Monografias.com > Biografías
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Alfonso VI -Imperator Totius Hispaniae-



Partes: 1, 2


    Alfonso VI "Imperator Totius Hispaniae" –
    Monografias.com

    Alfonso VI "Imperator Totius
    Hispaniae"

    Conferencia pronunciada el 4 de
    octubre de 2012 en el Ateneo de Madrid.

    Estimados señores: En primer lugar quiero
    agradecer muy sinceramente a la Sección de Mitos,
    Religiones y Humanidades la oportunidad que me brinda de estar
    otra vez con Vds. y, en segundo lugar, explicar el título
    de la conferencia de hoy. Cuando la Secretaria de esta
    Sección se puso en contacto conmigo para invitarme a dar
    esta charla, hizo referencia al compromiso que contraje el
    año pasado de hablar de "Las hijas del Cid"; sin embargo,
    contesté que era preferible tratar antes de la figura de
    Alfonso VI, por dos motivos: porque, para situar debidamente en
    la Historia la época en la que se desarrollaron los hechos
    narrados en la tercera parte del "Cantar del Mío Cid" y
    desligarlos del mito, era conveniente repasar las circunstancias
    políticas de finales del siglo XI y porque era de justicia
    conceder la palabra a este monarca "por alusiones": en la
    Literatura, Rodrigo Díaz es el protagonista y don Alfonso
    sale bastante mal parado.

    Cuando los autores extranjeros se refieren a él,
    lo hacen como "The Brave" o "Le Valient" ("El Bravo", "El
    Valiente"). Sin embargo, en España, este sobrenombre
    está reservado a su hermano, Sancho II de Castilla. En los
    manuales de Historia, es simplemente "Alfonso VI" y olvidamos que
    en su época él firmaba los documentos oficiales con
    el título de "Imperator Totius Hispaniae",
    expresión que generalmente se traduce como "Emperador de
    Toda España".

    Llama mucho la atención que totius,
    "todo", no concuerde en género y caso con
    Hispaniae, sino con
    Imperator.[1] Esta anomalía se
    suele atribuir a que el latín medieval se aparta de la
    norma clásica. Sin embargo, en la corte de León, el
    latín era la lengua oficial y los numerosos documentos de
    la época (fueros, sentencias, actas de donación,
    cartas de arras, etc.) están redactados con una
    corrección gramatical impecable, por lo que cabe pensar
    que la frase es correcta y nuestra traducción, no. Lo que
    Alfonso VI, y los demás reyes que utilizaron esta
    fórmula, querían decir era sencillamente esto:
    "Todo Emperador de Hispania". Hispania entendida como el
    conjunto de tierras que llevaron ese nombre en la época de
    los romanos: la Península Ibérica, e
    "Imperator" en su acepción literal: "el que
    manda
    ". En cuanto a totius hace referencia a que su
    mandato está por encima del resto de sus vasallos: condes
    y gobernadores cristianos, reyes y príncipes
    musulmanes.

    En efecto, para gran escándalo de los
    historiadores árabes, y especialmente de Ibn Al-Kardabus,
    Alfonso VI después de la conquista de Toledo, firma como
    "Príncipe de los Creyentes", usurpando el título
    reservado al Califa.

    ¿Fue Alfonso VI el primer rey en denominarse
    "Imperator Totius Hispaniae"?. No. Con este título ya
    firmaban los monarcas de los reinos de Asturias y León,
    como sucesores de los reyes visigodos, que "mandaban" en Hispania
    como delegados del poder político de Roma. Recordemos que
    entraron en la península mediante un "foedus", un
    pacto suscrito entre el rey Valia y el emperador Honorio, y que
    esta situación se mantiene hasta la caída del
    Imperio Romano de Occidente, momento en el que los monarcas
    visigodos toman el relevo imperial y, para legitimar su cargo,
    anteponen a su nombre de pila (Wamba, Egila, etc.) el de Flavio,
    con el que rubrican el cuerpo de leyes del "Liber Judiciorum",
    que más tarde darían lugar al "Fuero
    Juzgo".

    Con la llegada de los árabes a España y la
    disolución de la monarquía visigoda, los cristianos
    hacen frente a la invasión desde tres núcleos
    principales: Asturias, Navarra y Cataluña. Cada uno a su
    manera. Cataluña como la "marca hispánica" del
    Reino de los Francos; Navarra aliándose con los Banu Qasi
    del Valle del Ebro; Asturias haciendo la guerra por su cuenta. Es
    este último reino el que pretende ostentar la legitimidad
    romano-visigoda y ejercer una autoridad hegemónica sobre
    el resto de los territorios cristianos. A partir de Alfonso I de
    Asturias, sus reyes y, posteriormente los de León, se
    titularán "Imperator Hispaniae", Emperador de
    Hispania.

    Pero no serán los únicos. A principios del
    siglo XI, el rey Sancho III "El Mayor" de Pamplona y
    Nájera, hijo de padre vasco y madre leonesa, casado con
    Mundiadona de Castilla, hija de padre castellano y madre leonesa,
    aprovecha los vaivenes políticos del Reino de León,
    para ejercer un auténtico liderazgo político en los
    territorios cristianos y se adjudica dicho título, con el
    que firmará los documentos oficiales. Su hijo Fernando I
    de Castilla, casado con la reina Sancha de León,
    hará lo mismo.

