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Vivir entre San Francisco y Novena (página 3)




Enviado por MANEL BATISTA



Partes: 1, 2, 3, 4

Al día siguiente, Alicia también fue a
visitarla junto con sus pequeñuelos, para despedirse de
todos , quién sabe Dios cuando volverían a verse,
probablemente nunca más, estarían tan lejos. Las
dos cuñadas abrazadas fuertemente lloraban y decían
frases entrecortadas por el llanto, habían estado siempre
muy unidas.

Lunes por la mañana, en el muelle se hallaba
atracado el vapor de la Pinillos efectuando las tareas de carga,
cabotaje y pasaje. Un viento racheado acumulaba unos grandes y
negruzcos nubarrones sobre la bahía, el día era
gris y plomizo, en una palabra, depresivo.

Manuel, estacionó el auto en la puerta de la
estación marítima, de el descendieron Alicia, su
cuñada Francisca y todos los hijos de ambas, Manuel dio
los pasajes a su esposa y una bolsa con dinero para el viaje y,
los primeros días de estancia en Barcelona, en el
entretanto el acababa su cometido en La Habana.

El buque hizo soplar con fuerza su silbato de vapor con
toda su potencia, anunciando su próxima partida, su
estruendo se podía oír desde cualquier parte de La
Habana, los habitantes de esta no le hacían demasiado
caso, estaban ya habituados a ello.

Las bodegas estaban abarrotadas de sacos de café,
azúcar refinada y melazas y en parte de la cubierta de
popa grandes pilas de tablas de maderas tropicales, de las que
Cuba era tan rica y apreciada. Manuel abrazó dulcemente a
Alicia, se fundieron en un largo y emocionante beso, sus hijos
lloriqueaban a su alrededor, sabedores de que se alejaban del
amparo de su progenitor, este separándose con suavidad de
Alicia, se agachó y en un solo abrazo rodeó a todos
sus hijos, les besaba fuertemente y les consolaba, les
decía :- No lloréis hijos, papá se
reunirá con vosotros dentro de unos días y tu
Ramón, que eres el mayor, cuida de mamá y tus
hermanitos – . Te lo prometo papá, dijo solemnemente este
– No les va a faltar de nada durante el viaje -.

Un último sonar de la sirena del vapor, hizo
apresurar a todos los pasajeros que todavía se hallaban en
tierra, a subir abordo.

Manuel, su cuñada Francisca y sus hijitos
permanecieron de pié todo el tiempo que el barco efectuaba
las maniobras de desatraque, sin quitar la vista de donde se
hallaban sus primitos. Estos asomados por el borde de la
barandilla saludaban con sus brazos al aire todo el tiempo.
Alicia, sollozaba y sentía un íntimo dolor en su
corazón parecido al que puede sentirse cuando una
uña se separa de su dedo.. Manuel grave e impasible
saludable de vez en cuanto en el entretanto el vapor se iba
alejando por la bahía, en cuanto este salió por la
bocana del castillo del Morro se perdió de vista para los
que todavía permanecían de pié en el muelle.
Manuel acompañó a su cuñada y sobrinitos a
su casa.

Jamás nadie supo lo que Manuel pudo hacer durante
los días que se quedó solo en La Habana, nunca se
lo contó a nadie, oficialmente se había quedado
para acabar de cobrar el importe restante de su antigua casa, el
automóvil y demás enseres de la constructora, nada
más. Pero Alicia se marchó con un temor en el alma.
Manuel embarcó 23 días después con un vapor
carguero que hacía escala en Las Palmas de Gran Canaria y
que finalizaba su singladura en el puerto de La Coruña.
Solo Dios sabe la verdad, según dijo a su regreso,
había finalizado su "trabajo" en La Habana,
¿…?.

CAPÍTULO
VIº

"El
regreso"

El viaje de retorno fue de lo más duro y amargo.
Los Batista compartían un camarote en la bodega con 11
personas más, completamente hacinados y sin
ventilación, sin duchas para asearse en condiciones
humanas, en definitiva se trataba de un bajel totalmente exento
de lujo y comodidades, era eminentemente un carguero. Las
condiciones del pasaje eran sumamente precarias.

Alicia paso gran parte del viaje mareada y sin salir del
camarote, acurrucada en una de las literas con sus dos asustados
hijitos más pequeños. Ramoncito, inconscientemente
tomó el mando y la responsabilidad del grupo familiar,
desde el primer día recorrió toda la nave, hasta el
rincón más recóndito de la bodega, por
exagerar, hasta las ratas de abordo le saludaban.

Hizo una simpática relación con todo el
personal de cocina, estos le regalaban siempre que les era
posible, algunos platos de guisados además de los que les
correspondían, fruta y pan, Ramoncito corría a
llevárselo a su mamá y hermanitos, aun a costa de
no comer el nada aquel día.

Los días fueron pasando de tempestad en
tempestad, salían de una y al poco tiempo encontraban otra
en su camino, al décimo día de navegación
divisaron tierra, se trataba de las Islas Afortunadas, en pocas
horas se hallaban atracando en el puerto de Las Palmas de Gran
Canaria. Por fin Alicia y sus peques, pudieron poner pie en
tierra firme. A pesar de todo se sentía sumamente
débil, todo alimento que ingería lo regresaba
nuevamente al exterior, se hallaba desfallecida. Un día
brillante y luminoso lucía en la isla, como suele ser
habitual en este archipiélago. Ramoncito fue, como no, el
primero de tocar con los pies el muelle.
¡¡¡Ramóooon… le gritaba Alicia, no te
vayas lejos, podrías perderteeeee….!!!. Este haciendo
caso omiso a los gritos prudentes de su madre, fue a investigar
por su cuenta los alrededores.

Durante su recorrido Ramoncito, se encontró en el
interior de uno de los tinglados del muelle contiguo donde se
hallaba atracado su barco, unos grandes sacos de esparto llenos
de barras de pan destinado al suministro del ejército de
infantería que había en la Isla. Con una
pequeña navajuela que llevaba en uno de sus bolsillos,
practicó un corte en uno de ellos y sacó varias
barritas de pan que introdujo en el interior del pecho de su
camisa. Corrió al buque donde se hallaba su madre y
hermanos y en voz baja le dijo – madre toma este pan que he
hallado en unas bolsas, voy a por más – No Ramón,
no lo hagas que si te pillan pueden castigarte y meterte en la
cárcel – , No tengas miedo madre, no me pillarán y
además soy menor de edad y no me pueden meter en ella -,
respondió este y, automáticamente salió
disparado hacia el almacén dónde había
hallado el pan. Entró por la misma ventana por la que
había penetrado anteriormente. Se olvidó del pan y
dedicó su inspección a otros bultos. Le
llamó la atención unas cajas de cartón
apiladas en uno de los rincones del almacén, no muy lejos
de donde se hallaban los sacos del pan. Abrió una de
ellas, su contenido era de latas de conservas de todo tipo,
espárragos, mermeladas, pimientos, fruta confitada,etc..
No paró de efectuar viajes de ida y vuelta, pero en cada
uno de ellos llevaba entre cuatro y cinco latas. En uno de estos
y en el entretanto abría una de las cajas, oyó
voces en el interior del almacén, procedían de la
puerta del mismo, se trataba de varios individuos vestidos de
uniforme militar.

Pertenecían al cuerpo de intendencia, justamente
estaban allí para inventariar todos los alimentos que
habían recibido desde la península con destino a la
tropa destacada en la isla.

Un cabo segunda llevaba en su mano una tablilla con una
lista con la relación de todas las mercancías
recibidas. Un capitán y un sargento consultaban la lista y
la contrastaban con cada uno de los bultos. Al llegar a los sacos
de pan el cabo se apercibió de la incisión que
tenía uno de los sacos. ¡¡Mi sargento,
fíjese en este saco!! espetó con voz algo ronca y
señalando al bulto. Sí, ya veo, alguien nos ha
estado robando algunos panes. Alarmados siguieron inspeccionando
con mayor detenimiento el resto de las mercancías
consignadas a su cuartel.

Ramoncito, que los había visto entrar, se
escurrió rápidamente entre un montón de
bultos que se hallaban en un rincón del almacén, no
muy lejos de donde se encontraban los militares. Estos, durante
su minuciosa inspección descubrieron algunas de las cajas
de madera, abiertas y que contenían las
conservas.

¡¡ Diantre!! Dijo el capitán,
aquí también han sido violentadas estas caja y a
primera vista parece que falten algunas latas. ¡ cabo
¡ corra inmediatamente al cuartel y venga con una docena de
soldados, vamos a rodear el almacén y veremos si pillamos
al ladrón. ¡¡A sus órdenes mi
capitán!! Gritó el cabo, inmediatamente regreso mi
capitán. Salió corriendo de rápidamente en
dirección al cercano cuartel.

Ramoncito que había oído y visto todo
cuanto acontecía, comenzó a sudar de angustia, casi
ni respiraba por no ser descubierto. Muy cerca de donde se
hallaba escondido estaba la ventana por donde había
entrado y salido todas las veces. Debo darme prisa, debo salir de
aquí antes de que lleguen los soldados y me descubran,
pensó.

Se arrastró lentamente por el suelo, como si de
un felino se tratase, procurando no efectuar ningún tipo
de sonido, la ventana ya le quedaba a menos de cinco metros de
distancia. Los militares se situaron en el dintel de la puerta de
acceso al almacén a la espera de la tropa que debía
llegar de un momento a otro.

Ramoncito aprovechó un momento en que los dos
militares se distrajeron encendiendo unos pitillos para
encaramarse hasta la ventana y saltar al exterior, el
capitán vió de refilón una sombra que
cruzaba la ventana, de inmediato echó a correr en
dirección a la misma, pero Ramoncito era mucho más
rápido que el militar y cuando este llegó
allí, ya había desaparecido entre los diversos
carruajes estacionados en el muelle aguardando para ser
cargados.

