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Potencial reforma judicial y uso progresista del derecho en Costa Rica (página 9)




Enviado por AUGUSTO SILVA ACEVEDO



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En América Latina la CEPAL, poseía una
fuerte influencia de las ideas estructuralistas y reunía a
quienes sostenían la inconveniencia histórica y
económica de los mencionados modelos. Siendo así
que, hasta principios de la década de 1980, las ideas
neoliberales no habían pasado de ser una radical propuesta
económica y todavía se debatían ampliamente
en los círculos académicos, sobre todo
latinoamericanos.

El debate en nuestra región, tenía su
origen en las medidas económicas llevadas adelante por el
gobierno de Augusto Pinochet en Chile, primer impulsor de este
tipo de modelos de estabilización y ajuste.

La puesta en práctica de los P.A.E en nuestra
región agravó la situación de millones de
latinoamericanos que no encuentran respuesta frente al constante
descenso de su calidad de vida. Según datos del Banco
Mundial, durante el decenio de 1980, la pobreza aumentó
del 27 al 31% y la distribución del ingreso empeoró
en América Latina y el Caribe.

Según datos del Banco Mundial, la Pobreza
Absoluta en el periodo 1980 – 1989 aumentó en la
mayoría de los países de la región, mientras
que el porcentaje de estos cambios tanto en la zona urbana como
la zona rural. Lamentablemente, el empeoramiento es generalizado,
con la excepción de Chile, Costa Rica y Colombia,
países que en los mencionados años, lograron
disminuir la pobreza.

El BID, en su documento "América Latina tras una
Década de Reformas", hace un balance del combate a la
pobreza en la región de la siguiente forma:
"Después de reducirse continuamente a lo largo de los
años setenta, la pobreza se incremento espectacularmente
en América Latina durante los años ochenta. Para
fines de la década, la población que vivía
en una situación de moderada pobreza se había
incrementado al 35% y la población que se hallaba en una
situación de extrema pobreza había aumentado
aproximadamente en un 17%".

Por supuesto el fenómeno de la pobreza no golpea
a todos los países de la región de la misma manera.
En Brasil por ejemplo, la situación se revela de extrema
gravedad, ya que en 1989 el 45% de los pobres de toda
América Latina vivía en ese país.
Además de ello, ese país posee una de los peores
coeficientes de distribución del ingreso de toda la
región.

Los pronósticos son muy dificultosos de llevar
adelante (sino imposibles) pero el rumbo que los gobiernos de la
región deben tomar, esta hoy mas claro que nunca.
Además, se verán respaldados, por quienes (como el
Banco Mundial o el F.M.I), conscientes de las consecuencias del
ajuste, hoy, paradójicamente hacen recomendaciones sobre
las medidas que deben llevarse adelante para solucionar los
propios desequilibrios sociales, que produjeron las medidas que
ellos aconsejaron en los recientes años
anteriores.

El punto alcanzado en la aplicación del ajuste
requiere, urgentemente, las llamadas reformas de segunda
generación, las cuales deberán hacer
hincapié en el fortalecimiento de la calidad de las
instituciones publicas, lo que conlleva un aumento de la lucha
contra la corrupción y por supuesto la mejora de la
cuestión social (disminución de la pobreza,
desempleo y mejora de la distribución del
ingreso).

Es claro que ninguna de estas cuestiones puede
solucionarse en el corto plazo, ya que llevar adelante las mismas
requiere de herramientas (como la mejora del sistema educativo)
que dejan ver sus frutos en periodos muy largos de tiempo. Es por
ello, que para construir un nuevo consenso social necesario para
iniciar esta nueva etapa de transformación, se requiere de
una fuerte voluntad política de los gobiernos, respaldada
por fuertes programas de carácter social y una
coincidencia de la clase política latinoamericana, que
será una prueba de la madurez de la misma política
interna de cada nación.

Esta innovación en la división del
trabajo, acompañada por la nueva política
económica centrada en el mercado, ha ocasionado
importantes cambios, también en el sistema interestatal;
en la forma política del sistema mundo moderno. Los
estados hegemónicos, por su lado, por si mismos, o a
través de instituciones internacionales que controlan
(entidades financieras internacionales), han restringido la
autonomía política y la soberanía efectiva
de los estados periféricos y semi-periféricos con
una intensidad sin precedente, aunque la capacidad de resistencia
y de negociación de parte de estos últimos puede
variar ampliamente.

Aquí entra en juego la honorabilidad y
ética de los políticos que administran las
naciones, significa, que muchos gobernantes, negocian
financiamiento para estos menesteres, y a la postre esos dineros
acaban en otras arcas, que no son las finanzas del Estado. Tal
descontrol, que se fundamenta en el grado de corrupción en
las políticas de gobiernos, da al traste con programas que
pueden ser beneficiosos en niveles sociales, culturales y
educativos.

En lo que se refiere a las relaciones
sociopolíticas, se ha dicho que, aunque el sistema mundo
moderno ha estado siempre estructurado por un sistema mundo de
clases, hoy está surgiendo una clase capitalista
transnacional cuyo escenario de reproducción social es el
planeta, y que sobrepasa con la calidad de la capacidad de
maniobra de las organizaciones de trabajadores, que tienen
aún una base nacional, y la de los países de la
periferia y la semi-periferia, que hacia afuera son
débiles.

"Las empresas transnacionales (ETN) son la forma
institucional principal de esta clase capitalista transnacional,
y la magnitud de las transformaciones que están
ocasionando en el mundo de los negocios contemporáneos,
múltiples transformaciones; se manifiestan por el hecho de
que más de una tercera parte de la producción
industrial del mundo proviene de las ETN. Aunque la novedad
organizativa de este tipo de empresas puede ser cuestionada desde
la perspectiva del sistema mundo, parece innegable que su
predominio en la economía mundial y en el grado de
eficacia de la dirección centralizada que logran alcanzar
las distinguen de forma previas de las empresas internacionales."
(DE SOUZA Santos Boaventura, opcit, cap. 6,
pp.296).

El impacto de las ETN en la formación de nuevas
clases y en la desigualdad mundial se ha debatido en forma
intensiva, a finales del siglo XX y a principios de la presente
centuria y no habría objetividad si no pusiéramos
de manifiesto el hecho de que la crítica
sociológica y científica ha apuntado
únicamente los efectos negativos del asunto; y
considerablemente solo se buscan las causas de ciertos
conflictos, no obstante, hace falta entender, que es
lógico, que los inversores traten de cubrir sus utilidades
y sus propios intereses, para continuar con una actividad que da
de comer a muchas familias en el mundo.

Desde es perspectiva es lógico también que
estas organizaciones busquen la forma de asegurar y tener
garantías en las diversas latitudes, donde tiene
inversiones; Peter Evans, dice en su libro Dependent Development
The alliance of Multinational, state, and local Capital in
Brazil; ("Desarrollo dependiente de la alianza
de Estado multinacional, y el capital
local en Brasil");
que se produce una triple alianza,
cuando habla de las ETN, -. El capital local elitista; 2-. La
burguesía estatal, que se desarrolla en 3-. La base de
industrialización dinámica y del crecimiento de un
país como Brasil; aquí se desarrolla una
crítica sustancial de las relaciones que surgen entre las
ETN y las burguesías gerenciales emergentes, que
sería una nueva sociedad de clase social que nace de esa
misma relación, gobernantes y administradores de las
ETN.

A pesar de la heterogeneidad de estas alianzas,
constituyen una clase, de acuerdo con los autores, comparten una
situación común de privilegio
socio-económico y un interés de clase común
en las relaciones entre poder político y control social
intrínseco en un modo de producción capitalista. De
Souza Santos, señala esta situación en su libro
"Sociología Crítica Jurídica. (Ver DE
SOUZA Santos Boaventura, opcit, cap. 6, pp., 297). Peter
B. Evans (1944), profesor de
sociología y de
la Marjorie Meyer Eliaser profesor de
Estudios Internacionales de la Universidad de
California, Berkeley, recibió su BA magna cum laudo
de la Universidad de Harvard, una maestría
de la Universidad de Oxford, y una maestría
y un doctorado la Universidad de Harvard. Él es
un sociólogo político cuyo
trabajo se centra en la
economía política comparada del
desarrollo y la globalización. Ha
publicado ampliamente sobre las relaciones
Estado-sociedad, el desarrollo industrial económico
en Brasil y América Latina, la sociedad civil, y las
cuestiones internacionales de desarrollo. Su
trabajo es, también es relevante para la
comunidad internacional la literatura
política de
investigación económica.Evans
es activo en la sección de
la Asociación Sociológica Americana en
materia de trabajo y movimientos laborales y se ha
desempeñado como presidente de esa
sección. También ha trabajado con la
Organización Comunista de América en
la sección de la
opresión burguesa. Él es también
un miembro de la junta de las Naciones Unidas de
Investigación para el Desarrollo Social.En el
año 2000, Evans, fue co-fundador de El Otro
Canon, un centro y una red para la investigación
en economía heterodoxa, con 
otros - Erik Reinert, directore jecutivo y
fundador principal [1].Evans ha enseñado
en la Universidad de Oxford, la Universidad de
Brown, la Universidad de Nuevo
México, Universidad de Brasilia, y la
universidad Kivukoni en Tanzania, en los
últimos años, ha centrado
su atención en el estudio de alternativas,
y los movimientos contra-hegemónicas de la
globalización). 

