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¿Donde, cuando, como y para que surgió la democracia? (página 2)



Partes: 1, 2

De este modo la Francia revolucionaria, que
había querido ser primero la Roma republicana e "inglesa"
de Mirabeau en su intento de salvar al mismo tiempo a la
revolución y a la monarquía, terminó siendo
la Roma imperial cuando Napoleón volvió a instalar
su poderosa memoria no sólo en la pretensión de
dominar a Europa sino también en su deseo de ser coronado
delante del Papa en Roma. "Delante de" y no "por" el Papa porque,
en el momento en que éste se disponía a ponerle la
corona, Napoleón se la quitó de las manos y se la
colocó él mismo, reivindicando la pretensión
de los emperadores románico-germánicos en su pugna
medioeval con la Iglesia y volviendo de este modo a Carlomagno y
al Sacro Imperio Romano Germánico. La
"romanización" de la arquitectura, el arte, el vestuario y
las costumbres que caracterizaría a la época
acompañó del lado de la sociedad a la nostalgia
política napoleónica.

Ahora estamos en condiciones explicar por
qué la Revolución Francesa fue el fracaso
más glorioso de la historia.

¿Cómo es posible aunar el fracaso y la
gloria? El "fracaso", sin duda, existió. A la inversa de
las revoluciones inglesa del siglo XVII y americana del siglo
XVIII, que fueron exitosas porque lograron lo que
pretendían, fundar regímenes que partirían
del ejemplo de la República Romana en su largo viaje hacia
la democracia plenaria que aún no ha terminado, la
Revolución Francesa pretendió y no logró lo
que pretendía: restaurar de inmediato nada menos que la
democracia ateniense. Tuvo primero, como vimos, su momento
"romano" con Mirabeau. Después, con Robespierre y
Saint-Just, alegó moverse en dirección "ateniense".
Pero ya vimos que la pretensión de considerar la asamblea
de los representantes del pueblo como si fuera idéntica al
pueblo falsificó el ideal ateniense. Después de
esta falsificación, la Revolución Francesa
desembocó en el imperio napoleónico y, luego de la
derrota de Napoleón en Waterloo en 1815, en la
restauración de

la dinastía de los Borbones en cabeza de Luis
XVIII. Acabó volviendo a la estación de la que
había partido en 1789.

¿Se quiere un fracaso más
categórico de lo que había empezado como una
revolución contra los Borbones? Un fracaso que
además costó millones de muertos con el Terror
jacobino y con las guerras napoleónicas que asolaron a
Europa durante quince años.

Pero, ¿quién negaría que este
estrepitoso fracaso fuera, además, "glorioso"? La
Revolución Francesa encendió la imaginación
de sus contemporáneos y de las generaciones subsiguientes
por el mundo entero de un modo incomparable con la
difusión mucho más "discreta" que obtuvieron las
revoluciones inglesa y americana9.

¿Dónde reside el secreto de esa "gloria"?
Las revoluciones anglosajonas fueron episodios consignados en un
principio sólo a los pueblos que las experimentaban y a
los teóricos que las analizaban. Fue Emanuel Kant quien,
después de lamentar junto a tantos otros los
desvíos y los excesos de la Revolución Francesa,
hizo notar que ella al agitar otra vez, a más de dos
milenios de distancia, la bandera de la democracia ateniense,
logró un impacto universal. Horrorizado ante sus
desvíos, el mundo también aprendió de ella
que la democracia ateniense es un ideal irrenunciable. El legado
de la Revolución Francesa, según Kant, no ha sido
el recuerdo de su errática trayectoria sino la
impresión que produjo en la audiencia mundial que
tenía noticias de ella, modificando para siempre los
ideales políticos de la Humanidad.

Los anglosajones, de acuerdo con su
espíritu eminentemente práctico, reinstalaron con
sus revoluciones el proyecto romano de la "democracia posible".
Los franceses, adictos a las ideas abstractas, reinstalaron en
cambio el ideal de la "democracia imposible" que alguna vez
Atenas pudo encarnar porque, a la inversa de Francia, no era una
nación sino una ciudad. De la Revolución Francesa
en adelante, el ideal de la democracia plenaria ya no nos
abandonó10.

Y así fue como, mientras los anglosajones
produjeron dos revoluciones exitosas aunque discretas, los
franceses produjeron una revolución fracasada pero
gloriosa. La bandera que ella izó nos sigue convocando
desde el balcón del futuro. Pero es el camino "romano" de
la democracia posible el que, habiendo renacido con los tiempos
modernos en Inglaterra y en los Estados Unidos, ha llegado a
involucrar en nuestro tiempo a casi todos los regímenes
políticos de Europa, Oceanía y América del
norte y del sur, penetrando además en Asia y hasta en
África. Es a este conjunto de regímenes
políticos que les damos, pese a sus variaciones, un nombre
común: son las diversas versiones de la democracia
contemporánea.

El exigente ideal ateniense, por su parte,
no sólo no ha desaparecido desde la Revolución
Francesa. Se ha vuelto, si cabe, más apremiante, porque la
revolución de las comunicaciones nos acerca unos a otros
como habitantes de la "aldea global", logrando así que el
mundo actual sea más "pequeño" por lo estrecho de
sus contactos de lo que era la nación francesa en el siglo
XVIII11. Esto permite que la interacción entre los seres
humanos de todo el planeta sea más intensa y se
sitúe en cierto modo a media distancia entre el contacto
cotidiano que tenían entre ellos los ciudadanos atenienses
y la lejanía que separaba a los ciudadanos de la
nación francesa en los tiempos de la carreta y el
caballo.

Quizás este decisivo acercamiento comunicacional
que se produce entre las naciones y dentro de ellas explique que
lo que ahora se difunde impetuosamente por el mundo sea un modelo
político al que podríamos llamar romano
avanzado
. "Romano", porque incluye regímenes en
definitiva "mixtos", que mezclan el elemento democrático
con los elementos aristocrático y monárquico. Pero
romano "avanzado" porque el elemento democrático no ha
cesado de ganar terreno sobre los otros dos elementos en los
regímenes "mixtos" contemporáneos de modo tal que
lo que hoy predomina en el mundo es la "república
democrática", una forma todavía mixta donde
predomina la democracia y a la que, apegada a su tradición
aristocrática, nunca había llegado la
República Romana.

Es que, en tanto Atenas le quedaba a Roma cada
día más lejos porque se hundía en el pasado,
a las repúblicas democráticas contemporáneas
les queda cada día más cerca, en un futuro que ya
no es tan borroso gracias al "achicamiento" del mundo mediante
las computadoras, los satélites y la Internet, a mitad del
camino entre una ciudad griega y las naciones "a caballo" de los
siglos XVIII y XIX. Esto explica por qué, al lado de la
democracia representativa que todavía prevalece en las
constituciones contemporáneas, ellas se han ido poblando
de formas semidirectas como el plebiscito, el
referéndum y la iniciativa popular,
así como la proliferación de las encuestas, que son
los mensajeros avanzados del retorno ateniense.

Pero este retorno sigue siendo por ahora menos intenso
que la interacción de los ciudadanos atenienses entre
ellos porque no es "real" sino "virtual". Podemos comunicarnos
unos con otros mediante Internet a lo largo del ancho mundo pero,
si bien tenemos noticias unos de otros como no las
habíamos tenido, no estamos físicamente en
presencia unos de los otros como en el agora (feria y
plaza pública de los atenienses) o en la
ecclesia, sino a través de una
pantalla12.

La tercera
ola

En su obra La tercera ola, Samuel
P. Huntington describe la difusión de la democracia
contemporánea, a la que hemos llamado "romana avanzada",
como el producto de olas de democratización a las
que han seguido, moderando pero no deteniendo su avance,
contra olas autoritarias. Del mismo modo como el
paseante descubre a la hora de la marea alta, que en medio de
olas y contra olas el mar, pese a todo, avanza sobre la playa,
Huntington advierte que un movimiento similar se ha dado en la
historia de la democracia contemporánea13.

Según Huntington, las olas democratizadoras han
sido tres. La primera se inició en 1828, cuando los
Estados Unidos pasaron de la república
aristocrático-democrática que todavía eran a
la presidencia de Andrew Jackson, con su abrumador seguimiento
popular. Durante las décadas subsiguientes, la democracia
de tipo jacksoniano se expandió por Inglaterra y por
Europa con la gradual extensión del derecho de votar hacia
las capas populares y el retroceso del llamado "voto censitario"
que sólo permitía votar a los ciudadanos inscriptos
en el "censo" impositivo, es decir a los ciudadanos
pudientes.

De 1922 a 1944 se desarrolló en el mundo la
primera contra ola autoritaria. Ella se inició con la
marcha de Mussolini sobre Roma, se amplió con el auge del
fascismo y el nazismo en Europa.

Pero en 1944, con la victoria aliada sobre las potencias
del Eje en la Segunda Guerra Mundial, comenzó la segunda
ola de democratización, que esta vez incluiría
además el voto femenino. Grandes naciones autoritarias
como Alemania, Italia y el Japón, conocieron al fin la
democracia.

Sin embargo, la segunda contra ola autoritaria
llegó al mundo a partir de 1962 con el auge del
militarismo, que afectó particularmente a América
latina. México se ha librado de los gobiernos encabezados
por militares hasta el gobierno de Miguel Alemán
Valdés (1946-1952), donde se inician los
gobiernos civilistas, y en cuyo sexenio se le otorgó el
voto a la mujer pero importándoles muy poco
lo que significaba la democracia. Iban tras el dinero al grado
tal que el pueblo coreaba: "…tenemos un Presidente con
apellido extranjero y manos de ratero
".

Finalmente, según Huntington, la tercera "ola"
democrática empezó a cubrir otra vez al mundo desde
1974. En este año, Portugal salió de su
período autoritario. Al año siguiente, le
tocaría el turno a España. La Argentina
volvió a la democracia en 1983. Brasil en 1985. Chile, en
1990.

Al año siguiente, cuando publicó su libro,
Huntington ya se preguntaba si no se había iniciado una
tercera contra ola autoritaria. Las dificultades que experimenta
la democracia cuando escribo estas líneas en países
latinoamericanos como Venezuela, Colombia, Ecuador, Paraguay y
Perú, parecen avalar su temor.

Haya o no una tercera contra ola autoritaria, sigue en
pie la hipótesis huntingtoniana de que las olas
democráticas se van imponiendo poco a poco a las contra
olas autoritarias. En 1922, cuando se agotaba la
primera ola democrática, había 29 naciones
democráticas. En 1942, a punto de extinguirse
la primera contra ola autoritaria, subsistían sólo
12 naciones democráticas. Pero en 1962, cuando terminaba
la segunda ola democrática, 36 naciones eran
democráticas. En 1973, al fin de la segunda contra ola
autoritaria, sólo 30 naciones eran democráticas.
Finalmente en 1990, que es el último año que
Huntington tiene en cuenta, 58 naciones eran
democráticas.

Esta cuenta da lugar al siguiente cuadro:

Primera ola democrática (1828-1922)
29 naciones Primera contra ola autoritaria (1922-1944) 12
naciones Segunda ola democrática (1944-1962) 36 naciones
Segunda contra ola autoritaria (1962-1973) 30 naciones Tercera
ola democrática (1973-1990) 58 naciones

Cada ola democrática avanza más que la
anterior. La secuencia es aquí de 29, 36 y 58 naciones.
Cada contra ola autoritaria retrocede menos que la anterior. Su
secuencia es 12 y 30 naciones. El paseante por la
playa siente que la turbulencia de las olas a veces lo
confunde pero, no bien marca en la arena hasta dónde
llega el mar después de cada ola y de cada contra ola, su
percepción ya no lo engaña: ha salido a pasear con
la marea alta.

LA BIBLIOGRAFIA se fue indicando en la medida
en que se desarrollo la compilación.

NOTAS:

* Este ensayo forma parte de un proyecto de
investigación en el CIDEM sobre el tema "Cultura y
Democracia".

* TRABABAJO DE INVESTIGACION BIBLIOGRAFICA Y COMPILACION
EN EL CENTRO DE INVESTIGACION Y DESARROLLO DEL ESTADO DE MICHOA-
CAN. (CIDEM)

1 Para las etimologías de este documento si se
desea puede verse: R. Grandsaignes d"Hauterive, Dictionnaire des
racines des langues européennes, Paris: Librairie
Larousse, y Calvert Watkins, The American Heritage Dictionary of
Indo-European Roots, Boston: Houghton Mifflin Company.
En su Introducción al libro de Martín
Heidegger sobre los filósofos presocráticos
Parménides, Heráclito y Anaximandro, Davior Farrell
Krell señala que "la violencia de la interpretación
es inevitable". Con esto quiere decir que Heidegger, al
internarse en el estudio de los filósofos
presocráticos, de los cuales nos quedan apenas algunos
fragmentos, no podía sino llevar su interpretación
hasta el límite de lo verosímil. En efecto: a la
vista de esos mínimos fragmentos y teniendo en cuenta el
escaso conocimiento que se tiene de la época en que fueron
escritos –alrededor del año 600 antes de Cristo-
nadie sabe en rigor qué querían decirnos sus
autores. De ahí en más, caben dos posibilidades:
hundirse meticulosamente en esos textos truncos como hacen
necesariamente por su oficio los filólogos, sin
aventurarse más allá de las pruebas
científicas y el análisis literal, o aprovecharlos
en cambio como un poderoso estímulo del pensamiento. Esto
es lo que hizo Heidegger: "co-pensar" con los filósofos
presocráticos. La primera actitud, más cuidadosa,
sirve a la ciencia pero es estéril para la
filosofía. La segunda actitud, menos cautelosa, abre las
puertas de la creación intelectual. En suma:
¿qué nos importa más de los
presocráticos? ¿Lo poco que podamos saber a ciencia
cierta de ellos o las amplias avenidas que ofrecen al
pensamiento? Ver Martín Heidegger, Early Greek Thinking,
Harper & Row, 1975, pág. 11. Lo mismo podría
decirse de las etimologías. Si nos atenemos sólo a
lo que tienen por seguro los filólogos, en muchos casos
renunciaremos a su enorme poder de sugerencia. No se trata, por
cierto, de falsificar su interpretación. Pero cabe avanzar
a partir de lo que razonablemente puede deducirse de ellas en
dirección de la aventura de ponerse a co-pensar con los
creadores de una de las primeras expresiones del lenguaje humano,
la lengua indoeuropea y sus dilectos hijos el griego, el
latín y los idiomas europeos. Este es el camino
etimológico que he escogido. No es el camino de la
filología; es el camino de la filosofía.

2 Ver Mariano Grondona, México como
vocación, México, D.F.: Planeta,
Prólogo.

3 La palabra "historia" puede entenderse de dos maneras.
Según la primera de ellas, es el conjunto de los hechos
del pasado. Según la segunda es la interpretación
ulterior del rumbo y el sentido de esos mismos hechos. En tanto
los hechos se viven muchas veces como sorprendentes y
contradictorios, su interpretación ulterior aspira al
orden y la claridad de una secuencia lógica. Pero, en el
momento en que se producían los hechos, sus actores no
conocían la secuencia que después
divulgarían los historiadores y, en un plano aún
más abstracto, los filósofos de la historia. Hoy
creemos que la Revolución Francesa se manifestó el
día de la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, y
esto hasta el punto que el 14 de julio es la fecha nacional
francesa. Pero en ese día Luis XVI, que era uno de los
protagonistas principales de esa época y que sería
la más ilustre de sus víctimas, escribió en
su diario "rien", "nada". Cada vez que leemos a los historiadores
y a los filósofos de la historia, debemos tener en cuenta
este contraste entre los hechos y su interpretación.
También aquí, cuando "ordenamos" el aparente
desorden de la historia ateniense. La historia en cuanto
sucesión de hechos reales es desprolija. Lo único
prolijo son sus interpretaciones. Lo cual no quiere decir que no
puedan ser verdaderas: a veces la clave de lo que ocurría,
desconcertando a sus actores y protagonistas, se descubre
más tarde.

4 Según Hegel, cada pueblo va encarnando a lo
largo de la historia la noción que de sí mismo
tiene el Espíritu Absoluto. Pero como éste avanza
hacia el pleno conocimiento de sí mismo a través de
un proceso dialéctico de afirmaciones y negaciones, una
vez que "se vio" reflejado en un pueblo, lo abandona a su suerte
y busca una nueva versión en otro pueblo. El pueblo
despliega la noción que en ese momento tiene el
Espíritu Absoluto de sí mismo en la cultura que el
pueblo alcanza en su hora de apogeo. Por eso, una vez que produjo
su cultura, ese pueblo entra en inevitable decadencia. La cultura
es la expresión terminal de cada pueblo. El "búho
de Minerva" levanta vuelo, se va en busca de nuevas claridades,
al anochecer de la historia de un pueblo, anticipando su
decadencia. La concepción general de la historia de Hegel
está en la "Introducción general" y en le
"Introducción especial" de sus Lecciones sobre la
filosofía de la historia universal.

