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Alimentación animal (página 2)




Enviado por Jesús Castro



Partes: 1, 2

Sí es posible, en todo caso, asegurar que
sólo una interacción entre el ADN heredado y el
material heredado que no forma parte del genoma puede producir un
resultado funcional. Todo ello viene a corroborar lo que
decía Michael Denton: el genoma no es el "blueprint"
(anteproyecto o plano detallado) del organismo. Genomas y
células, si se han consolidado en un proceso evolutivo,
han evolucionado de la mano; ninguno de los dos puede hacer nada
sin el otro. Por eso, según dice Noble, si
quisiéramos enviar a un mundo recóndito en la
lejanía cósmica una cápsula conteniendo la
información relevante para que pudieran
recrear allí algún organismo vivo de nuestro
planeta, nada conseguiríamos con mandar únicamente
la información contenida en el genoma del mismo;
sería imprescindible mandar conjuntamente toda la
información analógica hereditaria contenida en la
célula en su conjunto.

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El conocimiento más extenso de los
factores epigenéticos, con el que hoy contamos, nos ha
llevado nada menos que a poner en entredicho lo que durante
décadas ha sido denominado el "dogma central" de la
biología; la idea de que la información fluye
sólo en un sentido, desde el genoma hasta el resto del
sistema, pero no a la inversa, es una irrealidad. Hoy sabemos que
el genoma es un soporte que puede ser leído, o que puede
recibir información del exterior que modifica su
configuración (en palabras de James Shapiro, una "write
and read memory", es decir, una memoria de lectura y escritura).
La maquinaria celular, nos dice Noble, impone de forma extensiva
en el genoma patrones de señalización (o
comunicación bioquímica) celular y de
expresión de la información genética; y ello
se concreta en dos tipos de influencias de gran importancia; por
un lado significa que ningún organismo puede desarrollarse
sin su concurso, lo que la convierte en una "causa
genética" primordial en el sentido de que es necesaria
para la producción del fenotipo, y que es pasada a su
progenie de generación en generación; por otro
lado, ejerce una influencia determinante en el tipo de organismo
que resulta producido al final del proceso de desarrollo, si bien
a estas alturas de la investigación carecemos del
conocimiento suficiente para establecer en qué grado el
zigoto y su maquinaria celular heredada son específicos de
cada tipo de organismo viviente.

Otra consecuencia de la visión que
Noble nos ofrece, en torno al enigma de los factores que
constituyen el material hereditario, es la
remoción de la tan extendida analogía del genoma
como un programa informático. A principios de los
años 1960, Monod y Jacob propusieron su idea de "le
programme génétique" (el programa genético),
entendiendo por "programa" un conjunto de instrucciones
independientes de la funcionalidad prescrita en él, una
pieza de lógica y un conjunto de formalismos encriptados
en un sistema simbólico material que requiere datos sobre
los que trabajar y está orientado a la producción
de un resultado funcional. Tradicionalmente se ha venido
considerando al ADN como el programa en sí, y al resto de
material celular y su entorno como los datos y el resultado
producido. En la nueva perspectiva que la epigenética nos
ofrece, el ADN no sería ya tanto el programa en sí
como una base de datos utilizada por el sistema en su conjunto; y
si la analogía tiene que seguir siendo un recurso
retórico de alguna utilidad, entonces es preciso reconocer
que la información prescriptiva que controla y gobierna
los procesos se encuentra diseminada por toda la célula en
forma tanto digital como analógica.

Pues bien, una vez conocidos los datos cabe
pensar en las conclusiones que de los mismos podemos
extraer.

El problema de la causación que nos ha
traído hasta aquí no se para en la
determinación de las causas primeras o eficientes sino que
una perspectiva teleológica (finalidad o propósito
de dicha causación) se hace imprescindible, incluso para
quienes pretendan negar toda teleología trascendente en el
proceso evolutivo; en especial para quienes, como es el caso de
Noble, advierten irremediablemente la necesidad de una
aproximación no reduccionista al enigma de la vida en
general y de los organismos superiores en particular. Dice el
autor lo siguiente: "El concepto de niveles
(jerárquicamente funcionales) es en sí mismo
problemático. Es una metáfora, y muy
útil en biología. Así, en cierto sentido,
una célula, por ejemplo, o un órgano o un sistema
inmune, son mucho más que sus componentes moleculares. Las
moléculas están condicionadas para cooperar en la
funcionalidad del todo".