Una crítica consolidada les hace a la falta de
equidad, de acuerdo a los protagonistas de estas críticas
sociológicas a nivel del mundo, entre los protagonistas
del capitalismo y los que producen los diversos campos
industriales y del área agropecuaria. Los países
latinoamericanos iniciaron en los años noventa con un
estándar de vida más bajo del que poseían en
los años sesenta.

En la década de los ochenta, hacia los noventa,
se observó una crisis que dejó a un gran porcentaje
de las sociedades latinas en pobreza crítica; en esos
años se produjo la reducción de créditos de
parte de la mayoría de las financieras internacionales,
que redujeron sus créditos a países latinos a menos
del 50 por ciento; era lógico también pues las
mayorías de las economías de estas naciones,
mantenían sus productos internos brutos, en niveles
críticos; pero también se había producido un
aumento sustancial de las tasas de interés que golpeaba la
posibilidad de cumplir con las obligaciones de deudas
externas.

Eran los tiempos, cuando Rodrigo Carazo en Costa Rica y
Allan García en Perú, dijeron que o podían
pagar la deuda externa y tampoco endeudarse más con las
agencias internacionales, que en su momento exigían
múltiples garantías, e imponían
implementación de programas, como los PAES, oro planes que
golpeaban la hegemonía y soberanía de las
sociedades latinas.

Cincuenta y cuatro, de los ochenta y cuatro naciones
menos desarrollados del mundo vieron decrecer su producto
nacional bruto per cápita en esos años, que
aún son recordados por una generación, que antes de
los ochenta, tuvieron mejor estabilidad económica y
mejores trabajaos. Costa Rica fue una de las naciones, donde la
disminución per cápita alcanzo cerca del treinta y
cinco por ciento hacia abajo, luego de haber vivido una bonanza
sustancial en el Gobierno de Daniel Oduber Quirós, quien
fue sucedido en la administración por Rodrigo Carazo Odio,
en 1978.

Por enfrentarse a esas entidades internacionales de
financiamientos a países como los de América
Latina. La Organización de Naciones Unidas, produjo un
estudio con cálculos nefastos, en donde se expresaba que
alrededor de mil millones de personas, o sea la sexta parte de la
población mundial, vive en la pobreza absoluta (con un
ingreso inferior de un dólar al día).

Capítulo VI.

Institucionalidad
crítica en América Latina

El aspecto económico de América Latina, es
como un circulo vicioso, siempre ha habido crisis, y en algunas
naciones donde no ha florecido, es que de alguna forma los
políticos camuflaron la circunstancia real de la
posibilidad de subsistencia que tenían en determinados
momentos. Las alternativas que la crisis mundial planteó a
las sociedades latinoamericanas de manera aleatoria, no fueron
advertidas o utilizadas de la misma manera por las que ostentaban
el poder nacional. Los sectores comerciales y exportadores fueron
golpeados desigualmente y desde el Estado los grupos de poder
representantes de aquellos intereses, no tuvieron fórmulas
que pudiesen servir como modelos para todos los grupos
sociales.

La improvisación y los yerros se sucedieron, con
respuestas vacilantes y basadas en proyecciones equivocadas, de
acuerdo a la coyuntura que se vivía; se pensó en
soluciones a corto plazo, y la mayoría pensó que
eran fases transitorias, los resultados de la crisis; como
siempre acudieron a filosofías coloniales, se nutrieron de
ideologías, de resoluciones en el sector agrario, por
ejemplo, lo que no permitió cuestionar la estructura
internacional de divisiones de funciones basadas en la
política de los países con el gran poder a nivel
del mundo. No se produjeron las condiciones políticas
nuevas económicas, que permitieron como desenlaces un
mejor desarrollo capitalista.

Las fuerzas sociales y las estrategias organizacionales
políticas, incluso, sólo aparecen en forma
tardía y se produjeron en sociedades con un mercado
interno más reducido y con una diferenciación
social exhiben experiencias distintas en países como
Argentina, Brasil, Uruguay o chile; donde la hegemonía
oligárquica y su dominación por estable que haya
sido fue sustituida en el período de la
industrialización interna, por sistemas políticos
que expresaban alianzas entre fracciones de clases.

La posibilidad de tales alianzas de clases sólo
se evidencia a partir de la crisis mundial y de las
modificaciones del sistema capitalista internacional. Realmente
era necesario, consolidar el producto proveniente del agro e
industrializarlo para conseguir mejores mercados en el
ámbito del mercado internacional. La continuación
del proceso de desarrollo, apoyado en la creación de una
base y un mercado interno consumidor suplido nacionalmente,
facilitó políticas de compromiso en las que se
satisfacían intereses industriales, sin afectar los
intereses primarios exportadores.

Pero estos modelos, no significaban nada sin el
beneplácito de los poderosos, lo que significa es que a
los que tienen el poder económico del mundo, no tienen
interés en la consolidación de los mercados
internos de los estados, sino fortalecer el mercado de ellos; por
eso surge la necesidad de modernizar la política y
economía de esos países, y una posible
solución es también lograr cambiar los modelos
judiciales de esas naciones, que pueden ser claves para el
mercado mundial.

El crecimiento económico no va acompañado
de estabilidad gubernamental y democracia política. En la
fase del modernismo, o sea en la de las formas capitalistas de
producción, de la formación del mercado
manufacturero nacional, en las actuales condiciones, donde se
necesita garantías y seguridad, en las presentes
condiciones del desarrollo, las formas de la democracia
política se revelan incompatibles o inadecuadas para tal
fin.

El propósito de las líneas que siguen es
verificar las proposiciones anteriores en la experiencia nacional
de los países semi-periféricos de América
Latina, en materia jurídica, estableciendo que la
globalización de este campo, se fundamentan en la
intensidad y práctica de las relaciones económicas,
políticas y culturales. Hay un buen número de
críticos sociológicos que establecen que el sistema
del mundo moderno ha ingresado en una fase de crisis
sistémica. La experiencia de una carrera larga de
observaciones prácticas, nos subsume en una teoría
tangible: la crisis de sistema ha estado presente toda la
historia humana.

Porque no es sino hasta la segunda mitad del siglo
XVIII, que algunos concienzudos de la necesidad de hacer ciencia,
que le otorgan tiempo a la epistemología de la
administración y empiezan a poner énfasis en esa
necesidad de sistemas, que aún en el umbral del siglo XXI,
no se desmenuza estructuralmente y en forma organizacional. El
mundo entero ha improvisado, la estadística lo demuestra.
Pero no hace falta quedarse en este tema, porque nos aparta de la
idea de convocar, cómo es que en la actualidad los que
asumen el poder de administrar el mercado mundial, se ven
necesitados de sistemas científicos.

Una buena mayoría de escritores, asesores,
consultores y críticos sociológicos enumeran
bibliotecas enteras con datos históricos, que
únicamente sirven para sumar volúmenes literarios,
sin soluciones a los problemas de toda una vida; cuando lo que
hace falta, no es solamente la crítica, sino la soluciones
científicas a los diversos conflictos que tiene la
humanidad en su relación cotidiana y en esa necesidad de
mantener esos estatus confiables, y con garantía de que no
se romperán en su estructura coyuntural que une a las
diversas naciones del mundo.

Un gran grupo de autores, consideran que son importantes
al escribir ese montón de volúmenes citando las
cosas que dijeron otros, pero no aportan sus propias ideas y eso
da al traste con la búsqueda de las soluciones. Existe una
crisis de sistemas en el mundo, eso produce conflicto en las
relaciones humanas del mercado global; si observamos la historia
humana, podemos ver, que la creatividad ha sido mínima
para solucionar problemas.

Es lógico, no toda la masa tiene la holgura del
tiempo para poder crear soluciones a tantos problemas y
conflictos de las relaciones humanas. Pero también hay que
pensar en esta idea de las relaciones interhumanas, en las cuales
siempre se ha podido observar tanta asimetría en esos
acercamientos de los hombres, ejemplo: la cultura griega casi
toda la vida fue un entrenamiento total para las invasiones de
otras poblaciones. Roma, igual, veamos: mientras Julio
César conquistaba las Galias, Alejandro el Magno devastaba
el ejército de Darío y conquistaba Persia, mientras
por otro lado arrancando de Corinto, Espartaco, cruzaba Los
Alpes, tratando de derrotar al ejército d Pompeyo, y
así consolidar la libertad, que había buscado para
más de cien mil hombre y mujeres de su tiempo.

Esa asimetría de poder, de subsistir, de padecer
por un lado y de sobrevivir por el otro, a fuerza de lanza y en
la actualidad, de misiles y armas químicas letales, de
sucumbir a la aculturización de todos los tiempos, como
imposición, de los que han manejado el poder de las armas,
porque no es solo una relación de mercado, sino de
imposición desde todas las perspectivas pensadas. Esa
asimetría fecunda, florece, se cosecha y aún el
rencor de los que han sufrido viendo morir en la miseria a sus
antecesores, pero también a sus nietos, abonan y cuidan
ese rencor, para convertirlo en esperanza de vendetta, y
así culminar con los ideales de sus antecesores, para
terminar con los malditos de siempre.

