Alfonso VI "Imperator Totius Hispaniae" –
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Alfonso VI "Imperator Totius
Hispaniae"
Conferencia pronunciada el 4 de
octubre de 2012 en el Ateneo de Madrid.
Estimados señores: En primer lugar quiero
agradecer muy sinceramente a la Sección de Mitos,
Religiones y Humanidades la oportunidad que me brinda de estar
otra vez con Vds. y, en segundo lugar, explicar el título
de la conferencia de hoy. Cuando la Secretaria de esta
Sección se puso en contacto conmigo para invitarme a dar
esta charla, hizo referencia al compromiso que contraje el
año pasado de hablar de "Las hijas del Cid"; sin embargo,
contesté que era preferible tratar antes de la figura de
Alfonso VI, por dos motivos: porque, para situar debidamente en
la Historia la época en la que se desarrollaron los hechos
narrados en la tercera parte del "Cantar del Mío Cid" y
desligarlos del mito, era conveniente repasar las circunstancias
políticas de finales del siglo XI y porque era de justicia
conceder la palabra a este monarca "por alusiones": en la
Literatura, Rodrigo Díaz es el protagonista y don Alfonso
sale bastante mal parado.
Cuando los autores extranjeros se refieren a él,
lo hacen como "The Brave" o "Le Valient" ("El Bravo", "El
Valiente"). Sin embargo, en España, este sobrenombre
está reservado a su hermano, Sancho II de Castilla. En los
manuales de Historia, es simplemente "Alfonso VI" y olvidamos que
en su época él firmaba los documentos oficiales con
el título de "Imperator Totius Hispaniae",
expresión que generalmente se traduce como "Emperador de
Toda España".
Llama mucho la atención que totius,
"todo", no concuerde en género y caso con
Hispaniae, sino con
Imperator.[1] Esta anomalía se
suele atribuir a que el latín medieval se aparta de la
norma clásica. Sin embargo, en la corte de León, el
latín era la lengua oficial y los numerosos documentos de
la época (fueros, sentencias, actas de donación,
cartas de arras, etc.) están redactados con una
corrección gramatical impecable, por lo que cabe pensar
que la frase es correcta y nuestra traducción, no. Lo que
Alfonso VI, y los demás reyes que utilizaron esta
fórmula, querían decir era sencillamente esto:
"Todo Emperador de Hispania". Hispania entendida como el
conjunto de tierras que llevaron ese nombre en la época de
los romanos: la Península Ibérica, e
"Imperator" en su acepción literal: "el que
manda". En cuanto a totius hace referencia a que su
mandato está por encima del resto de sus vasallos: condes
y gobernadores cristianos, reyes y príncipes
musulmanes.
En efecto, para gran escándalo de los
historiadores árabes, y especialmente de Ibn Al-Kardabus,
Alfonso VI después de la conquista de Toledo, firma como
"Príncipe de los Creyentes", usurpando el título
reservado al Califa.
¿Fue Alfonso VI el primer rey en denominarse
"Imperator Totius Hispaniae"?. No. Con este título ya
firmaban los monarcas de los reinos de Asturias y León,
como sucesores de los reyes visigodos, que "mandaban" en Hispania
como delegados del poder político de Roma. Recordemos que
entraron en la península mediante un "foedus", un
pacto suscrito entre el rey Valia y el emperador Honorio, y que
esta situación se mantiene hasta la caída del
Imperio Romano de Occidente, momento en el que los monarcas
visigodos toman el relevo imperial y, para legitimar su cargo,
anteponen a su nombre de pila (Wamba, Egila, etc.) el de Flavio,
con el que rubrican el cuerpo de leyes del "Liber Judiciorum",
que más tarde darían lugar al "Fuero
Juzgo".
Con la llegada de los árabes a España y la
disolución de la monarquía visigoda, los cristianos
hacen frente a la invasión desde tres núcleos
principales: Asturias, Navarra y Cataluña. Cada uno a su
manera. Cataluña como la "marca hispánica" del
Reino de los Francos; Navarra aliándose con los Banu Qasi
del Valle del Ebro; Asturias haciendo la guerra por su cuenta. Es
este último reino el que pretende ostentar la legitimidad
romano-visigoda y ejercer una autoridad hegemónica sobre
el resto de los territorios cristianos. A partir de Alfonso I de
Asturias, sus reyes y, posteriormente los de León, se
titularán "Imperator Hispaniae", Emperador de
Hispania.
Pero no serán los únicos. A principios del
siglo XI, el rey Sancho III "El Mayor" de Pamplona y
Nájera, hijo de padre vasco y madre leonesa, casado con
Mundiadona de Castilla, hija de padre castellano y madre leonesa,
aprovecha los vaivenes políticos del Reino de León,
para ejercer un auténtico liderazgo político en los
territorios cristianos y se adjudica dicho título, con el
que firmará los documentos oficiales. Su hijo Fernando I
de Castilla, casado con la reina Sancha de León,
hará lo mismo.
