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Historias y anécdotas de Venatore, el cazador (página 5)




Enviado por MANEL BATISTA



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Poco después salió la mujer que andaba
siguiendo, estuvo unos instantes de pie en la acera, llevaba la
maleta, lo cual interpreté que se marchaba del hotel, se
quedó como si estuviera aguardando algo, Anette sin que yo
le hubiese ordenado nada fue a por su pequeño
automóvil, justo cuando llegaba un taxi que se detuvo
frente a la mujer subiéndose en él a
continuación. Con el automóvil de mi improvisada
ayudante seguimos al taxi, cruzó toda la ciudad y se
detuvo en una estación de ferrocarril en el barrio
industrial de San Andrés. Anette aparcó su
automóvil en una pequeña plazoleta adjunta a la
estación. En la taquilla de venta de billetes
habían unas seis personas, la mujer se colocó en la
fila para adquirir un billete, Annette con mucho tino se
situó detrás de ella simulando que también
iba a adquirir un billete, de este modo podría conocer el
destino. La mujer adquirió un billete con destino a
Port-Bou, población situada justo en el paso fronterizo
con Francia, Anette adquirió uno con el mismo
destino.

Dado a que el tren no pasaría por la
estación hasta dentro de casi cuarenta minutos,
sugerí a Anette que ella se adelantara en su
automóvil y nos encontraríamos en la
estación del final de recorrido del tren en la frontera
con Francia, partiendo ahora, llevaría ventaja suficiente
para poder arribar con anterioridad al tren.

Acompañé a mi colaboradora hasta su
automóvil y aproveché para comprar un par de
revistas en el mismo kiosco de la estación, luego fui al
bar y pedí un café con leche y un croissant que
todavía estaba calentito. La mujer a quien andaba
siguiendo también había ocupado una de las mesas de
la cafetería, llevaba un libro en la mano y se puso a
leerlo, pude ver que era de un conocido autor
alemán.

Casi una hora después llegaba el tren que nos
llevaría hasta la línea fronteriza, allí se
debería cambiar de ferrocarril, los vagones
españoles no tienen el mismo ancho de vía que el
resto de los europeos y ello obliga a cambiar de tren. Pude
comprobar la gran diferencia que estos tienen con los franceses;
puntualidad deficiente, vagones sumamente anticuados y no
excesivamente limpios, y especialmente muy lentos.

Los ciento setenta y cinco kilómetros nos
demoraron algo más de tres horas y media.

Como los vagones no estaban compartimentados, no
tenía obstáculos que impidieran tener un constante
un control de visión de mi objetivo.

Anette me aguardaba en el andén de la
estación de Port Bou, estaba ocupada en intentar
distinguir de entre los pasajeros que se apeaban al objetivo
perseguido, al darnos la vuelta para localizarle éste
había desaparecido. Subí rápidamente una
escalera que había al final del andén para poder
tener desde allí una mejor visión, todo fue
inútil, no aparecía. Repentinamente y por
casualidad, me pareció ver al otro lado del tren en que
había llegado, alguien que desaparecía por
detrás de unos vagones de carga detenidos en una
vía muerta.

Bajé a toda prisa de nuevo al andén apara
advertir a mi ayudante de lo sucedido, nos desplegamos por la
pequeña estación con el afán de localizar a
la misteriosa mujer. Anette se situó en las puertas de
acceso y salida de los andenes, yo traspasé las
vías para poder inspeccionar los vagones cargueros en los
que me había parecido ver a alguien que andaba por
allí. De vez en cuanto miraba a Anette para ver si ella
había localizado algo que nos indicara dónde estaba
la mujer, en una de las ocasiones, vi que ésta me
hacía señas con la mano para que fuera hacia donde
ella estaba.

-Acabo de verla-, me dijo algo alterada señalando
hacia el exterior de la estación.

-¿Dónde?- le pregunté.

-Alguien la esperaba con un automóvil, un
Citrën DS color negro, se ha subido a él y ha
arrancado a toda prisa en dirección a la línea
fronteriza, donde está la aduana, pero he podido tomar la
matrícula del coche-.-Bien, vamos a buscar tu Renault 4/4
e intentemos alcanzarles, quizás la suerte nos sea
favorable. De todas maneras vamos a llamar a mis superiores en
París y les daremos la matrícula para que la
extiendan por todas las comisarías y patrullas de
policía-.

Anette era una buena conductora, manejaba su
pequeño automóvil con habilidad y verdadera
maestría, le sacaba el máximo partido, a pesar de
que yo iba encogido en el asiento del acompañante por dos
razones, una que dado a mi tamaño las rodillas casi me
tocaba al pecho y en segundo lugar por la velocidad con las que
tomaba las curvas de la carretera. A pocos kilómetros de
la estación nos detuvimos en una gasolinera, en el
entretanto Anette repostaba de carburante, yo llamaba a
París para dar la matrícula y modelo del
automóvil en que la escurridiza mujer había subido.
Acordé que cada hora les iría llamando para ver si
el vehículo había sido localizado, recomendé
muy especialmente que se dieran instrucciones de que no fuera
detenido, simplemente que le siguieran y fueran informando
periódicamente de su situación y
movimientos.

Mi ayudante yo entramos en la cafetería de la
gasolinera para tomarnos algo caliente y reflexionar, en el
entretanto París extendía sus redes.

-Si tu fueras un terrorista y te hubiesen encargado
ejecutar una catástrofe sonada en Francia,
¿dónde la efectuarías?- pregunté a
Anette.

Se quedó un buen rato pensativa, – no se,
quizás atentaría en una personalidad de renombre
mundial, o volaría una fábrica de
automóviles, la Renault por ejemplo, o volaría una
presa de contención de un pantano-.

-Estoy de acuerdo contigo, pero tomemos al azar por
ejemplo una petroquímica, ¿En que lugar de Francia
se hallan?-.

-En Lyon y Marsella están las más
importante, particularmente en Lyon-.

-Cierto, pero toda ellas están muy bien
protegidas-.

Se nos acercó una camarera de la cafetería
y dijo: -¿Alguno de ustedes es monsieur
Alain?-.

-Si soy yo-.

-Le llaman al teléfono monsieur-.

Me acerqué rápidamente a la cabina
-¿hallo?-.

-El Citroën DS cuya matrícula nos
facilitó ha sido localizado en una carretera secundaria a
la altura de la población de Argeles-sur-Mer-, me dijo una
voz que no reconocí pero que se había identificado
debidamente. -Lo han localizado dos gendarmes de tráfico,
en estos momentos lo siguen con sus motocicletas-.

-Por favor denles instrucciones de que solo les sigan
discretamente y que les vayan informando, ahora voy para
allá. ¿Pueden averiguar quién es el
propietario del automóvil?- pregunté.

-Afirmativo, es propiedad del gobierno francés,
está asignado a la prefectura de Perpignan-.

-No digan todavía nada, sigan indagando, pero
déjenles que sigan, voy a ver si puedo alcanzarles,
gracias, les volveré a llamar desde otro
punto-.

Me quedé de una sola pieza y desconcertado, el
automóvil en el que se desplazaba una presunta terrorista,
pertenecía al estado francés. No entendía
nada.

Mientras íbamos en busca de la carretera que nos
llevaría a la población que me habían
indicado desde París, le conté a Anette la
información que me habían dado por teléfono,
como es de suponer se quedó estupefacta.

-Esto puede significar dos cosas; que quizás
dispone de una organización en Francia que le da apoyo, o
nos hemos equivocado de liebre-, dije.

Sobrepasamos la población estival de
Argeles-sur-Mer, Anette conducía y yo centraba toda mi
atención en mirar las gasolineras y restaurantes que
estaban al pie de la ruta.

Antes de llegar a la ciudad de Perpignan nos detuvimos
en una gasolinera para llamar a París.

Me informaron de que se habían detenido en un
restaurante de la ciudad. También me dijeron que en la
puerta de la Prefectura Central me aguardaba un inspector para
cedernos un automóvil con chofer provisto de sistema de
radio comunicación, lo que favorecería mucho
nuestra labor de seguimiento y comunicación constante con
la central.

En la puerta de la Prefectura nos aguardaba tal y como
me habían dicho desde París, un inspector nos hizo
entrega de un automóvil Peugeot 404, provisto de emisora
de radio-teléfono y un agente de policía que nos
hacía de chofer, con instrucciones especiales del prefecto
de no intervenir a no ser que yo se lo ordenara
específicamente. El funcionario me entregó un mapa
de la ciudad en el que había señalado el
restaurante donde había entrado nuestra
"liebre".

Anette dejó estacionado su pequeño Renault
en el lugar de aparcamiento de los automóviles de la
Prefectura y se vino conmigo.

Unos minutos más tarde localizamos el restaurante
que en la Prefectura nos habían indicado y el Citroën
DS negro estacionado discretamente cerca de la puerta de
entrada.

Decidimos quedarnos dentro de nuestro automóvil
desde una esquina en la que pudiéramos pasar
desapercibidos pero dispuestos para poder seguir los movimientos
de nuestra "liebre".

Más tarde llegó un automóvil Seat
de matrícula española que llamó nuestra
atención y que se situó en paralelo al que
estábamos vigilando y del que descendieron dos individuos,
abrieron el maletero posterior y sacaron dos maletas que
debían pesar lo suyo, pues se notaba que ambos individuos
hacían esfuerzos para llevarlas. Nos sorprendió que
se dirigieran directamente al Citroën negro estacionado unos
metros más allá. Abrieron el maletero de este sin
ayuda de ninguna llave depositaron allí las dos maletas y
después de cerrarlo, regresaron a su automóvil y se
fueron sin más dilación.