    Pero será Alfonso VI, rey de León y
    Castilla, regente de Galicia, señor de los condes
    cristianos de Oviedo, Lugo, Coímbra, Nájera,
    Vizcaya y Álava, y de los reyes musulmanes de Toledo,
    Sevilla, Zaragoza, Valencia, Granada y Albarracín, aliado
    del rey de Aragón y Pamplona, y protector de la Iglesia,
    el que introduzca el "totius" dentro de la
    fórmula. En efecto, todos son sus vasallos y él
    ejerce una posición hegemónica en el conjunto de
    los reinos de Hispania. Su nieto Alfonso VII
    también firmará con este título; pero al
    dividir sus reinos entre sus hijos y al salirle,
    permítanme la expresión, "un competidor" en la
    persona de su primo hermano Alfonso I Enríquez de
    Portugal, y perder el vasallaje de las taifas musulmanas ante el
    empuje de la invasión almohade, durante cien años
    esta denominación dejará de aparecer en los
    diplomas, hasta que la vuelva a retomar Alfonso X "El Sabio" en
    el siglo XIII. Y ya que los reyes de Portugal se consideran parte
    integrante de la antigua Hispania romana, pero no supeditados a
    los monarcas castellano-leoneses, el título cae en desuso,
    de tal forma que cuando Isabel I de Castilla y Fernando V de
    Aragón unen la mayor parte de la Península
    Ibérica bajo su cetro y se descubren nuevos territorios
    allende los mares, no utilizan el título de "Emperadores"
    sino de "Reyes Católicos", cobrando esta última
    palabra el sentido de "universales". Su nieto Carlos V, sí
    será Emperador, pero del Sacro Imperio Romano
    Germánico.

    Aclarado todo esto, volvamos a Alfonso VI.

    El imaginario popular, a través de los siglos, le
    ha identificado con "el envidioso que desterró al Cid", o
    como el "presunto asesino de su hermano Sancho". En gran medida,
    la Literatura ha tenido la culpa de esta deformación
    histórica: desde el Romancero hasta los estudios
    filológicos de Menéndez Pidal. De suerte que la
    época y la España que le tocó gobernar no es
    conocida como la de "Alfonso VI", sino como "la del Cid".
    Desgraciadamente, el intento actual de ocultar la figura
    "políticamente incorrecta" del vasallo ha tenido como
    consecuencia hacernos olvidar a uno de los reyes más
    importantes de nuestra historia.

    Así pues, hablemos esta tarde de Alfonso VI, y
    descubramos al hombre cuya personalidad e ideario político
    dejó una profunda huella en su contemporáneo el rey
    Abd Allah de Granada, que le dedica páginas y
    páginas de sus "Memorias", y en los historiadores
    árabes del siglo XII, Ibn Bassam e Ibn Al-Kardabus, que
    describen sus gestas con tanta exactitud, que muchas veces
    superan a los cronistas cristianos de la Edad Media. El hombre
    que gobernó Hispania con unos conceptos muy similares a
    los de la España actual, ya que fue el rey supremo de
    territorios gobernados de forma autónoma, y en cuya
    época se desarrollaron criterios de organización
    municipal y territorial que perduraron durante toda la Edad
    Media, pasaron a América con los conquistadores y que, con
    otro nombre, perviven hoy en día.

    De paso, también explicaremos cómo
    partiendo de una posición secundaria dentro de su propia
    familia, llegó a acumular un inmenso poder y por
    qué podría haber pasado a la Historia con los
    apodos de "El Longevo", "El Afortunado", "El Legislador" "El
    Mujeriego" o "El Europeísta".

    Alfonso VI nació entre los años 1047-1048
    y murió en el año 1109, a la edad de 62
    años. Edad bastante avanzada para su época; sobre
    todo teniendo en cuenta que guerreó, dirigiendo
    personalmente el ejército, casi hasta el final de sus
    días.

    Durante sus primeros años fue muy afortunado. Era
    el favorito de sus padres, Fernando I de Castilla y Sancha, reina
    propietaria de León. Antes que él, habían
    nacido las infantas Urraca y Elvira, y el infante Sancho;
    después de él, el infante García. Sin
    embargo, de todos los hermanos, Alfonso era el más
    querido. Tal vez porque según Jiménez de Rada, era
    "culto y amante de las buenas maneras". Tuvo como tutor y maestro
    de armas al conde Pedro Ansúrez, suegro de Álvar
    Fáñez, hombre de carácter
    diplomático, que seguramente influyó muy
    positivamente en la formación de su pupilo. Los
    Ansúrez, el conde y sus hermanos, fueron los grandes
    valedores de Alfonso VI en los momentos más
    difíciles de su vida, que también los
    tuvo.

    Lo mismo que su hermana mayor, doña Urraca
    Fernández, que no dudó en salvar la vida a su
    hermano Alfonso en varias ocasiones, a costa de enemistarse con
    su otro hermano, Sancho. La "Crónica Najerense" la
    describe como a una mujer que no era fácil de manejar.
    Murió soltera y reina de Zamora a los setenta años.
    De ella se decía que había sido "el cerebrito" de
    la familia: la que había impulsado a sus hermanos Sancho y
    Alfonso a eliminar de la escena política a su hermano
    García, antes de que estallara una rebelión en
    Galicia.

    Para poder explicar estas maniobras políticas y
    las luchas que sostuvieron los hermanos de Alfonso VI entre
    sí y contra sus primos, los reyes de Navarra y
    Aragón, debemos hacer mención, aunque sea
    brevemente, a sus abuelos y a sus padres. Sancho III El
    Mayor
    de Pamplona y Nájera está casado con
    Mundiadona de Castilla. A la muerte de su cuñado, reclama
    el condado castellano como herencia de su mujer y lo anexiona a
    su reino. Antes de morir, reparte la herencia entre sus hijos: a
    García, el primogénito, le toca Navarra; al
    segundo, Fernando, Castilla; a Ramiro, su hijo bastardo,
    Aragón. Los tres, por tener sangre real, gobernarán
    sus respectivos territorios con el título de
    "rex".