Pero será Alfonso VI, rey de León y
Castilla, regente de Galicia, señor de los condes
cristianos de Oviedo, Lugo, Coímbra, Nájera,
Vizcaya y Álava, y de los reyes musulmanes de Toledo,
Sevilla, Zaragoza, Valencia, Granada y Albarracín, aliado
del rey de Aragón y Pamplona, y protector de la Iglesia,
el que introduzca el "totius" dentro de la
fórmula. En efecto, todos son sus vasallos y él
ejerce una posición hegemónica en el conjunto de
los reinos de Hispania. Su nieto Alfonso VII
también firmará con este título; pero al
dividir sus reinos entre sus hijos y al salirle,
permítanme la expresión, "un competidor" en la
persona de su primo hermano Alfonso I Enríquez de
Portugal, y perder el vasallaje de las taifas musulmanas ante el
empuje de la invasión almohade, durante cien años
esta denominación dejará de aparecer en los
diplomas, hasta que la vuelva a retomar Alfonso X "El Sabio" en
el siglo XIII. Y ya que los reyes de Portugal se consideran parte
integrante de la antigua Hispania romana, pero no supeditados a
los monarcas castellano-leoneses, el título cae en desuso,
de tal forma que cuando Isabel I de Castilla y Fernando V de
Aragón unen la mayor parte de la Península
Ibérica bajo su cetro y se descubren nuevos territorios
allende los mares, no utilizan el título de "Emperadores"
sino de "Reyes Católicos", cobrando esta última
palabra el sentido de "universales". Su nieto Carlos V, sí
será Emperador, pero del Sacro Imperio Romano
Germánico.
Aclarado todo esto, volvamos a Alfonso VI.
El imaginario popular, a través de los siglos, le
ha identificado con "el envidioso que desterró al Cid", o
como el "presunto asesino de su hermano Sancho". En gran medida,
la Literatura ha tenido la culpa de esta deformación
histórica: desde el Romancero hasta los estudios
filológicos de Menéndez Pidal. De suerte que la
época y la España que le tocó gobernar no es
conocida como la de "Alfonso VI", sino como "la del Cid".
Desgraciadamente, el intento actual de ocultar la figura
"políticamente incorrecta" del vasallo ha tenido como
consecuencia hacernos olvidar a uno de los reyes más
importantes de nuestra historia.
Así pues, hablemos esta tarde de Alfonso VI, y
descubramos al hombre cuya personalidad e ideario político
dejó una profunda huella en su contemporáneo el rey
Abd Allah de Granada, que le dedica páginas y
páginas de sus "Memorias", y en los historiadores
árabes del siglo XII, Ibn Bassam e Ibn Al-Kardabus, que
describen sus gestas con tanta exactitud, que muchas veces
superan a los cronistas cristianos de la Edad Media. El hombre
que gobernó Hispania con unos conceptos muy similares a
los de la España actual, ya que fue el rey supremo de
territorios gobernados de forma autónoma, y en cuya
época se desarrollaron criterios de organización
municipal y territorial que perduraron durante toda la Edad
Media, pasaron a América con los conquistadores y que, con
otro nombre, perviven hoy en día.
De paso, también explicaremos cómo
partiendo de una posición secundaria dentro de su propia
familia, llegó a acumular un inmenso poder y por
qué podría haber pasado a la Historia con los
apodos de "El Longevo", "El Afortunado", "El Legislador" "El
Mujeriego" o "El Europeísta".
Alfonso VI nació entre los años 1047-1048
y murió en el año 1109, a la edad de 62
años. Edad bastante avanzada para su época; sobre
todo teniendo en cuenta que guerreó, dirigiendo
personalmente el ejército, casi hasta el final de sus
días.
Durante sus primeros años fue muy afortunado. Era
el favorito de sus padres, Fernando I de Castilla y Sancha, reina
propietaria de León. Antes que él, habían
nacido las infantas Urraca y Elvira, y el infante Sancho;
después de él, el infante García. Sin
embargo, de todos los hermanos, Alfonso era el más
querido. Tal vez porque según Jiménez de Rada, era
"culto y amante de las buenas maneras". Tuvo como tutor y maestro
de armas al conde Pedro Ansúrez, suegro de Álvar
Fáñez, hombre de carácter
diplomático, que seguramente influyó muy
positivamente en la formación de su pupilo. Los
Ansúrez, el conde y sus hermanos, fueron los grandes
valedores de Alfonso VI en los momentos más
difíciles de su vida, que también los
tuvo.
Lo mismo que su hermana mayor, doña Urraca
Fernández, que no dudó en salvar la vida a su
hermano Alfonso en varias ocasiones, a costa de enemistarse con
su otro hermano, Sancho. La "Crónica Najerense" la
describe como a una mujer que no era fácil de manejar.
Murió soltera y reina de Zamora a los setenta años.
De ella se decía que había sido "el cerebrito" de
la familia: la que había impulsado a sus hermanos Sancho y
Alfonso a eliminar de la escena política a su hermano
García, antes de que estallara una rebelión en
Galicia.
Para poder explicar estas maniobras políticas y
las luchas que sostuvieron los hermanos de Alfonso VI entre
sí y contra sus primos, los reyes de Navarra y
Aragón, debemos hacer mención, aunque sea
brevemente, a sus abuelos y a sus padres. Sancho III El
Mayor de Pamplona y Nájera está casado con
Mundiadona de Castilla. A la muerte de su cuñado, reclama
el condado castellano como herencia de su mujer y lo anexiona a
su reino. Antes de morir, reparte la herencia entre sus hijos: a
García, el primogénito, le toca Navarra; al
segundo, Fernando, Castilla; a Ramiro, su hijo bastardo,
Aragón. Los tres, por tener sangre real, gobernarán
sus respectivos territorios con el título de
"rex".
