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La novicia detrás del general (El otoño del patriarca de Gabriel García Marquéz)



  1. El
    desastre de los treinta pianos de cola
  2. Recuerdos de aquel mundo
    remoto
  3. Leticia Nazareno lo
    alfabetiza
  4. La
    pesadumbre de la única verdad de sus
    cartillas
  5. Perdía el rumbo hasta en visitas
    oficiales
  6. Bendición cantada a los
    minusválidos
  7. Sombras de su felicidad
    senil
  8. Cuidados de su legítima esposa Leticia
    Nazareno
  9. Insensible a las súplicas de Leticia
    Nazareno de mi desventura
  10. Concesiones confidenciales a Leticia
    Nazareno
  11. Oyó el borboriteo secreto de la criatura
    viva de su pecado mortal
  12. El
    hijo de nuestros vientres obscenos
  13. Ni de
    vainas primero muerto que casado
  14. Restauración de la casa presidencial
    después del luto oficial
  15. Cumplimiento de órdenes de Leticia
    Nazareno de mi desgracia
  16. El
    dominio de la novicia escayolada sobre el
    general
  17. Fuente

Gabriel José de la Concordia García
Márquez (
1927 – ) es un escritor, novelista,
cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982
recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido
familiarmente y por sus amigos como Gabo.

El desastre de los
treinta pianos de cola

  • había construido el tren de los
    páramos para acabar con la infamia de las mulas
    aterrorizadas en las cornisas de los precipicios

  • llevando a cuestas los pianos de cola para los
    bailes de máscaras de las haciendas de
    café,

  • pues él había visto también el
    desastre de los treinta pianos de cola destrozados en un
    abismo

  • y de los cuales se había hablado y escrito
    tanto hasta en el exterior aunque sólo él
    podía dar un testimonio verídico,

  • se había asomado a la ventana por casualidad
    en el instante preciso en que resbaló la última
    mula y arrastró a las demás al
    abismo,

  • de modo que nadie más que él
    había oído el aullido de terror de la recua
    desbarrancada

  • y el acorde sin término de los pianos que
    cayeron con ella sonando solos en el vacío,

  • precipitándose hacia el fondo de una patria
    que entonces era como todo antes de él,

  • vasta e incierta, hasta el extremo de que era
    imposible saber si era de noche o de día

  • en aquella especie de crepúsculo eterno de la
    neblina de vapor cálido de las cañadas
    profundas

  • donde se despedazaron los pianos importados de
    Austria,

Recuerdos de aquel
mundo remoto

  • él había visto eso y muchas otras
    cosas de aquel mundo remoto

  • aunque ni él mismo hubiera podido precisar
    sin lugar a dudas

  • si de veras eran recuerdos propios o si los
    había oído contar en las malas noches de
    calenturas de las guerras

  • o si acaso no los había visto en los grabados
    de los libros de viajes

  • ante cuyas láminas permaneció en
    éxtasis durante las muchas horas vacías de las
    calmas chichas del poder,

  • pero nada de eso importaba, qué carajo, ya
    verán que con el tiempo será verdad,
    decía,

  • consciente de que su infancia real no era ese
    légamo de evocaciones inciertas

  • que sólo recordaba cuando empezaba el humo de
    las bostas y lo olvidaba para siempre

Leticia Nazareno lo
alfabetiza

  • sino que en realidad la había vivido en el
    remanso de mi única y legítima esposa Leticia
    Nazareno

  • que lo sentaba todas las tardes de dos a cuatro en
    un taburete escolar bajo la pérgola de trinitarias
    para enseñarle a leer y escribir,

  • ella había puesto su tenacidad de novicia en
    esa empresa heroica

  • y él correspondió con su terrible
    paciencia de viejo, con la terrible voluntad de su poder sin
    límites, con todo mi corazón,

  • de modo que cantaba con toda el alma

  • el tilo en la tuna el lilo en la tina el bonete
    nítido,

  • cantaba sin oírse ni que nadie lo oyera entre
    la bulla de los pájaros alborotados de la madre
    muerta

  • que el indio envasa la untura en la lata,
    papá coloca el tabaco en la pipa, Cecilia vende cera
    cerveza cebada cebolla cerezas cecina y tocino, Cecilia vende
    todo,

  • reía, repitiendo en el fragor de las
    chicharras la lección de leer que Leticia Nazareno
    cantaba al compás de su metrónomo de
    novicia,