Capítulo
25

En cierta ocasión mis obligaciones
diplomáticas me llevaron a conocer a un personaje
verdaderamente original y pintoresco.

Fui destinado transitoriamente a la embajada francesa de
la ex colonia, Haití, una de las embajadas consideradas de
tercer orden, mi misión era la de efectuar las funciones
de secretario del señor Embajador, monsieur Louis de
Queralty, un veterano del cuerpo diplomático en edad
bastante avanzada, que llevaba ya en este destino algo más
de veinte años, pero en realidad mi principal
ocupación era informarme de los movimientos
políticos que se barajaban en el pequeño
país de las Antillas y otras cercanas.

En esta isla se tenía a gala presumir de que fue
la segunda nación del continente americano en
independizarse después de los Estados Unidos, y en agosto
de 1791, fue la primera república de negros independiente
del mundo, y una de las pocas rebeliones de esclavos culminada
con éxito total.

El cultivo de la caña de azúcar y el
café elevaron la economía isleña a un
estatus de riqueza inusitado, decayendo muchos años
después al descubrimiento y colonización de la
península de Florida.

En la mayor parte de las islas que forman las Antillas
caribeñas, domina la población de raza negra, los
blancos ocupan un porcentaje de alrededor de un 20%, luego les
siguen los mulatos con un 35% y el resto son negros prietos, como
así se les llaman. Entre ellos existe una gran rivalidad
ya que según el color, se pertenece a una escala social, a
pesar de que hay algunos negros y mulatos muy ricos. La isla, en
los tiempos coloniales tuvo una gran posición
estratégica, fue entre otras, el almacén de los
cazadores traficantes africanos de esclavos.

El embajador Queralty, se llevaba bien
prácticamente con casi todo el mundo, en especial con los
nativos adinerados, fueran de la escala de color de la piel que
fueran, solía hablar con ellos en su propio idioma, el
criollo, que era una mezcla de palabras de origen
francés y otras de raíces africanas y algunas
españolas.

Una de las debilidades de nuestro embajador era el
asistir a las representaciones del Vudú y las
mujeres, en especial las de color moreno. Se decía que se
había divorciado en cinco ocasiones, pero una de las
gobernantas de la residencia del embajador, con la que
trabé una cierta relación amistosa, que llevaba
casi los mismos años a su servicio desde la toma de
posesión del cargo, me confirmó que seguramente
serían bastantes más, sin contar las amantes
ocasionales que solían estar en la residencia unos
días y se marchaban discretamente y no regresaban nunca
más.

En general la población de color de la isla es
animista, a la vez que católica, y la práctica de
sesiones de Vudú son el pan de cada
día.

El embajador me llamó un medio día para
invitarme a almorzar en la residencia, durante el almuerzo me
invitó luego a asistir por la tarde a una sesión de
Vudú que se celebraría en una humilde
casita de una aldea cercana. Mi curiosidad me inclinó a
aceptar, -un conocimiento más-, pensé.

A eso de la media tarde, cuando el sol bajaba en
intensidad, nos fuimos con el auto del embajador al lugar en el
que se celebraría el "celestial"
evento.

Era una aldea formada por una escasa docena de humildes
viviendas o mejor dicho chozas, construidas en medio de unos
cafetales con tablas de madera y palmera y los techos cubiertos
con hojas de los abundantes platanales cercanos a la zona. Por
las calles deambulaban libremente gallináceas, cerdos,
patos y algún que otro perro perezoso que convivía
con todos ellos, y que al paso del automóvil revoloteaban
espantados organizando una gran algarabía.

De una de las casitas salió un anciano negro
prieto con el pelo totalmente blanco como la nieve, cubría
su cuerpo con una especie de túnica del mismo color,
tenía un andar cansino pero su aspecto impresionaba, sus
descalzos pies dejaban ver una gran cantidad de cicatrices
sanadas y unas uñas tan largas y negras que
parecían las garras de una rapaz, vino a saludar con gran
ceremonia a mi acompañante, intuí por ello que
nuestro embajador debía ser cliente asiduo, y al
que fui presentado por éste.

El anciano al que el embajador llamó Papa
Etienne
nos invitó a entrar en una de las casitas que
tenía forma circular, en la que reinaba la oscuridad hasta
que nuestros ojos se habituaron a ella. Lo primero que vi fue un
montón de pequeñas velitas encendidas en una
especie de altar cubierto por una tela de color azul, presidido
por una figurilla que me pareció una virgen negra de
hábito blanco, era fabricada de materia fluorescente que
en la obscuridad lucía, las que había visto a miles
por todo el mundo, estaba rodeada de fotografías clavadas
en la pared con oxidadas chinchetas, con caras de personas, algo
difíciles de identificar ya que éstas estaban
hechas en blanco y negro y los personajes eran también
negros por lo que solo se les distinguía el blanco de las
órbitas oculares y la dentadura a los que
sonreían.

Giré sobre mi mismo y pude ver que habían
más personas en el recinto, todas ellas sentada en el
suelo que era de tierra. Los asistentes, eran casi todo mujeres,
el embajador y yo éramos los únicos seres de raza
blanca.

Una mujer nos acercó unas burdas sillas en la que
nos sentamos en un rincón de la estancia.

Se hizo un silencio absoluto cuando el anciano que nos
había recibido se arrodilló frente la figurilla de
la virgen negra y oró, no pude captar si los rezos eran
católicos pues eran más un murmullo que otra
cosa.

Percibí en una esquina opuesta de la estancia a
un muchachillo de unos doce años que tenía entre
sus piernas unos tamboriles y que al terminar el anciano los
rezos comenzó a tocarlo en un ritmo cadencioso y
suave.

El anciano Etienne, también llamado
santero, se puso difícilmente en pie
situándose de cara a los asistentes con los ojos en
blanco, tal y como si hubiese entrado en trance, una de
las mujeres que estaba sentada entre las demás, se
arrastró hasta llegar a los pies del "oficiante", este
cogió un ramo de alguna planta que tenía sobre
aquella especie de altar de las velas prendidas, y con el ramo
comenzó a sacudir a la mujer que ahora estaba estirada a
sus pies y que aparentaba tener una especie de convulsiones cada
vez más eléctricas, algo así como si
estuviera poseída por algún espíritu
invisible para los asistentes.

El ritmo de los tamboriles aumentó la frecuencia
de su percusión a la vez que la mujer aumentaba las
convulsiones, en el entretanto el santero le pasaba las
hojas por encima del cuerpo, llegado un momento, la mujer fue
despojándose de sus ropas hasta llegar a quedar totalmente
desnuda y cada vez más convulsa, expulsaba por la boca una
especie de espuma que probablemente era saliva, se sumaron a la
escena otras mujeres que habían salido de una pieza anexa
a la que nos hallábamos y que también
seguían el compás del tamboril que ahora eran mucho
más frenético, una de las mujeres que estaba
sentada en el círculo que formaba con las demás,
llevaba una gallina viva en la mano que sin dejar de
convulsionarse entregó al santero
agarrándola este por las patas. Papa Etienne, se hizo con
una especie de machete y de un golpe cercenó la cabeza del
ave que comenzó a sangrar abundantemente y a intentar
revolotear alocadamente, el hombre dispuso al animal a poca
distancia del abdomen de la mujer desnuda que todavía se
movía en frecuentes convulsiones como si le hubiesen
conectado dos cables de electricidad, yendo a parar la sangre
sobre el abdomen de ella, en el entretanto profería una
especie de rezos que a mi entender eran en creole, ya
que no fui capaz de descifrar nada de lo que
decía.

La mujer desnuda permanecía en el suelo, ahora
algo más tranquila, como si la sangre de la gallina le
hubiese pacificado el espíritu maligno que la
poseía y que quizás pudiera llevar dentro de su
cuerpo. Ahora que el ambiente había bajado de intensidad
su frenesí, por el compás y el son de los
tamboriles que ya era algo más suave y cadencioso, pude
observar con mayor detenimiento el cuerpo de la mujer que
todavía permanecía reposando del los esfuerzos
realizados en el suelo, debo reconocer que era de una gran
belleza, todo armonía, resaltada por el color ébano
de su piel que brillaba en la oscuridad por su tersura, no me
cansaba de admirar todas las formas de su bello y estilizado
cuerpo, pensé que no sobrepasaría los diez y ocho
años, y debía ser una de las bellezas del poblado.
Manifiesto que en el poco tiempo que llevaba residiendo en
Haití, pude observar haber visto mujeres mulatas de gran
belleza y excelente cuerpo.

Repentinamente el santero volvió a coger
el machete y con gran habilidad abrió el pecho del ave
para arrancarle bruscamente con la mano el corazón que
todavía sangraba e introduciéndolo en su boca se
puso a masticarlo como si goma de mascar se tratase. En aquel
momento los tamboriles reiniciaron la percusión con
energía y todos los asistentes se pusieron a bailar como
enfebrecidos a su son, incluido nuestro embajador que me
hacía señas para que me incorporara al baile, cosa
que hice tímidamente. Afortunadamente para mi, pues no me
sentía integrado en la ceremonia, el baile duró
unos pocos minutos, y en un santiamén desaparecieron todos
los asistentes, únicamente permanecimos dentro de la
estancia nuestro sudoroso embajador, el santero, la
muchacha desnuda y yo.