El padre de Alfonso VI, Fernando I de Castilla, se casa
con la hermana del rey leonés. Éste muere en la
batalla de Tamarón, y Fernando I hace valer los derechos
dinásticos de su esposa Sancha. Se coronan y gobiernan
conjuntamente ambos reinos. La fuerza imparable que supone la
unión de Castilla y León bajo un solo cetro hace
posible que Fernando I al mismo tiempo dispute a sus hermanos la
herencia de su padre y extienda sus dominios a costa del antiguo
Califato de Córdoba. Fernando I conquista Coímbra,
Lamego, Viseo, en territorio portugués; Gormaz, en tierras
sorianas; traspasa la Sierra Norte de Madrid, ocupa y repuebla a
las cuencas altas del Lozoya, el Manzanares y el Jarama. Al final
de su reinado los reyes de las taifas de Toledo, Sevilla y
Zaragoza se declaran sus vasallos y aceptan firmar una tregua
indefinida, comprometiéndose a pagar las parias,
un impuesto que les asegura la protección real y el
derecho a que sus tierras no sean devastadas por las
correrías de los cristianos. Este pacto les viene muy bien
a los dos bandos. Los cristianos no necesitan algarear para
conseguir botín; los musulmanes tienen las manos libres
para atacarse mutuamente, intentando en vano reconstruir el
antiguo califato cordobés.
Antes de morir, Fernando I va a hacer exactamente lo que
hizo su padre: repartir la herencia entre sus hijos: Castilla y
los tributos de Zaragoza para el mayor; León y los
gravámenes de Toledo para el segundo; Galicia y las
parias de Sevilla para el tercero; las ciudades de Toro
y Zamora y las rentas de los monasterios que forman el
Infantazgo para las chicas. Pero Alfonso no sólo
hereda tierras e impuestos, sino el título de "Imperator".
Y los tres hermanos varones van a seguir al pie de la letra el
ejemplo de su padre y de sus tíos: luchar entre sí
para intentar imponerse a los otros: Sancho y Alfonso se
alían para conquistar Galicia, expulsan a García y
se reparten su reino ante la pasividad de sus vasallos.
¿Cómo es esto posible?
García tenía fama de déspota.
Había arrebatado el condado de Portucale al conde Nuno
Mendes por la fuerza de las armas y lo había incorporado a
su patrimonio particular. Esto no gustó a la nobleza
gallega, que no dudó en abandonarle y pasarse en bloque a
sus hermanos. García huye al reino de Sevilla, donde su
vasallo, el rey Al-Mutadid le da hospitalidad durante
algún tiempo, mientras Sancho II de Castilla hace la
guerra a Alfonso VI de León. En la batalla de Golpereja,
éste último es derrotado y preso. Sancho decide
sacarle los ojos y encerrarle en una mazmorra de por
vida.
La infanta Urraca intercede a favor de Alfonso, su
hermano preferido, y consigue que el primogénito cambie el
castigo: Ya que, según la tradición visigoda, la
tonsura, al igual que la ceguera, inhabilita a un monarca para
ejercer su cargo, el derrotado ingresará en el monasterio
de Sahagún. Alfonso cumple su promesa, cede a su hermano
el reino de León, se hace novicio y, durante algunos
meses, llevará una vida de monje ejemplar.
Dicen las crónicas que una noche se le aparece
San Pedro. Le anima a no desfallecer y le promete que
vencerá a su hermano Sancho. Esta es una típica
leyenda medieval en la que se nos muestra cómo le
veían sus contemporáneos: un rey favorecido por el
Cielo.
Y algo hubo de ello porque, a partir de aquí,
comienza la etapa de su vida en la que pudiera haberse ganado el
título de "El Afortunado". Siguiendo el plan de su hermana
Urraca, se escapa del monasterio con la ayuda de los hermanos
Ansúrez y se refugia en la corte del rey de Toledo.
Al-Mamún le recibe con los brazos abiertos. Durante nueve
meses se convierte en su huésped de honor, y no
sólo entabla una sincera amistad con el anciano monarca
musulmán, sino que tiene ocasión de conocer, desde
dentro, las tensiones que enfrentan a los distintos grupos
étnicos, políticos y religiosos de la Marca Media.
Una información de primera mano, que luego sabrá
utilizar magistralmente para conseguir sus propios
fines.
Mientras tanto, Sancho II de Castilla descubre la
intervención de la Urraca Fernández en la fuga de
don Alfonso, y se dirige a Zamora, dispuesto a vengarse. Cerca la
ciudad y mure. ¿Cómo? No lo sabemos. La "Historia
Roderici", biografía anónima en latín de
Rodrigo Diaz de Vivar, no lo cuenta. Los romances posteriores
dicen que "murió apuñalado por la espalda, mientras
hacía sus necesidades", y adjudican su muerte a un tal
Bellido Dolfos (noble gallego), instigado por la infanta. Lo
más seguro que tales circunstancias sean una
fabulación literaria. Lo único cierto es que muere
durante el asedio -probablemente durante alguna acción
militar- y que los nobles castellanos se apresuran a elegir un
nuevo rey. Deben escoger entre Alfonso VI y García I de
Galicia; pero desechan al segundo, por su fama de tirano, y se
decantan por el primero, famoso por su talante
diplomático. Y así, don Alfonso proclamado rey de
Castilla, pone las bases de una reconciliación entre
leoneses y castellanos, e inicia una política de
acercamiento de las grandes familias de los dos bandos, como
demuestra su intervención en la boda de Rodrigo
Díaz de Vivar con la hija de conde de Oviedo.