    El padre de Alfonso VI, Fernando I de Castilla, se casa
    con la hermana del rey leonés. Éste muere en la
    batalla de Tamarón, y Fernando I hace valer los derechos
    dinásticos de su esposa Sancha. Se coronan y gobiernan
    conjuntamente ambos reinos. La fuerza imparable que supone la
    unión de Castilla y León bajo un solo cetro hace
    posible que Fernando I al mismo tiempo dispute a sus hermanos la
    herencia de su padre y extienda sus dominios a costa del antiguo
    Califato de Córdoba. Fernando I conquista Coímbra,
    Lamego, Viseo, en territorio portugués; Gormaz, en tierras
    sorianas; traspasa la Sierra Norte de Madrid, ocupa y repuebla a
    las cuencas altas del Lozoya, el Manzanares y el Jarama. Al final
    de su reinado los reyes de las taifas de Toledo, Sevilla y
    Zaragoza se declaran sus vasallos y aceptan firmar una tregua
    indefinida, comprometiéndose a pagar las parias,
    un impuesto que les asegura la protección real y el
    derecho a que sus tierras no sean devastadas por las
    correrías de los cristianos. Este pacto les viene muy bien
    a los dos bandos. Los cristianos no necesitan algarear para
    conseguir botín; los musulmanes tienen las manos libres
    para atacarse mutuamente, intentando en vano reconstruir el
    antiguo califato cordobés.

    Antes de morir, Fernando I va a hacer exactamente lo que
    hizo su padre: repartir la herencia entre sus hijos: Castilla y
    los tributos de Zaragoza para el mayor; León y los
    gravámenes de Toledo para el segundo; Galicia y las
    parias de Sevilla para el tercero; las ciudades de Toro
    y Zamora y las rentas de los monasterios que forman el
    Infantazgo para las chicas. Pero Alfonso no sólo
    hereda tierras e impuestos, sino el título de "Imperator".
    Y los tres hermanos varones van a seguir al pie de la letra el
    ejemplo de su padre y de sus tíos: luchar entre sí
    para intentar imponerse a los otros: Sancho y Alfonso se
    alían para conquistar Galicia, expulsan a García y
    se reparten su reino ante la pasividad de sus vasallos.
    ¿Cómo es esto posible?

    García tenía fama de déspota.
    Había arrebatado el condado de Portucale al conde Nuno
    Mendes por la fuerza de las armas y lo había incorporado a
    su patrimonio particular. Esto no gustó a la nobleza
    gallega, que no dudó en abandonarle y pasarse en bloque a
    sus hermanos. García huye al reino de Sevilla, donde su
    vasallo, el rey Al-Mutadid le da hospitalidad durante
    algún tiempo, mientras Sancho II de Castilla hace la
    guerra a Alfonso VI de León. En la batalla de Golpereja,
    éste último es derrotado y preso. Sancho decide
    sacarle los ojos y encerrarle en una mazmorra de por
    vida.

    La infanta Urraca intercede a favor de Alfonso, su
    hermano preferido, y consigue que el primogénito cambie el
    castigo: Ya que, según la tradición visigoda, la
    tonsura, al igual que la ceguera, inhabilita a un monarca para
    ejercer su cargo, el derrotado ingresará en el monasterio
    de Sahagún. Alfonso cumple su promesa, cede a su hermano
    el reino de León, se hace novicio y, durante algunos
    meses, llevará una vida de monje ejemplar.

    Dicen las crónicas que una noche se le aparece
    San Pedro. Le anima a no desfallecer y le promete que
    vencerá a su hermano Sancho. Esta es una típica
    leyenda medieval en la que se nos muestra cómo le
    veían sus contemporáneos: un rey favorecido por el
    Cielo.

    Y algo hubo de ello porque, a partir de aquí,
    comienza la etapa de su vida en la que pudiera haberse ganado el
    título de "El Afortunado". Siguiendo el plan de su hermana
    Urraca, se escapa del monasterio con la ayuda de los hermanos
    Ansúrez y se refugia en la corte del rey de Toledo.
    Al-Mamún le recibe con los brazos abiertos. Durante nueve
    meses se convierte en su huésped de honor, y no
    sólo entabla una sincera amistad con el anciano monarca
    musulmán, sino que tiene ocasión de conocer, desde
    dentro, las tensiones que enfrentan a los distintos grupos
    étnicos, políticos y religiosos de la Marca Media.
    Una información de primera mano, que luego sabrá
    utilizar magistralmente para conseguir sus propios
    fines.

    Mientras tanto, Sancho II de Castilla descubre la
    intervención de la Urraca Fernández en la fuga de
    don Alfonso, y se dirige a Zamora, dispuesto a vengarse. Cerca la
    ciudad y mure. ¿Cómo? No lo sabemos. La "Historia
    Roderici", biografía anónima en latín de
    Rodrigo Diaz de Vivar, no lo cuenta. Los romances posteriores
    dicen que "murió apuñalado por la espalda, mientras
    hacía sus necesidades", y adjudican su muerte a un tal
    Bellido Dolfos (noble gallego), instigado por la infanta. Lo
    más seguro que tales circunstancias sean una
    fabulación literaria. Lo único cierto es que muere
    durante el asedio -probablemente durante alguna acción
    militar- y que los nobles castellanos se apresuran a elegir un
    nuevo rey. Deben escoger entre Alfonso VI y García I de
    Galicia; pero desechan al segundo, por su fama de tirano, y se
    decantan por el primero, famoso por su talante
    diplomático. Y así, don Alfonso proclamado rey de
    Castilla, pone las bases de una reconciliación entre
    leoneses y castellanos, e inicia una política de
    acercamiento de las grandes familias de los dos bandos, como
    demuestra su intervención en la boda de Rodrigo
    Díaz de Vivar con la hija de conde de Oviedo.