Monsieur Queralt sacó del bolsillo del
pantalón un puñado de arrugados dólares que
ofreció al santero, Etienne los cogió con
rapidez haciéndolos desaparecer en un visto y no visto,
acto seguido éste se desprendió de su blanca
túnica y cubrió con ella el desnudo cuerpo de la
muchacha que comenzaba a dar señales de vida, pues se
había incorporado y permanecía sentada en el suelo,
su cara delataba sorpresa, como si hubiese estado dormida todo el
tiempo y acabara de despertar y no supiera dónde se
hallaba, su belleza era notoria y hubiese podido pasar modelos de
vestidos para cualquiera de los modistos parisinos, llevaba
prendido en su negro pelo una flor roja, que todavía
resaltaba más la belleza de su sudoroso rostro

El santero le dio las gracias al embajador y
sorprendentemente, éste ayudó a la muchacha a
levantarse y tomándola del brazo salimos de la
cabaña para dirigirnos al auto. Ella iba cabizbaja pero
caminaba de un modo muy sensual, parecía que sus pies
descalzos casi no pisaran el suelo, como si se deslizara, se
acabó de cubrir el cuerpo con la túnica y
subió a la trasera de nuestro automóvil seguida del
embajador, yo me senté en el asiento delantero junto al
chofer, un negro de proporciones desmesuradas y temible faz llena
de cicatrices.

Durante todo el recorrido hasta Port-au-Prince, el
embajador estuvo conversando conmigo haciendo caso omiso de la
"vestal" de color que llevaba sentada a su lado.
Llegados a la villa en la que estaba asentada la embajada, el
embajador acompañó a la muchacha hasta una
pequeña dependencia que había al fondo del
jardín, entraron ambos allí cerrando la puerta.
Desconocí el motivo por el que monsieur Queralty
permaneció allí encerrado algo más de tres
horas, pero en vista de la belleza de la "vestal", con
toda seguridad no sería para practicar la
santería con ella. Quizás fuera su
pequeño harén.

Capítulo
26

Mi fiel André acababa de entregarme una carta que
un viejo y buen amigo argentino me enviaba y a quién
conocí muchos años atrás en una de mis
misiones profesionales en circunstancias verdaderamente
excepcionales, amistad que aún hoy después de los
años transcurridos seguimos cultivando, por que la amistad
es como una planta que necesita ser regada y abonada de vez en
cuanto para mantener viva su lozanía y gozar de
ella.

Al abrirla e iniciar su lectura, me vinieron a la
memoria muchas de las situaciones y sucesos que compartí
con Ernesto Trapiello y que por indirecta intervención fue
la causa del primero de mis matrimonios.

En abril del setenta y dos, me destinaron una
misión especial en Buenos Aires como agregado comercial
transitorio en nuestra embajada de la Avenida Carlos Pelegrini,
muy cerca del popular y a la vez elegante barrio de La Recoleta.
Mi misión encargada, era negociar con la petrolera
argentina : YPF (Yacimientos Petrolíferos
Fiscales),
una posible fusión con la multinacional
petrolera francesa ELF, a fin de explotar conjuntamente los
nuevos pozos petrolíferos y gas descubiertos en el Sur de
la Patagonia.

En aquella época, Argentina estaba soportando una
crisis que había hundido la economía del
país, los bancos se habían quedado
prácticamente sin divisas, y el banco Mundial tuvo que
intervenir para auxiliar al gobierno. Me atrevo a afirmar sin
temor a equivocarme que había más dinero argentino
en Suiza o Panamá que en el propio país. Las
grandes fortunas llevaban años desviando su dinero al
exterior, ellos decían que por cuestiones de seguridad. En
el fondo, la realidad del hecho era que el capital quería
echar fuera al gobierno peronista que les estorbaba para sus
planes, y esta era una de las maneras para debilitarle y que
fuera el propio pueblo a los que la propia Eva de Perón
llamaba mis pobrecitos desarrapados, que provocara la
salida de este.

Como ya dije, mi trabajo era conquistar la voluntad de
determinados altos funcionarios de la petrolera argentina y
evitar que efectuara alianza con la española
Repsol.

El gobierno argentino no disponía del capital que
se precisaba para construir los gaseoductos y oleoductos
(pipeline) necesarios para transportar estos dos hidrocarburos
desde el punto de extracción hasta las refinerías y
parques de almacenamiento que se hallaban en los alrededores de
la capital.

Argentina por aquel entonces contaba con unos cuarenta
millones de habitantes repartidos entre 23 provincias
autónomas, de los cuales algo más de un cincuenta
por ciento habitaban en Buenos Aires capital y el Gran Buenos
Aires, además de otras muchas ciudades que se
repartían por el Norte y Este del país. Las
distancias en este gran país tan poco poblado, son
enormes, los productos extraídos del subsuelo
debían recorrer por los pipe-line algo más de 2.500
kilómetros hasta llegar a las refinerías, lo cual
significaba afrontar una obra faraónica de altísimo
costo, pero en aquellos momentos el país no tenía
esa disponibilidad financiera para ello. Esso y Shell
también andaban tras esta fusión, pero
tenían en su contra que eran anglosajones y no demasiado
bien vistos por sus métodos de negociación que eran
siempre de corte imperialista, y eso no satisfacía a sus
interlocutores argentinos.

Ernesto Trapiello era por aquel entonces el Director
General del Ministerio de Energía y Transportes argentino
y mi interlocutor válido para las negociaciones con YPF.
Hablaba un excelente francés pues su madre era francesa e
hija de una familia burguesa de Burdeos, su padre era un rico
hacendado propietario de fincas con grandes extensiones de
terrenos en la famosa Pampa, era tal la dimensión de estas
Haciendas que nunca habían logrado efectuar un censo
exacto del número de cabezas de ganado que en ellas
habían, recorrerlas a caballo podía ocupar
bastantes días. Congenié pronto con Ernesto y su
familia, me habían invitado en varias ocasiones a pasar
unos días en la Hacienda Santa Susana que era la joya de
sus propiedades, su madre era una dama con exquisita
educación que procuraba mantener en todo instante, me
recordaba mucho a mi madre, en cierta ocasión le hice este
comentario, algo que le agradó grandemente y me
tomó afición.

Hay un dicho popular francés que dice; "el mundo
es un pañuelo", efectivamente, un buen día se hizo
realidad; Buenos Aires una ciudad con casi diez millones de
habitantes entre su centro (la City) y periferia conocida como el
Gran Buenos Aires, fue motivo de un sorprendente e inesperado
encuentro:. En una de las ocasiones, a la salida de las oficinas
de YPF, en Diagonal Norte, casi me tropiezo con
Má, que en aquellos momentos estaba tratando de
estacionar su automóvil Ford Falcon con evidente
dificultad en un lugar bastante reducido. Realmente me
quedé sorprendido, no sabía que hacer, estaba algo
turbado e indeciso por el casual encuentro, pero en el fondo me
picaba la curiosidad, y como no, saber de la bella Manuela con la
que hacía algunos veranos nos habíamos enamorado y
que desde que regresaron a su país nunca más supe
de ella. Decidí abordarla:.

-¿Puedo ayudarla a estacionar su automóvil
señora?-, la dije acercando la cabeza a la ventanilla del
lado donde ella estaba peleándose con el
volante.

-Se giró rápidamente y al verme tuvo unos
segundos de duda, como si estuviera hurgando a gran velocidad en
su cerebro para encajar mi rostro con algún nombre.
-¡¡ Alain !!- casi gritó. Se bajó
precipitadamente del coche dejándolo medio estacionado y
estorbando una buena parte del tránsito que por aquella
vereda circulaba, colgándose de mi cuello y
llenándome las mejillas de besos y del rimmel de
sus pestañas.

-¡Qué sorpresa, que alegría !,
¿cómo vos por aquí?-, me
preguntó en un momento que se tomaba un respiro, a la vez
que me cogía de la mano y me arrastraba hasta la terraza
de una próxima cafetería.

Aprecié su sincera espontaneidad, no podía
disimular que se alegraba de verme. Su sola visión me
recordaba los buenos momentos vividos con su hija
Manuela.

Correspondí al afecto que me regalaba
dándole un cariñoso abrazo. La seguí cogidos
de la mano hasta la cercana terraza y tomamos asiento en una de
las mesitas, mientras me aseteaba con un aluvión de
preguntas, que la mayoría de ellas se daba ella misma la
respuesta. Estaba realmente gozosa del encuentro.

Le conté que estaba casi recién llegado y
el motivo de mi presencia en Buenos Aires. No me atreví a
decirle que ya llevaba casi un mes en la ciudad ya que
quizás se pudiese sentir ofendida por no haberles
todavía contactado, pero lo cierto es que me había
dejado en París el domicilio bonaerense de los
Ezeiza-Lambini.

-¿Tienes compromiso este mediodía?-, me
preguntó .

No sabía que responderle, por una parte no
deseaba crearme obligaciones, pero por otra mi subsconciente
estaba anhelando volver a ver a Manuela, aunque fuera por una
sola vez . Me incliné por dejarme invitar, el
corazón pudo más que mi voluntad.

-Pues no, estoy a tu disposición-.

-Vamos a almorzar juntos y ahora mismo llamo a Manuela
para que se una a nosotros-, me dijo llena de
entusiasmo.

Al oírla citar el nombre de Manuela,
todavía el corazón aceleró algo sus latidos,
guardaba un bellísimo y entrañable recuerdo de
ella, y en el fondo siempre queda algo en algún rinconcito
del corazón que te trae los bellos recuerdos
sentimentales.

Sin más, se levantó y fue al interior del
establecimiento, supuse que era para llamar por teléfono a
su hija mayor.

Tomamos unos refrescos y charlamos de mil cosas que
recordaban su estancia en mi país, de hecho como siempre,
era Laurita, quien llevaba el peso de la
conversación, yo me limitaba a escucharla con
atención y una ligera sonrisa en mis lbios. Detuvo su
charla por un momento para mirar el reloj.

