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El poderío nacional de los EE.UU y la diplomacia contra las drogas en Latinoamérica



Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Desarrollo
  3. La
    diplomacia contra las drogas: estrategia de dominación
    de los EE.UU. en Latinoamérica
  4. Conclusiones
  5. Bibliografía

Resumen

Se aborda cómo los EE.UU. se valen
de los instrumentos del poderío nacional para implementar
de forma más consensuada, los intereses de su
política exterior y de seguridad en Latinoamérica.
En este empeño se analizan los objetivos prioritarios a
lograr, viendo como se articulan los instrumentos
económicos, políticos, diplomáticos,
militares e informacionales, a partir de la diplomacia contra las
drogas. Para este análisis se consideran elementos de la
diplomacia transformacional, el smart power y las tres D
(Desarrollo, y Diplomacia como complemento de la Defensa) como
instrumentos claves de su política exterior y de seguridad
para la región.

Palabras claves: drogas, diplomacia,
Estados Unidos, Latinoamérica, dominación,
hegemonía.

Desarrollo

Los instrumentos fundamentales del
poderío nacional de los EE.UU. se articulan en lo
fundamental, por los instrumentos militares, políticos,
económicos, diplomáticos, ideológicos,
culturales e informacionales. Estos se desarrollan a partir de
las prioridades que establece el EstadoNación para lograr
sus objetivos estratégicos a nivel internacional. Mediante
su combinación efectiva se logra ejercer influencia no
sólo con el uso de la fuerza (militar) o la amenaza de la
misma, sino también a través del empleo a fondo de
los instrumentos económicos, diplomáticos,
políticos e informacionales. En este sentido se conforma
la política exterior y de seguridad de los EE.UU. para
lograr sus objetivos estratégicos.

El uso o combinación de estos
instrumentos suele estar condicionado por la coyuntura
política, económica o militar que afronte el
país, así como por los instrumentos que hayan
delineados como preponderantes por cada Administración. No
obstante, siempre existe una continuidad entre un gobierno y
otro, independientemente de que el partido que este al frente sea
demócrata o republicano. A fin de cuentas la clase
dominante, la elite de poder[1] es la que impone sus intereses
prioritarios y en función de ello es que se articulan los
instrumentos del poderío nacional.

Por otra parte, cada administración
debe trabajar en base al legado dejado por su antecesor, de modo
que al término del gobierno de W. Bush, Obama debió
esforzarse por emplear instrumentos políticos,
diplomáticos e informacionales que mejoraran la
credibilidad y la imagen exterior de ese país, sin
prescindir por ello de la fuerza militar. Los instrumentos del
poderío nacional se combinan y complementan como un
complejo de herramientas a utilizar en cada momento, atendiendo a
las circunstancias específicas que se afrontan. Valorando
las situaciones, los objetivos e intereses de la elite de poder,
así como el contexto interno y las circunstancias
internacionales, se aplican los instrumentos, atendiendo a las
prioridades que se establecen en la conformación de la
política exterior.

El proceso de conformación de la
política exterior se comprende, según puntualiza la
Dra. Soraya Castro como "(…) el complejo patrón de
interacciones entre organizaciones, mecanismos e instituciones
del sistema político, que dan origen a decisiones y
líneas de acción específicas, tomando en
cuenta las orientaciones y objetivos del Estado. Este proceso
refleja la esencia y naturaleza del Estado, en el cual se
evidencian las ideas y concepciones de las clases que ostentan el
poder político del país en cuestión y la
interrelación existente con otras clases de la
sociedad."[2]

Debe precisarse que el uso de un
instrumento no discrimina a otro, de modo que lo que más
se aprecia en la actualidad es la combinación de los
instrumentos claves del poderío nacional para hacer
posible el liderazgo internacional, buscando la
consolidación hegemónica. La hegemonía vista
como reto y objetivo, se comprende como una necesidad para
alcanzar un mayor poderío nacional. Esta se entiende como
la "(…) capacidad de la clase dominante de obtener y
mantener su poder sobre la sociedad, no sólo por su
control de los medios de producción económicos y de
los instrumentos represivos, sino sobre todo porque es capaz de
producir y organizar el consenso y la dirección
política, intelectual y moral de la misma".[3]

En el empleo de instrumentos que
posibiliten lograr el consenso sin la necesidad del uso de la
fuerza, se crean un conjunto de valores y condicionamientos
morales y socioculturales, impuestos directa o indirectamente por
la clase dominante. Esta clase cuenta con un poder cultural que
le posibilita influenciar ideas y matrices de opinión,
para lo cual se vale no sólo de un control sobre las
instituciones y órganos represivos sino también de
los centros de pensamiento y los grandes medios de
comunicación. El alcance de los patrones
políticos-ideológico y morales de esa élite
de poder resulta inmedible, en una era donde la revolución
científico-tecnológica hace llegar la
información a cualquier lugar del mundo en fracciones de
segundos. Con este poder informacional, el ejercicio de
influencia rebasa las fronteras nacionales, pretendiendo
internacionalizar patrones político ideológicos que
faciliten el consenso.

