País poético con fondo gris –
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País poético con fondo
gris
Sobre el libro de poesía
País de fondo
"Hay en mis manos ese polvo gris de la
espera
que se levanta con las palomas
sacrificadas
cuando el viento nos
abandona."
Rafael Vilches Proenza
Luego de leer País de fondo
(poesía, Ediciones, Orto, 2011, Premio Manuel Navarro
Luna, 2010) el último poemario de Rafael Vilches Proenza,
solo nos queda la resignación como camino hacia el futuro,
y un regusto amargo en la garganta que solo se advierte cuando la
belleza brota de la experiencia dolorosa. En este hermoso libro
la imagen cotidiana y la imagen metafórica se funden,
redimensionando los significados y las esencias de la
realidad.
Un poema puede construir, sobre la magnitud de la
pasividad, el espejo de una realidad donde el pasado y el futuro
no son más que abstracciones quiméricas:
canto fuerte de
mamífero,
rebaño
convencido
esta mañana donde duerme el
plenilunio
presto a recobrar la
desmemoria.
El libro está diseccionado entres partes _como ya
es costumbre en el autor_, donde cada una de ellas juega a armar
un conjunto de efluvios que se relacionan entre sí,
tomando como artilugio a la palabra. La primera de ellas, Bajo
causa perenne, se construye una atmósfera social donde
no hay cabida al desahogo, los héroes son de piedra y han
perdido esa gran capacidad humana de la
indeterminación.
La piedra, han dicho los filósofos de la
existencia, es el arquetipo de la insensibilidad. Que nos
invada la noche es la segunda parte del libro y ya
aquí el poeta se sitúa de manera frontal ante la
Historia y las historias personales, aunque a veces ambas cosas
no sean sino una misma cosa.
No por gusto Vilches escogió esta sección
como su centro irradiador de sentido, pues es aquí donde
se sitúan muchas de sus obsesiones.
El libro termina con Después de la
madrugada, un capítulo sentimental y
nostálgico, lleno de evocaciones a un pasado traslucido
por el tamiz del dolor y los pueblos de la infancia y la
adolescencia, lugares donde el poeta tuvo sus primeras vivencias
sensoriales, sus primeros coloquios con la rutina.
Uno de los aspectos más interesantes del libro lo
constituye el ver como el poeta va urdiendo una filosofía
del Café, el Café como entidad mágica, como
vía de acceso a otros mundos donde el tiempo y el espacio
se bifurcan y se enlazan a otros tiempos y espacios, creando una
fórmula para la evasión.
La mirada del autor, cuando se detiene en los objetos,
en las personas, es remitida irremediablemente al pasado. Es una
constante escapatoria del presente, pues el mismo representa la
pérdida perenne de la inocencia y de las
ilusiones.
Algunos textos se cualifican gracias al uso funcional
que el autor de Tiro de gracia (poesía, Ediciones
Holguín, 2010, Premio por el Centenario de Emilio
Ballagas, 2008) le otorga a los títulos, donde a veces no
se enuncia el poema, sino que se contrapuntea con este y somete
al lector a segundas y terceras lecturas:
Historia
Franz cruza el golfo tras su Milena
lleva margaritas y el corazón
náufrago
en su pecho tuberoso la noche y la
lluvia
devorando las fogatas.
Los subterfugios provocan cierta apatía, cierto
desgano en un lector no acostumbrado a los extrañamientos
construidos para que los conceptos pierdan su significado
primigenio.
Vilches insiste en no ser esa cara visible, privilegiada
de esos ademanes de progreso que se propagan a tiempo y
destiempo. Más bien se adhiere al ejército de la
duda, a la niebla inerte que aparca en las afueras del televisor,
y de tanto buscar, ha olvidado ya las pretensiones de un manual
de triunfo.
Los poemas de este libro siguen un ritmo
otro.
La cadencia que comienza en el verso culmina en
sí mismo. La búsqueda de la belleza no reside en la
resonancia melodiosa, en el fluir delicado y elegante de las
palabras, más bien se trata de una búsqueda del
misterio último de las cosas, donde el verso está
volcado enteramente a producir sentidos.
En ocasiones el poeta se siente tentado a inclinarse a
la poesía narrativa, completando el cuadro de
construcciones poéticas que desfilan por el
libro:
En las horas primeras esa muchacha
de la que no sé el nombre
con su pañuelo de cabeza
(…)
la observo con ojos de voyeur
sin advertir por las cortinas calobares del cine
taciturno
que allá afuera las estrellas rutilantes
ondulan
bajo las pupilas que diluyen
palabras
las tazas humean
muerde en secreto todo el brillo de su
cabellera. (Niebla)
Al incurrir en el ensayo descriptivo, el poeta sondea
absorto en la contemplación femenina, que solo es posible
desde esa distancia prudencial que siempre se nos impone ante las
cosas para que no pierdan su brillo majestuoso. De igual manera
Vilches se distancia de las utopías, aunque no declina
ante sus rutinas diarias por partir rumbo a paraísos
artificiales:
No abandono el hogar
para proteger los vergeles del
sueño.
Canto un silencio sostenido.
Sin embargo, no siempre el autor usa un tono confesional
desde sí. Es necesario por momentos posicionarse en el
afuera, y desde la exterioridad contemplar sus propias miserias,
sus ilusiones irremediablemente perdidas.
En otros textos se juega al papel de consejero, y bajo
acentos conversacionales, se reafirma la llegada irremediable del
Apocalipsis: "Hijos, en el madero el cuerpo
espera…".
El libro nos obliga a respirar esa aparente quietud, ese
tono de silencio engañoso que presagia la llegada del
huracán arrasador. Nos obliga a la duda, y parece
exigirnos reparar no en otras historias posibles, sino
en esas otras vidas posibles que la historia descarta, y
que de tanto anonimato se han sumergido bajo el trazado en el
polvo de la memoria.
Ante la obligación de expresar, el poeta opone la
agonía del anonimato, un severo destino cargado de pesares
donde las urgencias económicas pasan a un primer plano y
desplazan las hambres del espíritu. Al final, Vilches
decide salvar lo que en verdad importa: la memoria.
Al lanzarse en un viaje al país de los recuerdos,
un país de fondo que emerge desde los pueblos
pequeños, exige al lector tomar partido en la Cuba
profunda, hacerse partícipe de una realidad que vemos
camuflada y maquillada día a día en las pantallas
del televisor.
Tras poner la nostalgia en primer plano, el autor de
Ángeles desamparados (novela, Ediciones Bayamo,
2001) nos coloca de golpe en el reborde de la Historia, en un
mundo donde los héroes no son más que estatuas de
cemento que se dibujan de manera difusa en la mente de los
niños en las escuelas; un mundo donde la vida real queda
fuera de los espejos luminosos.
Autor:
Reynaldo Lastres Labrada
(Manzanillo, 1985)
Enviado por:
Rafael Vilches Proenza