En el año 1073 despoja nuevamente a su hermano
García del reino de Galicia, sin emplear las armas: le
emplaza para una entrevista; comparece García, que es
apresado y encarcelado de por vida en el castillo de Luna.
Ninguno de sus vasallos le defiende. Al contrario, aceptan muy
gustosos el liderazgo de Alfonso VI, que a partir de entonces
hace realidad su sueño de reinar sobre la totalidad de los
territorios que pertenecieron a sus padres.
Sin embargo, no acaba aquí su buena fortuna. En
el año 1076, su primo Sancho IV Garcés de Pamplona
y Nájera muere durante una cacería,
despeñado en el barranco de Peñalén. Las
manos que le empujaron al vacío fueron las de sus hermanos
Raimundo y Ermensinda. Aunque tiene dos hijos varones, menores de
edad, y varios hermanos que no han participado en el asesinato,
los nobles navarros no los aceptan como sucesores suyos, sino que
convocan a sus dos primos hermanos, Sancho Ramírez, rey de
Aragón, y Alfonso Fernández, rey de León y
Castilla, que acuden a Navarra al frente de sus respectivas
huestes. Lo que podría haber terminado en una sangrienta
guerra civil, se resuelve mediante un pacto: Sancho
Ramírez es coronado rey de Pamplona. La Rioja pasa a manos
de Alfonso VI, que se apresura a casar a una de las infantas
navarras, Urraca Garcés, con su mejor amigo, el conde
García Ordóñez, los cuales la
gobernarán en su nombre con el título de "condes de
Nájera", sustituyendo en el gobierno de la comarca al
noble vasco Íñigo López que, a cambio de
recibir Vizcaya y Álava como señorío
hereditario, se pone voluntariamente al servicio de Alfonso VI.
Ese mismo año muere Íñigo López y le
sucede su hijo Lope Íñiguez, que es elevado a la
categoría de conde, con el privilegio de asistir a las
reuniones de la Curia Regia de León, órgano
colegiado, similar a nuestro moderno "consejo de ministros", que
gobernaba conjuntamente con el rey, y al que pertenecían
todos los magnates de la primera nobleza, vinculados por lazos de
parentesco o amistad con el titular de la corona. Más
tarde, se le entregaría a Lope Íñiguez el
gobierno de Guipúzcoa. De esta forma, sin violencia y sin
armas, voluntariamente, las tres provincias que actualmente
configuran el País Vasco, se desvinculan de Navarra para
integrarse en Castilla.
También fue un triunfo diplomático ceder
el reino de Pamplona a Sancho Ramírez, rey de
Aragón, cuyos reino patrimonial apenas comprendía
algunos estrechos valles pirenaicos en torno a Jaca, y que hasta
entonces había fracasado en sus intentos de conquistar
Graus y Barbastro; pero cuyas miras estaban puestas en la taifa
de Zaragoza. A cambio, Sancho que se había hecho vasallo
el papa, en el año 1068, para obtener la protección
de la Santa Sede, reconoce la hegemonía política de
su primo y le apoya en momentos tan decisivos como en la
invasión almorávide. Pero no adelantemos
acontecimientos.
Sólo diremos que, en el año 1076, Alfonso
VI tenía bajo su control, incluidas las taifas musulmanas,
que le pagaban las parias correspondientes, todos los
territorios peninsulares, a excepción de los condados
catalanes, que todavía seguían perteneciendo
"de derecho" al Reino de los Francos, aunque "de
hecho" hacía casi setenta años que se
habían roto los vínculos que les unían con
París y la dinastía de los Capetos. Sin embargo,
más adelante, gracias a la intervención del conde
Ansúrez, que casa a una de sus hijas con el heredero del
condado de Urgell, y a Rodrigo Díaz de Vivar que hace lo
mismo con el de Barcelona, la diplomacia alfonsí consigue
tender el puente que une los intereses de Cataluña con los
del resto de Hispania.
Estas dotes diplomáticas, tan alabadas por el
historiador Gonzalo Martínez Díez, en su obra
"Alfonso VI, señor del Cid y conquistador de Toledo, se
ven muy reflejadas en la anécdota que recoge Reinhart
Dozy, en el libro IV de su "Historia de los musulmanes de
España": En el año 1078, el rey de Sevilla se niega
a pagar las parias. Alfonso invade la taifa y sitia la
ciudad. El hayib (primer ministro) Ibn Ammar, sabiendo lo mucho
que le gusta el ajedrez, le propone jugarse el reino en una
partida. Alfonso acepta y pierde. O mejor dicho, "se deja
ganar". Alfonso VI levanta el cerco y regresa a León,
llevando consigo el importe de los impuestos atrasados: obtiene
sus objetivos, sin mermar la reputación del
hayib.
De las relaciones de este rey con los musulmanes se ha
escrito mucho. Hay que hacer especial mención al
artículo "El conde mozárabe Sisnando Davidiz y la
política de Alfonso VI con las taifas", de Emilio
García Gómez y Menéndez Pidal; la
traducción y notas de Lèvi-Provençal y
García Gómez de las "Memorias" de Abd Allah,
publicadas bajo el título "El Siglo XI en primera
persona"; el estudio, traducción y notas de Felipe
Maíllo Salgado de "Historia de Al-Andalus" de Ibn
Al-Kardabus; y el trabajo de Delfina Salgado, "Ibn Al-Sid
Al-Balayawsi (1057-1127): un gramático con vocación
de filósofo", que nos podrán dar una idea bastante
exacta de lo que sucedió durante y después de la
conquista de Toledo.