En esta dinámica se aprecia como el
soft power y su interrelación con la ideología y la
cultura dentro del sistema de dominación estadounidense,
busca consolidar y mantener el liderazgo y hegemonía de
los EE.UU. a nivel global. Para ello establecen una
interrelación entre organizaciones, mecanismos e
instituciones del sistema político
estadounidense.

El sistema político de los EE.UU.
debe ser entendido como un conjunto de instituciones,
organizaciones, mecanismos y normas de clase, constituido por
elementos organizativos del sistema, así como de
Instituciones políticas. El mismo, se concibe como un
aparato de poder político de las clases dominantes; como
un sistema de coerción, de cooptación y
clientelismo.

El sistema político también
puede concebirse como el estudio de las relaciones de poder. El
objeto de estudio son las relaciones políticas y el
estudio de los sistemas. Para el caso de EE.UU. resulta necesario
el conocimiento de los instrumentos claves del sistema
político no como un ente aislado sino como un país
que se entiende como primera potencia mundial. Desde este
presupuesto, el sistema político no sólo concibe la
necesaria estabilidad política al interior del
país, sino también en los lugares de interés
allende a sus fronteras. Desde esta perspectiva, es que se
analizan las herramientas mediante las cuales se construye su
hegemonía.

El soft power, según J. Nye,
pretende cambiar el rostro militarista de dominación de
los EE.UU. por otro que busca un mayor consenso y
participación, que le conceda diplomáticamente la
cortina del multilateralismo. De esta forma su
participación pretende el liderazgo pero no bajo la
imposición declarada sino en coordinación –al
menos formal- con otros países.

El soft power puede entenderse como el
dominio de los espacios en construcción y
reproducción de las ideas, cuyo objetivo se centra en
lograr el respaldo de los intereses de la clase dominante. Con
ello se ansia el apoyo de la sociedad civil a nivel
internacional. En el actual contexto internacional, donde los
EE.UU. atraviesan una se sus más graves crisis, que parte
de la economía pero se extiende a la política, la
cultura y los valores; el desarrollo de otras formas de
influencia resulta imprescindible. La clase dominante entiende la
necesidad de aplicar efectivamente instrumentos del
poderío nacional como multiplicador de sus intereses y,
por tanto; le brindan su apoyo a partir del control que poseen
sobre las transnacionales, las ONGs, las fundaciones, los centros
de pensamiento, la instituciones internacionales, los grandes
medios de comunicación y las Tecnologías de la
Informática y las Comunicaciones (TICs).

Un ejemplo de estos programas
multiplicadores de ideologías fue el Proyecto Democracia
de Reagan en 1983, cuando se centraliza en la Casa Blanca la
Dirección de la Diplomacia Pública. Dentro de los
temas priorizados en los instrumentos del poderío nacional
se destacan: los derechos humanos, la democracia, la
gobernabilidad, la seguridad (narcotráfico, el terrorismo
internacional, el medio ambiente etc.) Estos temas se ubican en
la opinión pública global, impulsada por el uso de
los instrumentos informacionales, política y
diplomática, que condicionan las matrices de
opinión.

Con el propósito de darle
seguimiento a varios de estos temas, surgen instituciones como la
USAID, que le de un respaldo político diplomático
al verdadero rostro imperial. Los instrumentos del poderío
nacional tienen como encargo vincular la ideología, los
valores, la cultura e información de la sociedad con la
diplomacia y el poderío militar, para lograr los objetivos
de de la elite del poder. En este sentido, en la actualidad
pudieran incluirse a las Empresas Privadas de Contratación
como otros elementos del poderío nacional, en tanto su
utilización les arroja menor compromiso
político-diplomático.

El instrumento diplomático ha sido
tan efectivo que el Departamento de Estado -a partir de la
asesoría de eminentes ideólogos- incorporó
el concepto de Diplomacia Transformacional, como una necesidad de
los nuevos tiempos. En esta "nueva" forma de hacer diplomacia se
prepondera el instrumento informacional, a conciencia de su
efectividad para llegar a sectores poblacionales que
comúnmente no tienen una alta participación
política. Con este objetivo se utiliza las TICs como
complemento de los medios de comunicación convencionales,
para una efectiva propaganda de la diplomacia pública y la
ayuda al exterior.

Teniendo en cuenta que los intereses del
poderío nacional pretenden preservar el liderazgo y
hegemonía de los EE.UU. a nivel global, se refuerzan
instrumentos claves como el económico, el
diplomático, la fortaleza del Complejo de Seguridad
Industrial[4], el poder cultural[5] y el
informacional.

El poder informacional tiene un gran
impacto en las guerras culturales y en la dominación
ideológica por parte de los EE.UU., particularmente hacia
Latinoamérica y el Caribe. La evidente asimetría
tecnológica, posibilita que el control y las formas de
transmitir la información por los grandes medios,
faciliten la demonización de los procesos políticos
contestatarios que se viven en Latinoamérica.

Dentro de los instrumentos
diplomáticos pueden incluirse aspectos de seguridad y
economía que adquieren un matiz diplomático. Un
ejemplo claro de esta instrumentación se evidencia en la
llamada diplomacia contra las drogas, donde se encausan proyectos
de dominación tomando por justificación este
flagelo. Belén Boville Luca (2007) define que: "La
Diplomacia contra las drogas constituye una doctrina
político y diplomática que se ajusta perfectamente
a los cometidos y las necesidades de los Estados Unidos en su
especial relación política, social con
América Latina, y sustituye la percepción
ideologizada de los presupuestos de la guerra
fría."[6]

Ciertamente la complementación de
los instrumentos posibilita la construcción de fachadas
político-diplomáticas que intentan encubrir el
verdadero rostro imperial del poderío nacional de los
EE.UU.

El Poder Nacional de acuerdo a la
teoría realista desarrollada por Hans Morgenthau en
"Política entre las Naciones. La lucha por el poder y la
paz"[7] es el conjunto de elementos que determinan la capacidad
de influenciar los acontecimientos que tiene una nación.
Asimismo el poder nacional, que constituye la fuerza de un
Estado-Nación, se compone según Hartman por siete
elementos: el geográfico, el demográfico, el
económico, el científico-tecnológico, el
histórico sociológico y el organizativo
administrativo.

Para el caso estadounidense el Complejo
Militar Industrial, pudiera ampliarse al complejo de Seguridad
Industrial, pues dentro de los aspectos de seguridad se incluyen
otros instrumentos no militares que comprenden el entramado de la
seguridad informacional, donde se incluyen las TICs y los medios
de comunicación convencionales, enfatizando la compleja
interdependencia entre los instrumentos del poderío
nacional.

Matías Marini precisa que los
"(…) países pueden valerse de sus recursos de soft
power (comunicación, información, cultura, medios)
para intentar modelar la agenda informativa y orientar las
preferencias de otros actores."[8] J Nye por su parte, define
entre los medios: la coerción con al amenaza o uso de la
fuerza (militar), los instrumentos económicos y la
atracción a partir del soft power.

El soft power intenta re-articular las
fortalezas del poderío nacional estadounidense, para el
cumplimiento de sus intereses estratégicos. En este
afán se emplean los instrumentos que ejerzan una
hegemonía simbólica, intelectual y culturalmente,
sobre la llamada aldea global, en un intento de internacionalizar
los valores estadounidenses.

En esta "suerte" de globalización de
los estereotipos estadounidenses, debe considerarse la
evolución de los instrumentos del poderío nacional
a tono con los cambios que se producen en la arena internacional.
La complejidad de las relaciones demanda de una interdependencia
compleja -al decir de Keohane- y, por ello, los instrumentos
políticos, diplomáticos, culturales e
informacionales juegan un rol crucial en la construcción
de matrices de opinión, que generen consensos y obtengan
el apoyo de terceros países.

Entre los motivos que han generado esta
evolución en los usos de los instrumentos del
poderío nacional debe señalarse como fundamental,
la revolución de las comunicaciones, que ha generado
nuevas formas de hacer la diplomacia, producto de la importancia
que la opinión pública gana, y las disímiles
vías que se crean para su condicionamiento. Bajo las
actuales circunstancias, el liderazgo internacional no se resume
al predominio militar, político o económico; sino
que es preciso condicionar la mente de los hombres y es en este
espacio donde juega un rol esencial el instrumento
informacional.

Esta situación hace más
compleja la emisión de consensos y la falacia de la
democracia se complejiza, en las enrevesadas proyecciones de los
instrumentos del poderío nacional. Mediante su
combinación se construyen enemigos imaginarios, se
sobredimensionan peligros foráneos y se acentúan
otros latentes, que posibiliten continuar acelerando los gastos
militares y la canalización de fondos hacia programas como
los de USAID.

A partir de estos instrumentos se hilvanan
ideologías como el Smart power, para la
consolidación de la política exterior y de
seguridad del Hegemón, a partir aspectos claves como la
diplomacia y el desarrollo como complemento de la defensa (las
tres D). La posibilidad que tienen los medios de incluir temas en
la agenda internacional, a partir de las mediaciones y la
construcción de consensos los convierten en un actor de
peso en las dinámicas político-diplomáticas,
al punto tratarse de una diplomacia de los medios.[9]

En este contexto histórico, los usos
de los instrumentos del poderío nacional recuerdan las
premisas de Hans Morgenthau, al definir la diplomacia como el
arte de combinar los distintos elementos del poderío
nacional de mayor impacto en el interés nacional.[10] Lo
tristemente célebre, es que este interés,
instrumentado por el poderío de los EE.UU. suele atentar
contra la soberanía, la integridad territorial y la
autodeterminación de otros pueblos.

"La intervención a Afganistán
primero y la intervención y ocupación de Irak para
marzo de 2003 demostró que la fuerza militar y su variable
tecnológica como dispositivo cardinal del poderío
nacional estadounidense, renace como el instrumento de poder
más notable en la política exterior y de seguridad
contra aquellos que, unilateralmente, el gobierno de los Estados
Unidos define como ´estados
villanos´."[11]

La diplomacia
contra las drogas:
estrategia de dominación de los EE.UU.
en Latinoamérica

El problema contra las drogas debe
analizarse desde sus antecedentes históricos, para
percibir los cambios que se han producido en el en torno al
flagelo de las drogas. "En los últimos cien años la
política sobre drogas, que debiera ser una
preocupación genuina de los aspectos socio sanitarios
ligados a su consumo, se ha ido entremezclando con aspectos
geopolíticos, económicos, diplomáticos y
militares."[12]

De esta perspectiva, deben comprenderse los
intereses de Estados Unidos en el mantenimiento del negocio de
ilícito de estupefacientes. Para ello se articulan los
instrumentos de la política exterior y de seguridad de los
Estados Unidos, que durante la Administración Obama han
tenido un predominio del smart power y las tres D como
instrumentos claves para la proyección de sus intereses de
geoestratégicos. Para su justificación se valen del
poderío informacional por el control hegemónico
sobre los medios de comunicación y su alto despliegue en
las redes sociales en Internet.

La diplomacia contra las drogas[13] surge
como expresión de la articulación de los
instrumentos del poderío nacional de los EE.UU. en aras de
consolidar sus intereses hegemónicos. Para la
política exterior y de seguridad con respecto a
Latinoamérica, se han perfeccionado las políticas
de las drogas con el curso de los años. Evidentemente las
agencias del gobierno estadounidense más relacionadas con
este tema, se han visto implicadas en diferentes negociaciones
con cárteles de la droga, políticos corruptos y
tráfico de armas en aras de, por un lado continuar la
guerra contra el llamado narcotráfico y, por otro,
consolidar sus intereses económicos, políticos,
diplomáticos y militares en la región.

Sin embargo, el hecho de ser los Estados
Unidos el primer mercado de estupefacientes a nivel mundial y,
por ende, el máximo consumidor, conlleva a un
análisis estructural, sobre las bases que alientan la
llamada guerra contra las drogas. Cuando el centro del
capitalismo mundial vive una de las mayores crisis
económicas de su historia, y hasta la propia Wall Street
tiene sus ocupas; cuando el desempleo, las hipotecas y la
violencia llaman a la irracionalidad; el Complejo de Seguridad
Industrial continúa desarrollándose.

En ese ínterin, la diplomacia se
exalta para solapar la crueldad de las guerras, intentando
otorgar una imagen de credibilidad al gobierno estadounidense. El
problema de las drogas no debe limitarse a elementos de
seguridad. Los multimillonarios gastos económicas que
generan, tanto para criminales como para las agencias estatales y
privadas que se dedican a su enfrentamiento; conforman una serie
de intereses económicos, políticos y
diplomáticos, que conducen a una lectura más
exitosa, para los objetivos geoestratégicos de los EE.UU.
en Latinoamérica.

Los momentos de crisis en la periferia, por
lo general, generan ganancias para la potencia inmiscuida, y
así como detrás de los conflictos en el Medio
Oriente y Asia Central, está también la droga; para
el caso latinoamericano, el control geoestratégico de
zonas de interés (la Amazonía, la triple Frontera y
otros) resulta crucial para el gobierno de EE.UU. En ese sentido,
la diplomacia contra las drogas ha logrado más
éxitos que los que se suelen reportar. Si se aprecian los
intereses estadounidenses en correspondencia con la
aplicación de sus instrumentos política exterior y
de seguridad en la región, podrá considerarse como
el beneficio no siempre radica en vencer la guerra; sino que el
simple hecho de mantenerla puede generar mayores
ganancias.

Obviamente que esta política no
obedece a un gobierno u otro, sino que detrás de los
políticos, están los objetivos estratégicos
de la élite del poder, que no es más que la clase
dominante que realmente gobierna el Estado de la Unión.
Existen en torno a esta temática, elementos conceptuales
que deben considerarse para un análisis de las relaciones
internacionales, como es el de política exterior,
entendido según Roberto González como: "(…)
la actividad de un estado en sus relaciones con otros estados,
buscando la realización de los objetivos exteriores que
determinan los intereses de la clase dominante en un momento o
periodo determinado."[14]

Si en algún problema de alcance
global se aprecia con mayor claridad la combinación de los
instrumentos del poderío nacional estadounidense es en el
flagelo de las drogas. En el se interconectan los intereses
económicos, políticos, diplomáticos,
militares e informacionales del hegemón, en aras de
consolidar a los EE.UU. como el garante de la seguridad mundial.
La política contra el tráfico ilícito de
estupefacientes ha manifestado un carácter
sistémico, puesto que independientemente del partido que
dirija la Administración, se mantienen las bases que hacen
de la llamada lucha contra las drogas una estrategia de
dominación.

Haciendo un compendio de las posibilidades
económicas, políticas, militares y
diplomáticas de los Estados Unidos en
Latinoamérica, la guerra contra las drogas le ha
facilitado el aumento de su poderío militar en la
región, logrando un mayor control geoestratégico.
Tanto es así que las políticas antidrogas de
EE.UU., en vez de contener el narcotráfico de la
subregión andina –mediante el Plan Colombia– han
permitido la generalización del problema hacia toda la
Latinoamérica, con particular énfasis en
México y Centroamérica.

Sobre esta situación Noam Chomsky
consideró: "No creo que la guerra contra las drogas es un
fracaso, tiene un propósito diferente al anunciado
(…). El problema de las drogas en América Latina
está aquí en Estados Unidos. Nosotros suplimos la
demanda, las armas, y ellos (en América Latina)
sufren."[15]

El problema tiene como base un importante
trasfondo económico. Primeramente porque el negocio de las
drogas es uno de los más rentables a nivel global, no
sólo por las ganancias que arroja sino también por
las que genera colateralmente el sustento de este negocio. A
través del tráfico ilícito de drogas[16] a
nivel internacional se ganan más de 320 000 millones[17]
de dólares, convirtiéndolo en la segunda actividad
económica mundial, con un mercado de unos 200 millones de
consumidores a nivel global.[18]

El carácter ilegal del mismo y las
políticas militaristas que el gobierno estadounidense
receta como "mejor" enfrentamiento; alientan la compra de
armamentos y otros insumos de seguridad para otorgar una matiz
más beligerante a los cárteles. Esta
situación unido al fomento de conflictos entre los
cárteles, y de estos contra los gobiernos latinoamericanos
que lo enfrentan; resultan un excelente incentivo para el
Complejo de Seguridad Industrial de los EE.UU.

La generación de empleos que provoca
el problema de las drogas, unido a las penetraciones
político-diplomáticas que posibilita la lucha
contra el narco constituye para EE.UU. un excelente objetivo; de
allí que sea la diplomacia contra las drogas una de las
más eficientes expresiones de los instrumentos de la
política exterior y de seguridad de los EE.UU.

La ubicación de bases militares en
zonas geoestratégicas y la activación de la IV
Flota manifiestan pretensiones más amplias que la lucha
antinarcóticos. Los intereses económicos han tenido
expresiones evidentes como fue el desvío de "(…)
los recursos inicialmente antinarcóticos contenidos en el
Plan Colombia y la Iniciativa Regional Andina (que)
también están siendo utilizados para la
protección militar del oleoducto colombiano de Caño
Limón-Coveñas de propiedad mixta
colombiana-norteamericana."[19]

Sin embargo, la atención a los
sectores más pobres de las sociedades latinoamericanas con
alternativas que frenen los incentivos del negocio de las drogas,
resultan limitadas. "Al desdeñarse los aspectos del
desarrollo priorizándose los de la seguridad se
perpetúa una situación que favorece la
extensión de los cultivos de hoja de coca y la constante
provisión de materia prima para la elaboración de
la cocaína."[20]

Definitivamente en la política
exterior de los EE.UU. repercuten las problemáticas
internas, y en un contexto de crisis, el dinero va canalizado
hacia aquellos sectores que puedan generar mayores demandas. Este
fenómeno de dependencia de las decisiones en
política exterior de las situaciones internas, se debe a
que "(…) el papel relativamente autónomo del
sistema político interno, es a veces decisivo, en la
elaboración de una política exterior determinada, y
en todo análisis medianamente serio debe ser tenido en
cuenta."[21] Por estas razones si bien no es objeto de este
trabajo la crisis económica que continúa afectando
a los Estados Unidos; debe considerarse en todo momento para
comprender el trasfondo de muchas decisiones que se toman en
política exterior, y la política contra las drogas
no es una excepción.

Una manifestación del doble rasero
de la diplomacia contra las drogas emprendida por los EE.UU. lo
constituyó la escandalosa Operación Rápido y
Furioso, mediante la cual ese gobierno suministró
armamento a los narcotraficantes. Esta operación
mostró como mediante la cruzada antidroga estadounidense,
se alienta la venta de armas, a la vez que se aumenta el
carácter beligerante de los cárteles con efectos
incalculables para la violencia y la inseguridad ciudadana de
Latinoamérica. "Una investigación del Departamento
de Justicia de EE.UU. determinó hoy (19 de septiembre de
2012) que hubo "graves fallos" en la operación encubierta
"Rápido y Furioso" que permitió el contrabando de
unas 2.000 armas a México en 2009, pero exculpó al
fiscal general, Eric Holder."[22]

A pesar del desprestigio internacional que
significó el descubrimiento de tal operación a la
opinión pública, el Congreso y en el Departamento
de Justicia han reconocido la Operación Rápido y
Furioso como un fallo y no como un error, concluyendo el proceso
judicial con penas disciplinaras y no penales (criminales). "El
esperado análisis del inspector general del Departamento
de Justicia, Michael Horowitz, recomienda acciones disciplinarias
-pero no cargos penales- contra 14 empleados de la Oficina para
el Control del Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF, en
inglés)"[23]

El destino y las muertes que provoquen las
armas de la Operación Rápido y Furioso y la
Náufrago resultan impredecibles. Para la
transacción no se le dieron todos los elementos al
gobierno de México ni se tuvieron en cuenta los altos
peligros que ello ocasionaba a la sociedad civil. Definitivamente
los métodos de la guerra antinarcóticos
están muy lejos de proveer la paz y la seguridad en
Latinoamérica.

La estrategia militarizada de la guerra
contra los cárteles

La estrategia militarizada de la guerra
contra los cárteles ha conllevado a resultados
perjudiciales para la seguridad ciudadana, la corrupción
político-institucional y la gobernabilidad. En el Informe
sobre las drogas 2011 emitido por el Departamento de Estado de
los EE.UU. se calificó a Argentina, como el segundo
mercado de las drogas de Sudamérica. Este auge ha
coincidido con el aumento de las exportaciones hacia Europa
Occidental y Central a través de los países de
África Occidental, que fungen como corredores (rutas) de
la cocaína. Sin negar la proliferación del negocio
de las drogas en el Cono Sur en los últimos años,
resulta un tanto sobredimensionada la visión de Estados
Unidos respecto al problema, lo que muestra una alerta hacia
donde pudieran extenderse las estrategias políticas y
militares estadounidenses en el futuro.

En el contexto actual de las relaciones
internacionales, EE.UU. ha abogado por una militarización
general de su proyección exterior. En esa
dirección, el enfrentamiento a las drogas se militariza.
Las consecuencias de esa militarización en el
enfrentamiento a los cárteles de la droga en
América Latina, han derivado en la agudización de
los conflictos sociales de los países afectados. Las
dinámicas político-diplomáticas de los
países más afectados por el flagelo de las drogas,
se ven influenciadas por elementos de seguridad que deben
priorizar, debido a las funestas consecuencias de la guerra
contra los cárteles.

Por el momento, no se observan intenciones
políticas ni económicas en los sectores dirigentes
en EE.UU. que se vinculen a la necesidad de reducir la los
incentivo del negocio de las drogas en la región, lo que
se refleja en la carencia de modificaciones sustanciales a e los
objetivos y estrategias ya definidos. En realidad, existen
factores políticos y económicos que no permiten una
solución definitiva al problema. Hay sobradas pruebas de
la creciente implicación de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA), y su responsabilidad en el tráfico
ilegal de drogas, especialmente en las zonas donde se despliegan
fuerzas militares estadounidenses (sean estatales o
privadas).

Para empresas como Chase Manhatan Bank
(propietarios de la cadena de televisión ABC); General
Electric (propietario de la NBC); o Brown Brothers Harrimen (de
la CBS); tener unos diez millones de euros de beneficios netos
adicionales derivados del negocio de las drogas, le
supondría un incremento en el valor de sus acciones
bursátiles de hasta 300 millones de euros; lo que
problematiza la situación debido a que estas empresas
poseen el control de las principales cadenas de televisión
de EE.UU. En este sentido, resulta difícil creer que
fueran a presentar noticias que perjudicaran su cotización
en la bolsa.[24]

Los graves peligros que entraña a
nivel global y para la región de América Latina en
particular, denotan la apremiante necesidad de vincular y
sensibilizar a los sectores más afectados de la sociedad
sobre sus graves consecuencias. El incremento de los efectivos
militares y la penetración de fuerzas armadas
foráneas y de espionaje bajo el pretexto de lucha contra
el "narcotráfico" en estos países, resulta un
elemento crucial para la comprensión de esta
problemática.

Un ejemplo claro de creciente
militarización y expansión de las demandas al
Complejo de Seguridad Industrial fue la noticia revelada por The
New York Times, que afirmaba: "La agencia antidroga
estadounidense tiene cinco comandos[25] operativos que llevan a
cabo misiones secretas en países de Centroamérica,
Sudamérica y el Caribe. (…) Ese pequeño
ejército de operaciones especiales creado hace seis
años para combatir el cultivo de opio, por parte de los
talibanes, en Afganistán, fue transferido con
autorización de la Casa Blanca."[26]

Esta situación revela una
visión mucho más amplia y peligrosa, sobre los
verdaderos que se trazan la política exterior y de
seguridad de los EE.UU. para la consolidación de su
hegemonía a nivel global.

Conclusiones

El gobierno de los EE.UU. ha tenido que ir
reestructurando su política en el Departamento de Estado y
de Defensa, debido a un contexto histórico-concreto que ha
demandado la adecuación de las diferentes
vicesecretarías y agencias gubernamentales a los intereses
actuales de los Estados Unidos.

El uso del smart power, surge como el arte
de combinar el poder suave y el duro, para la
consolidación de sus intereses a nivel global. En este
sentido, se trabaja en áreas que mejoren la credibilidad y
legitimidad del gobierno estadounidense, en un período
lacerado por la crisis económica global, y la
agudización de la inseguridad ciudadana. Para ello, no
sólo basta con el uso de aparatos estatales, sino que
tiene una creciente participación las
Compañías Contratistas y las ONGs, en busca de una
mayor credibilidad de los programas implementados.

La necesidad del afianzamiento de la
hegemonía y del liderazgo internacional, en un momento
donde la crisis multidimensional del sistema mundo, al decir de
Wallerstein, ha llegado a planos donde no sólo la
periferia, sino que el centro se ve afectado por esta
situación; el gobierno de los Estados Unidos ha debido
efectuar cambios en sus políticas, en aras de asegurar y
en algunos recuperar los espacios perdidos.

Esta reestructuración se ha
expresado en los cambios realizados, no sólo de figuras
que dirigían los hilos político-diplomáticos
y militares del gobierno, sino también en las estructuras
Departamentales que antes existían. Además, se ha
realizado un serio trabajo con el poder informacional, donde se
desarrollan las áreas de innovación y las nuevas
tecnologías de la informática y las comunicaciones
(TICs), puestas en función de la llamada Diplomacia
Transformacional.

En este sentido agencias como la USAID han
sido objeto de reformas importantes, en busca de lograr un mayor
impacto en las áreas de interés. Para ello se han
enfocado en el trabajo con sectores vulnerables de la sociedad en
aras de aumentar las diferencias y ponderar nuevos aliados para,
conscientes o no, apoyar el sostenimiento de su hegemonía
en regiones claves como América Latina.

En estas políticas, existen
elementos conceptuales a reconsiderar por su factibilidad para la
manipulación mediática, a partir de estrategias que
suelen centrar como tema de interés de la agenda de
seguridad nacional, problemas que se desatan en otras regiones
del mundo. Siguiendo estos propósitos no basta con la
validación de intereses económicos, sino que
amerita una difusión e influencia de los valores
democráticos, políticos e institucionales, que
esgrime Washington como patrones de la gobernanza global,
amén de las otredades existentes de las diferentes
latitudes.

En este aspecto, se reconsideran aquellos
problemas globales que se focalizan como amenazas a la seguridad
y la paz internacionales y que tienen una incidencia en las
estrategias trazadas por el Departamento de Estado y el de
Defensa, para la política exterior y de
seguridad.

Amenazas como el terrorismo, el
tráfico ilícito de drogas, la ciberguerra, la
inseguridad informática, las violaciones a los Derechos
Humanos, entre otras, suelen ser atraídas a la agenda
nacional, como objetivos de seguridad nacional, para la
dominación de las zonas de interés
geoestratégico.

Todo ello ha demandado de cambios a nivel
doctrinal y estructural en la conformación de la
política exterior estadounidense, que ha conllevado a
reformas importantes en el gobierno, que se ajustan a las
circunstancias internacionales y domésticas y a lo que
prevén que puede suceder en el escenario internacional.
Estas reformas repercuten en los objetivos nacionales de ese
país, en interés de mantener el liderazgo a nivel
global.

La política exterior y de seguridad
de los EE.UU. ha continuado promoviendo la instalación de
bases militares, seguidas por la reactivación de la IV
Flota y el fortalecimiento del Comando Sur. En el orden
informacional, se han perfeccionado las campañas de
dominación mediática, incentivadolos planes
desestabilizadores contra gobiernos contestatarios como los de
Venezuela, Bolivia y Ecuador.

Asimismo, agencias como la USAID y la NED
han incrementado sus acciones de influencia y
desestabilización en la región. El Golpe de Estado
en Honduras, el intento golpista contra Rafael Correa y las
campañas contra la Revolución Bolivariana y el
ALBA-TCP, son expresión de ello. Por otra parte,
continúan las políticas separatistas, para
debilitar los procesos de integración, con acciones que
pretenden incrementar las contradicciones
histórico-políticas.

Evidentemente la permanencia de procesos
contestatarios al régimen imperial y la emergencia de
Brasil como potencia emergente han sido temas de
preocupación, que unido a los recursos energéticos
con que cuenta la región, son incluidas entre los
intereses de la política exterior norteamericana hacia el
Hemisferio Occidental.

En estos proyectos, la figura de Obama se
ha visto apoya por importantes sectores de las élites de
poder como la Comisión Trilateral; la Fundación
Ford; el Consejo de Relaciones Internacionales; el Centro de
Estudios Estratégicos Internacionales; la Comunidad de
Inteligencia; el Complejo de Seguridad Industrial. Además
Obama se ha visto beneficiado por el apoyo del figuras de los
centros de pensamiento, como Zbigniew Brzezinski; Joseph Nye;
George Soros; Henry Kissinger ; Madelaine Albright; Carla Hill;
Sam Nunn, entre otros.

En fecha tan temprana como noviembre de
2007 el señor Obama anunció: "(…) Si yo
llego a ser el rostro visible de la política exterior y el
poder en EE.UU. Tomaré las decisiones estratégicas
con prudencia y manejaré la crisis, emergencias y
oportunidades en el mundo, de manera sobria e
inteligente."[27]

Tiempo después la estrategia de
Seguridad nacional de EE.UU. aseguraba:"Nosotros trabajaremos, en
una alianza entre iguales, para hacer avanzar la democracia y la
inclusión social, garantizar la tranquilidad ciudadana y
la seguridad, promover la energía limpia y defender los
valores universales de las personas del
hemisferio".[28]

Asimismo, detallaba para la
región"Estados Unidos continuará trabajando para
alcanzar un Hemisferio Occidental seguro y democrático,
mediante el desarrollo de la defensa regional y la
colaboración contra las amenazas domésticas y
transnacionales, como son las organizaciones narcoterroristas, el
tráfico ilícito y la pobreza
social."[29].

En este sentido el smart power ha tenido un
gran aliado para la promoción de ideas y valores en TICs,
espacio donde Obama se ha desempeñado con gran
éxito; reconociendo el impacto de estas en las relaciones
políticas internacionales, y su factibilidad para la
manipulación de las matrices de opinión
pública y la atracción de sectores tradicionalmente
"apáticos" a la participación
política.

En el actual contexto internacional, se
aprovecha la interactividad de las plataformas digitales para
interactuar desde nuevos códigos de comunicación,
con actores internacionales que emergen con fuerza como Brasil,
haciendo un trabajo pormenorizado con la sociedad civil de la
región, concentrándose en los sectores más
vulnerables. En este sentido se potencia la mediatización
de los procesos políticos más progresistas de
Latinoamérica, a través de los grandes medios de
comunicación y de las TICs.

No obstante, no se descarta la
utilización del poder duro, siempre con la
combinación las herramientas
político-diplomáticas e informacionales, para
justificar las políticas imperiales, convocando para estas
empresas a otras potencias centrales, en aras de colectivizar los
intereses de política exterior y de seguridad.

En documentos rectores como las Estrategia
de Seguridad nacional de 2010, El Informe Cuadrienal de
Diplomacia y Desarrollo, los Lineamientos de USAID 2011-2015 y el
PPD 16 se corrobora el trabajo con el poder civil, implementado a
partir del smart power y las tres D. En el Reporte de
Revisión Cuadrienal de Defensa 2010 se señala:
"Nuestra postura defensiva en el Hemisferio se apoyará en
las capacidades inter-agencias dirigidas a combatir aspectos
críticos, que incluyen el control del tráfico
ilícito (…)"[30]

Además, continúan las
estrategias de antaño destinadas al fortalecimiento de:
estado de derecho, la convivencia democrática, el
fortalecimiento de los Estados fallidos, la institucionalidad, la
gobernabilidad, la libertad de asociación y
expresión, los Derechos Humanos y la seguridad ciudadana y
humana; está última recientemente ampliada al
término de seguridad civil, para lo cual se ha creado una
vicesecretaría en el Departamento de Estado.

La Diplomacia, prioriza el trabajo con
agencias gubernamentales y nuevos actores, corporaciones, ONGs,
grupos religiosos y otros sectores privados de influencia
internacional, donde desempeñan una participación
creciente las Compañías Privadas de Seguridad y
otros servicios internacionales.

Partes: 1, 2

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