5 Dos libros que no dejaría de recomendar su
lectura sobre la historia y el espíritu de los griegos, y
en particular de Atenas, y que son especialmente útiles:
H.D.Kitto, The Greeks, Penguin Books (traducción
castellana: Los griegos, Buenos Aires: Eudeba) y Christian Meier,
Athens. A Portrait of the City in Its Golden Age, New York:
Metropolitan Books (el original en alemán, Athen: Ein
Neubegin der Weltgeschichte, Berlin: Siedler Verlag).

6 Me ha sido particularmente útil para ubicar la
historia de Roma dentro de la historia de Occidente el libro de
David Gress "De Platón a la OTAN. La idea de Occidente y
sus oponentes" (From Plato to NATO. The Idea of the West and Its
Opponents, New York: The Free Press).

7 No tomo aquí la palabra "utópica" en su
sentido peyorativo, como el equivalente de una actitud
fantasiosa, delirante. La palabra "utopía" también
puede aludir a un ideal exigente que, si bien es impracticable en
el corto plazo, nos llama poderosamente desde el futuro
movilizando nuestras energías. Ver en tal sentido Mariano
Grondona, Las condiciones culturales del desarrollo
económico, México, D.F.: Planeta, 1999,
pág. 57, nota 1.

8 A lo largo de este ensayo entendemos por
"república" un régimen mixto donde se mezclan y
combinan de diversas maneras un elemento monárquico (el
poder ejecutivo), un elemento aristocrático (el Senado,
los jueces, los legisladores) y un elemento democrático
(la participación del pueblo). La república se
opone a la monarquía absoluta, la tiranía o la
dictadura, donde el poder se concentra en un único
titular. De esta manera, la monarquía parlamentaria, que
comenzó en Inglaterra en 1688 y aun hoy existe en la
propia Inglaterra, España y otras naciones europeas, es en
rigor una república pese a su nombre. En las
repúblicas, diversos "poderes" se limitan unos a otros. En
los regímenes autoritarios que se le oponen, hay un solo
poder. En aquéllas, la palabra "poder" se dice en plural.
En éstos, en singular.

9 En mi investigación encontré que en
1989, se realizó una mesa redonda de la que participaron
historiadores franceses y norteamericanos para celebrar el
segundo centenario de la Revolución Francesa. En tanto los
catedráticos franceses criticaban duramente a la
Revolución siguiendo el humor que ahora domina a la
historiografía francesa, los catedráticos
norteamericanos apenas podían ocultar un sentimiento de
asombro mezclado con celos: ¿cómo era posible que
"su" revolución, exitosa, no hubiera trascendido como la
revolución "fracasada" de los franceses?

10 Para registrar los estadios de la Revolución
Francesa, es útil el breve libro de Paul Nicolle, La
Révolution Francaise, Paris: Presses Universitaires de
France. Para seguir de cerca la cronología de los
acontecimientos que comentamos en los pasajes históricos
de este libro, también es útil el Atlas
histórico mundial de Hermann Kinder y Werner Hilgemann,
Madrid: Ediciones Istmo.

11 El famoso sociólogo canadiense Marshall Mc
Luhan, al publicar su libro "El medio es el mensaje" (The Medium
is the Message) en 1967, difundió la idea de que, gracias
a la revolución de las comunicaciones, el mundo es ahora
como una pequeña aldea, una "aldea global", aunque de
carácter "virtual".

12 Gracias a la revolución de las comunicaciones
Atenas, en cierto modo, vuelve. Ver Mariano Grondona,
México como vocación, México, D.F.:
Planeta, Punto 3 del Capítulo I: Dos
democracias.

13 Ver Samuel P. Huntington, The Third Wave.
Democratization in the Late Twentieth Century, University
of Oklahoma Press; en castellano, La tercera ola. La
democratización a finales del siglo XX,
Paidós.

 

 

Autor:

José Severiano Luis Bravo
Mora

INVESTIGADOR TITULAR EN EL
CIDEM.

Partes: 1, 2
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