    históricamente, cuando materialmente era un bien en
    sí, cuando la moneda era una mercancía real: el oro
    o la plata. Hoy, ese concepto es falso. En los sistemas actuales
    el dinero no es una mercancía pues no posee ninguna de las
    características que la definen, por lo que el dinero no
    puede ser un fin en sí mismo.

    Se está proponiendo una forma diferente de "ver"
    la economía, una forma basada en la materia,
    científica. A través de ella se llega a una enorme
    variedad de conclusiones nuevas, algunas de la cuales eran
    consideradas imposibles por otras teorías. Pero no
    queremos dar una síntesis general académica, como
    las que se han utilizado hasta ahora en la economía, pues
    sería complicada de digerir y accesible solamente para
    aquellos pocos que posean la paciencia suficiente en examinarla.
    Nos proponemos que se la vaya tomando por partes,
    analizándola paso a paso. Así podremos cumplir con
    el objetivo de hacerla comprensible para la gran mayoría.
    No lo dice su título en forma explícita, pero esta
    teoría pasó a tener (en un momento dado y por
    encima de la voluntad del autor), el carácter de "otra"
    teoría, distinta, diferente, original, por lo que la
    reiteración de su contenido se nos ha transformado en una
    necesidad, descuidando voluntariamente la corrección de su
    forma.

    Para ello, hemos dividido el libro en diferentes
    capítulos que pueden ser leídos en un orden
    diferente al dado. Porque los preceptos básicos se repiten
    en todos ellos. Esta es una teoría macroeconómica y
    monetaria. Algunos de sus capítulos
    están dedicados a describir sus postulados monetarios, en
    tanto que otros tocarán temas más generales sobre
    economía, incluyendo, obviamente, algunos relacionados
    directamente con los de la teoría monetaria
    propuesta.

    UNA
    SINOPSIS.

    Durante toda la historia no ha existido ningún
    sistema económico que haya resuelto el problema principal
    de la humanidad: la satisfacción de todas, absolutamente
    todas, las necesidades materiales del hombre. Y todas las
    necesidades materiales, es seguro, se pueden satisfacer. (La
    definición de necesidad que utilizamos se deriva de
    ése concepto básico: una necesidad económica
    es la falta de algo que otros poseen; por lo tanto, ya existe la
    forma de satisfacerla.) ¿Es que, acaso, el hombre no ha
    luchado siempre –y sigue luchando- en la búsqueda de
    la satisfacción general? ¿Es que, para ello, todo
    su trabajo acumulado fue –y es- insuficiente? ¿Es
    que acaso todas sus energías empleadas con ese fin, todos
    sus esfuerzos han sido –y son- en vano? ¿Es que
    acaso el hombre no tuvo –ni tiene- suficiente capacidad
    como para tan siquiera eliminar el hambre, su necesidad
    primordial? Si esto fuera cierto sería mejor para el mundo
    que el hombre dejara de existir. Sería mejor que les
    dejara a los animales y a los vegetales el disfrute de la vida,
    porque éstos han demostrado que pueden sobrevivir
    utilizando las escasas herramientas que la naturaleza les ha
    brindado, a la inversa del hombre, que no ha sabido utilizarlas a
    pesar de poseer muchas y mejores. Pero no debe ser así. La
    realidad indica que no hay ser vivo con más capacidad de
    adaptación a la naturaleza y con más aptitudes de
    adaptarla a ella misma, que el hombre. Es más, es el
    único que ha podido alcanzar esta última
    posibilidad.

