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Historias y anécdotas de Venatore, el cazador (página 4)




Enviado por MANEL BATISTA



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Constant se acercó a su automóvil que
estaba estacionado un poco más allá,
permanecí unos instantes inmóvil, no fuera a ser
que me viera. En cuanto se hubo alejado lo suficiente, fui de
nuevo a la esquina en la que estuve y, la fortuna me trajo a los
pocos instantes un taxi al que le pedí que me llevara al
aeropuerto.

A mi llegada a Rabat fui directo a la legación
diplomática de mi país, necesitaba poder hablar
urgentemente por teléfono con París por un medio
seguro, en la embajada disponían de un sistema
telefónico blindado que ya había utilizado en
algunas ocasiones y que permitía hablar con absoluta
seguridad de no ser intervenida la
conversación.

Efectué la llamada desde el despacho que
utilizaba siempre que debía leer alguno de los informes o
instrucciones que me eran enviados desde la central.

París me felicitó por el resultado que
probablemente les abría un camino, aunque algo estrecho
para continuar la investigación. Me pidieron que me
trasladara a España y que desde allí aguardara
nuevas instrucciones, me dijeron que a través del servicio
de información español (CESID) tenían
noticias de que habían movimientos de personajes
todavía no identificados que se movían por las
ciudades de Madrid y Barcelona, probablemente pertenecientes a la
OAS, pero que ellos solo se limitaban en observarlos, ya que
habían entrado legalmente en el país y no
habían cometido ninguna clase de delito.

Avisé por teléfono a mi chofer para que
viniera a recogerme y me llevara al hotel. Por el camino
medité sobre la reunión mantenida en Argel y la
posterior y actitud de Constant, me tenía desconcertado la
extraña reunión con los tres individuos que mantuvo
este a la salida de la casa, y todavía más, que los
cuatro se expresaran en árabe, así se lo hice saber
a París pero no hicieron demasiado hincapié en este
detalle, solo me dijeron que anduviera con los ojos muy abiertos
y que no me fiara de nadie, ni tan siquiera de mi propia sombra,
esta fue exactamente la respuesta.

Por la mañana temprano, fui a la oficina para ver
si había algún mensaje de alguno de mis
"proveedores" de frutas. Fátima me entregó en una
carpeta algunos telex recibidos que despaché pronto, luego
saqué dinero del banco y le pagué dos meses
anticipados a mi secretaria, no sabía cuanto tiempo
podría durar mi viaje a España. Fui a la agencia de
viajes y saqué un billete de avión para Lisboa, y a
las 12,30 embarcaba. En el propio aeropuerto lisboeta
alquilé un automóvil Peugeot 404 con el que me
dirigí al paso fronterizo de Ciudad Rodrigo, primera
población que se encuentra en suelo español
después de cruzar la frontera.

Desgraciadamente el firme de las carreteras portuguesas
no es como las de mi país, son además de
accidentadas sumamente sinuosas debido a que la orografía
de la zona es muy abrupta e irregular. La fortuna fue mi aliada,
al llegar a la frontera española, era ya anochecido y
llovía a cántaros, baje la velocidad y a paso casi
de hormiga llegué a la caseta de los agentes carabineros,
debido a la lluvia que caía, el oficial de guardia al ver
que se trataba un vehículo de matrícula portuguesa
se limitó hacerme señas con la mano para que
siguiera y no comprobó mi identidad, hecho anormal, puesto
que en este país había una férrea dictadura
que ejercía un riguroso control de las personas que
cruzaban sus fronteras en cualquiera de los sentidos. Me detuve
en la ciudad de Salamanca, rechacé continuar por el mal
tiempo que requería una gran atención en la
conducción y estaba realmente agotado, en parte eran
culpables el estado de las carreteras portuguesas, aunque las
españolas solo las mejoraban ligeramente.

Dado a que era ya muy tarde, me detuve en un hotel de la
periferia de la ciudad. La adormilada recepcionista no
registró mi filiación, me dijo que ya la
tomaría por la mañana, por el momento había
entrado en territorio español sin conocimiento de las
autoridades. Desperté bastante temprano para seguir viaje
hasta Madrid, después de un abundante desayuno fui a
abonar la factura pero la recepcionista que me había
atendido a mi llegada acababa de cambiar su turno por el muchacho
que me entregaba la factura que le acababa de requerir. Me
acomodé detrás del volante y continué viaje
sin que todavía las autoridades españolas tuvieran
conocimiento de mi presencia en su territorio. Realmente, por
muchas razones, preferí que a sí fuera.

Capítulo
20

Entré a Madrid por la que llaman Puerta de
Hierro, no serían más de las doce y media. En una
gasolinera de la provincia de Ávila tuve la
precaución de comprar un plano de la ciudad que me dio un
excelente servicio, permitiéndome que pudiera moverme por
ella con bastante soltura. Madrid es una ciudad bastante
complicada para desplazarse por ella, el trazado de sus calles,
en especial en la llamada zona centro que en sus orígenes
no tuvo una urbanización demasiado bien planificada, a
excepción del conocido barrio de Salamanca cuya
ordenación urbanística fue efectuada por el insigne
urbanista y marqués que dio nombre a esta zona de la
ciudad.

Acerté encontrar un hotel próximo a
nuestra embajada, lo que me evitaba tener que moverme utilizando
el coche por una ciudad cuyo tráfico es realmente
anárquico. En esta ocasión la recepcionista me
solicitó el pasaporte y cumplimentó una de las
fichas que la policía les obliga rellenar con el fin de
poder controlar el movimiento de personas, muy propio de las
dictaduras.

Desde el hotel solicité por teléfono,
reunirme con el embajador. Después de un par de minutos la
secretaria mademoiselle Noël , me dio cita para las seis de
aquella misma tarde.

Salí a la calle y compré varios
periódicos locales. A la legua se adivinaba que la prensa
española estaba censurada o dirigida. Me senté en
la terraza de una cafetería de la calle Pintor Rosales
para leer y observar, el tiempo invitaba a ello.

Almorcé en el mismo lugar que además de
cafetería disponía también de restaurante,
era jueves y me sirvieron un típico cocido
madrileño, confieso que me complació largamente.
Los periódicos poca cosa decían, alguna noticia
suelta sobre la situación argelina y poco más sobre
el Magreb, la controlada y censurada prensa local, no era una
fuente informativa demasiado cabal. El tabú de
España.

A la hora indicada me dirigí a la embajada, la
puntualidad era en mi una devoción. Me identifiqué
como Gerard Rondel. Tuve que aguardar unos pocos minutos, vino a
buscarme mademoiselle Noël que me acompañó
hasta la puerta de la estancia en la que se hallaba el embajador,
monsieur Pierre Benoit de Chateauroux.

La acogida fue en principio algo fría, muy
educadamente me invitó a sentarme en el sofá de la
salita contigua a su despacho, llevaba en una mano un sobre
blanco sellado con lacre rojo, despidió fríamente a
su secretaria y nos quedamos solos uno frente al otro., el rostro
del embajador era de lo más inexpresivo que jamás
había visto. Me hizo entrega del sobre indicándome
que tenía instrucciones de París para que lo
abriera en su presencia.

Rompí el precinto y saqué de su interior
unas cuantas cuartillas mecanografiadas y cogidas en una esquina
con una grapa.

Las leí sin prisa, mientras pude ver que el
embajador me observaba atentamente. Entre varias consideraciones
se me instaba a que me pusiera a disposición del
embajador, dado que su "gente" tenía información
muy importante y tenía instrucciones concretas de
cómo actuar.

-Y bien, señor embajador, me informan, entre
otras consideraciones, que me ponga a su disposición,
estoy a sus órdenes-, le dije con suma cautela e
intentando no exteriorizar mi extrañeza.

-Verá señor Rondel, en nuestra
legación llevamos bastante tiempo trabajando a fondo sobre
la organización terrorista de la OAS, gracias a la buena
"convivencia" con el jefe de la policía de Madrid, tenemos
localizados a bastantes personajes de esta banda, sabemos que
algunos de sus dirigentes han abandonado Argel y se mueven por
España, especialmente en Madrid y Barcelona, este
última ciudad por su proximidad con nuestro país y
ser un lugar de paso, también Irún, en el
país vasco, es otro punto que trabajamos por la misma
razón. Gracias a los informes que usted ha ido enviando a
la Central, han sido un factor fundamental para que
pudiéramos progresar en nuestras pesquisas.

Ahora el encargo recibido para usted y para esta
embajada es localizar a Alfil a toda costa y eliminarlo
a cualquier precio-. –Tenemos localizados a varios de sus
dirigentes, extremistas de derechas y fascistas todos ellos,
sabemos que reciben ayuda de la policía y del propio
ejército desde Argelia, algunos de ellos son hombres
sobresalientes que dejaron el ejército para poder
desarrollar su actividad política contraria a la
república francesa, que al no poder con el General De
Gaulle, se auto exiliaron en el sur de Francia y algunos otros en
España. Aunque actúan con nombres falsos, conocemos
sus verdaderas identidades, entre los más significativos
están; Pierre Lagaillarde, Jaques Soustelle,
Jean Garden, Alain Sarrien y el más significativo
de todos y cabecilla, el general Raoul Salan,
responsables de la muerte de más de 1.500 personas entre
franceses y argelinos, la mayoría de ellos ejecutados en
el propio Argel, y enemigo mortal del general De
Gaulle.

Sin duda alguna estos personajes deben ser los que
contrataron a Alfil.

Mi interlocutor se levantó y fue a una de las
librerías que estaban adosadas a las paredes de la salita,
sacó uno de los libros y un sector de ella giró
sobre si misma, dejando al descubierto una caja fuerte empotrada
en la pared. Sacó de su interior un objeto envuelto en una
funda de cuero, lo depositó sobre la mesita que
había entre nosotros, -ábrala- me dijo.

Abrí el corchete metálico que hacía
de cierre y saqué de ella una pistola automática
Walther P38, perfectamente engrasada y oliendo al aceite que se
utiliza para la limpieza y mantenimiento del
armamento.

-Es un arma "limpia", úsela sin reparo cuando la
ocasión lo merezca, no tenga escrúpulo alguno en su
conciencia si se le presenta la ocasión, pero hay que
evitar que este Alfil penetre en territorio
francés y pueda ejecutar el plan por el que le hayan
contratado-, me dijo, -son las instrucciones recibidas desde
París esta misma mañana-.

Solicité al embajador que me permitiera utilizar
uno de los teléfonos blindados de la legación, me
alargó uno de su mesa, y se salió de la salita
donde nos hallábamos para que pudiera hablar con mayor
libertad.

Di detalle a mi jefe con toda propiedad de la
información obtenida en Argel y la extraña actitud
de mi contacto Constant. –Envíeme el informe escrito
por el medio de siempre, y coordine con el embajador la
búsqueda de este terrorista, el Presidente de la
República está muy preocupado por este asunto, no
hemos tenido más remedio que informarle, le pido el
máximo esfuerzo para resolver este asunto, la orden viene
ahora del propio presidente-.

Finalizada la conversación con París, se
me ocurrió llamar a Washington, mi tío Thierry, por
fortuna pudo atenderme inmediatamente. Después de los
saludos, le expuse la situación con todo el detalle que me
era posible.

-Hasta aquí nos han llegado noticias de la
situación general y del peligro que me has estado
contando, no es de extrañar que ello ocurra, y
máxime cuando se trata de la libertad de un país y
que desde dentro del mismo hay grupos que no desean esta
separación de la metrópoli. Se me ocurre que
podrías recurrir a unos amigos americanos que tengo en
España, pertenecen a la legación diplomática
de los EE.UU. en Madrid, figuran como agregados comerciales, pero
en realidad son funcionarios de la "Compañía", ya
sabes. Nos hemos hecho favores mutuos, quizás yo
más que ellos a mi, pero no importa, ahora podría
ser el momento de cobrármelos. Tómate nota de sus
nombres y teléfonos, aunque de todas maneras les voy a
llamar y les advertiré de tu contacto y del problema que
estás tratando, ellos disponen con toda seguridad de una
mayor información que nosotros, además me consta
que están muy bien vistos y respaldados por el
régimen de Franco, esta situación les permite
acceder a información privilegiada del servicio de
inteligencia, el CESID español-.

Agradecí a tío Thierry su ayuda y
tomé buena nota de los datos que me había
facilitado.

A continuación llamé a la embajada
americana, y solicité hablar con el agregado comercial
mister Frederick Ed Soudan, después de pasar por varios
filtros, se puso al aparato el personaje que mi tío
acababa de recomendarme. Por fortuna tío Thierry
había sido más rápido que yo y tuvo tiempo
de ponerle al corriente de mi llamada.

Francamente me atendió como esperaba, me
brindó toda su colaboración y quedamos encontrarnos
a última hora de la tarde en la cafetería Zahara de
la Gran Vía.

Regresé al hotel y me tumbé en la cama,
estaba fatigado y necesitaba meditar sobre el puzzle en que se
había convertido la búsqueda de Alfil.
Solo sabía que probablemente era alguien que trabajaba en
solitario, que quizás procedía de algún
país centroeuropeo, y que se hallaba en España, con
toda probabilidad entre Madrid o Barcelona y que tenía una
misión encargada que cumplir en territorio
francés.

A eso de las seis de la tarde me encaminé, con el
mapa de la ciudad en mano, a la Gran Vía en busca de la
cafetería que el americano me había indicado, no
fue difícil hallarla, pues es un local de considerables
dimensiones que se halla bastante cerca de la Plaza de
España. Aquella hora estaba muy concurrida, se palpaba un
ambiente bullicioso, elegí una de las pocas mesas que
estaban libres en un rincón del espacioso salón, se
olía fuertemente a tabaco y a café, y en el
ambiente se podía oír con toda claridad el ruido
que hacían las cucharillas removiendo el azúcar en
el vaso de cristal al que también se añadía
el de los platillos que los empleados se afanaban en lavar a mano
detrás del largo y asimétrico mostrador.

Mientras observaba el ir y venir de los camareros
sirviendo en las mesas, se me acercó un hombre que
vestía de traje obscuro alargándome la mano al
tiempo que me decía; -¿es usted el señor que
me ha llamado esta tarde por teléfono?-. No había
duda de que se trataba del personaje que esperaba, su fuerte
acento de inglés americano lo identificaban sin lugar a
dudas.

-¿Y usted es Frederick Ed Soudan?-.

-Efectivamente, y usted es el sobrino de mi amigo
Thierry, ¿cierto?

Sonreí y afirmé con la cabeza. Me dio un
fuerte apretón de manos y tomó asiento al otro lado
de la mesita, frente a mi.

A los pocos minutos de conversar, yo le llamaba Fred y
el a mi Gerard. Fred era un individuo de unos cuarenta y cinco
años, no demasiado alto, de rostro poco expresivo,
diría que su aspecto rayaba en una expresión algo
lúgubre, su piel era de un color algo cetrino, bien
podría haber pasado por un empleado de pompas
fúnebres, tenía en la cabeza abundante pelo negro
bastante rebelde, sus manos eran bastante grandes y fuertes, lo
había experimentado en el apretón que me dio al
saludarme.

Iniciamos la conversación hablando de la
relación que Fred tenía con mi tío, para
abocarse luego a la guerra fría entre su país y la
Unión Soviética. Ya entrados en materia le expuse
el motivo de mi presencia en Madrid. Pronto me di cuenta que
él sabía de mi y de mi misión más de
lo que yo imaginaba.

Fred casi nunca sonreía, y si lo hacía
parecía que le doliera el hígado o que soportaba
una úlcera en el estómago, probablemente por este
motivo su cara parecía tallada a cincel. Hablaba
pausadamente, como si analizara previamente la frase que iba a
soltar.

Bajando algo la voz, me dibujó a grandes rasgos
su actividad en España. Le unía una excelente
relación con los principales funcionarios del país,
que era igual a decir con los servicios de información. En
este caso España, a pesar de que habían pasado ya
unos veinte años de su guerra civil y el establecimiento
de la dictadura franquista, mantenía todavía un
férreo control de las personas, sus movimientos y
actividades, a todos los niveles y, a este banco de datos la
embajada americana tenía de un modo muy discreto acceso,
por este motivo mi tío me había introducido a
entrevistarme con la persona que llevaba estos asuntos en la
embajada de Madrid.

En aquellos años, España estaba plagada de
espías de las dos potencias, los americanos
disponían del favor de las autoridades y eran bien vistos,
por decirlo de una manera, representaban el anticomunismo al
igual que el gobierno español, los del otro bando
debía guardarse mucho de que conocieran su
ideología ya que eran perseguidos con saña, al
igual que los masones y judíos, pero con toda seguridad el
servicio de inteligencia español debía tener
controlados a bastantes de ellos, en especial de los que
trabajaban para Moscú, pero mientras no intoxicaran la
población y se limitaran a espiar a los del bando opuesto,
simplemente les observaban e indirectamente en ocasiones
quizás hasta se servían de ellos en determinadas
oportunidades.

En el sistema de información español,
tenían una vasta lista de confidentes; taxistas, carteros,
dependientes de comercios, y hasta algunos rateros de poca
monta.

-Tengo noticias de que vuestro gobierno está muy
preocupado por la amenaza de un terrorista solitario que al
parecer ha sido contratado para que perpetre un atentado de gran
dimensión en vuestro país-.

-Así es. Es una de las grandes preocupaciones que
nuestro departamento tiene entre manos, pero la
información que disponemos, no es lo suficiente evaluable
para podernos acercar al personaje que creemos han contratado los
dirigentes de la facción terrorista, sabemos muy poco de
ello. Se dice que es un individuo de origen centroeuropeo, que
trabaja solo y que al parecer está todavía en
España-.

Me quedé mirando a mi interlocutor para ver como
respondía, pero su rostro era impenetrable.

-Creo poder ayudarte-, me dijo.

El corazón me dio un vuelco, pero me
habían enseñado a no exteriorizar las emociones y
contuve el entusiasmo tanto como pude.

-Hace algunos días, mientras tomaba café
aquí mismo con un funcionario de la policía
estatal, me mostró una fotografía de un individuo y
me preguntó si le conocía. Era rubio, llevaba el
pelo largo y aparentaba tener alrededor de cuarenta años.
Le dije que no me sonaba su cara pero que si me ampliaba
información quizás pudiera ayudarle. Me dijo que
había entrado en España hacía cuatro
días, vino en avión desde Austria, no se le conoce
actividad alguna en la actualidad, quiero decir que no ha
mantenido ningún contacto con persona alguna, mi
confidente me dijo que suele acudir por las tardes al hotel Los
Galgos, lee algunos periódicos, toma una copa de vino no
habla con nadie y luego se marcha. No me dijo más, pero
pienso que quizás este pudiera ser tu hombre, ya que el
perfil se acerca al que por otros conductos habéis
averiguado-.

-Sería bueno poder acercarme a el y vigilar sus
movimientos y localizar donde se hospeda, quizás
así pudiéramos averiguar si se trata de lo que ando
buscando. En esta ocasión te agradecería me
acompañaras dado a que tu has tenido la oportunidad de ver
una fotografía suya, ¿te importa?-.

-En absoluto, si te parece vamos
allá-.

Tomamos un taxi que en pocos minutos nos dejó en
la misma puerta del hotel Los Galgos.

Fred me aconsejó separarnos, el entraría
primero, y yo le seguiría a una distancia prudencial,
acordamos que si el sujeto estaba allí, el americano
pasaría por el lado de éste y dejaría caer
un pitillo junto a sus pies y luego seguiría para
encontrarnos en la cafetería del mismo hotel.

Fred se dio un par de paseos por todo el lobby y nada,
ni rastro del hombre, yo le seguí con la vista a una
distancia de unos cinco metros, me hizo una seña con la
cabeza indicándome que le siguiera, se dirigió a la
cafetería para ver si estaba en alguna de las mesas de
allí, nada , aguardamos un buen rato recostados en la
barra de la cafetería tomando él un wishky y, yo un
Campari con hielo.

Después de una hora desistimos y decidimos
marcharnos. Al llegar a la cristalera giratoria, nos cruzamos con
una pareja que entraba, repentinamente Fred me cogió del
brazo y salimos fuera. –Este es el individuo que vi en la
fotografía, aquel que va acompañado de la muchacha
rubia con la cara tan pintarrajeada-, me dijo sin soltarme del
brazo y ayudándome a que me volviera para
verlo.

Me alegré y sentí que el corazón
había acelerado el ritmo.

-Vamos a observarles y cuando salgan les seguiremos, me
alegro que vayamos los dos por si separan podamos seguir a
ambos-.

En el lobby vi una tienda de souvenirs y
periódicos, me dirigí a ella con discreción,
para adquirir una cámara fotográfica de Kodak que
una vez usadas y revelado el contenido se tiran.

La pareja se había dirigido a la cafetería
de la planta baja y tomaron una mesa situada en un rincón.
Fred se posicionó estratégicamente en otra cercana
para ver si le era posible captar algunas palabras de la
conversación que mantenían, hablaban animadamente,
pero el hombre se le notaba que estaba pendiente de lo que le
rodeaba, yo me situé en uno de los taburetes de la barra a
unos tres metros de distancia de la pareja, disimuladamente
dispuse la cámara fotográfica para tratar de sacar
alguna fotografía de ambos en cuanto fuera posible, pero
no era fácil dado a que el sujeto parecía que
estuviera sospechando continuamente, Fred se dio cuenta de la
circunstancia, me hizo un guiño con el ojo, se
levantó y tropezó a propósito con la mesa de
sus vecinos, consiguiendo que uno de los vasos que tenían
sobre la mesa derramara algo del líquido
contenido.

La representación de Fred, fue digna del mejor
escenario teatral, excusándose y con el pañuelo
tratando de limpiarle la falda de la señorita, a pesar de
la oposición de ésta, momento que aproveché
para sacar un par de fotografías de ambos.

Finalmente todo se serenó y volvió a sus
cauces originales. Metí la cámara en el bolsillo de
la chaqueta y me fui al lobby para sentarme en una butaca, desde
allí podía controlar perfectamente las entradas y
salidas de la cafetería, no había otro acceso. Fred
se sentó de nuevo en la mesa que ocupaba antes del
"incidente" para seguir tomándose su whisky, no sin antes
ordenar a uno de los camareros que sirvieran a la señorita
de la cara pintada un nuevo servicio de la misma bebida que
tomaba antes del "derrame".

Casi una hora más tarde vi la pareja salir de la
cafetería y cruzar el lobby cogidos del brazo en
dirección a la puerta de salida. Me levanté
rápidamente y crucé la puerta al mismo tiempo que
ellos, lo que me permitió oír que hablaban en
alemán, pero con un acento que denotaba que no eran de
aquella nacionalidad. Torcieron a la derecha y echaron a andar
calle abajo, en dirección al Paseo de la Castellana,
procuraba seguirles a unos treinta metros de distancia, en una
ocasión me giré para ver si Fred nos seguía
y no alcancé a verle, con lo cual quedé
extrañado, sin embargo más adelante pude verle en
la acera opuesta, me hizo una señal de asentimiento con la
cabeza.

Comenzaba a anochecer, lo que me obligó a
acercarme algo más a ellos para no perderlos de vista. Al
llegar a la Castellana, torcieron a la derecha en
dirección a Cibeles, en este caso, y dado a la amplitud de
esta avenida a Fred se le hizo muy difícil seguirnos desde
el otro lado, cruzó y se puso a andar por el boulevar
más cercano a nuestra acera. En Cibeles doblaron a la
derecha y enfilaron la Gran Vía, iban conversando
animadamente lo que facilitaba nuestra labor de discreto
seguimiento.

A la altura de la plaza del Callao se metieron por las
callejas de detrás del edificio de la telefónica,
en la calle de la Ballesta se detuvieron frente una puerta y la
muchacha hurgó en el interior del bolso del que
sacó unas llaves, permanecí oculto en la sombra de
una esquina, comprobé que Fred también había
tomado una situación similar a la mía, entonces
eché a caminar en dirección a ellos para ver con
más precisión la puerta por la que en aquel momento
estaban entrando. Miré el número y lo
memoricé. La casa era vieja, de dos plantas, probablemente
tendría algo más de ochenta años desde que
fuera construida, me quedé frente a la puerta una vez la
cerraron y, no me pareció oír el ruido que suelen
hacer los ascensores, sin embargo oía las risas de la
muchacha, y por el tiempo que las oí calculé que
subían por la escalera al piso superior. Luego
regresé a la esquina donde se hallaba Fred.

-Bien, ya hemos localizado donde se aloja el hombre-,
dije.

-No corras tanto amigo-. Podría ser este el
domicilio de la muchacha, no se si te habrás dado cuenta
que quizás sea una prostituta que ha pillado esta tarde
por la calle y ahora han venido al "nidito" de amor de ella.
Vamos a esperar para ver si sale alguno de los dos.

Había en una de las esquinas una taberna con
cristalera que daba a este lado de la calle y que desde
allí permitía ver si alguien salía por
aquella puerta, optamos por una mesa que estaba pegada al
ventanal y allí fue pasando el tiempo mientras
conversábamos.

Dos horas y media después vimos salir al sujeto,
era ya muy obscuro y aquellas callejuelas estaban muy poco
iluminadas, de nuevo procedimos a seguirle con las mayores
precauciones, fue hasta la Gran Vía, la cruzó y se
metió en un pequeño hotel de la calle
Abada.

-Aquí es donde se hospeda este sujeto, ahora
vamos a saber su filiación-. Fred se fue a una cabina
telefónica cercana para efectuar una llamada, media hora
más tarde llegó un automóvil de la
policía, se bajó un agente que vestía una
arrugada gabardina ,saludó a Fred, este cruzó con
él unas palabras, luego me dijo que era un inspector de al
policía amigo. Al poco tiempo salió del
establecimiento y le entregó a Fred un papel escrito a
mano marchándose después de despedirse y mi amigo
darle las gracias. –Estoy en deuda contigo-, le
dijo.

Regresamos a la taberna para leer la nota, en ella
decía; Nombre: Vincenty Drozd, nacionalidad polaca, edad
47 años, raza blanca, suficiente para que
pudiéramos obtener información de los bancos de
datos de las policías europeas e Interpol.

-De todas maneras, no olvides que este hombre lo
más probable es que proceda de algún país
del Este y allí nadie tiene acceso a los archivos.
Mañana tan pronto llegue a la embajada enviaré
estos datos para que consulten los archivos del FBI y la
Compañía-.

-Haré lo mismo, enviaré estos a
París a la DGSE, para que los procesen. Quiero darte las
gracias por esta colaboración tan importante que me has
dado, no lo olvidaré.

Nos despedimos con un, hasta mañana.

A la mañana siguiente fui a un laboratorio
fotográfico que había visto bastante cerca del
hotel para que me revelaran las dos fotografías que le
había hecho al sujeto e incluirlas en el
informe.

Capítulo
21

Los días pasados en Roma fueron un bálsamo
para mi alma viajera, estaba de vacaciones después de un
par de duros años destinado en la ciudad de Argel en la
que se vivía en constante tensión y sobresalto.
Necesitaba relajarme y así fue.

De nuevo en París me reuní con la familia
para trasladarnos como todos los años a la Costa Azul, en
la casa que mis padres allí tenían. Este año
las cosas habían cambiado bastante; los vecinos que
teníamos habían vendido su casa y ahora estaba
ocupada por una acaudalada familia sudamericana, eran bastante
ruidosos y tenían la constante necesidad de ostentar sus
riquezas, hasta el punto que en ocasiones rayaban en la
más grande de las cursilerías.

Celebraban casi todos los días sonoras fiestas,
parties, o saraos, aunque estos últimos
habían caído en desuso por no ser tan finos, como
ellos lo definían, e aquí un pequeña muestra
de sus múltiples cursilerías. Una de las tardes
nuestros nuevos vecinos nos invitaron a uno de sus
parties, la señora de Ezeiza-Lambini se
personó en nuestra casa y habló con mamá,
desde un buen principio no congeniaron en exceso pues Laurita,
que este era su nombre de pila y, como la llamaban sus hijos y
esposo, tenía la horrible costumbre de hablar sin cesar y
en tono excesivamente alto, cosa que a mi madre la molestaba
enormemente, pero su educación y su sentido de la
hospitalidad la impidieron pedirla que se callara o bajara el
volumen de su voz.

Como es natural, asistimos, para ello se barajaban
varias razones, la primera y principal era la curiosidad de ver
estos parties tan divertidos que Laurita nos
había contado y, en segundo lugar ver al tipo de personas
que a ellos asistían.

O sea, que sobre la hora indicada nos personamos toda la
familia en la colosal casa que los Ezeiza-Lambini habían
alquilado, incluyendo a mis dos primas americanas que como todos
los años pasaban unos días con nosotros. Dado a que
éramos los vecinos más inmediatos nos
permitía ver desde nuestra casa el número de
invitados que ya habían llegado, mi madre odiaba llegar de
los primero, pero tampoco deseaba ser de los últimos, era
muy considerada. Llevábamos para la ocasión
vestimentas propias de verano, informales, pero cual sería
nuestra sorpresa cuando nos salió abrir un mayordomo con
chaqué y los señores de la casa con vestidos casi
de ceremonia. Miré a mi madre y adiviné que en
aquel momento deseaba poder esfumarse como el genio de la
lámpara, ella, que tanto la preocupaba el modo de
vestir.

Por fortuna nuestra, los invitados que ya habían
llegado iban vestidos más o menos de la misma guisa que
nosotros. Me acerqué a mi madre y le susurré al
oído: -mamá, relájate, no desentonamos tanto
como a ti te parece-.

Laurita, independientemente que como ya dije, era muy
habladora, era también simpática y ocurrente, todo
cuanto decía lo adornaba con una encantadora sonrisa, en
la que lucía una blanca y perfecta dentadura
hollywoodiense, nunca supe si su sonrisa era natural o era para
mostrarla a sus semejantes, un pequeño
misterio.

Nos presentó a su familia que estaba casi
alineada en el espacioso recibidor, se componía de su
esposo, Martín, tres hijas cuya edad oscilaba entre los
diez y seis y veintidós años, Beatriz, Elenita y
Manuela, y por un momento creí que también nos iba
a presentar a una doncella que en aquellos momentos atinaba a
pasar por allí. Mi madre correspondió
presentándonos a todos nosotros.

Confieso que las tres hijas de Laurita era muy bellas,
en especial la mayor, Manuela, era alta y espigada, tenía
una cabeza muy bien formada que cubría una larga y
preciosa cabellera ondulada de negro azabache que le daba un
toque ligeramente salvaje, unos enormes ojos de color verde
aceituna muy obscuro enmarcados con unas pestañas que
más bien parecían abanicos y finalmente unos labios
rojos y sensuales que formaban un conjunto casi perfecto de una
mujer sureña y sensual. Debo decir en su honor que era muy
educada y sensible pero de talante algo serio.

La seguía Elena dos años menor, una
jovencita de pelo castaño, grandes ojos azules y labios
también sensuales, sonreía con facilidad y se le
formaban dos simpáticos hoyuelos en las mejillas cuando lo
hacía, vestía como nosotros, informal.

La pequeña Beatriz era una rubita sofisticada, de
ojos azules, esbelta y con estilo, vestía como su
(mamá, otra de las cursilerías),
con traje de cocktail, con el que se le notaba que se
sentía cómoda, seria, pero educada.

Finalmente Martín, el cabeza de familia, un
hombre robusto de unos cincuenta años, de mirada vivaz y
ojos muy obscuros, no llegué nunca a saber si eran negros
o marrón muy oscuro, afable de trato y noblote,
tenía puesto sobre sus anchos hombros una cabeza grande y
sin un pelo, el poco que debía tener lo afeitaba, sin
embargo lucía un grueso y poblado bigote muy negro,
éste era el único signo de parecido con su hija
mayor.

Laurita, tendría alrededor de cuarenta y seis
años, pero seguía siendo una bella mujer, muy
parecida a su hija Manuela, casi dos gotas de agua, conservaba
todavía una buena figura que casi rivalizaba con las de
sus hijas. Era sumamente activa y vivaz, lo de habladora ya lo
dije, y llegué a intuir que debía madrugar
más que su marido, pues ella llevaba los
pantalones.

Independientemente a su notoria cursilería,
confieso que eran muy agradables y con un alto sentido de la
hospitalidad, muy propio del carácter
argentino.

Me dediqué preferentemente a Manuela, se
comprenderá por las razones ya aducidas con anterioridad.
Fueron viniendo invitados, algunos de ellos eran conocidos
nuestros de todos los veranos, parisinos también, otros
eran desconocidos y de muy variadas nacionalidades, una
pequeña Babel, pero muy cosmopolita, que en realidad era
lo que a los Ezeiza-Lambini gustaba.

Manuela era una mujer que llamaba la atención
donde estuviera. Simpática e inteligente, tiempo
después me confesó que le agradé solo verme,
cosa que me halagó enormemente. Manuela era sumamente
romántica, me recordaba a una de mis primas americanas que
siempre andaba leyendo poesía, cosa que yo odiaba, pero
ahora que Manuela me "aficionó" a ella no la
encuentro tan ridícula.

Manuela fue mi idilio de aquel verano, congeniamos
pronto, especialmente al poder expresarnos en español o
inglés. Mi madre había informado a su
má, de que yo acababa de finalizar la carrera de
diplomático, que fue motivo por el que
organizara otro partie en mi honor.

Manuela y yo fuimos avanzando cada vez más en una
relación que se inició romántica y
divertida. En aquella época yo era un joven todavía
algo alocado y con ganas de diversión, especialmente con
el género femenino. Manuela vino a colmar todo lo que yo
pretendía en aquella época de una muchacha, era
además de todo lo dicho sumamente apasionada, hasta el
punto que no había día en que no catáramos
las dulces mieles del amor, no importaba el lugar; en su
habitación, o en mi casa, o de pie en la cocina, en el
bosque, no importaba, el apasionamiento de los dos era ciego. En
cierta ocasión le dije que pidiera a sus padres permiso
para irnos de excursión tres o cuatro días en mi
Vespa, a pesar de que Manuela era ya mayor de edad y no lo
precisaba, pero yo sabía que las familias sudamericanas
tenían ancestrales costumbres religiosas donde la
honestidad y pureza femenina debían ser guardadas
celosamente como tesoro sagrado hasta llegar al
matrimonio.

Laurita "má", no puso impedimento
alguno, lo cual me sorprendió, pues yo en realidad
esperaba ciertas reticencias maternales.

-Manuela, Alain me ha contado lo de esta
excursión que habéis planeado, hablaré con
"pá" pero no habrán impedimentos, yo me
ocupo de ello-.

-Gracias ""-, dijo mientras la
abrazaba con candor.

La excursión fue motivo de que nuestro amor de
verano se acrecentara. Realmente en la Riviera italiana lo
pasamos muy bien, Manuela como ya dije, era una muchacha dulce y
sumamente romántica, pero la continuada relación
íntima hizo que descubriera en ella facetas que me eran
desconocidas;

¡ roncaba por la noche !, hasta el punto que los
decibelios que emitía al aire sobrepasaban la escala
sónica tolerable que no permitían conciliar el
sueño, algo que para mi era sagrado, me percaté que
no era posible dormir a su lado, opté por irme al
baño y acostarme dentro de la bañera. Este detalle,
que desde fuera parece una futileza, hizo que reflexionara
profundamente respecto a la seriedad de una posible y futura
relación, a pesar de todo valoré el conjunto global
y el balance era todavía muy positivo. Manuela en el amor
era única, creo que había nacido para ello, era
todo dulzura y a la vez imaginativa, audaz, atrevida e
insaciable, soltaba frases al oído que me excitaban en
sobremanera, y en particular cuando sus sensuales y
cálidos labios me rozaban al oído y suspiraba
jadeando. Unos días después regresamos felices de
nuestro viaje, dejamos a nuestras espaldas la bellísima
ciudad marinera de Alassio no sin cierta dosis de tristeza por
todo lo allí vivido.

A nuestro regreso, "má" organizó
al día siguiente un pequeño "partie"
íntimo y familiar, algo que a decir verdad nos
sorprendió a todos, pero era el estilo de aquella familia
y había que respetarlo, al fin y al cabo no dejaba de ser
un agasajo a nuestras personas y era muy de agradecer, siempre he
pensado que "má" Laurita, era de estas personas
que son felices obsequiando a los demás. De todos modos no
alcanzaba a ver el motivo de aquel inesperado
cumplimento.

Nos reunimos las dos familias alrededor de una mesa
exquisitamente preparada para un almuerzo, mi madre, algo tensa
por lo repentino y desconocido motivo de la invitación, la
sentaron a la derecha de "" Martín, el
cabeza de familia tal y como mandan las reglas del protocolo
social y, a mi padre a la derecha de Laurita. La mesa era ovalada
lo cual permitía conversar con cierta comodidad con los
comensales vecinos dado a que no era necesario efectuar excesivas
contorsiones con la cabeza para poder ver al interlocutor. A
Manuela y a mi nos sentaron juntos en centro de uno de los lados
del óvalo, Beatriz y Elena con mi hermana al otro
lado.

Las dos doncellas que se habían traído de
Buenos Aires sirvieron los majares, si, digo bien, eran manjares
muy selectos, los Ezeiza-Lambini no escatimaron en calidades,
más tarde supe que la comida había sido encargada
en uno de los más refinados restaurantes de Niza, el
ayudante o mayordomo se encargó de abrir con cierta
destreza, la verdad que algo teatral, las botellas de champagne
Mümm cordón rouge a temperatura optima para su
degustación, que fue sirviéndonos con habilidad,
parsimonia y solemnidad, sus gestos me recordaron a un sacerdote
católico oficiando la misa en el acto de la
bendición del vino del cáliz en la
consagración, a fe mía que aquel champagne
acompañaba perfectamente a los dulces postres que eran de
la mejor calidad.

La conversación fue desarrollándose por
cauces normales de temas mundanos, "má" con su
natural simpatía y espontaneidad casi me obligó a
que contara las particularidades de nuestro viaje a la Riviera
italiana. Noté que por debajo de la mesa se deslizaba
sobre uno de mis muslos la suave mano de Manuela, que de
inmediato me puso en tensión. Miré a mi madre y la
note algo más relajada, mi padre había entablado
animada conversación con Martín, probablemente
Mümm colaboraba en ello, era palpable que ambos se
caían bien, mi padre hablaba un buen español y era
factor básico para el buen entendimiento de
ambos.

En mi relato ensalcé las bellezas de los lugares
visitados, y naturalmente obviando las intimidades ocurridas. A
este punto, la audaz Elena, preguntó en que hotel nos
hospedamos.

-Era un hotel exento de lujos, pero sumamente
cómodo y en la misma orilla del mar-, respondí
intentando quitar importancia a la pregunta que me había
parecido algo inoportuna. Vi que Manuela se sonrojaba ligeramente
mientras Elena y Beatriz se sonreían por lo bajo, actitud
que me contrarió. Automáticamente pasé a la
contra.

-Elena, ¿tienes ya algún novio que te
corteje? y tu Beatriz ¿que tal andas en ello?-.

Se les fue la sonrisa de inmediato, no obstante Elena,
me lanzó una mirada entre dura y a la vez
simpática, como si quisiera decirme:
touchè.

Hacía unos momentos que Laurita se había
ausentado de la reunión, habíamos tomado posiciones
en la terraza del jardín trasero de la casa para que nos
sirvieran el café.

Apareció Laurita sonriente con un paquetito en la
mano muy bien envuelto. Se plantó en el centro de la
reunión y pidió silencio.

Todas las miradas convergieron en ella y su paquetito
bien envuelto que llevaba asido por una de las cintas del lazo.
Carraspeó un poco para aclararse la voz y con aire de
cierta solemnidad nos dijo:

-Tengo un pequeño obsequio para Alain, en prueba
de nuestra amistad y por haber tenido esta caballerosa deferencia
con nuestra hija Manuela-.

Dio un paso adelante para situarse frente a mi que,
sorprendido, me levante de la butaquita en la que estaba sentado.
"Má", solícita, me hizo entrega del
paquetito mientras me decía: -para que nuca te
olvides de Manuela-, frase que me dejó de una pieza, y que
interpreté como si fuera un obsequio de compromiso. Estuve
tentado de rechazarlo, pero no me pareció oportuno y, que
de hacerlo, hubiese sido una descortesía ante la
hospitalidad de aquellas gentes.

Lo acepté y procedí a abrirlo con sumo
cuidado, a pesar de su reducido tamaño pesaba un poco. El
envoltorio ocultaba una pequeña caja de nácar que
abrí con delicadeza. En su interior había un
precioso reloj de oro de una prestigiosa marca Suiza.
Agradecí el obsequio aunque veladamente dije que era
inmerecido. Laurita le dio la vuelta y en la tapa que
cubría la maquinaria estaba grabado mi nombre y el de
Manuela. Esto me olía decididamente a una especie de
obligación. Lo fijé en la muñeca, pero mi
intención era otra.

A partir de aquel día fui espaciando cada vez
más mis visitas a los Ezeiza-Lambini, no entraba en mis
planes tomar todavía compromisos ni vanas esperanzas que
quizás no cumpliera.

Los Ezeiza-Lambini regresaron a Buenos Aires a finales
del mes de Agosto. Les despedí en la terminal del
aeropuerto de Niza, Manuela lloraba y a "má" se
le comunicó la tristeza de su hija. Nos abrazamos y nos
dimos un largo beso de despedida, pues yo sabía que muy
probablemente no volveríamos a vernos. Y mi madre al fin
descansó…..

Capítulo
22

El trágico fallecimiento de mi amiga pintora, me
sumió en una especie de depresión moral,
precisamente ella que había logrado reanimar mi estado
psíquico, ahora sin pretenderlo me había golpeado
en lo más recóndito de mi alma.

Trataba en muchas ocasiones dejar de pensar en ello,
pero no tenía fuerzas para apartarlo de mi mente, a pesar
de que André y yo, aun sin decirlo evitábamos
hablar de ello.

A las ocho y media de la mañana me entregaban
todos los días en mi domicilio, los tres periódicos
a los que estaba suscrito, France Soir, Le Figaró y
l´Humanité,
este último era para
enterarme de cómo les iban las cosas a los comunistas
franceses, uno de los cánceres de la
república.

A mi edad, los periódicos suelen abrirse por las
páginas dedicadas a la política internacional y a
las de la necrología, mejor expresado, la lista de los
seres humanos que han dejado atrás su paso por el planeta.
Yo no era inmune a ello y me parecía que la consulta
diaria era un símil a una carrera de supervivencia en la
que de vez en cuanto alguien conocido entraba en boxes su
carrocería y abandonaba. Aquel día venían en
la lista dos "dimisionarios" conocidos, uno de ellos era
la persona que me captó para trabajar en los servicios
secretos de mi país, monsieur Cloters, de la DGSE, que con
el tiempo llegamos a tener una buena relación de amistad,
tenía con él una deuda de honor, en cierta
ocasión y gracias a su eficaz información pude
salvar mi vida de un peligro inminente.

Tomé la decisión de ir a su entierro, de
algún modo debía distraerme. Le dije a mi leal
André que íbamos a salir, que me dispusiera un
traje y corbata negros, le expliqué el motivo de nuestra
salida.

París cuenta con tres grandes y famosos
cementerios; Montmartre, Montparnasse, ambos intramuros de la
ciudad y el de Père-Lachaise o también conocido por
el cementerio del Este, este último es el más
prestigioso, no se el por que del prestigio de un cementerio,
pues allí no hay vida, solo muerte, pero es la
necrópolis parisina más visitada, alrededor de dos
millones de visitantes anuales y un millón de seres
inhumados, deben ser los terrenos de Francia con más
contenido de calcio en su subsuelo. Tiene una superficie de unas
44 hectáreas, casi la de 44 estadios de rugby. Entre las
muchas personalidades enterradas allí, se hallan;
Molière, Lafontaine, y los famosos Abelardo y Eloisa, los
restos de estos procedían del cementerio que en su
día fueron enterrados, siendo la venta de estos terrenos
en favor de la Revolución allá por el año
1792 a excepción del sepulcro en el que ambos amantes
yacían y que más adelante se dice de su traslado al
Père-Lachaise, a partir de aquí la leyenda es ya de
libre interpretación.

André sacó el Bentley del garaje y
enfilamos el camino del cementerio del Este. Afortunadamente los
días tormentosos habían quedado atrás y
París enfilaba los inicios primaverales con buen tiempo,
lucía un tímido sol que la clásica neblina
del Sena enturbiaba. Cruzamos le Pont Neuf, el más antiguo
de la ciudad, construido por allá los inicios del siglo
XVII, y en poco más de treinta minutos entrábamos
en el cementerio. Dadas las dimensiones del mismo, André
se acercó a las oficinas para que le indicaran el camino
para poder llegar hasta donde monsieur Cloters iba a ser
depositado con gran ceremonia oficial en su "box". Le
facilitaron un plano que nos permitió hallar el lugar con
facilidad.

No me sorprendió el gran número de
personas y personalidades que rodeaban el panteón familiar
de Cloters. Desde que nos conocimos casi cuarenta años
atrás, éste había escalado a puestos muy
altos dentro de la administración, convirtiéndose
en un hombre sumamente influyente, y sobretodo muy respetado,
pues por sus manos habían pasado los dossieres de la mayor
parte de hombres prominentes de la nación, de los
políticos y los no políticos pero cuyas fortunas
influían en la política.

Un pequeño corrillo humano del que destacaba el
presidente del BNP, el gran banco parisino, y otros hombres
conocidos del mundo de las finanzas. André fue a
estacionar el auto lo más cerca posible y mientras me
acercaba andando al panteón fui distinguiendo a los
personajes que también habían acudido al
sepelio.

Me reuní a un grupo en el que se hallaba el que
había sido mi antiguo jefe en el servicio de
información, como siempre dirigiendo el cotarro, al
acercarme a él, le dije socarronamente: -Y ahora
¿donde me va usted a destinar?-.

Se quedó mirándome unos instantes con
semblante taciturno y serio, finalmente me dio un abrazo y
siguiendo con mi anterior socarronería respondió:
-¡Venatore!, le voy a destinar otra vez a
Argelia-.

Ambos nos reímos a gusto, aunque creo que fue la
primera vez que veía reír aquel hombre.

Pocos minutos después, llegó el
automóvil presidencial precedido por dos agentes
motorizados y seguido de dos automóviles más.
Rápidamente descendieron varios individuos y rodearon al
presidente de la república que hacía solo un par de
meses que había sido elegido. Todavía no
había tenido la oportunidad de verle en persona, los
periódicos, revistas y la televisión del
país llevaban desde su elección, llenándonos
de noticias sobre el nuevo presidente, monsieur Sarkozy, ahora
tenía la ocasión de observarle al natural y sacar
mis conclusiones particulares.

Era de complexión delgada, enjuto diría,
talla media, aunque pude observar que reforzaba su altura con los
tacones de sus zapatos algo más gruesos de lo habitual.
Complejo de bajito, pensé.

Destacaba de su cara algo afilada una nariz ligeramente
prominente que se empeñaba en ser algo ganchuda. Le debe
gustar meter las narices en todos los sitios, tendrá
afán de protagonismo, pero debe ser de carácter
tenaz.

La prensa francesa estaba algo dividida respecto al
nuevo presidente, era hijo de inmigrantes, hecho que ya
dividía opiniones para su aceptación, pero en el
país inventor de la moderna libertad y democracia, se le
daba la oportunidad de demostrar su valía y patriotismo, a
pesar de no tener un limpio pedigrí nacional.

Pronto fue rodeado por un grupo de personalidades que
deseaban poder cruzar algunas palabras con la máxima
autoridad política del país. Este
correspondía con gesto algo estudiado y cierta
cordialidad.

Mi antiguo jefe, me asió de un brazo y me
acercó hasta este grupo de personalidades. Curiosamente el
presidente fijó su mirada en él, nos envió
una sonrisa y se acercó donde nos hallábamos ambos.
Le estrechó la mano a mi acompañante con
cordialidad, y éste me presentó como el hombre que
había prestado grandes e importantes servicios a la
nación, esta frase de presentación me dejó
de una sola pieza, aunque algo de razón llevaba. Me
sentí algo incómodo, pues sobre mi conciencia
pesaban algunos pasajes de mi vida en el servicio secreto de los
que no me podía vanagloriar en exceso, aunque todos ellos
fueron en el más estricto cumplimiento de las
órdenes que se me habían confiado.

El señor Sarkocy me estrechó la mano con
cierta fuerza y me puso la izquierda sobre el hombro, -Es un
honor conocer a un fiel servidor del pueblo-, me dijo
acercándose algo más a mi oído.

Se dio un cuarto de vuelta e hizo un gesto a uno de los
hombres que le acompañaban, cuchicheó algo al
oído de éste que consultó una pequeña
libreta de cubiertas negras que sacó del bolsillo,
mostrándole una página al presidente.

Éste se volvió a nosotros y
dirigiéndose a mi antiguo jefe le dijo: – ¿Por que
no se pasan ustedes el jueves por Eliseo y almorzamos mientra
hablamos de algunas cosas?, necesito a mi lado gente con mucha
experiencia, soy todavía novato en este oficio-, dijo
acabando la frase con una ligera sonrisa de disculpa. Afirmamos
ambos con la cabeza a modo de aceptación y
conformidad.

El Presidente de la República Francesa es
además Copríncipe de Andorra, Jefe de Estado, y
Gran Maestre de la Legión de Honor, y una de sus ventajas
es que puede elegir su Primer Ministro y que éste pueda
conseguir el apoyo de la Asamblea Nacional.

-Si no es indiscreción ¿de donde le viene
a usted esta relación amistosa con el señor
presidente?-, pregunté.

-Muy sencillo, el señor presidente sabe que yo
también tengo acceso a los mismos dossieres que tuvo
Cloters-.

Nos interrumpió la conversación la llegada
del automóvil fúnebre con el féretro de
Cloters…..

Capítulo
23

A primera hora de la mañana fui a recoger el
resultado del carrete fotográfico que había
entregado el día anterior al laboratorio. Por suerte,
había obtenido un par de fotografías con sus
correspondientes clichés, que permitían distinguir
con suficiente nitidez el rostro de ambos personajes.

Llamé a Fred al número que me había
facilitado y acordamos encontrarnos en las cercanías del
hotel en el que se hospedaba el pretendido
Alfil.

Fred no había perdido el tiempo, tuvo la
precaución de pedirle a su amigo policía que
investigara a la mujer que acompañaba al sujeto y que
siguiera sus movimientos.

Antes de reunirme con Fred, pasé por la embajada
y el embajador envió las dos fotografías por
teletipo, poco después me reunía con Fred en el
lugar acordado.

Tomamos posiciones en una cafetería que estaba en
el mismo frente del hotel de la calle Abada, era el punto
perfecto para la observación. En la calle llovía
con cierta intensidad, una hora después vimos al individuo
que salía y se dirigía con paso vivo en
dirección contraria al lugar que ocupábamos,
salí disparado para seguirle mientras Fred se quedaba
allí por si el perseguido se me evadía y regresaba
al hotel. Puede localizarle un poquito más arriba, el y yo
éramos casi los únicos que no llevábamos
protección para la lluvia que caía. Mantuve una
distancia de unos diez metros, lo que me permitía tenerle
controlado todo el tiempo. Caminaba con paso muy ligero y
arrimado a las fachadas de los edificios tratando de evitar
mojarse, al llegar a un centro comercial de la Plaza del Callao
entró en el y se dirigió a la planta segunda. Se
acercó al departamento de venta de maletas y compró
una de tamaño mediano de color rojo, pensé que
probablemente el sujeto tenía intención de
viajar.

Sin perderlo de vista, compré allí mismo
un paraguas plegable para guarecerme de la lluvia.

De nuevo me dispuse a seguir al individuo que ahora se
dirigía de nuevo a su cercano hotel, entró en el
mismo y pidió la llave al recepcionista y
desapareció del lobby.

Fred me aguardaba en la cafetería de
enfrente.

-Tengo malas noticias-, me dijo al saludarme.

-¿Qué ocurre?-, le dije algo
sorprendido.

-Mi amigo el inspector de policía, ha entrado en
la vivienda de la muchacha y no hay nada ni nadie, está
absolutamente vacía, sin restos ni señales de que
hubiera estado allí-.

-Pero si los vimos entrar y luego salió él
por aquella puerta-, dije algo desconcertado y con una ligera
conciencia de fracaso.

-Si, estoy de acuerdo, yo también vi lo mismo que
tu, pero esto es lo que me ha dicho el
policía-.

-Yo voy a dedicarme al sujeto y si te parece bien tu
podrías ir a comprobar la vivienda de la mujer, no acabo
de comprender esta misteriosa desaparición-

Fred llamó a su amigo policía y acordaron
encontrarse en la puerta del domicilio de la mujer. Yo me
quedé sentado en la cafetería leyendo un
periódico y haciendo guardia para ver si el individuo
salía.

Pasó toda la mañana y el individuo no
salía del hotel, dado a que éste no me
conocía, me atreví a acercarme al hall del hotel y
preguntar por él. Como sabía su nombre le
pregunté al recepcionista si podía confirmarme si
el señor Drozd estaba todavía en su
habitación.

Miró el casillero de las llaves y me
confirmó que todavía estaba en la
habitación. Decidí quedarme en el hall simulando
que leía una sobada revista que encontré sobre una
de las mesitas auxiliares.

Un buen rato de espera me dio tiempo de pensar en todo
lo que estaba sucediendo.

No fue excesivamente difícil localizar al
pretendido Alfil, cosa que ahora bien pensado, no
entraba dentro de la lógica. Tampoco lo era que por arte
de ensalmo la muchacha que le acompañaba desapareciera
repentinamente sin dejar rastro de ninguna clase.

Todo parecía demasiado fácil, demasiado
coincidente pensé, comencé a pensar que aquello
olía mal.

¿Y quién podía confirmarme que
Alfil fuera el individuo que estábamos
siguiendo?. Repentinamente se me prendió una
idea,

¡ la mujer!. El hombre quizás había
sido el cebo. Habíamos centrado toda la atención
sobre el individuo y casi menospreciado la presencia de la mujer
como si de una comparsa se tratara.

Salí a la calle rápidamente y tomé
un taxi para trasladarme a la calle de la Ballesta donde estaba
la casa en la que la muchacha se había aparentemente
refugiado. Fred estaba con su amigo policía de pie ante la
puerta.

Les expliqué mi corazonada. El policía
español sacó una ganzúa del bolsillo de su
sempiterna gabardina y al primer intento la puerta se
abrió.

Tal y como yo había ya estimado, no había
ascensor, llamamos a una puerta que correspondería a
alguna vivienda de la planta baja, no hubo respuesta alguna, en
la escalera había un hedor bastante desagradable,
Martínez, que era como se llamaba el policía,
llamó ahora con más insistencia y fuerza, nada,
nadie acudía a abrir. Subimos al piso superior, en el
rellano había una única puerta. Llamamos y nadie
respondió, entonces Martínez volvió a echar
mano a su efectiva ganzúa, la habilidad de éste
hizo que se abriera la puerta inmediatamente.

Entramos en la vivienda y tal y como ya con anterioridad
había dicho el policía español, estaba
absolutamente vacía, solo paredes sucias y algunos papeles
de periódico esparcidos por el suelo. Una de las
habitaciones tenía una ventana que daba a la parte
posterior de la vivienda a un pequeño jardín
absolutamente descuidado y lleno de hierbajos. Me llamó la
atención que una de las paredes del jardín
había una puerta de color verde muy obscuro ligeramente
entreabierta y que aparentaba comunicar a otro pequeño
jardín de la parte trasera de otra casa.

Señalé esta circunstancia a los dos
acompañantes y bajamos inmediatamente a la planta baja.
Martínez volvió a llamar con insistencia, pero a la
ausencia de respuesta utilizó su artilugio que
abría por arte de ensalmo todas las puertas. Al abrir, nos
invadió un hedor insoportable que nos obligó a
cubrirnos la boca y nariz con nuestros pañuelos.
Habían algunas luces encendidas, lo que nos
extrañó, el desorden era notorio, al final de un
corto pasillo encontramos tres puertas una de ellas estaba
abierta de par en par con la luz prendida, sobre una cama
había el cuerpo de una persona boca a bajo, nos acercamos
a ella y comprobamos que estaba muerto, tenía un limpio
agujero de bala en la nuca, y debajo de la cabeza un charco de
sangre ya coagulada de color granate casi negra que empapaba las
sábana, sin embargo no se observaban síntomas de
violencia.

Martínez opinó que llevaba unos dos
días muerta, acabamos de registrar la casa y nada de
particular hallamos.

Me dirigí hasta el fondo de la vivienda y
salí al pequeño jardín acompañado de
Fred, me fijé en que una parte de los hierbajos estaban
pisoteados y formaban una especie de caminito que se iniciaba en
la puerta de salida de la casa y finalizaba en la puertecilla
verde que separaba un jardín del otro, cruzamos esta
puerta y el jardín, este algo más cuidado, de la
casa vecina en la pared del fondo había una puerta con
cristales, la abrimos sin dificultad alguna, entramos con suma
cautela y se oía música moderna, a la izquierda
unos aseos con los signos femeninos y masculinos, abrimos otra
puerta y ésta era el acceso a una
cafetería.

Empezaba a ver la luz al rompecabezas, la mujer que
seguía probablemente habría asesinado a la persona
que yacía en la cama y salió por el jardín,
atravesó la cafetería y salió a la otra
calle paralela a la anterior. Deduje que quizás se
sintiera seguida o advertida de ello, y optó por esta
solución para darnos esquinazo.

Martínez fue a su automóvil y por radio
pidió una ambulancia, un juez y un forense, ordenó
también la detención inmediata del hombre que se
hospedaba en el hotel de la calle Abada.

-Este nos contará muchas cosas-, dijo con aire
sombrío.

Le di las dos fotografías de las dos personas y
me quedé con los clichés. Martínez era un
policía muy efectivo y con gran experiencia.
Arregló para que dieran difusión inmediata de las
fotografías de ambos personajes, a todas las patrullas y
controles aduaneros, con instrucciones precisas de su
detención e inmediato traslado a la comisaría
central de Madrid.

Fred y yo nos fuimos al hotel de la calle Abada para ver
si el individuo ya hubiese sido detenido. Cuando estábamos
pagando el taxi, pudimos comprobar como el sujeto que
perseguíamos salida esposado y metido en el interior de un
coche celular sin demasiados miramientos. Martínez que nos
había visto, se acercó y nos confirmó que la
fotografía de la mujer había sido enviada por todo
el país, vía teletipo.

Le acompañamos a la comisaría central de
la Puerta del Sol, donde había sido llevado al detenido.
Se decía que quien entraba en esta comisaría
"hablaba" hasta por los codos.

-Ahora lo importante era poder localizar a la mujer-, le
apunté al inspector.

-No se preocupe usted, la encontraremos y si ha salido
del país, sabremos cuando y donde se
dirigía-.

Le di las gracias y le dejé con Fred, no sin
antes advertirles que estaría localizable o bien en mi
hotel o en la embajada de Francia.

Tomé un taxi para ir a mi embajada. El secretario
del embajador me dijo que lamentablemente no podía
atenderme, cumplía con unos compromisos
diplomáticos ineludibles y prefijados, pero se
ofreció en atenderme él personalmente.

Me entregó un sobre sellado con lacre, lo
abrí en su presencia, ya que confiaba que éste
sabía mi personalidad de funcionario de la
DGSE.

Contenía un pequeño informe de escasamente
una página. Venía a decirme que la Interpol les
había facilitado algunos datos de la persona que
correspondía a la fotografía que les
habíamos remitido por teletipo el día anterior. Se
trataba de una mujer de unos 32 años, huida de la
República Democrática de Alemania, que pudo cruzar
el muro de Berlín unos meses atrás. Se
identificó ante las autoridades de la Alemania Occidental
como Andrea Smitch, licenciada en Filosofía, y que
había prestado servicio en el ejército con el cargo
de archivera en el STASI. Viaja con pasaporte de esta
nación. No se le conocía ocupación estable.
Al parecer da clases de filosofía a alumnos de
bachillerato a nivel particular. El gobierno alemán le dio
un pasaporte provisional para que pudiera transitar y acreditar
su personalidad, condicionado a que cada trimestre se presente en
alguna comisaría para que sea registrada su presencia en
el país.

Doblé el folio y me lo puse en el bolsillo, al
despedirme del secretario le indiqué que saludara de mi
parte al señor embajador.

Al llegar al hotel, me encontré en
recepción, con una nota en el casillero de la llave de mi
habitación, me había llamado Fred desde su oficina
de su embajada.

Le llamé desde mi habitación; -Han
localizado a la mujer-, me dijo.

-¡Magnífico!-, casi grité.
–¿Dónde la han localizado?-.

-Hace una hora tomó un vuelo a
Barcelona-.

-Fred, ¿sería posible que no la detuvieran
pero que no la perdieran de vista?, voy ahora mismo a Barajas
para tomar un vuelo a Barcelona, quiero verla personalmente y ver
sus movimientos, quiero estar absolutamente seguro que es la
persona que pretendo encontrar-.

-Voy a llamar ahora mismo a Martínez, no te
muevas del hotel-.

Unos minutos después Fred me informaba que a mi
llegada al aeropuerto de Barcelona, me esperaría un
inspector de la policía y se pondría a mi
disposición, -está todo bajo control, no te
preocupes-.

Hice precipitadamente la maleta con mis pertenencias y
salí disparado a por un taxi.

Capítulo
24

Por fortuna a mi llegada al aeropuerto de Barajas pude
embarcar en un vuelo a Barcelona que salía en treinta
minutos, una hora y media después tomaba tierra en el
Prat. De nuevo volvía a ver el mar, siempre me
había gustado vivir en alguna ciudad
ribereña.

En las llegadas de los vuelos domésticos se me
acercó un joven de unos treinta años, me dijo que
el inspector Martínez le había encargado que
colaborara conmigo. Como era natural, pertenecía a la
policía española.

-Buenos días, me llamo Eleuterio Guillén,
soy inspector de policía, mi compañero
Martínez me ha pedido que colabore con usted para cuanto
precise del caso que usted está llevando-, me dijo
mientras me estrechaba la mano y mostraba su placa de
identificación.

En el propio automóvil del inspector
Guillén mientras nos desplazábamos a la ciudad, me
informó que la mujer que yo estaba persiguiendo la
habían controlado en cuanto descendió del
avión que la trajo a Barcelona.

-Se ha hospedado en una pensión de mala muerte
del barrio chino de la ciudad, se nota que desea pasar
desapercibida. La tenemos bajo vigilancia constante, no lleva
allí más de dos horas.

Le agradecí sinceramente su colaboración,
pedí que me llevara a un hotel cercano en el que se
hospedaba la mujer. Me dejó en la puerta de un
pequeño hotel a escasa distancia de la pensión en
la que se hallaba la alemana del Este. Me hizo entrega de un
pequeño aparato que dijo que se llamaba walkie talkie, era
del tamaño de un radio-transistor y permitía hablar
con alguien que tuviera uno igual y estuviera sintonizado con la
misma frecuencia. –Con el podrá contactar conmigo en
cualquier momento del día, se alimenta por pilas que en el
caso de que se le agoten puede adquirir otras iguales en
cualquier establecimiento-, a continuación lo
sintonizó con el suyo y me hizo una breve
demostración del sencillo funcionamiento.

Le pedí que me aguardara unos minutos en el hall
mientras dejaba mi breve equipaje en la
habitación.

El inspector Guillén me acompañó
hasta la misma puerta de la pensión en la que se
había hospedado la mujer. Le agradecí su
colaboración y le dije que si precisaba en algún
momento de su ayuda le contactaría a través de
aquel pequeño ingenio electrónico que me
había hecho entrega.

En un quiosco cercano compré un periódico
y refugiado tras el me dispuse a vigilar los movimientos de
entradas y salidas de la pensión. El barrio era bastante
sucio y algo lúgubre, y el pavimento de la calle
permanecía húmedo, como si hubiese llovido, las
cloacas despedían un olor bastante desagradable,
posiblemente eran todavía conducciones cuyos
orígenes podían proceder de la época post
medieval. Las personas del entorno, por su aspecto, eran de
nacionalidades diversas; chinos, árabes, negros africanos,
y algunos latinoamericanos, sin embargo por lo que veía
dominaban los de origen magrebí.

La pensión "Carlota", que era así
como se llamaba, tenía una constante entradas y salidas de
parejas, por lo que deduje que quizás también
cumpliera con la función de "meuble".

Llevaba ya casi una hora de vigilancia cuando
entró un individuo en solitario, con aspecto inconfundible
de magrebí, llamaba la atención por su delgadez y
estatura así como también el tono de su piel
morena, llevaba un traje de buena talla, color gris bastante
oscuro y corbata de color azul marino, lucía una barba
negra corta y bien cuidada y en una de sus manos portaba un fino
maletín portafolios. Dado a que su aspecto desentonaba con
los personajes que se movían en el barrio captó
toda mi atención. Con cierta cautela me acerqué al
portón de entrada de la pensión y pude ver que el
hombre del traje gris hablaba con una mujer que estaba tras el
mostrador de la pequeña recepción. Luego
desapareció por la escalera que estaba justo al lado de la
recepción. Lamenté que la salita de la
recepción fuera tan pequeña, pues no
permitía poder tomar una posición dentro de ella
que permitiera escuchar discretamente las conversaciones, de
haberlo hecho probablemente hubiese corrido el peligro de ser
excesivamente visto y era algo que no me
convenía.

Tomé la decisión de continuar mi guardia
tanto tiempo como fuera necesario, me puse a caminar por la acera
de enfrente sin alejarme excesivamente procurando no llamar la
atención, los cristales de los escaparates me eran de gran
utilidad ya que permitían poder controlar la puerta
disimuladamente efectuando el efecto espejo. En varias ocasione
fui abordado por algunas señoritas bastante pintarrajeadas
que ejercían la prostitución, invitación que
rechacé. En un par de ocasiones vi pasar un
automóvil de la policía que patrullaba en la zona,
no pude ver muy bien su interior, pero al llegar a la altura
donde me hallaba bajaba ostensiblemente la velocidad,
posiblemente estuvieran siguiendo instrucciones del inspector
Guillén.

Algo más tarde salían de la pensión
el hombre del traje gris acompañado de la mujer que andaba
yo siguiendo, presuntamente Alfil, observé que
ninguno de los dos llevaba el maletín con el que el hombre
había entrado. Procedí a seguirles discretamente a
distancia prudencial, en el entretanto intentaba contactar por el
walkie talky con el inspector Guillén. Al segundo intento
lo pude establecer, le informé de los acontecimientos, me
dijo que mientras yo les seguía él
efectuaría un registro de la habitación que ocupaba
la mujer, -luego le llamo a usted para informarle-.

La mujer y el hombre me precedían en una veintena
de metros, al llegar a las Ramblas entraron en un restaurante, me
quedé unos instantes fuera aguardando en la acera para ver
si se quedaban allí definitivamente, unos minutos
después decidí entrar y procuré sentarme en
una mesa cercana a ellos que estaba situada justo a sus
espaldas.

Desde donde me había aposentado pude oír
algunas palabras sueltas de su conversación, hablaban sin
duda alguna en inglés. El hombre del traje gris se
dirigió en español al camarero que fue a
atenderles, aunque su acento era innegablemente de origen
norteafricano.

A través de una de las vidrieras del restaurante
pude apercibir al inspector que cruzaba el boulevard y se
dirigía a la puerta de donde me hallaba, vino a sentarse
en una de las sillas de mi mesa y con suma precaución de
no alzar excesivamente la voz me dijo que había ordenado
al recepcionista que le abrieran la habitación en la que
se hospedaba la mujer, en ella encontró un maletín
o portafolios que contenía dinero, no llegaron a contarlo,
ya que no deseaban que pudieran sorprenderles husmeando, pero que
a grosso modo podrían haber unos cuatrocientos mil
dólares americanos, nuevecitos y puestos en fajos con una
cinta de precinto.

-¿Quiere usted que les detengamos por entrada
ilegal de divisas en el país?- apuntó
Guillén.

-No por dios, gracias, todavía no, no tengo la
absoluta seguridad de que sea este el objetivo que París
anda buscando, aunque tiene muchos visos de serlo-.

No deseaba correr el albor de fallar en la primera
misión de importancia que París me había
encomendado.

El inspector me dijo haberle sacado al recepcionista un
duplicado de la llave de la puerta de la habitación de la
mujer de la que me hizo entrega, -ahí tiene la llave de la
habitación, podrá entrar en ella cuando su objetivo
no esté y le permitirá husmear en sus pertenencias,
quizás pueda hallar algo que le sea de su interés.
No debe preocuparse por la recepcionista, es una fiel
colaboradora de la policía, ah por cierto la
habitación es la número 16-.

Le agradecí el detalle, tomé un taxi para
ir a mi consulado. El señor Cónsul me
recibió tan pronto supo de mi presencia, en el consulado
se había recibido noticias mías desde París
y Madrid, era uno de los pocos medios seguros que tenía
para contactar con mis jefes y recibir órdenes.

El cónsul era un hombre del Midi de mi
país, era de carácter abierto y locuaz, me dio todo
tipo de facilidades para poder comunicarme con París e
incluso puso a mi disposición una señorita
funcionaria buena conocedora de la ciudad para que me ayudara.
Pensé que podía ser bastante provechosa la
colaboración de Anette, que así se llamaba, y
acepté gustosamente. Era una señorita muy bien
parecida, procedía de una familia de clase media, natural
de la ciudad de Carcassonne, tierra de los Cataros, poseía
una excelente educación lo cual permitía mantener
con ella conversaciones amenas. Llevaba un pequeño
automóvil Renault al que yo a duras penas podía
entrar dada mi estatura, pero que nos sería bastante
útil para movernos por una ciudad como Barcelona que
tenía una alta densidad de tráfico.

Le pedí a mi colaboradora que fuéramos a
apostarnos cerca de la pensión Carlota, ya por el
camino la puse al corriente de la misión que me
había sido encomendada, aunque por sus respuestas
adiviné que conocía una buena parte de la
misión.

Cruzamos la bulliciosa y cosmopolita ciudad
abriéndonos paso con el pequeño Renault 4-4, a
través del denso tráfico.

En la puerta de la pensión estaba estacionado un
automóvil del que salió el inspector
Guillén, le presenté a mi colaboradora a la que
saludó elogiando su belleza.

-La mujer sigue estando en el restaurante con el hombre
que la acompañaba, le doy el relevo a la señorita,
yo de usted registraría todos los efectos de la mujer,
quizás pueda hallar algo que le abra camino-.

Anette se quedó en el interior de la
pequeña recepción hablando con la recepcionista,
acordamos que en el caso de que la pareja regresaran, la
recepcionista llamará al teléfono de la
habitación y al tercer timbre cortaría, mientras,
entretendría a la pareja para que me diera tiempo a salir
de la habitación.

Subí los escalones rápidamente y la llave
de la habitación que el inspector Guillén me
había facilitado comprobé que funcionaba
perfectamente. Era una pieza realmente pequeña, una cama,
una mesita de noche, un desvencijado armario, un par de ajadas
sillas y un estrecho baño, precisamente no demasiado
moderno ni excesivamente limpio, eso era todo.

Abrí el armario y todo lo que contenía era
una pequeña maleta con ropas femeninas, dos pasaportes de
diversas nacionalidades, con toda seguridad falsos, ambos con la
fotografía de la misma mujer, pero con distintos nombres y
nacionalidades, de los que tomé nota en una servilleta de
papel que llevaba en el bolsillo. También estaba en un
rincón del armario el maletín con el dinero,
comprobé que estaba todavía completo. Saqué
todo lo que contenía la maleta, en el fondo de la misma
encontré un sobre algo arrugado que ya había sido
abierto, saqué un papel doblado que había en su
interior y procedí a leer su contenido, estaba escrito a
mano en idioma inglés, se la citaba un encuentro en un
barrio de la ciudad francesa de Lyon, hablaba de Villeurbanne,
una zona obrera e industrial, daba como día de encuentro
el 27 de Octubre, o sea, a cinco días vista de la fecha
actual, añadía y rematcaba que en el encuentro
estaría un tal Arsène que llevaba "instrucciones
concisas". Finalmente firmaba un tal Alin
Sarrien
.

Me metí el sobre en el bolsillo y salí
rápidamente de la habitación, baje a toda prisa las
escaleras y se lo entregué a mi colaboradora para que
fuera a alguna copistería a sacar un fotocopia del
contenido, estaba jugando con el tiempo, ya que en cualquier
momento podían aparecer y si lo echaban de menos se
dispararían las alarmas de la desconfianza y se
echaría a perder la operación.

Por fortuna Anette regresó en pocos minutos,
restituí el sobre en su lugar y salí.

Con mi colaboradora nos fuimos a una cafetería
cercana cuya situación nos permitía ver con cierta
comodidad.

Anette era una mucha de treinta y dos años,
culta, con titulación universitaria de filología,
dominaba varios idiomas, terriblemente observadora y activa, con
un fuerte carácter que controlaba muy bien. Congeniamos
desde el primer día y se convirtió en una excelente
y efectiva compañera con gran capacidad analítica.
Ponía gran entusiasmo en todo cuanto hacía, pero
sin perder jamás el sentido práctico de lo que
más convenía en cada ocasión, sabía
ser sutil en las decisiones y pasar desapercibida cuando la
ocasión lo requería.

Anette fue al consulado para enviar a la DGSE la
fotocopia de la carta que llevaba en la maleta la mujer que
tenía sometida a vigilancia. En el entretanto mi
colaboradora se había ausentado, la pareja regresó
y subieron a la habitación de la pensión. Al
regreso de Anette por fortuna todavía ninguno de los que
vigilaba había salido.

-En la legación han enviado la fotocopia por
teletipo, he quedado que les llamaría cada cuarto de hora
para conocer la respuesta, quizás con ella sepa usted que
determinación tomar-.

-Efectivamente, debo tener la absoluta seguridad de que
a quien estoy siguiendo es Alfil-.

Alrededor de una hora más tarde el individuo
salió por el portal, no llevaba ya el maletín con
el que había entrado, Anette que se había provisto
de una cámara fotográfica le captó varias
veces simulando ser ella una turista que fotografiaba alguna
parte de la calle.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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