– ¡Vamos, Manuela nos espera en el restaurante! -,
dijo toda decidida mientras se levantaba y se agarraba de mi
brazo para ir hasta su automóvil, que dicho de paso,
tenía una denuncia pegada el cristal, que ella
cogió tirándola arrugada a una papelera
pública que había a su alcance.

Poco después detenía su auto frente la
puerta de un prestigioso restaurante bonaerense llamado La
Cabaña, en el que se pueden degustar las mejores carnes de
vacuno del mundo, o al menos es lo que dicen los argentinos,
claro que también en Texas suelen presumir de lo mismo y
también brasileños y venezolanos.

El restaurante La Cabaña, es uno de los que
cuentan con más prestigio de la capital BsAs que
es como así la abrevian en su escritura sus habitantes,
tiene una cuidada decoración que transpira elegantemente
por todos sus rincones el sello y estilo propio de los famosos
gauchos argentinos.

En una mesa central pude distinguir mientras nos
atendía la señorita recepcionista, a Manuela, ella
también nos había visto y se levantó para
venir a saludarnos. Mientras se acercaba a nosotros vi el cambio
que había experimentado, era ahora una mujer que
había madurado en su belleza, el traje sastre de color
verde musgo que llevaba, con falda ajustada a sus caderas,
hacía que resaltara más su silueta, la cara
había perdido ligeramente los rasgos algo aniñados
de cuando la conocí, siendo ahora los de una mujer, de una
bellísima mujer. Sentí algo en mi interior que me
inclinaba a abrazarla de nuevo y besar aquellos sensuales y
cálidos labios que algunos años atrás
había besado tantas veces. Se acercaba con una sonrisa que
a la vez, además de simpatía, demostraba sorpresa,
yo notaba que un hálito invisible flotaba en el aire que
todavía mantenía prendida una llamita de amor que
la acompañaba atrayéndola hacia mi.

Nos dimos un cariñoso abrazo y en ello pude ver
que casi todo el restaurante nos estaba observando, pues el
camino que Manuela recorrió hasta llegar a nosotros
captó la atención en especial de los caballeros, a
pesar de que Argentina es un país de bellas mujeres, pero
la de Manuela era excepcional. En argentina a estas bellas
mujeres de pelo negro y grandes ojos, suelen llamarlas
familiarmente, "morochas".

El almuerzo, como era de esperar, transcurrió
sobre el intercambio y recordatorio de anécdotas y
situaciones del viaje de la familia a Europa y de los personajes
y ciudades que durante el mismo fueron conociendo.
Agradecí en mi fuero interno que en ningún momento
se produjera una situación que pudiera representar
incómoda y que guardara relación con el idilio
veraniego que Manuela y yo mantuvimos en aquel entonces. En
momentos fugaces me la quedaba mirando analizando
centímetro a centímetro aquel bello y perfecto
rostro, que a medida que le miraba despertaba en mi los deseos de
poseerla de nuevo.

En momento dado Má, poniendo como excusa
que tenía un compromiso con unas amigas, se marchó
dejándonos solos.

Nos quedamos mirándonos fija y profundamente a
los ojos en silencio, poca cosa podíamos decirnos que no
nos hubiésemos dicho ya en el pasado.

-Bien, Alain, ¿y que es de tu vida?,
¿cómo tu por Buenos Aires?-. me disparó con
voz suave y aterciopelada la bella Manuela. La pregunta
removió todos mis huesos, traté de serenarme y le
respondí contándole lo mismo que le había
dicho a su .

Estuvimos algo más de un ahora hablando sobre
futilezas, pero siempre sorteando los límites de nuestra
historia amorosa pasada.

La conversación llegó a un punto en el que
le pregunté que era de su vida. Por sorpresa mía me
dijo que al poco tiempo de haber regresado del viaje a Europa se
había casado con el hijo de un matrimonio amigo de la
familia.

Me quedé algo sorprendido y me pareció
experimentar unos atisbos de celos en mi interior. Repentinamente
creí haber perdido para siempre aquella bellísima
mujer, que alguien más decidido que yo se la había
llevado. Bien mirado este sentimiento repentino no dejaba de ser
un acto natural del machismo posesivo que todos los hombres que
con mayor o menor mesura nacemos.

Pero mi condición de persona bien educada, hizo
que la felicitara por su matrimonio, a pesar de que sentía
en mi interior una cierta llaguita que me pinchaba en el
corazón.

-¿Eres feliz?-, me atreví a
preguntarle.

-Lo fui-, me respondió con un cierto aire de
tristeza que le apareció como una sombra en su
rostro.

Por unos momentos me quedé algo indeciso, no
sabía cómo continuar aquella conversación,
pero aquel " lo fui " me alentó.

-No entiendo, ¿acaso ahora tu matrimonio no
funciona todo lo bien que debiera?-, dije esperanzado.

Manuela, se quedó unos instantes pensativa con la
mirada fija en lo etéreo, unos instantes después
reaccionó. –Soy viuda-, dijo.

Intenté disimular cuanto me fue posible mi
sorpresa. -Cuanto lo siento, te ruego me disculpes si con mis
preguntas te he recordado algo que quizás te haya
entristecido-.

-No, no debes preocuparte, ya superé este
trance-, me dijo mientras pasaba la mano por encima de la mesa y
me cogía la mía. Sentí de nuevo una especie
de comezón en mi interior y escalofrío, la
miré a los ojos y los tenía algo entristecidos, con
un aire que más bien diría que suplicantes, le
acaricié suavemente la mano que me había alargado,
tuve la sensación que estaba pasando un mal rato. Al fin
respiró profundamente, me miró a los ojos y me
dijo: -Una año después de regresar de nuestro viaje
familiar por Europa, conocí al hijo de un socio de mi
papá, nos vimos con bastante frecuencia y nuestras dos
familias parecían complacidas en nuestra relación,
hasta que casi sin darme cuenta me encontré frente a un
sacerdote en el altar de una iglesia y a mi derecha a Julio-,
llegada a este punto suspiró de nuevo y parecía que
tomaba aire, bajó la mirada y casi sin voz
siguió:

-Te juro Alain, que en aquellos momentos mi pensamiento
estaba en Niza, mi alma no podía estar en otro sitio-, en
estos momentos su mano que estaba cogida a la mía
efectuó una mayor presión.

Respiró de nuevo profundamente, me miró
dulcemente a los ojos y prosiguió: -Dos meses
después del matrimonio, Julio se mató en un
accidente de la avioneta que pilotaba y con la que se trasladaba
a la hacienda principal que la familia tiene en la Patagonia.
Nunca hemos sabido el motivo por el que capotó y
cayó al vacío, los expertos nos dijeron que
probablemente a Julio le hubiese dado un colapso, o algo que le
dejara sin sentido, pues la avioneta iba a muy poca altura y
llegó a aterrizar aunque sin abrir el tren de aterrizaje,
la mala fortuna hizo que una de las alas chocara con una roca y
provocara el incendio del aparato en el que Julio murió
quemado. Los expertos creen en esta teoría,
basándose en que Julio estaba todavía con el
arnés de seguridad puesto y por lo que sea no le dio
tiempo a salir del aparato-. De esto hace ya tres
años.

-Cuanto lo siento-, no tenía más palabras
que decirle.

Manuela, me cogió la otra mano y me dijo:
-¿Me acompañas?, tengo que hacer unas compras y me
agradaría que me acompañaras, naturalmente si
tienes un poco de tiempo para dedicarme.

-¡¡ Camarero !!, la cuenta por
favor-.

Te acompañaré con mucho gusto, por algo
somos viejos amigos- la dije levantándole con mi dedo
índice la barbilla para que me mirara otra vez con
aquellos inmensos ojos verde aceituna. Pagué la cuenta y
fuimos a por un taxi.

Dos semanas más tarde Manuela y yo nos
casábamos por lo civil en un juzgado de la antigua capital
de la República Argentina, Mar del Plata.

Capít.
27

Nos sorprendió la operación llevada a cabo
por aquellos dos hombres del auto de matrícula
española, tan pronto cerraron el maletero del auto negro
de la gendarmería se marcharon directamente a su coche y
partieron.

Nos quedamos quietos en el interior de nuestro
vehículo para ver en que paraba aquella extraña
operación. No cabía en mi cabeza que funcionarios
de la prefectura colaborara con un presunto terrorista que
parecía tener encargada una misión de
señalada violencia, era una situación
difícil de comprender.

Pasado algún tiempo vimos salir y dirigirse al
automóvil negro dos individuos y una mujer, que sin duda
era la sospechosa que andábamos siguiendo. Nuestro chofer
puso en marcha el motor de nuestro automóvil con el fin de
que estuviera rápidamente disponible.

Efectivamente, subieron los tres al vehículo y
tomaron una carretera comarcal que llevaba al interior de la
provincia, la D45 que conducía a la población de
Alès.

El chofer que nos habían asignado era un
verdadero experto en el seguimiento y persecución, mantuvo
todo el tiempo una distancia prudencial respecto al
automóvil que seguíamos y en el que vimos subir a
nuestra "liebre".

Cruzamos la población de Alès alrededor de
media tarde, justo a la salida de la población el
automóvil negro se salió de la carretera y
tomó por un camino forestal sin pavimentar, retrocedimos
un poco para que nos fuera fácil ver si el
automóvil que andábamos siguiendo regresaba de
nuevo a la carretera, pero me asaltó la duda de que no
sabíamos a donde iba a parar aquel camino forestal. Por el
radio teléfono nuestro chofer Pierre, llamó a la
central de la prefectura y comunicó con toda
precisión donde nos hallábamos y les
preguntó que nos indicaran dónde iba encamino
forestal.