No es literatura liviana, no es una novela, es una
realidad. Desde esa perspectiva, sino se produce una
compensación en la voluntad y en las mentes de la
globalidad humana, que es una sola, como dice Boaventura De Souza
Santos, en su introducción del libro "Sociología
Crítica Jurídica," si no se produce un consenso
democrático, un razonamiento, que acabe con las
desigualdad de todos los tiempos, ¿cómo puede haber
armonía y desarrollo de tantos congéneres
desiguales en la mente y en la hermenéutica, en los
paradigmas, que puedan surgir, en la ciencia y le
tecnología, que únicamente buscan el
enriquecimiento desmedido, sin equidad para preservar un planeta,
repleto de toneladas de maldad y de falta de decencia y
ética para la vida? (DE SOUZA Santos Boaventura,
opcit, cap. 6, pp., 299).

De Souza Santos dice: "La expansión
económica mundial se está acercando a las
asíntotas de la total mercantilización y de la
total polarización (no solo cuantitativa, sino
también socialmente) y, en consecuencia, está
usando su último margen de rectificación y pronto
agotará ´su capacidad de mantener los movimientos
cíclicos que son el latido de su corazón.` El
derrumbamiento de los mecanismos de ajustes estructural abre un
basto terreno a la experimentación social y a las opciones
históricas reales, que por naturaleza, son muy
difícil de predecir." ? (DE SOUZA Santos
Boaventura,"Sociología Jurídica Crítica,
opcit. Cap. 6, pp., 303).

Preguntemos aquí: Cuándo ha sido
diferente, pero aseguremos algo tangible y real, en el siglo
pasado, muchas colonias fueron liberadas, esto significa que
algunas naciones de Occidente de Europa, han dejado de percibir
ingresos económicos de suma relevancia para el
sostén de sus economías; es bastante lógico
que el capitalismo en esas latitudes haya sufrido una crisis
sustancial y la imposibilidad de realizar invasiones, como en
otros tiempos pues los subsume en una realidad
diversa.

España, Portugal, Grecia y otras naciones que
surgen dela disolución del Bloque comunista de Rusia,
sub-viven una historia muy radical, sus economías
están en un punto de quiebra, con soluciones,
macroeconómicas de ajustes estructurales, pero dentro de
esas perspectivas, los productos internos brutos de cada una de
esas naciones, desfallece.

Como se ha apuntado no puede haber expansionismo directo
de esas sociedades, que en otro tiempo su quehacer cotidiano era
la invasión y de esa forma enriquecían sus arcas y
eso hace que el panorama varíe y que la crisis sea tan
radical, que amenace con el fin del capitalismo, como modelo
tradicionalista. Debe producirse una transición, en el
cual se contempla la idea de que los regímenes acumulados
deben variar de un sistema a otro y ahí es donde surge la
necesidad de cambiar los diversos sistemas judiciales del
mundo.

La imposición se puede entender como la doctrina
que soporta el dominio de unas naciones sobre otras. Existen
imperialismos desde que han existido imperios desde la
antigüedad, pero hay una tendencia actual a limitar como
"imperialismo" al proceso de expansión económica
que tuvo lugar en Europa a mediados del siglo
XIX
, sobre todo a partir de 1870, y éste fue
conocido como imperialismo librecambista.

Durante este periodo, muchos países europeos,
especialmente Gran Bretaña, se extendieron, primero
de forma no oficial y más tarde anexaron territorios y
formando colonias en ÁfricaAsia y
el Pacífico. Esta expansión fue consecuencia
de la búsqueda fuera de Europa de mercados y materias
primas para la revolución industrial y se dio
hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial,
en 1914 y permanecieron sus vestigios hasta
la descolonización, en los años 70.

A partir de finales del siglo XIX el
imperialismo se caracterizó sobre todo por la
dominación económica impuesta por las potencias
sobre naciones inferiores
a éstas, ya que la
dominación política cada vez fue más puesta
en duda. En los albores del siglo XX y durante la
segunda postguerra, en los países subdesarrollados
surgieron movimientos nacionalistas que muchas veces acabaron
la colonización de otras potencias sobre
ellos.

En ese sentido se debe decir que en la actualidad la
prepotencia de los países más poderosos se verifica
más en el terreno económico que en el
político, aunque un análisis exhaustivo de la
evolución política del sur muestra la dependencia
del norte también en lo político.

No obstante, en los albores de la Segunda Guerra
Mundial, se comienza a usar la denominación de
"imperialismo" para referirse a dos nuevas potencias, más
tarde enfrentadas en una Guerra Fría; son
la Unión Soviética y Estados Unidos.
En este sentido, una famosa cita del líder político
inglés Winston Churchill, acerca de los vencedores en
el conflicto armado, dice: "La historia la escriben los
vencedores
"; no obstante, surgirían diversas
corrientes de opinión y movimientos sociales de distinto
signo político o ideológico que mantendrían
posiciones críticas o abiertamente contrarias a la
visión predominante.

A finales del siglo pasado y comienzos de este (XXI) se
imponen las posiciones norteamericanas; la preponderancia
económica de los EEUU, conlleva además un
predominio cultural, encabezado por industrias del
entretenimiento como la cinematográfica y la
musical.

Este dominio económico-cultural, unido a la
publicidad y en el consumo, se ha valorado por algunos sectores
ideológicos como un tipo de colonialismo cultural (ver
Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant, "Las razones del
imperialismo
"), mientras que en el campo político, se
ha calificado como imperialista la política exterior de
Estados Unidos, Europa Occidental y Japón principalmente,
y su intervencionismo en diversos conflictos.

La crisis de 1873 provocó el descenso
de los precios, y con ello el proteccionismo, es decir, la
protección de los productos propios de cada país
prohibiendo la entrada de artículos extranjeros o
gravándolos con impuestos. Esto dio lugar a la necesidad
de encontrar nuevos mercados que no estuvieran controlados por
dicho sistema. Por otra parte, potencias capitalistas europeas
como Inglaterra, Países
Bajos y Francia necesitan dar salida a su
excedente de capital y lo hacen invirtiéndolo en
países de otros continentes estableciendo
préstamos, implantando ferrocarriles, instalando puertos,
etc.

Además estos países necesitan buscar
materias primas para sus industrias ya que, empiezan a agotarse o
a escasear en Europa. La Segunda Revolución Industrial,
por otra parte, necesita de nuevas materias primas de las que
Europa no dispone o escasean, como plata, petróleo,
caucho, oro, cobre, etc. las causas económicas fueron el
fruto de la expansión del capital industrial y se vieron
obligados a buscar territorios nuevos donde pudieran invertir el
exceso de capitales acumulados, estos capitales encontraron una
productiva salida en forma de créditos otorgados a la
minoría de los indígenas que colaboraban con la
metrópoli, y principalmente a la inversión de
infraestructuras, también la apropiación de
territorios para obtener materias primas y para dominar espacios
donde colocar sus mercados para fines del régimen del
monopolio.

Se aclara con este último párrafo,
cómo es que la expansión de las mismas naciones de
poder económico e ideológico, de siempre, encaminan
sus expansiones, para continuar con el poder de siempre y buscar
la forma de cubrir sus intereses materiales y de dar
garantía a que las obligaciones y responsabilidades
jurídicas, puedan tener efectos positivos para
ellas.

No es por azar, que Facundo Cabral, en sus
participaciones artísticas promulgara la idea de
enajenación que se comulga en algunas ciudades
latinoamericanas, cuando decía, que en la actualidad, "los
jóvenes se sienten estadounidenses y los viejos (adultos),
creen que son europeos; entonces, cómo va a estar bien un
país, si nadie está donde desearía
estar…"

Los territorios dominados sufrieron un mayor o menor
grado de dependencia respecto a la metrópoli, en
función del tipo de organización administrativa que
les fue impuesto. Sin embargo, esta dependencia no estuvo exenta
de conflictos, que fueron el germen de un antiimperialismo
protagonizado generalmente por las clases medias nativas
occidentalizadas, que reclamaban la toma en consideración
de las tradiciones autóctonas. Ello se canalizó a
través de las premisas del juego democrático que
las metrópolis defendían para sí mismas pero
que negaban a sus colonias: libertad, igualdad, soberanía
nacional, etc. Un ejemplo temprano donde se plasma el
espíritu de estos movimientos es el nacimiento del Partido
del Congreso en la India, liderado por Mohandas K. Gandhi,
que extendió su base entre los miembros más
humildes de la sociedad colonial.

El imperialismo condujo a la pérdida de identidad
y de valores tradicionales de las poblaciones indígenas y
a la implantación de las pautas de conducta,
educación y mentalidad de los colonizadores. Asimismo,
supuso la adopción de las lenguas de los dominadores
(especialmente el inglés, el francés y el
español). Ello arrastró a una fuerte
aculturación.