La pesadumbre de la
única verdad de sus cartillas

  • hasta que el ámbito del mundo quedó
    saturado de las criaturas de tu voz

  • y no hubo en su vasto reino de pesadumbre otra
    verdad que las verdades ejemplares de la cartilla,

  • no hubo nada más que la luna en la nube, la
    bola y el banano, el buey de don Eloy, la bonita bata de
    Otilia,

  • las lecciones de leer que él repetía a
    toda hora y en todas partes como sus retratos

Perdía el
rumbo hasta en visitas oficiales

  • aun en presencia del ministro del tesoro de Holanda
    que perdió el rumbo de una visita oficial

  • cuando el anciano sombrío levantó la
    mano con el guante de raso en las tinieblas de su poder
    insondable e interrumpió la audiencia para invitarlo a
    cantar conmigo

  • mi mamá me ama, Ismael estuvo seis
    días en la isla, la dama come tomate,

  • imitando con el índice el compás del
    metrónomo y repitiendo de memoria la lección
    del martes

  • con una dicción perfecta pero con tan mal
    sentido de la oportunidad que la entrevista terminó
    como él lo había querido

  • con el aplazamiento de los pagarés holandeses
    para una ocasión más propicia, para cuando
    hubiera tiempo, decidió,

Bendición
cantada a los minusválidos

  • ante el asombro de los leprosos, los ciegos, los
    paralíticos que se alzaron al amanecer entre las
    breñas nevadas de los rosales

  • y vieron al anciano de tinieblas que impartió
    una bendición silenciosa y cantó tres veces con
    acordes de misa mayor

  • yo soy el rey y amo la ley,

  • cantó, el adivino se dedica a la
    bebida,

  • cantó, el faro es una torre muy alta con un
    foco luminoso que dirige en la noche al que
    navega,

Sombras de su
felicidad senil

  • cantó, consciente de que en las sombras de su
    felicidad senil no había más tiempo que el de
    Leticia Nazareno de mi vida

  • en el caldo de camarones de los retozos sofocantes
    de la siesta,

  • no había más ansias que las de estar
    desnudo contigo en la estera empapada en sudor bajo el
    murciélago cautivo del ventilador
    eléctrico,

  • no había más luz que la de tus nalgas,
    Leticia,

  • nada más que tus tetas totémicas, tus
    pies planos, tu ramita de ruda para un remedio,

  • los eneros opresivos de la remota isla de
    Antigua

  • donde viniste al mundo en una madrugada de soledad
    surcada por un viento ardiente de ciénagas
    podridas,

  • se habían encerrado en el aposento de
    invitados de honor con la orden personal de que nadie se
    acerque a cinco metros de esa puerta

  • que voy a estar muy ocupado aprendiendo a leer y a
    escribir,

  • así que nadie lo interrumpió ni
    siquiera con la novedad mi general de que el vómito
    negro estaba haciendo estragos en la población
    rural

  • mientras el compás de mi corazón se
    adelantaba al metrónomo por la fuerza invisible de tu
    olor de animal de monte,

  • cantando que el enano baila en un solo pie, la mula
    va al molino, Otilia lava la tina, baca se escribe con be de
    burro,

Cuidados de su
legítima esposa Leticia Nazareno

  • cantaba, mientras Leticia Nazareno le apartaba el
    testículo herniado para limpiarle los restos de la
    caca del último amor,

  • lo sumergía en las aguas lústrales de
    la bañera de peltre con patas de
    león

  • y lo jabonaba con jabón de reuter y lo
    despercudía con estropajos

  • y lo enjuagaba con agua de frondas hervidas cantando
    a dos voces con jota se escribe jengibre jofaina y
    jinete,

  • le embadurnaba las bisagras de las piernas con
    manteca de cacao para aliviarle las escaldaduras del
    braguero,

  • le empolvaba con ácido bórico la
    estrella mustia del culo

  • y le daba nalgadas de madre tierna por tu mal
    comportamiento con el ministro de Holanda, plas,
    plas,

Insensible a las
súplicas de Leticia Nazareno de mi desventura

  • le pidió como penitencia que permitiera el
    regreso al país de las comunidades de
    pobres

  • para que volvieran a hacerse cargo de orfanatos y
    hospitales y otras casas de caridad,

  • pero él la envolvió en el aura
    lúgubre de su rencor implacable, ni de vainas,
    suspiró,

  • no había un poder de este mundo ni del otro
    que lo hiciera contrariar una determinación tomada por
    él mismo de viva voz,