Pero entonces, ¿cuál es la
causa que empuja a las moléculas a converger, como afirma
Noble, hacia la funcionalidad del todo? Ésta es la gran
pregunta a la que la biología tiene que dar respuestas
satisfactorias; y el problema es que la mera observación y
el método científico carecen de la capacidad
necesaria para aportar respuestas definitivas. La
teleología trasciende la visión mecanicista de la
realidad a la que la ciencia se ha constreñido
voluntariamente. Ante esto, los esfuerzos de las mentes
comprometidas con el paradigma naturalista (criteriología
científica basada en una cosmovisión materialista
que sostiene que la naturaleza está formada por la
totalidad de las realidades físicas existentes y, por lo
tanto, es el principio único y absoluto de lo real,
desacatándose toda suerte de fenómenos de
índole sobrenatural o trascendente por considerarlos
subjetivos o engañosos) se retuercen para tratar de
inventar modelos intelectuales con los que acallar las
imperdonables inferencias de diseño que pugnan por salir a
flote. La respuesta de Noble es evolucionista y por ello no
podría ser más desconcertante: "las constricciones
(los únicos caminos que conducen a los resultados que
observamos) residen en los límites y condiciones
iniciales". Noble nos ofrece así una forma de entender su
convicción de la necesaria causalidad bajo una
óptica en la que los niveles superiores de
jerarquía organizativa determinan la actividad de las
partes en niveles inferiores. Pero esto nos lleva a la
organización como causa en la materia, lo cual es una
perspectiva de corte profundamente aristotélico
(atribución de una finalidad u objetivo a procesos
concretos), algo que parece quedar muy lejos de las intenciones
evolucionistas de Noble. En efecto, la organización como
resultado, o la forma biológica en definitiva, es
precisamente aquello que buscamos explicar. La
organización de las partes en un todo biológico no
puede ser al mismo tiempo la causa y el resultado del
proceso.

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No puede serlo, obviamente, en cuanto causa eficiente
(entidad que produce el resultado biológico) en una
visión mecanicista (algorítmica) como la que la
ciencia moderna nos ha venido ofreciendo hasta finales del siglo
XX y todavía se resiste a abandonar; pero no deja de ser
una referencia perfectamente válida para una visión
de miras más amplias que considere la forma
biológica como causa final (o finalidad) del proceso de
desarrollo del organismo, en una interpretación
inevitablemente finalista del mismo que asuma la existencia de un
bagaje complejo de información prescriptiva (es decir, que
se traduce en mandatos u órdenes) en el organismo, tanto
digital como analógica, cuya naturaleza intencional venga
constreñida (que impela u obligue), de manera no
precisamente fortuita, a la producción de dicha forma.
Pero no parece que ésta sea la perspectiva favorita de
Noble. Consciente del peligro de hacer aflorar intuiciones de
naturaleza finalista de difícil justificación en un
modelo vocacionalmente naturalista, se pregunta el autor: "pero
entonces, ¿qué es lo que a su vez origina las
constricciones de dichas condiciones iniciales?". La respuesta,
salvadora para su dogmático paradigma, no se hace esperar:
"billions of years of evolution" (billones de años de
evolución).

La evolución se convierte, en último
extremo, en la referencia mística que todo lo justifica;
la verdadera piedra filosofal (ficticio remedio para todos los
problemas) de los naturalistas dogmáticos de nuestra era.
La evolución como causa última de la propia
evolución, una idea sin pies ni cabeza que el propio Noble
no ha dudado en explotar hasta donde le ha sido posible y a cuya
difusión ha dedicado uno de sus libros más
conocidos: "The Music of Life" (la música de la vida). En
él, Noble se explaya en su imagen de la evolución
como "The Grand Composer" (el gran compositor): la
evolución, nos dice Noble, es ese gran compositor que ha
orquestado la música de los genes, la armonía de
las células y la sinfonía de las diferentes etapas
de la vida. Una exposición tan poética como
inconsistente; cargada de contradicciones emocionales.

La evolución no puede tomarse como una causa,
sino como un resultado. No dirige ni gobierna, y no produce ni
explica los procesos del cambio de los seres vivos. La
evolución no es otra cosa que una interpretación
humana abstracta de los acontecimientos biológicos. La
evolución vista como resultado, o como acontecimiento
hipotético discernible mediante la capacidad racional de
abstraer y comparar, es precisamente el "supuesto" a
explicar.

