Monografias.com > Lengua y Literatura
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Vivir entre San Francisco y Novena




Enviado por MANEL BATISTA



Partes: 1, 2, 3, 4

  1. Prólogo
  2. La
    Habana a principios de 1919….
  3. El
    Paseo del Prado y El Café de Luz
  4. Domingo en La Habana y Un día en el
    Wajay
  5. En el
    Puerto y en la Ópera
  6. La
    Quiebra
  7. "El
    regreso"
  8. El
    asentamiento familiar
  9. La
    fuga y el regreso…..
  10. 1939,
    La post guerra española
  11. La
    correspondencia con La Habana y el
    reencuentro
  12. Anexo

Monografias.com

La Habana – Cuba

1913 – 1925

Manel Batista i Farrés

Barcelona – España, 82 años
después….

A todos los Batista unidos por lazos
sanguíneos, que una parte de sus vidas estuvo y
están ligadas con Cuba.

1.923 – 2009

Monografias.com

Ramón Batista Bayó, con 7
años.

"Ramonsito"

19/2/1912 – 20/12/1995

Monografias.com

Manuel Batista i
Castellá

" Don, Manué
"

16/6/1883 – 12/3/1955

Prólogo

Me atreví a escribir esta pequeña historia
familiar en recuerdo a todo lo que mi padre, Ramón Batista
i Bayó y mi abuelo Manuel Batista i Castellá, me
habían contado tantas y tantas veces durante mi infancia y
adolescencia de su estancia en Cuba, allá en los albores
del siglo XX.

Quiero dar las gracias a todos cuantos colaboraron para
poder llevar a cabo este relato, y dedicar una mención muy
particular a mi prima, Madeleine Iglesias Batista, una dama de
las que ya no hay, a la que quiero, respeto y admiro. ¡
Gracias Madeleine !, y a la seguidora de la saga Batista,
Georgina Batista de Brooks y a su hermano Tony Batista,
americanos, catalanes de corazón, y cubanos hasta la
médula de sus huesos.

Manel Batista i Farrés.

CAPÍTULO Iº

La Habana a
principios de 1919….

-¡Ramonsito, Ramonsito ¡ ¡ Este
muchacho me va a matá ¡ – gritaba Agapito Veno, el
sirviente de color de la familia Batista, mientras el tal
Ramoncito hacía caso omiso a la llamada y continuaba su
partido de base-ball en el solar situado frente a su casa.-
Doña Alicia, Ramonsito no quiere escucharme y va a llegar
Don Manué, y el señorito no estará sentado
en la mesa – le dijo el bueno de Agapito a su ama Doña
Alicia, madre de aquel.

Agapito era un negro entrado en años, muy fiel a
la familia, abnegado trabajador, vivía en la casa desde la
llegada a La Habana de la familia Batista, haciendo todos los
trabajos de la misma a excepción de cocinar. Era una ayuda
vital para Doña Dionisia, Alicia para los
cubanos.

-Ve y comprueba que el vino esté frío y en
su punto – le conminó esta, – ya sabes que mi esposo es
muy exigente sobre el particular-. Las palabras de Doña
Alicia estimularon al sirviente a moverse con mayor prontitud de
lo habitual. Éste sentía un gran respeto, no exento
de cierto temor, por el amo "Don Manué", como él
llamaba. Una mirada de éste hacía que el bueno de
Agapito temblara como un flan.

– Ramoooon – gritó unas cuantas veces Alicia
asomada por encima de la barandilla del jardín de la casa
"Villa Drea" -. ¡¡está al llegar tu
padre!!-

-¡ Ya voy ¡ – respondió Ramoncito de
mala gana lanzando la "bola" que tenía entre los dedos de
su mano derecha con furia y, machacando contra el suelo el
"mascotín" de primera base que lucía en su mano
siniestra. Ramón sabía que era un deber sagrado
estar sentado y aseado alrededor de la mesa para cuando llegara
su severo progenitor a la hora del almuerzo y cena.

– Entra en casa, lávate los chorretones de polvo
y sudor y péinate, ¡¡anda corre!!
-.

Alicia, retornó a la casa y fue a dar el
último toque al estofado que había preparado para
su adorado marido Manuel. Éste, después de algunos
años de vivir en Cuba, no había asimilado
todavía los guisos criollos; prefería las comidas
de origen español que le preparaba su esposa. Para ello
Alicia procuraba adquirir aceite de oliva, base de la buena
cocina mediterránea y, de vez en cuanto, encargaba vino
español en la bodega "La Bien Aparecida" de la calle
Reforma, próxima a la casa donde vivían. Manuel era
un "bon vivant", de gustos refinados.

Ramoncito, recién aseado, se personó en el
comedor de la casa, sus hermanos menores, Antonio y Rita, ya se
hallaban sentaditos, muy modositos, alrededor de la mesa
esperando a papá, orden que fastidiaba al rebelde
Ramoncito quien se sentó junto a su hermano Antonio,
soltándole al mismo tiempo un pellizco en uno de sus
muslos, éste pegó un salto, pero se abstuvo de
hacer ningún tipo de comentario, podría ser peor.
Ramoncito era indómito, rebelde y de sangre
caliente.