Pero antes de hablar de esto último,
permítanme, ya que hemos dejado a Alfonso VI en el
año 1078 abandonando Sevilla, después de cobrar el
impuesto de vasallaje, que sigamos contando un poco de su vida
particular, con la que bien se hubiera podido ganar el
sobrenombre de "El Mujeriego", "El Tenorio" o "El Barba Azul
Real". Efectivamente, ese año repudia a su primera esposa,
Inés de Aquitania y, tras un fallido intento de compromiso
matrimonial con Agatha de Normandía, hija de Guillermo
"El Conquistador", pide al duque de Borgoña la
mano de su hija Constanza.
Tengo que hacer irremediablemente aquí esta
interpolación porque si no explico las circunstancias de
este repudio y de este nuevo matrimonio, no se entiende bien
qué mezcla de intereses políticos y religiosos
llevaron a Alfonso VI a tomar la determinación de
conquistar el reino de Toledo y de abrir las puertas de Hispania
a los francos, gentes venidas de todas las partes de
Europa, a las que concederá Fueros especiales,
tales como el de Sahagún, el de Logroño o Toledo.
Esta faceta suya bien podría haberle acarreado los
sobrenombres de "El Europeísta" o "El
Legislador".
Pero centrémonos ahora en sus asuntos familiares.
Empecemos por Inés, hija del duque Guillermo de Aquitania
y de Hildebranda de Borgoña. Los esponsales se realizaron
cuando la novia contaba con unos 10 años de edad; pero no
empezaron a convivir hasta que ésta no cumplió los
catorce. En el año 1074 ya aparece en los diplomas con el
título de reina y en el año 1076 confirma con su
marido el Fuero de Sepúlveda. Al año siguiente es
repudiada, alegando "esterilidad", y muere el 6 de junio de 1078.
Sin embargo, durante todos estos años, Alfonso VI ha
mantenido una relación sentimental con Jimena
Muñiz, hija de un magnate de la Curia Regia, de la que han
nacido varias hijas, entre ellas Teresa de León, futura
reina de Portugal.
El deseo de tener un hijo varón, que herede el
"Imperio", hace que Alfonso VI se plantee la necesidad de casarse
legalmente, y para ello pide la mano de su hija al duque de
Borgoña. Pero en realidad no le mueve el interés de
una alianza política con el Ducado, sino con la Iglesia.
Constanza de Borgoña es sobrina de Hugo de Sèmur,
abad de Cluny, en aquellos momentos la orden monástica con
más influencia dentro del mundo cristiano, y que va a
proporcionar a Roma varios papas que reinarán
sucesivamente desde finales del siglo XI a principios del siglo
XII.
Uno de sus monjes es ahora el papa Gregorio VII. Y
Gregorio VII, para prevenir un nuevo cisma (se acaba de producir
el del rito oriental, conocido como el de Bizancio), decide
unificar la liturgia y conmina a Alfonso VI a que en sus reinos
se destierre el rito hispano-visigodo de San Isidoro de Sevilla y
lo sustituya por el romano. Este asunto, en el siglo XXI, puede
parecernos algo trivial; para los astur-leoneses del siglo XI,
aquello les pareció el fin del mundo: ¡Habían
resistido a los peligros del islán gracias al apego que
tenían a sus tradiciones! Hubo una revuelta generalizada.
El papa mandó como legado pontificio al cardenal Ricardo,
cuyas exigencias soliviantaron más los ánimos, pues
le pidió a Alfonso VI que se hiciera vasallo papal y que
entregara a la Santa Sede todos los territorios que, a partir de
entonces, conquistara a los musulmanes.
Pero Alfonso VI no tenía ninguna intención
de arrebatar a los moros unos territorios de los que
obtenía grandes sumas de dinero sin exponerse a grandes
riesgos militares (como explica detalladamente el rey Abd Allah
en sus "Memorias") y menos entregarlas a un poder extranjero,
aunque este poder fuera el del Santo Padre. La solución
era tener un "padrino", un "intermediario" que, sin exigirle
mucho, pudiera interponerse entre él y Gregorio VII. Nadie
mejor que el abad de Cluny, que ya había impedido la
ruptura entre el papado y el Imperio Germánico. Así
que pide la mano de su sobrina Constanza, viuda del conde de
Châlons, y ruega que envíe monjes de su orden para
que le ayuden a implantar la reforma litúrgica. Pero sus
hermanas, las infantas Urraca y Elvira discrepan: Los nuevos
monasterios cluniacenses son independientes, y al no tener
obligación de pagar rentas al Infantazgo, las infantas
prevén que sus ingresos personales disminuirán
considerablemente. En esta disputa, llega a Hispania Constanza de
Borgoña. Tiene 34 años. No es una niña y
sabe que su deber es dar rápidamente un heredero al
rey.
Hay una famosa carta de Gregorio VII, dirigida a Alfonso
VI, en la que se mencionan varios temas: la lentitud con que se
está tratando el asunto de la reforma litúrgica, la
bronca que ha tenido una fémina de la corte con el legado
pontificio y "esa mala mujer, consanguínea de tu
legítima esposa, con la que estás viviendo en
concubinato". Todo un enigma histórico que ha hecho correr
ríos de tinta. La "mala mujer" no podía ser Jimena
Muñiz, la antigua amante del rey, porque no era pariente
de Constanza de Borgoña. Tampoco sería
lógico que fuera ésta, porque se supone que el rey
ya estaba casado con ella. Menéndez Pidal aventura que tal
se refiera a alguna dama del séquito de la reina. Hay
autores que opinan, y yo comparto esta opinión, que el
papa alude a la propia Constanza, tía de la difunta
Inés de Aquitania, la última esposa legítima
de la que el pontífice tiene noticias.
La infanta Urraca de Castilla nació en junio del
año 1080, lo que significa que fue concebida a finales de
septiembre del año 1079. Sin embargo no hay ningún
diploma o acta que haga referencia a la boda de sus padres.
Posiblemente fue una ceremonia privada; lo cual estaba prohibido
por el Sínodo de Letrán del año 1053. Y de
haber sido pública, ¿qué ritual
debería haberse empleado: el hispano-visigodo o el latino?
Por el latino no se podía celebrar porque el concilio que
aprobó el cambio litúrgico se celebró en
Burgos, en marzo del año 1080. Si el matrimonio fue
bendecido por el hispano, éste no tenía
ningún valor legal a los ojos de Roma. Por lo tanto, los
reyes "vivían en concubinato". Sin embargo, arreglado el
problema litúrgico con el mencionado concilio, en la
siguiente carta papal, doña Constanza ya aparece con el
título de "uxor", legítima esposa. Y en los trece
años que duró el matrimonio, hasta su muerte,
acaecida en el año 1093, dio seis hijos al rey. De los
cuales, solo sobrevivió Urraca de Castilla, a la que sus
padres casaron con Raimundo de Borgoña y Maçon,
conde d"Amaous, del que ya hablaremos más adelante. Pues
ahora nos toca hacerlo de la conquista de Toledo.
Ya hemos visto que con la nueva reina, llegaron un gran
número de monjes, entre los que se encontraban los que
serán los futuros obispos de Toledo, Osma y Valencia; y
posiblemente una mesnada de caballeros borgoñones que
obedecían las órdenes de doña Constanza, a
los que hace mención la Crónica de Jiménez
de Rada. Esto, unido al deseo de Gregorio VII de que la
política de Alfonso VI no se limitara a contemporizar con
los musulmanes, da a entender que el monarca y la Curia Regia
sufrieron algún tipo de "presiones externas" para que se
materializara la conquista de la "capital del antiguo reino
visigodo". Algunos autores ponen énfasis en que la
restauración del orden de sus antepasados fue el principal
motivo que llevó a Alfonso VI a conquistar Toledo. Aunque
si leemos atentamente los relatos de Ibn Bassam y de Al-Maqqari,
no sacamos la misma conclusión: cuando después de
la conquista, le sugieren "que debía ceñir la
corona y vestir las ropas de los cristianos que dominaban la
Península antes de ser ésta conquistada por los
musulmanes", el rey se niega y les da largas, con la excusa de
que no lo hará hasta que no conquiste
Córdoba.
Pero no parece que este proyecto, la conquista de
Córdoba, estuviera en las miras de un hombre que,
según el rey Abd Allah, cuando el hayib de Sevilla le
propone adueñarse de Granada, desecha el plan porque los
gastos en hombres y dinero no compensaban las posibles ganancias:
aquella ciudad solo podría conservarse a través de
la lealtad de los granadinos. Alfonso VI sabía
perfectamente que no podía contar con ella, y (cito
textualmente) "ni sería factible que yo matase a todos sus
habitantes para poblarla con gentes de mi religión". Un
planteamiento muy realista. Tengamos en cuenta estas palabras
porque nos dan un indicio de cómo veía nuestro
monarca la conquista de Toledo: no era partidario de mover ficha
sin antes haberse asegurado el éxito.
Por lo que, a pesar de las presiones del papa y del
legado pontificio, seguramente se hubiera mantenido al margen si
no hubiera sido porque la situación interna de la taifa
toledana se hizo insostenible. Su amigo, el rey Al-Mamun
había muerto en el año 1075; le sucedió
brevemente su hijo Ismail, que fue envenenado a los pocos meses.
En estas circunstancias, fue elegido como rey uno de sus nietos,
llamado Al-Qádir, al que Ibn Al-Kardabus describe como
más aficionado al vino y a las mujeres que al gobierno.
Según el rey Abd Allah, fue la torpeza política del
joven rey la que motivó la intervención de Alfonso
VI. En efecto, nada más llegar Al-Qádir al trono su
primera preocupación fue quitarse de en medio a Al-Hadidi,
el primer ministro de su abuelo; para ello no se le
ocurrió otra cosa que sacar de la cárcel a sus
enemigos políticos, los cuales dieron muerte al visir
(cito textualmente lo relatado en las "Memorias" del rey Abd
Allah) "haciéndole sufrir los peores ultrajes, porque solo
querían vengarse".
A partir de aquí todo fue un cúmulo de
despropósitos. Sigamos el relato de Ibn Al-Kadbus en
"Historia de Al-Andalus": Al-Qádir trata duramente a su
propio pueblo y, al estilo de la actual "primavera
árabe", una noche del año 1080 estalla una
rebelión en Toledo. Tras un sinfín de sangrientos
sucesos, los notables de la ciudad ofrecen el gobierno de la
Marca Media al rey Al-Mutawakkil de Badajoz. Intenta mediar Ibn
Ammar, el hayib de Sevilla, que acababa de ser expulsado de su
taifa acusado de traición, y las cosas se complican.
Al-Mutawakkil acepta ocuparse de Toledo y lo hace a fondo: invade
la taifa, expulsa a Al-Qádir, se encierra en el
alcázar, goza de las mujeres del harén, y se
despreocupa del resto. Al-Qádir, desde Cuenca, pide ayuda
militar a Alfonso VI. En la primavera de 1081, éste
convoca a la hueste regia y se dirige a la ciudad del Tajo. Al
ver llegar aquella numerosa tropa, Al-Mutawakkil huye,
llevándose consigo el Tesoro toledano. Alfonso VI le deja
escapar (después de todo, también es su vasallo) y
repone en el trono a Al-Qádir, que tiene que pagar la
manutención y los gastos ocasionados por el desplazamiento
del ejército (lo cual indica que los cristianos
tenían prohibido algarear y saquear el territorio por su
cuenta).
Dice la "Historia Roderici" que, simultáneamente,
los moros de Zaragoza atacan Gormaz y El Cid sale en defensa de
la comarca; en su huida, los musulmanes zaragozanos traspasan la
frontera de la Marca Media, y Rodrigo Díaz, que les
persigue, ataca el norte de Guadalajara. Justo cuando don Alfonso
acaba de pacificar la zona. Resultado: Aquel mismo verano, "El
Campeador" parte para la taifa de Zaragoza.
¿Fue un "destierro" o una "forma camuflada" de
controlar desde dentro un reino codiciado por los
navarro-aragoneses y catalanes, cuyo rey acababa de morir y su
sucesor estaba en guerra contra su hermano, el emir de
Lérida? Como expliqué en mi anterior conferencia,
"El Cid entre el mito y la Historia", la situación
política del momento parece indicar la segunda
opción, aunque sea menos novelesca que la
primera.
Bien, el caso es que, según los relatos de los
historiadores Ibn Al-Kardabus e Ibn Bassam, Al-Qádir,
sintiéndose apoyado por el monarca cristiano, oprime a su
pueblo e implanta un régimen de terror y delaciones. El
rey Abd Allah atribuye este comportamiento a la presión
fiscal impuesta por Alfonso VI a las taifas con el objeto de
debilitarlas internamente. En el caso de Al-Qádir,
además debe pagarle al rey leonés una fuerte suma
de dinero como indemnización de guerra. Esto le
obligará a recaudar los impuestos a la fuerza, lo que
ocasionará una nueva rebelión en su reino. Sin
embargo, ni utilizando la coacción consigue alcanzar la
cuantía prometida al Emperador, por lo que pacta la
entrega de varios castillos dentro de sus territorios. Sin
embargo, durante dos años le da largas a Alfonso VI, y
éste se resuelve a tomarlos por las armas, algareando
durante la primavera del año 1083 en las comarcas
comprendidas entre Madrid y Talavera de la Reina.
Ese mismo año, Al-Qádir expulsa de Toledo
a sus adversarios políticos, que corren a refugiarse en
Madrid. Parece ser que hubo conversaciones entre éstos y
los representantes de Alfonso VI. Tal vez ese es el momento en el
que el monarca cristiano comprende que la situación ha
llegado a su límite y decide gobernar directamente la
Marca Media. En el verano de 1084, convoca la hueste regia.
Gregorio VII otorga indulgencia plenaria a todos los que luchen a
favor de Alfonso VI, defensor de la causa cristina, y se le unen
mesnadas de caballeros francos, reunidos por el cardenal Ricardo
de San Víctor de Marsella, legado pontificio para
Hispania.
El ejército aliado cerca Toledo y se establece un
campamento permanente al sur de la ciudad.
Causa extrañeza que ciudades y fortalezas tan
cercanas como Illescas, Madrid, Alcalá de Henares,
Guadalajara y Talavera no salgan en defensa de su capital. Es
más, Madrid se entrega voluntariamente al paso del
ejército castellano-leonés. Don Alfonso deja una
guarnición cristiana dentro de sus murallas y los
musulmanes se trasladan a lo que es ahora Las Vistillas. Las
otras plazas permanecen a la espera, sin destacar a sus hombres.
Raro. Más raro todavía que Alfonso VI, durante el
invierno, abandone a los francos ante las murallas de Toledo,
pasando hambre y frío, y que él regrese con sus
tropas. (El 3 de noviembre de 1084 está en León
firmando el Fuero de Astorga). ¿Qué ha pasado?
Posiblemente, ya que no entra dentro de lógica militar
"dejar enemigos a las espaldas", Alfonso VI, astutamente, ha
pactado previamente con los nobles descontentos del Reino de
Toledo, ofreciéndoles ganancias y prebendas, lo cual
estaría en línea con lo que refiere el rey Abd
Allah en sus "Memorias": "Los Banu-I-Lawaranki, los Banu Mugit y
las gentes que se les habían adherido fueron los que
tuvieron mayor culpa en la caída del reino de su
soberano"
Alfonso VI regresa a Toledo a finales de marzo o
principios de abril del año 1085. Parlamenta con los
notables de la ciudad, y el 6 de mayo capitulan; aunque la
entrada triunfal no se hará hasta el día 25 del
mismo mes. Conquistada la capital del reino, las demás
ciudades y fortalezas se entregan voluntariamente. En menos de un
mes controla todo el territorio comprendido entre Talavera de la
Reina y Guadalajara. En junio de 1085, Al-Qádir,parte al
destierro. Se dirige primero a Cuenca y después a
Valencia, donde ejercerá su mando, primero bajo la tutela
de Alvar Fáñez y más tarde de la del Cid. En
el año 1092 muere asesinado a manos de los musulmanes
valencianos, provocando la toma de la ciudad por Rodrigo
Díaz de Vivar. Pero esta es otra historia.