En lo que ciertamente podemos estar de
acuerdo con Noble es en que la música maravillosa de la
vida, como toda creación artística o
tecnológica, precisa de un Compositor; y muy
razonablemente de un Compositor dotado de una asombrosa
inteligencia creadora. Pero en todo caso, la enseñanza
más importante que podemos extraer del excelente trabajo
de Noble es que toda teoría que pretenda explicar el
supuesto proceso evolutivo debe de tener resuelto previamente el
problema de la causación del fenotipo, y éste es un
problema que está todavía muy lejos de ser
resuelto. Los entresijos de la vida se negocian en el seno de la
célula, en una interacción indetectable e imposible
de reducir a nuestra limitada capacidad de conocer, entre la
información digital del genoma y la información
analógica dispersa en dicha célula, amén de
las interferencias ambientales y su influencia en la
expresión génica. Por eso, hasta que no se conozcan
los secretos de estas influencias causales en la
conformación de los organismos vivos, es perfectamente
inconsecuente que se declare haber detectado los mecanismos de
cambio capaces de dar lugar a la aparición de nuevas
especies. Porque, precisamente, los cambios en el fenotipo que
debemos explicar se generan en los cambios acaecidos en los
mecanismos de causación que no hemos sido capaces
aún de descifrar.

En todo este desarrollo se puede observar una idea
perentoria: Al presente, el hombre está muy lejos de
atisbar los intríngulis celulares que vinculan la herencia
biológica (genoma, epigenoma y otros) con el fenotipo, por
lo que es absolutamente incapaz de visionar el apoteósico
puzle que mostraría con claridad cuáles son las
auténticas lindes o fronteras que separan, unas de otras,
a las distintas formas de vida terrestres (a saber, los
"géneros" creativos del Génesis). El concepto de
"especie" biológica queda, pues, relegado a una mera
entelequia pueril sostenida en alto por un grupo de testarudos
dogmáticos que no disciernen su
ridículo.

NOTA 2:

La revista "Despertad", de fecha
8-3-1982, páginas 13 a 15, publicada en
español y otros idiomas por la
Sociedad Watchtower Bible And Tract,
dice en parte:

«Los científicos tienen varios
modos de calcular la antigüedad de los fósiles. El
método en que más confían es el
método radiactivo. ¿Cómo funciona
éste? ¿Es realmente exacto? Por lo general, no es
el fósil mismo lo que se fecha, sino un mineral radiactivo
que se encuentra en el mismo estrato de roca que el
fósil.

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DATACIÓN
DE URANIO-PLOMO.

El uranio es un elemento radiactivo
que se transforma muy lentamente en plomo. La
desintegración de la forma común del uranio, U-238,
se produce a tal ritmo que en 4.500 millones de años la
mitad del metal se ha transformado en plomo. Se puede saber la
edad de un mineral que contiene uranio midiendo la cantidad de
plomo que se ha formado en él.

Por eso, una vez que se obtenga el
análisis químico del contenido de uranio y de plomo
en un mineral, sólo se requiere un
cálculo sencillo para determinar la edad de éste.
Pero lo que complica el análisis es el hecho de que hay
diferentes isótopos de plomo, y sólo el plomo 206
proviene del uranio 238. Por eso, el químico tiene que
conseguir la ayuda del físico con su espectrómetro
de masa para ver la cantidad de este isótopo en particular
que hay en el plomo. No obstante, hay dos suposiciones muy
importantes que tienen que ser ciertas si la solución ha
de ser correcta:

Primero, que no haya habido plomo mezclado
en el mineral de uranio cuando éste se formó en el
magma de la roca fundida que iba enfriándose.
Si estuvo presente algún plomo, entonces la roca
recién formada tendría la apariencia de haberse
formado hace millones de años.

Segundo, que no se haya escapado nada del plomo del
mineral. Si parte del plomo indicador hubiera sido
extraído por lixiviación (efecto de un disolvente
sobre un cuerpo, que separa sus partes solubles de las
insolubles) de un mineral antiguo, eso haría que en el
análisis el mineral pareciera ser mucho menos
antiguo.

Se ve, pues, que el método no es infalible. No
obstante, con la debida atención a la posibilidad de estos
escollos, se han fijado fechas para muchas antiguas formaciones
de roca que se pueden aceptar con confianza. Empleando este
método, se ha establecido la edad de las partes más
antiguas de la corteza de la Tierra en más de cuatro mil
millones de años.