  • ella le pidió en las asmas del amor de las
    dos de la tarde que me concedas una cosa, mi vida,
    sólo una,

  • que regresaran las comunidades de los territorios de
    misiones que trabajaban al margen de las veleidades del
    poder,

  • pero él le contestó en las ansias de
    sus resuellos de marido urgente que ni de vainas mi
    amor,

  • primero muerto que humillado por esa cáfila
    de pollerones que ensillan indios en vez de mulas

  • y reparten collares de vidrios de colores a cambio
    de narigueras y arracadas de oro, ni de vainas,
    protestó,

  • insensible a las súplicas de Leticia Nazareno
    de mi desventura que se había cruzado de piernas para
    pedirle la restitución de los colegios confesionales
    incautados por el gobierno,

  • la desamortización de los bienes de manos
    muertas, los trapiches de caña, los templos
    convertidos en cuarteles,

  • pero él se volteó de cara a la pared
    dispuesto a renunciar al tormento insaciable de tus amores
    lentos y abismales antes que dar mi brazo a torcer en favor
    de esos bandoleros de Dios

  • que durante siglos se han alimentado de los
    hígados de la patria, ni de vainas,
    decidió,

Concesiones
confidenciales a Leticia Nazareno

  • y sin embargo volvieron mi general, regresaron al
    país por las rendijas más estrechas las
    comunidades de pobres

  • de acuerdo con su orden confidencial de que
    desembarcaran sin ruido en ensenadas secretas,

  • les pagaron indemnizaciones desmesuradas,

  • se restituyeron con creces los bienes
    expropiados

  • y fueron abolidas las leyes recientes del matrimonio
    civil, el divorcio vincular, la educación
    laica,

  • todo cuanto él había dispuesto de viva
    voz en las rabias de la fiesta de burlas del proceso de
    santificación de su madre Bendición Alvarado a
    quien Dios tenga en su santo reino, qué
    carajo,

Oyó el
borboriteo secreto de la criatura viva de su
pecado
mortal

  • pero Leticia Nazareno no se conformó con
    tanto sino que pidió más,

  • le pidió que pongas la oreja en mi bajo
    vientre para que oigas cantar a la criatura que está
    creciendo dentro,

  • pues ella había despertado en mitad de la
    noche sobresaltada por aquella voz profunda

  • que describía el paraíso
    acuático de tus entrañas surcadas de
    atardeceres malva y vientos de alquitrán,

  • aquella voz interior que le hablaba de los
    pólipos de tus riñones, el acero tierno de tus
    tripas, el ámbar tibio de tu orina dormida en sus
    manantiales,

  • y él puso en su vientre el oído que le
    zumbaba menos

  • y oyó el borboriteo secreto de la criatura
    viva de su pecado mortal,

El hijo de nuestros
vientres obscenos

  • un hijo de nuestros vientres obscenos que ha de
    llamarse Emanuel, que es el nombre con que los otros dioses
    conocen a Dios,

  • y ha de tener en la frente el lucero blanco de su
    origen egregio

  • y ha de heredar el espíritu de sacrificio de
    la madre

  • y la grandeza del padre y su mismo destino de
    conductor invisible,

Ni de vainas primero
muerto que casado

  • pero había de ser la vergüenza del cielo
    y el estigma de la patria por su naturaleza
    ilícita

  • mientras él no se decidiera a consagrar en
    los altares lo que había envilecido en la cama durante
    tantos y tantos años de contubernio
    sacrílego,

  • y entonces se abrió paso por entre las
    espumas del antiguo mosquitero de bodas

  • con aquel resuello de caldera de barco que le
    salía del fondo de las terribles rabias reprimidas
    gritando ni de vainas, primero muerto que casado,

Restauración
de la casa presidencial después del luto
oficial

  • arrastrando sus grandes patas de novio escondido por
    los salones de una casa ajena

  • cuyo esplendor de otra época había
    sido restaurado después del largo tiempo de tinieblas
    del luto oficial,

  • los podridos crespones de la semana mayor
    habían sido arrancados de las cornisas,

  • había luz de mar en los aposentos, flores en
    los balcones, músicas marciales,

Cumplimiento de
órdenes de Leticia Nazareno de mi desgracia

  • y todo eso en cumplimiento de una orden que
    él no había dado

  • pero que fue una orden suya sin la menor duda mi
    general

  • pues tenía la decisión tranquila de su
    voz y el estilo inapelable de su autoridad, y él
    aprobó, de acuerdo,