En menos de un minuto nos informaron que el camino
forestal era bastante corto, poco menos de un kilómetro y
que no tenían constancia de que fuera a ningún
lugar, al menos en los planos detallados de la zona no figuraba
ninguna vivienda, ni edificación de tipo alguno, opinaban
que era un sendero utilizado por la gente que se dedicaban a la
elaboración del carbón vegetal, tan habitual en
aquella zona de la región.

No acababan de darnos esta noticia cuando vimos que el
automóvil negro que seguíamos, asomaba el morro de
nuevo a la carretera y se incorporaba a la misma en sentido
contrario al que nosotros habíamos situado el nuestro. Al
pasar a nuestra altura, pudimos comprobar que dentro del
vehículo solo iban dos gendarmes, lo que nos dejó
bastante sorprendidos.

-¿Dónde debe andar la mujer que les
acompañaba?-, se preguntó Anette.

-No se, debe haberse quedado en algún lugar del
camino forestal. Quizás haya alguna cueva o algo parecido
en el que pudiera ocultarse-, opiné.

Nos sacó de dudas un Renault 4L, de un color azul
y bastante desvencijado que se incorporó a la carretera en
sentido contrario al que había hecho con anterioridad el
otro automóvil. Pierre se acercó lo suficiente como
para comprobar que el 4L iba conducido por una mujer, pero no
sabíamos si realmente era la que nosotros andábamos
siguiendo o era un cebo para despistarnos en el caso de que
hubiesen detectado nuestro seguimiento.

Pierre contactó con la Prefectura de Montpellier,
para informar de todo lo referente al automóvil negro y a
los dos ocupantes, ya que su comportamiento, a nuestro ver era
altamente sospechoso.

-Tan pronto los localicemos vamos a detenerles y nos
aclararán todo los pasos que han dado durante las
última doce horas, les aseguramos que hablarán. Les
tendremos informados-, dijo una voz que sonaba a metálica
al otro lado.

-Gracias, nos será de mucha ayuda lo que ustedes
puedan averiguar-, cierro.

El Renault desvencijado al llegar al cruce de carreteras
en la población de Sommières tomó la
comarcal D40 que llegaba hasta la ciudad de Nimes y luego la
autopista A9 que sube en dirección Norte, camino de
Montélimar, Valence, y desde ésta última
puede continuar en dirección norte a Lyon hasta
París, o doblar al Este dirección Grenoble camino a
Ginebra.

Pierre mantuvo todo el tiempo una distancia de unos
doscientos metros. Cuando el sol iba escondiéndose el 4L
paró en un área de servicio de autopista para
repostar, aprovechamos también para hacerlo nosotros, al
finalizar la operación, la mujer estacionó el
Renault en la zona del restaurante y entró en el mismo. Le
pedí a Pierre que fuera a comprar unos sandwitches y
algunos refrescos para el camino, ya que no sabíamos lo
que la persecución podría durar.

Casi una hora después la ocupante del 4L se
subió al auto y arrancó, era ya de noche y la
visión se nos redujo considerablemente, por lo que nuestro
chofer tuvo que reducir la distancia entre ambos, pero ello nos
favorecía ya que el conductor del vehículo que nos
precedía, solo podía ver las luces de los faros de
los automóviles que llevaba atrás.

Casi cuatro horas después llegamos a Lyon, eran
ya casi las diez de la noche, el 4L se detuvo unos instantes y
habló con un peatón que caminaba por la acera,
probablemente le preguntaría por alguna dirección
ya que éste hacía movimientos con los brazos con
los que debía reforzar su explicación. Le seguimos
hasta que se detuvo en la plaza Des Celestins, en la que se halla
el teatro de la ópera de la ciudad y un discreto hotel del
mismo nombre en el que nuestra liebre se hospedó, puesto
que no volvió a salir.

Anette acompañada de Pierre entraron y
preguntaron en recepción el nombre de la nueva clienta
recién llegada, nuestro chofer mostró su
identificación policial lo que facilitó que la
recepcionista le diera los datos de la nueva
huésped.

Se había registrado con otro nombre y
nacionalidad a los utilizados en Madrid y Barcelona, ahora era
una maestra británica en vacaciones, Nelly Chaiser, nacida
en Newport Pagnell, condado de Buckinghamshire, esta era ahora su
nueva personalidad.

Situamos nuestro automóvil de tal manera que
bloqueaba la salida de donde había estacionado el Renault
4L, así de este modo no se nos iba a escapar sin
apercibirnos de ello. Ahora nos faltaba abrir el maletero del
auto e intentar ver el contenido de las dos maletas, que intuimos
habría trasladado del automóvil negro al
Renault.

El 4L era un automóvil sencillo, en Francia les
llamamos los "cuatro latas", no fue nada difícil
abrir la puerta trasera. Previamente Anette se había
situado en la puerta de cristal del Hotel des Celestins, desde
allí controlaba perfectamente quien salía del
ascensor o de las escaleras, y le daba tiempo de darnos un
silbido de aviso, y en el caso de que viera que no nos daba
tiempo la entretendría como pudiera a la ahora llamada
Nelly Chaiser.

Las dos maletas estaban dentro del maletero, una al lado
de la otra, eran unas buenas maletas de una marca de prestigio,
pero no nos fue posible abrirlas sin dejar huellas notorias que
sin duda serían advertidas rápidamente por la
mujer. Confieso que las cerraduras de las maletas eran
infinitamente más seguras que el portón trasero del
4L. Nos llamó la atención el peso de ambas,
había que hacer una fuerza notable para levantarlas, lo
que nos dejó bastante preocupados.

Nos dirigimos al hotel y ocupamos nuestras habitaciones,
podíamos estar tranquilos, ya que el 4L no podría
salir de donde estaba estacionado gracias a haber situado nuestro
auto en una posición que se lo impedía. Si la mujer
quería salir, debería avisar a la recepcionista y
esta avisaría a Anette, y naturalmente esta a nosotros.
Antes de retirarnos a nuestras habitaciones, dimos instrucciones
a la recepción de que si veía salir a la mujer del
117, nos avisara por la línea telefónica, de este
modo teníamos una doble seguridad garantizada.

A las siete de la mañana estábamos ya los
tres desayunando en el salón del hotel, a estas horas de
la mañana éramos los únicos huéspedes
que hacían uso, ya que la mayor parte de huéspedes
solían ser actores del cercano teatro o viajantes de
comercio, que probablemente iniciaban su actividad algo
más tarde.

Pierre acabó antes que nosotros y bajó al
lugar de estacionamiento del hotel, el 4L azul seguía
allí, como centinela permanente. Se sentó en el
interior de nuestro vehículo para hablar a través
del radioteléfono con la prefectura de
Montpellier.

Cuando Anette y yo nos unimos a él, nos
explicó que desde la prefectura le habían informado
que los dos agentes que llevaban el Citroën negro,
habían sido detenidos y en aquellos momentos estaban
sometidos a severo interrogatorio en los calabozos de la
Prefectura. Le habían recomendado además que no
perdiéramos de vista a la mujer que andábamos
siguiendo, más adelante nos darían más
novedades.

Para no llamar la atención, ahora situamos
nuestro automóvil en un extremo opuesto del parque de
estacionamiento, de este modo podíamos controlar todos los
movimientos de la mujer una vez saliera del establecimiento y a
la vez su automóvil.

Durante todo el día la mujer no apareció,
estábamos bastante intrigados, Pierre se acercó en
un par de ocasiones a la recepción, en una de ellas la
recepcionista le dijo que la habitación 117 había
llamado dos veces a Argel y una a Barcelona.

Finalizando la tarde, cuando se iniciaba el anochecer,
nuestra liebre salió precipitadamente del hotel en
dirección a su automóvil, llamaba la
atención su vestimenta, llevaba una vestimenta negra muy
ajustada a su cuerpo y un gorro de lana del mismo color, en la
espalda le colgaba una especie de pequeña mochila
también en color muy obscuro, automáticamente
nuestro conductor puso en marcha el motor del auto y
comenzó a seguir discretamente el 4L que ya salía
de la zona de estacionamiento.

La seguíamos a muy poca distancia, ya que se
metió por el interior del barrio antiguo industrial de
Lyon y parecía que en ocasiones dudaba de la ruta, ya que
paraba en alguna esquina para leer el nombre de la calle.
Próximo a la zona donde se hallaban las industrias
petroquímicas, detuvo el automóvil junto un
pequeño muro que separaba la calle de la orilla del
caudaloso río Ródano.

Aguardamos a prudencial distancia con las luces de
nuestro auto apagadas, el lugar era muy solitario, pues no
habían viviendas por los alrededores, solo naves
industriales y chimeneas que echaban humo, comenzó a caer
un fuerte aguacero que nos impedía tener una buena
visibilidad. Unos minutos más tarde dos personas llegaron
en una motocicleta, se acercaron desde la acera opuesta
dirigiéndose al 4L, sin mediar palabra subieron al
automóvil y este arrancó.

Proseguimos con nuestro seguimiento, un poco más
allá de donde habíamos estado con anterioridad, el
Renault paró, subió a la desierta acera arrimando
casi hasta rozar el lado izquierdo de su carrocería a un
alta pared del recinto de una central nuclear que precisamente
había sido inaugurada hacia pocos meses.

Ya había anochecido y comenzaba a llovisquear, la
visibilidad no era demasiado óptima, paramos nuestro
automóvil a unos cien metros del 4L apagamos el motor las
luces y nos quedamos atentos para ver qué iba a suceder,
todavía yo tenía algunas dudas de que a quien
estaba siguiendo fuera Alfil.