    El capitalismo nunca, hasta ahora, se lo ha propuesto,
    porque el vencer la pobreza, el vencer el hambre, es hoy
    totalmente posible, tanto en términos productivos como en
    la distribución de esa producción. Pero es un
    negocio no tan beneficioso o tan redituable como lo es el
    servicio fúnebre, por ejemplo. Los hambrientos no tienen
    un poder adquisitivo tal que pueda corresponderse con su propia
    necesidad de consumo, ni con la ambición de los
    productores de alimentos. En ése sistema económico
    se da una regla: los más necesitados son los menos
    posibilitados. Nos han hecho creer que esa regla es "natural";
    que esa contradicción existe y que es irreversible: nos
    han hecho creer que es una condición sine qua non;
    "siempre ha sido así", dicen. Pero una vez que reconocemos
    que tal "afirmación" es una falsedad, podemos deducir
    muchas certezas a partir de ella. Solamente nombraremos la que
    dice que la enorme capacidad productiva que la humanidad ha
    alcanzado no fue correspondientemente acompañada con una
    similar capacidad de consumo, con un poder adquisitivo real y
    consecuente, que les permita a los hambrientos el acceso a los
    alimentos; y (sin tener en cuenta la posibilidad de ambiciones
    desmedidas) que les permita a sus productores vender mayor
    cantidad y al precio necesario. El ciclo nos muestra
    fehacientemente que esa falta de correspondencia no tiene ni tuvo
    fundamento de tipo alguno: ni económico, ni racional, ni
    natural, ni religioso. No tuvo fundamento.

    En el socialismo se ha vencido al hambre. Incluso se
    hizo mucho más que vencerlo. Pero le falta "algo": sus
    pobladores no cuentan con el suficiente y merecido poder
    adquisitivo, con una verdadera capacidad de compra y la
    posibilidad de usarla. No sufren de necesidades materiales
    vitales, pero adolecen de muchas de las que no lo
    son, esto es, sufren de un tipo de pobreza económica que
    no les permite saciar necesidades más superfluas o gustos
    o caprichos.

    Podemos empezar aseverando rotundamente que el principal
    error cometido por las distintas teorías ha sido –y
    lo sigue siendo- el uso generalizado y dogmático de
    errores conceptuales, no materiales. No son errores producidos
    por cambios generados por la naturaleza, externos a la voluntad
    del hombre. Ni siquiera son errores de cálculo sobre datos
    verdaderos, sino cálculos casi correctos sobre datos
    erróneos; no son errores atribuibles a "algo" que
    esté por fuera de la humanidad. Han sido errores humanos
    de observación, de toma y manejo de datos equivocados y de
    las conclusiones necesariamente desacertadas a que arribó
    la propia humanidad. Pueden ser atribuibles a la ceguera por
    ignorancia de la mayoría, a la falta de escrúpulos
    de los pocos capaces de vislumbrarlos y hasta por la interesada
    mezquindad de una minoría, menor aún que la
    más pequeña, que fue "favorecida" por esos errores,
    y que voluntariamente los mantiene, si es que alguna vez pudo o
    quiso reconocerlos.

    La invención del dinero fue la invención
    de la cuadratura de la rueda, y obstinadamente aún la
    utilizan todos los hombres, sin distinciones entre los dos
    diferentes sistemas económicos que existen. Otro error
    absurdo es que el proceso económico en ciclos de la
    actividad humana, directamente, no se lo vio, o se lo ha visto
    cabeza abajo. La visión, el espejismo de que todo hecho
    económico empieza en la "siembra" ha sido el error
    principal, el desatino primordial, la equivocación
    original. Ha sido el error base de todos los demás; por
    ejemplo, el de la "definición" indefinida del propio
    dinero. "Si quieres cosechar debes sembrar", dicen, y nuestro
    sentido común parece indicarlo de esa manera, falsamente.
    Porque esa aparente aseveración nos oculta qué cosa
    es lo que sembramos; las semillas que sembramos no son más
    que el resultado de una cosecha anterior. La naturaleza nos
    indica que "si quieres sobrevivir debes cosechar". Toda
    construcción teórica de toda estructura
    económica se ha fundamentado en aquélla falacia;
    esas teorías han sido cimentadas en arena movediza, en
    suelo blando, y por lo tanto ninguna ha soportado mantenerse en
    pie; ninguna ha logrado satisfacer las necesidades materiales,
    básicas o no, de todos y cada uno de los hombres, sin
    distinciones.