    En el año 1073 despoja nuevamente a su hermano
    García del reino de Galicia, sin emplear las armas: le
    emplaza para una entrevista; comparece García, que es
    apresado y encarcelado de por vida en el castillo de Luna.
    Ninguno de sus vasallos le defiende. Al contrario, aceptan muy
    gustosos el liderazgo de Alfonso VI, que a partir de entonces
    hace realidad su sueño de reinar sobre la totalidad de los
    territorios que pertenecieron a sus padres.

    Sin embargo, no acaba aquí su buena fortuna. En
    el año 1076, su primo Sancho IV Garcés de Pamplona
    y Nájera muere durante una cacería,
    despeñado en el barranco de Peñalén. Las
    manos que le empujaron al vacío fueron las de sus hermanos
    Raimundo y Ermensinda. Aunque tiene dos hijos varones, menores de
    edad, y varios hermanos que no han participado en el asesinato,
    los nobles navarros no los aceptan como sucesores suyos, sino que
    convocan a sus dos primos hermanos, Sancho Ramírez, rey de
    Aragón, y Alfonso Fernández, rey de León y
    Castilla, que acuden a Navarra al frente de sus respectivas
    huestes. Lo que podría haber terminado en una sangrienta
    guerra civil, se resuelve mediante un pacto: Sancho
    Ramírez es coronado rey de Pamplona. La Rioja pasa a manos
    de Alfonso VI, que se apresura a casar a una de las infantas
    navarras, Urraca Garcés, con su mejor amigo, el conde
    García Ordóñez, los cuales la
    gobernarán en su nombre con el título de "condes de
    Nájera", sustituyendo en el gobierno de la comarca al
    noble vasco Íñigo López que, a cambio de
    recibir Vizcaya y Álava como señorío
    hereditario, se pone voluntariamente al servicio de Alfonso VI.
    Ese mismo año muere Íñigo López y le
    sucede su hijo Lope Íñiguez, que es elevado a la
    categoría de conde, con el privilegio de asistir a las
    reuniones de la Curia Regia de León, órgano
    colegiado, similar a nuestro moderno "consejo de ministros", que
    gobernaba conjuntamente con el rey, y al que pertenecían
    todos los magnates de la primera nobleza, vinculados por lazos de
    parentesco o amistad con el titular de la corona. Más
    tarde, se le entregaría a Lope Íñiguez el
    gobierno de Guipúzcoa. De esta forma, sin violencia y sin
    armas, voluntariamente, las tres provincias que actualmente
    configuran el País Vasco, se desvinculan de Navarra para
    integrarse en Castilla.

    También fue un triunfo diplomático ceder
    el reino de Pamplona a Sancho Ramírez, rey de
    Aragón, cuyos reino patrimonial apenas comprendía
    algunos estrechos valles pirenaicos en torno a Jaca, y que hasta
    entonces había fracasado en sus intentos de conquistar
    Graus y Barbastro; pero cuyas miras estaban puestas en la taifa
    de Zaragoza. A cambio, Sancho que se había hecho vasallo
    el papa, en el año 1068, para obtener la protección
    de la Santa Sede, reconoce la hegemonía política de
    su primo y le apoya en momentos tan decisivos como en la
    invasión almorávide. Pero no adelantemos
    acontecimientos.

    Sólo diremos que, en el año 1076, Alfonso
    VI tenía bajo su control, incluidas las taifas musulmanas,
    que le pagaban las parias correspondientes, todos los
    territorios peninsulares, a excepción de los condados
    catalanes, que todavía seguían perteneciendo
    "de derecho" al Reino de los Francos, aunque "de
    hecho"
    hacía casi setenta años que se
    habían roto los vínculos que les unían con
    París y la dinastía de los Capetos. Sin embargo,
    más adelante, gracias a la intervención del conde
    Ansúrez, que casa a una de sus hijas con el heredero del
    condado de Urgell, y a Rodrigo Díaz de Vivar que hace lo
    mismo con el de Barcelona, la diplomacia alfonsí consigue
    tender el puente que une los intereses de Cataluña con los
    del resto de Hispania.

    Estas dotes diplomáticas, tan alabadas por el
    historiador Gonzalo Martínez Díez, en su obra
    "Alfonso VI, señor del Cid y conquistador de Toledo, se
    ven muy reflejadas en la anécdota que recoge Reinhart
    Dozy, en el libro IV de su "Historia de los musulmanes de
    España": En el año 1078, el rey de Sevilla se niega
    a pagar las parias. Alfonso invade la taifa y sitia la
    ciudad. El hayib (primer ministro) Ibn Ammar, sabiendo lo mucho
    que le gusta el ajedrez, le propone jugarse el reino en una
    partida. Alfonso acepta y pierde. O mejor dicho, "se deja
    ganar
    ". Alfonso VI levanta el cerco y regresa a León,
    llevando consigo el importe de los impuestos atrasados: obtiene
    sus objetivos, sin mermar la reputación del
    hayib.

    De las relaciones de este rey con los musulmanes se ha
    escrito mucho. Hay que hacer especial mención al
    artículo "El conde mozárabe Sisnando Davidiz y la
    política de Alfonso VI con las taifas", de Emilio
    García Gómez y Menéndez Pidal; la
    traducción y notas de Lèvi-Provençal y
    García Gómez de las "Memorias" de Abd Allah,
    publicadas bajo el título "El Siglo XI en primera
    persona"; el estudio, traducción y notas de Felipe
    Maíllo Salgado de "Historia de Al-Andalus" de Ibn
    Al-Kardabus; y el trabajo de Delfina Salgado, "Ibn Al-Sid
    Al-Balayawsi (1057-1127): un gramático con vocación
    de filósofo", que nos podrán dar una idea bastante
    exacta de lo que sucedió durante y después de la
    conquista de Toledo.