Del 4L salieron las tres personas por las puertas de la
derecha, una de ellas se subió al techo del
vehículo, la mujer y el otro hombre se fueron a la trasera
abriendo la puerta del vehículo y con evidente esfuerzo
sacaron las dos maletas.

Ahora ya no había duda alguna, tenía la
certeza de que en las maletas debían llevar los elementos
explosivos y que muy probablemente colocarían el artefacto
explosivo en el reactor de la central para que estallara y
causara la fuga de radioactividad que alcanzaría a todos
los seres vivos en un radio no inferior a 5 kilómetros.
Inmediatamente le dije a Pierre que por la radio comunicara con
la prefectura de Lyon para que enviaran inmediatamente varias
patrullas para que nos ayudaran a prender a los terroristas
además de un equipo de expertos en sistemas
explosivos.

Le dije a Anette que se quedara en el automóvil
al cuidado del radio teléfono. En modo alguno
quería que se expusiera a cualquier eventual peligro, no
sabía como iban a reaccionar aquella gente.

Pierre y yo nos bajamos del automóvil procurando
no hacer ruido, mi compañero empuñó su arma
reglamentaria, yo hice lo propio con la que el embajador de mi
país me había facilitado y me vino a la memoria sus
palabras : "no dude de utilizarla si es necesario para abatir
a este terrorista",
se refería a Alfil.

A unos veinticinco metros de distancia Pierre
gritó: –
¡¡¡Policía!!!,-

-¡¡¡ Arriba las manos, están
ustedes detenidos !!!.-.

Por toda respuesta uno de los hombres le disparó
dos tiros que le alcanzaron, cayendo casi a mis pies, yo iba ya
prevenido y con el arma montada, tal y como me habían
ensañado, disparé hacia el lugar de donde vi los
dos fogonazos y oí un fuerte grito, -le alcancé, me
dije-, el otro individuo se dio la vuelta y a la escasa luz de un
farol pude ver que estaba montando una metralleta, disparé
y mi disparo dio en el blanco, cayó desde el techo del
automóvil al pavés del suelo, al pasar por su lado
vi que se retorcía y de un hombro le brotaba bastante
sangre, no tuve piedad le pegué un disparo en cada
rodilla, así no podría huir. Una de las maletas
estaba todavía en el techo del 4L, pero la mujer y la otra
maleta no estaban, habían saltado al otro lado del
muro.

Subí rápidamente al techo del auto y me
asomé por encima del muro, estaba todo muy obscuro y
seguía lloviendo, lo que era un serio inconveniente, las
dos farolas más cercanas del interior de las instalaciones
las habían roto y habían dejado de iluminar, no
veía nada, a lo lejos se oían las sirenas de la
policía y bomberos acercándose a gran velocidad,
sin dudarlo salté al interior del recinto de la central
nuclear, caminé agachado procurando no hacer ruido,
agucé mi oído pero ahora las sirenas de la
policía que acudía en nuestra ayuda no
permitían que oyera nada.

Por mi pensamiento pasó lo acertado que estuve en
que mi ayudante, Anette, se hubiese quedado en el interior del
auto.

Centré de nuevo todos mis sentidos en tratar de
oír cualquier ruido que me orientara para poder localizar
a Alfa pero las sirenas de la policía sonaban cada vez
más cerca y estorbaban a mis oídos. Seguí
recto por un pasillo que formaban un entramado de tuberías
de un diámetro considerable, pero la obscuridad y la fina
lluvia que caía no permitían ver más
allá de un par de metros de distancia.

Repentinamente oí un ruido a mi espalda, me
giré rápidamente y vi algo que se acercaba a toda
velocidad buscando mi cabeza, este acto reflejo me salvó
la vida, me aparté de un salto pero a pesar de mi
rápida reacción, el objeto impactó sobre mi
hombro izquierdo produciéndome un fuertísimo dolor
que me dejó el brazo izquierdo sin sensibilidad por unos
momentos. En la derecha llevaba la pistola y disparé, a
continuación oí un fuerte ruido metálico y
un grito que me pareció femenino, a la vez que un fogonazo
casi a quemarropa hizo que notara una fuerte quemazón en
el muslo izquierdo, me mantuve todavía en pie e hice dos
disparos más en dirección al fogonazo, luego me
desmayé perdiendo el conocimiento.

Desperté en la cama de un hospital con una pierna
vendada y el brazo izquierdo escayolado hasta el hombro.
Abrí los ojos y me pareció ver en los pies de la
cama a mi ayudante Anette y un hombre vestido con un uniforme
verde claro, que resultó ser el doctor que me había
atendido, ambos al verme con los ojos abiertos se
acercaron.

El doctor me tomó las pulsaciones y me dijo que
quizás tendría algunas náuseas motivadas por
el cloroformo, me tranquilizó diciéndome que no
debía preocuparme ya que era una reacción muy
normal y casi necesaria.

-Ha salido usted de una de buena- me dijo, mientras
Anette me pasaba la mano suavemente por la frente.

Notaba que mi boca estaba como pastosa y, la lengua me
daba la sensación de que había doblado su
tamaño y no cabía en su habitual
alojamiento.

El doctor me recomendó que tratara de dormir, que
ya hablaría todo lo que quisiera en un par de horas, a
continuación me dejó solo con Anette que
seguía de pie en la cabecera de la cama. Traté de
cerrar los ojos pero me era difícil, me iban viniendo a la
memoria las últimas imágenes vividas, finalmente
con los últimos fogonazos de los disparos me quedé
nuevamente dormido.

No se cuanto tiempo dormí, pero al despertar
noté un dolor soportable pero insistente en el hombro, el
mismo que había recibido el impacto de un objeto pesado y
contundente, afortunadamente aparté la cabeza a tiempo,
por que de no haber sido así no lo estaría
contando.

Anette estaba a hora sentada en una silla junto a la
cabecera de la cama, hablaba con una joven enfermera que
vestía absolutamente de blanco, me pareció una
paloma.

-¿Qué me pasó?-, pregunté
con voz pastosa.

Anette se levantó de la silla y se acercó
a mi, me acarició el cabello y me dijo: -De buena te has
librado, tienes la clavícula rota y una bala te
atravesó la masa muscular de la pierna, por fortuna no
tocó el hueso. El doctor me ha dicho que en una semana ya
estarás en condiciones de salir del Hospital-.

-¿Y Alfil?-.

-La dejaste frita, tus dos últimos disparos
dieron en el blanco, una bala le entró por la boca y le
salió por la nuca y la segunda en pleno estómago-.
–Se han llevado su cuerpo y todas sus pertenencias los de
"especiales", para investigar. Es hasta ahora un personaje
misterioso, pero lo que se trata en realidad es saber
quién la contrató.

Me interesé por nuestro valiente chofer,
Pierre.

-Pierre, está ingresado en una unidad de cuidados
intensivos, intentando salir del post operatorio. Uno de los
disparos le atravesó un pulmón, y le partió
una costilla por la mitad, está grave, muy grave, pero los
doctores confían en que pueda superar su estado actual,
sin embargo el resto de su vida tendrá una gran
deficiencia respiratoria que le impedirá hacer excesivos
esfuerzos o practicar su deporte favorito, el rugby, se
portó como un valiente-

-Has de saber que en las maletas había la carga
suficiente de explosivos que hubiesen hecho volar por los aires
toda la central nuclear y cuyas consecuencias hubiesen sido casi
apocalípticas. Te has ganado una medalla muchacho-, me
dijo sonriente Anette mientras me pasaba la mano suavemente por
la frente.

Me sentía fatigado, muy fatigado, pero a la vez
íntimamente contento por que había podido alcanzar
el objetivo que me había sido encomendado. Sentía
el placer que produce el deber cumplido y con ello volví a
dormirme…….

Capít.
28

Estaba en mi apartamento de París escribiendo mis
memorias cuando mi fiel Andrè me pasó el
teléfono, tenía una llamada de mi ex jefe en
Servicio de Información, monsieur Jaquier de la SCEDE, me
llamaba para recordarme que habíamos sido invitados por el
presidente de la República a un almuerzo durante el
entierro del compañero "reclutador", Cloters.

-Buenos días señor, ¿cómo
está usted?-. A Jaquier le había tratado siempre
con el máximo respeto, su jerarquía dentro y fuera
de la organización le hacía merecedor de
ello.

-Le llamo para recordarle que hoy tenemos una importante
cita con la máxima autoridad de la
nación-.

-No se me había pasado por alto jefe-. Le llamaba
todavía así, a pesar de hacer más de
veinticinco años de haberme jubilado del servicio, pero yo
sabía que este tratamiento semi familiar le hacía
feliz.

-Ya me lo imaginaba, pero como usted muy bien sabe, una
de mis costumbres es revisar y controlar, lo siento moriré
así, no puedo hacerle más-.

-No tiene importancia-, le dije.

-Voy a enviarle un coche oficial para que le recoja
alrededor de las 12 del medio día, ¿de
acuerdo?-.

-Estaré dispuesto a esta hora, hasta
luego-.

Le di instrucciones a Andrè para que me preparara
un traje azul marino y corbata negra, me había fijado que
el presidente llevaba casi siempre corbata de este color,
desconozco el motivo por el que la llevaba pero por respeto
elegí este.

Alrededor de las doce Andrè me avisó de
que el portero del edificio le informaba que abajo me aguardaba
un auto oficial.

A la salida del ascensor me encontré con un buen
mozo, bastante más alto que yo, que me saludó y me
acompañó hasta el Peugeot negro de cristales
tintados de gris estacionado frente a mi domicilio, me
abrió la puerta muy diligente y luego tomó asiento
junto al conductor.

No invertimos demasiado tiempo en el recorrido, pues mi
casa no esta demasiado lejos del Palacio del Eliseo.

Los guardianes de la puerta saludaron al vehículo
oficial, aunque no sabían quién había en su
interior, tenían órdenes de efectuar el saludo, ya
que se sobrentendía que solían llevar a
personalidades.

El Palacio del Eliseo fue construido en el año
1848 y el primer inquilino fue Napoleón III, aunque la
obra se había iniciado en el siglo XVIII.

El automóvil se detuvo frente la puerta principal
de acceso al palacio, en la puerta aguardaba un ujier que muy
diligente abrió la puerta, me dio el saludo de bienvenida
a la vez que me hacía ademán para que me dirigiera
a la puerta donde me aguardaba una señorita que
vestía un traje sastre, color azul marino, que
también me hizo ademán para que la siguiera, se
puso a mi derecha y no hice otra cosa que caminar al paso vivo
que ella marcaba.

Cruzamos un bello salón de estilo Luís XV,
con el techo y los frisos decorados primorosamente, y que era la
antesala al despacho del presidente de la
república.

La señorita llamó suavemente a la puerta
que se abrió al instante, dejando ver el fondo del
salón en el que se veía un grandioso tapiz con
alegorías de caza, y justo debajo de el, la mesa de
trabajo del presidente.

Entré flanqueado por la señorita que me
acompañó hasta un ala del salón en la que
había un bello tresillo tapizado en seda adamascada de
color rojo carmín, allí estaban sentados el
presidente, señor Sarkozy y, mi antiguo jefe en el SCDE
monsieur Jaquier.

Ambos se levantaron para saludarme, acto que me hizo
sentir, tonto de mi, importante.

Aquel descendiente de húngaros, era un hombre de
talante locuaz, a su modo simpático, que dominaba
excelentemente el arte de captarse la simpatía y voluntad
de las personas, y debo confesar que me impresionó
favorablemente, le sobraba quizás la tanda de ademanes que
utilizaba mientras hablaba para reforzar su idea, me recordaba a
los italianos que son capaces de hablar simplemente con sus
gesticulaciones.

Después de hablar un buen rato sobre
política internacional, el presidente se dirigió a
mi interesándose por mis acciones en el servicio de
información francés. Pienso que el sabía
más que yo de mi mismo, pero tuvo la deferencia de
disimularlo.

Se me anticipó Jaquier y le relató todo mi
curriculum, haciendo especial hincapié en el escabroso
tema de la persecución y final de
Alfil.

Textualmente al finalizar apuntó que mi
acción había librado a Francia de una
catástrofe que hubiese podido costar la vida a unos
cuantos cientos de ciudadanos.

El presidente escuchó el relato muy serio, y yo
para quitar algo de mérito al hecho, le conté al
presidente a titulo de anécdota, la experiencia del
santero y el embajador en Haití. El presidente no pudo
aguantar y estalló en una fuerte risotada coreada por el
propio Jaquier.

El presidente carraspeó para aclararse la voz y
me dijo:. -Dado a su eficiente servicio a Francia, sepa que
dispondré que salga publicado en el diario oficial, la
condecoración que el gobierno de la nación le
dará en el acto de que todos los años se celebra en
La Bastilla que coincide con el día de la
liberación de París-.

A mi edad y viniendo del propio presidente de la
República, me sentí emocionado, era una
distinción inesperada, y creo con toda seguridad que
monsieur Jaquier tuvo bastante que ver en ello.

El presidente se levantó invitándonos a
que le acompañásemos, nos seguía su fiel
secretario, un joven de unos cuarenta años que
había estado a su lado durante toda la campaña
electoral, un hombre de su partido que ahora además de
hacer de secretario es su asesor de imagen. Nos llevó a un
salón contiguo, que como el resto del Elíseo
tenía una exquisita decoración.

Era un salón algo más pequeño que
el del despacho de presidencia, muy acogedor e íntimo, en
el centro había una mesa redonda primorosamente preparada
para el almuerzo, y una señorita vestida con uniforme de
delantal almidonado de camarera que estaba de pie junto a la
misma dispuesta a servirnos.

Durante el almuerzo el presidente estuvo muy hablador,
nos relató la llegada de sus padres a Francia y
anécdotas de su familia y de su labor política
hasta llegar donde el siempre había pretendido, pero
llamó mucho mi atención al ver que era un hombre
que también sabía escuchar, cualidad muy importante
en un dirigente y muy poco practicada por algunos.

Dos horas más tarde el presidente miró su
reloj y a su secretario, éste le hizo una señal con
la cabeza, el presidente se levantó y tuvo la deferencia
de acompañarnos hasta la puerta.

-He tenido una grata satisfacción conocerle-, me
dijo.

-Lo mismo le digo señor presidente, gracias por
su amabilidad y por dedicarnos este tiempo-, le dije casi
reverencialmente, aquel hombre me había cautivado, por su
sencillez y agudeza.

El mismo automóvil oficial que me recogió,
me dejó en la puerta de mi casa en la plaza del
Trocadero.

Unos meses después me fue impuesta la cruz de
Chevalier, con honores y una apreciable paga de por vida, que con
franqueza no esperaba.

Capít.
29

Cuando dejé de prestar mis servicios en la SCEDE,
procedí a comunicarlo al Ministerio de Asuntos Exteriores
como era preceptivo, a la vez que solicitaba me fuera renovada mi
incorporación al cuerpo diplomático, solicitud que
fue aceptada con cierta brevedad, eran tiempos en que el mundo
necesitaba mucho de los servicios diplomáticos.

El planeta estaba en plena etapa de lo que la prensa
mundial llamó la guerra fría, los rusos presionaban
a los EE.UU. e intentaban tomar posiciones en países en
que los americanos tenían algunos intereses
estratégicos, en especial Oriente Medio, que además
de la relativa proximidad con el bloque soviético, eran
poseedores de grandes reservas de petróleo, algo a lo que
también aspiraba la CCCP.

En Asia, el ejército comunista ocupó
Manchuria y se preparaba para invadir la península de
Corea más allá del paralelo 38º, finalmente el
ejército comunista de Mao Zedong, aunque fue poco
receptivo a la escasa ayuda soviética, consiguió
derrotar al pro-occidental ejército nacionalista chino
apoyado por los americanos.

El Plan Marshall. En Estados Unidos se extendió
la idea de que el equilibrio del poder en Europa no se
alcanzaría sólo con la defensa militar del
territorio, sino que también había que atajar los
problemas políticos y económicos para evitar la
caída de Europa Occidental en manos comunistas. A
raíz de estas ideas, en junio del 47, la Doctrina Truman
sería complementada con la creación del Plan
Marshall, un plan de ayudas económicas destinado a la
reconstrucción de los sistemas
político-económicos de los países europeos
y, mediante el afianzamiento de las estructuras económicas
capitalistas y el desarrollo de las democracias parlamentarias,
frenar el acceso al poder de partidos comunistas en las
democracias occidentales europeas, especialmente en Francia e
Italia. Este fue un modo de mermar la influencia
soviética. Más tarde Rusia inventó el
Comecon que trataba de ser la contraposición del Plan
Marshall americano.

En mayo del 49 se creó la OTAN o NATO,
según se mire, estableciéndose en la
República Federal Alemana como producto de de la
fusión de las zonas de ocupación aliada. Como
réplica. En octubre de este año, los
soviéticos proclaman a su zona de ocupación como la
República Democrática Alemana,

Los rusos en 1961 cerraron Berlín a cal y canto,
ya que detectaron una gran cantidad de fugas de "cerebros" del
Este al Oeste, aprovechada por los alemanes occidentales y a la
vez los americanos, cuyo máximo exponente fue el doctor
E.von Braun.

En el noviembre del 63 cae asesinado en Dallas, John F.
Kennedy, y el tejano Lindon B. Johnson pasa a ser el presidente
accidental.

En esta época soy destinado a Paraguay como
cónsul de Francia en Asunción. Los americanos
están bajo el schok del asesinato del que consideraban el
mejor presidente de todos los tiempos, después de Abraham
Lincoln. Están convencidos de que el asesinato no ha sido
obra de una sola persona, lo certifica que L.Oswald, el autor de
los disparos que mataron a JF Kennedy, fue asesinado pocos
días después de ser apresado, por un gangster de
poco pelo, llamado Jack Ruby, lo asesinó de unos disparos
a quemarropa cuando era conducido a la Corte para ser interrogado
por el juez, a pesar de ir rodeado de policías. Hay la
creencia de que ha sido una conspiración, una
coalición entre la Cosa Nostra, el equivalente de
la mafia italiana en los Estados Unidos, con
italoamericanos ya nacidos en el nuevo continente, pero con
grandes conexiones delictivas entre ellos y, otros grupos
jamás identificados.

Con este estado de cosas me incorporé al
consulado lleno de entusiasmo, era mi primera oportunidad para
demostrar mi valía diplomática.

Tomé posesión de mi nuevo cargo con el
beneplácito del entonces nuestro embajador en Paraguay, en
honorable Marcel de la Croix, perteneciente a una larga familia
de políticos y diplomáticos cuyos orígenes
se perdían en los tiempos del Rey Sol, y gran amigo de mi
tío Thierry, por aquel entonces ya jubilado.

El consulado estaba en la misma residencia en la que yo
vivía, se componía de una gran casa de estilo
colonial de dos plantas rodeada de jardín. La planta baja
estaba destinada a atender a los que necesitaban de los servicios
del consulado, y en la planta superior mi vivienda
privada.

Tenía a mi cargo una secretaria francoparaguaya,
de padre nativo y madre francesa, que le permitía hablar
un exquisito francés, un buen inglés americano y
español, había sido educada en un colegio religioso
para señoritas en París, cuya rígida
educación ahora la transmitía en sus maneras. Por
desgracia no había sido excesivamente afortunada en el
reparto de caras que le había tocado al nacer. Poco
agraciada y piel ligeramente cetrina con algunas cicatrices
causadas por unas viruelas juveniles, era alta y desgarbada, por
el contrario su carácter era muy dulce y como ya he dicho,
sumamente educada y metódica, además de efectiva y
leal.

La otra persona era un joven de veintiocho años,
de piel morena hijo de un matrimonio francés nacido en una
de nuestras antiguas colonias africanas, Mali. Hablaba
también un buen inglés americano a la vez que el
español y el guaraní idioma ancestral hablado en el
país como segundo idioma, protegido por la UNESCO con el
fin de que no se perdiera una lengua tan antigua y extendida
algunas zonas de cuatro países limítrofes;
Paraguay, Uruguay, Argentina y Brasil, cuyos aborígenes
todavía lo mantenían como medio de
comunicación entre si, se calculaba que era hablado
alrededor de un millón de personas.

Y finalmente la cocinera llamada Mame, una nativa, de
complexión robusta que se pasaba el día cantando
canciones con mucho ritmo por toda la cocina, hasta el punto que
en alguna ocasión tuve que llamarle la atención por
que sus cánticos se oían desde mi
despacho.

Asunción cuenta con una nutrida colonia francesa
y un notorio grupo de descendientes de franceses, el
guaraní se utilizaba en la mayor parte de los barrios
periféricos de la ciudad especialmente hablado por las
gentes de raza autóctona y trabajadora.

A los pocos meses de estrenar mi cargo, vino a verme una
dama que le dijo a mi secretaria Aline con cierto aire de
misterio, que era urgente que la atendiera el señor
Cónsul, no quiso decirle nada más.

Miré mi reloj de bolsillo y comprobé que
todavía me quedaba una hora para asistir a la
inauguración de una nueva escuela francesa que la colonia
de paisanos había construido y sufragado de sus propios
bolsillos. Le dije a Aline que la hiciera pasar.

Vi ante mi, una mujer que debía sobrepasar
ligeramente los cincuenta, bastante bien parecida, vestía
buenas ropas pero algo desarregladas, como si se hubiera vestido
precipitadamente sin cuidar los últimos detalles, dijo
llamarse Marie Tourane.

La invité a que tomara asiento frente a mi, me
mostró su pasaporte francés sin habérselo
solicitado. Por su acento comprobé que era de la zona del
Midi de mi país, cosa que certificaba su
documentación.

¿En que puede serle útil este consulado
madame Tourane?-, le pregunté para así iniciar la
conversación.

-Estoy preocupadísima-, respondió sin
añadir más.

-¿Y cual es el motivo que la tiene a usted tan
preocupada?-.

Se quedó unos instantes como meditando y mirando
al techo de la estancia, finalmente dijo escuetamente: – Mi
marido ha desaparecido -.

-Pero señora este es un asunto propio para ser
denunciado a las autoridades del país, nada tiene que ver
con las funciones propias de este consulado-.

-Lo se señor cónsul, pero el caso es
excepcional-.

Puse cara de sorprendido para ver si se explicaba algo
más.

-Verá, la mañana de ayer mi esposo
salió, como todos los días, me dijo que iba a su
oficina, que se halla al otro lado de la ciudad, se llevó
el automóvil, como todos los días, pero llegada la
noche, no sabía nada de él-.

Me quedé meditando por unos momentos, me
preguntaba ¿cuál sería el motivo por el
qué esta mujer vino al consulado y no había acudido
a la policía?.

-¿Puede usted ser algo más
explícita señora?, me desconcierta que usted haya
venido a verme a mi, al cónsul de Francia y no a las
autoridades del país para que averigüen el paradero
de su esposo-. –Si usted lo desea puedo llamar ahora mismo
al jefe de la policía, a quien conozco y mantengo una
buena relación, para pedirle que busquen a su
marido-.

-No, no por favor-, me dijo con cara de asustada, y que
hacía que aumentara el misterio.

-Pues la verdad no se que hacer-, le dije sin
convencimiento alguno.

-Verá, mi esposo no es realmente francés
de nacimiento, aunque tiene la nacionalidad-. Aquí se
detuvo y miró a todo su alrededor como si esperara ver a
alguien que nos estuviera espiando.

Arqueé las cejas como diciéndola que no
entendía nada de lo que trataba decirme.

-Mi esposo tiene quince años más que yo,
el había nacido en Alemania, poco después de la
guerra se vino a París y allí nos conocimos. A los
pocos días nos casamos y esto le permitió adoptar
la nacionalidad francesa. En 1946 no era difícil obtener
la nacionalidad, había tantísima gente que se
había dado por desaparecida que las autoridades
simplificaron mucho el procedimiento, para un extranjero solo
bastaba estar casado con un súbdito francés y
cumplimentar un par de formularios.

Dos meses después me dijo que le había
salido un importante empleo en Paraguay y nos venimos-. Se detuvo
unos momentos y respiró profundamente.

-Llevamos aquí casi veinte años, mi esposo
tiene una oficina de negocios internacionales y nuestra
posición económica es francamente buena. Realmente
desconozco al detalle el tipo de negocios a los que se dedica,
casi nunca habla de ellos conmigo. En ciertas ocasiones le han
visitado algunos clientes alemanes, y durante la estancia de
estos suele estar distinto, algo así como nervioso y
tenso, no se como explicarlo, inquieto diría. Suele viajar
con cierta frecuencia a Brasil, a una ciudad que se llama
Curitiba. En cierta ocasión me llevó con el y
francamente me sorprendió la cantidad de alemanes que
allí residen, son gente mayor, de una media de edad de
algo más de sesenta años, muy estirados y
excesivamente ceremoniosos. Viven en casas francamente
singulares, lujosas y con gran cantidad de servidumbre, a la que
tratan con cierto despotismo-.

A medida que la señora se explicaba, me vino a la
cabeza una idea. Dejé que siguiera, no quise
interrumpirla, puesto que a medida que avanzaba en su relato me
iba interesando su contenido y posible desenlace. De hecho
parecía que su relato fueran pensamientos en voz alta y yo
fuera una especie de confesor o psiquiatra.

Como una especie de chispazo, me vino a la memoria que
poco tiempo atrás, una de las mujeres que venían a
efectuar la limpieza del consulado, oí que le contaba a mi
secretaria Aline que un día efectuando la limpieza del
sótano de uno de los restaurantes de más prestigio
de Asunción, regentado por dos hermanos de nacionalidad
alemana, había un gran baúl de madera que siempre
le había llamado la atención y no se había
atrevido nunca en abrirlo para fisgonear su interior. La mujer
siguió con su relato, en el que decía que
finalmente se atrevió a abrirle, pues no estaba cerrado
con llave. Cual sería su sorpresa al ver que solo
contenía ropas militares de color negro que olían a
naftalina.

Yo picado de curiosidad y con un presentimiento,
intervine y acercándome a la mujer le pregunté :
-¿Está usted segura que eran trajes de
militares?-.

La mujer con cara de extrañada por mi
intervención, que con toda seguridad no esperaba,
afirmó: -Absolutamente señor y eran de color
negro-, y para mayor abundamiento dijo : -eran muy bonitos y
llevaban bordadas en plata las solapas de la chaqueta una especie
de rayos, dos, uno al lado del otro-.

No me cabía ya la menor duda, eran trajes de la
antigua Gestapo de Hitler. Me acerqué a su oído y
le recomendé que si en algo estimaba su vida, no se le
ocurriera contar a nadie este descubrimiento. Me miró con
los ojos casi desorbitados con gesto de no comprender, -se lo
digo muy seriamente, no repita esto a nadie, va en ello su vida y
la de los suyos-.

Este hecho y lo que la señora Tourane acababa de
contarme de su marido, completaban el pequeño
rompecabezas. Ahora ya casi no tenía duda de que el esposo
de madame había sido alguien de cierto relieve en la
organización de la policía militar nazi. Me
confirmaban mis sospechas las frecuentes visitas de su esposo a
Brasil para establecer "negocios" con súbditos alemanes,
que ella acababa de contarme.

En aquella época se sospechaba que una gran
cantidad de mandos militares alemanes, ante la perspectiva
latente de que iban a perder la guerra, se refugiaron en varios
países de América latina cargados con los bienes
producto de los pillajes efectuados en los países que
habían invadido. Con ellos pudieron comprar voluntades,
posesiones y documentos que les acreditaban sus nuevas vidas y
nacionalidades, se convirtieron repentinamente en ciudadanos
intachables bajo el abrigo del país.

Me excusé con madame Tourane y le prometí
ocuparme de investigar el paradero de su esposo con toda la
discreción posible, aunque le recalque que no era
misión de este consulado. Mi secretaria le tomo sus datos
personales y los de su marido para que formaran parte de nuestro
archivo.

Al día siguiente fui a visitar al capitán
de la policía paraguaya con quien mantenía una
excelente relación, gracias a que ambos éramos
socios del Country Club de la ciudad, y habíamos tenido
ocasión de jugar al tenis como parejas de dobles en varias
oportunidades. Tenía pensado exponerle el caso y mis
sospechas en el mismo.

El capitán González era un gran
profesional y un hombre siempre dispuesto a colaborar con los
amigos. Yo sabía que solía ir todas las
mañanas al Club para desayunar y allí me fui, era
el lugar perfecto para poder charlar con bastante libertad y
nuestro encuentro podía pasar en principio como
casual.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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