    Los teóricos del socialismo no notaron,
    además, que el dinero ha sido –y hasta ahora sigue
    siéndolo- un instrumento abstracto, inmaterial,
    indefinido. Incluso lo es el dinero socialista. Al haber aceptado
    como cierto que la moneda es una mercancía más,
    como cualquier otra, han cometido un error fatal, porque
    ésa es una característica propia y requerida del
    dinero propio de las clases privilegiadas. Fue un error tan
    inexcusable y tan grave como considerar al trabajo también
    como mercancía; la fuerza de trabajo no se vende en
    sistemas donde no existen clases antagónicas, donde no
    existe una clase que pueda "comprar" para sí la capacidad
    de trabajo de los diferentes, ni existe otra que necesite
    "venderse" para poder subsistir.

    El ciclo nos asegura que la definición precisa
    sobre la propiedad de los medios de producción no
    sólo no es fundamental para la propuesta que
    estamos exponiendo, sino que es absolutamente prescindible,
    despreciable; aunque a través de ella se mantengan las
    características subrayadas por los clásicos, sean
    del capitalismo como del socialismo. Para el ciclo
    económico es indiferente que el propietario de un medio de
    producción sea un solo individuo o lo sea el propio
    Estado, o cualquiera de las posibilidades intermedias a
    éstas. Lo que realmente importa es que se reconozca la
    existencia del ciclo económico y se cumpla con él,
    y que se utilice una moneda con las características del
    indev, puesto que ambos hacen que cada uno de los hombres tenga
    la posibilidad de adquirirlo todo, y el derecho inalienable de
    propiedad sobre lo que adquiera. Ya no importa quién posee
    qué cosa, sino que todos puedan acceder a
    todas.

    Si se le da al dinero un significado concreto, medible,
    comprobable, haciendo así que no sea accesible sólo
    para una minoría (ubicándose a sí mismo por
    encima de los intereses de clases o de grupos); si se reconoce
    definitiva y universalmente que ha dejado de ser una
    mercancía; que es un patrón o sistema de medida y
    comparación (tal como el metro o el kilogramo); si se le
    da una definición matemática a su valor (a
    través de una fórmula de resultado inobjetable y de
    fácil comprensión), el dinero se vuelve
    indevaluable, impidiendo así que el interés
    malicioso de ciertos grupos o los "pases mágicos" que los
    "justifican", puedan modificarlo a su antojo.

    ¿Puede imaginarse el lector una moneda
    indevaluable y todo lo que esa simple condición nos puede
    permitir? Sólo con la eliminación definitiva de la
    especulación ya alcanza para valorarla; pero
    también desaparecen la inflación y la
    deflación. Existen muchas otras ventajas derivadas de esa
    condición. No existe filosofía que niegue que el
    objeto de toda actividad humana (entre ellas la economía)
    debe ser el saciar las necesidades de los que las sufren (por
    ejemplo, la necesidad de un médico ante una dolencia). En
    tanto que la lógica indica que no se hace necesario para
    aquellos pocos que las puedan tener resuelta y colmada (una
    persona sana no está necesitando un médico): aunque
    el mejor ejemplo es la propia economía. Por lo tanto, toda
    acción económica debería dirigirse a darle a
    los necesitados la posibilidad y la certeza de que dejen de
    serlo. De esa manera, la economía debería hacer que
    todo necesitado (un consumidor en potencia) pudiera llegar a ser
    un consumidor auténtico. Se debe reconocer que esto
    sólo puede lograrse a través del aumento de su
    poder adquisitivo, del crecimiento de su ingreso. Y no olvidemos
    algo fundamental: todos somos un consumidor, incluso los
    integrantes de esa minoría que no sufre necesidades.
    Así, tal aumento del poder de compra adquiere el
    carácter de derecho universal; pierde entonces el
    carácter de dádiva o limosna. Es la
    devolución de la expropiación original realizada a
    la naturaleza y a la humanidad. Ése derecho (lo
    aseguramos) puede realizarse sin necesidad de otras
    expropiaciones entre humanos. Los medios materiales para
    cumplirlo existen sobradamente. Lo único que aún
    falta es el reconocimiento pleno de que todos los hombres (y no
    sólo los necesitados) tenemos ese derecho por el simple
    hecho de vivir. Y, económicamente, vivir es trabajar y
    consumir, acciones ambas que mueven y permiten la
    economía: que son las dos actividades que crean,
    transforman y dan uso a la riqueza.

    Se alcanza reconociendo que sin esa doble
    actividad, tanto sea cuando toma la forma de trabajo
    productivo o sea en la forma de ingreso que permite el consumo de
    lo producido (y que son una unidad dialéctica: uno es la
    medida y la razón de ser del otro) nada sería
    posible, ninguna economía de ningún tipo
    sería posible. Es más, la vida no sería
    posible. Sin ellos ni siquiera habría una clase poseedora,
    no necesitada, privilegiada. Esto nos asegura que todo hombre es
    merecedor de tal derecho de recibir una distribución
    equitativa de la riqueza social por el simple hecho de haber
    nacido: así, ese derecho es un derecho natural.

    Hemos descubierto que en realidad toda actividad humana
    que produzca un objeto, con el fin de ser consumido o
    usufructuado, forma y conforma un proceso cíclico
    económico que se inicia necesariamente con la
    extracción por parte del hombre de la riqueza natural de
    la zona que habita, y que termina forzosamente en la
    reposición de ésa riqueza extraída, para que
    así pueda iniciarse otro ciclo similar. Este axioma tan
    simple, casi obvio, no ha sido tomado como hipótesis
    básica en ninguna de las teorías economías
    que han existido. Las pocas que se le aproximaron (como es el
    caso de las economías que hoy existen), lo han hecho en un
    orden inverso al real, por lo que nunca pudieron entenderlo (y
    menos aplicarlo) tal como es.

    El hombre continuamente ha tomado prestado de la
    naturaleza esa riqueza original, como el imprescindible "capital
    inicial", con que ha comenzado, construido, soportado y mantenido
    todo hecho y acto económico a lo largo de la historia. Y
    no sólo utiliza esa riqueza original en forma directa para
    su propio bien, sino que puede y debe aumentarla, continuamente,
    a través de su propia actividad. Aunque ya no sólo
    para su único beneficio, sino también para el
    mantenimiento y el mejoramiento del medio ambiente que habita y
    comparte con otras especies. Después de extraída
    esa riqueza, el hombre debe hacer todo lo posible por reponerla
    de alguna manera, y así poder seguir explotándola,
    para no destruirla irreversiblemente. Cuando ha cosechado su
    trigo, lo ha vuelto a sembrar, reponiéndolo otra vez, con
    la meta de volverlo a extraer en el futuro y en mayor cantidad.
    Así se cierra el ciclo propio del trigo,
    iniciándose otro. Sucede igual con cualquier otra
    actividad que se relacione con la producción.

    La producción de bienes para el consumo o el
    usufructo necesariamente utiliza, transforma y destruye distintos
    tipos de insumos (además de la materia prima
    básica), a lo largo del ciclo productivo, que sólo
    pueden ser repuestos al ser accedidos por el consumidor al que
    están dirigidos; éste es quien paga o financia todo
    el proceso productivo. Al consumir un bien se cumple con la otra
    de las dos formas (indispensables ambas), que tiene la etapa de
    reposición; y todo ser humano es un consumidor-reponedor.
    Por haber cumplido y para poder cumplir en forma fehaciente con
    esta otra forma de la etapa de reposición de la riqueza
    original destruida, todo hombre como consumidor tiene todos los
    derechos sobre lo que la humanidad produce; incluido el derecho
    de propiedad sobre ese bien, pues ése fue y es el objetivo
    de haberlo producido. Pero principalmente ha de tener el derecho
    de poseer un ingreso en cantidad suficiente que le permita
    cumplir sin "relativas insuficiencias" con ese rol de
    consumidor-reponedor. Como cada habitante es un
    productor-reponedor y un consumidor-reponedor, todos
    y cada uno tenemos el derecho de propiedad sobre lo
    producido, y el derecho de obtener un ingreso suficiente para
    alcanzarlo.