Sudoroso y sin aliento, Ramoncito se acurrucó
junto a su madre Alicia. -¿Qué te ocurre
Ramón, que te tiene tan alterado? – Le preguntó
esta a su hijo. Nada mamá, que unos niños me
querían pegar, respondió este con presteza. No
temas hijo, le dijo Alicia, si vienen por aquí yo les voy
a dar por el pelo.

Una pareja de soldados pasaron patrullando por las
inmediaciones, en busca de algún indicio que les revelara
quién era el ladrón de alimentos. Jamás
pudieron pensar de que este se tratara de un muchacho.

Al día siguiente y, después de haber
efectuado todo los trabajos de carga y descarga, el buque
partió de Las Palmas, con destino a
Cádiz.

La navegación en los siguientes cuatro
días fue sumamente placentera, un mar sumamente encalmado
en el que en su superficie rielaban los rayos solares matutinos
pareciendo un sin fin de pequeños espejos en
movimiento.

El cielo de un azul intenso totalmente exento de nubes,
contrastaba con el azul verdoso del mar, confundiéndose
ambos allá en el cenit donde por efecto óptico, se
juntan. Al atardecer cuando el sol hacía algunas horas que
había dejado de señalar su rojizo rastro del ocaso,
pudieron divisar por uno de los costados de la nave una hilera de
lucecitas allá a lo lejos. Se trataba de la bella ciudad
de Cádiz. A Ramoncito la latía el corazón
con rapidez, sentía una serie de sentimientos enfrentados,
de una parte tenía una gran congoja en lo más
íntimo de su ser, abandonar su entrañable Cuba y a
sus amigos, fue una tribulación indescriptible, de otra
parte regresaba a la tierra que le vio nacer y de la que tanto le
habían hablado sus padres cuando vivían lejos de
ella.

El capitán del bajel se le acercó y le
dijo, – ¿Ramón tienes ganas de llegar a
España?-, Sí capitán, respondió
Ramoncito con viveza, tengo muchas ganas de ver a mis abuelitos
que viven allí.

-Pues verás-, le dijo este, -mañana muy
tempranito atracaremos en Cádiz, el primer puerto
peninsular español, que toda embarcación que
procede del continente americano efectúa escala, es uno de
los puertos importantes de los que España tiene cara al
Atlántico. Cádiz y Sevilla, en los tiempos del
descubrimiento de América, se convirtieron en los
más importantes de Europa. Todas las mercancía y
bienes que entre los dos continentes se trasegaban, pasaban por
uno de estos dos puertos, ya en tiempo de los Fenicios, algo
más de mil años antes de Cristo, fueron importantes
por el comercio entre África y la entonces
península española conocida como Hesperia, a muchos
de ustedes la bahía de Cádiz, así como la
ciudad les recordará La Habana-.

Ramoncito se quedó embelesado ante las
explicaciones históricas con las que le regaló el
capitán. Se despidió de él con un hasta
mañana y regresó al camarote con su madre y
hermanos. Estos ya dormían cuando entró en el
mismo. Se acostó junto a su hermano Antonio y no pudo
conciliar el sueño hasta bien entrada la
madrugada.

Un potente silbido de la sirena del barco
despertó a todos los pasajeros, era el aviso de que se
aceraban a puerto, al mismo tiempo se advertía de su
presencia al práctico del puerto para que viniera a
hacerse cargo de las maniobras de acercamiento y
atraque.

Ramoncito, se situó en la parte más alta
de la proa del buque, se asombró al entrar en la
bahía del gran parecido de esta alegre ciudad andaluza con
La Habana, parecía un calco de los edificios que se hallan
junto al malecón, su arquitectura y níveo color
eran iguales a su Habana querida.

Al entrar por la bocana principal, se adivinaba que en
su tiempo fue un importante puerto. Una vez efectuadas las
maniobras de atraque descargaron todas las mercancías que
habían cargado en Cuba y Canarias y a su vez cargaron con
otras mercancía destinadas a Barcelona y Génova.
Solo un día les ocupó estos trabajos de carga y
descarga. A la madrugada siguiente soltaron amarras y abandonaron
la famosa bahía de Cádiz con rumbo al
Mediterráneo.

Alrededor del mediodía comenzaron a divisar a por
la proa el estrecho de Gibraltar, con el imponente
Peñón del mismo nombre, pétreo centinela
impertérrito y vigilante permanentemente del constante
trasiego marítimo que cruza de un mar a otro. Cuantas
civilizaciones habrá contemplado a través de los
siglos.

Ocho días después el buque se acercaba a
las costas de Cataluña. Era un mes de febrero inusualmente
frío, muy frío. A la llegada a la estación
marítima del puerto de Barcelona, el frío era
sumamente intenso, la noche anterior había nevado con
bastante profusión. El buque atracó en el muelle de
España, junto a la llamada Puerta de la Paz, debajo de la
grandiosa estatua dedicada a Cristóbal Colón, que
con su brazo derecho extendido y su dedo índice a modo de
prolongación del mismo señala en dirección
al continente americano.

Nadie esperaba a Alicia y sus hijitos en el muelle, todo
era gris y gélido, multitud de charcos de agua procedentes
de la fusión de las nieves caídas la noche
anterior, reflejaban a pedazos la imagen del descubridor. Una
niebla empapaba sus ligeras ropas. No habían calculado que
el invierno en España es extremadamente más crudo
que en Cuba, Ramoncito y Antonio vestían prendas de
algodón blancas y calzón corto, la pequeña
Rita igualmente portaba un vestidito corto, blanco y con
puntillas al igual que su madre Dionisia.

Por muchas razones les tiritaba el alma y el cuerpo. La
primera por todo lo que en Cuba habían dejado, recuerdos
felices, entrañable familia y un precioso país que
les había acogido con cariño.

Tomaron un transporte de alquiler en el que metieron
todas sus pertenencias e indicaron al conductor el domicilio de
sus familiares más allegados. – Por favor señor
llévenos a la Plaza de la Estación , en el barrio
de San Andrés.- Era donde vivían los padres de
Manuel y Antonio, el abuelo Jaime.

El carruaje tirado por dos caballos, salió del
muelle y tomó por el Paseo de Colón todo seguido,
hasta llegar al parque de la Ciudadela, antigua fortaleza
militar, ordenada construir por Felipe V, el Borbón
invasor de Cataluña, rey de España, y raptor de los
derechos y fueros históricos de Cataluña, ahora
derruida y convertida en un bello parque de elegantes jardines,
ocupado en buena parte por un prestigioso Zoológico y
diversos museos de ciencias naturales, mineralogía ,
etc.

De la fachada principal de dicho parque, partía
una espaciosa y elegante avenida, conocida como el Paseo de San
Juan, coronada con un exquisito Arco de Triunfo que
correspondía al más puro estilo del modernismo que
llenaba la ciudad, la nueva corriente arquitectónica que
en Barcelona tuvo su cuna y cultivo extendiéndose al resto
del país y posteriormente Europa.

Dos horas y media más tarde Alicia y sus hijitos
llegaban a las puertas de la casa de sus suegros. Era esta una
casita de planta baja y piso, muy similar a las que los hermanos
Batista habían construido allá en La Habana. Alicia
tiró de la cadenita que colgaba de uno de los quicios de
la puerta, sonó el alegre tintineo de una campanilla. Al
poco tiempo se abrió la puerta apareciendo en el hueco de
la misma la suegra de Alicia. Esta vio ante si un lamentable
cuadro familiar, los pequeñuelos ateridos de frío
se abrazaban a las faldas de su madre y esta intentaba cubrir su
cuerpo con mantón de seda que Manuel, su esposo, le
había regalado en un cumpleaños, allá en La
Habana.

María, su suegra, sabía que iban a llegar
pero desconocía la fecha. Les hizo entrar en la casa de
inmediato, ambas mujeres se abrazaron fuertemente, sollozando
intentaban hablarse, pero la emoción les impedía
hablar con claridad.

María era una mujer bondadosa y muy familiar, de
inmediato acercó a los niños al calor del hogar que
tenía encendido desde buena mañana , les dio una
taza de caldo calentito a cada uno, para
reconfortarles.

Alicia, que ya se había sobrepuesto algo,
también se tomó uno,

– Hay madre, cuanto eché de menos este delicioso
caldo cuando estábamos en Cuba – le comentó.
-Parece que Dios me hubiese advertido de vuestra llegada, dijo
María. – Tenía un no se qué en el
corazón que me advertía que hoy algo importante iba
a suceder-. Así ha sido-.

Pronto organizaron entre las dos, una de las
habitaciones de la casa para ocuparlas los niños y otra
para Alicia, aquí podrían quedarse hasta que
llegara Manuel y dispusiera lo que hacer él y su
familia.

Cuarenta días más tarde a su llegada,
recibieron un telegrama de Manuel. Acababa de desembarcar en el
puerto de La Coruña, allá en el Noroeste del
país. Le decía a Alicia – "Querida esposa
mía stop, Llegado bien a Coruña stop, Tomo el tren
mañana y arribo a Barcelona pasado mañana stop.
Besos a todos Manuel. stop."

La alegría familiar fue inmensa. Veríamos
que nos contaría Manuel de su breve y final estancia en La
Habana. Lo cierto que Manuel, nunca contó a nadie aquella
última página en La Habana. Jamás se supo
que hizo. Aquí, dejo que el pensamiento de mi lector vuele
en cualquier sentido, quizás acabó con algo que
había iniciado y su familia no le permitió
acabar.

A su regreso a Barcelona, Manuel acudió a sus
viejos amigos de la juventud para que le orientaran, el
país había cambiado, no era el mismo que el
dejó en 1912.

En primer lugar tomó en alquiler una casita en un
barrio extremo de la ciudad, conocido como La Trinidad, este,
quedaba algo aislado del casco urbano de Barcelona y la
comunicación era casi nula. Los desplazamientos hasta
hallar un transporte público, debían efectuarse a
pie por algo más de 30 minutos.

En un rincón de la pieza principal de acceso a la
casita, Manuel instaló una carpintería y efectuaba
trabajos por encargo en el vecindario. Alicia, ahora ya la
llamarían por su nombre real de pila; Dionisia, ella
también cosía por encargo para poder ganar
algún dinero adicional con el que sostener la
casa.

Antonio (Tonet) y la pequeña Rita acudían
a una escuela municipal, no lejos del hogar y Ramoncito, ahora ya
Ramón, tuvo que ponerse a trabajar como aprendiz para
aprender un oficio y aportar también algún dinero
al seno familiar. Entró a trabajar como aprendiz de
carpintería en unos talleres que construían
maquinaria para el proceso del molido y ensacado del trigo, hasta
convertirlo en harina fina. Talleres Morros, que así se
llamaban, estaban a unos treinta minutos de su casa en medio del
campo, junto a los cuarteles de La Maestranza de
Artillería, en el barrio de Sant Andreu, también
eran conocidos como El Molí d´en Morros, por haber
sido años a, un molino de trigo movido por energía
hidráulica, cuya turbina giraba y movía al paso de
las aguas de la Acequia Condal, uno de los ríos que
aportaban agua a las plantas potibilizadoras de la ciudad de
Barcelona.

Ramón en los talleres era, como se suele llamar,
el último mono. El único aprendiz. Apenas
tenía 13 años, sin ninguna experiencia profesional.
Los hombres hechos y derechos veteranos del oficio, le encargaban
los trabajos auxiliares más difíciles e imposibles,
a modo de chanza, pero Ramón estaba hecho de una materia
muy dura, era un luchador nato, no era fácil arredrarle,
dedicaba siempre una gran voluntad, interés y entusiasmo
en todo lo que hacía, le gustaba aprender.

Su corta edad y reducida talla, era bastante menudito,
estaba por debajo de la media normal, era motivo de bromas
pesadas por parte de los que eran sus compañeros de
trabajo, pero el lo superaba todo, sabía que su
aportación económica al hogar de sus padres era
necesaria. Este fue su lema hasta la muerte, la familia.os
años fueron pasando para la familia Batista, sin pena ni
gloria, más pena que gloria.

A los pocos años de haber regresado de Cuba,
Manuel cayó gravemente enfermo, unas fiebres tifoideas
casi acabaron con él. Alicia permaneció todo el
tiempo en la cabecera del lecho de su adorado esposo. La
enfermedad de este quebró lamentablemente la ya
débil economía familiar, Manuel estaba totalmente
incapacitado para aportar dinero, muy al contrario, su enfermedad
creaba gastos de médicos y fármacos. El peligro de
su muerte fue una constante. Dionisia no abandonaba a Manuel ni
de día ni de noche, no descansaba y ni tan siquiera
dormía, ello fue motivo de que quedara minada su salud,
que dicho sea de paso nunca fue excepcional.

Ramón y sus hermanos sufrían las
consecuencias, era muy duro pasar de una vida opulenta y regalada
en La Habana, a vivir en la más triste de la pobreza
obrera, pero Ramón jamás se daba por vencido. Le
decía a su madre: – Mamá no te preocupes yo
trabajaré día y noche para que no le falte nada de
lo imprescindible a la familia -, así lo hizo hasta su
muerte. Dios le bendiga.

Ramón se incorporaba a su trabajo en los talleres
Morros todos los días a las 5 de la mañana de lunes
a sábado. En invierno por las mañanas cuando iba a
su trabajo, estaba helado de frío, no disponía de
ropa de abrigo suficiente para cubrir su pequeño cuerpo,
caminaba por los senderos que otras personas que con su paso
habían formado a través de la nieve. Las alpargatas
que calzaba se empapaban de aguanieve que le dejaban los pies
ateridos y con las manos en los bolsillos corría para
llegar al taller y poderse calentar con una de las estufas de
leña que había repartidas por los locales de
trabajo, se descalzaba y ponía sus alpargatas pegaditas a
la misma para que se secaran en el mientras trabajaba
descalzo.

Este duro sistema de vida acabó de forjar el
carácter y tenacidad de Ramón.

Manuel cuarenta días después de haberse
declarado su enfermedad finalmente sanó, pero al poco
tiempo enfermó Dionisia, los mismos síntomas que
Manuel, a las dos semanas de habérsele declarado el tifus,
una noche de San Esteban estando Ramón
acompañándola en la cabecera de su lecho, la dulce
Dionisia les dejó para siempre. Ramón le
tenía su antebrazo pasado por debajo de la cabeza y
Dionisia mirando a su hijo preferido, esbozó una dulce
sonrisa cerrando los ojos para siempre, así en silencio se
marchó, como había sido siempre su vida, suave,
silenciosa y sacrificada para los demás.

Fue enterrada en el cementerio de Sant Andreu, no se
sabe donde, la familia no disponía de nicho donde
enterrarla, ni medios para adquirirle.

Manuel, trabajaba por aquel entonces en una harinera
propiedad de la familia de un amigo de la infancia y de estudios,
pero esta se hallaba muy lejos de su hogar, se encontraba en el
barrio marinero por excelencia de la Barceloneta, era conocida
por Harinera La Anita, adosada a los muros de los prestigiosos
talleres de La Maquinista Terrestre y Marítima,
allí se construían la mayor parte de
máquinas y vagones del ferrocarril del país. La
gran distancia existente entre su trabajo y su domicilio, le
obligaba a marcharse muy de madrugada y regresar bien entrada la
noche, Ramón también estaba todo el día
trabajando regresando al hogar un poquito antes que su padre.
Antonio y Rita eran cuidados por unos vecinos que les
habían tomado mucho afecto.

Ante tal situación familiar, Manuel tomó
la decisión de darle alguna solución que aliviara
la misma. Conoció a una mujer algo más joven que el
y la tomó en matrimonio civil. Esta se hizo cargo de la
casa, pero era de carácter muy desagradable y no
congeniaba con los niños, en especial con Ramón,
que jamás pudo admitir que esta supliera a su bendita
madre. Para culminar las desgracias, que nunca suelen llegar
solas, la madrastra cuando Manuel y Ramón se hallaban en
su trabajo, se emborrachaba y maltrataba a Rita y Antonio, hasta
que en una ocasión Ramón la advirtió de que
si volvía a enterarse de que maltrataba a sus hermanos
tendría que vérselas con él. Por aquel
entonces Ramón tenía ya unos 18
años.

Ramón se quejaba a su padre de la conducta de
aquella mujer, pero este alegaba que alguien tenía que
hacerse cargo de la casa en el entretanto ellos
trabajaban.

Pero un gravísimo hecho acaecido unos meses
después acabó con un trágico desenlace
familiar. Era la hora de la cena, Ramón y su padre
sentados alrededor de la mesa del comedor, aquella mujer les puso
delante un plato de humeante sopa. Ramón la probó
con el cuidado que se precisa cuando un alimento está
sumamente caliente. Pero este notó algo extraño en
el sabor de la sopa, de inmediato miró a la madrastra y
observó en ella cierta desazón de conducta. De
súbito se le vino a Ramón una idea en la mente, la
sopa probablemente contenía algún veneno.
Ramón escupió la cucharada de líquido que
contenía su boca, detuvo la mano de su padre que ya
iniciaba el camino de sorber la primera cucharada de aquel
mejunje, -¡¡ papá no tomes de esta comida
¡! – le dijo.

Ramón se levantó con el plato en la mano y
procurando no derramar su contenido inició el camino de la
puerta de la casa. La madrastra se interpuso diciéndole, –
¿ Dónde vas con este plato ¿ -. A lo que
Ramón respondió: – Voy a llevarle a la
policía, por que has echado veneno en la comida, has
intentado envenenarnos -. Aquella mujer fuera de sí
intentó detener a Ramón y verterle al mismo tiempo
el plato de sopa. Ramón que ya esperaba esa
reacción, la propinó un puñetazo en el
rostro con tan mala fortuna que la mujer al retroceder
lateralmente, producto del impacto recibido, pegó con la
cabeza en una de las esquinas de uno de los muebles, lo que la
dejó sin sentido y caída en el suelo. Ramón
le dijo aceleradamente a su padre : – Papá
atiéndela pero no dejes que se vaya de la casa , yo voy a
la policía para que analicen la comida y regreso de
inmediato -.

Salió corriendo de la casa y campo a
través llegó a la comisaría del barrio de
Sant Andreu. Le atendió el propio comisario, al que
Ramón contó todo cuanto había acaecido. Este
le tranquilizó y de inmediato acudieron a la casa.
Allí estaba aquella mujer reponiéndose
todavía de la tarascada que Ramón le había
propinado. Esta al ver a la policía, rompió a
llorar y tirarse de los cabellos, en el entretanto acusaba a
Manuel y Ramón de malos tratos. El comisario de
policía, hombre ya muy experto en situaciones de esa
índole intervino diciéndole, – Vamos a ver
señora, usted a intentado envenenar a esa familia y nos la
vamos a llevar detenida – . Ante tal aseveración
comenzó a pedir perdón y excusarse. Se la llevaron
esposada y detenida. Nunca más se supo de ella.

CAPÍTULO VIIº

El asentamiento
familiar

La familia, fue lentamente mejorando en su asentamiento
a la nueva vida en España, también mejoró la
calidad de la misma, no excesivamente, pero se convirtió
en algo más llevadera.

Tonet, alternaba la escuela con los estudios de piano,
sentía una gran afición por la música,
así como también Ramón y Manuel. La
pequeña Rita había ya crecido y se estaba
convirtiendo en una bella damita, se parecía
muchísimo a su madre Dionisia, menudita, pelo negro
azabache y ondulado, ojos vivaces, una naricilla ligeramente
respingona y, piel muy blanca, alternaba la escuela con las
labores del hogar.

Antonio, Tonet, era más alto que su hermano
Ramón, era bien parecido, caminaba al igual que Manuel su
padre, estirado y con la cabeza alta, ojos verde aceituna, pelo
negro ondulado, factor común en los tres hermanos, Antonio
dentro de sus posibilidades solía vestir con cierto buen
gusto, era de porte más bien distinguido, al igual que su
progenitor.

Ramón no podía olvidar su pasión
por el base ball que con tanto ímpetu practicó
allá en Cuba. Lamentablemente en España era un
deporte casi desconocido, solo era practicado en Barcelona y
Madrid, habían algunas pocas novenas que formaban una liga
llamada Liga Catalana de base ball. Ramón se
inscribió en uno de los equipos punteros de la ciudad, el
FC Barcelona, esta novena estaba formada mayormente por jugadores
de varias nacionalidades centroamericanas residentes en la
ciudad, cubanos, portorriqueños, dominicanos, venezolanos
y algún funcionario menor del consulado de los Estados
Unidos.

Todos los domingos del año jugaban contra otras
novenas de la ciudad formando una liga, había por aquel
entonces algunas de ellas con una buena calidad, el
Hércules de Les Corts, era uno de sus rivales más
duros de roer. Ramón jugaba con gran entusiasmo, no sin
ausencia de picardía, inteligencia y nervio. Destacaba
sobre los demás compañeros en cuanto la tocaba su
turno al bate, sus compañeros sabían que
Ramón era infalible en esta suerte del juego, sus batazos
generalmente permitían conseguir carreras y a su vez ganar
en muchas ocasiones el partido.

Jugó también con la novena del Club
Canadiense, perteneciente también a la liga
Catalana.

Todavía perteneciendo a esta novena, uno de sus
compañeros se casaba y le invitó a la boda, esto
era en Mayo de 1935. Para esta ocasión Ramón se
puso su mejor traje, era el único que poseía,
salió temprano de su casa, lucía un sol
espléndido, la primavera reventaba de flores y aromas.
Tomó el tranvía en Sant Andreu y se bajó en
una de las paradas que este efectuaba en el Clot, un popular
barrio barcelonés, más conocido por Sant
Martí de Provençals, este era realmente su
nombre.

Algunos de los invitados ya estaban llegando a la
iglesia, Ramón miró entre estos para ver si
conocía a alguno de ellos, efectivamente, allí
estaban algunos de sus compañeros de deporte que el novio
también había invitado. Acabada la ceremonia
religiosa se desplazaron todos en comitiva en unos bonitos
carruajes tirados por caballos que los novios habían
dispuesto para sus invitados, para llevarles al restaurante donde
se celebrara el banquete nupcial.

El restaurante se hallaba al pie de la montaña de
Montjuic, era un lugar sumamente popular especializado en
banquetes de bodas llamado Restaurante de La Font del Gat. El
paraje era francamente bello e idílico y muy arbolado, con
jardines bien cuidados y bellos.

Unas largas mesas muy bien adornadas se repartían
por el salón principal, estando todos los invitados
emparejados según el criterio de los dos contrayentes. A
Ramón le habían emparejado con una rubia muchachita
de nombre Carmen, era una amiga íntima de la familia de la
novia, es por ello que por mutuo acuerdo de los cónyuges
decidieron emparejar a Ramón con Carmen cuando
confeccionaron las listas de invitados. El azar hizo que se
conocieran.

Congeniaron de inmediato, con Ramón era
fácil, tenía una gran dosis de simpatía e
inmediatamente conectaba con su interlocutor. Carmen era
más seria pero era vivaz y dicharachera. Durante el
ágape departieron de mil cosas. Uno de los platos era
langosta a la americana , Ramón tenía serias
dificultades para poder sacar la carne del animal del interior de
su cáscara, Carmen se apercibió pronto de la
dificultad que su compañero de mesa estaba experimentando.
Le auxilió enseñándole como partir la
cáscara con el tenedor y el cuchillo con éxito, de
modo que no volara por los aires y fuera a caer al plato de
cualquier otro invitado. Ramón con una sonrisa le
agradeció a su compañera el grato favor que le
había dispensado.

Luego más tarde un quinteto musical inició
el vals tradicional que deberían bailar los recién
casados, arrancaron con el Danubio Azul de J.Strauss, los novios
bailaron una buena parte del mismo solos hasta que se les fueron
sumando invitados. Como no, Ramón que sentía una
gran afición a la música y consecuentemente
también por el baile, invitó a su compañera
Carmen a bailar, esta en primer lugar opuso cierta resistencia,
manifestando que no era muy buena bailarina, pero Ramón no
se arredraba, tanto la insistió que esta consintió
en ello, hasta el punto que ya no dejaron de hacerlo hasta que
ambos estuvieron agotados.

Finalizado el festejo Ramón
acompañó a Carmen a su casa, ella vivía en
el barrio barcelonés del Clot, precisamente en la calle
del mismo nombre, en el número 45.

Llegados a la puerta de esta, Ramón se
sorprendió al ver que en la parte superior de la misma
figuraba un rótulo de gran tamaño que rezaba : "
MUDANZAS FARRÉS". Este le preguntó a Carmen el
motivo del cartel. Esta le explicó que su padre Francisco,
se dedicaba al transporte de muebles, una especialidad que
inició por allá finales del siglo XIX, fue la
primera sociedad de transporte de muebles que se fundó en
España, hoy , en el siglo XXI, todavía existe y es
administrada por un nieto del fundador, Paco Farrés,
primo-hermano del autor de este libro.

Se despidieron en la misma puerta con un cálido
apretón de manos y una larga y lánguida mirada a
los ojos, acordaron verse al próximo domingo.

Ramón se alejó flotando en el aire del
gozo que sentía en su corazón, Carmen le
había impresionado desde el primer momento, se
subió al tranvía que le llevaba cerca de su casa en
La Trinidad, en el entretanto tomaba asiento, sus pensamientos
echaron a volar, se imaginaba junto a Carmen toda una vida, tal
era la gran impresión que de ella había
experimentado en este día.

Efectivamente, pasaron los días y meses
Ramón y Carmen, terminaron siendo novios oficiales, al
año de su noviazgo se casaron por lo Civil, no pudiendo
efectuarlo por el rito Católico como ellos hubiesen
deseado, corrían en el país aires contrarios a la
Iglesia, la República elegida por sufragio universal del
pueblo español, que sucedió a la dictadura del
general Primo de Rivera, era un perfecto caos, la anarquía
imperaba por todos los lugares, el pueblo guiado por los
dirigentes políticos republicanos, salieron a la calle
para hacer , según ellos, "justicia social". Su principal
objetivo fue el clero y el capital. Iglesias y conventos fueron
saqueados e incendiados, se perdieron para siempre una infinidad
de obras de arte, libros de registro de natalicios, aun hoy 68
años después, todavía no ha sido posible
restablecer muchos de ellos. En una palabra la anarquía en
manos del populacho hundía en un pozo negro al
país.

El 18 de julio de 1936, allá en las islas
Canarias, un grupo de militares de alta graduación
comandados por el general Franco, el general más joven de
Europa en aquella época, se sublevaron en contra del
gobierno legalmente constituido. Se vinieron en llamarse
"Ejército Nacional" o salvadores de la patria.

El gobierno de la República se organizó de
inmediato para sofocar aquella sublevación, pero los
militares de carrera habían abandonado sus puestos y se
habían sumado, la mayoría de ellos, al
"ejército nacional". Este factor y otros más, fue
determinante para que el ejército republicano no pudiera
ganar la guerra. La República solicitó ayuda a la
Unión Soviética, esta les envió armas
ligeras y semi pesadas , a cambio del oro que el Banco de
España guardaba en sus arcas. Los mandos militares
republicanos estaban en manos de gente sin conocimientos
castrenses y en la mayoría de ocasiones sin cultura de
ningún tipo.

Una gran parte de la España peninsular se
sumó a la corriente revolucionaria del general Franco,
especialmente las clases burguesas adineradas, el capital, ya que
bajo el poder republicano de ideología comunista,
veían que sus propiedades les eran confiscadas por
estos.

El ejército organizado por Franco, contaba con
grandes donaciones económicas de los poderes financieros
de la nación, lo que les permitió disponer del
armamento más actualizado del momento, así como de
confortables equipamientos para la tropa. Para mayor soporte, en
general Franco tuvo la habilidad de aliarse con la
ideología de Hitler y Mussolini, recibiendo así de
estos, ayudas armamentísticas. La aviación de la
Luftwaffe germana, con sus aviones Junkers, bombardeaba
frecuentemente las grandes ciudades del país, Madrid,
Barcelona, Bilbao, Valencia, ciudades consideradas por el
ejército nacional como de muy "rojas" y rebeldes. Eran las
ciudades motores del país, fueron las más
castigadas, en especial la ciudad de Guernica cuyo bombardeo con
bombas incendiarias asoló la ciudad y sus habitantes en
poco tiempo.

Benito Mussolini, caudillo ideólogo italiano,
envió además de armas, soldados italianos, que
dicho sea de paso, no vinieron a luchar, se limitaban a pasar
unas vacaciones en nuestro país, en rara ocasión
estuvieron en alguna trinchera defendiendo alguna
posición, pero cuando veían que el enemigo les
acuciaba y corrían peligro, solían correr en
sentido contrario a este, a gran velocidad. Se hizo muy famosa la
batalla de Guadalajara, en la que un gran número de
soldados italianos, al verse muy acosados por el ejército
republicano, soltaron las armas y echaron a correr.

Los republicanos llamaron a filas a todos los varones en
edades comprendidas entre los 20 y 30 años. Ramón
fue llamado a filas a los pocos días de su boda, Por
fortuna le tocó en suerte el cuerpo de artillería,
destinándole en una batería antiaérea que el
ejército republicano había emplazado en la
montaña de Montjuic, junto al famoso castillo, como
defensa de la ciudad, el puerto y los almacenes de combustibles
de la compañía petrolera, CAMPSA, que se hallaban
al pie de la montaña. Al menos podía ver a su
familia de vez en cuanto , no dejaba de ser un pequeño
consuelo, una vez por semana conseguía algún
permiso de unas horas para poder estar con su adorada Carmen, su
padre y hermanos Antonio y Rita. Todos ellos vivían en la
misma casa que Ramón y Carmen habían alquilado en
el barrio de Sant Andreu, en la calle Doctor Sanpons. Era una
casa no demasiado grande, muy bien situada y céntrica en
el barrio, pero suficiente para que viviera toda la
familia.

Antonio (Tonet), tenía ya por aquel entonces algo
más de 20 años. En una ocasión yendo por la
calle, fue detenido por una patrulla militar republicana que le
requirió su documentación, les extrañaba que
a su edad no estuviera luchando en el frente, a lo que
respondió que él no era español, hecho que
sorprendió mucho a la pareja de milicianos, ya que Antonio
se expresaba en la lengua del país, el catalán, le
requirieron de nuevo, la documentación, este mostró
su pasaporte cubano. Aquellos dos analfabetos militares, que
probablemente no sabían ni tan siquiera leer, se lo
llevaron detenido con el cargo de espía. Le llevaron ante
un tribunal popular, también formado por desarrapados
incultos, que le juzgó de inmediato, le calificó de
espía extranjero y le llevaron preso a las mazmorras del
castillo de Montjuic, el mismo en el que estaba su hermano
Ramón prestando servicio militar en la batería
antiaérea asentada en aquella montaña por el
ejército republicano.

La situación en el país era verdaderamente
caótica, los republicanos estaban divididos en fracciones
regionales, dentro de su ignorancia, todos eran jefes, todos
querían mandar y tener poder. Las venganzas personales
entre familias, estaban a la orden del día, la
ideología comunista y la anarquía imperaba por todo
el país, principalmente en las zonas que contaba con mayor
masa obrera, los sindicatos se apoderaban de las fábricas
y echaban fuera a sus verdaderos propietarios y si se
resistían podían llegar hasta
asesinarles.

Se asaltaban y quemaban y saqueaban iglesias y
conventos, se violaban a religiosas y a muchos sacerdotes les
fusilaban al no querer renunciar a su Fe, en la más grande
y horrenda impunidad.

Carmen la esposa de Ramón iba dos veces por
semana a visitar a su esposo, tomaba el tranvía cerquita
de su casa apeándose al final del recorrido del mismo,
entonces le quedaba subir a pie toda la montaña hasta
llegar a lo alto donde estaba emplazada la batería
antiaérea en la que servía Ramón. En algunas
ocasiones Carmen pasó serios peligros, algunos bombardeos
aéreos, efectuados por la aviación cedida por
Hitler y Mussolini, coincidieron en su subida a la
montaña. Ella se tumbaba en el suelo y encomendaba su alma
a Dios, pero nada ni nadie podía evitar que llegara a ver
a su esposo Ramón.

En estas visitas ambos estaban juntos, Carmen
ponía al corriente a Ramón de todas las vicisitudes
de la familia, luego antes de regresar a su casa procuraba
obtener un permiso para visitar al afligido Antonio que estaba
confinado en una de las más frías mazmorras de los
calabozos del castillo. Este conservaba su entereza de
carácter pero temía por su salud, una gran humedad
perenne hacía presencia en los sótanos de la
fortaleza que calaba hasta los huesos de quienes la debían
soportar.

Carmen al regresar a casa a última hora de la
tarde, informaba a su cuñada Rita y su suegro Manuel
cómo estaban Ramón y Antonio. Rita ya era una
jovencita crecidita y de muy buen ver, muchos muchachos del
barrio la miraban y la pretendían, aquellos ojos vivaces y
aquel cabello negro azabache y rizado adornado por una graciosa
naricilla respingona, hacía estragos entre el elenco
masculino, pero estaba escrito que Rita sería para Joan,
Joan Boguñá.

Pasados algunos meses, los ejércitos sediciosos,
formados por los militares, también llamados
"ejército nacional" , al que posteriormente le fue
añadida la palabra de "glorioso", fueron conquistando
ciudades y pueblos de la península, obligaron a los
soldados republicanos a retroceder y ceder territorio a los
primeros, has los últimos reductos que eran el País
vasco y Cataluña.

Los "gloriosos ejércitos nacionales", formaron un
gobierno provisional con sede en Burgos, emitieron moneda propia
y sellos con motivos relativos a la guerra. Iniciaron lo que
popularmente fue llamada una purga. Detenían y
encarcelaban a todo individuo de pensamiento republicano, hubiese
sido soldado o simplemente simpatizante a la República,
estos eran a los pocos días juzgados por un tribunal
militar y en la mayoría de los casos eran condenados a
penas muy duras de castigo, en los casos en que se tratasen de
antiguos militantes del partido comunista o activistas de
cualquiera de los sindicatos obreros revolucionarios, eran
condenados a muerte y fusilados.

Los vascos y catalanes efectuaron una resistencia
numantina, por ello fueron castigados muy duramente en la
postguerra, cincuenta años después todavía
sigue el castigo bastante más atenuado por la democracia
creciente.

La Cataluña republicana defendía su
territorio allá en el Ebro, resistiendo meses y meses, el
ejército nacional en la orilla derecha del río
más caudaloso de España y, el republicano en la
orilla de enfrente. Los republicanos no contaban con armamento
moderno, no siendo así en sus oponentes respaldados y
pertrechados por la Vermatch de Hitler, las vidas humanas se
contaban diariamente por centenares, hasta el punto que la
República mandó alistar a muchachos menores de
dieciocho años, a estos se les llamó popularmente
por su juventud, "la quinta del biberón".

El ejército nacional, como estaba previsto,
venció en el Ebro, iniciando así una marcha
victoriosa sobre Barcelona, capital de Cataluña. Los
ejércitos republicanos se batían en retirada
dirección Norte, buscaban la frontera con Francia, otro
país republicano, pero cuan equivocados estaban los
españoles republicanos esperando acogida y socorro de sus
vecinos republicanos franceses. Tan pronto los españoles
cruzaban su frontera, eran detenidos por los gendarmes y sin
ningún miramiento ni tan siquiera socorro alimentario les
subían en camiones y los confinaban en campos de
concentración como si de piojosos prisioneros enemigos se
tratasen. En aquellos momentos Francia estaba a punto de ser
invadida por el Nordeste por las tropas alemanas, el
ejército francés pronto se rindió al empuje
germánico ofreciendo muy poca resistencia. Se formó
un gobierno provisional y títere, organizado por Alemania
,a cuyo frente colocaron al Mariscal Petain. Posteriormente, en
la liberación de Francia, este fue juzgado por los
franceses y declarado traidor a la patria.

Ramón y su batallón de artillería
antiaérea abandonaron el emplazamiento de la
montaña de Montjuic cargaron todos los enseres posibles en
los camiones Katiuska, que Rusia había "regalado" a los
ejércitos republicanos, huyendo rápidamente en
dirección a la frontera con Francia a través del
desfiladero fronterizo de La Jonquera y El Perthús. Por el
camino iban hallando largas columnas de soldados y civiles
cargados con enseres personales, que a pie huían de los
ejércitos vencedores que les pisaban los
talones.

De vez en cuanto eran estos hostigados por la
aviación enemiga. En uno de los raids aéreos, un
caza del tipo Stuka atacó al convoy en el que iba
Ramón, este al saltar a tierra por encima de la barandilla
del camión en el que se desplazaba, una bala de la
ametralladora del avión rebotó sobre el pasamano de
acero de dicha barandilla y en su rebote penetró en la
nalga izquierda de Ramón, este cayó al suelo de la
carretera fulminado, quedándose inmóvil todo el
tiempo a causa del dolor de la herida y en espera que el ataque
aéreo finalizara.

Poco después de que la aviación enemiga se
retirara, Ramón se levantó cojeando y auxiliado por
varios de sus compañeros, le subieron de nuevo al
camión reemprendiendo la huída nuevamente. Trataron
de taponarle la herida con vendas y trapos sin posibilidad alguna
de asepsia, con la finalidad de que perdiera la menor cantidad
posible de sangre. Bien entrada la noche llegaron a la frontera y
ya en tierra de nadie fueron confinados en un fuerte que domina
el paso fronterizo, llamado Fort de l´Ille Gardé
entre La Jonquera, último pueblecito de Cataluña y
Le Perthús primer pueblo francés. Al día
siguiente fueron conducidos a unos camiones Renault franceses y,
trasladados a un campo de concentración de prisioneros,
llamado Argelés sur Mêre, a unos 15
kilómetros de la ciudad de Perpignán, en el sureste
de Francia, cuyo emplazamiento era una larga y amplia playa en la
orilla del mar.

Las autoridades francesas, trasladaron a todos los
heridos de guerra, entre ellos Ramón, a un barco hospital
anclado en el puerto de Marsella, llamado L´Independence.
Allí fue intervenido quirúrgicamente de inmediato,
extrayéndole el pedazo de metralla que contenía su
glúteo. Había perdido mucha sangre, se hallaba
débil y lívido, sin alimentarse en los varios
días que duró la huída.