Antonio era todo lo contrario, tranquilo, apocado y poco
decidido, vivía al socaire de Ramoncito. Éste
último era un "jefe", tenía dominados a todos los
componentes de su pandilla callejera y se peleaba muy a menudo
con el "cabecilla" de una pandilla rival, con el fin de marcar
territorio; era capaz de cometer la más grande de las
pillerías y quedarse tan tranquilo.

– Doña Alicia, Don Manué está
metiendo el carro en la cochera – anunció Agapito . Acto
seguido apareció por el dintel de la puerta de acceso a la
Villa "el hombre de la casa", acababa de estacionar su "Fotingo";
apelativo cariñoso con el que los cubanos habían
bautizado a un modelo de automóvil americano. Manuel iba
enfundado con un impoluto traje de lino blanco, chaleco a tono,
camisa de un blanco níveo, corbata obscura anudada
alrededor del almidonado cuello postizo, zapatos también
albos, al estilo del que usaban los oficiales de
marinería, una ristra de cigarros puros asomaba por la
abertura superior del bolsillo de su "saco" y, tocaba su cabeza
con un sombrero de los llamados "jipi-japa".

Se quedó unos instantes de pie en la puerta de
acceso al comedor, y con mirada fría, observó con
sus ojos verdes aceituna, todo cuanto se hallaba a su alrededor;
mientras, Alicia su esposa, corría con los brazos
extendidos a saludarle. Alicia no respiraba otro aire que no
fuera el que había alrededor de su amado Manuel.
Éste tenía un andar ligeramente envarado,
habitualmente se llevaba los dedos pulgares e índices de
ambas manos introducidos en los bolsillitos de su chaleco, junto
con la cadena de oro de su reloj de bolsillo, también del
mismo metal, un Roskoff ruso.

Manuel era poseedor de una mirada acerada, negro y
poblado bigote, que le caía por ambos lados de las
comisuras de sus labios, cabello negro y ligeramente ondulado. Un
ejemplar de hombre. Después de su esposa, sus hijos
Antonio y Rita se acercaron a saludarle con respeto y cierto
temor. Ramoncito, se hizo el olvidadizo. Todavía le duraba
el fastidio de haber tenido que dejar el partido de
béisbol sin acabar.

-Ramón, ¿ no ves a tu padre?, ve a
saludarle – le dijo solícita su madre.

Ramoncito se levantó sin disimular desgana, se
acercó lentamente a su progenitor alzándose sobre
las puntas de sus pies; simultáneamente Don Manuel doblaba
su envarada espalda con el fin de que las caras de ambos
coincidieran, con tan mala fortuna que justo en el momento que
ambos estaban a muy poca distancia, Ramoncito se le
ocurrió toser con todas sus fuerzas salpicando de chispas
de saliva el rostro de su elegante progenitor.

Indignación, cólera, e ira pasaron por la
cara de Don Manuel ante tal afrenta del mayor de sus tres
vástagos. Antonio y Rita, sus hermanos menores, no
podían contener la risa que les provocó la escena.
Antonio, Tonet para su madre e hijo preferido de Don Manuel, era
quién íntimamente más gozaba con la
situación provocada por Ramón, era su
pequeña venganza al pellizco recibido con anterioridad .
Tonet, sabía que la cosa no iba a quedar
así.

Evidentemente que no quedó así.
Doña Alicia apartó de un tirón a Ramoncito
de la proximidad de su padre , mientras que con la otra mano,
blandiendo un pañuelo de fino encaje, secaba la faz de su
colérico y ofendido esposo.

– ¡Ramón, márchate ahora mismo a tu
habitación y no salgas de ella hasta nuevo aviso! – le
ordenó su madre; pero antes ya había recibido de su
padre un bastonazo en su espalda, sin que Doña Alicia
hubiese podido evitarlo.

-¡Diantre de muchacho! , no se que vamos hacer de
él – masculló Don Manuel -. ¡Dionisia!, tenle
en ayunas y retenlo en su cámara hasta mañana.
Haber si de una vez por todas aprende a comportarse, a respetar a
sus mayores y se convierte en un ser civilizado. En mi vida he
visto nunca nada igual-.

Ramoncito huyó de la zona como alma que persigue
el diablo, yendo a refugiarse a su habitación en el piso
alto de la Villa, ya sabía que su madre, como tantas otras
veces intercedería por él ante su padre. En el
entretanto huía escaleras arriba, vio de reojo a su
hermano Antonio como sonreía placenteramente, por la
desgraciada situación que él mismo había
creado. Se paró por un instante al final de la escalera y
le mostró uno de sus puños a Tonet, quién al
instante se le cortó la sonrisa, sabía que
Ramoncito no amenazaba nunca en balde.

Don Manuel se sentó en la cabecera de la mesa,
desplegó su servilleta, asiéndola por una de sus
puntas, sacudiéndola y depositándola sobre uno de
sus muslos, tomó los correspondientes cubiertos con ambas
manos. A partir de este ceremonial, el resto de los comensales
podían iniciar el ritual del almuerzo. Agapito
sirvió al amo el suculento y aromático guiso que
había preparado con amor Alicia y, luego sirvió a
todos los demás. El delicioso aroma que desprendía
el plato llegaba hasta la parte alta de la casa. El desarrollado
sentido olfativo de Ramoncito no pudo obviarlo,
estimulándose más si cabe su sentido del
apetito.