    Esa conjunción de derechos es la que explica,
    genera y avala la propiedad social sobre el medio de consumo;
    éste es el dinero en su forma indevaluable: el indev, la
    moneda del ciclo económico natural. El ciclo
    económico nos enseña dos realidades concluyentes:
    una, que una distribución justa de la riqueza no
    sólo es una obligación moral sino una necesidad
    económica; dos, que la economía del ciclo no
    sólo obliga a realizar esa distribución sino que la
    hace totalmente posible. Hay en el libro un capítulo
    exclusivo dedicado al ciclo económico. Nos deja claro
    también que no hay producción ni reposición
    de riqueza sin trabajo y que éste no es otra
    mercancía. Una actividad cualquiera no es
    mercancía: es acción, es movimiento; no se crea ni
    se destruye. La actividad del hombre es una forma especial -o una
    especie- de energía natural, que en términos
    sociales nunca se detiene, nunca descansa. Por lo tanto, si
    definimos al trabajo del hombre como otro tipo de energía,
    concluimos que de ninguna manera es un "objeto útil,
    provechoso o agradable que proporciona a quienes lo consumen un
    cierto valor de uso o utilidad", es decir, una
    mercancía.

    Hemos utilizado el principio de la conservación
    de la energía, que nos dice que aunque la energía
    puede transformarse no se puede crear ni destruir. Vemos
    así que es totalmente aplicable a la actividad vital,
    productiva y consumidora, del hombre, y a su vez, que no cumple
    con los requisitos de la definición de mercancía.
    Debemos decir que esa afirmación no es arbitraria: la
    energía, definida científicamente, es la capacidad
    de un sistema físico para realizar un trabajo; la materia
    posee energía como resultado de su movimiento o de su
    posición relativa con las diferentes fuerzas que
    actúan sobre ella. Esta definición puede ser
    aplicada perfectamente al trabajo social o la fuerza del trabajo;
    la actividad humana es otra de las formas de la energía.
    Su unidad de medida no es el ergio o el julio, es el indev,
    puesto que el ingreso o salario del hombre que trabaja es la
    forma en que se reconoce y se da valor a esa actividad. Vemos que
    el indev es el patrón que usamos para medirla, tal como el
    julio (o joule) lo es para otros tipos conocidos de
    energía.

    Esta conclusión borra de un plumazo los conceptos
    que se manejan cotidianamente en las teorías
    económicas en aplicación. Para la sociedad
    capitalista el trabajo es una mercancía que se utiliza
    como medio de producción de otras mercancías. Sin
    embargo, la naturaleza nos indica claramente que cualquier
    actividad (entre ellas la productiva) necesita no sólo de
    un empuje inicial (energía) para quitarla del reposo, para
    activarla, para hacerla producir, sino que la necesita para
    mantener el movimiento. Un telar transforma una energía
    cualquiera (el movimiento de un brazo humano, la tracción
    animal, la electricidad, etc.) en movimientos mecánicos
    para producir tela. Allí es cuando esa máquina
    comienza a trabajar, y continúa haciéndolo mientras
    está en movimiento, mientras transforma energía. Lo
    mismo sucede con la actividad de un agricultor, la de un
    oficinista o la de un programador de computadoras. La diferencia
    está en que, para el ciclo económico (y para
    cualquier mente sana) el hombre en sí no es una
    máquina, no es un objeto más, ni individual ni
    socialmente considerado. El imaginar al trabajo del hombre
    como mercancía lo que hace es justamente eso:
    colocar al ser humano al mismo nivel que las máquinas, que
    las cosas inanimadas. Lo cierto es que, históricamente, el
    hombre y su actividad principal dejaron de ser
    "mercancías" con la desaparición de la esclavitud,
    único sistema económico donde el hombre "es" una
    cosa.

