¿Dónde está Dios? –
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¿Dónde está
Dios?
La contradicción según la cual los
dirigentes católicos consideran que Dios habita en un
lugar concreto, como lo es el "cielo físico",
afirmando, por otra parte, que es omnipresente, aunque se
encuentre "de modo especial" y más completo en la "hostia
consagrada".
En efecto, en la Biblia se defiende de un modo
muy especial la idea de que Dios habita "en una nube oscura" o,
de manera más general, en el cielo, entendido como la
bóveda física azul que envuelve a la Tierra y a
todos los astros del Universo, o en una casa, o en una tienda,
acompañando a los judíos en su marcha de Egipto
hacia la "tierra prometida", o en un templo, como el que le
construyó el rey Salomón. Así se indica en
diversos pasajes de la Biblia, como los siguientes:
– "¿Quién como el Señor, nuestro
Dios, que reina en las alturas, pero que se abaja para
mirar cielos y tierra?"[1].
– "Yo no he habitado en una casa desde el día en
que saqué de Egipto a los israelitas hasta hoy. He estado
peregrinando de un sitio a otro en una tienda que me
servía de santuario"[2].
– "Entonces Salomón exclamó:
-El Señor ha decidido habitar en la nube
oscura; pero yo te he construido una casa, un lugar
donde habites para siempre"[3].
El interés de estos pasajes es múltiple,
pues, en primer lugar, Salomón menciona un lugar
físico muy concreto como el sitio en el que Dios vive:
"una nube oscura", que estaría situada en "el cielo"
físico, pero que ni siquiera se identificaría con
él. Y, en segundo lugar, habla de "una casa" como lugar en
el que habite para siempre; un lugar, según indica el rey
David, que tendrá
"gran cantidad de oro, plata, bronce […], piedras
de ónice y de engaste, piedras multicolores, piedras
preciosas de toda especie y alabastro en
abundancia"[4],
un lugar, un templo para el que el propio rey David
entrega
"todo el oro y la plata de mi propiedad personal: cien
toneladas de oro de Ofir y doscientas treinta y cinco toneladas
de plata finísima para cubrir las paredes de las
salas"[5],
para el que pide más donativos a los diversos
jefes de las tribus de Israel, los cuales
"hicieron sus donativos voluntarios. Ofrecieron para las
obras del templo de Dios: ciento setenta toneladas de oro, diez
mil monedas de oro, ciento cuarenta toneladas de plata,
seiscientas diez toneladas de bronce y tres mil cuatrocientas
toneladas de hierro. Unieron a ello las piedras preciosas donadas
[…] para el tesoro del templo del
Señor"[6],
presentando así a su Dios como un ser claramente
antropomórfico, que por ello mismo vivirá de manera
más confortable en "una casa" llena de oro, plata y
piedras preciosas, aunque en realidad ésta tendrá
la utilidad de servir mucho mejor a la ambición de la
clase sacerdotal, sirviendo, al igual que las catedrales
actuales, de escaparate y de "argumento" emocional basado en el
impacto que provocaría la contemplación de una
mansión tan suntuosa, tan llena de tesoros, para demostrar
(?) la existencia de ese Dios. Pues, ciertamente, ese "argumento
visual", relacionado con la riqueza y la belleza de los templos,
ha sido a lo largo de los siglos el argumento más
convincente para que los creyentes de cada religión hayan
mantenido su fe por encima de cualquier consideración
racional que pusiera en evidencia la contradicción o falta
de fundamento de sus doctrinas, pues la masa en general tiende a
caer en la trampa de creer que sólo la existencia de un
auténtico Dios podría haber justificado la
creación de tales monumentos, tan llenos de riqueza. Tales
lugares tan grandiosos al lado de las simples construcciones
dedicadas a las viviendas humanas contribuían y
contribuyen a que, en el caso del Dios de Israel, el pueblo le
mostrase su respeto y su veneración al considerar
además, según las palabras de sus sacerdotes, que
su Dios tan poderoso se había rebajado para proteger al
pueblo elegido, y posteriormente, con la aparición de la
Iglesia Católica, a todos los pueblos que le aceptasen
como único Dios. Además, ante construcciones tan
extraordinarias como los diversos templos y catedrales que se han
ido construyendo a lo largo de los siglos, al pueblo le
resultaría muy difícil creer que se hubieran
edificado, con tanta esfuerzo y belleza, si en verdad ese Dios no
existiera.