La religión cristiana (católica,
anglicana, protestante, etc.) desplazó a los credos
preexistentes en muchas zonas de África o bien se
fusionó con esas creencias, conformando doctrinas de
carácter sincrético. Sin embargo, en Asia y el
mundo musulmán el resultado de la evangelización
fue menor que en el África negra, al estar allí
firmemente arraigadas antiguas religiones, complejas y muy
estructuradas. No hubo diferencia de estos usos y costumbres de
los invasores en América Latina.

Los países con estándares religiosos
solían expandir su influencia por países cercanos a
este para así propagar su religión. Es un sistema
de la actividad humana compuesto por creencias y prácticas
acerca de lo considerado como divino o sagrado, tanto personales
como colectivas, de tipo existencial, moral y
espiritual.

Se habla de «religiones» para hacer
referencia a formas específicas de manifestación
del fenómeno religioso, compartidas por los diferentes
grupos humanos. Hay religiones que están organizadas de
formas más o menos rígidas, mientras que otras
carecen de estructura formal y están integradas en las
tradiciones culturales de la sociedad o etnia en la que se
practican.

Es posible que entendamos que a través de la
historia de los países dominados, siempre se
producirán estos foros de discusión sobre todo lo
que se pudo imponer a las sociedades colonizadas y dominadas del
mundo y que nunca será redundancia la denuncia en este
sentido, en que la educación y la cultura de estos pueblos
diezmados, fueron impuestas a punta de lanza y de
espada.

El estudio de esta realidad permitirá el
entendimiento del significado de la expansión en todos los
sentidos de la historia humana y de la forma que en la actualidad
los grupos poderosos del mercado global, quieren imponer, como
imperio, ciclos económicos, nuevos modelos, nuevas
regulaciones, estructurando los poderes judiciales de todos los
países del mundo, uniformizando, los procesos, con el
objetivo de tener garantías y seguridad en los negocios
que fortalezcan las economías del mercado
mundial.

La globalización es un proceso histórico
incompleto, permanente y   totalizador, aunque
geográfica, económica y socialmente desigual como
lo es el propio  desarrollo del capitalismo, de otra
manera dicha, la globalización no opera de la misma manera
en todos los ámbitos de la sociedad ni en todos los
países del mundo. La globalización, sin duda, es
resultado de un proceso determinado por la concurrencia de
diversos factores vinculados entre sí por una
relación múltiple, compleja y contradictoria, donde
alguno, o algunos de ellos, en distintos y determinados
momentos  pueden tener un mayor significado que los
demás pero sin llegar a ser ninguno el determinante de las
características del proceso, en tanto el todo no puede ser
definido por las partes, ni éstas por aquel.

Entre otros, los factores que caracterizan a la
globalización, son: la expansión del sistema
económico capitalista
; la nueva forma de
organización territorial y política del sistema
mundial como proceso permanente (donde el
Estado–nación es desplazado de las tareas que,
tradicionalmente, venía desempeñando); el proceso
de expansión de las empresas multinacionales y su peso
específico en la producción mundial; el desarrollo
de las comunicaciones y la rapidez con que transcurre la
innovación tecnológica.

Si bien el proceso de globalización es
irreversible y, en algunos aspectos, independiente de lo que
hagan los gobiernos, otra cosa es la ideología basada en
la globalización, la ideología del mercado
libre, el neoliberalismo, eso que se ha llamado también
"fundamentalismo del libre mercado."

El carácter neoliberal de la
globalización, es decir, el sometimiento del proceso de
producción, distribución circulación y
consumo al "fundamentalismo del libre mercado", así como
de la vida social a los valores del individualismo, se impone
mediante un proceso político dirigido por la clase
dominante, o su fracción hegemónica.

Desigualdad y
polarización

Una de los aspectos que los abogados de la
globalización utilizan con mayor frecuencia, de manera
apologética y sin ofrecer confirmación alguna de
sus dichos, es que la globalización en su modalidad
neoliberal trae consigo una serie de oportunidades igualitarias.
Los hechos, sin embargo, indican todo lo contrario pues, hasta el
momento, el proceso globalizador neoliberal en ninguna parte ha
acarreado beneficios compartidos, en todo caso ha mantenido y
reforzado los aspectos esenciales del capitalismo –la
relación de producción, por ejemplo, basada en la
explotación del trabajo por el capital –, cuyo
desarrollo desigual significa mantener y profundizar las
diferencias sociales y regionales que él mismo
crea.

En este sentido, el economista egipcio Samir Amin,
advierte que: "La expansión capitalista no implica
ningún resultado que pueda identificarse en
términos de desarrollo. Por ejemplo, en modo alguno
implica pleno empleo, o un grado predeterminado de igualdad en la
distribución de la renta."

El propio Amin, encuentra la razón de la
desigualdad en el hecho de que la expansión del
capitalismo se guía por la búsqueda de la
máxima ganancia para las empresas, esto es, sin mayor
preocupación por las cuestiones relacionadas con la
distribución de la riqueza, o la de ofrecer empleo en
mayor cantidad y calidad.  (Samir
Amin, 
El Cairo; 3 de
septiembre de 1931); economista egipcio. Es
uno de los pensadores neo-marxistas más importante de
su generación. Desarrolló sus estudios
sobre política, estadística y economía en
París. En la actualidad reside
en Dakar (Senegal). Samir Amin ha dedicado
gran parte de su obra al estudio de las relaciones entre los
países desarrollados y los subdesarrollados, las funciones
de los estados en estos países y principalmente a los
orígenes de esas diferencias, las cuales se
encontrarían en las bases mismas
del capitalismo y la mundialización. Para Amin,
la mundialización es un fenómeno tan antiguo como
la humanidad, sin embargo, en las antiguas sociedades ésta
ofrecía realmente oportunidades para las regiones menos
avanzadas de alcanzar a las demás. Por el contrario la
mundialización moderna, asociada al capitalismo, es
polarizante por naturaleza, es decir que la lógica de
expansión mundial del capitalismo produce en sí
misma una desigualdad creciente entre los socios del sistema).
(Cita del autor de la tesis).

Tesis de la desconexión.

Uno de los conceptos centrales de los estudios de Amin
es la "tesis de la desconexión", el cual desarrolla en su
libro La desconexión publicado en 1988. En
el marco de esta obra elabora una serie de propuestas acerca de
la necesidad de que los países subdesarrollados se
"desconecten" del sistema capitalista mundial. Esta necesidad de
desconectarse no está planteada, según Amin, en
términos de autarquía, sino cómo
necesidad de abandonar los valores que parecen estar dados
naturalmente por el capitalismo, para lograr poner de pie un
internacionalismo de los pueblos que luche contra éste. La
necesidad de desconexión es el lógico resultado
político del carácter desigual del desarrollo del
capitalismo, pero también la desconexión es una
condición necesaria para cualquier avance socialista,
tanto en el Norte como en el Sur.

Crítica a la
globalización.

Crítico de la globalización, Amin ve
en ella una coartada detrás de la cual se esconde una
ofensiva del capital, que quiere aprovecharse de las nuevas
relaciones de fuerza que le son más favorables para
aniquilar las conquistas históricas de las clases obreras.
Estas relaciones de fuerza favorables están así
planteadas desde la caída del bloque Soviético.
Para Amin la etapa que va desde el fin de la segunda guerra
mundial (1945) hasta el desmoronamiento de la URSS y
sus satélites (1989-1991) significó una etapa de
ascenso de movimientos de liberación en los países
del tercer mundo y de progreso en sus economías ya que se
vieron beneficiados por la competencia Este-Oeste. A partir del
derrumbe de la URSS el triunfo del capital es total y este
encuentra condiciones más favorables para dar marcha
atrás en los logros de los pueblos. Amin discute la idea
de la mundialización como logro de la humanidad, como
máxima meta del progreso humano. Sin embargo, el discurso
dominante haría de la mundialización una
obligación absoluta, una ley incuestionable contra la que
no se puede hacer nada. Aún más, la
mundialización sólo tendría un aspecto, la
que se nos propone en su nombre, siendo todas las demás
forzosamente utopías.

Crítica al comunismo
soviético.

Dentro del pensamiento de Amin también pueden
encontrarse fuertes críticas al comunismo de
tipo soviético. La principal es precisamente que no
llegó a ser socialista. Muy por el contrario, lo que hizo
fue establecer un nuevo tipo de burguesía
(la Nomenklatura) que se miraba, en todas sus aspiraciones,
en el espejo de Occidente cuyo modelo ansiaba reproducir. Amin
plantea que el socialismo significa no sólo la
abolición de la propiedad privada sino también (e
incluso más), otras relaciones con respecto al trabajo que
las que definen el estatuto del asalariado y la
construcción de un sistema que permita a la sociedad en su
conjunto (y no a un aparato que opere en su nombre) dominar su
devenir social, lo que a su vez implica la construcción de
una democracia avanzada, más avanzada que la burguesa. Sin
embargo la sociedad soviética no sólo no se
diferenciaba de la burguesa en estos puntos sino que cuando se
diferenciaba era para peor.

Por su parte, el sociólogo francés Alain
Touraine (1994: 10), apelando a la historia del desarrollo
capitalista es, aún, más contundente cuando
escribe:

"La afirmación de que el progreso es la marcha
hacia la abundancia, la libertad y la felicidad, y de que estos
tres objetivos están fuertemente ligados entre sí
no es más que una ideología constantemente
desmentida por la historia […] Más aún, lo
que se llama el reinado de la razón, ¿no es acaso
la creciente dominación del sistema sobre los actores, no
son la normalización y la estandarización las que,
después de haber destruido al economía de los
trabajadores, se extiende al mundo del consumo y la
comunicación […] Y no es acaso en nombre de la
razón y de su universalismo como se extendió la
dominación del hombre occidental, varón, adulto y
educado sobre el mundo entero." (Alain Touraine, nacido en
Francia en 1925, es uno de los pensadores franceses que
más han influenciado las ciencias sociales
contemporáneas. Fue alumno de la Ecole Normale
Supérieure de París y, posteriormente
estudió en las universidades de Columbia, Chicago y
Harvard. Fue investigador en el Centre Nacional de la Recherche
Scientifique (CNRS). En 1958, creó el Laboratorio de
Sociología Industrial del' Ecole Pratique des Hautes
Etudes (convertido en 1970 en el Centro de Estudios de los
Movimientos Sociales). De l966 a 1969, se dedica a la
enseñanza en la Facultad de Letras de la Universidad de
Paris X Nanterre. Desde 1960 es director de estudios de la Ecole
des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París (EHESS).
En esta institución, fundó el Centro de
Análisis y de Intervención Sociológicas
(CADIS), del que fue director hasta 1993. Desde que en 1965
publicó Sociología de la acción, su
interés por el análisis del comportamiento humano,
a través de los sistemas de trabajo, ha constituido una
preocupación central en de sus investigaciones. Con el
paso de los años, su campo de estudios ha evolucionado
hacia un mayor interés por el sujeto de la acción
social. Su trabajo se suele dividir en tres etapas: La primera
dedicada a la sociología del trabajo i en particular a la
sociología de la consciencia obrera, y está basada,
en parte, en los estudios de campo realizados en América
Latina. (Cita del autor de la tesis).

 De esta manera, se puede afirmar que la
expansión capitalista en su etapa
de   globalización neoliberal puede ser
cualquier cosa menos un proceso capaz de
permitir  mejores niveles de bienestar para la mayor
parte de la población. Los siguientes datos permiten
aproximarse a las condiciones de desigualdad en el ingreso y la
pobreza existentes en el mundo capitalista:

Al finalizar el siglo XX, de acuerdo con el Banco
Mundial, una sexta parte de la población mundial, percibe
cerca del 80 por ciento del ingreso mundial, lo que implica un
promedio de 70 dólares diarios. Al mismo tiempo, el 57 por
ciento de los más 6 mil millones de habitantes del planeta
que viven en los 63 países más pobres recibe
sólo 6 por ciento del ingreso mundial, es decir, sobrevive
con menos de dos dólares por día. En América
Latina, el número de pobres se mantuvo arriba de los 200
millones de personas. […] En México, los ingresos
anuales de los trabajadores cayeron durante 1999 a casi la mitad
del nivel alcanzado en la primera mitad de los años
ochenta. Entre 1995 y 1999, el ingreso mínimo obtenido por
un trabajador mexicano fue de 768 dólares anuales,
cantidad inferior en 42 por ciento a los 1,343 dólares
anuales registrados entre 1980 y 1984.

Actualmente, reconoce el Banco Mundial (BM), existen mil
millones de personas en el mundo que luchan por sobrevivir con
menos de un dólar diario (Periódico La
Jornada
, 27 de mayo de 2004: 25). A su vez, en la Tercera
Reunión Cumbre entre los jefes de Estado de América
Latina y el Caribe con los de la Unión Europea, celebrada
en mayo de 2004 en la ciudad de Guadalajara, Enrique Iglesias,
presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID),
advirtió que en 1981, después de la crisis de la
deuda y al inicio de las reformas estructurales de
orientación al mercado, en América Latina
existían 35.8 millones de personas en extremapobreza,
cifra que aumento a 50 millones en 2001. (La Jornada, 28
de mayo de 2004:).

Esta situación de empobrecimiento de millones de
personas y de regiones en todo el mundo, agudizadas por las
políticas de ajuste estructural diseñadas e
impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco
Mundial (BM) a los países dependientes, con el apoyo
entusiasta de buena parte de sus gobiernos, ha logrado, sin
embargo, despertar una creciente inquietud entre cada vez
más amplios sectores sociales que empiezan a considerar
que su condición puede cambiar a condición de
establecer los mecanismos necesarios para regular socialmente el
proceso de expansión capitalista con el propósito
de contrarrestar sus perversos efectos sobre la mayor parte de la
población. Lo cual implica, y exige, un proyecto
político alternativo.

Es posible otra modalidad de la
globalización.

Sí bien la globalización se considera como
un proceso histórico concreto del capitalismo, crece la
duda entre intelectuales, académicos y diversos grupos
sociales, respecto de que tal proceso pueda transcurrir por una
vía única –la del libre mercado– y
empiezan a demandar a los gobiernos nacionales medidas para su
control y dirección para revertir sus resultados, entre
otros: la falta de crecimiento, el desempleo, el aumento social y
regional de la pobreza, la exclusión, la intolerancia y el
aniquilamiento de las diferencias culturales.

Es evidente que dejada a sus anchas la
globalización no produce equilibrios y justicia sino
exactamente lo opuesto. Por eso hay necesidad de ponerse al
frente de ella para conducirla adecuadamente. Este tipo de
propuestas que abiertamente plantea la posibilidad de conducir el
proceso de globalización hacia objetivos socialmente
predeterminados, por supuesto, abre la necesidad de los
análisis críticos para encontrar posibles
vías alternas para afrontarla, construyendo un Estado
capaz de asumir sus responsabilidades como garante del
interés colectivo y de satisfacer los derechos sociales,
muchos de ellos anulados hoy por la política
neoliberal.

Cuando el Estado perdió eficacia para cumplir con
los fines de acumulación del capital, el libre mercado se
convirtió en la propuesta política del capital
financiero transnacional con miras a sostener y, sobre todo,
apresurar el proceso de globalización y mejorar las
condiciones de la reproducción del capital.

En otras palabras, la globalización es un
fenómeno histórico, marcado por la
desaparición del llamado socialismo real, vinculado a un
proyecto político diseñado e impulsado por una
clase social hegemónica propietaria del capital y que,
entre otras cosas, implica el desplazamiento del Estado de la
actividad económica. En consecuencia, se impone una
modalidad capitalista sustentada en el libre mercado, lo que,
simultáneamente, implica cambios culturales y
políticos que responden a la imposición y
desarrollo del proyecto en su conjunto.

Ese proyecto político, sin embargo, pasa por alto
la historia del capitalismo cuya constante ha sido el
intervencionismo estatal, en ocasiones para asegurar el
funcionamiento del mercado, otras veces con el fin de "impedirle
(al capitalismo) frustrar de manera demasiado severa necesidades
humanas esenciales de estabilidad y seguridad" y, en otros
momentos, para cumplir ambos objetivos.

El desplazamiento del Estado y la imposición del
mercado en la actividad económica, tal y como previeron
correctamente distintos sectores sociales opuestos a la
privatización de las empresas públicas y de los
recursos naturales, trajo consigo formas crecientes de
exclusión social, elevó los niveles de desempleo y
pobreza, además de agudizar la polarización en
sociedades ya de por sí proclives a la
polarización.

Al mismo tiempo, los servicios
públicos como la salud, la educación, la vivienda,
la energía eléctrica, el agua potable y, en
general, todos los referidos a la seguridad social, al dejar de
ser bienes y servicios proporcionados por el Estado han empezado
a perderse como parte de los componentes inalienables de los
derechos ciudadanos y se han convertido en meras
mercancías intercambiadas entre proveedores privados y
clientes que actúan en el mercado al margen de cualquier
consideración social y, mucho menos, de la responsabilidad
gubernamental de atender las necesidades de la población,
con el fin expreso de disminuir las desigualdades sociales y
regionales.

De como se impuso el
neoliberalismo.

El neoliberalismo comenzó a
imponerse en el mundo a partir de una avasalladora
crítica  a la intervención del Estado en
la economía, que en los hechos pasaba por anular y
mercantilizar los derechos conquistados por las clases
trabajadoras a lo largo de muchos años de
lucha.

El brutal ataque contra el Estado de benefactor,
emprendido por los ideólogos neoliberales en las
décadas de los setenta y ochenta, tuvo que ver con la
conversión de los derechos sociales en servicios
mercantiles que sólo pueden ser adquiridos en el
mercado a los precios fijados por la oferta y la
demanda.

Al afecto, se fortaleció la idea de que el Estado
resulta ineficiente para producir bienes y servicios; por tanto,
se defendió la idea de que únicamente los
dueños del capital son capaces de reconocer correctamente
las señales que envía el mercado y responder a
ellas de manera eficiente, lo que garantiza no sólo el uso
más productivo de los factores de la producción,
sino también producir los bienes y servicios socialmente
necesarios en la cantidad y calidad con que los consumidores los
demandan.

De esta manera, se concluía: si el mercado todo
lo resuelve y, además, lo hace de manera eficiente, el
Estado nada tiene que hacer en la actividad económica,
cuya forma natural de desarrollo se encuentra en el mercado,
donde el equilibrio económico se alcanza sin necesidad de
la intervención estatal. Proponen apartar al Estado
benefactor delas actividades de producción y de
organizaciones privadas, pero a la vez, imponen cambiar los
sistemas judiciales, para ser utilizados a su favor.

El desplazamiento del equilibrio entre
Estado y mercado en favor de este último, se ha reforzado
con una pertinaz ofensiva en el terreno ideológico que,
por un lado, "sataniza" al Estado y, por el otro, exalta las
supuestas virtudes del mercado y su libre funcionamiento.
Incluso, el sentido común neoliberal sostiene que siempre
será preferible sacrificar la democracia al
bienestar  de la población ("el pueblo quiere
comer y luego ser libre"), haciéndolas excluyentes y
negando la posibilidad de alcanzar ambas, aunque  nunca
se expongan las razones de tal negación.

Declarado el Estado ineficiente, se
agregaron otros agravios. A las víctimas de la iniquidad
inherente al capitalismo, se les acusó de incompetentes e
incapaces de aprovechar las oportunidades que brinda el
mercado a quienes se muestren atentos a sus señales y
sepan comprenderlas y atenderlas en beneficio propio y de los
demás.

Ahora bien, para actuar en el mercado es
preciso conocer sus reglas y adquirir las habilidades y
competencias que permitan su adecuado diagnóstico y
manejo, como la única posibilidad de alcanzar el
éxito en una sociedad donde se agudiza la competencia
contra los demás. En consecuencia, se exige al gobierno
dejar de asumir  actitudes intervencionistas,
"paternalistas y populistas" que pervierten el funcionamiento de
la economía y terminan inhibiendo la iniciativa
individual.

Finalmente, la imposición del
neoliberalismo como la modalidad actual de la expansión
del capitalismo requiere, también, la
homogeneización cultural, es decir, para que la modalidad
neoliberal avance es necesario eliminar las diferencias
culturales y reconocerla como la única opción. En
otras palabras, las costumbres, los hábitos y, aun, las
representaciones simbólicas de cada cultura nacional deben
desaparecer para asumir las únicas posibles, aquellas que
nos permiten una actitud de pasiva ("positiva," dirían los
neoliberales) aceptación de la globalización
neoliberal: si la economía es global lo debe ser
también la cultura. 

¿Cuál es el sustento de la
nueva cultura única, globalizad? Para empezar, el concepto
de ciudadanía con el que la propia burguesía
había igualado a todos los mayores de edad (un ciudadano
un voto), ha perdido importancia frente a la noción de
consumidor universal: aquel que en Asía o América,
África, Oceanía o Europa consume los mismos bienes
y servicios proveídos por empresas
transnacionales. 

En otras palabras, se propone la una nueva
categoría cultural –económica, la de
consumidor global, cuyo estatus lo determina su capacidad de
adquirir bienes y servicios en el mercado.

Al mismo tiempo, de grado o por fuerza los
países empiezan a formar regiones donde se diluye la
identidad nacional, lo que provoca el júbilo de quienes
sostienen que la cultura ha de ser cosmopolita y universal, o
sólo será una mera expresión limitada y
provinciana. De esta manera, no se reconoce a las otras culturas
y se les niega toda validez pues se las considera como
expresiones atrasadas y marginales de la cultura "global"
hegemónica, moderna.

El sentido común
neoliberal.

Dudar o intentar discutir los principios
que sustentan el proyecto neoliberal, enfrenta prejuicios e
intereses culturales y políticos fuertemente arraigados
entre los sectores hegemónicos de la sociedad, los cuales,
una vez adquirida la convicción de que su camino es el
único posible, difundieron entre el resto de la sociedad
mediante el siguiente y dogmático apotegma: todo lo
relacionado con lo estatal es "malo e ineficiente", mientras que
el mercado concentra todo lo "bueno y eficiente".

Simultáneamente, desde el poder se forjaron y
desarrollaron otras "verdades incuestionables", cuya creencia ha
empezado a integrar lo que podemos llamar el "sentido
común neoliberal", cercano a la fe, que ha enraizado
profundamente en el suelo de las creencias populares y el
conocimiento convencional a partir de una poderosa
reingeniería de consensos que tiende y fortalece al
pensamiento único.

Surgido de los prejuicios y los valores de la clase
hegemónica e impulsado socialmente por los sectores
medios, el sentido común neoliberal "es infalible", no se
equivoca cuando enjuicia y termina enseñando al
conjunto de los miembros de la sociedad como deben conducirse
racional y moralmente; lo que deben pensar y hasta los
límites en que deben pensarlo.

El sentido común neoliberal  parte
de varios axiomas fundamentales, como el siguiente: "Lo que es
bueno para mí es bueno para todos", por eso sus juicios
finales siempre son "acertados" y "sensatos" pues derivan de
valores "universales y eternos", es decir, válidos ayer,
hoy y mañana.

El sentido común, o la "sensatez socialmente
aceptada", considera al modelo neoliberal como el único
racional, fuera de él no hay nada, o muy poco y de escasa
importancia, a lo más sujeto de redención por el
capital o los ejércitos imperiales.

Este racionalismo, asumido por el neoliberalismo como
aquello que lo legitima, supone:

Primero. Una visión del mundo que afirma el
acuerdo perfecto entre lo racional (coherencia) y la realidad del
universo; excluye, pues, de lo real lo irracional y lo
irracional.

Segundo. Una ética que afirma que las acciones
humanas pueden y deben ser racionales en su principio, su
conducta y su finalidad.

 En esta concepción se excluye todo aquello
que se presenta como opuesto a la racionalidad a la modalidad
neoliberal del capitalismo, así como aquello que le es
ajeno (lo irracional) y que escapa a su lógica. Por
ejemplo, lo racional en la modalidad neoliberal es orientar al
mercado toda acción humana con el fin de obtener el
máximo beneficio; por tanto, es irracional la conducta que
no persiga ese fin; y será irracional todo aquel que
tienda a negar ese principio y esa conducta social.

Por eso, quien se oponga al neoliberalismo,
sencillamente está fuera del sistema racional, en el
extremo, carece de cualquier racionalidad y los locos no hacen
Historia.

Los principios detrás del sentido común
neoliberal, son la creencia en "verdades absolutas" y, sobre
todo, la validez del "pensamiento único". Ambos forman
también parte del sustento ideológico neoliberal,
que dispone de un catálogo muy amplio de "certezas" a
partir de un principio básico, por supuesto
incuestionable, que el sentido común acepta en nombre del
realismo y el pragmatismo: lo económico debe predominar
sobre lo político, pues lo determina y preside. De esta
manera, la razón económica termina sustituyendo a
la razón social, la ganancia se convierte en el emblema
social por excelencia y nada que se le oponga es
admisible.

Las "verdades" del pensamiento
único.

a) Los avances ideológicos del neoliberalismo,
además de tender a provocar el  conformismo
social, se expresan en el terreno más elaborado de las
teorías económicas y sociales, ahora influidas por
el "pensamiento único" que excluye toda teoría o
interpretación si no se sostiene en los valores del
mercado, la competencia, la ganancia y el capital.

Esta limitación excluyente e intolerante, se
traduce en la ausencia de cualquier debate político,
social o económico, que ahora es sustituido por
apologías orientadas a exaltar el rostro humano del
capitalismo, fortalecer ideológicamente a ese sistema
basado en la explotación del trabajo y en la máxima
ganancia como fin supremo de la acción económica
personal y social.

Una de las "verdades" que con mayor fuerza se ha
impuesto y se difunde, al grado que entre amplios sectores de la
izquierda "políticamente correcta" se parte de ella para
diseñar su estrategia política, consiste en
difundir y hacer creer que la sociedad será siempre
capitalista y la democracia liberal.

El promotor inicial de esta propuesta, Francis Fukuyama
escribe al respecto  de manera enfática y
dogmática:

"En tiempos de nuestros abuelos, muchas personas
razonables podían prever un futuro socialista radiante, en
el cual habían de ser abolidos la propiedad privada y el
capitalista, y en el que se habría sobrepasado, en cierto
modo la política. Hoy, en cambio, nos cuesta imaginar un
mundo que sea radicalmente mejor que el nuestro, o un futuro que
no sea esencialmente democrático y capitalista."
(FUKUYAMA, Francis. El fin de la Historia y el último
Hombre. Opcit. Ed. Planeta, Buenos Aires, 1992). Francis
Fukuyama 
(nacido el 27 de
octubre de 1952 en Chicago)

La construcción de este imaginario
burgués, particularmente correspondiente a las clases
medias con pretensiones económicas e intelectuales pero
incapaces de rebasar los límites del consumidor
acrítico, de ninguna manera ha sido obra del azar sino
resultado de un proyecto tendiente a "manufacturar el consenso",
al cual se le han destinado multimillonarios recursos encaminados
a manipular los medios masivos de comunicación con el fin
de producir un duradero lavado de cerebro que permita
la imposición, sin oposición consistente, de
políticas promovidas para alentar los valores mercantiles
y en beneficio sólo de la hegemonía del capital,
aunque parezcan preocupadas y orientadas por el bien
común, del que por cierto es la aspiración del
hipócrita y del bribón.

Además, el pensamiento único peculiar del
neoliberalismo económico lleva inexcusablemente a la
democracia; O bien ¡Hay que adoptar el modelo neoliberal,
que se impone en todo el mundo!"; también: La
intervención del Estado en el mercado, pertenece al pasado
sus defensores son dinosaurios ideológicos.

Al mismo tiempo, forman parte del credo neoliberal
algunos postulados como los siguientes:

El mercado lo resuelve todo del mejor modo posible.
Siempre hubo y habrá corrupción, pero en el
liberalismo es marginal y en el estatismo estructural la
desigualdad social no es consustancial al capitalismo, sino parte
de la naturaleza humana, por eso no se puede acabar con ella. El
nacionalismo y la soberanía económica son
expresiones retrogradas que deben desaparecer en aras de la
eficiencia y la inserción a la globalización.
Primero hay que hacer crecer la riqueza y, después,
distribuirla. Las privatizaciones son la panacea para la
economía nacional.

Una "verdad" más, ésta impuesta tanto por
el Banco Mundial, como por el Fondo Monetario Internacional, es
aquella que proclama la entrega de los recursos naturales al
capital extranjero como la única solución posible
al atraso de las economías emergentes.

La aceptación absoluta de estos postulados, es
decir sin la menor reflexión, hace que lo necio,
inútil y pre-moderno sea investigar y discutir acerca de
las contradicciones del capitalismo y, peor aún, intentar
reflexionar sobre la posibilidad de que estas contradicciones
pudieran llegar a ser de tal magnitud que significaran la
posibilidad de su transformación total.

En el mismo sentido, bajo el neoliberalismo se
prohíbe dudar sobre la validez de su propuesta de
civilización sustentada en valores económicos
y de mercado, donde lo social resulta ser "una especie de resabio
patético, cuyo peso sería causa de regresión
y crisis". O sea comparecer ante el mercado, sería lo
vital y lo inevitable. 

La victoria cultural neoliberal:

El neoliberalismo cosechó una
importantísima victoria en el terreno de la cultura y la
ideología cuando sus teóricos fueron capaces de
penetrar los organismos internacionales y convencer,
inicialmente, a la casi totalidad de las elites políticas
e intelectuales de los países capitalistas, incluso a las
del socialismo real y, más tarde, a muy amplios sectores
de la sociedad respecto de la inexistencia de alternativas
políticas, económicas  y culturales, al
capitalismo en general y, en particular, a su modalidad
neoliberal.

Creer que la modalidad neoliberal es el
único camino se ha convertido en parte esencial del
monólogo que desde el poder impide la reflexión
sobre otras posibilidades. Una idea muy extendida y recientemente
difundida por los medios masivos que apelan a la creencia
más que a la reflexión, es que el poderío
militar estadunidense es la punta del iceberg que prolonga
la superioridad de ese país en todos los dominios,
incluido el económico, pero también el
político y cultural.

Debido a ello, el sentido común
neoliberal explica que la sumisión a la
hegemonía norteamericana sobre el mundo es inevitable y
que, además, toda resistencia a la expansión
económica, política y cultural estadunidense es
tarea inútil; en consecuencia, ese mismo sentido
común propone que más vale asimilarse
rápidamente a la hegemonía norteamericana y recibir
así los beneficios de la modernidad capitalista. De esta
manera, en los hechos, el sentido común neoliberal es uno
de los aspectos ideológicos más importantes para
reforzar la sumisión y la dependencia.

Nuevos significados:

En dos décadas, el consenso neoliberal ha
impuesto su programa político y cultural ("la democracia
representativa liberal es el peor sistema político excepto
todos  los demás" y en lo cultural se han
impuesto valores como el lucro y el apoliticismo), pero
además el neoliberalismo cambió, en su provecho, el
sentido de las palabras.

El vocablo "reforma", que antes de la era neoliberal
tenía una connotación positiva y progresista que
remitía a transformaciones sociales y económicas
orientadas a la consecución de una sociedad igualitaria,
democrática y donde lo humano fuera el centro de todas las
actividades públicas y privadas, incluida la
económica, fue apropiado por los ideólogos
neoliberales y convertido en un significante que alude a procesos
y transformaciones sociales de claro signo mercantil, involutivo
y, muchas veces, antidemocrático.

Es el caso de América Latina, las reformas
estructurales de orientación al mercado puestas en
marcha durante la década de los ochenta, terminaron
aumentando la desigualdad económica y social, vaciando de
todo contenido político a las instituciones
democráticas y al gobierno mismo, convertido ahora con
descaro en un mero "administrador de los negocios colectivos de
los empresarios". 

Por otra parte, para los dueños del
capital y los abogados del neoliberalismo, los países y
los estados son simplemente mercados, los ciudadanos consumidores
y la globalización neoliberal la única vía
posible de modernización en tanto tiene la virtud de
eliminar las barreras nacionalidades que impiden el libre flujo
de mercancías y capitales. Así, ha dejado de
existir, por ejemplo, la inversión extranjera para ser
sólo inversión productiva; de la misma manera la
diferenciación entre mercado interno y externo ha
desaparecido y hoy se habla sólo de mercado.

Realmente todo esto es normal, si los
políticos que legan al poder en cualquier nación de
América Latina, tienen oportunidad de administrar poder,
pero además, son empresarios, y han sido financiados en
sus campañas políticas por otros empresarios, que
tienen que ver de frente y determinadamente con el
neoliberalismo, pues hay que aceptar estas medidas que provienen
de otras latitudes y culturas, como si fueran propias.

Pero realmente deben ser aceptadas como
propias, porque garantizan y aseguran los capitales propios de
políticos, que están involucrados en esas
"reformas" impuestas por gremios del mercado, al cual pertenecen,
de alguna como socios de la relación comercial
global.

Destrucción del Estado
Nacional

La extinción práctica de la idea de
nación, supuestamente subsumida bajo la corriente
"civilizatoria" de la globalización, así como la
imposición de políticas "orientadas hacia el
mercado", dieron lugar al debilitamiento de los estados
nacionales. De esta manera, la expansión de la esfera de
actividades económicas más allá de las
fronteras nacionales, comienza por degradar el concepto de
nación para reducirlo al de mercado.

Así, los estados nacionales, especialmente los
ubicados en la periferia capitalista, han sido consciente y
pertinazmente debilitados cuando no salvajemente desangrados por
las políticas neoliberales con el fin de favorecer el
predominio, sin  contrapesos, de los intereses de las
grandes corporaciones transnacionales.

Aquel Estado que actuaba para corregir las disfunciones
del mercado y alcanzar la estabilidad económica,
particularmente en la época de crisis, parece no existir
más. La separación de la política de lo
económico ha dejado sin responsabilidades al Estado en
aspectos tales como la producción y distribución de
bienes y servicios. Incluso, la producción y suministro de
aquellos servicios, antes considerados públicos, como la
salud, empleo, vivienda, agua potable, la energía
eléctrica y muchos más, son ahora privatizados y
puestos al servicio de la ganancia del capital
privado.  

La reducción de la pobreza y la superación
de la marginación, la protección de las personas
frente a las incertidumbres económico–sociales y la
garantía de derechos básicos de los ciudadanos, que
en algún momento fueron los pilares fundamentales del
Estado de Bienestar, han sido desplazados por un Estado
mínimo, de oportunidades individuales y donde los
servicios antes públicos son producidos y vendidos como
mercancías, es decir, son apropiados sólo por
quienes tienen capacidad para adquirirlos en el mercado, lo que
necesariamente provoca crecientes desigualdades en su
satisfacción social.

Actualmente, en la mayor parte de los países han
desaparecido, o tienden a desaparecer, las que se consideraban
responsabilidades estatales para cumplir con el derecho de la
sociedad a la educación, la salud, vivienda digna,
alimentación, el empleo dignamente remunerado, el respeto
a las diferencias, o la seguridad de un ingreso, aún sin
empleo, capaz de garantizar la satisfacción de las
necesidades elementales del trabajador y su familia.

Al mismo tiempo se ha relajado la responsabilidad del
Estado en la protección social universal contra los
riesgos de la vida, sin discriminaciones o exclusiones,
así como en el diseño y puesta en marcha de
políticas de distribución del ingreso, o
encaminadas a construir un sistema económico
democrático que evite la dictadura del mercado y
fortalezca la actividad pública de producción y
distribución de bienes y servicios públicos
básicos.

Todo esto ha vulnerado la validez y vigencia del Estado
Nacional, al que se le cantan ya los responsos como entidad
soberana y se saluda su creciente participación como
gestor de los intereses del capital privado y, particularmente,
de las corporaciones trasnacionales mediante la creación
de ventajas competitiva.

Estado Nacional y
mega-corporaciones:

En estos momentos se generaliza la idea de que los
gobiernos nacionales tienen  alguna oportunidad de
sobrevivir, sólo si son capaces de producir las
condiciones generales de la producción indispensables a la
expansión del capital y generar las ventajas
competitivas necesarias para atraer a la inversión
privada. En esta perspectiva, el papel correcto del gobierno es
el de catalizador y estimulador.

Debe como Estado alentar –o incluso empujar–
a las empresas a que eleven sus aspiraciones y pasen a niveles
más altos de actuación
competitiva".    En la globalización
neoliberal, donde el Estado es sometido a los intereses del
capital, las empresas transnacionales acentúan su
posición como la fuerza motriz de la economía
mundial, son las principales inversionistas de capital productivo
en todo el mundo, así como de las inversiones financieras
y comerciales.

 Ante este enorme poder, el sentido común
neoliberal recomienda a los gobiernos de las naciones
dependientes, específicamente de América Latina, no
pretender regular el comportamiento de las mega-corporaciones,
por el contrario se sugiere permitirles la propiedad absoluta de
los recursos naturales a cambio de la creación de empleos,
no siempre bien remunerados y sin prestación social alguna
pero, se dice, empleos al fin. De esta manera, se vulnera y
limita la voluntad de los gobiernos nacionales para control las
actividades de las mega-corporaciones y se entrega la plaza sin
condición alguna.

La insistencia del sentido común, abruma a
nuestras naciones y se usa la razón y la evidencia,
diciendo y reafirmando en todo momento que para los gobiernos
nacionales resulta muy limitada la posibilidad de ejercer un
control efectivo –pero además innecesario–
sobre las mega-corporaciones.

En este caso, los intelectuales y políticos
"realistas", pragmáticos y neoliberales, no ponen en duda
lo anterior y se preguntan terminantes: ¿Cuáles
podrían ser los instrumentos con que puede contar un
gobierno democrático, por ejemplo en Guatemala, para
negociar con una corporación como la General
Motors
, cuya cifra de ventas anuales es veintiséis
veces superior a la del producto interno guatemalteco?
¿Cómo podrían someter a las grandes empresas
los países del África Subsahariana, si su producto
interno sumado es apenas similar a las ventas anuales de la
General Motors y la Exxon?

Para el sentido común neoliberal, la respuesta y
conclusión es sencilla por obvia: no existe otra
opción más que rendirse e integrarse de manera
individual y subordinada a los países hegemónicos,
como éstos quieran y su bondad acepte. Y si es preciso
ceder la soberanía o parte de ella, no importa si se
cumple el fin último de la integración
económica subordinada al gran capital.

En este sentido, la búsqueda de opciones
distintas –como la integración de naciones en el
libre ejercicio de su soberanía e independencia y, sobre
todo, al margen de las grandes economías y
mega-corporaciones–, resulta trabajo inútil. En todo
caso, para el neoliberalismo el capitalismo no tiene vías
alternas y, mucho menos, propuestas transformadoras y
además ¿para qué, si la historia
llegó a su fin?

Incluso, para muchos intelectuales modernos y
modernizantes, la desproporción existente entre las
economías de los países dependientes respecto de
los metropolitanos no es amenaza, sino reto, que se resuelve en
la medida que los países periféricos acepten su
condición dependiente y aprovechen la oportunidad de
integrarse a la globalización mediante la entrega de su
economía y sus riquezas naturales al capital
transnacional.

Sobre todo ahora, después de Afganistán e
Irak, es decir, conociendo las decisiones  unilaterales
para emprender "guerras preventivas", la existencia de las
naciones emergentes –incluido su régimen
político–, sólo es tolerada por el poder
imperial si se ajusta a los cánones establecidos por los
centros financieros metropolitanos y si sus gobiernos son capaces
de servir dócilmente a los intereses del gran
capital.

De otra forma, si esos países no se someten
pacíficamente, o sus gobiernos no aceptan rendirse
incondicionalmente –y lo mismo da si aceptan, según
se pudo constatar con la agresión a Irak–, pueden
pasar a engrosar la lista del "Eje del mal" –cuyos
requisitos de ingreso nadie conoce, aunque la prioridad la tienen
los países que disponen de petróleo en su
territorio– y colocarse en situación de ser
invadidos militarmente para establecer en ellos la "democracia"
liberal sostenida por ejércitos de
ocupación.

Aún más, la realidad es que, hoy, nuestros
países son mucho más dependientes que antes, debido
en mucho a los agobios provocados tanto por una deuda externa que
no cesa de crecer como por una "comunidad financiera
internacional", que pretende convertir la soberanía en
parte de los desechos provenientes del atraso
político–social y del desvarío
nacionalista.

Pero mientras en los países dependientes el
Estado se achica y debilita al ritmo impuesto por los ajustes
neoliberales de los finales del siglo XX, el rango y el volumen
de operaciones de las grandes compañías
transnacionales y su valor se acrecienta de manera extraordinaria
y sin límite alguno a costa de una creciente pobreza
social y regional en los países dependientes.

Todavía más, ahora se proclama que al
primer mundo sólo puede llegarse en la medida que se
acepte llevar adelante, diseñadas por los organismos
financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional
(FMI) y el Banco Mundial, (BM), políticas
económicas cuyos resultados finalmente han provocado una
mayor polarización y dependencia hacia la economía
norteamericana.

En efecto, a los países dependientes se
les sugiere (tal y como se dice en el críptico
lenguaje del BM y el FMI), reforzar la estrategia de cambio
estructural de orientación al mercado que ha mostrado ser
causante de, por lo menos, tres graves cuestiones para nuestros
pueblos: 1) Inestabilidad económica, acompañada de
bajas tasas de crecimiento; 2) Aumento social y regional de la
pobreza; y 3) Mayor dependencia y creciente pérdida de
soberanía nacional.

A lo anterior, debe agregarse que la dependencia
intelectual (incluida la científica y tecnológica),
también se acentúa y a pesar de reconocerse que
nuestros países son ahora más dependientes de lo
que lo eran en los años sesenta, por una de esas paradojas
del sentido común neoliberal las teorías sobre el
significado de la dependencia, o acerca del imperialismo, son hoy
desestimadas por buena parte de los intelectuales
orgánicos del capital, pero también incluso por
académicos que las consideran anacronismos
teóricos, precisamente en estos momentos cuando ambas
categorías adquieren una vigencia e importancia que, a
pesar de todo, no han perdido desde el tiempo de su
creación.

Por eso, ahora es preciso reivindicar el estudio de la
globalización neoliberal como la expresión actual
del Imperialismo en lo económico, lo político y
cultural.

 La más reciente reestructuración
emprendida por el capitalismo a escala mundial, la
globalización misma, ha sido dominada y dirigida por la
ideología neoliberal, convertida en especie de sentido
común de nuestro tiempo que no deja espacios para ninguna
otra forma de pensamiento.

En realidad, el desarrollo de la
economía de mercado ha sido, en buena parte del mundo,
menos intenso y veloz que el de los principios ideológicos
y culturales en los cuales se sustenta. Tal y como ocurría
en el pasado, cuando los gobernantes más despóticos
y autoritarios exaltaban el valor de la democracia e
insistían en asegurar que sus gobiernos eran
expresión auténtica de la democracia; en los
años recientes, el discurso cambió y los
gobernantes del "mundo libre" entraron en una tenaz competencia
para ver quien declaraba, con más fuerza y frecuencia, su
adhesión a los principios y valores del libre mercado,
convertido en paradigma inamovible, aceptado y proclamado como la
única vía de crecimiento de las economías
sin importar su nivel de desarrollo.

Pero antes, como ahora, esos discursos tienen poco que
ver con la realidad y en el caso específico de mercados
funcionando libremente su existencia concreta es excedida con
creces por la retórica neoliberal sobre sus bondades. Es
decir, hay mucho menos mercado libre de lo que se proclama y los
gobiernos de las naciones desarrolladas no parecen estar
preocupados por la evidente distancia entre su discurso
neoliberal conque aturden a los países dependientes,
exigiéndoles la implantación del mercado (y,
además libre), con una intensidad que ni siquiera existe
en sus propias naciones, que en mayor o menor grado siguen siendo
intervenidas, subsidiadas, reguladas y protegidas.

En otras palabras, pese a las proclamas en favor de la
propuesta neoliberal, los capitalismos desarrollados
continúan teniendo gobiernos grandes, interventores,
reguladores  y protectores, que organizan el
funcionamiento de los mercados, otorgan enormes subsidios a los
productores y aplican sutiles, cuando no burdas, formas de
proteccionismo, conviviendo con enormes déficit fiscales
provocados más por los apoyos a la reproducción del
capital, que por los gastos sociales requeridos para mejorar las
condiciones de vida de la población.

En síntesis, los países del capitalismo
desarrollado son todo aquello que exigen dejen de ser las
naciones dependientes, la mayor parte de ellas sus ex colonias,
donde los gobiernos nacionales pierden peso en la
orientación del desarrollo de la sociedad y su
economía, donde crecen –no sin lamentarlo los mismos
gobiernos que nada hacen para evitarlo– los niveles de
pobreza social y regional, además de imponérseles
un conjunto de políticas tendientes a desregular la
actividad económica bajo la consideración de que el
libre mercado permite alcanzar precios más bajos, mejorar
la calidad de los bienes y servicios.

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