    Así, el ciclo económico nos dice que el
    trabajo, definitivamente, no es una mercancía. La imagen
    de un buey tirando de un arado, o la de un caballo arrastrando un
    carro, nos da la idea concreta de lo que significa la capacidad o
    la fuerza de trabajo. Exactamente lo mismo sucede con el trabajo
    físico del hombre (como cuando un obrero hace una zanja)
    sin importar la herramienta que utilice. Objetivamente, no
    podemos considerar esa fuerza como una "mercancía". Pero
    la idea de que su fuerza de trabajo no es una mercancía es
    muchísimo más clara al considerar el trabajo humano
    creativo, cuyo resultado puede ser tangible o no, pero que
    ciertamente es generador de riqueza nueva, que antes de esa
    actividad no existía.

    El capitalismo sobrevive gracias a la lucha de dos
    clases diferentes, opuestas, contradictorias; la existencia de
    una es la explicación de la otra, tal como son entre
    sí la luz y la sombra. La observación sin emociones
    del ciclo económico, nos muestra que cada ser humano
    cumple dos roles; en uno, en su papel de productor, se mantienen
    las diferencias individuales; en otro, en el rol de benefactor,
    se eliminan todas las diferencias. Y estos dos roles no dividen a
    los hombres en clases opuestas, sino que son dos "estados de
    oscilación", dos "cuantos" que asume un mismo hombre, en
    una "frecuencia" voluntaria, que sólo él ordena. El
    ciclo no sólo demuestra la eliminación de esa
    contradicción entre grupos (la eliminación de las
    clases), sino que la hace imprescindible para lograr un
    funcionamiento propio efectivo: para el ciclo económico no
    existen hombres más benefactores que otros. Por lo tanto,
    ver la teoría a través de ojos capitalistas no es
    la mejor manera de comprenderla. Ésa es la manera
    insuficiente o limitada de interpretar esta teoría. No
    obstante, entendemos que puede ser utilizada como forma de asirse
    a ella, de comprenderla, de aprehenderla. No sólo para los
    autoproclamados capitalistas y sus teóricos, sino
    también para aquellos que han visto que dicho sistema no
    es tan bueno como dicen, pero que, conscientemente o no,
    aún continúan valiéndose de sus conceptos y
    utilizando sus principios.

    La forma correcta de interpretar y entender esta tesis
    (de captarla en plenitud), es considerarla como una nueva
    teoría económica, distinta, diferente. Pero para
    ello se necesita del olvido de todos esos conceptos y principios
    que se manejan en el capitalismo y sus variantes, adquiridos
    desde el aprendizaje de la economía primitiva. Para
    ingresar a ésta teoría habría que asumir en
    forma plena, parafraseando la frase que colocó Dante
    Alighieri a las puertas del infierno: "abandonar todo prejuicio o
    preconcepto aquel que entre".

    Por el contrario, el ciclo económico natural nos
    hace decir que la naturaleza posee todo lo necesario para el
    mejoramiento de la vida del hombre (mediante la producción
    y el consumo), y esa riqueza la pone a disposición de la
    humanidad. Esta última puede y debe beneficiarse de todo
    lo disponible, a través, únicamente, de lo que ella
    puede aportar: el trabajo, que no es una
    mercancía más sino una forma de
    energía natural, cuya función principal e
    ineludible es reponer a la naturaleza la destrucción que
    el hombre le hace, con los mayores beneficios y mejoras que todo
    el conocimiento adquirido a lo largo de la historia pueda
    aportar, con el objeto de que esa riqueza sea accedida por todos
    los hombres, sin distinciones de especie alguna, y sin que se la
    agote.

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