Pero, de este modo quien realmente se ha beneficiado con
la construcción del templo de Salomón y con la de
todos los templos de las diversas religiones no ha sido ninguna
divinidad, que, por definición, no necesitaría para
nada de ninguno de esos templos ni de los tesoros materiales que
contienen, sino los dirigentes de las diversas religiones,
supuestamente cercanos a sus respectivos dioses e intermediarios
suyos con el pueblo, pues son ellos quienes viven de los
considerables bienes que el pueblo ha ido pagando para la
construcción de los templos y catedrales y para el
sustento y el progresivo enriquecimiento de sus
sacerdotes.
El templo de Salomón tuvo además la
utilidad específica de ejercer sobre el pueblo un control
psicológico por lo que se refiere a sus creencias y
prácticas religiosas, disuadiéndolo de la
tentación de adorar a otros dioses y mostrándole
con claridad meridiana dónde debía ir a orar y a
ofrecer sus sacrificios y sus impuestos religiosos a su Dios y a
los sacerdotes de su Dios, en lugar de adorar y ofrecer
sacrificios a otros dioses, lo cual habría hecho peligrar
el suculento negocio que astutamente había sabido montar
la clase sacerdotal de Yahvé. Por ello mismo, resulta una
paradoja realmente curiosa, que el rey Salomón, impulsor
esencial de la construcción del templo de Yahvé en
Jerusalén, posteriormente dejase de lado a su Dios y se
dedicase a hacer sacrificios a los múltiples dioses de sus
setecientas esposas y de sus trescientas concubinas.
Hay muchos otros textos bíblicos que dejan clara
la doctrina de que el Dios de Israel "habitaba" en un lugar
terrenal o celestial-físico al igual que los otros dioses
cuya existencia –como ya se ha visto- es reconocida en
diversas ocasiones por la Biblia como, por ejemplo, los
siguientes:
-"Te ocultaste tras las nubes para que no llegue a ti la
oración […] Mis ojos lloran sin descanso, y no
habrá tregua hasta que el Señor se incline y mire
desde lo alto de los cielos"[7].
Evidentemente si se dice de Yahvé: "Te ocultaste
tras las nubes", eso presupone que la existencia de un lugar
tras las nubes en el que Yahvé se encuentra oculto.
Esta tesis se confirma con otros pasajes como el que insiste en
la idea de que el cielo-físico es la morada de
Yahvé hasta el punto de que se llega a afirmar que "las
nubes son un velo no le deja ver cuando pasea por las
márgenes del cielo:
-"¿No está Dios en la cima de los
cielos?
¡Mira qué alta es la bóveda de las
estrellas!
Pero tú dijiste: "¿Qué sabe
Dios?
¿Cómo puede juzgar a través de las
nubes?
Las nubes son un velo que no le deja ver,
cuando pasea por las márgenes del
cielo"[8].
Evidentemente la idea de que Dios tuviera una morada
material concreta como cualquier ser humano dejó de ser
defendida con el paso del tiempo, pero se intentó
argumentar en favor de aquella primitiva creencia que en aquellos
momentos el pueblo no tenía un nivel cultural suficiente
que le permitiese comprender una doctrina como la de la
trascendencia e inmaterialidad del Cielo y del propio Dios. Sin
embargo, este argumento es inaceptable, pues el supuesto poder
infinito de Dios hubiera podido conceder a su pueblo tal
capacidad, y lo que no habría hecho, en cuanto amase la
verdad y no la mentira, es sustituir una supuesta verdad por una
mentira como la de que Dios habitaba en un lugar físico
como ese cielo del que aquí se habla. Sin embargo, lo que
también es verdad es que la omnipotencia despótica
tan absoluta del Dios judeo-cristiano le habría permitido
mentir si así lo hubiese querido, del mismo modo que en
tantas ocasiones había asesinado a tantos niños
inocentes sin el menor escrúpulo. Pero, claro está,
un Dios así no tendría nada que ver con el supuesto
Dios perfecto y amor infinito del que también se habla en
la Biblia.
Habiendo cambiado de domicilio para venirse a vivir con
su pueblo, Yahvé dice a Israel:
-"No profanéis la tierra que habitáis, en
medio de la cual habito yo también, pues yo soy el
Señor, que habito en medio de los hijos de
Israel"[9].
En este pasaje, como ya se ha dicho, finalmente el Dios
de Israel, aunque sea de modo transitorio, se ha decidido a vivir
"en medio de los hijos de Israel", lo cual no tiene nada de
extraño si se recuerda que Yahvé es un Dios tribal
y por ello resulta comprensible que acepte habitar junto a su
pueblo.
No obstante, en la casi totalidad de pasajes de la
Biblia y en las doctrinas posteriores de la Iglesia
Católica se defiende que, aunque Dios está en todo
lugar, su domicilio y su reino más propio es espiritual y
ya no se encuentra en el cielo azul en el que se encontraba al
principio, sino en otra dimensión, en un supuesto cielo
inmaterial y trascendente.
Por otra parte, progresivamente fue apareciendo como
nueva doctrina de la secta cristiana, más coherente que la
anterior, que Dios debía ser omnipresente, pues parece
evidente que un ser perfecto e infinito, como lo sería el
Dios del cristianismo –que había evolucionado un
poco respecto al Dios del Antiguo Testamento-, no
podía quedar relegado a ocupar simplemente un espacio
físico concreto, aunque se tratase del cielo, a pesar de
que para la Astronomía aristotélica tal realidad,
situada más allá de la última de las
"esferas fijas", representaba la máxima perfección
frente a la imperfección que caracterizaba al mundo
sublunar de manera que, a pesar de todo, también
Aristóteles había situado a su Dios como motor
inmóvil dentro del mundo material, aunque en su lugar
más perfecto.
Esta misma consideración acerca de la
perfección divina es la que condujo a los dirigentes
cristianos a modificar el significado de aquel "cielo", que en
los primeros momentos se refería a un lugar físico,
y a darle el nuevo sentido de una realidad trascendente e
irreductible a la del mundo material olvidando la serie de
ocasiones en que en el Antiguo Testamento –tan
verdadero como el Nuevo- se había hablado de modo
inequívoco del cielo en el sentido físico de la
palabra.
El hecho de que los escritos bíblicos,
supuestamente inspirados por el llamado Espíritu Santo,
sean incoherentes entre sí, comparados unos con otros
así como en su relación con lo que implica el
concepto de Dios como "ser perfecto", es un ejemplo de los muchos
que pueden encontrarse en la innumerable serie de contradicciones
de la Biblia, tanto en relación con el concepto
puramente filosófico de Dios como ser perfecto, como en
relación con doctrinas posteriores del cristianismo que
consideran que la perfección divina es incompatible con la
doctrina antropomórfica de un Dios que habita en
determinado lugar del Universo.
Por otra parte y a pesar de haber superado en cierto
modo el antropomorfismo que supone la idea de que Dios habitase
en un lugar material, la Iglesia Católica incurre en una
nueva contradicción cuando, a pesar de haber llegado a
considerar que Dios es omnipresente, afirma además que se
encuentra de manera especial en una sustancia material como lo es
la "hostia consagrada", el pan sin levadura consagrado por los
sacerdotes durante la ceremonia de la misa.
Ahora bien, esta doctrina es evidentemente absurda en
cuanto el estar o no estar presente no admite grados, del mismo
modo que tampoco los hay entre estar vivo o no, estar embarazada
o no, haber llegado a la meta o no, y en cuanto no tiene sentido
decir que alguien está vivo pero sólo un poco, que
está embarazada pero sólo un poco o que ha llegado
a la meta pero sólo un poco. En este mismo sentido es una
contradicción evidente afirmar que Dios se encuentra en
todas partes y a continuación puntualizar que donde se
encuentra "de verdad" es en la hostia consagrada.
Es verdad que los dirigentes de la Iglesia
Católica afirman que Dios Hijo se encuentra en la hostia
consagrada "en cuerpo, sangre, alma y divinidad", pero en
realidad tal aclaración sólo sirve para crear un
nuevo problema, pues da la impresión de que la presencia
de Dios es mayor así que de la otra manera, pero ya se ha
dicho que la presencia no admite el más o el menos: Se
está o no se está presente, pero se puede "estar a
medias". Además, si Dios existiera con la cualidad de ser
omnipotente, tal cualidad le permitiría estar "en el
Cielo, en la Tierra y en todo lugar" –como decía "el
catecismo católico"- y, en cuanto tuviera la cualidad de
ser amor infinito, su presencia sería ubicua, no teniendo
sentido afirmar que estuviera de un modo especial y más
pleno en las iglesias y en las hostias consagradas que en
cualquier otro lugar del Universo.
Los dirigentes católicos dicen que Dios
está en la hostia en cuerpo, sangre, alma y divinidad,
mientras que en cualquier otro sitio estaría sólo
en sus aspectos espirituales, pero no en los materiales de
Jesús. Tal punto de vista implica la nueva
contradicción consistente en considerar que, como
Jesús habría tenido un comienzo en el tiempo, el
propio Dios sólo habría alcanzado su plenitud en el
momento en el que Jesús nació, adquiriendo un
cuerpo humano, de manera que antes de ese momento la Trinidad
Divina habría sido incompleta, pues el Hijo
habría carecido de cuerpo, adquiriéndolo
posteriormente en hace alrededor de dos mil años. Sin
embargo, tal hipótesis implicaría una
contradicción con la doctrina que defiende la
inmutabilidad divina.
En cualquier caso, siempre que aparece una nueva
contradicción, los dirigentes de la secta católica
se limitan a negarla, refugiándose en la
consideración de que la razón humana es demasiado
limitada para comprender tales verdades, que en tales casos
llaman simplemente "misterios", en lugar de aceptar que la
búsqueda sincera de la verdad es incoherente con la
aceptación como verdad de aquello que se desconoce que lo
sea.
Parece evidente por ello que la insistencia de la
jerarquía católica en afirmar que donde de verdad
se encuentra Dios es en las iglesias y en la hostia consagrada
proviene –como en los tiempos de Salomón- de sus
intereses económicos, pues sólo desde el
momento en que los fieles acuden a la Iglesia para estar
más cerca de Dios se les puede controlar, adoctrinar
y someter mentalmente para que asuman la "obligación" de
entregar a la organización "religiosa" los "diezmos y
primicias" que se les exija para el mantenimiento y la
prosperidad de dicha organización, para que acepten sus
dogmas y doctrinas, para que sigan sus consignas políticas
y sociales, y para que paguen todo el folklore que se monta en
torno a las diversas celebraciones religiosas, cuya mayor
utilidad es la de servir como ejercicio de hipnosis colectiva,
inducida por los jefes de la secta católica para mantener
secuestradas las mentes de sus "fieles y para incrementar su
poder sobre la sociedad.
Evidentemente todo ese folklore contribuye al
crecimiento del negocio de la Iglesia Católica en cuanto
le sirve de propaganda y en cuanto aprovecha cualquier
ocasión para pedir a los fieles una limosna para el
"mantenimiento del culto" o para cualquier otro fin que se le
ocurra al cura o al obispo de turno, pero, en definitiva, es la
ambición económica y
política de la jerarquía de esta mafia
"religiosa" la que le lleva a defender la absurda doctrina
antropomórfica que considera las iglesias como "casas de
Dios", pues sin tal doctrina peligrarían seriamente sus
beneficios económicos en cuanto los fieles comprendieran
que para ponerse en contacto con la divinidad no hacía
falta acudir a tales "casas" en cuanto Dios no precisa de
ninguna, de manera que quienes necesitasen creer en
fantasías religiosas comprenderían al menos que no
necesitaban acudir a ninguna iglesia ni comer hostias
consagradas, y entonces muchos obispos y muchos curas
tendrían que buscar nuevos métodos de embaucar a la
masa o dedicarse a trabajar de verdad para ganarse el pan con el
sudor de su frente, en lugar de engañar a tanta gente
inocente.
¿Tendría algún sentido la defensa
de esa triple existencia de Dios como ser trascendente, como ser
inmanente al mundo y existente en todo lugar, y como ser
plenamente existente sólo en la hostia
consagrada?
¿De qué serviría la supuesta
omnipresencia divina o su presencia "especial" en la hostia
consagrada? En principio se podría pensar que de ese modo
Dios sería una realidad más cercana al hombre y a
sus problemas, de manera que le habría resultado
fácil impedir la serie interminable de desastres naturales
que tanto sufrimiento y muerte provocan y, así,
habría impedido el sufrimiento y la muerte absurda de
tantas personas, como, la de la niña colombiana Omayra
Sánchez, que estuvo atrapada en el agua hasta el cuello a
lo largo de 24 horas de angustia y sufrimiento y confiando hasta
el fin, hasta que murió sin que aquel supuesto Dios
hiciera nada para impedirlo, o como el de muchos otros
accidentados y muertos en los diversos terremotos,
catástrofes y epidemias.
¿De qué sirve esa supuesta presencia
divina en todas las zonas del mundo donde millones de
niños mueren antes de cumplir cinco años en medio
del hambre, de las enfermedades y de la miseria más
absoluta? Creo que sería una ofensa a Dios –si
existiera- afirmar que está delante de esos niños,
viendo impasible su sufrimiento y no haciendo nada por evitarlo.
Decir que nos encontramos ante un "misterio" es un acto de
hipocresía o de cobardía ante el hecho de tener que
reconocer que, si Dios existiera, sería un sádico
en cuanto, siendo omnipotente y contemplando el sufrimiento de
tantos seres inocentes, no se dignase remediar esos males que
nadie merece y que para nada sirven. Por eso tenía
razón Stendhal cuando, ante la contemplación de
tanto sufrimiento absurdo, escribió:
"La única excusa de Dios es que no
existe".
Por otra parte, la afirmación de la
omnipresencia de Dios sólo resulta compatible con
un panteísmo como el de Spinoza, en el que Dios
es omnipresente porque se identifica con el conjunto de la
Naturaleza (Deus sive Natura), pero evidentemente ese
Dios dejaría de tener un carácter personal y
antropomórfico y no serviría a la fantasía
humana para pedirle favores en cuanto seríamos claramente
conscientes de que esa divinidad se identificaba necesariamente
con el conjunto de la realidad en su constante devenir, ciego a
cualquier finalidad humana y no humana. Pero probablemente el ser
humano no soportaría esa soledad y muy pronto
volvería a crear sus múltiples dioses más
allá de toda razón, pero quizá útiles
para rellenar el vacío y la soledad de su
existencia.
Autor:
Antonio García
Ninet
Doctor en Filosofía
[1] Salmos, 113:5.
[2] 2 Samuel, 7:6. Un pasaje similar a este
se encentra en 1 Crónicas, 17:3, donde se dice:
“Pero aquella misma noche Dios dirigió esta
palabra a Natán:[…] Yo no he habitado en una casa
desde el día en que saqué de Egipto a los
israelitas hasta hoy. He estado peregrinando de un sitio a otro
en una tienda […]”. O sea, que Dios está
comunicando a Natán que antes tenía una casa y
que la abandonó para acompañar a los israelitas
en su salida de Egipto.
[3] 2 Crónicas, 6:1.
[4] 1 Crónicas, 29:2.
[5] 1 Crónicas, 29:3-4.
[6] 1 Crónicas, 29: 6-8.
[7] Lamentaciones, 3:44-50.
[8] Job, 22:13-14. Ya anteriormente, en otros
libros de la Biblia aparecen pasajes en los que se insiste en
esta misma doctrina según la cual el cielo físico
es el lugar donde vive el Dios de Israel; así, por
ejemplo, en 2 Reyes, 2:16, donde se dice que
“Elías fue arrebatado en un torbellino hacia el
cielo” (2 Reyes, 2:11) y donde poco después sus
discípulos piden a Eliseo: “permite que vayan a
buscar a tu maestro, no sea que el espíritu del
Señor que lo arrebató lo haya dejado caer en
algún monte o en algún valle” (2 Reyes,
2:16). Evidentemente, si lo dejó “caer en
algún monte o en algún valle”, eso
sólo pudo ser porque lo habría arrebatado a un
cielo físico y no a uno trascendente, más
allá del Universo material.
[9] Números, 35:34.