    Pero antes de hablar de esto último,
    permítanme, ya que hemos dejado a Alfonso VI en el
    año 1078 abandonando Sevilla, después de cobrar el
    impuesto de vasallaje, que sigamos contando un poco de su vida
    particular, con la que bien se hubiera podido ganar el
    sobrenombre de "El Mujeriego", "El Tenorio" o "El Barba Azul
    Real". Efectivamente, ese año repudia a su primera esposa,
    Inés de Aquitania y, tras un fallido intento de compromiso
    matrimonial con Agatha de Normandía, hija de Guillermo
    "El Conquistador", pide al duque de Borgoña la
    mano de su hija Constanza.

    Tengo que hacer irremediablemente aquí esta
    interpolación porque si no explico las circunstancias de
    este repudio y de este nuevo matrimonio, no se entiende bien
    qué mezcla de intereses políticos y religiosos
    llevaron a Alfonso VI a tomar la determinación de
    conquistar el reino de Toledo y de abrir las puertas de Hispania
    a los francos, gentes venidas de todas las partes de
    Europa, a las que concederá Fueros especiales,
    tales como el de Sahagún, el de Logroño o Toledo.
    Esta faceta suya bien podría haberle acarreado los
    sobrenombres de "El Europeísta" o "El
    Legislador".

    Pero centrémonos ahora en sus asuntos familiares.
    Empecemos por Inés, hija del duque Guillermo de Aquitania
    y de Hildebranda de Borgoña. Los esponsales se realizaron
    cuando la novia contaba con unos 10 años de edad; pero no
    empezaron a convivir hasta que ésta no cumplió los
    catorce. En el año 1074 ya aparece en los diplomas con el
    título de reina y en el año 1076 confirma con su
    marido el Fuero de Sepúlveda. Al año siguiente es
    repudiada, alegando "esterilidad", y muere el 6 de junio de 1078.
    Sin embargo, durante todos estos años, Alfonso VI ha
    mantenido una relación sentimental con Jimena
    Muñiz, hija de un magnate de la Curia Regia, de la que han
    nacido varias hijas, entre ellas Teresa de León, futura
    reina de Portugal.

    El deseo de tener un hijo varón, que herede el
    "Imperio", hace que Alfonso VI se plantee la necesidad de casarse
    legalmente, y para ello pide la mano de su hija al duque de
    Borgoña. Pero en realidad no le mueve el interés de
    una alianza política con el Ducado, sino con la Iglesia.
    Constanza de Borgoña es sobrina de Hugo de Sèmur,
    abad de Cluny, en aquellos momentos la orden monástica con
    más influencia dentro del mundo cristiano, y que va a
    proporcionar a Roma varios papas que reinarán
    sucesivamente desde finales del siglo XI a principios del siglo
    XII.

    Uno de sus monjes es ahora el papa Gregorio VII. Y
    Gregorio VII, para prevenir un nuevo cisma (se acaba de producir
    el del rito oriental, conocido como el de Bizancio), decide
    unificar la liturgia y conmina a Alfonso VI a que en sus reinos
    se destierre el rito hispano-visigodo de San Isidoro de Sevilla y
    lo sustituya por el romano. Este asunto, en el siglo XXI, puede
    parecernos algo trivial; para los astur-leoneses del siglo XI,
    aquello les pareció el fin del mundo: ¡Habían
    resistido a los peligros del islán gracias al apego que
    tenían a sus tradiciones! Hubo una revuelta generalizada.
    El papa mandó como legado pontificio al cardenal Ricardo,
    cuyas exigencias soliviantaron más los ánimos, pues
    le pidió a Alfonso VI que se hiciera vasallo papal y que
    entregara a la Santa Sede todos los territorios que, a partir de
    entonces, conquistara a los musulmanes.

    Pero Alfonso VI no tenía ninguna intención
    de arrebatar a los moros unos territorios de los que
    obtenía grandes sumas de dinero sin exponerse a grandes
    riesgos militares (como explica detalladamente el rey Abd Allah
    en sus "Memorias") y menos entregarlas a un poder extranjero,
    aunque este poder fuera el del Santo Padre. La solución
    era tener un "padrino", un "intermediario" que, sin exigirle
    mucho, pudiera interponerse entre él y Gregorio VII. Nadie
    mejor que el abad de Cluny, que ya había impedido la
    ruptura entre el papado y el Imperio Germánico. Así
    que pide la mano de su sobrina Constanza, viuda del conde de
    Châlons, y ruega que envíe monjes de su orden para
    que le ayuden a implantar la reforma litúrgica. Pero sus
    hermanas, las infantas Urraca y Elvira discrepan: Los nuevos
    monasterios cluniacenses son independientes, y al no tener
    obligación de pagar rentas al Infantazgo, las infantas
    prevén que sus ingresos personales disminuirán
    considerablemente. En esta disputa, llega a Hispania Constanza de
    Borgoña. Tiene 34 años. No es una niña y
    sabe que su deber es dar rápidamente un heredero al
    rey.

