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Historias y anécdotas de Venatore, el cazador (página 2)




Enviado por MANEL BATISTA



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

-La capacitación no ha de preocuparle,
ingresaría usted en la unidad de conocimientos,
así la llamamos, donde sería usted adiestrado por
los mejores especialistas, la elite de Francia, con tres meses en
sus manos estaría usted capacitado para ejercer
perfectamente cualquier "encargo" del
departamento-.

Llegado a este punto de la conversación, Cloters
se levantó y me alargó inesperadamente su mano en
el entretanto me decía; -le llamaré a usted dentro
de unos diez días, ¿le parece?, le aseguro que de
aceptar, gozará usted de una situación
privilegiada, un sueldo envidiable y viajará por todo el
mundo como quizás nunca hubiese soñado-, me dijo
esto último guiñándome un ojo.

-Le prometo estudiarlo con todo interés-, le dije
mientras le acompañaba hasta la puerta.

Alrededor de la dos del mediodía salí a la
calle para ir al restaurante en el que habitualmente solía
almorzar en la rue du Colisée, era un
pequeño bristó que tenía un
excelente chef de cocina que todos los días elaboraba
algún plato especial para sorprender a su
clientela.

Julien no tenía grandes aspiraciones
profesionales, solía decir que con aquel pequeño
restaurante tenía suficiente para vivir, a pesar de poseer
los conocimientos culinarios para regentar uno de muy superior
categoría, aún así, no era precisamente de
clientela de lo que estaba falto. Yo había trabado cierto
nivel de relación amistosa con el bueno de Julien, le
alababa con cierto aire poético sus platos, cosa que yo
sabía que a él le complacía, después
de servirme una de sus especialidades del día se sentaba
en mi mesa sin decirme nada, se quitaba el gorro blanco de
cocinero y también el largo delantal del mismo color que
casi le llegaba a los pies a la espera de mi comentario sobre las
excelencias del mismo. Es por esta razón que yo
tenía perennemente reservada una mesa en "La Belle
Cuisine",
de Julien.

Me sorprendió ver al fondo del pequeño
local a Cloters acompañado de otros dos caballeros a
quienes no reconocí, pues en La Belle Cuisine,
casi nos conocíamos todos los habituales.

Al verme me hizo ademán para que compartiera mesa
con ellos. Me acerqué sorteando algunas mesas y los tres
se levantaron, Cloters me presentó a los dos caballeros
invitándome a que me almorzáramos juntos,
asentí gustosamente, me tenía bastante intrigado la
proposición que me había efectuado hacía
apenas cuarenta minutos, pero sentí que mi parte
aventurera se despertaba, podría casi compararla a la
emoción que sentí en mi primera ventura amorosa en
el internado suizo.

Después de una conversación bastante
superflua Cloters me informó que ambos caballeros
habían atendido al reclutamiento que estaba efectuando
para la DGSE e iban a celebrarlo. Extraña coincidencia que
esta celebración fuera efectuada en el restaurante al que
yo asistía todos los días, me dije, pero pronto
eliminé mi sospecha y me sumergí de nuevo en la
conversación, que en esta ocasión se había
tornado más interesante ya que se hablaba sobre la
organización del DGSE.

Capítulo
4

Un par de semanas más tarde llamó al
teléfono de mi despacho Cloters, al que yo por mis
adentros había bautizado como, el
reclutador
.

Monsieur Cloters era un individuo rodeado de un
hálito algo misterioso. Había intentado a
través de los medios que tenía a mi alcance saber
de él, de su curriculum en la DGSE, pero todas mis
pesquisas habían sido absolutamente infructuosas, siempre
chocaba con los archivos del personal que eran impracticables.
Intenté una maniobra de información mediante un
compañero de carrera que tenía cierto acceso a los
archivos del personal, pero en cuanto le efectué mi
propuesta, cambió radicalmente su actitud amistosa y se
volvió frío como un témpano de hielo.
Dejé para mejor ocasión insistir en ello, pero
confieso que la reacción que observé en mi camarada
de estudios me dejó todavía más
intrigado.

Cloters me preguntó si no me importaría
que nos reuniéramos en la sede de la DGSE,
respondí que no tenían ningún inconveniente
en ir allí, prefería jugar en campo contrario. Al
colgar el teléfono miré el reloj y calculé
que en la costa Este de los EE.UU., serían alrededor de
las 8 de la mañana, llamé a casa de mis tíos
en Washington. Por fortuna tío Thierry estaba
todavía en casa, le expliqué la proposición
que me había hecho la DGSE, y le pedí
consejo.

-Antes de aceptar deberías saber cuales iban a
ser tus actuaciones en la organización, en una palabra
qué pretenden de ti, esa es la pregunta a efectuarles, y
te recomiendo exijas hablar con el máximo responsable, no
olvides que perteneces al cuerpo diplomático
francés y, para ejercer cualquier otro trabajo que no sea
el tuyo propio deberás solicitar permiso a tus
superiores-.

Le di las gracias por sus consejos y le prometí
mantenerle informado.

Por la noche me llamó Phil desde Budapest al
apartamento que tenía por aquel entonces en el 15 del
Boulevar Voltaire,
mi gran amigo tenía que dar un
concierto en la bella ciudad centroeuropea. Después de la
recién finalizada guerra mundial estaba ahora bajo el
control de la URSS, pero los comunistas le pagaban muy bien y
él muy inteligentemente se dejaba querer. En la capital
húngara la música se aprecia, se ama y se vive por
un gran sector de sus gentes, es algo tradicional que ya viene de
cuando formaban parte del Imperio Austrohúngaro,
afición que les habían transmitido los inteligentes
austríacos. De estos últimos se cuenta
anecdóticamente que es uno de los pueblos más
listos de Europa, pues habían logrado hacer creer al resto
del mundo que Hitler era alemán y que Wagner era
austríaco.

Phill estaba de tournée, me
anunció que en julio daría un concierto en Roma y
me invitaba a que me uniera a él. –Hace mucho tiempo
que no nos vemos, Roma es una ciudad ideal para pasar unos
días juntos y contarnos nuestras cosas, además,
conozco allí una orquesta de cuerda formada por cinco
señoritas italianas a cual más bella, que si se
encuentran en la ciudad te las presentaré, bocatta de
cardinale
, muchacho, no te lo pierdas-,
sentenció.

En verdad que me apetecía encontrarme de nuevo
con Phil, hacía casi dos años que no nos
habíamos visto, durante todo este tiempo solo en un par de
ocasiones charlamos por teléfono, sin embargo nuestra
proverbial amistad no se vio jamás debilitada,
seguía firme y sólida como siempre.

Le prometí que me reuniría con él
si mis ocupaciones profesionales no me lo impedían, pero
nada le dije de la propuesta profesional que había tenido.
Colgué el aparato, me arreglé y fui a visitar a mis
padres, hacia algunos días que no les veía.
Vivían en el distinguido distrito 16º de París
desde que se casaron. Me abrió una doncella que no
conocía, era menudita pero parecía
simpática, hablaba un francés poco
académico, tenía un acento que parecía de
origen hispánico, -soy paraguaya- respondió a mi
interés por su nacionalidad.

Salió a recibirme mi madre, como siempre iba
impecablemente vestida y a pesar de sus cincuenta y seis
años se mantenía en muy buen estado físico.
Después de abrazarme y besarme efusivamente, pero sin
perder las formas, me regañó por no llevar corbata.
–Mamá me la he quitado en cuanto he llegado a casa
para poder estar un poco más cómodo-, me
excusé.

-¿Y papá?- pregunté.

-Está en su despacho, acaba de llegar de una de
las fábricas del Norte, tiene allí algunos
problemas con los obreros de una de ellas que no le dejan dormir.
Que desagradecidos son estos obreros-, dijo esto último
con cierto aire despectivo, como si le causara náuseas
hablar de ellos.

No respondí a ello, la di un beso en la mejilla y
fui a buscar a mi padre. Como había dicho mi madre, estaba
en su despacho, se había quitado la chaqueta y arremangado
las mangas de la camisa, estaba manejando unos documentos que
sacaba de un elegante portafolio de piel de cabritilla de color
granate oscuro.

-Hola papá, si te ve mamá de esa guisa te
abroncará como ha hecho conmigo-, le dije bromeando
mientras le abrazaba.

-Hola hijo, ¿que te trae por aquí?-, me
dijo sonriendo por mi chanza con lo de mamá.

-Tenía ganas de veros y consultarte algunas cosas
profesionales. ¿Qué te ocurre con los obreros?
mamá me dijo que estabas bastante preocupado por
ello-.

-No es gran cosa, simplemente me piden un aumento de
sueldo exagerado y estoy negociando con los sindicatos, pienso
que llegaremos pronto a un acuerdo, les he preparado unos
balances que les abrirán los ojos y se darán cuenta
que de aumentarles los salarios en el porcentaje que ellos piden
dejaríamos de ser competitivos y a la larga
deberíamos cerrar la fábrica de Le Havre, y ellos
sin empleo-.

Me senté en el alfeizar del ventanal que daba al
jardín que estaba abierto de par en par para paliar el
calor que en París en el mes de Junio comienza a
manifestarse.

-¿Te apetece alguna bebida?-.

-Pues ahora que lo dices, si, cualquier refresco me
vendría muy bien, hoy hace un calor más propio de
agosto-.

Mi padre se asomó a la puerta y llamó a
Isabelita, la nueva doncella paraguaya que acudió como una
exhalación. –No debes correr, a la señora no
le agrada-, le advirtió, -tráenos un par de
naranjadas que estén bastante frías-.

-Al momento monsieur-, dijo medio en castellano y
francés.

Papá vino a sentarse frente a mí, se
repantigó en la butaca, le veía fatigado y con
ojeras, probablemente aquella noche no habría pegado ojo,
era un hombre sumamente responsable, vivía siempre los
problemas de los demás en primera persona, y probablemente
este con los obreros de Le Havre fuera motivo de ello.

-Bien hijo, cuéntame tus penas-.

-No son tales, verás; como ya sabes estoy
destinado a prestar interinamente mis servicios en el Ministerio
mientras no me den una plaza en algún país, pero no
hay mal que por bien no venga, en el actual destino me va muy
bien por que me permite estar en el eje donde se "cuecen" los
temas internacionales, hago nuevas e interesantes relaciones que
algún día probablemente puedan serme de utilidad y
aprendo el manejo del protocolo que como sabes es muy importante
en mi oficio-.

Mi padre asentía con la cabeza, me escuchaba con
atención, daba gusto hablar con él, tenía
una excelente cualidad, sabía escuchar y permitía
que su interlocutor se expresara sin interrupciones.

Le conté con todo detalle lo referente a la
proposición que el hombre de la DGSE me había hecho
y de su insistencia.

Al finalizar se quedó unos breves instantes
pensativo, frotándose suavemente la barbilla, en aquel
instante llamaron a la puerta,
antré-.

Era Isabelita con una bandeja que contenía dos
botellines de naranjada y dos vasos con algunas servilletas de
papel, dejó todo sobre una mesita auxiliar que estaba a
nuestro alcance y se marchó sigilosamente.

–Gracias-, le dijo papá.

Serví la naranjada, que estaba verdaderamente
fría y bebí un sorbo en el entretanto mi padre
hacía lo propio.

-Me parece interesante todo lo que me has contado,
allí está la cumbre del poder, no olvides que desde
allí se pueden cambiar gobiernos en muchos países
de la tierra y casi te diré que hasta en nuestro
país. Podría ser una interesante experiencia que
enriquecería tu curriculum profesional, pero ciertamente
antes deberás saber que menesteres exigirán de
ti-.

-Coincides con lo que también me dijo tío
Thierry esta mañana-.

A estas que entró mi madre, se sentó entre
nosotros, -¿qué andáis tramando vosotros
dos?-, dijo, creo que por decir algo.

-Nada de particular mamá, le contaba a Alain mis
problemitas en las fábricas y el me ha consultado algunos
planteos sobre su trabajo, poca cosa-, le respondió
cariñosamente mi padre dándole un suave beso en la
mejilla.

-Estos hombres, siempre con sus problemas-. -¿Vas
a quedarte a comer Alain?, tenemos una excelente crema de puerros
muy fría y pularda en salsa, pero si prefieres otra cosa
la cocinera podría preparártelo-.

-La oferta es muy tentadora, tú ganas
mamá, me quedo -.

Nos dirigimos los tres al comedor.

Capítulo
5

André había preparado toda la ropa que iba
a ponerme para asistir a la inauguración pictórica,
me levanté con cierta dificultad de la butaca mientras me
parecía que los huesos de las piernas rechinaban. En la
calle, afortunadamente había dejado momentáneamente
de llover pero seguía haciendo el mismo helado vendaval
que soplaba a ráfagas, aunque la lluvia en esta
época del año era frecuente, hacía
años que no había visto llover con tal intensidad
en París, -será lo del cambio climático del
que tanto hablan- me dije.

Me enfundé el smoking y André como de
costumbre, tuvo que hacerme el lazo, nunca fui capaz de hacerlo
correctamente por mi mismo, me ayudó a ponerme el abrigo
negro con cuello y solapas de terciopelo del mismo tono,
saqué del armario del recibidor un bastón
también negro con el puño de marfil, me
sentía más seguro con el, después de mi
larga enfermedad había adelgazado mucho y perdí
algo de masa muscular, no me sentía con demasiadas
fuerzas. Poco después Phil llamaba a la puerta del
apartamento.

-¿Preparado para triunfar?-, me dijo jovialmente
mientras me cogía del brazo y nos dirigíamos al
ascensor. Su sempiterno buen humor era admirable.

-Que iluso eres Phil, ¿es que no ves como estoy
de avejentado?, trabajo tengo para sostenerme en pie-.

-Bueno, bueno, no seas quejita, es conveniente que
salgas a menudo, que vuelvas a ser el que eras, a nuestro regreso
y, con tu permiso le daré instrucciones a André
para que te recuerde todos los días que debes salir a dar
un paseo-.

No respondí, subimos a su automóvil que
estaba estacionado en la puerta del edificio y el chofer
arrancó suavemente.

La sala principal de la pinacoteca estaba muy
concurrida, el ambiente lo calificaría casi de
efervescente debido a la animada charla con que los invitados se
expresaban. La iluminación era francamente muy cuidada,
luces tenues e indirectas que llenaban el ambiente pero que no
incidían en los cuadros que colgaban de las paredes, cada
uno de ellos disponía de su propio foco lumínico
que le daba vida propia y lo distinguía de los de ambos
lados.

Me dio la oportunidad de volver a encontrarme con
amistades que hacía años no veía.

A primer vistazo, las pinturas que vi colgadas en las
paredes no podía decir que fueran de mi agrado, demasiado
modernas, quizás las salvaban el limpio colorido, vivo y
combinado con cierta armonía, pero los motivos plasmados
en los lienzos, no me decían nada, era ese tipo de pintura
que necesitas adivinar lo que quiere comunicar, o que no sabes si
ha sido colgado al revés, una especie de acertijo,
definitivamente no era mi pintura, mejor dicho no hubiese gastado
un franco por ellas, o mis conocimientos de pintura eran obtusos
o a los pintores actuales se les había acabado la
inspiración y el buen gusto por las cosas bellas que nos
rodean, pensé.

Se acercó a saludarme una dama muy elegante que
llevaba un vestido de seda natural de color negro con un generoso
escote palabra de honor y fino collar de perlas gris obscuro,
probablemente las perlas eran australianas, ya que en esta
isla-continente se obtienen en sus cálidos mares, llevaba
varias vueltas alrededor de su garganta, dado a su edad, se me
ocurrió pensar que además de adorno, lo llevaba
para disimular algunas de sus incipientes arrugas. Así, a
primera vista, no lograba recordar el origen de nuestra
diríamos amistad ya que su rostro no me era desconocido,
hasta que la oí hablar.

-Giulia D´Oria-, la dije mientras besaba la mano
que me ofrecía después de haberse quitado el guante
a juego con su vestido, que le llegaba hasta casi el
codo.

-Cuanto tiempo sin coincidir, ¿qué es de
su vida querido amigo?-, me dijo.

Inmediatamente mi cerebro entró en veloz
actividad para encontrar la página en la que tenía
memorizado todo lo relativo a la elegante dama. En
cuestión de fracciones de segundo unas neuronas me
facilitaron la información deseada. La dama
pertenecía a una prestigiosa familia genovesa,
descendiente directa del almirante y hombre de estado, Andrea
D´Oria, por cuyas hazañas llegaron a distinguirle
con el título de Príncipe de Melfi. Cuando la
conocí era la esposa del embajador plenipotenciario de
Italia en la República Argentina, precisamente nos
había presentado mi buen amigo Phil también en una
exposición de arte escultórico en Buenos Aires a la
que acudimos. Luego coincidíamos en ocasiones en el
fastuoso teatro de la ópera de esta ciudad en la avenida
Carlos Pelegrini, lugar en el que solíamos encontrarnos la
colonia europea residente en la ciudad porteña.

Después de los primeros saludos, me contó
que su esposo había fallecido hacia ya unos nueve
años, todo ello a una velocidad inaudita que casi no daba
tiempo a entenderla, amén del francés que combinaba
de palabras italianas con el que se expresaba, llegué a
pensar que hablaba expresamente a tal velocidad para disimular
esa carencia. Era una dama de carácter vivaz y elegancia
personal innata, conocía a todo el mundo, ser la esposa de
un diplomático le había dado la oportunidad de
conocer infinidad de personajes del mundo social, de las artes,
la política y la ciencia. Solía repetir en
más de una ocasión, haber sido muy amiga de Sir,
Winston Churchill, me pregunté si el primer ministro
inglés en alguna ocasión fue capaz de entender algo
de lo que aquella dama le decía, dada a la velocidad con
que se expresaba.

Vino a salvarme Phil, al que acompañaba cogido
del brazo, un joven de unos treinta años, vestido bastante
convencional, larga melena rubia y barba de unos tres o cuatro
días. –Alain, quiero presentarte a Robert de
Menetray, pintor de moda en París, los cuadros que hay a
la derecha del salón son los suyos-.

Le estreché la mano que me tendía el joven
pintor, mientras yo intuía que debía ser el autor
de aquellos a los que yo no hubiese dado un franco por todos
ellos. Charlamos unos minutos mientras nos acercábamos a
sus obras y me iba explicando cómo se inspiraba para
plasmar su arte, afortunadamente para mí en ningún
momento solicitó mi opinión evitando tener que
comprometerme en emitir un juicio desfavorable, cosa que por mis
adentros agradecí. El tal Robert compartía la
exposición con una pintora también joven,
todavía no consagrada, de carácter vivaz que
vestía como deben vestir los pintores: terriblemente mal,
llevaba puestos unos descoloridos blue jeans, camisa floreada de
faldones largos, mocasines auténticamente indios, y
cabellera rubia larga no demasiado arreglada, sin embargo
tenía un bello y fino rostro oval y un escultural cuerpo
que se adivinaba debajo de la infernal blusa. Su pintura era
infinitamente más digerible que la de su compañero
de exposición, tenía unos quince cuadros dedicados
todos ellos a reproducir famosos jardines parisinos y ramos de
flores. Admito que era un tipo de pintura que a me
satisfacía largamente, hasta el punto que adquirí
uno de los cuadros en el que plasmaba un bello rincón de
los jardines de Versalles. Odette, que a sí se llamaba la
artista, se comprometió, llevada por el entusiasmo de su
primera venta, en llevarlo personalmente a mi casa y ayudarme a
elegir el lugar donde colocarlo, era una muchacha llena de vida,
pertenecía al grupo de personas que siempre están
dispuestas a ayudar a sus semejantes. Lástima que yo le
doblaba largamente en la edad, pensé.

Casi tres cuartos de hora más tarde hizo una
pomposa presencia el señor ministro de cultura rodeado de
unos cuantos lacayos. Dada la legendaria categoría de la
sala de arte probablemente habría sido invitado para dar
más realce a la reunión. Al verle pensé que
los franceses no podíamos estar demasiado orgullosos de
algunos de nuestros políticos. Por mis adentros me dije;
-un patán socialista, estos son de los que arruinan un
país con su ignorancia-, vestía un traje gris
bastante bien tallado, posiblemente de prêt a
porter
, pero fallaba en que no llevaba corbata, la camisa
era negra con botones blancos y las mangas de la chaqueta le
venían largas, hasta el punto de que casi le
cubrían buena parte de las manos. Para mayor remate,
calzaba unos relucientes zapatos negros con una afilada puntera
que bien parecían los zapatos de Pierrot, solo que le
faltaba el cascabel en cada una de sus puntas.

Pasé página y me acerqué
acompañado de la joven Odette a la mesa situada en una
esquina de la amplia sala en la que se podía degustar una
buena copa de champagne Mümm a la temperatura adecuada y
picar algún delicioso canapé. Me sentía
cómodo conversar con aquella jovencita. Aunque a primera
vista no lo aparentaba, era realmente culta, bastante más
que la media de los jóvenes de su generación, se
podían tocar con ella una buena gama de temas que
hacían una conversación amena y de cierta altura y
profundidad, especialmente en lo que a arte se refiere. Cogimos
sendas copas y nos acercamos a una solitaria butaca de una de las
esquinas, yo comenzaba a sentirme algo fatigado, Odette
quizás lo intuyó y cogiéndome del brazo me
acompañó hasta sentarme en ella, dado a que no
había otro medio de asiento, ella se sentó con toda
naturalidad en el ancho brazo de mi butaca. Gracias a esta
simpática muchacha, se había alejado de mí
la idea de rechazo que tuve en principio de asistir a esta
inauguración.

Saludé a bastantes conocidos que
acompañados por Phil me los acercaba hasta donde me
había aposentado. Cuan buenos recuerdos me traían
algunos de ellos.

Un par de horas más tarde Phil me dejaba en la
puerta de casa, seguía haciendo frío en la calle
pero ahora yo me sentía francamente
bien….

Capítulo
6

Situé mi pequeño Peugeot en el
estacionamiento para las visitas a la DGSE que un agente de
seguridad me señaló después de identificarme
y él haber consultado una lista de visitas
programadas.

Otro funcionario me recogió al pie de la
escalinata para acompañarme por una serie de pasillos de
la primera planta hasta llegar a una puerta de roble de
considerables dimensiones.

Al entrar vino a recibirme el misterioso personaje que
yo llamaba el reclutador, después de los
consiguientes saludos, me cogió suavemente del brazo,
aunque me dio la impresión que trataba de empujarme hasta
un lugar determinado, me llevó a otra pieza contigua en la
que había una mesa redonda con varias butacas de cuero
color canela y dos personas sentadas en ellas.

Me presentó a ambos indicándome
además de sus nombres los cargos que ostentaban en la
DGSE. El de mayor edad, unos sesenta años, era el
caballero Jacques Blanchard, a quien algunos años
atrás casualmente en un par de ocasiones había
visto entrevistarse con mi tío Thierry en nuestra casa de
Niza. Comprobé que el no debía recordarme pues no
hizo mención a ello al saludarme, pero aproveché la
oportunidad para hacerlo yo, creí oportuno hacerlo.
–Creo que ya nos conocemos monsieur Blanchard-, le
dije.

-Ah si, pues no se..- dijo dudoso y
sorprendido.

-Hace ya de ello algunos años, fue en Niza en
casa de mis padres, usted vino a visitar a mi tío Thierry,
cónsul de Francia en Washington. Estuvo usted poco
más de una hora-, me quedé mirándole para
ver su reacción.

El señor Blanchard se quedó algo cortado,
cerró los párpados y frunció el ceño
como queriendo concentrarse para finalmente decirme: -Si
recuerdo, ¿usted es sobrino de Thierry de
Montpenzat?-.

Asentí con la cabeza, pero me mantuve en guardia
para ver su reacción, no sabía si habría
sido una inconveniencia mi descubrimiento.

-Cloters, creo que ha sido un acierto encontrar a este
caballero, acaba de hacer una viva demostración de memoria
y retentiva, le felicito-, le dijo a mi introductor como halago a
su labor.

-Sepa joven, que esta es una cualidad que valoramos
mucho en nuestro trabajo por ser altamente necesaria. En los
cursillos que impartimos a nuestro personal colaborador, una de
las asignaturas son los ejercicios de memorización-, dijo
el otro personaje que en ningún momento se
identificó.

-Verá monsieur Charrutiers, nos agradaría
que un joven de su preparación formara parte en nuestra
organización. -El perfil de nuestros colaboradores-, en
ningún momento citó la palabra agente, -debe ser el
de un gran espíritu patriótico, alta
preparación intelectual, además de mantener una
excelente condición física, y creo que usted
reúne todas esta cualidades-, dijo esto poniendo a la vez
la mano sobre una carpeta que tenía enfrente suyo sobre la
mesa, y que muy probablemente contenía mi curriculum que
habría elaborado el reclutador.

-Señor Blanchard, no tengo ni la más
mínima idea de saber si soy capaz de poder desarrollar
dignamente el papel que ustedes puedan asignarme dentro de la
organización-, dije como tratando de excusarme.

-No debe preocuparle lo más mínimo,
ingresaría en nuestra escuela de capacitación en la
Bretaña, nuestros profesores le prepararán en todas
las materias, son cursos intensivos que vienen a durar unos
meses, debo también decirle que la vida allí es
casi monástica y que su nombre será muy distinto al
que ahora figura en su pasaporte o carta de identidad. Usted se
preguntará el motivo del cambio de personalidad que
efectuamos; muy fácil, es un modo de protegerle por si en
algún momento usted decidiera abandonar la
organización y pueda retornar a la vida diplomática
sin antecedentes de su estancia con nosotros-.

Este detalle me agradó.

-En cuanto a las condiciones económicas
personales, le diré que todos los meses le será
ingresada en una cuenta bancaria una sustancial cantidad de
francos muy superior a los ingresos que usted ahora percibe del
Ministerio de Exteriores, además de que viajará por
cuenta del estado. Vivirá siempre en hoteles que usted
mismo elegirá, pero eso sí, viajará mucho,
estará poco tiempo en un mismo país, es por ello
que no podrá mantener un domicilio fijo-.

Las condiciones económicas me parecieron
satisfactorias.

-Y ¿qué tipo de misiones deberé
desarrollar?-.

-Organizar una red paralela a la actual de agentes de
información, distribuidos por todos los países que
en su momento se le señalarán, ellos
dependerán única y exclusivamente de usted, ni tan
siquiera deberán saber que trabajan para Francia.
Enviarán sus informes periódicos a una casilla
postal cuyo número usted facilitará a cada uno de
ellos y luego usted nos los remitirá utilizando la valija
diplomática del país donde usted se halle en aquel
momento, una vez analizados nosotros ya le daremos instrucciones
para la misión a llevar a cabo si lo consideramos
necesario-.

-Parece interesante-, dije.

-¿Precisa usted de alguna otra
aclaración?-, preguntó.

-Pues no se me ocurre nada más por el momento, me
permitirá usted que consulte con la almohada y en un par
de días le de mi respuesta-.

-No hay inconveniente alguno, es lógico que una
importante decisión como es ésta desee usted
meditarla-, seguidamente se levantó, me dio la mano y
seguido del otro misterioso individuo salieron por la
puerta.

Nos quedamos Cloters y yo solos unos
instantes.

-Le acompaño-, me dijo este.

Algunos años después supe que Cloters
llevaba tiempo siguiendo mis actividades estudiantiles y
profesionales, supuse que yo no sería el único de
su lista.

Capítulo
7

Bien pensado, estaba satisfecho de mi visita a la
inauguración de la exposición de la pinacoteca,
aunque algo fatigado, llevaba algunos días que mi cuerpo
no andaba fino, probablemente era cuestión de la edad y,
muy a pesar mío debía ir habituándome a
ello. A mi regreso André no se había acostado
todavía, me preguntó si me apetecía cenar
alguna cosa, pero los canapés que había comido y
las dos copitas de Mümm, habían saciado mi encogido
estómago, le agradecí su detalle y le dije que me
quedaría un poco leyendo La República de
Platón que una vez más había captado mi
interés.

Me puse el pijama y el batín, luego me
senté en mi butaca preferida que estaba entre el hogar y
el gran ventanal que daba a la equina de la Place du Trocadero y
la Avenue Kléber, mi lugar preferido. Mi apartamento
estaba en la novena planta del edificio y para mi fortuna no
había ninguno de mayor altura en el entorno que evitara la
perspectiva que tenía sobre los Campos de Marte y la
majestuosa torre Eiffel, de la que todos los franceses y en
particular los parisinos estamos tan orgullosos, tanto casi de
cómo nuestro himno revolucionario como es la Marsellesa y
que en cada ocasión que le oigo se me pone la piel de
gallina y aparecen un par de lágrimas bailando en mis
ojos.

Me senté con el libro sin abrir en la mano y, me
quedé con la mirada fija y perdida en la iluminada mole
metálica de monsieur Gustave Eiffel. Inconscientemente mi
mente se trasladó a los años 1889, año en
que finalizó su construcción, y medité sobre
la gran cantidad de inconvenientes y dificultades que debieron de
salvar los que intervinieron en su construcción cuyos
medios técnicos eran infinitamente inferiores a los
tiempos en que vivimos. No fue superada su altitud de 330 metros
hasta cuarenta años después por el edificio
Chrysler en Nueva York.

Había dejado de llover y el viento que
todavía soplaba, empujaba las nubes convirtiéndolas
en jirones que permitían ver un cielo bastante lleno de
estrellas brillando orgullosamente allá arriba, me
pasó por la cabeza pensar la de años que tardaba un
rayo de luz en llegar a la tierra para que pudiéramos
verlo, se escapaba de mis conocimientos astrológicos y
matemáticos.

Tomé asiento en la butaca y abrí el libro
por el punto que tenía señalado, me
enfrasqué en su apasionante lectura, era un privilegio
poder leer los diálogos que Platón pone en boca del
filósofo y maestro Sócrates y sus amigos. No eran
más de las nueve y media de la noche en el reloj de pared
del salón, que con su pertinaz tictac del péndulo
iba contando el paso del tiempo y de la vida que huía a su
compás, tempus fugit.

Hice un alto en la lectura, leí un concepto que
despertó mi interés hasta el punto de meditar sobre
ello, no encontraba una razón lógica a la frase que
el autor citaba. Me sacó de la meditación en la que
estaba enfrascado, el teléfono que sonó a mi lado.
Pensé que André ya estaría dormido y lo
atendí yo.

–Hallo-, dijo una voz femenina.

-Buenas noches, ¿con quien hablo?-,
respondí a tan extraña e intempestiva
llamada.

-Soy Odette, la pintora, ¿es usted monsieur Alain
Charrutiers?-.

-Yo mismo señorita Odette, la recuerdo a usted
perfectamente, ¿en que puedo ayudarla?-, pregunté
por cortesía, a pesar de lo intempestivo de su llamada y
de la hora.

-Verá no se como explicarle-, se quedó
dudosa sin decir nada más.

-Dígame, dígame-, la animé, su
inesperada llamada había despertado mi
curiosidad.

-Tengo su cuadro, ¿podría
llevárselo ahora?-, dijo así de sopetón,
podía esperar cualquier cosa excepto eso. Claro que la
gente joven de hoy en día son más impulsivos y
menos convencionalistas que los de mi
generación.

Ante mi momentáneo silencio, siguió:
-Señor Charrutiers, me he quedado sin apartamento y no se
donde ir a pasar la noche-, me disparó sin mas.

-Pero señorita, ¿no tiene usted su
familia?-.

-Si pero no viven en París, viven en la
región de las Landas al sur oeste de Francia-, dijo con
cierta voz de desconsuelo.

-Podría ir a un hotel-, yo no sabía que
decirla y tampoco como excusarme.

-No tengo dinero, es por eso que le llevaría su
cuadro y con el dinero ya tendría suficiente para atender
a mi casero-.

Ahora comprendía el motivo de la llamada y el
estado de ansiedad de la muchacha, una situación bastante
frecuente entre los artistas, ellos no cuentan con ingresos fijos
que les cubran las necesidades más esenciales de todos los
días, hoy tienen dinero y al día siguiente ya se
les ha evaporado de los bolsillos, es una rueda.

-Venga usted a mi casa, ¿conoce el domicilio?-,
la dije.

-Si, si, lo dejó usted en la oficina de la
pinacoteca al efectuar el encargo. Le agradezco mucho su
comprensión y gentileza monsieur, no lo olvidaré
nunca, estaré con usted en menos de una de hora-, dijo
precipitadamente, como si yo fuera a cronometrar el tiempo que me
había dicho.

En efecto, algo así como en poco más de
una hora llamaban a la puerta del apartamento. Sorprendido fui
abrir, me encontré con la señorita Odette y el
cuadro que le había adquirido a la pinacoteca
acompañada de Fabien el portero de la casa.

-Disculpe monsieur Charrutiers, esta señorita se
ha empeñado en que quería verle a usted, estaba yo
cerrando la portería cuando se ha presentado en el hall y
me ha preguntado por el piso de usted-, dijo el hombre con
expresión preocupada.

-No se preocupe Fabien, esperaba a la señorita,
viene a traerme un cuadro que le he comprado esta tarde, puede
usted retirarse y agradezco su celo-.

El hombre se marchó algo más conformado
por mi explicación e invité a la muchacha a que
entrara. Llevaba consigo envuelto en papel de embalaje, el cuadro
que unas horas antes yo había adquirido.

Entramos en el salón, la muchacha se la notaba
nerviosa y no sabía que hacer con el cuadro. Me
acerqué a ella y le dije –déjelo allí
apoyado a la pared y siéntese por favor, ¿tiene
usted alguna prisa-, pregunté.

Obedeció y fue a sentarse en una butaquita
auxiliar que había frente a la que yo ocupaba
habitualmente. No hacía otra cosa que frotarse las manos
mostrando así su nerviosismo e inquietud.

-No se lo que usted habrá pensado de mi monsieur,
pero es que estoy tan apurada de dinero que no sabía que
hacer, y como usted ha sido tan gentil conmigo he tenido la
corazonada de llamarle en busca de auxilio-.

-Acepto sus excusas y comprendo su situación,
sería ilógico en un artista novel como es usted que
navegara en la opulencia, no es lo tradicional-, le dije,
acompañando una sonrisa para que fuera
tranquilizándose. –Pero vamos a ver,
¿qué le ha ocurrido con su casero?, ¿puede
contármelo?-.

-O si, verá llevo más de tres meses que no
ingreso ni un franco, mis amigos, también pintores,
están como yo y no están en situación de
prestarme algún dinero, bastante hacen con poder pagar su
manutención diaria, y esta tarde cuando he ido al
apartamento mi casero me ha quitado la llave y me ha echado
fuera, no sabía que hacer, estaba desesperada y sin mis
enseres necesarios pues todo se había quedado dentro del
apartamento-.

-Y dígame, ¿qué piensa hacer
ahora?-.

-No tengo otro remedio que después de cobrar su
cuadro y darle a la pinacoteca la parte que le corresponde,
regresaré cabizbaja a la casa de mis padres en Las
Landas-, dijo esto con un brillo en los ojos que delataban el
asomo de unas lágrimas, amargas quizás, por el
sentido de fracaso que la debía estar
embargando.

-No se si tendré suficiente efectivo en casa pero
no debe preocuparse, hoy dormirá usted en mi casa, tengo
habitaciones suficientes que tan siquiera utilizo, mañana
vendrá usted conmigo al banco, le daré su dinero y
la acompañaré hasta su apartamento para que salde
la cuenta con su casero y recupere sus enseres, luego
regresaremos aquí, le diré a mi ayudante
André, que le prepare la buhardilla que tengo sobre mi
apartamento, es de mi propiedad y en ella almaceno algunos
muebles antiguos que proceden de la familia y que son para mi
algo sentimental, y si a usted le parece bien, le cedo el uso
gratuito de esta buhardilla, en ella tendrá en primer
lugar independencia, y el espacio suficiente para poder dedicarse
a la pintura, podrá habitarla todo el tiempo que usted
precise, nada de regresar vencida a su casa, usted seguirá
pintando y exponiendo, ya cuidaré yo que mis amistades
adquieran sus cuadros-.

Odette se lanzó sobre mí
abrazándome y besándome en las mejillas mientras me
daba una y mil veces las gracias, casi perdimos el equilibrio por
el empellón recibido fruto de su entusiasmo y
alegría, sus lágrimas mojaron mis
mejillas.

Le di un pijama mío y la acompañé
hasta una de las habitaciones, al pasar por delante de la que
ocupaba André este se asomó y se quedó
perplejo al ver a una señorita en la casa, le hice un
ademán para que se metiera en su habitación sin que
la muchacha se percibiera de ello, cerré su puerta y luego
llamé a la de André, este me abrió con la
cara todavía llena de sorpresa, le expliqué
someramente lo sucedido y regresó algo más
tranquilo a la cama.

Sin premeditarlo había hecho una buena obra, me
sentía muy bien conmigo mismo, regresé al
salón y me entretuve en desembalar el cuadro, el marco era
bastante pesado, -no se como ha podido manejarlo esta muchacha-,
me dije.

Me quedé observándolo un buen rato, estaba
muy logrado, en especial las suaves tonalidades de colorido y la
armonía de las flores con los delicados y variados tonos
verdes de los recortados setos que le daban al conjunto una
agradable luminosidad. No debe malograrse tanto talento,
pensé.

Capítulo
8

La primera semana de marzo del sesenta y uno, me
incorporé a la DGSE con el beneplácito de mis
superiores en el Ministerio de Exteriores que tuvieron la
amabilidad de concederme la excedencia indefinida, significaba
que podría reincorporarme a mi antigua profesión en
cuanto yo lo deseara, supuse que alguien de mucho peso en la DGSE
intervendría en ello, ya que precisamente en Exteriores no
se andaba demasiado sobrado de personal de carrera.

El centro de capacitación situado en
Ille-et-Vilaine, en el municipio de Vitré, era un edificio
de construcción sólida, probablemente con
más de cien años de antigüedad, no distaba
mucho del famoso castillo del mismo nombre. La casona,
como la llamábamos estaba ubicada en el centro de un
tupido bosquecillo de añejos robles, por lo que desde la
carretera principal casi no se divisaba, era un lugar sumamente
discreto y muy apropósito para su cometido, con toda
seguridad fue seleccionado cuidadosamente para formar a los
"colaboradores".

El alumnado estaba formado por seis reclutados
varones y una sola señorita. Solo ingresar nos pidieron
amablemente que entregáramos nuestra documentación
personal, a cambio nos hicieron entrega de una nueva en la que
solo había de realidad nuestra fotografía. A mi me
había correspondido un pasaporte y tarjeta de identidad en
la que me llamaba Gerard Rondel, alias también
Venatore, mi nombre en clave, cazador en latín,
natural de la ciudad de Avignon, de profesión economista y
especialista en estudios internacionales de mercado.

Alrededor del mediodía nos reunieron a los siete
en una amplia sala de la planta baja, uno de los profesores
efectuó la presentación del director del centro al
que reconocí como el hombre silencioso que estuvo en la
reunión que tuve con Monsieur Blanchard, director de la
DGSE.

Con una voz que sonaba a metálica y talante
exento de absoluta cordialidad nos dio la bienvenida,
advirtió de las dificultades y la dureza de algunas
"asignaturas". No nos lo pintó fácil. Para
"esperanzarnos" nos dijo que confiaba en que alguno de nosotros
tuviera la fortuna de pasar todas las asignaturas y haber hecho
méritos suficientes para pertenecer a la
organización.

Como primera medida de seguridad nos dijo que no nos
daría su nombre y que procuráramos no interesarnos
en ello, para referirnos a él le llamaríamos,
Uno.

Finalizado el acto, se despidió con un escueto
-sean bienvenidos-, abandonando la sala sin
más.

Tuvimos una hora de asueto paseando por los jardines de
los alrededores de la casa, hacía algo de frío pero
lucía un sol adormilado que lo aliviaba, luego nos
avisaron para que fuéramos a almorzar,
distribuyéndonos en dos mesas. En la mía se
sentaron dos alumnos y la única alumna. El almuerzo fue
bastante animado, charlamos de mil y una cosas pero en
ningún momento, siguiendo las instrucciones que
Uno nos había dado en la charla de recibimiento,
efectuamos citas de cosas personales relacionadas con nuestro
pasado, finalizado éste nos permitieron ver un rato la
televisión hasta que vino uno de los profesores con unos
videos que nos pasó, nos entregaron unos cuadernos para
que pudiéramos tomar notas de lo que visionábamos y
luego comentaríamos. No dejó de ser un ejercicio
bastante ameno, solo se debía tener un alto poder de
concentración y de observación, cada uno de los
vídeos tocaba temas distintos y cada vez tenían
mayor dificultad, no obstante pude alcanzar la máxima
puntuación, -este es un ejercicio que practicaremos todos
los días durante toda su estancia en el centro-, dijo el
profesor, del que tampoco conocíamos su verdadero nombre,
nos dijo que le llamáramos simplemente; Señor
Dos.

De los compañeros de mesa uno se "llama"
Gregori, "nacido" en la ciudad portuaria de
Vladisvostok, al Este de la Unión Soviética.
Ciertamente Gregori tenía todo el aspecto de un ruso, era
rubio rozando a albino y de piel muy blanca, los ojos ligeramente
oblicuos y de un azul muy claro, casi transparentes, un
gigantón de casi un metro y noventa centímetros, lo
más parecido a un oso siberiano. Hablaba un francés
perfecto y culto, diría que parisino, además de
ruso, alemán e inglés. De aspecto casi feroz, pero
tratado era un individuo bastante normal.

La compañera de mesa la habían
"bautizado" Helena, "nacida" en la provincia de
Misiones, al noreste de Argentina en la frontera con Brasil y
Paraguay, tendría unos treinta y dos años, de tez
algo morena, atractiva, no era una belleza pero resultaba,
hablaba poco, algo que suele ser infrecuente en las damas,
tenía ojos muy negros ligeramente oblicuos, hablaba
español, inglés y también mandarín,
por lo que deduje que o bien el padre o la madre serían de
origen oriental, era la clásica persona que suele pasar
desapercibida.

La última clase de aquella tarde estuvo destinada
a descifrar claves y crearlas, confieso que era un ejercicio muy
difícil pero a la vez apasionante, no me venía muy
de nuevo pues en la carrera de diplomática ya se daba una
asignatura que guardaba cierto parecido, aunque sin profundizar
en exceso.

Al finalizar las clases del día, uno de los
profesores nos dijo que si nos apetecía podíamos
usar las bicicletas que estaban bajo el cobertizo de
detrás de la casa e irnos a pasear hasta el pueblo, al
marcharnos nos aconsejó regresar antes de las ocho, que
era la hora de la cena, -y no se cansen ustedes demasiado por que
mañana les espera un día bastante duro-.

Todas las mañanas a excepción de los
sábados y domingos, nos aplicaban en mantener la
condición física y el conocimiento y manejo de
armas defensivas, técnicas de camuflaje y disfraz,
sistemas de ocultación personal, sistemas
electrónicos de muy alta sofisticación de
comunicación, etc.. Las tardes eran algo más
llevaderas, en las que predominaban las charlas sobre las
políticas de diversos países, religiones, y
organización de las redes de información,
como se le llamaba allí al espionaje, sin olvidar el
estudio muy particular de los distintos servicios de
información
de cada uno de los países, del que
era estrella y modelo de estudio, el Mosad
israelí, por su excelente organización y
efectividad, operaciones de bandera falsa, y operaciones
encubiertas en la que se analizaban casos ocurridos en
realidad.

Los días de estancia y el acopio de nuevos
conocimientos, sin lugar a dudas nos endurecieron, pero cuando
nos fuimos de la casona de Vitré, éramos
otras personas, con una preparación individual que nos
situaban en la elite de los servicios de
información
mundial. Cada uno de nosotros
partía con un destino preasignado y misiones bien
determinadas.

Por los conocimientos teóricos y prácticos
adquiridos durante mi estancia diplomática en Argelia, fui
destinado al entonces revuelto Marruecos, coincidía con el
momento en que se iniciaban los movimientos de independentismo,
el Istiqlal, y su líder el político Mehdi Ben
Barka, hombre carismático y de gran cultura, que en su
día fue el primer licenciado en matemáticas de
Marruecos.

La vecina Argelia no se escapaba también de los
movimientos terroristas, la aparición de la OAS,
Organisatión de l´Armeé Secret, de
tendencia ultra derecha, con cruentos e indiscriminados atentados
terroristas en Argelia y en el propio territorio francés,
en disconformidad con las intenciones del General Charles de
Gaulle y del independentismo argelino propuesto por éste.
Eran momentos de un Magreb del norte de África
efervescente como si fuera una olla a presión que en
cualquier momento podría estallar, lesionando gravemente
los intereses de Francia en el área. Algunos de los
disidentes se refugiaban en el sur de Francia y en España,
como por ejemplo el carismático general Raoul
Salan.

Me desplacé a Londres para tomar un vuelo a
Lisboa y desde allí cambiar de compañía
aérea para volar hasta Rabat. Viajaba con mi nueva
personalidad de Gerard Rondel, de nacionalidad francesa, que
visitaba Marruecos en calidad de hombre de negocios, pero en
realidad la misión que me había sido encomendada
era la de montar una red de "informadores" o
células
en todo el Magreb. Corrían tiempos
difíciles para Francia en el norte de África,
Marruecos y Argelia abogaban por su independencia. En la
metrópoli se habían sufrido ya algunos atentados de
la OAS, y se detectaron conversaciones telefónicas que
hablaban de atentados dirigidos a algunos jefes militares de gran
renombre y peso político, aunque nunca se pudieron conocer
sus nombres, ya que los citaban en clave.

El informe del servicio secreto que me fue permitido
leer respecto a las escuchas telefónicas, citaban nombres
en clave, como; león, cafetera, ardilla, alfil,
etc. lo que hacía casi imposible poder conocer a que
personajes les habían sido asignados.

El gobierno tomó como medida primaria, rodear de
escoltas de elite del ejército a los generales del estado
mayor, hasta el punto que algunos de éstos solían
estar durante la noche de servicio en el domicilio del personaje
cuya protección les fue asignada. Se alertó
también una buena parte de la gendarmería de todo
el país. Toda medida de precaución era poca, ya que
la OAS estaba formada en buena parte de antiguos militares del
ejército francés muy bien entrenados que
recibían ocultas ayudas de algunas fracciones del
ejército y la policía en Argel. No se descartaba la
posibilidad que pudiera efectuarse algún atentado que
tuviera resonancia mundial. Para ello podrían
quizás acudir a organizaciones terroristas de otros
países, o a mercenarios, cosa que motivó la
intensificación de las vigilancias en las aduanas de
aeropuertos, estaciones de ferrocarril, carreteras, pasos
fronterizos y puertos de todo el país.

Tomé una habitación en el Hotel Ibis
Mussafir de Rabat, cerca de la estación del ferrocarril,
el taxista que me llevó del aeropuerto a la ciudad me lo
recomendó particularmente, probablemente tendría
alguna comisión por llevarles clientes. Era un hotel
cómodo, bien situado y con aires de cierta modestia, no
llamaba excesivamente la atención como los de
categorías superiores, estaba situado justo a poca
distancia de la gran avenida de Charles Lelu, eje de la ciudad,
lo definiría como discreto y confortable.

En recepción registraron los datos de mi
pasaporte en una ficha, que muy probablemente fue a parar a manos
de la policía, como suele ocurrir en la mayoría de
países, pero dadas las circunstancias del momento en
Marruecos con mayor motivo. El impass del fallecimiento de
Mohammed V con la subida al trono del heredero, su hijo Hassan
II, y las revueltas del vecino país, provocaron un
férreo control policial por todo el territorio

Los primeros días de mi estancia en Rabat, los
invertí en hacer turismo, ello me dio la oportunidad de
irme familiarizando con la ciudad y sus gentes. Contacté
con una sociedad exportadora de cítricos para justificar
mi actividad y presencia, estaba seguro que la policía
marroquí estaría controlando mis movimientos, por
ello emplee los primeros días en mantener unos contactos
estrictamente comerciales. Alguna tarde me acercaba a la Casa de
Francia, lugar de reunión de la todavía nutrida
colonia francesa que después de la liberación del
protectorado todavía permanecía en
Marruecos.

Enviaba informes periódicos a la central
utilizando la valija diplomática de nuestro consulado, y a
la vez me entregaban en un sobre lacrado las instrucciones que
les llegaban para mí desde París, lo leía en
el propio interior del consulado y luego destruía
quemándolas en los aseos de la planta baja.

Alquilé un automóvil con chofer,
pensé que me sería muy útil para desplazarme
por la bulliciosa e intrincada ciudad, el nuevo régimen
iba sustituyendo los carteles indicadores de las calles que
estaban escritos en francés por los de escritura
árabe, el chofer que la agencia me había asignado
era un muchacho bastante locuaz de unos veinticinco años
nacido en Tánger, según me dijo, se expresaba
bastante bien en mi idioma además del español, se
llamaba Amin Martínez, era medio moro y medio
español, sin embargo su aspecto era cien por cien
magrebí.

En una ocasión cuando al salir de una de las
oficinas de exportación con las que mantenía
contactos estrictamente comerciales, me pareció ver a
través de la cristalera de la puerta a mi chofer Amin
hablando con un individuo que vestía a la europea,
éste que al ver que yo salía del edificio se marcho
con cierta prisa sin despedirse de su interlocutor, subí
al auto sin mencionar el echo pero me giré y a
través de la ventanita posterior y me pareció que
aquel individuo subía un automóvil que estaba
estacionado a poca distancia del nuestro y seguía la misma
ruta que nosotros habíamos tomado.

Quise cerciorarme de ello y ordené a mi chofer
que efectuara un giro de 180 grados en la primera plazoleta que
encontrara, unos metros más allá efectuó la
maniobra que le había ordenado y el vehículo que
nos seguía hizo la misma, ya no tuve duda de que me
estaban siguiendo y muy probablemente fuera la temible
policía secreta de Hassan II, de la que se contaban
horrores. No me preocupó en demasía y le di
instrucciones al chofer para que tomara de nuevo la ruta que le
había ordenado al principio, iba a visitar un posible
proveedor de naranjas en la cercana población de
Kenitra.

De vez en cuanto miraba atrás para ver si
todavía continuaban siguiéndonos, sorprendentemente
nuestro perseguidor a la salida de la ciudad paró en una
cuneta y abandonó su persecución.

Analicé la situación. Era consciente del
control que la policía marroquí practicaba a todos
los extranjeros que entraban en el país, partiendo de esta
base, pensé en la actitud del chofer de mi
automóvil conversando de manera algo sospechosa con el
individuo que luego subió en el auto que estuvo
siguiéndonos un buen trecho. Decidí no hacerle
comentario alguno y mantenerle en observación, bien
pudiera ser que fuese un confidente de la policía
marroquí.

Unos días más tarde decidí alquilar
una pequeña oficina en el centro de la ciudad, de
algún modo debía justificar mi estancia profesional
a las autoridades de país para no levantar
sospecha.

Capítulo
9

André me trajo el desayuno a la habitación
como hacía todos los días, dejó la bandeja
sobre la mesa camilla que había junto al ventanal que daba
al patio interior de manzana y corrió las cortinas, la
habitación se inundó de luz solar que cegaba mis
todavía adormilados ojos.

-Aguarda, aguarda André, cierra un poco las
cortinas, el exceso de luz no me deja ver-.

Obedeció y las regresó en parte donde
habían estado dejando el suficiente paso de luz para que
me viera, me incorporé en la cama frotándome los
ojos, me calcé las zapatillas y dirigí mis pasos al
cuarto de baño para darme una buena ducha y afeitarme.
Luego me di un buen rasurado y apliqué a mi piel una
loción refrescante que olía a menta. Me
sentía bien y estaba de buen humor, no sabía
porque. Cuando me senté para tomar el desayuno
recordé que tenía un huésped en la casa,
-¡Odette!-, me dije, no acabé el desayuno y me
vestí lo más rápido que pude.

La encontré en la cocina hablando animadamente
con André mientras sorbía un aromático
café con leche que éste le había servido
acompañado de unos todavía calientes bollos que
todos los días temprano iba a comprarlos en la boulagerie
cercana a casa. Era fácil entablar relación con
aquella muchacha, poseedora de un gran caudal de simpatía
y energía. La joven se levantó inmediatamente para
saludarme con una franca sonrisa.

Me interesé de cómo había dormido y
si ya estaba menos nerviosa que la noche anterior.

Me dijo que había dormido como los
ángeles, como hacía tiempo que no lo hacía.
André me trajo a la cocina el desayuno que había
dejado sin acabar en mi habitación. Estuve charlando un
buen rato con Odette, me contó muchas cosas de su familia
de las Landas y de ella, de cómo había llegado a
París, de sus estudios en la Escuela de las Bellas Artes.
Era una muchacha franca y de corazón alegre.

-Bien, ahora vamos a ir al banco, sacaré dinero
para pagarte el cuadro, luego vamos a ir a liquidar a tu casero y
retirar todas tus pertenencias, compraremos una cama y el
colchón para tu habitación de la buhardilla y ya
tendrás tu nueva casa en París-.

A Odette le faltaban palabras para agradecer mi
hospitalidad. -Me lo pagarás de vez en cuanto con alguno
de tus cuadros-, le dije para que se sintiera más
cómoda. Confieso que su pintura me impresionó desde
el primer momento, al revés de los que exhibía su
compañero. Naturalmente que son apreciaciones mías
muy personales.

André nos aguardaba en la puerta con el auto al
relantí, cogí el abrigo y el bastón, Odette
se agarró a mi brazo acompañándome hasta el
coche.

Después de pasar por el banco, fuimos a los
grandes almacenes La Fayette para adquirir lo que
necesitábamos. Por la tarde una furgoneta trajo la cama y
el colchón, que en un periquete el chofer y su ayudante
dejaron instalada en la buhardilla.

Le pagué a Odette su cuadro, la
acompañamos a que liquidara su deuda con el casero y
cargó con los pocos enseres personales que la muchacha
tenía en el pequeño apartamento.

Se instaló en la buhardilla, pudo aprovechar
algunos de los muebles que allí tenía guardados y
que procedían de la familia, los guardé en su
día allí por que además de ser alguno de
ellos obras únicas por la labor de talla artesana que
contenían, me traían gratos recuerdos de mis
antepasados, he sido siempre un romántico del pasado.
Odette se las arregló sola para dejar la pieza en
condiciones. Un parte la dedicó a vivienda y otra a
estudio de trabajo, se pasó en ello casi un par de
días, aseando y ordenando lo que iba a ser su
vivienda.

En ocasiones el bueno de André la invitaba a
almorzar o cenar con nosotros, a la vez que la enseñaba a
guisar. André además de ser un hombre culto,
ordenado y fiel secretario, era un excelente cocinero,
afición que le venía de muy joven, cuando
falleció su madre tuvo que hacerse cargo de la casa y
responsabilizarse de sus tres hermanos menores mientras su padre
trabajaba en las minas de hulla de la población
cercana.

Había tomado afición a Odette, la trataba
como si fuera una hija suya. Poco a poco la muchacha fue calando
en ambos, hasta sentirla integrada a la familia que los tres
formábamos.

Algunas tardes bajaba a cenar y se quedaba a charlar
conmigo hasta las tantas de la madrugada, ella me contaba de su
familia y sus inquietudes personales, hablaba sosegadamente y
solía sopesar todo cuanto decía, no era lo
vehemente que suele ser la gente de su edad, sin embargo era una
chica con ideas avanzadas y con gran inquietud de hacer cosas en
la vida.

La apasionaba escuchar relatos de mi vida pasada, en
especial a los que se referían a mi capítulo de los
años pasados en el servicio secreto francés. La
veía sentada frente a mi prestando gran atención a
mis relatos. Poco a poco fuimos tomando una gran confianza mutua,
hasta el punto de que la trataba también como si fuera una
hija que nunca tuve, en mis dos matrimonios. Odette dedicaba una
buena parte del día a sus pinturas, que en bastantes
ocasiones se cargaba con el caballete, un pequeño
maletín de madera que contenía, pinceles y tubos de
pintura y se iba con ellos a pintar lugares pre-escogidos con
anterioridad. Cuando finalizaba alguno de sus cuadros
solía invitarnos a André y a mi para que
subiéramos a su buhardilla y diéramos nuestra
opinión a la obra recién acabada de la que
tenía la delicadeza de hacernos
partícipes.

Un año después de nuestro encuentro
tenía los suficientes cuadros como para poder exhibirlos
ella sola en alguna galería parisina. Llamé Phil
para pedirle que se acercara por casa. Por fortuna mi amigo
había ya dejado casi de rodar por el mundo dando
conciertos y se dedicaba a la vida social y a viajes de placer,
siempre acompañado de alguna bella dama, claro
está, algo que no podía faltar al
"menú" de Philippe Lafurcade.

Phil vino una tarde a merendar, le acompañaba una
señora algo entradita en edad pero bastante más
joven que él. Vestía con elegancia y su persona
desprendía clase. Mi amigo nos la presentó como
Margaret, pero obvió decirme el apellido de la dama,
pronto imaginé que había algo más que
amistad entre ambos, pero a mi esto no me incumbía en lo
más mínimo, en la vida romántica de Phil
jamás me había entrometido y viceversa, siempre
tuve la convicción de que la intimidad de las personas era
algo sagrado.

Mientras tomábamos un té con unas pastas
que André nos había traído con el carrito,
le conté a Phil todo lo relativo a Odette, y de sus
pintura. Mi amigo era un gran conocedor de arte y tenía
una amplísima relación en este sector, que abarcaba
desde pintores, salas de arte y marchantes de cierto
prestigio.

Les dije a mis visitantes que tenía un gran
interés personal en promocionar las obras de mi inquilina
de la buhardilla. Phil guiñándome un ojo me
preguntó si me había enamorado de la pintora.-Ah
viejo truhán, a buenas horas te decides-, dijo con buen
humor y cierto sarcasmo.

-No, en absoluto, déjate de bromas, es
simplemente una amiga a la que aprecio, respeto y deseo ayudar,
ya sabes Phil, que los artistas hoy tienen dinero y luego pasan
largas temporadas sin ingresos-.

Me di la vuelta y llamé a André, le
pedí que comprobara si Odette estaba en su apartamento y
que la advirtiera que iría con unos amigos a ver sus
trabajos.

Regresó pronto, -la señorita Odette, me ha
dicho que estará encantada de que vayan a visitarla-, dijo
bastante ceremonioso.

Terminamos de tomar el té y subimos al piso
superior, Odette estaba en la puerta aguardándonos. Como
era uno de estos días parisinos de bastante calor, la
muchacha llevaba un pantalón corto y un suéter fino
de algodón que permitía adivinar su bien compuesto
busto.

Pronto ví que el ladino de Phil no le quitaba ojo
de encima. Un momento en que las dos damas estaban enfrascadas en
contemplar algún cuadro Phil se me acercó y me dijo
muy bajito: -Qué calladito te lo tenías, y
además guardadita en casa, eres un
pillín-.

-Ya te dije que nada de ello, ni nada de lo que piensas
al respecto es cierto ni por asomo-.

-Pues te diré que la muchacha me atrae y mucho,
además de pintar muy bien, vamos a ayudarla, verás
que exposición le organizamos, voy hacer que el todo
París venga a ella y compre sus cuadros, pero Alain, vamos
hacerlo muy bien, con clase, mucha clase, la muchacha y su obra
lo merecen-, dijo con un atisbo de entusiasmo. Conocía a
Phil, estaba seguro que Odette le gustaba, y trataría de
hacerla suya y actuar como un Pigmalión. Dejé que
los acontecimientos se sucedieran por sus propios pasos.
Había visto esta misma escena en otras ocasiones. Sin
embargo si debo decir que Phil era un caballero y se comportaba
siempre como tal. No quise frenarle, al fin y al cabo Odette era
mayor de edad y siempre saldría beneficiada, por que Phil
era un hombre de gran influencia social.

Capítulo
10

En la terraza del hotel donde me hospedaba y mientras
tomaba un Pernod con hielo, entablé casualmente
conversación con un caballero que ya le había visto
unos días antes en la terraza tomando un aperitivo, yo
acababa de leer el France Soir y me pidió si
podía prestárselo para echarle una ojeada, cosa que
accedí gustosamente.

Al devolverlo iniciamos una trivial conversación,
me dijo que era un militar del ejército francés en
la reserva y se dedicaba a suministrar repuestos de camiones de
fabricación francesa a varios países del Magreb, me
entregó su tarjeta comercial, vi que tenía oficinas
en Marsella, Tetuán, Tunez, Béjaia, y
Barcelona.

De las cinco oficinas me llamó la atención
la de la ciudad de Béjaia, situada a pocos
kilómetros de distancia al Este de Argel, pensé que
era poco frecuente que se estableciera una corresponsalía
comercial en una ciudad de tan poca relevancia, lo habitual era
Argel u Orán. También su nombre era bastante
peculiar, Eddie Constant. Me contó que era hijo de
americano y madre francesa nacida en Argel.

A medida que hablaba con él me iba interesando
más la conversación.

Correspondí dándole también la
mía, se quedó mirándola como si la estuviera
estudiando, luego me preguntó si era parisino, le
respondí que era du Midi.

Estuvimos hablando sobre la situación
política del momento. El señor Constant
tenía ideas muy claras al respecto, era partidario de la
independencia definitiva de Argelia, y estaba en contra de la
actitud de algunos militares opuestos a ella, pero en
ningún momento mostró apasionamiento
alguno.

Estuvimos todavía charlando hasta la hora de la
cena, nos despedimos con un –Hasta pronto-.

Mientras me dirigía al comedor del hotel fui
pensando en la conversación y casual encuentro con
monsieur Constant, pensé que quizás el me pudiera
ser de utilidad para la misión que me había sido
encomendada, pero no podía precipitarme, ante todo
debía sondearle más, no podía cometer
ningún fallo, de lo contrario podía echar al traste
con todo y debería regresar a París con las orejas
gachas.

Por la tarde elaboré un pequeño
memorándum de la conversación mantenida con el
individuo, que luego entregué al Consulado en sobre
lacrado para que fuera enviado a París en la primera
valija que partiera.

Durante la etapa de adiestramiento recordé que la
universidad era uno de los lugares recomendados para captar
"colaboradores", -mañana me acercaré por
allí-, pensé.

Al salir del Consulado, vi estacionado en la acera de
enfrente el mismo coche que unos días antes me
había estado siguiendo un buen trecho del recorrido cuando
me desplazaba a Kenitra. –Me están vigilando, ahora
ya no tengo la menor duda de ello-. Hice como el que no los
había visto y tomé un taxi para que me dejara cerca
del hotel, ya que mi chofer libraba aquel día.

Cuando estaba pagándole al taxista, se puso junto
a la puerta del taxi uno de los individuos que había
salido del auto perseguidor, aguardó a que me apeara para
decirme; -Debería acompañarme
señor-.

-¿Quién es usted?-, le pregunté,
aunque ya me imaginaba que era un policía.

-Policía-, me dijo secamente mientras
hacía intención de cogerme por el brazo, acto que
esquivé apartándolo.

-Sígame-.

Le seguí hasta su automóvil del que
descendió otro individuo alto y muy fornido, tenía
aspecto de luchador de catch, su aspecto era
verdaderamente terrorífico; tenía la piel bastante
morena, el pelo muy negro y sumamente rizado sobre una cabeza
grande y cuadrada, las manos eran de un tamaño
desproporcionado, como las de un levantador de pesas, y la
chaqueta que llevaba debía tener dos tallas menos de la
que le correspondía, pues le venía pequeña y
casi no podía abrochársela, que quizás de
haberlo podido hacer, lo más probable es que el
botón saliese despedido como un proyectil.

En el asiento posterior permanecía sentada otra
persona.

-Suba al coche-, me invitó el
energúmeno.

Me mantuve en pie junto al auto y les dije:
-¿dónde quieren llevarme?-.

-Vendrá usted a la comisaría central, se
trata de una entrevista de rutina-, respondió el primer
individuo, mientras el energúmeno me ponía una de
sus manos sobre el hombro haciendo presión hacia abajo
para que me agachara y pudiera entrar en el auto de ellos
mientras con la otra abría la puerta.

Entré de mala gana, manifestando que era un
atropello y que me quejaría a mi embajada. Me senté
al lado del individuo que había permanecido todo el tiempo
en el interior del vehículo, este me miró poniendo
a la vez que colocaba su dedo índice sobre los labios en
señal de que guardara silencio.

Opté por callar y dejé hacer. Vería
en que iba a parar todo aquello.

El auto arrancó y el conductor conectó la
sirena para abrirse paso entre el anárquico tráfico
de la ciudad. En pocos minutos el automóvil se detuvo
frente a un edificio que durante la época del protectorado
francés fue la dirección general de la
policía.

Me acompañaron a través de unos pasillos
de la planta baja, que por cierto, no olían demasiado
bien, hasta llegar a un despacho en el que me hicieron entrar
casi a empellones. Debo manifestar que en todo el tiempo fui
tratado con cierta corrección, pero en el más
absoluto silencio.

En el había un hombre enjuto y de rostro poco
agradable detrás de una mesa de trabajo que
permaneció sentado y ni tan siquiera me
saludó.

-Siéntese-, me dijo en tono seco y en un
más que excelente francés.

Tomé asiento en una silla de madera que estaba
junto a mi. Preferí callar y aguardar que fuera el
individuo enjuto de nariz afilada y ganchuda el que llevara la
iniciativa de la conversación. Iba vestido a la europea
con un traje azul claro muy arrugado, y la camisa blanca que
llevaba todavía lo estaba más, destacando sobre su
piel morena. Su aspecto en general era el de un árabe del
desierto, un Tuareg.

Me pidió el pasaporte que le entregué
mencionándole mi extrañeza por haber sido conducido
hasta allí sin explicación alguna, y sin
identificarse, obvió mi comentario pero creo que lo
leyó en mi cara, puesto que me dijo inmediatamente que se
trataba de una simple y rudimentaria
comprobación.

Se miró el pasaporte con mucha atención,
como si fuera un raro ejemplar nunca visto, página a
página, ignoro que esperaba encontrar en el, se
tomó algunas anotaciones en una cuartilla de papel que
tenía sobre la mesa y al devolvérmelo me
dijo:

-Es muy nuevo su pasaporte señor
Rondel-.

-Supongo que habrá visto usted la fecha en que ha
sido expedido?-, le respondí. De hecho me había
sido entregado un mes antes de viajar.

Lo metí en el bolsillo interior de la chaqueta,
me quedé mirándole aguardando a que me dijera algo.
Pasaron unos segundos con un silencio que se hizo
larguísimo, creo que el individuo esperaba para ver si yo
me ponía nervioso.

Al ver que yo no decía nada, me preguntó
cual era el motivo de mi visita a Marruecos.

Le respondí tranquilamente que era una visita
comercial, que era el responsable de una sociedad francesa
importadora y distribuidora de frutos frescos, que el motivo
principal de mis gestiones era programar acuerdos de compra de
frutos marroquíes a empresas del sector y enviarlos a
Francia. Luego le entregué una de mis tarjetas comerciales
para que pudiera efectuar las indagaciones que creyera más
oportunas. Pareció que mis explicaciones le satisficieron.
Le pedí si podían dejarme en mi Consulado, pues
tenía intención de informar a mi cónsul de
esta especie de secuestro de mi persona en contra de mi
voluntad.

Mis últimas palabras causaron el efecto deseado,
el individuo se levantó como si le hubiesen puesto un
clavo en el asiento y cambió absolutamente de actitud, se
convirtió repentinamente en un funcionario de trato
cortés y hasta un poco simpático, me pidió
mil excusas por si me habían causado alguna molestia, e
intentó de todas maneras disuadirme de mi actitud de
denunciar el incidente sin importancia ante mi
legación consular.

Finalmente no quise ganármelo como enemigo y
así evitar que me sometiera a un acoso constante que me
impidiera poder desarrollar mi labor, le dije que aceptaba sus
excusas y punto.

Me acompañó personalmente hasta la salida
del edificio y él mismo llamó a un taxi que estaba
estacionado allí muy cerca. Pensé que quizás
el taxista fuera un posible confidente policial. Le di la
dirección de mi hotel, -al Ibis Mussafai- dije.

Utilizando el alias de Venatore, elaboré
un informe de lo acaecido con la policía secreta
marroquí que entregué a la valija
diplomática para su envío a París. En el
consulado me entregaron otro sobre que acababan de recibir al
nombre de Rondel.

Para leerlo entré en una salita privada.
Respondían al informe que les había enviado unos
días antes respecto al comerciante Eddie Constant con
quien trabé conversación en la terraza del
hotel.

La gente de la SGDE había hecho bien su trabajo,
analizaron al personaje y venían a confirmarme que era un
militar de l´Armée, en excedencia con el
grado de capitán, bien considerado por sus antiguos jefes
y camaradas, de gran patriotismo y fidelidad a las instituciones
del estado, en una palabra, me aconsejaban efectuar una
aproximación cauta a su persona, para ver si
estaría dispuesto a actuar como una de mis células,
podría ser importante contar con su colaboración ya
que se movía libremente por los dos países desde
hacía algunos años y podía captar
información a la que probablemente yo no podría
tener acceso.

Como siempre, procedí a destruir la
información recibida de París, y mi chofer de
alquiler me dejó en la puerta del hotel, le despedí
dándole instrucciones para que viniera a recogerme
alrededor de las cuatro de la tarde.

Capítulo
11

Odette trabajaba duro, en un par de meses ya
había finalizado tres nuevos cuadros. Gracias a las
influencias de Phil, obtuvo un permiso especial, nada
fácil de lograr, del museo del Louvre para poder pintar
personas de la vida parisina con el fondo del cuadro con alguno
de los prestigiosos cuadros de pintores históricos y de
gran renombre mundial expuestos en las salas. Fue una idea
mía sugerirle que pusiera en práctica este nuevo
estilo pictórico, se me ocurrió después de
ver el excelente dibujo de una cara que sobre papel mi joven
amiga había hecho en un santiamén. El primer ensayo
lo efectuó conmigo mismo, y confieso que le salió
soberbio, detrás de mi busto, aparecía ligeramente
difuminado el retrato de La Mona Lisa, a la que logró
darle la misma misteriosa sonrisa que el maestro Leonardo le
había dado en el original, algo que habían
intentado infinidad de pintores y que nunca lograron tanta
realidad. Era una muchacha con mucho talento y estaba en la fase
de explotar artísticamente. Luego le tocó el turno
a Phil, éste quiso posar frente a uno de los cuadros del
pintor francés Jean Cousin, conocido por el Viejo, la
deliciosa figura de Eva Prima Pandora una dama tendida
en una especie de chesslong con escasas vestiduras. En este
cuadro Odette echó todo su arte, combinaba con gran
sensibilidad las suaves tonalidades del fondo para que el busto
de Phil destacara en primer término, el espectador
debía de aproximarse mucho para cerciorarse de que estaba
viendo una pintura y no una fotografía a color de gran
tamaño.

Phil, al igual que yo, se preocupó de que muchas
de sus amistades visitaran la buhardilla de Odette para que
pudieran contemplar sus obras y le efectuaran encargos, hasta el
punto que nuestra amiga pintora tuvo que dar algunos meses de
demora para poder atender cada uno de los encargos que le
efectuaban. Tal era la afluencia de visitantes que el bueno de
André algunas tardes subía a la buhardilla para
ayudarla en atender a los visitantes. Corrió la voz por
París y personajes de la alta sociedad, la elite de la
aristocracia y burguesía parisina todos deseaban que
Odette les inmortalizara, en poco tiempo se convirtió en
la pintora de moda.

En Odette destacaba una gran cualidad, su
carácter alegre, juvenil y sincero que lo
transmitía a quien estuviera a su alrededor. Algunos
días al finalizar una ardua sesión de pintura,
venía a visitarme y me animaba para que saliéramos
a cenar a algún pequeño restaurante típico
de Montmartre, el barrio parisino por excelencia tomado por los
pintores desde años inmemoriales y poco visitado por los
turistas en aquellos días todavía invernales.
Solíamos ir al restaurante La Mère Catherine, en
ocasiones nos acompañaba tío Phil, como
ella le llamaba, a pesar de que éste le decía que
no le llamara así por que le sonaba a viejo carca,
comentario que causaba hilaridad entre nosotros. El presumido y
dandy Phillipe se atusaba el corbatín de lazo que
solía utilizar por las tardes que el acostumbraba a llamar
románticas, ya que Montmartre era el lugar elegido por la
gente de la bohemia.

Odette vivía por y para su arte, estuvo todo el
invierno encerrada en la buhardilla, en contadísimas
ocasiones descansaba, entre todos le insistíamos en que se
tomara un descanso, nos decía que si pero no lo
hacía, hasta que un día cayó enferma. Una
tarde André le subió unos pastelitos que
había comprado para merendar, la halló tumbada en
la cama con bastante fiebre, pensó que probablemente se
trataba de un resfriado, pero con todo llamó a nuestro
amigo y doctor de cabecera Pierre Aniette para que la visitara.
Un par de horas después nuestro amigo la examinaba. Me
llamó la atención el tiempo que invirtió en
la visita, ya que un resfriado no era excesivamente complicado de
diagnosticar. Al finalizar la visita Pierre me llevó
cogido del brazo hasta la estancia inmediata para decirme que
consideraba necesario que lleváramos a Odette a su
clínica para efectuar unas pruebas rutinarias.

-¿Es algo grave lo que tiene?-, pregunté a
Pierre.

-No puedo decirte, pero en principio parece que
además de un simple resfriado, tenga un exceso de fatiga,
es por eso que deseo hacer algunas comprobaciones más
profundas-.

-Bien, ¿te parece que la lleve
mañana?-.

-Si la fiebre ya le ha bajado, que con lo que ahora le
he recetado sin duda lo hará, puedes llevarla, es posible
que deba quedarse una noche en la clínica ya que se le
serán practicadas una serie de pruebas que llevarán
tiempo para obtener los resultados-.

André fue a la farmacia para adquirir las
medicinas que mi amigo Pierre había recetado. Le dije a
Odette que se pusiera el pijama y se metiera en la cama sin
abrigarse demasiado, mientras yo iba a mi apartamento.

Al día siguiente la fiebre había remitido,
pues las medicinas recetadas habían hecho efecto positivo.
A primeras horas de la mañana, André preparó
el coche y nos fuimos los tres a la clínica Lumen
propiedad de mi amigo el doctor. Por el camino miré a los
ojos de Odette en varias ocasiones, y vi que su mirada
había perdido la viveza habitual, hacía ojeras y
evidentemente se la notaba desmejorada, hasta me pareció
que estaba más delgada. –Manías mías-
pensé, pero la verdad es que la salud de nuestra joven
amiga me preocupaba.

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