  • y habían vuelto a abrirse los templos
    clausurados,

  • y los claustros y cementerios habían sido
    devueltos a sus antiguas congregaciones por otra orden suya
    que tampoco había dado pero aprobó, de
    acuerdo,

  • se habían restablecido las antiguas fiestas
    de guardar y los usos de la cuaresma

  • y entraban por los balcones abiertos los himnos de
    júbilo de las muchedumbres que antes cantaban para
    exaltar su gloria

  • y ahora cantaban arrodilladas bajo el sol ardiente
    para celebrar la buena nueva de que habían
    traído a Dios en un buque mi general,

  • de veras, lo habían traído por orden
    tuya, Leticia, por una ley de alcoba como tantas otras que
    ella expedía en secreto sin consultarlo con
    nadie

  • y que él aprobaba en público para que
    no pareciera ante los ojos de nadie que había perdido
    los oráculos de su autoridad

  • pues tú eras la potencia oculta de aquellas
    procesiones sin término que él contemplaba
    asombrado desde las ventanas de su dormitorio

  • hasta más allá de donde no llegaron
    las hordas fanáticas de su madre Bendición
    Alvarado

  • cuya memoria había sido exterminada del
    tiempo de los hombres,

  • habían esparcido en el viento las piltrafas
    del traje de novia y el almidón de sus
    huesos

  • y habían vuelto a poner la lápida al
    revés en la cripta con las letras hacia
    dentro

  • para que no perdurara ni la noticia de su nombre de
    pajarera en reposo pintora de oropéndolas hasta el fin
    de los tiempos,

  • y todo eso por orden tuya, porque eras tú
    quien lo había ordenado para que ninguna otra memoria
    de mujer hiciera sombra a tu memoria, Leticia Nazareno de mi
    desgracia, hija de puta.

El dominio de la
novicia escayolada sobre el general

  • Ella lo había cambiado a una edad en que
    nadie cambia como no sea para morir,

  • había conseguido aniquilar con recursos de
    cama su resistencia pueril que ni vainas, primero muerto que
    casado,

  • lo había obligado a ponerse tu braguero nuevo
    que siéntelo cómo suena como un cencerro de
    oveja descarriada en la oscuridad,

  • lo obligó a ponerse tus botas de charol de
    cuando bailó el primer vals con la reina,

  • la espuela de oro del talón izquierdo que le
    había regalado el almirante de la mar
    océana

  • para que la llevara hasta la muerte en señal
    de la más alta autoridad,

  • tu guerrera de entorchados y borlones de
    pasamanería y charreteras de estatua

  • que él no había vuelto a ponerse desde
    los tiempos en que aún se podían
    vislumbrar

  • los ojos tristes, el mentón pensativo, la
    mano taciturna con el guante de raso detrás de los
    visillos de la carroza presidencial,

  • lo obligó a ponerse tu sable de guerra, tu
    perfume de hombre, tus medallas con el cordón de !a
    orden de los caballeros del Santo Sepulcro

  • que te mandó el Sumo Pontífice por
    haber devuelto a la iglesia los bienes expropiad
    os,

  • me vestiste como un altar de feria y me llevaste de
    madrugada por mis propios pies a la sombría sala de
    audiencias

  • olorosa a velas de muerto por los gajos de azahares
    en las ventanas y los símbolos de la patria colgados
    en las paredes, sin testigos,

  • uncido al yugo de la novicia escayolada con el
    refajo de lienzo debajo de las auras de muselina

  • para sofocar la vergüenza de siete meses de
    desenfrenos ocultos,

  • sudaban en el sopor del mar invisible que husmeaba
    sin sosiego alrededor del tétrico salón de
    fiestas cuyos accesos habían sido prohibidos por orden
    suya,

  • las ventanas habían sido
    amuralladas,

  • habían exterminado todo rastro de vida en la
    casa para que el mundo no conociera ni el rumor más
    ínfimo de la enorme boda escondida,

  • apenas si podías respirar de calor por el
    apremio del varón prematuro

  • que nadaba entre los líquenes de tinieblas de
    los médanos de tus entrañas,

  • pues él había resuelto que fuera
    varón, y lo era,

Fuente

El otoño del patriarca de Gabriel García
Marqués

Texto adecuado para facilitar su
lectura.

 

Enviado por:

Rafael Bolívar Grimaldos

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