    Hay una famosa carta de Gregorio VII, dirigida a Alfonso
    VI, en la que se mencionan varios temas: la lentitud con que se
    está tratando el asunto de la reforma litúrgica, la
    bronca que ha tenido una fémina de la corte con el legado
    pontificio y "esa mala mujer, consanguínea de tu
    legítima esposa, con la que estás viviendo en
    concubinato". Todo un enigma histórico que ha hecho correr
    ríos de tinta. La "mala mujer" no podía ser Jimena
    Muñiz, la antigua amante del rey, porque no era pariente
    de Constanza de Borgoña. Tampoco sería
    lógico que fuera ésta, porque se supone que el rey
    ya estaba casado con ella. Menéndez Pidal aventura que tal
    se refiera a alguna dama del séquito de la reina. Hay
    autores que opinan, y yo comparto esta opinión, que el
    papa alude a la propia Constanza, tía de la difunta
    Inés de Aquitania, la última esposa legítima
    de la que el pontífice tiene noticias.

    La infanta Urraca de Castilla nació en junio del
    año 1080, lo que significa que fue concebida a finales de
    septiembre del año 1079. Sin embargo no hay ningún
    diploma o acta que haga referencia a la boda de sus padres.
    Posiblemente fue una ceremonia privada; lo cual estaba prohibido
    por el Sínodo de Letrán del año 1053. Y de
    haber sido pública, ¿qué ritual
    debería haberse empleado: el hispano-visigodo o el latino?
    Por el latino no se podía celebrar porque el concilio que
    aprobó el cambio litúrgico se celebró en
    Burgos, en marzo del año 1080. Si el matrimonio fue
    bendecido por el hispano, éste no tenía
    ningún valor legal a los ojos de Roma. Por lo tanto, los
    reyes "vivían en concubinato". Sin embargo, arreglado el
    problema litúrgico con el mencionado concilio, en la
    siguiente carta papal, doña Constanza ya aparece con el
    título de "uxor", legítima esposa. Y en los trece
    años que duró el matrimonio, hasta su muerte,
    acaecida en el año 1093, dio seis hijos al rey. De los
    cuales, solo sobrevivió Urraca de Castilla, a la que sus
    padres casaron con Raimundo de Borgoña y Maçon,
    conde d"Amaous, del que ya hablaremos más adelante. Pues
    ahora nos toca hacerlo de la conquista de Toledo.

    Ya hemos visto que con la nueva reina, llegaron un gran
    número de monjes, entre los que se encontraban los que
    serán los futuros obispos de Toledo, Osma y Valencia; y
    posiblemente una mesnada de caballeros borgoñones que
    obedecían las órdenes de doña Constanza, a
    los que hace mención la Crónica de Jiménez
    de Rada. Esto, unido al deseo de Gregorio VII de que la
    política de Alfonso VI no se limitara a contemporizar con
    los musulmanes, da a entender que el monarca y la Curia Regia
    sufrieron algún tipo de "presiones externas" para que se
    materializara la conquista de la "capital del antiguo reino
    visigodo". Algunos autores ponen énfasis en que la
    restauración del orden de sus antepasados fue el principal
    motivo que llevó a Alfonso VI a conquistar Toledo. Aunque
    si leemos atentamente los relatos de Ibn Bassam y de Al-Maqqari,
    no sacamos la misma conclusión: cuando después de
    la conquista, le sugieren "que debía ceñir la
    corona y vestir las ropas de los cristianos que dominaban la
    Península antes de ser ésta conquistada por los
    musulmanes", el rey se niega y les da largas, con la excusa de
    que no lo hará hasta que no conquiste
    Córdoba.

    Pero no parece que este proyecto, la conquista de
    Córdoba, estuviera en las miras de un hombre que,
    según el rey Abd Allah, cuando el hayib de Sevilla le
    propone adueñarse de Granada, desecha el plan porque los
    gastos en hombres y dinero no compensaban las posibles ganancias:
    aquella ciudad solo podría conservarse a través de
    la lealtad de los granadinos. Alfonso VI sabía
    perfectamente que no podía contar con ella, y (cito
    textualmente) "ni sería factible que yo matase a todos sus
    habitantes para poblarla con gentes de mi religión". Un
    planteamiento muy realista. Tengamos en cuenta estas palabras
    porque nos dan un indicio de cómo veía nuestro
    monarca la conquista de Toledo: no era partidario de mover ficha
    sin antes haberse asegurado el éxito.

    Por lo que, a pesar de las presiones del papa y del
    legado pontificio, seguramente se hubiera mantenido al margen si
    no hubiera sido porque la situación interna de la taifa
    toledana se hizo insostenible. Su amigo, el rey Al-Mamun
    había muerto en el año 1075; le sucedió
    brevemente su hijo Ismail, que fue envenenado a los pocos meses.
    En estas circunstancias, fue elegido como rey uno de sus nietos,
    llamado Al-Qádir, al que Ibn Al-Kardabus describe como
    más aficionado al vino y a las mujeres que al gobierno.
    Según el rey Abd Allah, fue la torpeza política del
    joven rey la que motivó la intervención de Alfonso
    VI. En efecto, nada más llegar Al-Qádir al trono su
    primera preocupación fue quitarse de en medio a Al-Hadidi,
    el primer ministro de su abuelo; para ello no se le
    ocurrió otra cosa que sacar de la cárcel a sus
    enemigos políticos, los cuales dieron muerte al visir
    (cito textualmente lo relatado en las "Memorias" del rey Abd
    Allah) "haciéndole sufrir los peores ultrajes, porque solo
    querían vengarse".