Pero no se hallan los minerales de uranio
en las mismas rocas en que se hallan los fósiles. Esto se
debe a que en las rocas ígneas, o aun en
las que han sido metamorfoseadas o transformadas por el calor,
cualesquier fósiles hubiesen sido
destruidos. Por eso, hay que recurrir a otros relojes radiactivos
para datar los fósiles.

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DATACIÓN DE POTASIO-ARGÓN.
El elemento potasio se halla extensamente en el mundo mineral.
Tiene un isótopo muy raro, K-40, que se descompone con una
vida media de 1.300 millones de años. La mayor parte del
potasio se transforma en calcio, pero el 11 por ciento de
él se descompone de una manera diferente, en argón.
Ahora bien, el argón es un gas inerte. No se combina con
otros elementos y por lo general sólo se encuentra en la
atmósfera. Pero minerales tales como el feldespato, que
contienen potasio que por largo tiempo no ha sufrido
alteración, sí contienen argón atrapado como
consecuencia del proceso radiactivo. Se utiliza esta propiedad
del potasio en una situación en la que los fósiles
han sido enterrados en una capa de ceniza
volcánica.

La teoría de datación por el
método de potasio-argón es sencilla. Cuando un
volcán entra en erupción, la roca
derretida que éste arroja pierde el argón
que previamente se había formado del potasio en la roca. A
medida que se enfría el penacho volcánico, la roca
se consolida y su potasio, habiéndose librado ya de su
contenido de argón, empieza a formarlo de nuevo.
Así el reloj de potasio-argón se ha puesto en cero,
y cualquier cosa que la erupción haya enterrado puede
fecharse analizando las cenizas circundantes.

La teoría parece buena, pero
también en la práctica de ésta surgen
dificultades en las suposiciones fundamentales. Por una parte, la
posibilidad de que se haya escapado argón del mineral
haría demasiado pequeña la medición de la
edad. Por otra parte, si el calor volcánico no
consumió todo el argón de la roca fundida, el reloj
estaría mal ajustado desde el principio.

Esto puede ser un asunto especialmente
serio en aquellos casos en que se emplea el método en
depósitos de fecha relativamente reciente… digamos de
antigüedad inferior a unos cuantos millones de años.
No importa lo pequeño que sea el vestigio de argón
que permanezca en las cenizas, causará un error tremendo.
Por ejemplo, si un mineral de potasio hubiera estado enterrado y
hubiera estado formando argón por mil millones de
años antes que fuera expulsado en una erupción,
entonces una cantidad de argón tan pequeña como la
octava parte del uno por ciento que quedara en las cenizas
dataría un hueso recién enterrado en ella como uno
cuya antigüedad ya era de un millón de años.
Puede que esto no sea un error grave en el caso de sedimento cuya
antigüedad es de cien millones de años. Pero se puede
ver lo erróneo que esto haría que fuera cualquier
afirmación respecto a un supuesto antepasado del hombre
que se hallara en la garganta Olduvai de Tanzania…
afirmación que atribuye al fósil la antigüedad
de uno o dos millones de años. Es difícil leer los
segundos en un reloj que sólo tiene la manecilla de las
horas.

Note como lo siguiente corrobora el hecho
de que la datación científica carece de
confiabilidad. Dos científicos
querían relacionar un hallazgo nuevo a un hallazgo previo,
cuya antigüedad se había fijado en 65 millones de
años. Sin embargo, la datación de
potasio-argón dijo que la antigüedad de su hallazgo
nuevo sólo era de 44 millones de años… 21
millones menos. No hubo problema… querer es poder. Los dos
científicos "atribuyen esto a la pérdida de
argón o a las impurezas," informa la revista Science News
del 18 de julio de 1981. Son científicos que cambian de
parecer cuando eso cuadra con su propósito, pero
dogmáticos cuando no.

DATACIÓN DEL RADIOCARBONO. El reloj
de radiocarbono, basado en la vida media de 5.500 años del
carbono 14, es mucho más útil para hacer mediciones
de edades en el período de la historia del hombre en la
Tierra. En este caso no se está empleando un elemento
radiactivo que ha estado aquí continuamente desde la
creación. Puesto que el radiocarbono tiene una vida tan
corta, hace mucho que todo éste hubiese desaparecido. Pero
la lluvia de rayos cósmicos sobre la atmósfera de
la Tierra está formando este isótopo de
continuo.

Todas las cosas vivientes tienen carbono
en toda parte de su cuerpo, y mientras están vivas, la
proporción de carbono 14 que tienen es
igual a la proporción de anhídrido carbónico
que hay en la atmósfera. Cuando dejan de vivir y se les
entierra y quedan apartados de la atmósfera, el carbono 14
va descomponiéndose poco a poco y desaparece. Por eso, si
se desentierra un pedazo viejo de madera o de carbón de
palo, es posible medir la proporción de carbono 14 que
queda en él y determinar cuánto tiempo hace que fue
parte de un árbol vivo.

De nuevo, eso es según la
teoría. En la práctica, hay muchas cosas que pueden
resultar en mediciones erróneas. Una cosa que
fácilmente puede estropear una muestra es la posibilidad
de que se haya contaminado con otras materias que pudieran
contener carbono más viejo o más nuevo.

La pregunta de mayor relevancia, especialmente en lo que
tiene que ver con muestras de gran antigüedad, es si
había la misma proporción de radiocarbono en la
atmósfera en la antigüedad que hay hoy día. No
hay modo alguno de saber esto con certeza, porque depende de las
lluvias de rayos cósmicos, de las cuales es bien conocido
que son variables y esporádicas. Por ejemplo, si por
alguna razón durante la historia primitiva de la humanidad
los rayos cósmicos hubiesen tenido como promedio
sólo la mitad de la intensidad que tienen hoy, cualquier
muestra que se tomara de aquella época parecería
ser 5.500 años más antigua de lo que realmente
es.

Puesto que no hay modo de averiguar la intensidad de los
rayos cósmicos de las edades pasadas, sería
prudente aceptar fechas de carbono 14 únicamente para el
período para el cual el reloj ha sido calibrado con
materias históricas, lo que permitiría retroceder
unos 3.500 años. Las fechas de más antigüedad
que eso pudieran ser progresivamente más
inexactas».

Existe un vídeo producido en 1997 en
colaboración con el CESHE-FRANCE (Círculo
Histórico y Científico de Francia, con sitio
abierto en Internet el 30-3-2000: http://ceshe.chez.com/), basado
en la experiencia de Guy Berthault, Pierre Julien y el profesor
R. Fondi, intitulado "Evolución: realidad o creencia" (de
una hora y algunos segundos de duración), en donde son
entrevistados cinco reputados científicos, expertos en
paleontología, química, biología y
genética, quienes explican de forma simple y con detalle
cuáles son las razones que les llevan a pensar que la
teoría de la evolución no es una ciencia, sino una
filosofía o una doctrina. El documental muestra que las
últimas investigaciones en paleontología han
probado que la forma de datar los fósiles y los sedimentos
ha estado completamente equivocada. Edward Boudreaux (profesor de
fisicoquímica en la Universidad de Nueva Orleans, EEUU;
investigador en química cuántica y estructuras
electrónicas) explica cuán poco fiables son las
técnicas radiométricas para datar rocas y
fósiles, al grado de que éstas inducen casi siempre
a errores (a veces colosales). En consecuencia, se puede
comprender ahora cómo tales errores conducirían a
la elaboración de falacias, que perjudicarían
grandemente la reputación del relato histórico del
Génesis.

Conclusión.

Según lo expuesto, hay datos que indican que
animales relativamente próximos a los actuales
carnívoros, como pueden ser algunos mamíferos
(cerdos, roedores), presentan un sistema de adaptación
alimentaria sorprendentemente rápido, reversible y
polimorfo, aun dentro de un mismo segmento de vida corta e
individual, sin contar con las posibilidades epigenéticas
para segmentos vitales más largos que abarquen varias
generaciones. Estos indicios, unidos al hecho de que la ciencia
contemporánea basa sus previsiones biológicas en
fundamentos inestables (concepto difuso de especie
biológica, dataciones radiométricas), dejan la
puerta abierta a una visión de las cosas tal y como rezuma
del Génesis, a pesar de las críticas en su contra y
de toda la burla que el relato creativo haya podido suscitar en
algunas mentes materialistas cerradas e impermeables a los
hallazgos que favorecen el relato sagrado.

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Como ha venido sucediendo vez tras vez, es
de esperarse que el aumento del conocimiento
científico aporte nuevos espaldarazos al Génesis,
mientras que los enfoques erguidos en su contra palidecen en
reputación y quedan progresivamente
más y más desacreditados. No sabemos si el
genial Pasteur ya entrevió este resultado, pues a
él se le atribuye la siguiente frase: "Un poco de ciencia
nos aleja de Dios, pero mucha ciencia nos acerca a
Dios".

 

 

Autor:

Jesús Castro

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