La fortuna una vez más fue su aliada, durante una
de las visitas que el médico francés que le
había intervenido, el doctor Marrot, simpatizó con
su paciente, este le confesó a Ramón que era
comunista, Ramón le dijo que era republicano y que deseaba
regresar a España donde tenía a su esposa en estado
de gestación de un primer hijo, el doctor se apiadó
de él y efectuó una transfusión
sanguínea de su propio brazo al de su paciente, esto fue
vital para que Ramón no falleciera.

Veinte días después, la cicatriz de la
herida de Ramón comenzó a cerrarse y a cicatrizar,
pero pronto se le acabó la placentera vida del barco
Hospital, nuevamente a los camiones y al campo de
concentración de prisioneros de Argelés sur
Mêre. Una vez allí Ramón se acomodó en
una raída tienda de lona plantada sobre la húmeda
arena de la playa junto con otros prisioneros españoles,
era el mes de febrero de 1939, un viento helado castigaba como
cuchillos cortantes los cuerpos medio desnudos de aquella pobre
gente allí encerrada y privada de libertad en el
país de la libertad.

El campo de concentración estaba cercado por una
doble alambrada de espino y vigilado por soldados de raza negra,
franceses, procedentes del Senegal, antigua colonia Gala, estos
soldados, destinados a vigilar el campo, eran gran parte de ellos
analfabetos y trataban a los prisioneros con gran desprecio y
crueldad, al que no obedecía le propinaban una monumental
paliza con bastones o era azotado con látigo hasta la
extenuación del flagelado.

Al prisionero que "cazaban" intentando fugarse del
campo, era enterrado vivo en la arena, falleciendo cruelmente por
asfixia.

Toda la alimentación que recibían los
prisioneros, era una hogaza de pan seco y un pedazo de bacalao
crudo y salado cada dos días, acompañado de una
cantimplora de agua potable que debían compartir con
cuatro presos más.

Ramón, algo recuperado de su herida, tenía
un solo pensamiento, huir de aquel infierno y retornar a
España, para poder estar con su familia y con el hijito
que iba a nacer en el mes de Junio.

Para no despertar las sospechas de los crueles
guardianes del campo, Ramón se sentaba en el suelo en el
centro del mismo e iba fotografiando y memorizando con sus ojos
toda la periferia de la alambrada, archivaba en su memoria las
costumbres de los vigilantes, los horarios de los relevos de la
guardia, la cadencia del barrido que efectuaban los potentes
reflectores nocturnos, no se dejó ningún detalle.
Todo lo grabó en su memoria. Una vez más la astucia
y el coraje adquiridos en la calle durante su infancia
jugó en su favor.

Ramón sabía y era consciente de que
cuantos lograban fugarse y eran cazados, a las pocas horas de
efectuarlo eran enterrados con vida en la arena de la playa por
los vigilantes. Era bastante sencillo cazarles, bastaba con
seguir el rastro de las huellas que dejaban los fugitivos en su
huida sobre la arena..

Ramón se concienció de que cuando tomara
la decisión de escaparse, jamás debía
efectuarlo por la alambrada que daba a la arena de la playa.
Debía salir de aquel campo por el mar, nadar un par de
kilómetros paralelamente a la playa y luego salir del
agua, cruzar la arena con rapidez, andando de espaldas, lo que en
el caso de que alguien encontrara las huellas pudiera pensar que
se trataba de que algún pescador se había acercado
al mar para pescar, difícilmente podrían atinar en
que fueran las huellas de un fugado y, menos a aquella distancia
del campo de prisioneros.

CAPÍTULO
VIIIº

La fuga y el
regreso…..

Su paciencia y astucia tuvieron su premio, un 19 Marzo,
día de San José, en una noche de gran vendaval,
soplaba la Tramontana, un viento huracanado de lluvia y
frío, se dijo Ramón para si, – esta es mi noche,
ahora o nunca -, avisó a dos compañeros más
que estaban al corriente de la decisión de Ramón y
que habían aceptado sus condiciones y jefatura, entre
ellos un muchachito de dieciocho años recién
cumplidos, un hijo de la llamada quinta del biberón, un
sobreviviente de la famosa batalla del Ebro. Ramón le
aconsejó de que se quedara, le advirtió de todos
los peligros y dificultades con que se iban a tropezar y
finalmente si eran cazados por el ejército o los gendarmes
serían fusilados o enterrados con vida en la arena. Este
insistió firmemente en acompañarles.

Alrededor de medianoche, cuando el violento y
gélido viento de tramontana soplaba con más fuerza
y arreciaba la lluvia, en plena oscuridad los cuatro se acercaron
arrastras por la playa hasta llegar a la orilla del mar, cada vez
que uno de los proyectores efectuaba un barrido con su potente
luz, se quedaban inmóviles simulando estar dormidos. Se
introdujeron en el agua nadaron unos metros bajo ella hacia el
interior y luego efectuando un giro de noventa grados a su
derecha nadaron lentamente pero con el ansia vital de alejarse de
aquel infierno. Después de una hora de braceo Ramón
calculó que ya se habían alejado lo suficiente como
para que la distancia impidiera a los vigilantes del campo llegar
hasta allí, de otra parte contaban con el factor sorpresa,
y que con aquella violenta tormenta, los centinelas se refugiaban
en el interior de las casetas que habían en los extremos
del perímetro de la alambrada y hasta el día
siguiente, si la tormenta amainaba, no efectuarían el
recuento de los prisioneros hasta horas después. Esto les
confería un tiempo de ventaja hasta que iniciaran su
búsqueda.

Salieron del agua, calados y helados hasta los huesos,
formaron una sola fila y anduvieron de espaldas uno detrás
de otro hasta llegar a un cañizal que habían al
final de la playa, se refugiaron en él un buen rato hasta
recuperar el aliento, retorcieron sus ropas para escurrirlas del
agua que habían empapado, esta acción les
llevó alrededor de una hora. El cañizal formaba una
barrera natural entre la playa y la vía
férrea.

Vieron pasar en la oscuridad un par de ferrocarriles que
iban en dirección a la frontera española, que
distaba de allí unos 50 kilómetros.

Se incorporaron a la vía férrea, era el
camino más recto y cómodo para regresar a
España, todas las veces que oían acercarse un tren,
se escondían entre la maleza o cañizales que
franqueaban ambas orillas de la vía, siempre
dirección Sur. Ramón durante todo el tiempo de
guerra, había escondido en la entretela de su guerrera de
cuero militar , una brújula, un pequeño y dobladito
mapa y una diminuta navajuela.

Caminaron durante toda la noche sin que el gélido
viento dejara de soplar a frecuentes y potentes ráfagas.
Al despuntar el día se refugiaron en un espeso bosquecillo
cercano a la vía del ferrocarril, no encendieron ninguna
hoguera , no fuera a ser que el humo indujera sospechas a sus
posibles perseguidores. Pasaron el día durmiendo como
pudieron, turnándose en la vigilancia y al caer la tarde
cuando comenzaba anochecer reemprendieron la marcha utilizando la
vía férrea. Al amanecer se encontraron con la gran
barrera natural formada por la cordillera de los Pirineos,
entonces totalmente nevados.

A partir de este momento Ramón tomó el
mando del grupo de fugados, su gran sentido de la
orientación y conocimientos de desenvolverse en la
montaña, acompañado de la brújula y el plano
iniciaron el ascenso a la gran cordillera. Había llegado
el momento de tener que caminar con luz de día,
quizás sus perseguidores habrían abandonado
probablemente su búsqueda pensando que se los
habría tragado el mar ,y menos en dirección Sur,
estaban convencidos que unos españoles fugados de su
país no regresarían a este, ya que corrían
riesgo de ser fusilados por las tropas de Franco, procedieron a
buscarles por el interior del departamento de Perpignan, tal vez
algún ciudadano de la zona les hubiese dado refugio
apiadándose de su situación.

Al medio día habían llegado a una de las
cumbres del macizo Pirenaico conocido por el Canigó,
tenían un hambre casi canina, alguno de ellos caminaba
descalzo, el calzado se les había destrozado durante el
ascenso, la nieve les tenía los pies casi a nivel de
congelación, con sus camisas habían construido unas
vendas y habían envuelto con ellas sus pies. Ramón
todavía conservaba en bastante buen estado las botas de
cuero del ejército.

Al poco rato vieron a lo lejos una masía, una
casa de campesinos montañeses, su chimenea humeaba, se
acercaron a ella con todo sigilo, al llegar a pocos metros de
distancia un perro comenzó a ladrar con fuerza, a los
ladridos salió el dueño de la casa con una escopeta
de caza en las manos. Los fugitivos estaban escondidos
detrás de un montón de heno. Ramón se
levantó y en catalán se dirigió al campesino
con el ánimo de tranquilizarle, este al verle le
apuntó con su arma de caza, Ramón le dijo que eran
soldados españoles, catalanes, que se habían fugado
de un campo de concentración francés y que estaban
de regreso a la patria. El hombre sin dejar de apuntar le dijo
que se acercara con las manos en alto al mismo tiempo que todos
los demás. Ramón no tenía la certeza si se
hallaban todavía en Francia o ya estaban en suelo
español, pues las gentes del país vecino que
habitaban aquella zona hablaban también catalán
habitualmente.

El campesino al ver que se trataban de unos pobres
soldados desarmados les conminó a bajar los brazos y les
hizo sentar en un banco de madera que había adosado a la
pared de la casa, un solecito agradable y suave les
calentó, propio del mes de marzo. Este entró a la
masía y al poco tiempo apareció sin la escopeta y
con unos platos llenos a rebosar de lentejas guisadas y
calentitas. – Tomad y comed hasta saciaros , tenéis muy
mal aspecto – les dijo. Sin hacérselo repetir dos veces
devoraron en un santiamén el colmado plato que les
había ofrecido, pareciéndoles el más
exquisito de los majares, ante tal apetito el campesino
llamó a su esposa y le dijo que trajera el caldero en el
que había guisado las lentejas, la buena mujer les
dejó la perola al alcance y les dijo que repitieran cuanto
quisieran hasta saciarse o acabarlas.

Hicieron honor a ello, al poco rato la perola
quedó por su interior tan brillante como si la hubiesen
bruñido.

Los campesinos, les informaron que ya estaban en la
Cataluña española, que ya no debían temer a
los perseguidores franceses, a pesar de que la línea
divisoria entre ambos países estaba escasamente a 200
metros de distancia. Les invitaron a dormir en el granero junto a
los caballos, conejos y gallinas, estaban calentitos y abrigados
por el heno que a montones se hallaba esparcido en gran
cantidad.

A la mañana siguiente, al romper el alba, les
despertó el dueño de la casa, les invitó a
entrar en una gran cocina y sentarse en uno de los bancos de
madera que se hallaban cerca del hogar encendido con grandes
troncos de madera desprendiendo un calor sumamente reconfortante.
Un gran tazón de humeante leche recién
ordeñada les aguardaba a cada uno acompañado de
unas gruesas tostadas de pan untadas de mantequilla.

El campesino de nombre Jaume, les dio algunas de sus
viejas ropas que tenía en desuso, para que abrigaran mejor
sus cuerpos y, un zurrón conteniendo algunos alimentos
para su viaje. Les advirtió del peligro que
correrían al caminar en dirección al valle de
Nuria, podían encontrar unos despeñaderos de mucha
consideración y el camino que les bordeaba era sumamente
angosto y peligroso, de gran dificultad hasta para
montañeros muy experimentados. Ramón una vez
más le aconsejó al compañero más
joven que se quedara, que no fuera con ellos, pero este
respondió firmemente que deseaba ir con ellos. Y
así fue. Naturalmente que había un camino de mejor
y de más fácil acceso que el que ellos
debían emprender, pero este estaba sumamente vigilado por
la Guardia Civil y el ejército. A Ramón y sus
compañeros no les interesaba todavía encontrarse
con ninguno de ellos.

Emprendieron el camino indicado por Jaume, con la febril
esperanza de hallarse pronto con sus respectivas familias.
Después de algunas horas de andar bordeando aquellos
despeñaderos, en el último de ellos, el más
difícil y angosto, debían pasarlo uno tras otro, el
último en pasarle se trataba del más joven de los
expedicionarios. De repente se oyó un desgarrador grito de
¡¡¡ ayyyyy madreeeee!!! ,y el joven
desapareció por el angosto barranco, cayendo al
vacío de más de 200 metros de altitud. Nadie pudo
auxiliarle , imposible, debía cruzarse indefectiblemente
el sendero, de uno en uno, con la imposibilidad de recibir ayuda
de ningún compañero por lo escarpado de la pared ,
la angostura y verticalidad del mismo que a duras penas
permitía apoyar toda la planta del pié. Nunca
más volvieron a verle, tenían el pleno
convencimiento de su fallecimiento.

Siguieron apesadumbrados y tristes su camino, le
habían puesto gran aprecio al muchacho. Siguieron andando
hasta la extenuación, procuraban bordear los pueblos que
iban encontrando por el camino con el fin de no toparse con
ninguna de las patrullas de vigilancia fronteriza, al cabo de dos
días de marcha llegaron a la ciudad de Girona, entraron en
ella, allí una patrulla del ejército les
solicitó la documentación, ellos mostraron el
carnet de soldados republicanos que les habían facilitado
cuando fueron obligados a ingresar al ejército. Les
condujeron a un cuartel de caballería que se hallaba a las
afueras de la ciudad, en la carretera N2 que conducía a
Barcelona.

Les fue tomada la filiación y al día
siguiente fueron conducidos a unos vagones cargueros del
ferrocarril, junto con otros prisioneros, les dijeron que les
llevaban a un campo de repatriación y depuración en
Tarragona. Ramón pensaba que su familia no sabía de
el hacía más de seis meses, ignoraban si
todavía vivía. A las pocas horas de hallarse en el
interior del vagón, el tren se puso en marcha.
Ramón sabía que todos los trenes que
procedían de Girona e iban a Tarragona, al llegar a la
ciudad de Barcelona, debían cruzar el barrio en el que
él y su familia vivían, Sant Andreu. Le pasó
por la cabeza intentar saltar del tren cuando este pasara por la
estación de su barrio, a la fin de cuentas un tren
carguero no desarrollaba excesiva velocidad al cruzar una
estación. Pero también pensó que tarde o
temprano sería atrapado por la policía o los
soldados del ejército que patrullaban por las ciudades en
busca de prófugos y podría ser mucho peor, tal era
el afán por saber y, que supiera de él su
familia.

Se hizo con un pedacito de papel y un lápiz
escribiendo una breve nota en el mismo, decía en ella; "Me
llamo Ramón Batista, vivo en la calle Dr.Sanpons, 43,
avisad a mi familia de que estoy vivo", esto sería como la
botella del náufrago que con una nota escrita en su
interior lanza con la esperanza que alguien la halle y la
lea.

Una vez más tuvo la fortuna de cara, el tren al
pasar por la estación de Sant Andreu aminoró mucho
su marcha, era esta sumamente lenta, había algún
otro ferrocarril efectuando maniobras y obligaba a este otro a
circular con sumo cuidado y lentitud. En el andén
había un empleado del ferrocarril con un farolillo
prendido balanceándolo de un lado al otro
indicándole paso lento al maquinista, al llegar el
vagón de Ramón a la altura de este, se asomó
por una pequeña ventanita y lanzándole a los pies
del empleado el papelito sumamente doblado le dijo – "Oiga buen
hombre por favor le imploro que lleve este papelito que le he
lanzado a mi familia, gracias" -. Este cumplió con el
encargo. De ese modo Carmen y el resto de la familia, supo que
Ramón vivía.

El tren les condujo hasta la estación de
Tarragona y, desde allí a todos sus pasajeros fueron
conducidos hasta el convento de Los Hermanos de la Doctrina
Cristiana, convento utilizado por el ejército vencedor,
para confinar a todos los que ellos llamaban prisioneros de
guerra.

Este convento, construido por allá del siglo
XVII, se hallaba casi en el centro de la ciudad de Tarragona, la
vieja capital del Imperio Romano en occidente, conocida como
Tarraco, Un extenso patio interior albergaba a una gran parte de
los confinados. El trato que estos recibían no era mucho
mejor que el recibido en los campos de concentración
franceses, con la diferencia que podían expresarse en
español con sus carceleros.

En este lugar los cautivos debían sobrepasar un
examen ideológico de un tribunal llamado de
depuración. Citaba a cada uno de los prisioneros y les
asediaban a preguntas referentes a su cometido durante la guerra,
su ideología, etc., el prisionero que no satisfacía
los requerimientos que el tribunal tenía estipulados, era
condenado a trabajos forzados, exilio durante bastantes
años e incluso podía ser condenado a muerte por
fusilamiento, la ejecución solía efectuarse casi de
inmediato de conocerse la sentencia.

Ramón en el entretanto estaba pendiente de su
"depuración" por el tribunal militar, observaba el medio
en el que se movía, en una de las ocasiones en el fondo de
la explanada donde se hallaban los presos, había un alto
muro de más de 5 metros de altitud.

Ramón se apoyó en el citado muro, un
tímido sol de invierno daba de lleno en el mismo e
invitaba a calentarse con su contacto. Estando apoyado en el, le
pareció oír voces al otro lado del mismo. Todos los
días Ramón se acercaba al muro con la esperanza de
poder conectar con alguien del otro lado.

A los pocos días pudo hacerse con un pedazo de
papel y escribir un corto mensaje, en el que decía
quién era, donde se hallaba y el domicilio de su familia
en Barcelona. Envolvió una piedrecilla con la nota que
había escrito y la lanzó, con sumo cuidado de no
ser descubierto, por encima del muro. Era un intento a ciegas,
corría el riesgo de que su mensaje fuese a caer en manos
de sus carceleros y le consideraran un espía o cualquier
otro tipo de acusación, eran momentos en que uno
podía esperar cualquier cosa, ello le podría
conllevar hasta la condena a muerte.

Una vez más la diosa Fortuna se apiadó de
Ramón. Detrás de este muro había el
jardín de una vivienda habitada por un matrimonio. Este
vecino, paseando por el jardín halló el mensaje de
Ramón y tuvo la delicada humanidad de poner en un sobre el
mensaje y enviarle por correo al domicilio en el que vivía
la familia de este.

Esta recibió con gran alegría el mensaje.
Manuel, su padre, rápidamente se puso en acción,
buscó entre sus amistades afines al actual régimen
político la posibilidad de que avalaran la conducta de
Ramón y su exención de ideología
política contraria al régimen de los vencedores. En
el entretanto Manuel efectuaba las gestiones, Ramón un
día fue llamado a declarar ante el tribunal
militar.

Un carcelero le acompañó hasta el interior
de la sala en la que iba a ser enjuiciado. Sobre un estrado
había una larga mesa a cuyo alrededor se sentaban seis
siniestros personajes que debían interrogarle, enjuiciarle
y dictar sentencia.

Ramón se colocó de pie frente a todos sus
jueces. Uno de ellos le preguntó su nombre, apellidos y
domicilio, en idioma castellano, Ramón solicitó al
tribunal, la posibilidad de ejercer su declaración en
catalán, manifestó que en este último
podría expresarse con mayor fluidez, esto no era cierto
por que Ramón había aprendido el castellano, idioma
que hablaba perfectamente, ya que durante su estancia en Cuba lo
había aprendido perfectamente, pero se arriesgó,
jamás pudo explicarse el mismo, porqué
corrió este inútil riesgo. Los componentes del
tribunal se miraron entre si y el que parecía con mayor
autoridad le asintió con la cabeza.

Ramón, se expresó con total naturalidad,
dijo que no era político ni tenía ideas
políticas ningunas, que había prestado sus
servicios en el ejército republicano debido a que en caso
de negarse hubiese sido considerado como prófugo y le
hubiesen podido condenar a una pena de cárcel o
fusilamiento.

Este día el tribunal militar tenía
espíritu benevolente, valoraron la naturalidad con que
Ramón se expresó y posiblemente influyó
también el aval personal que se habría recibido,
enviado por Manuel, su padre, en el que distintos personajes
afines a la nueva ideología política del
país, certificaban que Ramón era una persona
honesta y exenta de antecedentes políticos. Finalizada su
declaración, el que aparentaba ser el presidente del
tribunal, le comunicó a Ramón que era libre y
podía retirarse.

Ramón no debía hacer equipaje alguno, le
entregaron una especie de salva conducto, que le permitía
desplazarse documentado, evitando de ese modo volver a ser
detenido. Este mismo documento le permitía viajar con todo
tipo de transporte público gratuitamente.

En pocas horas se hallaba en la puerta de su
añorada casa, en el barrio de Sant Andreu, en la calle Dr.
Santpons. Llamó tímidamente a la puerta con los
nudillos de una de sus manos, era ya bien entrada la tarde,
acudió abrir la puerta Carmen, su esposa, esta no pudo
reprimir un sonoro grito de alegría, Ramón no
permitió que Carmen se abrazara a él, temía
contaminarla de los parásitos que llevaba consigo por
falta de higiene. Permaneciendo de pie sobre la acera, Carmen le
entregó ropa limpia y Ramón en plena calle se
desnudó y cambió de ropas. En el entretanto le
preparaban un baño con agua bien caliente y jabón
con fuerte contenido de sosa, para que pudiera eliminar la
máxima cantidad de piojos y pulgas que su cuerpo
albergaba, en especial el pelo y las costuras de sus ropas,
Ramón entró con cautela a la casa, su padre Manuel
y sus hermanos no se hallaban en aquellos momentos en el hogar,
solo Carmen y su casi recién nacido hijito Manuel, este
último dormitaba en su cunita después de una
sabrosa ingestión de leche materna.

Después de un calentito y reconfortante
baño, Ramón se echó en la cama para dormir,
y bien que descansó, estuvo durmiendo más de 18
horas consecutivas.

CAPÍTULO IXº

1939, La post guerra
española

Por estas fechas Ramón contaba con 27 años
de edad. Al día siguiente de su regreso, se
presentó en los talleres donde había trabajado
desde que regresó de Cuba, fue aceptado de inmediato, por
aquellas fechas faltaban operarios trabajadores responsables y
capacitados y Ramón cumplía sobradamente con todos
estos requisitos. La contienda bélica había
enlutado a muchas familias, las destruidas fábricas
necesitaban renovarse y echar a andar cuanto antes, el
país tenía grandes necesidades que
cubrir.

Los vencedores impusieron, como sucede siempre, sus
reglas de juego. Se prohibió cualquier
manifestación política pública o privada,
que no coincidiera con las ideas de los vencedores. Se
prohibieron toda clase de partidos políticos. Se
prohibió cualquier reunión, pública o
privada que sobrepasara más de 6 personas. La
enseñanza escolar, fue dirigida por los programas que se
indicaban desde el gobierno en la capital, Madrid. Se
prohibió hablar cualquier lengua que no fuera el
castellano.

El nuevo gobierno efectuó dos grandes pactos
sociales, el primero de ellos fue con los grandes poderes
financieros y el segundo con la Santa Sede , el país se
convirtió en confesional católico,
apostólico y romano. Todas las escuelas y universidades
tenían asignaturas obligatorias de religión y, los
financieros volvían a tener la economía del
país en sus manos.

Apareció la censura en los espectáculos,
cine, prensa escrita, radio, etc.. Los ciudadanos para
desplazarse de una provincia a otra, debía solicitar un
salva conducto, especie de pasaporte, que se tramitaba en las
comisarías de policía, las conversaciones
telefónicas eran escuchadas, habían confidentes
policiales por todas partes.

La venta y distribución de alimentos eran
controlados por el estado, escaseaban en gran manera,
especialmente en las grandes urbes, se estableció el
suministro estatal de los llamados básicos, mediante
cartillas de racionamiento, una para cada ciudadano.
Apareció el estraperlo de alimentos y la
especulación en todas las materias necesarias para la
subsistencia.

Los llamados alimentos básicos, tales como
harina, azúcar, aceite, pan , carne, patatas, y otros eran
rigurosamente controlados y vendidos en las tiendas del estado,
cada ciudadano tenía un cupo semanal de ellos que
debía adquirir presentando la cartilla de racionamiento,
que era personal e intransferible.

Ramón trabajaba día y noche para cubrir
las necesidades de la familia. El pequeño Manuel, su hijo
contaba con pocos meses y era necesario poder obtener leche y
papillas para alimentarle. Carmen, administraba los ingresos que
aportaba Ramón con gran rigor, intentaba ahorrar por todos
los medios posibles. Se privaba el matrimonio de todo lujo
superfluo, cine, baile, restaurantes, etc. Nada de ello les era
permitido por su quebrada economía. La supervivencia se
convirtió en dura, muy dura de soportar. Pero Ramón
y Carmen estaban habituados a luchar contra las adversidades.
Algunos años después, la economía familiar
fue recuperándose paralelamente con la del país.
Pero la presión política no mitigó. El 15 de
marzo de 1944 nació Dionisia, Nini, la llamaron como su
abuela paterna fallecida, la segunda hija del matrimonio, poco
después se casó Antonio, Tonet, con
María Pastó y, algo más tarde Rita con Joan
Boguñá.

Ya en 1941 la familia se había cambiado de
vivienda, en el mismo barrio de Sant Andreu, ahora en la calle de
Sant Hipólit, en el número 12, un edificio que se
componía de cuatro viviendas, los Batista alquilaron la
vivienda de la planta baja. Esta disponía de un amplio
jardín en su parte posterior, adornado con dos grandes
palmeras, dos ciruelos, un avellano y una enorme y vieja higuera
que ocupaba la parte central del jardín. En verano, todo
este denso arbolado confería una muy agradable sombra a
sus habitantes, de hecho Manuel construyó una robusta y
artística mesa con cemento, en la que se solían
sentar a su alrededor la familia los días festivos de
verano para almorzar o incluso cenar la mayoría de las
calurosas noches barcelonesas, siempre algún hálito
de brisa corría y daba satisfacción a sus
ocupantes.

Rita conoció a Joan, por ser este vecino de la
calle Sant Hipólit, Joan era un hombre de carácter
más bien tranquilo y apacible, bien parecido, de mediana
estatura, sumamente trabajador y familiar, aún hoy,
después de tantos años, conserva muchas de estas
características. Joan trabajaba por aquel entonces en la
empresa estatal de ferrocarriles, R.E.N.F.E., en sus talleres
mecánicos, habiéndose siempre distinguido a lo
largo de los años, como un profesional competente y
honesto.

Fruto de este matrimonio, nacieron Jaume y Mª del
Carmen, la parejita. Por parte de Antonio y María,
nacieron ; Ramón, Montserrat, Rosa, Antonio y Joan, estos
últimos eran mellizos. Montserrat falleció de una
enfermedad muy jovencita, apenas tenía 6 añitos. Lo
sentimos todos muchísimo, era una bella y cariñosa
niñita. Que Dios la tenga en su Santa Gloria. Fue
enterrada en el cementerio de Sant Andreu, en un nicho que
Ramón había comprado algunos años antes y en
el que con anterioridad se había enterrado a Manuel a la
edad de 76 años.

Hoy, el que escribe este modesto relato, todavía
recuerda con entrañable cariño y añoranza, a
todos aquellos seres queridos que formaron parte de mi infancia y
juventud y con los que tuve la oportunidad de compartir parte de
mi vida con ellos. Aquellas tardes festivas, en las que se
celebraba algo en nuestra casa, una comunión o
quizás un nacimiento, un bautizo en la familia, que con
toda la modestia y carencias de la época y dentro de las
posibilidades económicas familiares, esta se reunía
alrededor de una buena paella de arroz elaborada por Carmen madre
del autor, un buen porrón de vino fresco, algún
postre, también elaborado por Carmen, la mayor de las
veces natillas o "crema" catalana, café y el famoso
cigarro puro de Manuel, que no podía faltar. Allá,
debajo de la sombra de aquella hermosa y espesa higuera, cuyas
robustas ramas me dieron cobijo en tantas ocasiones en mi
niñez, Ramón y Joan, entonaban conocidos fragmentos
de las más populares zarzuelas,
acompañándoles musicalmente Manuel ,este
tenía como instrumento el mango de un tenedor, y la
superficie rugosa de una botella de Anís del Mono, medio
vacía, sobre cuya accidentada y romboédrica
superficie de vidrio rascaba siguiendo la entonación
musical de la pieza que ambos "tenores" ejecutaban en
aquel momento, en el entretanto mantenía encendido su
cigarro puro en una esquina de su boca.

Generalmente el repertorio "artístico" se
arrancaba con Marina, del maestro Arrieta, seguían Los
Gavilanes, La Verbena de la Paloma, Molinos de Viento etc. Lo que
privaba en el mundo de la música en aquellos
momentos.

Partes: 1, 2, 3, 4
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