    A partir de aquí todo fue un cúmulo de
    despropósitos. Sigamos el relato de Ibn Al-Kadbus en
    "Historia de Al-Andalus": Al-Qádir trata duramente a su
    propio pueblo y, al estilo de la actual "primavera
    árabe
    ", una noche del año 1080 estalla una
    rebelión en Toledo. Tras un sinfín de sangrientos
    sucesos, los notables de la ciudad ofrecen el gobierno de la
    Marca Media al rey Al-Mutawakkil de Badajoz. Intenta mediar Ibn
    Ammar, el hayib de Sevilla, que acababa de ser expulsado de su
    taifa acusado de traición, y las cosas se complican.
    Al-Mutawakkil acepta ocuparse de Toledo y lo hace a fondo: invade
    la taifa, expulsa a Al-Qádir, se encierra en el
    alcázar, goza de las mujeres del harén, y se
    despreocupa del resto. Al-Qádir, desde Cuenca, pide ayuda
    militar a Alfonso VI. En la primavera de 1081, éste
    convoca a la hueste regia y se dirige a la ciudad del Tajo. Al
    ver llegar aquella numerosa tropa, Al-Mutawakkil huye,
    llevándose consigo el Tesoro toledano. Alfonso VI le deja
    escapar (después de todo, también es su vasallo) y
    repone en el trono a Al-Qádir, que tiene que pagar la
    manutención y los gastos ocasionados por el desplazamiento
    del ejército (lo cual indica que los cristianos
    tenían prohibido algarear y saquear el territorio por su
    cuenta).

    Dice la "Historia Roderici" que, simultáneamente,
    los moros de Zaragoza atacan Gormaz y El Cid sale en defensa de
    la comarca; en su huida, los musulmanes zaragozanos traspasan la
    frontera de la Marca Media, y Rodrigo Díaz, que les
    persigue, ataca el norte de Guadalajara. Justo cuando don Alfonso
    acaba de pacificar la zona. Resultado: Aquel mismo verano, "El
    Campeador" parte para la taifa de Zaragoza.

    ¿Fue un "destierro" o una "forma camuflada" de
    controlar desde dentro un reino codiciado por los
    navarro-aragoneses y catalanes, cuyo rey acababa de morir y su
    sucesor estaba en guerra contra su hermano, el emir de
    Lérida? Como expliqué en mi anterior conferencia,
    "El Cid entre el mito y la Historia", la situación
    política del momento parece indicar la segunda
    opción, aunque sea menos novelesca que la
    primera.

    Bien, el caso es que, según los relatos de los
    historiadores Ibn Al-Kardabus e Ibn Bassam, Al-Qádir,
    sintiéndose apoyado por el monarca cristiano, oprime a su
    pueblo e implanta un régimen de terror y delaciones. El
    rey Abd Allah atribuye este comportamiento a la presión
    fiscal impuesta por Alfonso VI a las taifas con el objeto de
    debilitarlas internamente. En el caso de Al-Qádir,
    además debe pagarle al rey leonés una fuerte suma
    de dinero como indemnización de guerra. Esto le
    obligará a recaudar los impuestos a la fuerza, lo que
    ocasionará una nueva rebelión en su reino. Sin
    embargo, ni utilizando la coacción consigue alcanzar la
    cuantía prometida al Emperador, por lo que pacta la
    entrega de varios castillos dentro de sus territorios. Sin
    embargo, durante dos años le da largas a Alfonso VI, y
    éste se resuelve a tomarlos por las armas, algareando
    durante la primavera del año 1083 en las comarcas
    comprendidas entre Madrid y Talavera de la Reina.

    Ese mismo año, Al-Qádir expulsa de Toledo
    a sus adversarios políticos, que corren a refugiarse en
    Madrid. Parece ser que hubo conversaciones entre éstos y
    los representantes de Alfonso VI. Tal vez ese es el momento en el
    que el monarca cristiano comprende que la situación ha
    llegado a su límite y decide gobernar directamente la
    Marca Media. En el verano de 1084, convoca la hueste regia.
    Gregorio VII otorga indulgencia plenaria a todos los que luchen a
    favor de Alfonso VI, defensor de la causa cristina, y se le unen
    mesnadas de caballeros francos, reunidos por el cardenal Ricardo
    de San Víctor de Marsella, legado pontificio para
    Hispania.

    El ejército aliado cerca Toledo y se establece un
    campamento permanente al sur de la ciudad.

    Causa extrañeza que ciudades y fortalezas tan
    cercanas como Illescas, Madrid, Alcalá de Henares,
    Guadalajara y Talavera no salgan en defensa de su capital. Es
    más, Madrid se entrega voluntariamente al paso del
    ejército castellano-leonés. Don Alfonso deja una
    guarnición cristiana dentro de sus murallas y los
    musulmanes se trasladan a lo que es ahora Las Vistillas. Las
    otras plazas permanecen a la espera, sin destacar a sus hombres.
    Raro. Más raro todavía que Alfonso VI, durante el
    invierno, abandone a los francos ante las murallas de Toledo,
    pasando hambre y frío, y que él regrese con sus
    tropas. (El 3 de noviembre de 1084 está en León
    firmando el Fuero de Astorga). ¿Qué ha pasado?
    Posiblemente, ya que no entra dentro de lógica militar
    "dejar enemigos a las espaldas", Alfonso VI, astutamente, ha
    pactado previamente con los nobles descontentos del Reino de
    Toledo, ofreciéndoles ganancias y prebendas, lo cual
    estaría en línea con lo que refiere el rey Abd
    Allah en sus "Memorias": "Los Banu-I-Lawaranki, los Banu Mugit y
    las gentes que se les habían adherido fueron los que
    tuvieron mayor culpa en la caída del reino de su
    soberano"

    Alfonso VI regresa a Toledo a finales de marzo o
    principios de abril del año 1085. Parlamenta con los
    notables de la ciudad, y el 6 de mayo capitulan; aunque la
    entrada triunfal no se hará hasta el día 25 del
    mismo mes. Conquistada la capital del reino, las demás
    ciudades y fortalezas se entregan voluntariamente. En menos de un
    mes controla todo el territorio comprendido entre Talavera de la
    Reina y Guadalajara. En junio de 1085, Al-Qádir,parte al
    destierro. Se dirige primero a Cuenca y después a
    Valencia, donde ejercerá su mando, primero bajo la tutela
    de Alvar Fáñez y más tarde de la del Cid. En
    el año 1092 muere asesinado a manos de los musulmanes
    valencianos, provocando la toma de la ciudad por Rodrigo
    Díaz de Vivar. Pero esta es otra historia.