Volvamos a Toledo. Para ganarse la fidelidad de sus
nuevos súbditos, las condiciones de capitulación no
pueden ser más generosas: Los musulmanes
conservarán vidas y haciendas, y sólo
deberán pagar un impuesto anual por cabeza. Además
tiene el acierto de nombrar gobernador de la ciudad al
mozárabe Sisnando Davidiz, conde de Coímbra, que
(leo textualmente a Ibn Bassam): "Trató de hacer llevadera
la desgracia a los toledanos, y tolerable la vil condición
a la que habían llegado, mostrándose poco exigente
y procediendo con justicia en sus decisiones, por lo cual se
concilió los corazones de la gente honrada, pues
llevó su solicitud hasta la misma plebe". Además,
según Ibn Al-Kardabus: "Era cosa bien sabida que él
(Alfonso VI) había distribuido 100.000 dinares entre los
pobres de Toledo para que se ayudaran en la siembra y el
cultivo". Tanto favoreció el cambio de gobierno a los
habitantes de una ciudad, sumida en el caos desde la época
dorada de Al-Mamún, que permanecerán fieles a
Alfonso VI, incluso después de la invasión
almorávide. Tal vez, esta lealtad está
también vinculada a las numerosas conversiones al
cristianismo que, de forma libre y espontánea, se
produjeron entre la población musulmana, tal y como relata
escandalizado el historiador Ibn Bassam, en su obra "La
Dajira"
Confieso que esto último, y la existencia de dos
versiones contradictorias de la toma de la Mezquita Mayor para
transformarla en catedral, la del historiador Ibn Bassam y la del
obispo Jiménez de Rada, me dieron mucho qué pensar
durante algunos meses, hasta que pude atar todos los cabos: En el
reino de Toledo, además de la corriente política
contraria a Al-Qádir, había otra con ideas afines
al jurista cordobés Ibn Abd Al-Barr, que opinaba que "el
gobierno de la comunidad puede ser aceptable en manos de un
infiel; pero no de un tirano". Esto explica que Guadalajara
abriera voluntariamente sus puertas a Alvar Fáñez
cuando por allí pasa éste con Al-Qádir,
camino del destierro. Una vez situados los cristianos en Madrid y
Guadalajara, Alcalá de Henares no tenía más
remedio que rendirse. En cuanto a Talavera, estaba gobernada por
el cadí Al-Waqqashi, que más adelante, durante la
conquista de Valencia, haría de mediador entre el Cid y
los valencianos; lo cual nos permite suponer que, con más
motivo, también lo hiciera en Talavera a favor de Alfonso
VI.
Existe un alegato a su favor, escrito por su amigo, el
gramático y filósofo, Ibn Sid de Badajoz, conocido
como "Defensa de Al-Waqqashi", algo que no hubiera sido necesario
si el cadí de Talavera no hubiera sido acusado por sus
correligionarios de "ateísmo" y "herejía", es
decir, de simpatizar abiertamente con las ideas cristianas. Por
otra parte, Ibn Sid, nacido en Badajoz, se exilió primero
a Toledo y luego a Albarracín, donde fue secretario del
príncipe Al-Malik Al-Razin, justo en la época en la
que, según Ibn Al-Kardabus, este emir estaba muy
interesado en, que Alfonso VI, cito textualmente: "le
confirmase en sus dominios como gobernador en su
nombre".
Por cierto, la "Historia Roderici" concede el
mérito de esta alianza al Cid Campeador;
¿pero no sería, en realidad, obra de Ibn
Sid de Badajoz? Dejo esta pregunta en el
aire.
En cuanto al caso de la Mezquita Mayor, resulta raro
que, habiéndose acordado en el pacto de
capitulación que sería respetada, al poco tiempo
fuera convertida en catedral de Toledo. Según
Jiménez de Rada, esto fue obra de doña Constanza de
Borgoña y del obispo electo Bernardo de Sèridac,
los cuales ordenaron a un grupo de caballeros francos que la
tomaran por la fuerza, a espaldas del rey. Sin embargo, Ibn
Bassam hace referencia al relato de un testigo presencial: El
día que cerraron la mezquita al público, el ustad
Al-Magami fue el último en salir, (leo textualmente)
"mientras los cristianos lo miraban con reverencia y respeto,
sin que nadie osara alargar hacia él la mano". En
cuanto si la decisión se tomó a sus espaldas, al
leer los nombres que aparecen en el documento de dotación
de la catedral, queda bien claro que no fue así. En
él figuran su firma, la de la reina, los obispos, las dos
infantas y todos los condes, por orden de importancia, comenzando
por Pedro Ansúrez y terminando por Sisnando Davidiz. Es
decir, fue decisión suya, refrendada por todos los
miembros de la Curia Regia. Y bien acogida por los toledanos, ya
que las fuentes musulmanas no citan ninguna revuelta
popular.
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