– Manuel, ¿te agrada el estofado de ternera que
he preparado? – se atrevió a preguntar Alicia.

– Se puede comer – fue la lacónica respuesta de
su esposo, todavía molesto por lo acaecido con su
vástago.

A Alicia no le hizo la menor mella la escueta respuesta
de su esposo, estaba habituada y sabía que le estaba
gustando el guiso, de lo contrario ya lo habría
manifestado sin dudarlo.

Agapito envolvió la parte inferior de la botella
del vino tinto de Rioja con una servilleta blanca,
disponiéndose a escanciar el vino en la copa de Don
"Manué". Con tan mala fortuna que al terminar el servicio
se le escurrió una gota del vino la cual pasó
rozando el impoluto pantalón del amo; detalle que
éste percibió lanzándole al bueno y
voluntarioso criado una mirada fulminante, quién si antes
de escanciar ya estaba acobardado, ahora temblaba. Después
de este "fallo garrafal", abrió desmesuradamente sus ojos,
contrastando exageradamente el blanco de los mismos con el oscuro
color de su piel; acto seguido farfulló algunas
ininteligibles disculpas y se marchó escurrido en
dirección a la cocina, no sin antes frotar con la
servilleta la gota de vino que había caído sobre el
embaldosado del comedor a pocos centímetros del blanco
zapato de Don Manué.

Fuera en la calle, el repartidor de hielo anunciaba su
presencia con una monótona cantinela; también el
vendedor de "maní" calentito, recién tostado,
empujando perezosamente su carrito por la calle empedrada y,
haciéndose oír con su cantinela: "maniiiii,
manisero se vaaaa, ay caserita no…."
esta
cantinela , años más tarde se convertiría en
una canción popular universalmente famosa arreglada por el
compositor Moisés Simons. El calor en La Habana a las dos
del mediodía era verdaderamente sofocante. La ciudad a
estas horas estaba totalmente aletargada y sin actividad
alguna.

Ramoncito no aguardó a que sus progenitores le
autorizaran a sumarse de nuevo a la mesa para comer, sabía
que el castigo impuesto tenía visos de ser cumplido en su
totalidad. Como el apetito después de haber efectuado
tanto ejercicio físico durante la mañana apretaba,
éste se escabulló por una de las ventanas de su
habitación que daban al jardín de su propia casa y
saltó a la rama más cercana del mamonsillo que
tenía a su alcance, descendió por el tronco hasta
el suelo en un santiamén. Luego saltó la verja del
jardín y marchó a casa de su amigo Tomasito para
ver si podría hacerse con algo para satisfacer su
estómago.

Se asomó por una de las ventanas que daban al
comedor de la humilde casa de su amigo y vio a toda la familia
sentada alrededor de la mesa comiendo. El mulato Tomasito en una
de las ocasiones que miró hacia la ventana percibió
la presencia de Ramoncito, soltó una banal excusa a sus
padres para poder ausentarse de la mesa y salió a la calle
para ver que quería el "jefe". Este le dijo a su amigo que
le sacara algo que comer, explicándole a su manera lo
sucedido en su casa. Tomasito ante esta demanda se hizo el
importante, quería hacerse rogar por Ramoncito, pero el
apetito de este último iba en aumento e hizo que su
paciencia disminuyera. Agarró con una mano la pechera de
la raída camisa de Tomasito y le puso un puño en la
punta de su chata nariz diciéndole : ¡ O me sacas
ahora mismo algo de comer, o cuando salgas de tu casa te voy a
dar tal paliza que no te tendrás en pie por más de
una semana!….¡ y no volveré jamás a
defenderte de los grandullones de la otra pandilla cuando te
zumben la badana! . Tan convincente argumento hizo que Tomasito
desapareciera de las manos de Ramoncito en un santiamén
entrando al interior de la casa. Al poco tiempo salía con
media hogaza de pan y un pescadito en escabeche. ¡ Algo era
algo ¡.

La locomotora de vapor que partía en dos el
popular barrio de La Víbora, resoplaba con monótona
cadencia mientras se acercaba a los pasos a nivel; el fogonero
hacía tañer con fuerza la bruñida campana de
bronce, avisando de su paso a transeúntes y
vehículos de las inmediaciones. En el cruce con la calle
9ª un carruaje tirado por un viejo rocín, animal
habituado a la tranquilidad del campo , asustado por el estruendo
generado por el vapor expulsado con fuerza por una de las
válvulas de salida de la caldera de la locomotora y el
agudo tañido de la campana, se encabritó volcando
parte de la carga de frutas que contenía el carromato
esparciéndose por la calzada, con el alboroto que se
formó, la muchachada del barrio sacó "tajada" de la
carga; aguacates, chirimoyas, piñas y demás frutos
de la isla, algunos de ellos cambiaron de "propiedad".

En el solar que había justo al lado de la
cabaña del viejo Santacruz, la pandilla de Ramoncito
tenía su cuartel general. Dos "cuadras" más abajo
se hallaba la del rival, a cuyo cabecilla le denominaban
"Tejón", aunque su nombre de pila era Cristóbal,
por tener los pelos de su cabeza hirsutos como los de este
animal.

Santacruz, el viejo borrachín, era conocido en
toda La Habana por dos motivos: el primero era por haber sido en
su juventud un famoso bateador del equipo de béisbol de la
ciudad, el Almendares; el segundo era por sus escandalosas
borracheras de ron y cerveza.

Santacruz, a los treinta y ocho años tuvo que
abandonar forzosamente la práctica del béisbol, el
cual adoraba; pero a su edad ya dejaba de ser todo lo efectivo en
reflejos y agilidad que este deporte que, como tantos otros,
precisa. Este criollo que en tiempos mejores había sido un
arrogante y admirado atleta, era ahora una piltrafa humana por
causa del alcohol. Los adultos, antes admiradores de su astucia y
potencia con el bate, ahora le invitaban a beber en las tabernas
por donde merodeaba con el fin de reírse de sus payasadas.
Santacruz, que no disponía de ingresos de ninguna clase,
les daba gusto y cometía los mayores desatinos
influenciado por la ingestión de ron, hasta caerse por los
suelos totalmente ebrio y perdiendo el sentido. Era una lenta
manera de matarse.

La pandilla de Ramoncito andaba maquinando algo.
Tenían una tarde demasiado apacible. Se asomaron a la
destartalada cabaña del pobre viejo y vieron que este
estaba incubando y durmiendo su última "mona". Con la
finalidad de reírse una vez más de aquel pobre
diablo, se arrastraron con sumo silencio hasta el interior de la
misma, construida con cartones y chapas metálicas y,
sostenida mediante cuatro cañas de bambú, le ataron
uno de los extremos de una cuerdecilla a uno de los tobillos que
sobresalían del catre donde se hallaba tumbado y, el otro
extremo a una de las cañas de bambú que
sostenían parte de la choza, salieron acto seguido fuera
de la misma.

Una vez aposentada toda la pandilla detrás de
unos matojos altos que habían en el descampado, gritaron
con todas sus fuerzas y al unísono: ¡¡
Santacruz al bate, Santacruz al bateee.!!. El anciano atleta en
el sopor de su etílico sueño percibió este
grito, que en su época de destacado deportista, el
público le gritaba cuando le tocaba su turno de bateador,
porque sabían que Santacruz era una garantía de
"home round", o mejor dicho, de un "batazo" de tal potencia que
en la mayoría de los casos permitiría ganar una
sustancial puntuación a su equipo y, a la fin y a la
postre, ganar el partido. La reacción inmediata del pobre
borrachín fue levantarse del camastro y salir de su
covacha tan rápidamente como le permitieran sus viejas
piernas. Era tal su azoramiento, que no se apercibió de la
cuerda que le habían atado a uno de sus tobillos la
muchachada y, fatalmente pegó tal tirón a la misma,
que arrastró la caña de bambú que
sostenía una buena parte de su vivienda y consecuentemente
toda la cabaña se vino abajo. Ni que decir la hilaridad
que esta escena provocó a la pandilla de Ramoncito. Se
revolcaban de risa por los suelos y lloraban de tanta hilaridad
provocada por la grotesca situación.

El desgraciado Santacruz se quedó atónito
ante el desmoronamiento de su humilde covacha, era todo lo que
tenía en la vida. El llanto se apoderó de
aquél hombretón que cayó de rodillas al
suelo llorando y orinándose.. Dolor, ira y desesperanza se
apoderó de su corazón, agravado por la
visión de aquella pandilla de irresponsables mozalbetes
que a pocos metros suyos se desternillaban descaradamente de risa
ante el infortunio de éste.

Impasibles ante el dolor ajeno, se marcharon calle abajo
comentando la grotesca figura del desgraciado Santacruz
después del tremendo "bromazo" que le habían
deparado.

La pandilla estaba compuesta por ocho mozalbetes de
edades comprendidas entre los ocho y doce años. Entre
ellos estaba Pedrito, hijo de un pastor protestante que cuidaba
de la feligresía del barrio. Pedrito se atrevió a
insinuar que el "bromazo" hecho al viejo había sido
quizás algo excesivo. El resto de la pandilla se le
quedó mirando con un cierto aire de sorpresa; algo
así como : ¿ que está diciendo este bendito
ahora?.

Ramoncito tomó a Pedrito por uno de sus brazos y
de un tirón le hizo girar sobre si mismo hasta dejarle
encarado con él, diciéndole a continuación
con acritud y ceño fruncido : ¿acaso no
estás de acuerdo con nosotros por la broma gastada al
viejo?.

Monografias.com

La Habana, intersección de las
calles de San Francisco y Novena en

la actualidad.

Monografias.com

La Habana, intersección calles
S.Francisco y Novena

Pedrito con cierto temor a ser vapuleado por el "jefe"
Ramoncito, balbuceó algo ininteligible, pero éste
no quedó satisfecho y le conminó bruscamente a que
se explicara con mayor claridad. Pedrito comenzó a sudar y
no le salían las palabras de sus labios, tartamudeaba.
Ramoncito, ya un poco impaciente, le dió un sonoro
bofetón en una de las mejillas, con la intención de
que éste se tranquilizara y se explicase de manera
inteligible.

La pandilla quedó estupefacta ante el sonoro
bofetón que Ramoncito había propinado a Pedrito.
Éste al verse maltratado públicamente se
soltó bruscamente de Ramoncito y echó a correr en
dirección a su casa.

Esta situación dejó al grupo silencioso y,
sin demasiado interés en seguir aquella tarde, con
más afán de aventuras. Con "permiso" del "jefe", se
despidieron y quedaron reunirse el día siguiente por la
mañana.

Ramoncito siguió por la calle camino de su casa,
ligeramente cabizbajo y meditabundo; le acompañaba una
lata de conserva vacía, que alguien había tirado en
el arroyo, a la que Ramoncito fue dándole puntapiés
hasta llegar a la puerta de Villa Drea.

Al cruzar la verja del jardín, vio a su madre
Alicia, con Doña Lola, sentadas en el porche de su casa en
unas butacas de mimbre. Lola era una vecina a la que Alicia le
unía una buena relación de amistad y, con
quién solía descansar sus pesares cotidianos. Era
casi media tarde, hora en que ambas solían beber un
refresco para aliviarse del fuerte calor . Alicia lo preparaba
primordialmente, a base de limón exprimido, soda, hielo
picado y un toque de azúcar de caña, sencillamente
apetecible y delicioso. La llegada de Ramoncito
interrumpió la trivial conversación que
mantenían ambas damas.

-Ramoncito hijo, ¿de dónde sales tan
descamisado y sucio? ¿con quién te has peleado hoy?
¡ un día te van a traer a casa descalabrado! .
Alicia sentía una especial inclinación maternal por
su vástago Ramón, más no por ello
menoscababa el amor que también profesaba por el resto de
sus hijos. Pero Ramón era especial, intuía en
él una nobleza de carácter, que éste
intentaba siempre ocultar. Algún día el tiempo
desvelaría esa intuición de Alicia.

Ramoncito besó a su madre espontáneamente
en la mejilla al mismo tiempo que la rodeaba con sus brazos en el
cuello; fue tan fuerte el apretón que le dio, que Alicia
estuvo en un tris de gritar de dolor.

Alicia era una mujer menudita, frágil y de
delicada salud. Poseía una abundante cabellera negra de
rizos naturales, a la que ella siempre trataba de estirar y
recoger detrás de su diminuta y bien formada cabeza, para
hacerse un peinado muy español, el moño.
Dueña de unos ojos vivaces color marrón oscuro, al
igual que sus hijos Ramón y Rita. Solía vestir
discretamente, blusa blanca de manga larga abombada y abotonada
al extremo de sus brazos con cuatro botones forrados de la misma
tela, que la ceñían a ambas muñecas, en el
pecho lucía unas delicadas puntillas importadas de Europa,
así como en el cuello de la misma; falda negra, larga, y
amplia, hasta llegar a sus tobillos. Su calzado habitual y
preferido eran unos botines de fina piel de cabritilla, discreto
tacón y abrochadas en los laterales por varios botones en
hilera, los que protegían sus finos y frágiles
tobillos.

Ramoncito entró en la casa algo preocupado por lo
acaecido momentos antes con sus compañeros y, en
particular, por el destello de protesta protagonizado por uno de
sus "subordinados" Pedrito. Ambas damas siguieron enfrascadas en
su amena conversación, disfrutando de aquel exquisito y
rosáceo atardecer habanero.

CAPÍTULO IIº

El Paseo del Prado y
El
Café de Luz

En una de las más prominentes y elegantes
avenidas de La Habana, el Paseo del Prado, lugar adoptado por la
sociedad habanera para pasear en los días festivos, donde
las más suntuosas edificaciones de La Habana estaban
presentes a uno y otro lado de su recorrido formando un
escaparate de la capacidad arquitectónica del país.
Elegantes tiendas surtían a la buena sociedad de los
artículos más variados importados de
Europa.

Un poco más allá ya en La Habana vieja,
había una de las confiterías más
distinguidas que se puso de moda en la ciudad, "El Café de
Luz", concurrido habitualmente por la clase burguesa y
bienestante de la ciudad y, en especial por la colonia
española.

Era un edificio singular de dos plantas, de estilo
modernista, diseñado y construido allá por los
años de 1916. Estaba situado en un enclave muy pintoresco,
ubicado en la conjunción de las calles Oficios, Luz y San
Pedro, justo en frente a los muelles del puerto y casi al lado de
la Alameda de Paula, estaba franqueado por el Hotel de Luz, una
ferretería y un barbero. La sociedad constructora de los
hermanos Antonio y Manuel Batista, por especial encargo de su
propietario, Don Florentino Menéndez y Menéndez,
ilustre asturiano afincado en La Habana por más de treinta
años, y gran amigo de ambos, quiso efectuarles el encargo
de que le diseñaran y construyeran un escalera de caracol
que uniera las dos plantas de la edificación con la
siguiente consigna:. -"Catalanes-,dijo,
-quiero que me construyáis una escalera como no
haya ninguna en La Habana, donde la elegancia y el buen gusto se
perciban en todas sus partes y que sirva para el fin al que
pienso dedicarle".
-Así se hará Don
Florentino- le respondió Manuel, haciendo al mismo tiempo
una profunda calada al cigarro Partagás con que le
había obsequiado su interlocutor y cliente.