    Volvamos a Toledo. Para ganarse la fidelidad de sus
    nuevos súbditos, las condiciones de capitulación no
    pueden ser más generosas: Los musulmanes
    conservarán vidas y haciendas, y sólo
    deberán pagar un impuesto anual por cabeza. Además
    tiene el acierto de nombrar gobernador de la ciudad al
    mozárabe Sisnando Davidiz, conde de Coímbra, que
    (leo textualmente a Ibn Bassam): "Trató de hacer llevadera
    la desgracia a los toledanos, y tolerable la vil condición
    a la que habían llegado, mostrándose poco exigente
    y procediendo con justicia en sus decisiones, por lo cual se
    concilió los corazones de la gente honrada, pues
    llevó su solicitud hasta la misma plebe". Además,
    según Ibn Al-Kardabus: "Era cosa bien sabida que él
    (Alfonso VI) había distribuido 100.000 dinares entre los
    pobres de Toledo para que se ayudaran en la siembra y el
    cultivo". Tanto favoreció el cambio de gobierno a los
    habitantes de una ciudad, sumida en el caos desde la época
    dorada de Al-Mamún, que permanecerán fieles a
    Alfonso VI, incluso después de la invasión
    almorávide. Tal vez, esta lealtad está
    también vinculada a las numerosas conversiones al
    cristianismo que, de forma libre y espontánea, se
    produjeron entre la población musulmana, tal y como relata
    escandalizado el historiador Ibn Bassam, en su obra "La
    Dajira"

    Confieso que esto último, y la existencia de dos
    versiones contradictorias de la toma de la Mezquita Mayor para
    transformarla en catedral, la del historiador Ibn Bassam y la del
    obispo Jiménez de Rada, me dieron mucho qué pensar
    durante algunos meses, hasta que pude atar todos los cabos: En el
    reino de Toledo, además de la corriente política
    contraria a Al-Qádir, había otra con ideas afines
    al jurista cordobés Ibn Abd Al-Barr, que opinaba que "el
    gobierno de la comunidad puede ser aceptable en manos de un
    infiel; pero no de un tirano". Esto explica que Guadalajara
    abriera voluntariamente sus puertas a Alvar Fáñez
    cuando por allí pasa éste con Al-Qádir,
    camino del destierro. Una vez situados los cristianos en Madrid y
    Guadalajara, Alcalá de Henares no tenía más
    remedio que rendirse. En cuanto a Talavera, estaba gobernada por
    el cadí Al-Waqqashi, que más adelante, durante la
    conquista de Valencia, haría de mediador entre el Cid y
    los valencianos; lo cual nos permite suponer que, con más
    motivo, también lo hiciera en Talavera a favor de Alfonso
    VI.

    Existe un alegato a su favor, escrito por su amigo, el
    gramático y filósofo, Ibn Sid de Badajoz, conocido
    como "Defensa de Al-Waqqashi", algo que no hubiera sido necesario
    si el cadí de Talavera no hubiera sido acusado por sus
    correligionarios de "ateísmo" y "herejía", es
    decir, de simpatizar abiertamente con las ideas cristianas. Por
    otra parte, Ibn Sid, nacido en Badajoz, se exilió primero
    a Toledo y luego a Albarracín, donde fue secretario del
    príncipe Al-Malik Al-Razin, justo en la época en la
    que, según Ibn Al-Kardabus, este emir estaba muy
    interesado en, que Alfonso VI, cito textualmente: "le
    confirmase en sus dominios como gobernador en su
    nombre
    ".

    Por cierto, la "Historia Roderici" concede el
    mérito de esta alianza al Cid Campeador;
    ¿pero no sería, en realidad, obra de Ibn
    Sid de Badajoz? Dejo esta pregunta en el
    aire.

    En cuanto al caso de la Mezquita Mayor, resulta raro
    que, habiéndose acordado en el pacto de
    capitulación que sería respetada, al poco tiempo
    fuera convertida en catedral de Toledo. Según
    Jiménez de Rada, esto fue obra de doña Constanza de
    Borgoña y del obispo electo Bernardo de Sèridac,
    los cuales ordenaron a un grupo de caballeros francos que la
    tomaran por la fuerza, a espaldas del rey. Sin embargo, Ibn
    Bassam hace referencia al relato de un testigo presencial: El
    día que cerraron la mezquita al público, el ustad
    Al-Magami fue el último en salir, (leo textualmente)
    "mientras los cristianos lo miraban con reverencia y respeto,
    sin que nadie osara alargar hacia él la mano
    ". En
    cuanto si la decisión se tomó a sus espaldas, al
    leer los nombres que aparecen en el documento de dotación
    de la catedral, queda bien claro que no fue así. En
    él figuran su firma, la de la reina, los obispos, las dos
    infantas y todos los condes, por orden de importancia, comenzando
    por Pedro Ansúrez y terminando por Sisnando Davidiz. Es
    decir, fue decisión suya, refrendada por todos los
    miembros de la Curia Regia. Y bien acogida por los toledanos, ya
    que las fuentes musulmanas no citan ninguna revuelta
    popular.

    Partes: 1, 2

    Página siguiente 

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter