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Historias y anécdotas de Venatore, el cazador (página 3)




Enviado por MANEL BATISTA



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Estuvo todo el día ingresada en la clínica
para que le hicieran las analíticas, radiografías y
demás pruebas médicas necesarias. Al finalizar la
tarde el doctor vino a vernos a la habitación que
habían asignado a Odette, nos dijo que todavía era
prematuro poder dar un diagnóstico ya que algunos de los
resultados de los análisis que se le habían
practicado tardarían todavía unos días en
obtenerlos.

-Lo mejor que puede hacer esta señorita es,
olvidarse por unos días de trabajar y disfrutar de aires
sanos-, me dijo dándome unas palmaditas en la
espalda.

Le hice caso, me pareció una buena idea, ya en mi
apartamento le propuse a Odette si le agradaría que
hiciéramos un viaje, la respuesta fue positiva, le dije
que eligiera el lugar donde ir, ella propuso visitar a su familia
en las Landas, hacía más de tres años que no
les veía.

Me pareció una proposición excelente, de
este modo ella podría descansar y distraer la mente del
trabajo del taller de pintura y a la vez estar con los suyos.
Tres días más tarde André, Odette, y yo,
enfilábamos la salida de París por la Porte de
Châtillon
para tomar la carretera en dirección
a Mont-de-Marsan capital de la región de Las
Landas. Phil tenía unos compromisos y no pudo
acompañarnos pero nos dijo que en un par de días se
uniría a nosotros, lo que Odette
celebró.

Hicimos un viaje muy placentero, nos detuvimos unas
cuantas veces para tomar algún refresco y repostar de
carburante. Viajábamos con el Bentley que heredé de
mi padre, que éste a la vez lo había también
heredado del suyo, era un excelente automóvil, una
verdadera joya de la mecánica británica de los
años sesenta del pasado siglo, sus dos primeros
propietarios cuidaron de el con verdadero mimo, cosa que
también hacía yo. Viajar en este automóvil
era un plus de confort que envidiaba cualquier automóvil
moderno. Silencioso, confortable y seguro, solo se le
podría achacar el elevado consumo de combustible, pero aun
y así, su uso era una verdadera delicia.

Arribamos a Mont-de-Marsan a última hora de la
tarde, a medida que nos acercábamos a la ciudad notaba que
Odette estaba cada vez más excitada, a pesar de que casi
todas las semanas hablaba con sus padres por teléfono,
verlos personalmente después de tanto tiempo era muy
distinto. Sus padres vivían en el 31 de la
Avenue du Maréchal Foch una de las arterias
principales de la ciudad.

Tuvimos la fortuna de encontrar una plaza de
estacionamiento casi en la misma puerta de la casa, Odette fue la
primera en bajar precipitadamente del auto e ir corriendo a
llamar al picaporte de latón bruñido de una bonita
y artística puerta de hierro forjado con cristales
ahumados y visillos blancos por su parte interior. Al instante
aparecieron por ella los padres de nuestra amiga, ambos
aparentaban rozar ya los sesenta años, los rasgos faciales
del padre se parecía mucho a los de Odette, no
podía negar que era hija suya, era un hombre de
complexión gruesa y faz bondadosa con mejillas y nariz
sonrosadas y cabello blanco abundante, por el contrario su esposa
era delgadita y bastante alta, en su cara se adivinaba que en su
juventud había sido una bella mujer, se abrazaron a su
hija locos de alegría, luego ella nos presentó a
André y a mi.

-Sean bien venidos, pero ya les conocíamos,
Odette nos ha hablado tanto de ustedes que ya les consideramos de
la familia-, nos dijo el padre mientras nos estrechaba las manos
acompañando una amplia sonrisa.

Nos invitaron a entrar en la casa, que por
cortesía aceptamos pero debíamos ir a por un hotel.
Dado a que estábamos fuera de la época vacacional,
antes de salir de París pensé que no habría
problema para encontrar habitaciones y no tuve la
precaución de efectuar una reserva previa por
teléfono.

Nos invitaron a tomar café y unas pastas que a
decir verdad estaban deliciosas, la región de las Landas
era famosa por su delicada pastelería. A Odette se la
veía entusiasmada, contándoles a sus padres nuestro
mecenazgo y cuanto la habíamos ayudado en los momentos
difíciles, en los que desfallecía su voluntad de
proseguir con sus trabajos pictóricos.

La madre nos invitó a cenar, pero la dije que
todavía no teníamos hotel. –No deben
preocuparse por ello, tenemos muy cerca de nuestra casa un
hotelito que es propiedad de un primo nuestro, con toda seguridad
podremos reservarles un par de habitaciones-, dijo esto y de
inmediato se levantó para llamar por teléfono a su
pariente. – Les agradará, es muy acogedor-,
añadió.

Regresó con cara de satisfacción, -ya
tienen ustedes habitaciones reservadas, ahora no tienen ustedes
excusa para la cena-, nos dijo con una agradable sonrisa en los
labios.

El padre de Odette, dijo acercándose a mi
oído:-Si en algo estiman ustedes sus vidas, no se atrevan
a rechazar la invitación a la cena que mi esposa les ha
preparado, ha estado toda la tarde cocinando-, soltando a
continuación una ruidosa carcajada secundada por su
hija.

Odette nos acompañó hasta el hotel de su
tío que efectivamente estaba a escasos doscientos metros
de donde sus padres vivían, en una pequeña y
coqueta plazoleta. Nos presentó a su pariente que con gran
cortesía nos acompañó hasta nuestras
habitaciones para que dejáramos las maletas.

La cena transcurrió con gran animación y
en la que Odette fue la reina de la conversación. Luego
tomó la palabra la madre, que era una de estas mujeres
dulces de carácter, hablaba pausadamente y en un tono de
voz suave y sostenido, al que debías estar atento para no
perderte nada de lo que decía. El padre era menos hablador
pero se le notaba satisfecho y orgulloso de su hija única,
por sus progresos pictóricos en la capital. Para las
gentes de provincias, ante la magnitud y grandeza de
París, triunfar en ella era como convertirse en un rey, lo
que le daba ante sus ojos paternos doble mérito a los
logros de su hija, esas pequeñas y gratificantes
satisfacciones que a veces pueden dar los hijos.

Eran algo más de las once de la noche y
todavía estábamos los cinco en charla de sobremesa,
manifiesto que estuve todo este tiempo con una sensación
muy grata y relajada como hacía años no
sentía, eran gentes sencillas y familiares y, buenos
conversadores, algo que yo valoraba mucho en las personas.
Llegó un momento en que la conversación fue
decayendo paulatinamente, miré a los ojos de Odette y me
pareció observarles con expresión de cansancio y
unas ligeras ojeras debajo de ellos. Me levanté y yendo
donde ella estaba sentada, le puse la mano sobre uno de sus
hombros y le dije; – señorita, tiene usted cara de estar
fatigada, ha sido un día de muchas emociones además
del ajetreo del viaje, sería conveniente que se despidiera
de todos nosotros y se fuera a descansar hasta
mañana-.

Me miró con la dulzura con que era habitual en
ella, expresión que me recordó a la de su madre, se
levantó sin chistar les dio un beso a sus padres y se
despidió de André y de mi con un cariñoso
beso en la mejilla. -Un ángel de niña-,
pensé.

Con André regresamos paseando sin prisa alguna al
hotel, por el camino fuimos comentando los distintos aspectos de
la agradable velada. André que era también un fino
observador, me dijo: -¿Se ha fijado usted monsieur, los
ojos de fatiga de la señorita Odette?, no me gusta
nada-.

-Si, lo he observado por eso la he dicho que se fuera a
dormir, las tribulaciones del día y el viaje le han hecho
algo de mella, pero con un buen sueño reparador
mañana estará como nueva-.

Desde el hotel llamé a Phil para comunicarle
donde nos hospedábamos y al mismo tiempo confirmarle que
le habíamos reservado una habitación en la misma
planta en la que mi ayudante y yo estábamos.

-Excelente, espero poder estar con vosotros pasado
mañana, tomaré un vuelo doméstico hasta
Burdeos, ¿podréis venir a recogerme?-.

-No faltaría más, solo que deberás
decirme en que vuelo llegas y la hora prevista-.

-Bien, pues así lo haré, mañana por
la tarde te llamo-.

-Hasta mañana querido amigo y que tengas un feliz
vuelo-. Apagué la luz de la mesita de noche y me
quedé dormido profundamente.

Capítulo
12

A mi regreso de Kenitra le dije a mi chofer que me
dejara en el hotel, tenía el propósito de ver si
podía hacerme el encontradizo con el señor Eddie
Constant con intención de sondearle. El día
anterior a última hora de la tarde había recibido
por vía diplomática, un informe muy confidencial,
calificado de,"top secret", en el que advertían a
la red de informadores del norte de África que el MI6
británico había interceptado algunos mensajes cuya
autoría creían que pudieran ser originados por
células de la OAS, en ellos se repetían en varias
ocasiones la frase: "el Alfil está listo para entrar a
la casilla que le corresponde
", pero particularmente
remarcaban la palabra Alfil en varias ocasiones. En la
SGDE analizaron los mensajes interceptados por los
británicos, llegando a la conclusión que la palabra
Alfil muy bien podía representar a una o varias personas
destinadas a ejecutar alguna acción subversiva contra
alguien o institución muy significativo en territorio
francés. Inmediatamente los servicios secretos franceses,
británicos e italianos, intensificaron su actividad
apoyados por las policías aduaneras y de
carreteras.

La policía francesa analizaba todos los casos.
Informes y denuncias, que diariamente se sucedían en todo
el territorio en busca de que pudiera acaecer algún hecho
fuera de lo habitual y que diera hilo a una
investigación.

Tuve la fortuna de que estando en el restaurante del
hotel, el señor Eddie entró, las mesas estaban casi
todas ocupadas, le hice una señal con la mano
invitándole a que se acercara y ofrecerle el ocupar un
puesto en la mía.

El caballero aceptó encantado y ocupó la
silla del lado opuesto al mío.

Iniciamos una conversación algo circunstancial,
hablamos desde la climatología hasta cómo nos
había ido con nuestros respectivos clientes.

Con toda intención y para poder evaluar su
reacción, le manifesté mi inquietud y
preocupación por el estado de las cosas en nuestro
país, en especial por las acciones terroristas en Francia
y también en Argelia, todavía colonia o provincia
francesa, según como se mire.

El señor Constant, dijo estar también muy
preocupado, en especial por la división que se
había efectuado dentro del propio
ejército.

En este punto presté mucha atención pues
la conversación podría quizás derivar al
campo que me interesaba.

Le dije que compartía sus desvelos e inquietudes,
pero que no acababa de entender esta división del
ejército que el citaba y que realmente se palpaba,
coincidiendo también con algunos artículos de
opinión de varios periódicos nacionales.

Me explicó que una parte de oficiales y tropa no
deseaban la independencia de Argelia como el General De Gaulle
proponía. Esta fracción está muy arraigada
en el territorio, consideran que es tierra francesa, tienen a sus
familias, sus bienes y negocios allí enraizados desde hace
muchos, muchísimos años y, saben que en el caso de
que le fuera concedida la independencia a Argelia deberían
de abandonarlo todo, y con toda seguridad pasarían a
quedarse a la ruina, es por eso que están dispuestos a
todo. Tengo compañeros míos de cuando yo estaba en
activo, que piensan así, he hablado con alguno de ellos y
los he visto bastante excitados en contra las noticias que
provienen de la metrópoli.

Ahora la conversación había llegado al
punto que más me interesaba y que había deseado. No
podía dejar escapar la oportunidad.

-¿Qué haría usted monsieur Constant
ante esta situación?, ¿tiene alguna solución
al problema?-. Con esta pregunta pretendía que se
definiera.

-Muy sencillo-, dijo sin dudar. –Si hacemos un
balance económico y sociopolítico profundo, para
Francia mantener Argelia como una provincia más es un
dispendio económico que no revierte en nada positivo, en
una palabra es una sangría económica insostenible.
De otra parte los argelinos están deseando que los
franceses nos vayamos del país, y de un momento a otro
explotarán demandando la independencia y pueden haber
ríos de sangre. En una palabra, soy partidario de
retornarles el país a los argelinos, efectuando un pacto
positivo y beneficioso para ambas partes, la prueba está
en que algunos grupos de nativos se dice que han fundado una
organización secreta paramilitar a la que llaman FNL
(Frente de Liberación Nacional), que al parecer
está al frente de ella un individuo radical y bastante
exaltado conocido por Ben Bella y un tal H. Boumedienne, este
último algo menos belicoso que el anterior. Esto puede
acabar muy mal-.

-¿Pero como se arreglan todas las inversiones
estatales y privadas que se llevan efectuadas en el país
desde hace tantos y tantos años?-.

-Muy simple, se evalúan las propiedades francesas
y se cobra con contratos de explotación y
distribución del gas natural y petróleo que hay en
el subsuelo, con un término de duración suficiente
para poderla amortizar-, en este punto se detuvo para tomar aire
y seguir expresando su idea. –Si no lo hacemos así,
se corre el peligro que se genere una guerra civil y Francia lo
pierda todo-.

-Sus razonamientos me parecen de una gran sensatez y me
gustaría que fueran oídos en la metrópoli-,
le dije.

-¿Pero como hacerlos llegar hasta los
máximos responsables o al propio presidente de la
república?-.

No podía esperar mejor oportunidad que la que
ahora me brindaba.

-Yo si puedo-, le dije sin parpadear y mirándole
a los ojos.

-¿Cómo?, ¿dice usted que puede
hacer llegar mis comentarios a nuestros gobernantes?-.

-Si, tengo medios para ello-.

-Pero no entiendo, según me dijo usted se dedica
a la importación de frutas ¿no es
así?-.

-Efectivamente, pero creo que esta conversación
deberíamos mantenerla en un lugar más discreto que
el restaurante del hotel, las paredes pueden tener oídos,
le invito a tomar café en mi
habitación-.

-Encantado, soy un entusiasta del buen
café-.

Encargué a uno de los camareros que hiciera
llegar a mi habitación dos cafés y dos copas de
coñac Hennessy.

Al llegar a la habitación le dije a mi
acompañante que se pusiera cómodo.
–¿Le molesta a usted que fume monsieur
Rondel?-

-No en absoluto, puede usted hacerlo, simplemente
abriré el ventanal para que circule el aire-.

Un camarero nos trajo una bandeja con los dos
cafés y las copas de Hennessy. Le di una propina
y cerré la puerta, luego me asomé al balcón
y fui a sentarme en una de las dos butaquitas cercanas al
ventanal que daba al jardín, en la mesita auxiliar cercana
estaba la bandeja con los humeantes y aromáticos
cafés, mi interlocutor se estaba sirviendo el
azúcar y prendiendo el cigarro que había sacado de
una funda de cuero que extrajo de su chaqueta. Me senté
frente a el y di un primer sorbo a mi café mientras
meditaba como le enfocaría a este hombre mis
pretensiones.

-Verá señor Constant, lo que voy a
contarle, y que le ruego por favor quede entre los dos, no debe
tener trascendencia alguna, va en ello quizás mi seguridad
y quizás también la de usted-, me detuve un momento
para ver su reacción, permaneció impasible,
simplemente arqueó las cejas a modo de
pregunta.

-Le escucho-, dijo simplemente.

-Tengo dos oficios, uno el que usted ya conoce, el otro,
es un trabajo especializado para el gobierno
francés-.

-¿Es usted un espía?-, me disparó a
bocajarro.

-Yo no diría eso, aunque se acerca algo. Soy
simplemente un informador, me encargo de captar datos
estratégicos, formando una red de colaboradores que solo
dependen de mi, siguen mis directrices, me informan de lo que
averiguan sobre la materia que les he pedido, luego envío
todos los informes a París para que los analicen y
procesen y hagan el uso que crean más conveniente. Muchos
de estos se van a la papelera, otros se archivan y quizás
algunos son de utilidad-.

Esperé unos momentos para ver su reacción,
tomé otro sorbo al café que ya estaba comenzando a
enfriarse mientras le observaba por encima de la taza. El hizo lo
propio, dio una larga calada a su cigarro habano y fue expulsando
el humo lentamente formando volutas. Me pareció un hombre
equilibrado, más bien frío.

-¿Y ha pensado usted en mi
colaboración?-.

-Pues para serle franco le diré que si, desde que
tuvimos nuestra primera e informal conversación unos
días atrás, me dije que usted podría ser un
colaborador formidable, ya que reúne todas las
características que considero necesarias para el
desarrollo de esta actividad.

-¿Y cuales son estas características?-,
preguntó. Tenía las sensación que mi
interlocutor estaba interesándose en mi
exposición.

-Usted es hombre con experiencia, proviene de una
formación militar sólida, es conocedor de los dos
países y se mueve desde hace tiempo por ambos con total
libertad de movimientos, tiene acceso a sus antiguos camaradas de
armas que todavía están en activo, lo que
haría de usted una pieza importante en mi
organización-.

-¿Y que saco yo de meterme en un compromiso de
esta índole?-, dijo con toda franqueza mientras
aprovechaba para dar otra calada a su cigarro para luego tirar la
columna de ceniza del extremo del cigarro en el cenicero de la
mesita.

Me quedé unos momentos pensativo, tenía
una duda, que creo era fundamental, no sabía si atacar por
el lado patriótico o por el económico. Al fin me
decidí por hacer especial énfasis por el
patriótico sin olvidar el económico, ya que era
evidente que el señor Constant no tenía problemas
económicos que le acuciaran.

-Principalmente monsieur por patriotismo,
Francia ahora nos necesita, estamos en unos momentos muy
delicados, en el país hay una convulsión y una
división formada por los actos terroristas de la OAS, la
duda sobre la independencia de Argelia, Marruecos recientemente
liberado del protectorado francés y español
también nos mira con recelo y se aleja del área de
influencia francófona, Hassan II, precisamente no se
distingue por la fidelidad hacia los que le apoyaron para suceder
a su padre Mohamed V. Le repito una vez más, nuestro
país está necesitado del esfuerzo de hombres de su
valía para poder llegar a controlar estas
situaciones.

Por otra parte, también debo informarle que todos
los gastos que se puedan producir para desarrollar efectivamente
la colaboración serán abonados puntualmente,
bastará con tener un número de cuenta
bancario-.

-Lo pensaré, pero le anticipo que la
proposición me atrae, no obstante debo
pensarlo-.

Estuvimos casi una hora más hablando sobre mi
proposición, sobre la política y políticos
de nuestro país, y finalmente el estado de la sociedad
francesa.

Pero convinimos en que las próximas reuniones se
efectuaran fuera del ámbito público. Le
conté el seguimiento a que me sometió la
policía marroquí y posterior detención e
interrogatorio, lo que por prudencia y dado a que estaba
convencido que todavía debía estar sometido a
vigilancia policial, le dije que sería prudente seguir
reuniéndonos en cualquiera de nuestras habitaciones. La
contraseña para reunirnos sería dejar una tarjeta
de visita en la recepción de nuestro hotel, lo cual
querría decir que debíamos reunirnos en la
habitación de quién hubiese dejado la
tarjeta.

Capítulo
13

A la mañana siguiente Phil me llamó al
hotel algo alarmado, nuestro amigo el doctor que había
examinado a Odette le había llamado y le recomendaba que
la llevara de nuevo para practicarle una nueva
revisión.

-¿Te ha explicado el motivo?-, pregunté
inquieto.

-Exactamente no, solo que había alguna duda en
alguna de las pruebas y que para mayor seguridad prefería
repetirlas, nada más que esto-.

-No se que hacer, ahora voy a ir con André a
buscarla para que nos acompañe a conocer la ciudad y los
alrededores, en particular la zona donde están las
marismas de las Landas, se lo diré entonces. Aguarda en
venir ya que si al fin debemos regresar te evitarás el
viaje, te llamo más tarde-.

-Me parece oportuno, quedo a que me digas algo al
respecto-.

Colgué el teléfono bastante preocupado,
¿qué contradicciones habrá podido encontrar
el doctor en algunas de las pruebas efectuadas?.

Bajé al salón de desayunos y André
ya estaba tomando café con leche y unas tostadas con
mantequilla. Le conté la noticia que Phil acababa de
darme, también mi ayudante se quedó sorprendido por
la noticia, no obstante apuntó; -Ya me había
extrañado esta repentina aparición de fiebre tan
alta, pero confío que no será nada-.

Finalizando el desayuno llegó Odette para
llevarnos a visitar la ciudad, se la veía contenta y
sonriente, con esa alegría que comunicaba a todos los que
la conocían, pero ligeramente moderada respecto a
anteriores ocasiones, vestía pantalón de pana
ajustado y un suéter de cuello alto que la
favorecía mucho.

Se sentó con nosotros y se sirvió un
café con leche, nos dijo que las medicinas que le
habían recetado la habían aliviado
mucho.

Nos propuso caminar por la ciudad, no era excesivamente
grande y permitía poderse desplazar dentro de ella con
cierta facilidad, mi avanzada edad me restaba posibilidades de
caminar demasiado tiempo, pero Odette nos dijo que iríamos
haciendo etapas para poder descansar en cada una de ellas,
André era algo más joven que yo y se
mantenía en bastante buen estado físico.

Alrededor del mediodía nos sentamos en la terraza
de una cafetería de uno de los paseos principales con el
fin de tomar un aperitivo que además de descansar nos
reconfortaría.

Odette nos explicaba con todo detalle, la historia de la
catedral que acabábamos de visitar, cuando repentinamente
se encogió poniendo una cara de dolor indescriptible,
André y yo nos dimos un gran susto, pues Odette
seguía en aquella posición, intentamos hablar con
ella preguntándole que es lo que le ocurría pero no
nos respondía. Inmediatamente llamé a un taxi y le
pedí que nos llevara al hospital más
próximo.

La ingresaron inmediatamente en la sala de urgencias
para que fuera atendida, en el entretanto llamábamos a sus
padres para decirles dónde había sido internada su
hija, al poco tiempo llegaron donde André y yo les dijimos
y se reunieron con nosotros en las salas de espera.

Un par de horas más tarde, uno de los doctores
vino a informarnos con semblante grave.

Nos invitó a que entráramos en una salita
anexa a la sala de espera. Era una salita fría, exenta de
todo elemento decorativo, olía a los fármacos
clásicos de los hospitales. Estábamos los cuatro
intrigados y preocupados, yo me temía lo peor, cuando un
médico desea hablar contigo en privado, suele ser para
darte una mala noticia.

-¿Quiénes de ustedes son los padres de la
señorita?-, preguntó.

-Nosotros dos- señaló la madre de Odette
levantando tímidamente la mano.

El doctor se quedó unos instantes
mirándonos a los cuatro, en la salita había un
silencio casi sepulcral no se si alguien de nosotros respiraba
aguardando lo que el doctor iba a decirnos.

-Verán, de las varias exploraciones que hemos
efectuado a la hija de ustedes nos dan unos resultados algo
confusos, disculpen que les sea tan sincero y directo, pero
pienso que ustedes deben conocer su estado real. Pendientes de
los resultados finales de la analítica practicada, la hija
de ustedes tiene algo en el páncreas que todavía no
puedo determinar con precisión sin tener los resultados de
la analítica en mano, pero si se trata de un
adenocarcinoma, o tumor pancreático, tiene un
difícil tratamiento-.

Se nos heló la sangre, los médicos
utilizan palabras técnicas cuando deben tomar la
decisión de comunicar una mala noticia, parece que a
sí sea menos grave.

-Si fuera esto que usted piensa, ¿qué
esperanzas de vida tiene?-, me atrevía a
preguntar.

-Esto solo lo sabe Dios señor, pero no quiero
adelantarme a los acontecimientos mientras no tenga los
resultados de la ecografía abdominal que vamos a
practicarle esta misma tarde, creo que esta prueba será
definitiva para podar dar un diagnóstico
certero-.

La madre de Odette se puso a llorar en silencio, le di
el pañuelo que llevaba en el bolsillo superior de mi
chaqueta y con el se secó las primeras lágrimas que
comenzaron a rodar por las mejillas, el padre se levantó
de la silla y se puso a caminar nerviosamente por dentro de la
salita y hasta me pareció que mascullaba entre dientes
algunas maldiciones por el infortunio.

André y yo no sabíamos que hacer ni decir,
la noticia por lo inesperada nos había afectado mucho. Yo
había visto padecer y morir muchas personas en mi largo
recorrido profesional, algunas de ellas a las que les tuve afecto
me dejaron un amargo recuerdo, pero lo de nuestra amiga Odette,
tan joven, tan vital y tan cariñosa, era como un mazazo en
mi ya viejo corazón. Aunque la esperanza nunca se pierde,
aguardamos en la salita que un momento u otro el doctor regresara
y nos diera una luz de esperanza.

Capítulo
14

Recibí de París instrucciones concretas de
extremar sin dilación las gestiones que me habían
sido encomendadas, se me recomendaba que me trasladara a Argel,
ciudad en la que según el servicio secreto español
les señalaba como la ubicación central del
terrorismo de OAS, hacían particular mención en
localizar u obtener pistas que nos condujeran al personaje u
organización que por alguna razón fue bautizado
como Alfil. Confié en que monsieur Constant se
inclinara por aceptar mi proposición, ya que me
podría ser de considerable ayuda a mis
propósitos.

Dejé mi tarjeta de visita en el casillero de
llaves de la chambre 215, tal y como con Constant habíamos
convenido, y me fui a mi habitación en espera de ser
contactado por él.

Al final de la tarde, Eddie Constant, llamaba a la
puerta de mi habitación. Sostenía en las manos una
bandeja que contenía un par de humeantes cafés y
unos dulces.

Dado a que el calor del día era todavía
bastante acusado, nos sentamos en la pequeña terracita que
daba a mi habitación.

La conversación la inició Constant, estaba
serio, se acomodó en la butaquita de mimbre y se
aflojó el nudo de la corbata como si le agobiara,
prendió uno de los cigarros que llevaba en el bolsillito
superior de su chaqueta y bebió un breve sorbo de su
café.

-He reconsiderado su ofrecimiento, me ha tenido todo el
viaje ocupando mi pensamiento. He tenido la oportunidad de
reunirme en Orán, con antiguos camaradas de armas para
poder aquilatar el estado de ánimo de nuestros hombres, la
consecuencia es que hay una escisión entre ellos, algunos
consideran abandonar el ejército y quedarse a vivir en
Argelia, sin importarles cual sea el resultado final, algunos en
su día compraron tierras con sus ahorros y quieren acabar
sus días trabajando en estas tierras, aman el país,
llegaron aquí cuando eran todavía unos jovencitos y
con los años se han ido apegando a la tierra, tienen
amistades entre los nativos, otros se han casado con mujeres
argelinas y ya hoy se sienten totalmente identificados con el
país que les acogió. Esta parte de camaradas son
partidarios de la independencia de Argelia. Entre los que me
entrevisté tengo a dos compañeros que durante
años estuvieron a mis órdenes, son gente de una
gran fidelidad y creo que estarían dispuestos a colaborar
con usted-.

-No sabe monsieur cuanto celebro sus
comentarios, ¿quiere ello decir que usted también
está en esta misma disposición?-, le
dije.

-Lo he pensado bien, pienso ayudarle, pero no se lo tome
usted a mal, quiero que me entienda, no desearía estar en
la nómina de nadie, no se si me comprende, deseo obrar
bajo la más absoluta libertad, este fue el principal
motivo que tomara la excedencia del ejército-.

-Está usted en su derecho y valoraré mucho
su ayuda-.

Le expliqué de una manera algo superficial los
planes que desde París me enviaban, le conté el
interés y preocupación DGSE tenía por un
personaje aparecido en el concierto internacional del terrorismo,
cuyo nombre asignado parecía ser el de Alfil,
detectado por las redes del MI6 británico y los servicios
secretos italianos. -La opinión generalizada por la DGSE y
la SCEDE, es que la OAS está fraguando un atentado en
suelo francés de gran alcance y repercusión
mundial, y así lograr la intervención de la ONU
para así consolidar su independencia-.

Constant, se quedó algo pensativo, de vez en
cuanto le daba una calada a su cigarro, que ya estaba por la
mitad. Intuí que en su fuero interno estaba buscando un
modo de cómo poder colaborar con la búsqueda de
Alfil.

-Le sugiero ir mañana a ver a mis viejos
camaradas de Orán, podríamos entrevistar a los dos
que le dije, son gente de honor y de gran fidelidad,
¿qué le parece?-.

-Es una idea perfecta, toda cuanta información
podamos enviar a París les ayudará a confrontarla
con otras que les llegan de otros orígenes y puedan llegar
a alguna consecuencia que les permita evitar un hipotético
atentado-.

-Bien, entonces voy a llamar por teléfono a uno
de ellos para decirle que vamos a llegar alrededor del medio
día-.

-Aguarde, sugiero que no nos desplacemos juntos, debemos
evitar de todas las maneras que la policía marroquí
nos relacione. A pesar de que después de mi encuentro con
ésta no he vuelto a ver a nadie que continuara
siguiéndome, pero estoy seguro que siguen
vigilándome, o bien han sobornado al chofer del auto que
tengo alquilado o han extremado las precauciones para no ser
vistos.

Sugiero desplazarme en avión y usted en
automóvil y encontrarnos en algún hotel de la
ciudad de Orán-.

-Podríamos coincidir en el hall del Royal Hotel,
en el Boulevard de la Soummam, en Quahran. Es un hotel discreto
un poco apartado del centro y cercano a los cuarteles donde
están mis dos camaradas-.

Tomé nota de los datos que me facilitó
Constant y acordamos encontrarnos alrededor del medio
día.

Constant agotó su cigarro mientras
hablábamos de fútbol, del que era él gran
aficionado, era un apasionado seguidor del París
St.Germain, me mostró con gran satisfacción el
carnet de socio de dicha entidad parisina de viejo raigambre
deportivo en el país, creo que es uno de los primeros que
fueron fundados en la ciudad de París.

Le dije que a mi me gustaba también este deporte
pero que no me apasionaba por el y no era partidario o seguidor
de ninguno de ellos, a lo sumo del O.G.C.Niza, por que en
nuestros veraneos familiares en esta ciudad de la Costa Azul mi
padre tenía relación con un dirigente del equipo de
la ciudad y este venía con frecuencia a visitarnos y en
alguna ocasión me había invitado a presenciar
algún match en el coqueto estadio municipal.

Nos despedimos y quedamos encontrarnos en el lugar
previsto.

Bajé a recepción y pedí que me
tramitaran un billete de avión de ida y regreso para
Orán. Una hora y media después me avisaban de
recepción que ya tenían el billete a mi
disposición.

Se me ocurrió llamar a Washington para ver si
podía localizar a mi tío Thierry. Una media hora
más tarde la telefonista de la centralita me pasó
la llamada. Después de los habituales saludos, le
pedí a mi tío que nos expresáramos en lengua
alemana, idioma que él también hablaba a la
perfección, de este modo eliminaríamos bastantes
posibilidades de que si habían escuchas telefónicas
esta no fueran entendidas. Tío Thierry entendió
inmediatamente el motivo sin necesidad de más
explicaciones.

Le informe del encargo que me había efectuado
últimamente París, a lo que me respondió
diciéndome que haría algunas averiguaciones a
través de unos amigos americanos que prestaban sus
servicios en la CIA, la también llamada "La
Compañía", me dijo que si obtenía alguna
información que creyera que pudiera ser de mi
interés me enviaría un cable a nuestra embajada de
Rabat. Le di las gracias y bajé a recepción a por
mi billete.

Capítulo
15

Tal y como habíamos convenido, me encontré
con Constant en el Royal Hotel de Orán, yo me había
aposentado en una esquina del hall en el que había un
grupito de de butaquitas alrededor de una mesa con algunos
periódicos. Fingía que leía el Paris Match
pero estaba al tanto de todo cuanto ocurría a mi
alrededor, desde allí controlaba las entradas y salidas y
a la vez también a través del gran ventanal que
estaba a mi lado dominaba una buena parte de la acera. En la
esquina opuesta había un caballero de pie con un
maletín en el suelo junto a una de sus piernas,
parecía que aguardaba a alguien, un jovenzuelo vestido de
botones se le acercó para entregarle lo que me
pareció que eran algunas revistas y periódicos al
que le daría una buena propina, pues el muchacho le
reverenció en varias ocasiones.

A través del ventanal vi que se acercaba monsieur
Constant acompañado de un individuo vestido de militar con
el grado de capitán, por su aspecto calculé que
tendría poco más de cuarenta años, caminaba
bastante erguido e iba charlando animadamente con
Constant.

Al entrar al hall del hotel, monsieur Constant me vio y
me hizo una señal con la cabeza indicándome que me
había visto y que interpreté de que me mantuviera
allí donde estaba.

Ellos dos se fueron directos al hombre que unos
instantes antes había visto darle la propina al botones.
Se saludaron militarmente llevándose la mano derecha a la
sien, hablaron unos segundos y los dos a quienes yo no
conocía dirigieron su mirada a donde me
hallaba.

Acompañados de Constant vinieron los tres a mi
encuentro, me puse en pie y mi colaborador hizo las
presentaciones; -Raymond Gallard, Pierre Lalan-, sin embargo
curiosamente no dio mi nombre en ningún momento, detalle
que agradecí. El tal Gallard que era el que vestía
ropas castrenses me dio un fuerte apretón de manos, sin
embargo Lalan se limitó a saludarme con un movimiento de
cabeza, llevaba en una mano el maletín y en la otra las
revistas y periódicos.

Les invité a que se sentaran, pedí unos
refrescos y Constant un Pernod con hielo y agua muy
fría.

Mi colaborador expuso verbalmente y síntetizado
el currículum de los dos hombres que tenía delante,
usaba un tono de voz moderado, aunque no había nadie
cercano a donde nos hallábamos era prudente no alzar la
voz.

Gallard estaba asignado al servicio de
información del Estado Mayor, lo cual significaba que por
sus manos pasaban la mayor parte de informes y comunicados
secretos, una gran fuente informativa, todos los ejércitos
del mundo poseen su propio cuerpo de inteligencia independiente
del gubernamental.

Lalan, era un militar con el grado de coronel en la
reserva, estaba recientemente jubilado en contra de su voluntad,
puesto que se sentía todavía en perfectas
condiciones para el ejercicio de su profesión de toda la
vida, estaba realmente molesto con los que habían sido sus
superiores por no haber tenido en cuenta su brillante hoja de
servicios y haberlo puesto de patitas en la calle sin miramientos
ni explicaciones, eso si, con una sustanciosa paga mensual de por
vida, que le permitiría vivir con excelentes comodidades.
Pero Lalan era hombre que había nacido para ser militar y
lo llevaba en la piel. A medida que conversábamos era cada
vez más hablador, sin embargo Gallard era más
reservado, medía muy bien las palabras que iba a soltar y
estaba siempre en guardia.

Durante la conversación pude comprobar que
Constant era muy bien considerado y respetado por sus dos viejos
camaradas, de lo que me alegré ya que facilitaba que ambos
personajes fueran tomando confianza de mi presencia gracias a
haber sido presentado por Constant.

En un momento de la conversación mi colaborador
sin especificar excesivamente les dijo que yo colaboraba con un
departamento de información del gobierno. Que mi presencia
en el norte de África era por la misión que me
había sido asignada. Les informó de que me
había sido encomendada una delicada misión y que
solicitaba de ellos la máxima colaboración posible
por el bien de la patria, dijo esto último poniendo cierto
énfasis en sus palabras, quizás para apelar al
patriotismo de sus dos camaradas.

En este punto intervine para resaltarles que la
nación estaba pasando unos momentos muy difíciles
que ninguno de los presentes ignoraba, y que una de las grandes
preocupaciones eran los actos terroristas que venían
sucediéndose con cierta frecuencia tanto en territorio
francés como en la propia Argelia, se conocían la
mayoría de las autorías de los actos terroristas,
la OAS, organización que todo el mundo comentaba que
estaba formada por antiguos militares franceses arraigados
fuertemente al país y que rechazaban la posibilidad de que
la metrópoli diera la independencia a los
argelinos.

Me detuve unos instantes para valorar la reacción
de ambos. Lo hicieron como esperaba, tal y como Constant me
había informado, eran dos patriotas y como tales estaban
preocupados por la situación.

De un modo algo velado les reafirmé que era un
funcionario estatal con una misión concreta a llevar a
cabo. Noté que el haberme de algún modo sincerado
con ellos les agradó y comenzaron a ser más
participativos en la conversación.

Lalán, quizás el más directo de los
dos, me preguntó: -monsieur, exactamente
¿qué precisa usted de nosotros?-.

Medité muy bien lo que le iba a responder,
debía ser muy cauto, a pesar de que me eran recomendados
por Constant y que con toda seguridad que éste los
habría seleccionado muy bien.

Les expliqué los temores que París
tenía de la posible preparación de un eventual
atentado en Francia de gran envergadura y resonancia mundial. Les
Informé también de que parecía que
éste quizás pudiera ser llevarlo a cabo por un
grupo o por una persona a la que llamaban provisionalmente
Alfil, por haber sido detectado este nombre en varios
comunicados interceptados por los servicios secretos
británicos, pero cuya naturaleza y origen les era
absolutamente desconocido.

Los tres me escuchaban atentos y en silencio, casi sin
parpadear, Lalán fue el primero en hablar:

-Ahora recuerdo que hace unos días me
encontré en una cafetería al coronel Lacroix,
estuvimos charlando un buen rato, Lacroix fue ascendido al grado
de coronel cuando yo me jubilé, lo había tenido de
comandante en mi compañía algunos años, y me
tiene en gran estima. Es hombre de acción, muy inquieto y
aunque no lo confiesa simpatiza con algunos de los que no desean
que Argelia obtenga la independencia, pero hablando con él
uno adivina esta inclinación con los camaradas que
llamaría reticentes a la independencia-.

-¿Crees que podrías obtener alguna
información que pudiera darnos alguna pista?-.

-No se, pero puedo intentarlo. Voy a llamarle esta tarde
y veré de reunirme con él y sonsacarle
información-.

Estuvimos hablando casi dos horas más,
logré de ellos la palabra de que toda información
que obtuvieran y no perjudicara a sus compañeros me la
facilitarían. Envié un informe a París en el
que les explicaba el esperanzador e interesante contacto
realizado.

Capítulo
16

Me anticipé a la llegada del doctor y le
esperé fuera de la salita en la que nos hallábamos,
deseaba tener una conversación sincera y sin la presencia
de los padres de mi joven amiga.

No tuve que aguardar demasiado tiempo, abordé al
doctor cogiéndole del brazo y me situé frente a el.
Le rogué que por favor me hablara con absoluta confianza
y, me diera su impresión sobre el estado real de la
enfermedad por la que mi amiga Odette se
debatía.

Se quedó unos instantes pensativo y cabizbajo,
luego levantó la cabeza y me miró a los ojos
diciéndome: -en confianza, le diré que la
señorita tiene muy pocas esperanzas de vida, en su estado
la ciencia ya nada puede hacer por ella-.

-¿Pero no hay la más mínima
posibilidad de…? -balbucí.

-Si usted es católico señor, solo puede
rezar para que la Divina Providencia obre un milagro-, me
respondió con semblante grave.

-¿Cuánto tiempo de esperanza de vida le
queda?-, pregunté temeroso.

-No es fácil pronosticar el tiempo, pero dado a
lo avanzado de su enfermedad, pudieran ser unos pocos meses, tal
vez semanas, no es fácil adivinarlo con
propiedad-.

Le di las gracias al doctor por su sinceridad y me fui a
la salita en la que estaban André y los padres de Odette.
La verdad es que no sabía que hacer ni que decirles a
aquellas buenas personas, sentía un gran dolor dentro de
mi al pensar que un ser tan joven y válido se iba de
nuestro lado, era como una flor de primavera que se moría
lentamente. Me vinieron a la mente las imágenes de una
Odette, alegre, contenta, dedicada a su pasión, la
pintura, festejando sus éxitos con nosotros dos, con unos
pastelitos y un humeante café en la buhardilla de
París. Lo feliz que se sintió la noche que le di
cobijo en mi apartamento y su inocencia al traerme el cuadro que
yo había adquirido para poder obtener dinero que le
permitiera saldar sus cuentas con el casero, y ahora en cualquier
momento, su alma, se iba a desvanecer como el humo de un pitillo
que se cuela silenciosamente por una pequeña rendija,
privándonos de gozar de su entusiasmo y de la frescura de
su vida.

Me acerqué a André que estaba sentado en
una silla cerca de una ventana, como pude y, en voz baja,
aprovechando que los padres de Odette se habían ausentado
por unos instantes para ir a los aseos, le puse a André al
corriente de mi conversación con el doctor y de las nulas
esperanzas que éste me había dado.

Repentinamente entró a la salita una enfermera
preguntando por los padres de Odette, le dijimos que se
habían ido a los aseos, pero la cara de la enfermera
delataba que algo grave ocurría, le pregunté
qué deseaba y ella me respondió
preguntándome si éramos familiares. No
necesité más, aquella mujer con su pregunta acaba
de decirnos que Odette nos había dejado para
siempre.

Con André nos quedamos hasta que el cuerpo de
Odette fue sepultado en la tumba familiar. Al abandonar la ciudad
nos embargaba la tristeza y el dolor de haber perdido una sincera
y leal amiga…..

Capítulo
17

Regresé de Argel bastante esperanzado, los
contactos no podían ser más adecuados para la
misión que me había sido encomendada.

En la recepción del hotel me dieron una nota de
un "cliente" solicitándome que le contactara. Yo ya
sabía que este "cliente" era la contraseña para que
me comunicara con la legación diplomática de mi
país en Rabat, opté por ir después del
almuerzo, intentaba utilizar el teléfono cuanto menos me
fuera posible, no me fiaba de nadie, ya que el servicio secreto
de la policía marroquí espiaba hasta el aire,
tenían confidentes por todas partes. Se decía que
quien entraba en uno de sus calabozos, no solía salir por
su propio pie, la crueldad con que trataban a los que
sometían a interrogatorio corría por todos los
mentideros diplomáticos. Debía ser sumamente cauto
y procurar pasar lo más desapercibido posible.

Llevaba unos días observando que en el hall del
hotel en el que me hospedaba, había siempre un individuo
leyendo el periódico ocupando siempre el mismo lugar, sin
embargo no siempre era la misma persona. Tuve la impresión
de que se podía tratar de un policía y que
precisamente estaba vigilando todos mis movimientos.

Por la tarde me desplacé al consulado para ver
que es lo que el "cliente" deseaba. Fui andando, a pesar de que
había una buena distancia, pero necesitaba andar y de paso
podría apreciar mejor si me estaban siguiendo.

Al salir del ascensor, fije mi vista en el rincón
en el que solía estar el hombre del periódico.
Efectivamente allí estaba puntualmente, dejé la
llave de la habitación en el mostrador de recepción
y salí, pero había preconcebido una estratagema
para comprobar si los marroquíes estaban
sometiéndome a vigilancia. Salí y después de
andar unos pocos pasos, giré en redondo y regresé
al hotel, me crucé con el hombre del periódico en
la puerta de éste en el mismo instante que el salía
caminando algo precipitadamente. Ya no tenía la menor duda
de que estaba sometido a vigilancia.

Caminé casi cuarenta y cinco minutos hasta llegar
a la legación diplomática, por el camino,
procuré observar discretamente si era seguido por el
individuo del periódico o por alguien más, no puede
observar nada anómalo, y si lo estaban haciendo debo
felicitarles por la efectividad del medio utilizado para que no
pudiera darme cuenta.

En el consulado me entregaron un sobre cerrado y
lacrado, con el me trasladé a la salita en la que siempre
me encerraba para poder leer los mensajes que me eran remitidos
desde París. En esta ocasión me daban
información sobre los nuevos contactos efectuados por
mediación de monsieur Constant. Tanto de uno como de otro
me decían que estaban en principio "limpios" de sospecha,
lo cual representaba que podía confiar en ellos. Me
apremiaban también a que investigara sobre Alfil,
me confirmaban de nuevo que habían obtenido noticias de
que en Argel se estaba gestando algo muy grande. Nada
más.

Al abandonar la legación diplomática, me
crucé en la escalinata de salida con un individuo cuyo
rostro me fue por un momento familiar. Me quedé al final
de la escalinata mirando a la puerta y vi extrañado que
entraba, me quedé muy desconcertado, no tenía duda
que era uno de los individuos que estaban apostados en el hall
del hotel.

Subí de nuevo la escalinata y entré en la
recepción del consulado, el personaje no estaba
allí, solicité al funcionario de recepción
que le solicitara al señor cónsul si tenía
un momento para recibirme, éste gestionó mi
solicitar y al colgar el teléfono me dijo que podía
subir a la primera planta que me aguardaba el señor
cónsul en su despacho.

Me llevé una sorpresa al ver al individuo del
periódico sentado en una butaquita junto a la mesa de
trabajo del cónsul, monsieur Vincent de Beiron.

Este observó mi sorpresa, que era casi imposible
disimularla, sonriendo me dijo,: -acérquese, le presento a
su ángel tutelar-, dijo esto señalando al
personaje, que se levantó para estrecharme la mano y
volvió a ocupar la butaquita en la que se hallaba. Con un
gesto monsieur Beiron me señaló otra butaca y
tomé asiento. Todavía no salía de mi
incredulidad.

-Veo que parece usted extrañado por la presencia
del funcionario de esta legación-, me dijo el señor
cónsul. –Hace unos días recibí de
París instrucciones para que le pusiera un hombre de
nuestra confianza cerca de usted, con el fin de que fuera un
elemento de protección y ayuda para usted, me recomendaron
que este trabajo se efectuara en el más puro
anonimato-.

La explicación de monsieur Beiron me sacó
de la duda, pero me dio que pensar, quizás París
considere que puedo correr algún riesgo en la
misión encomendada y por este motivo destinaron a este
hombre a cubrir mis espaldas.

-No deben preocuparse, yo seguiré actuando como
si nada hubiese sucedido, sigan con su misión y yo
continuaré mi programa, pero agradezco mucho la cobertura
que se me facilita-.

En esta ocasión tomé un taxi para regresar
al hotel, dejé una de mis tarjetas comerciales en la
casilla de mi colaborador Constant, como señal de que le
indicaba que necesitaba verme con el.

Bajé al comedor y vi en una esquina cenando a
Constant, me hizo una seña con la cabeza dándome a
entender que había recibido el aviso.

Finalizada la cena fui a por el ascensor, en una esquina
del hall había otra vez un hombre leyendo el
periódico, hice como el que no lo ha visto y subí
al ascensor. Llamé por teléfono al bar del hotel
para que me subieran dos cafés y una copa de
Armagnac.

Constant no tardó demasiado en llamar a la
puerta, le abrí, llevaba en la mano un humeante cigarro
habano ya prendido. Nos acomodamos en la terracita que daba a mi
habitación, corría un poco de brisa que era un
alivio después de haber soportado el calor del
día.

Le expliqué a monsieur Constant las
órdenes que había recibido de París
referentes a Alfil, se quedó unos momentos
pensativo, se levantó y me pidió permiso para
utilizar el teléfono. En breves momentos comenzó a
hablar en patois, dialecto que se habla en algunos
lugares de la Costa Azul, guarda cierto parecido con su idioma
madre, el francés, tiene también algo de italiano y
muchas palabras cuyo origen probablemente sean medievales. Pude
entender algo de lo que decía, pues mis veraneos
familiares en Niza me habían dado la oportunidad de
oírle hablar a algunos campesinos y pescadores de los
pueblos cercanos. Creo que conversaba con alguien del país
vecino. No estuvo más de tres minutos. Colgó el
teléfono y me dijo: -Mañana regreso a Argel, desde
allí le llamaré, voy hacer una gestión a muy
alto nivel, será muy delicada y quizás hasta
arriesgada. Prendió de nuevo el cigarro habano que se le
había apagado y se lo fumó tranquilamente mientras
conversábamos sobre nuestro país y mil cosas
banales.

A la mañana siguiente fui temprano a la oficina
que había alquilado en el mismo centro de la ciudad, era
una zona muy popular, llena de tiendas y oficinas con el famoso
bazaar también muy cerca, lo cual le daba el doble
carácter de modernidad y la tradición popular
árabe, una zona bulliciosa, llena de vida con vendedores
ambulantes que vendía de todo.

Recogí la correspondencia que tenía en el
buzón de correos, contenía unas seis o siete cartas
que sin mirarlas puse en el bolsillo de la chaqueta. No
subí directamente a la segunda planta que era donde se
hallaba mi pequeña oficina, entré en una
cafetería que estaba al otro lado de la calle justo
enfrente del edificio, me aposenté junto a una mesita
situada en la acera, casi a la entrada del local, desde
allí podía ver con bastante facilidad quien entraba
y salida del edificio. Pedí al camarero un té con
menta bien frío, que en un instante me lo puso sobre la
mesa acompañado de un platito que contenía unos
cuantos dátiles muy maduros que resultaron ser deliciosos.
Marruecos y quizás Túnez son las dos ciudades del
mundo islámico probablemente más europeizadas
además de Egipto, una buena parte de las mujeres lucen
ropas occidentales aunque siempre con un toque árabe que
las distingue de las europeas.

Pasó un muchacho algo desarrapado con los mocos
que le asomaban por los orificios de la nariz, el pelo de la
cabeza rapado al cero ofreciendo a gritos periódicos
franceses y marroquíes, le adquirí Le
Monde
y France Soir, versiones especiales editadas
para Marruecos y Argelia, en ellos una buena parte de sus
noticias y artículos estaban destinados al lector local,
mientras el resto trataba sobre la metrópoli.

Llamé al camarero para pagarle la cuenta, era un
hombre amable que hablaba un francés regular, pero de
trato sumamente servicial. Le dejé en el platillo el
importe y una buena propina. Al levantarme para cruzar la calle,
oí a mis espaldas;: -monsieur, monsieur, -, me di la
vuelta y era el voluntarioso camarero que me llamaba para darme
uno de los periódicos que le había adquirido al
muchacho y que había olvidado en una de las sillas. Le di
las gracias y correspondí con una sonrisa a su amabilidad,
el hombrecillo se me acercó algo más y me dijo: –
monsieur, excuse mi atrevimiento, pero ¿necesita usted por
casualidad una secretaria?-.

Quedé algo sorprendido, rápidamente
pensé que podría ser muy conveniente tener alguien
que cuidara de la oficina en mi ausencia, y al mismo tiempo
daría una mejor imagen cara a los que muy probablemente
estaban controlando mis movimientos en el país.
–Pues es posible que si pueda necesitar de una secretaria,
pero no dispongo de mucho dinero para poder pagar un generoso
sueldo-.

-No importa monsieur, se trata de mi hija que ha
finalizado sus estudios de bachillerato y no encuentra trabajo,
le cobraría poco dinero-, me dijo mientras con los dedos
pulgar e índice hacía el movimiento que indica
dinero.

-Déjeme que lo piense, luego más tarde le
diré algo-.

-Gracias monsieur, gracias-, me dijo mientras se alejaba
y entraba en la cafetería de nuevo.

Subí a la oficina, abrí todas ventanas,
olía a cerrado y los muebles estaban algo polvorientos. El
aspecto de aquella pieza era francamente lamentable, y la verdad
es que yo no tenía ningunas ganas de ponerme a efectuar
trabajos caseros. Decidí, incorporar una secretaria que
además de hacer de tal, mantuviera aseada la oficina, por
lo que bajé de nuevo y fui a por el camarero.

El hombrecillo estaba sirviendo en una de las mesitas
del exterior de la cafetería, en cuanto me vio se
acercó solícito. -¿Su hija podría
incorporarse hoy mismo al trabajo?-, le
pregunté.

-Ahora mismo la aviso, si está en casa, en diez
minutos estará aquí monsieur, no vivimos lejos de
aquí-.

Efectivamente, en menos de quince minutos una muchacha
de unos dieciocho años, espigada y delgadita que
vestía a la europea, aunque llevaba el pelo cubierto por
el clásico chador , estaba frente a mi. –Me
llamo, Fátima-, me dijo con tímida y suave voz que
casi no se oía, la pedí que se sentara en la
única silla que tenía al otro lado de mi mesa de
trabajo.

Me quité la chaqueta y aflojé un poco el
nudo de la corbata, hacía bastante calor y el sol entraba
a raudales por el ventanal que tenía a mi espalda. Con una
ligera sonrisa para animarla, le dije que me escribiera en una
cuartilla y un bolígrafo que le entregué, su
currículum abreviado.

En menos de cinco minutos me entregó la cuartilla
escrita manualmente con una letra muy correcta y perfectamente
legible, en ella decía ser poseedora del título de
bachiller superior, hablaba y escribía francés muy
correctamente además del árabe, y chapurreaba algo
de inglés y español. Había hecho
también unos cursos de mecanografía y
taquigrafía. Decía tener poco más de diez y
siete años, aunque aparentaba tener algunos
más.

Me agradó su currículum y la empleé
provisionalmente por unos cuatro mil dinhars mensuales,
cantidad que le satisfizo.

En la oficina no disponía de máquina de
escribir, le di un dinero para que fuera a comprar unos cuantos
utensilios de limpieza y dedicara su primera actividad en asear
la oficina, en el entretanto yo iba a comprar una máquina
de escribir.

Dos horas más tarde subía cargado hasta
los topes a la oficina, al abrir la puerta creí haberme
equivocado, pues mi nueva secretaria, Fátima, había
transformado la pieza. Además de efectuar una limpieza a
fondo, puso sobre la mesa un jarroncito de barro fino que
había comprado y unas flores que daban otro aspecto al
lugar. –Creo haber hecho una buena adquisición con
esta muchacha-, me repetí.

Saqué de la caja la máquina de escribir,
un paquete de hojas de papel blanco, papel de calco,
lápices, bolígrafos, rollos de recambio de cintas
de escribir y demás enseres propios de oficina adquiridos
en una papelería del bazaar.

Inmediatamente Fátima, sin que yo la dijera nada
colocó cada una de las cosas en su sitio oportuno. Cada
vez estaba más convencido de haber efectuado un excelente
fichaje.

Con el fin de comprobar su habilidad en la escritura, la
dije que iba a dictarle una carta y que en lugar de tomarla en
taquigrafía, que lo efectuara directamente a
máquina.

-¿Cuánta copias precisará usted
monsieur?-.

-Una solamente-.

Inicié el dictado ligeramente pausado, vi que se
desenvolvía bastante bien, sin necesidad de tener que
repetirle ninguna palabra, luego seguí dictando con algo
más de velocidad, y finalmente a una velocidad propia de
una conversación. Al finalizar sacó el original y
la copia del tabulador de la máquina y me lo
entregó.

Ni una falta de ortografía, ni tachaduras,
además del texto perfectamente centrado en el papel.
Quedé sumamente impresionado, lo cual me acabó de
reafirmar mi acierto en contar con los servicios de esta
tímida pero efectiva muchacha.

Capítulo
18

André y yo regresamos a Paris consternados, nos
parecía imposible que nuestra joven amiga Odette hubiese
fallecido, que se hubiese desvanecido con la misma rapidez que lo
hace el humo de un cigarrillo, sin duda la íbamos a echar
mucho de menos, la buhardilla no iba a ser nunca más lo
que fue durante los meses en que ella la había habitado,
estaba llena de alegría y luminosidad, en adelante, no iba
a ser lo mismo…..

Llamé por teléfono a Phil para comunicarle
la tragedia. Mi amigo del alma no daba crédito a la
noticia. –Mira, vengo a por ti y nos vamos los tres a
almorzar a un restaurante que me han recomendado en Montparnas,
con entristecernos no vamos a resucitarla-, su frivolidad
parecía cruel de su parte, pero era muy distinto, Phil
trataba con ello despejarme la mente y evitar que entrara en una
etapa depresiva que en nada me hubiese favorecido.

-Bien te aguardamos-, le dije.

Fui a sentarme a mi butaca favorita con vistas a la
plaza del Trocadero y la cúspide de la torre Effiel.
Estaba agotado física y mentalmente, me entró
somnolencia, pero rechacé dormirme, para distraerme me
puse a pensar en sucesos vividos con Phillipe cuando
todavía éramos bastante jóvenes. Me vino a
la memoria un viaje a Roma que efectuamos en el año
1962.

Por aquellas fecha Phil tenía contratados un par
de conciertos en esta deliciosa y bella siempre sorprendente
ciudad, nos hospedamos en el Hotel Royal, muy cercano a la Piazza
Navona, una ubicación perfecta para nosotros. Phil
procedía de Budapest, donde había dado unos
conciertos un par de días antes, yo me desplacé
desde Niza en tren hasta Milán y en el mismo medio de
transporte hasta la estación Termini de Roma, no
tenía ninguna prisa, estaba de vacaciones, podía
permitirme el lujo de viajar en un medio de transporte menos
rápido, pero más seguro que el avión.
Curiosamente en el vagón restaurante del tren que me
llevaba a Roma, entablé conversación con un
elegante caballero con el que compartí mesa, según
me dijo, llevaba dos días y sus correspondientes noches
viajando en tren, procedía de Helsinky, hablaba un
inglés fluido casi perfecto, tenía modales
refinados y vestía con un toque de
distinción.

Hablamos de nuestros respectivos países,
observé que conocía bien París y otras
ciudades del mundo, lo que me indicaba que era un hombre que
había viajado mucho, un hombre mundano, no era
fácil determinar su edad, aparentaba no superar los
cincuenta años, aunque quizás tuviera más,
pero su porte y vestimenta muy actual, hacían que uno
dudara, pero no alcanzaba a adivinar cual sería su
profesión, podía pasar por un hombre de negocios, o
quizás un escritor, no me atrevía a preguntarle
directamente por su ocupación, tenía unas manos muy
estilizadas y blancas, pensé en que quizás fuera
pianista, pues me recordaban a las de mi amigo Phil, de todos
modos no me pareció oportuno hacerlo. Me tenía
intrigado, pero opté por no hacer caso a mi
curiosidad.

Por mi parte le conté que estaba en viaje de
vacaciones y me desplazaba a Roma para encontrarme con un amigo y
para pasar unos días en su compañía,
añadí que viajaba en tren por que el avión
me causaba cierto respeto.

-¿Le agrada a usted la compañía de
los hombres?-, me lanzó la pregunta con toda naturalidad,
sin parpadear.

Me quedé mudo de sorpresa por lo inesperado de la
pregunta, jamás pensé que alguien pudiera hacerme
una pregunta de esta índole sin haber tenido un previo
atisbo de amistad. Balbuceé no se que, algo inteligible,
pero seguro que no dije nada conexo. Creo que el hombre se dio
cuenta de mi atolondramiento y con toda naturalidad me dijo: -no
debe usted preocuparle mi pregunta, en mi país es algo muy
natural que dos seres del mismo género se amen y vivan
juntos, no por eso dejan de ser seres humanos-.

Aspiré profundamente, necesitaba aire, me
tomé unos segundos para coordinar lo que iba a
responderle, y me puse a mirar fugazmente por la ventanilla del
vagón como si tuviera interés en ver el paisaje,
aunque tenía ganas de levantarme y salir a toda prisa del
vagón restaurante y dejarle allí plantado.
Finalmente opté por decirle: -En mi país, su
pregunta podría sonar impertinente monsieur, a pesar de
que los franceses somos en general bastante liberales y
tolerantes en lo que al sexo y sus relaciones se refiere, este
tipo de relaciones no están perseguidas por el estado,
pero en general, no es una situación demasiado bien vista
por la sociedad. ¿Por qué me lo pregunta?-, le
dije, ya ahora algo más recuperado de la sorpresa y con
cierto aplomo.

-Oh, siento que le haya podido importunar con mis
palabras, nada más lejos de ello, no era mi
intención, simplemente al decirme usted que iba a pasar
unos días con un amigo, se me ocurrió que
quizás usted fuera como yo-, dijo llanamente
excusándose.

-¿Cómo usted, ha dicho?-.

-Si, eso dije, soy bisexual, y de ello he hecho mi
profesión, acompaño señoras o también
caballeros, indistintamente, esta es mi manera de vivir, ahora me
desplazo a Roma por que tengo una cita con un caballero de la
vieja nobleza romana que ha solicitado mis servicios de
compañía-, dijo todo esto con la misma naturalidad
con que se había dirigido a mi, como si
estuviéramos hablando sobre arte o deportes.

-Pues la verdad monsieur……estoy
sorprendido, y le ruego me disculpe, es la primera vez que me
tropiezo con un caso de su profesión-.

-No tiene importancia, disculpe por no haberme
presentado, me llamo Paavo Nooli, como ya habrá adivinado
soy finlandés, nacido en Helsinky, de padres
protestantes.

Ya recuperado de la sorpresa, le respondí
presentándome: -Soy parisino, me llamo Alain, nací
en el seno de una familia de industriales, de religión
católica y pertenezco al cuerpo diplomático
francés-.

-Entonces es un honor para mi viajar en la
compañía de alguien que muy probablemente
algún día será embajador de su país-,
dijo sonriendo y mostrando una hilera de perfecta y blanca
dentadura.

-Todo se dará, pero primero debo hacer los
méritos necesarios para lograrlo-, de dije.

El tren se desplazaba a bastante velocidad, pero el
sistema ferroviario italiano no era ni por asomo como el
francés. En mi país, tanto las vías como los
vagones estaban mejor cuidados y el viajero francés lo
apreciaba y se sentía orgulloso de su SNCF.
Acabábamos de pasar velozmente por una estación
pero no me dio tiempo de leer el cartel de la población,
pero por el tiempo que llevábamos desde que partimos de
Milán calculé que deberíamos estar casi a la
mitad del camino para llegar a Roma.

Paavo me alargó una tarjeta suya, de su domicilio
en Helsinky, en la que anotó varios teléfonos, -si
alguna vez viene usted a mi país, allí tiene usted
su casa-, me dijo mientras me la entregaba.

Yo no llevaba ninguna mía, me las había
dejado en Niza, pero él se anotó mis datos y
teléfonos en una de las suyas.

Seguimos charlando bastante tiempo, quizás
más de dos horas, hasta que uno de los camareros
anunció en voz alta la proximidad de la Estazione
Termini
.

Me despedí del improvisado y sorprendente
compañero de viaje finlandés algo precipitadamente
y fui a mi compartimento para recoger la maleta y una bolsa
auxiliar.

Sorteando como pude el bullicio de pasajeros que
transitaban por la estación, alcancé entre el
bullicio, a tomar un taxi para que me llevara al hotel, pronto me
di cuenta que el taxista iba dando un rodeo por la ciudad, no
quise decirle nada, no importaba, estaba de vacaciones y sin
ganas de entablar una discusión, deambular por Roma es en
todo momento una grata aventura donde uno puede encontrarse con
lo más imprevisible, es una ciudad donde siempre se
descubre algo nuevo. Al acercarnos a la barroca fontana de Trevi,
le pedí que se detuviera, deseaba contemplarla de nuevo,
tanta belleza junta, era un placer para los sentidos.
Recordé haber leído en una ocasión que con
anterioridad a su construcción, había allí
un acueducto que suministraba agua fresca a los romanos, 19
años antes del nacimiento de Cristo. Debe su nombre a que
se halla justo en el cruce de tres calles, en italiano tre
vie
, por ello la llamaron la fontana de Trevi. En el fondo
del estanque centelleaban centenares de monedas que cada una
representaba un deseo de quien la había tirado con la
esperanza de que éste se cumpliera. Una joven pareja
mientras se besaban abrazados dulcemente, lanzaban al
unísono una moneda que llevaba una buena parte de su alma
y anhelos futuros…

Algunos años más tarde Hollywood la hizo
mundialmente popular con una endulcorada película que
tituló Three coins in the fountain, en la que
contaba la historia de tres parejas enamoradas rodaba alrededor
de la fuente de las tre vie y que mi admirado Frank
Sinatra cantó y vendió millones de copias de la
música.

Me registré en el hotel, Phil todavía no
había llegado y aproveché para darme un paseo por
la próxima Piazza Navona, admiré una vez más
las fuentes y las perfectas y bellas estatuas cinceladas en el
níveo mármol de Massa-Carrara. Me senté en
el borde de la repisa de una de ellas, pues los bancos como
siempre, estaban abarrotados de turistas, pude ver como un par de
mozalbetes de mala catadura, que vestían y peinaban como
nuestros Teddy Boys parisinos, se aproximaban a dos
muchachas de innegable aspecto foráneo, uno de ellos se
situó delante de ellas interrumpiéndoles el paso,
mientras el otro aprovechando los momentos de indecisión
de ambas, introducía con gran maestría la mano
dentro del bolso de una de ellas, retirándola con absoluta
suavidad con una billetera y pasaporte en ella, éste
echó a correr, pero me bastó estirar una de mis
piernas para que se interrumpiera su carrera y fuera a caer de
bruces en el suelo a dos metros de mi, de un salto pisé la
billetera y el pasaporte al tiempo que le agarraba por una de sus
muñecas mientras se incorporaba, le retorcí el
brazo y se lo puse en la espalda, el chico bramaba y pedía
auxilio a su compañero, pero el otro al ver que la gente
se arremolinaba alrededor del que yo tenía asido con
fuerza, optó por correr en sentido contrario, por fortuna
una pareja de carabinieri se presentaron y poco tuve que
decirles, los dos pajaritos eran viejos conocidos de las
autoridades, eran simplemente rateros de tres al cuarto. Las dos
muchachas a las que había robado se acercaron para
recuperar sus valores, eran dos señoritas de nacionalidad
británica y en su agradecimiento me invitaron a cenar en
el restaurante La Dolce Vita, de la misma
piazza.

Como es natural, se sumó Phil, pues le
llamé al hotel y estaba recién llegado; -Muy pronto
comienzas amigo-, me dijo jocosamente.

Nos recogimos temprano al hotel, agradeciéndoles
a las dos simpáticas inglesitas su invitación,
Phillip tenía al día siguiente un concierto de
piano en el palacio del Quirinal, hoy sede del gobierno
italiano. Este magnífico palacio del siglo XVI, fue
mandado iniciar su construcción por el Papa Gregorio XIII
con el fin de que abrigara la sede Pontificia, el edificio fue
finalmente culminado en el siglo XVIII bajo el pontificado del
papa Clemente XIII, después que intervinieran varios
arquitectos de gran prestigio de la época.

En el espacioso patio interior del edificio, el llamado
patio de Honor, se había preparado el escenario
para que el virtuoso Phillip Lafurcade interpretara Chopin a las
autoridades gubernativas del país y sus invitados. Un
escenario muy especial para asistir al regalo del romanticismo
del pianista y compositor polaco interpretado por mi amigo de
toda la vida y del que me sentía muy orgulloso.

A la caída de la tarde vino a recogerle al hotel
un automóvil oficial, un Lancia muy
clásico que en menos de veinte minutos nos dejaba en la
puerta del Palazzo, nos recibió un elegante
caballero que luego supe que era el director de
protocolo.

El repertorio que Phil había preparado, se
abría con la Polonesa en la bemol Op.53, le
seguían las danzas Tarantela, L´Ecsosaises,
y el ballet de las Sílfides. Para la
ocasión Phillip se había vestido de frac y yo de
smoking, como mandan los cánones de estos eventos
sociales. Para entonces contábamos ambos con 37
años, en plenitud de vida y conocimientos,
¿qué más podíamos pedirle a la
vida?……

Al día siguiente Phillip me presentó un
"cuarteto de cuerda" femenino que nos deleitó con su
"música"·…

Capítulo
19

Almorzaba en el restaurante del hotel, cuando se me
acercó uno de los botones para decirme que tenía
una llamada telefónica. Era Constant. -Creo que
debería usted venir a Argel cuanto antes. Como le dije, he
tenido una entrevista a muy alto nivel, y he averiguado algo que
sería imprudente contarle por teléfono-.

-Ahora mismo tomo el primer vuelo, dígame a que
número puedo localizarle para darle la hora de mi
llegada-. Me dio un número que anoté en una
servilleta de papel y lo metí en uno de los bolsillos de
la chaqueta. Interrumpí el almuerzo y me acerqué a
una agencia de viajes próxima al hotel.

A la caída del sol, llamaba a Constant desde el
aeropuerto de llegada, me dio una dirección de la ciudad y
tomé un taxi, por cierto bastante desvencijado, que en
algo más de media hora me dejó en el domicilio que
Constant me había indicado.

A pesar de que la luz solar ya se ausentaba, pude ver
que el lugar estaba en un barrio nada elegante, parecía
ser un barrio de gente trabajadora o marginal, que olía a
rayos. Me abrió una mujer ataviada con la vestimenta
habitual del mundo islámico, solo que se expresaba en un
francés más que excelente, lo cual me
sorprendió. Me invitó a pasar a una sala bastante
espaciosa llena de alfombras en el suelo y grandes cojines y poco
iluminada, había además en el centro de la pieza,
una artística mesita baja, decorada con incrustaciones de
marfil, nácar y maderitas de distintas tonalidades que
artísticamente cubrían toda la superficie, me
llamó la atención un mueble de tanta belleza y
calidad en aquel peculiar lugar. La mujer me invitó a que
me sentara y se excusó por unos instantes, desapareciendo
por una de las puertas de la sala.

Un minuto después llamaban a la puerta y la misma
mujer fue a abrirla, en esta ocasión apareció
acompañada de Constant y un individuo que vestía
con ropas militares pero sin distintivos de rango.

Después de las oportunas presentaciones, Constant
tomó la palabra.

-Hamin, es un fiel amigo que tuve bajo mi mando durante
muchos años, en la actualidad es el hombre de confianza
del general Raymond Sardoniere. Le confieso, dentro del
más estricto secreto, que Hamin simpatiza con el
movimiento de la OAS, y mantiene contacto frecuente con ellos, yo
le he pedido la necesidad que usted tiene de saber que es o
quién es, Alfil. Después de mucho
conversar, me ha confesado que deseaba conocerle a usted
personalmente y que solo a usted le desvelaría este
secreto tan fielmente guardado por la
organización.

No dejó de sorprenderme que aquel hombre sin
conocerme, estuviera dispuesto a revelarme algo que la
organización llevaba con tanto secreto, pero dejé
que se explicara, ignoraba si iba a ser sincero o simplemente era
una trampa que se me estaba tendiendo. Procuré ser lo
más cauto posible.

-Me ha informado monsieur Constant que usted está
intentando descubrir quién es, Alfil-.

-Efectivamente-, respondí cauteloso.

Constant, permanecía callado, se diría que
a la expectativa de los acontecimientos.

-En París hay el convencimiento que se
está gestando un atentado que pueda tener gran
repercusión mundial, los servicios de información
nos han alertado de la posibilidad de que una persona o personas
a las que denominan Alfil, sean la cabeza ejecutora de
éste-, dije mirándole fijamente a los ojos para
poder apreciar su reacción.

Hamin miró a Constant y se quedó unos
instantes pensativo, dirigía su mirada a los pies, con lo
cual no pude sacar consecuencias de su reacción ante mi
pregunta.

Respiró profundamente y volvió a mirar a
Constant, este le hizo un casi imperceptible movimiento de cabeza
como si asintiera a lo que fuera a decir.

-No se si debo estar aquí y ni tan siquiera
explicarle nada, pero por la amistad que me une a Constant, le
diré únicamente que Alfil, que yo sepa, es
una sola persona, que no pertenece a la organización, ha
sido contratada para llevar a cabo un programa concreto y del que
desconozco los detalles, no tiene jefes que le dirijan ni
domicilio fijo conocido-.

-Pero ¿se puede saber su verdadero nombre?-,
pregunté.

-No, en absoluto, en realidad nadie lo sabe, solo quien
le contrató-, aquí Hamin se detuvo, dejó de
hablar y se encerró en un silencio.

Lo rompí para preguntar si al menos se
sabía la nacionalidad del individuo.

Hamin alzó la cabeza y miró de nuevo a
Constant, este asintió de nuevo con un movimiento
afirmativo de la cabeza.

-Solo se que es centroeuropeo, eslovaco creo, y en estos
momentos se halla en España, probablemente en Madrid-,
dijo esto como forzado, repentinamente sin decirnos nada, se
levantó y salió por una de las puertas de la
sala.

Constant y yo nos quedamos algo sorprendidos
mirándonos interrogativamente el uno al otro en silencio.
Lo rompió Constant; -Debe usted excusarle, ha hecho un
sobrehumano esfuerzo por venir aquí a contarle esto, sepa
que se juega la vida y quizás la de los suyos. He tenido
que presionarle mucho para llegar a esta consecuencia. Le
juré que esta entrevista quedaría en el más
puro anonimato, de hecho no se llama Hamin y ni tan siquiera
pertenece al ejército, sin embargo está en una
situación privilegiada para enterarse de muchas cosas que
suceden en el seno del ejército-.

No quise presionar más a mi interlocutor,
Constant había hecho lo que le pedí, ahora estaba
en una situación comprometida, me pidió que hiciera
el uso que debiera respecto a la información recibida,
pero que olvidara nombres y lugares, ya que cualquier
filtración podía representar la pérdida de
la vida.

Me levanté y le dije a Constant si quería
venir conmigo. Me respondió que se iba a quedar
allí todavía unos momentos, necesitaba hablar con
el llamado Hamin. –Nos veremos mañana en nuestro
hotel-, me dijo mientras me alargaba su mano.

Salí a la calle para tomar un taxi, ya
había anochecido, el lugar no era demasiado
céntrico además de estar poco iluminado, con lo
cual eché andar hasta una esquina cercana que daba a una
calle principal y algo mejor iluminada.

Había bastante de tráfico pero no pasaba
ningún taxi libre. Me di la vuelta para ver si
venía alguno desde el otro lado, y repentinamente me
pareció ver que de la puerta de la casa en la que
había estado, salían cuatro personas, la distancia
no me permitía poderlas distinguir con propiedad, pero dos
de ellas vestían como los nativos, los otros dos a la
europea.

La situación me dejó intrigado, me
acerqué lentamente, los cuatro personajes se habían
detenido a unos sesenta metros de donde yo me hallaba, por lo que
no podía oír la conversación y tan siquiera
distinguir sus caras a pesar de que se habían detenido
bajo un farol que a decir verdad iluminaba bien poco.

Procuré acercarme sin ser visto, lo hice pasando
entre los automóviles que estaban estacionados junto a la
acera, reduje la distancia a unos veinte metros, creí
identificar por sus ropas al tal Hamin, ahora sin la barba y el
bigote y, a Constant, pero los otros dos que iban vestidos a la
usanza islámica no me era posible identificarles, pero si
me sorprendió que hablaran entre ellos en
árabe.

Después de unos minutos de charla se despidieron
y cada uno se fue por lugares distintos.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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