Monografias.com

Plazoleta de Luz y Café de Luz
(Habana finales siglo XIX)

El Café de Luz, se trataba de una
edificación de planta cuadrada, en el que su piso bajo
estaba destinado a la exposición, venta y
degustación de la más delicada y variada
pastelería, propia y tradicional de Asturias. En la planta
superior, se hallaban mesitas y butaquitas y demás
mobiliario apropiado para efectuar las degustaciones de
pastelería, bebidas refrescantes y el sabroso y
aromático café cubano; lugar también
concurrido para animadas tertulias y también cerrar
algún que otro negocio por el selecto público que
allí acudía. Ambas plantas se comunicaban mediante
una suntuosísima y amplia escalera de caracol, construida
en madera de caoba tallada a mano. Ésta fue
diseñada y calculada personalmente por Manuel,
dándole el sello personal de singularidad y majestuosidad
acorde con el uso y sentido de aquella edificación
única, que dotaría a La Habana de una de sus muy
singulares bellezas arquitectónicas, entre muchas de las
que adornan la bella ciudad caribeña.

Monografias.com

La Habana, Plazoleta de Luz en la
actualidad 2010
.

Una gran cúpula central acristalada a modo de
techo, confería al interior del recinto una luminosidad
extraordinaria. Durante las horas centrales del día ,
cuando el sol se hallaba en su punto más alto, unas
cortinas de color crema pálido, a modo de falso techo,
eran extendidas por los empleados mediante unas diminutas poleas
correderas, con el fin de que éste no penetrara con
violencia en el interior del establecimiento y no causara
molestia a los clientes. Unos grandes ventanales de cristales
emplomados , estaban dispuestos alrededor de tan singular
edificio, permitiendo a los clientes gozar de las vistas de las
entradas y salidas de los buques en busca de los más
variados destinos, mientras tanto se contaba el último
chisme social que corría por La Habana, y degustar su
aromático "cafesito" sabroso hasta el último
"buchito".

Monografias.com

La Habana. Detalle de la Plazoleta de
Luz en la actualidad. 2010

La Habana y, Cuba en general, disfrutaban de un momento
económico de gran progreso y abundancia. Hacía
algunos años que había alcanzado la independencia
de la metrópoli. El gobierno republicano cubano, bajo la
influencia e intereses "yankees", facilitó los medios
necesarios para que la nación se abriera al progreso , a
nuevos mercados y horizontes, eliminando de este modo las
explotaciones de exclusividad comercial que disfrutaban
sociedades y familias españolas protegidas por el gobierno
de Madrid. La economía era tan pujante que su moneda, el
peso, se acuñaba en oro guardando pariedad con el
dólar americano.

De hecho cambiaron de dominio con una política
enmascarada y potenciada por la "Enmienda Platt" yankee,
convirtiéndola en una neocolonia americana.

Alrededor de las doce del mediodía en LaHabana,
el cielo presumía de un azul intenso, ni una sola nube que
le hiciera palidecer , la temperatura no sobrepasaba los
25ºC. Una intensa y suave brisa que procedía del
Este, agitaba suavemente las altas y esbeltas palmeras del Paseo
del Prado , cual si fueran cimbreantes mulatas bailando al
compás de un cadencioso "Son
Santiagueño".

Un reluciente y flamante "carro" Chandler se
estacionó ante la puerta principal del Café de Luz,
descendiendo del mismo toda la familia de Don Manuel. El fiel
criado Agapito descendió antes de que lo hiciera el resto
de los ocupantes, abrió la puerta opuesta a la del
conductor – que no era otro que Manuel -, ayudó a su ama
Alicia a descender del vehículo y, acto seguido se
ocupó de la pequeña Rita, asiéndola por
debajo de las axilas y depositándola en el suelo con sumo
cuidado. Antonio y Ramoncito lo efectuaban por su cuenta y de un
modo menos convencional, pero más rápido. Don
Manuel dispuso su brazo izquierdo en ángulo y
separándolo ligeramente de su cuerpo, se lo ofreció
a su esposa Alicia. Este en su mano derecha sostenía un
notable cigarro de grueso calibre prendido, un Punch, su marca
preferida. Agapito llevaba de la mano a la Señorita Rita,
como la llamaba él, en segundo término, Ramoncito y
Tonet, recién aseados, impecables, ambos de blanco,
peinaditos y engominados; no obstante, uno de los negros y
rebeldes rizos de Ramoncito ya colgaba de su frente.

Entraron todos en el amplio y lujoso vestíbulo
del edificio, saliendo a su encuentro el propietario, Don
Florentino, con su habitual afabilidad, campechanería y
simpatía, la misma que siempre deparaba a todos sus
clientes, en esta ocasión con mayor motivo, porque
allí estaba el hombre que le diseñó y
construyó la maravilla arquitectónica que él
tantos años había soñado poseer desde que
emigrara de su querida Asturias natal.

-¡ Don Manuel, Doña Alicia!
¡cuánto de bueno por esta casa, acomódense
donde mejor les plazca! – les iba diciendo Florentino mientras
les acompañaba a través de los mostradores y
escaparates que contenían los más deliciosos
pasteles y repostería de La Habana, elaborados por el
pastelero que Florentino hizo venir ex profeso de Gijón,
cuna de la más fina pastelería española.
Este ceremonial, nada recatado , fue oído y presenciado
por la mayoría de los clientes que en aquel momento se
hallaban en el establecimiento. ¡Ni que decir que ello
llenaba de satisfacción a Manuel!.

-¡Pequeña! ¡Ven, acércate y
toma algunos de los dulces de esta bandeja! ¡Los que
más te agraden! – le decía Don Florentino a Rita,
quién ya hacía algún rato los acariciaba con
sus vivaces y oscuros ojos, se soltó de la mano de
Agapito, tomó un par de ellos, yendo a refugiarse junto a
la falda de su madre ruborizada.

Mientras, Ramoncito y Tonet, se habían apartado
de la comitiva familiar y andaban fisgoneando entre las bandejas
de dulces y caramelos. De repente, echaron a correr ambos en
dirección a la famosa escalera de caracol que unía
las dos plantas del edificio, acababan de localizar a sus primos
hermanos y tíos en la planta superior, sentados alrededor
de una de las mesitas.

Ramoncito sentía una afectuosa devoción
por su primita María Francisca, a la que él llamaba
cariñosamente "La Cusa" ó "Cusita", nunca se ha
sabido el por qué de este cariñoso sobrenombre.
María era una chiquilla de carácter abierto, vivaz
y vital, más o menos como Ramoncito , era un año
mayor que este. Ambos se querían mucho y se llevaban muy
bien. Eran los únicos capaces de enfrentarse a sus severos
padres.

Después de los efusivos saludos, vieron a los
padres de María Francisca sentados muy cerca de unos de
los ventanales, tomando el aperitivo, se acercaron a ellos
saludándoles con el debido respeto y, acto seguido,
bajaron en tropel a la planta baja para reunirse sus tíos
y padres respectivamente.

-¡ Tío Manuel!- gritaba
María Francisca, agarrándose a una de las piernas
de su tío como final de carrera; éste casi pierde
el equilibrio ante tan inesperada embestida de su efusiva
sobrinita.

-Hola Cusita, ¿ donde andan tus padres ? -,
preguntó éste a su sobrina, entretanto su esposa
Alicia la levantaba en brazos y besaba cariñosamente.
María Francisca señaló con su diminuto
índice al piso de arriba, ya que los achuchones que le
propinaba su tía Alicia casi no le permitían
hablar.

Manuel y Alicia dejaron a los pequeños al cuidado
del abnegado Agapito – quién tembló ante
tamaña responsabilidad – subieron al piso inmediato para
reunirse con Antonio y Francisca. Agapito sentía verdadero
pánico cuando se reunían Ramoncito y María
Francisca, sabía que ambos competían siempre para
ver cual de los dos era capaz de ser más osado; el resto
de la muchachada eran meros comparsas de ambos.

Arriba, Manuel y Alicia compartieron mesa con Antonio y
Francisca, hermano del primero y cuñada de ambos la
segunda. Después de los obligados saludos, los dos
hermanos y socios en la constructora, iniciaron una charla
relativa a temas profesionales y, ambas cuñadas se
dispusieron a disertar sobre la familia, los quehaceres propios
del hogar y los últimos chismes sociales del
momento.

A todas estas, se acercó a la reunión
familiar un individuo de tez ligeramente morena, un criollo por
más señas, de cara redondeada, ojos oscuros y
penetrantes, cabello negro, labios prominentes, sonrisa
ligeramente forzada, adornada con una bien cuidada y blanca
dentadura. El personaje vestía uniforme militar de tono
beige claro, mediana graduación, sargento mayor, lo que
por edad y grado se deducía que no era militar de
academia. Llevaba asido en su mano izquierda a modo castrense,
una gorra con los galones del rango que ostentaba prendidos en la
parte frontal de la misma; en la bocamanga de su guerrera
así como en la hebilla metálica del cinto de cuero,
figuraba el emblema del cuerpo al que pertenecía. En el
costado izquierdo de su guerrera, a la altura del pecho, llevaba
prendidos dos pasadores medalleros para colgar las
condecoraciones concedidas por actos de servicio.

-Buenos días Sres.- dijo el militar
acercándose a la reunión familiar de Manuel y
Antonio, al mismo tiempo que efectuaba un amago de saludo militar
con su mano derecha-. Soy el sargento mayor Fulgencio Batista,
Don Florentino me ha recomendado muy particularmente dirigirme a
Vdes. para que les exponga un pequeño problema de tipo
arquitectónico, que mis superiores me han ordenado
solventar.

-Tenga la amabilidad de acompañarnos y compartir
mesa con nosotros – dijo Manuel levantándose y
devolviéndole el saludo, al mismo tiempo que efectuaba las
presentaciones oportunas de los demás-. Estamos a su
disposición, usted dirá – respondió
Manuel.

-Verán, pertenezco al cuartel de ingenieros
ubicado en el Castillo del Morro, más conocido como el
cuartel de San Carlos de la Cabaña. Como sabrán
Udes., este antiguo acuartelamiento de la época colonial
construido el siglo pasado por los ingenieros militares
españoles, se ha quedado muy anticuado y falto de espacio.
En la actualidad, precisamos aumentar la dotación de tropa
en este cuartel y, por ello se necesita efectuar una
ampliación de barracones para alojar a la misma. Les
pregunto : ¿ La constructora de ustedes estaría en
disposición de efectuarnos los trabajos de
ampliación necesarios para llevarlo a efecto, respetando
el diseño arquitectónico existente?.

-Nuestra empresa está perfectamente capacitada
para llevar a cabo cualquier proyecto constructivo, sargento
Batista- le respondió Antonio. No obstante, opino que
deberíamos en primer lugar, ver "in situ", el tipo de
construcción existente así como de la superficie
disponible y demás pormenores. Si le parece a usted
oportuno, podríamos acercarnos un día de estos para
visitar las actuales instalaciones. -¡Oh! disculpe mi falta
de cortesía por no haberle preguntado todavía
qué desea usted tomar-.

-¡Oh!, no tiene la menor importancia –
respondió el sargento, pero si les place me tomaría
gustosamente una cerveza bien fría, una Polar, ésa
que fabrican en Puentes Grandes, ¡es deliciosa
¡.

-¡ Mozo! – llamó Manuel e hizo la
comanda.

-Tómese nota del teléfono del cuartel es
el A-4147 y, les ruego que antes de venir tomen la
precaución de llamarme, no fuera a ser que hubiera tenido
que ausentarme y no pudiera atenderles personalmente.

-¿ Son Udes. Españoles verdad?- les
preguntó el suboficial.

-Pues sí- respondió Alicia, los adultos de
ambas familias así como mi primogénito Ramoncito,
somos todos nacidos en España; el resto de mis hijos y mis
sobrinitos son cubanos. Casualmente el primer apellido de
nuestros maridos es coincidente con el de usted, ¿es que
tiene ascendente español sargento?.

-Así es señora, mi abuelo era
español, nacido en no sé que parte de las Islas
Canarias , mi padre cubano y mi madre también cubana, de
Pinar del Río – respondió Fulgencio.

-¡Linda provincia la de Pinar del Río!
¡Excelentes tabacos los que allí se elaboran! En
especial en Vuelta Abajo – añadió Manuel,
impenitente fumador de cigarros.

Repentinamente, se oyó un retumbar
acompañado de un sonoro estruendo en la escalera que
comunicaba ambos niveles del establecimiento. Era la muchachada
que corría en tropel ascendiendo por ella, para intentar
convencer a sus progenitores de que les compraran unos papalotes
que exponía un vendedor ambulante en la calle frente al
establecimiento.

Tal era el ímpetu y atolondramiento de los
mozalbetes, que al llegar donde se hallaban sus padres,
sólo pudieron parar la inercia de su carrera
estrellándose contra las piernas del sargento Batista. El
violento encuentro casi da con los huesos del militar en el
suelo. Como es de suponer, el primero de la tropa, era
Ramoncito.

-¡Ramoncito! – gritó su progenitor-
¿Qué clase de comportamiento es ese?
¡Discúlpate ahora mismo con nuestro invitado!
¡Luego hablaremos tú y yo!.

Discúlpeme Señor- dijo el causante del
atropello, algo avergonzado y cabizbajo, al mismo tiempo que
simulaba un saludo militar, situando su mano derecha estirada en
su sien derecha -. Ha sido involuntario-
añadió.

La simpatía de la disculpa le agradó a
Fulgencio y, devolviéndole el saludo militar a Ramoncito,
le cogió de una mano atrayéndole hacia sí y
le dijo: ¿Cómo te llamas muchacho?.

-Ramón-, respondió éste.

-Mira, sabes que te digo,¿ por qué no
vienes mañana con tu papá y tu tío al
cuartel y, así podrás visitarlo y darte un poco
cuenta de como se vive en su interior?. Tal vez te guste y cuando
seas mayor desees ser militar.

¡ Qué idea tan fantástica!-
exclamó pleno de entusiasmo Ramoncito. A
continuación, su primita María Francisca
también se apuntó a la visita con tanto entusiasmo
como su primo; a lo que el sargento respondió, que no era
posible la entrada de damas en un acuartelamiento militar, salvo
las esposas y familiares de los que allí prestaban sus
servicios. Cusita se quedó muy compungida por la
negación y, también por no poder hacer lo mismo que
su primito.

– Bien – dijo el sargento Batista, entretanto se
ponía de pie -. Me despido de ustedes, tengo un compromiso
ineludible dentro de un rato, que no me permite gozar de su
compañía por más tiempo. ¡Don Antonio!
¡Don Manuel ¡ ¡Ramoncito!, les aguardo
mañana en mi cuartel de la Cabaña.
¡Señoras!, a sus pies.

Entre tanto se alejaba el militar, la familia
hacía múltiples comentarios respecto a él.
Alicia decía :" Es un hombre con un ligero aire de
misterio". Francisca su cuñada añadió:
"Tiene una mirada muy penetrante, sin embargo su porte tiene un
ligero aire distinguido, poco frecuente entre los
mestizos".

Mujeres, dejad de hacer conjeturas- les dijo a ambas
Manuel – . A nosotros lo que nos interesa es tener una buena
relación con el ejército y lograr contratas para
nuestra empresa-.

Mañana tu Ramoncito te vas a quedar en casa, le
soltó su padre con faz severa.

Ante tal sentencia Ramoncito se quedó de una sola
pieza, como una estatua de sal. No sabia que replicar, sus tripas
comenzaron a reaccionar y también sus nervios, los ojos se
le enrojecieron y casi se le erizan los cabellos de la rabia que
en aquellos momentos sentía. Se le ocurrió decir:
¡ Papá, no puedes hacerme esto! ¡Es una
venganza!.

Partes: 1, 2, 3, 4

Página siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter